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Para darnos cuenta de la cantidad de gente que paseaba por la Rúa y que hacía muy difícil el andar y ya no digamos el atravesar de un lado a otro de calle, baste el testimonio de una persona que vivía en la casa de la rúa do Vilar esquina a la Raíña (en donde actualmente está la Agencia Efe, y antaño estaba la oficina principal del Banco Hispano Americano) y que se acordaba que cuando niño, llevar las cartas de su padre a Correos (entonces situado en el actual cine Yago) le ocupaba en el viaje completo de ida y vuelta más de un cuarto de hora de tiempo.

 

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Los compostelanos llamaban la «raya» a la línea que dibuja el cambio del pavimento de granito que delimita la calle del Preguntoiro y la Plaza de Cervantes.

 

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Mi amigo, profesor de la Universidad, y yo, cansados del continuo ir y venir por nuestras Rúas bulliciosas y alegres en estos días que comienza el curso académico y en el que los tropiezos y saludos con caras más o menos conocidas ponen una nota pintoresca y de alegría en la vida tan monótona de nuestra vieja Compostela nos dirigimos al Paseo de la Herradura [...]. Nuestro pisar fuerte sobre la arena del paseo, produce un leve ruido que parece pretende turbar el silencio del lugar: silencio aparente nada más, pues, aunque todo aparece dormido en la obscuridad de la noche que empieza, el aire esta poblado de rumores: Rumores de arrullos, rumores de besos, rumores de palabras entrecortadas por la emoción del lugar y de la hora. Agradable conjunto de sonidos que juntos constituyen el eco divino del amor. Un banco, otro y otro. En cada uno de ellos una pareja de enamorados, protegidos por las palmeras del relleno entonan la eterna canción. Multitud de mentirijillas deben decirse en voz muy bajita; con ellas, con las mentirijillas, se brindan siempre nuevas emociones, renovados deleites, placeres. Mi amigo y yo, suspendemos un momento nuestra charla, para dejar que lleguen a nuestros oídos los rumores, como rezos de iglesia, trémulos de pasión, que escuchados así, fríamente producen notas de una armonía divina. Ideal, parece que llegan hasta uno las notas armoniosas de las músicas de fantasía de los cuentos infantiles.

Mi amigo y yo, solemos recorrer esta parte del paseo que encierra mil encantos en la noche, pero a la verdad ha empezado el curso y con él los estudiantes aprenden y enseñan la eterna lección del amor; por eso en este lugar nuestra presencia tiene algo de grotesco y el continuar por esta parte del paseo podría significar mala intención. Y nos estamos imaginando que allí somos algo así como esos espantapájaros de trapo, que nuestros labradores colocan con los brazos abiertos en sus huertos para proteger el fruto de su trabajo y espantar a las palomas y gorriones.

Decidimos irnos a pasear más allá, pasada la estatua de nuestra inmortal Rosalía, entre la escalinata que lleva a la Residencia de Estudiantes y el pabellón que hay a la entrada del Paseo [...]. Dan las nueve en la campana del reloj de nuestra Catedral. Empieza a refrescar un poco y retornamos a las rúas bulliciosas; la gramola de un café deja oír las fastidiosas notas de la canción de moda «María de la O» que suenan con un ruido de calderetas en plena Rúa del Villar. Casi huimos, apresuramos el paso por Gelmírez, nos vamos a pasear a los soportales de la Rúa Nueva. Dan las diez y vamos ya de retirada hacia nuestros hogares; con nosotros se cruzan de retorno del paseo, la señora alta y la niña de los ojillos bonitos y juguetones que esta vez nos pareció más triste, acaso comprendió como nosotros lo mucho de amargura que tiene la vida y lo poco que vale el amor cuando no es sincero.


(M. Rey Busto, «La vida en Compostela», El Compostelano, 9-X-1935)                


 

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Al llamarles «cúa-cúas», los compostelanos estaban llamando en realidad «cuervos» a los seminaristas, al reproducir onomatopéyicamente el graznido de dichas aves. La tradición anticlerical y liberal que asociaba peyorativamente a los cuervos a los eclesiásticos tenía una larga tradición en España que arranca desde finales del siglo XVIII, pero incluso, antes, los propios escritores eclesiásticos asociaban el cuervo con los religiosos que abandonan su retiro por la vida del siglo, como, por ejemplo, hace Sebastián Covarrubias en su emblema ET NON EST REVERSUS:


El cuervo, à quien del arca dio salida
Noe, para que fuesse mensajero,
De la tranquilidad, alla se olvida,
Por ser voraz, gloton y carnicero.
El que profesa religiosa vida,
Si sale al siglo, buelvase ligero,
A la antigua clausura, y no se abata,
Al carnal pasto, que las almas mata.


(Emblemas Morales de Don Sebastian de Couarrubias Orozco, Capellán del Rey N. S. Maestrescuela y Canonigo de Cuenca, Consultor del Santo Oficio. Dirigidas a don Francisco Gomez de Sandoual y Roxas, Duque de Lerma, Marqués de Denia, Sumiller de Corps, Cauallerizo mayor del Rey N. S. Comendador de Castilla, Capitan General de la Caualleria de España. Con priuilegio, en Madrid por Luis Sanchez, año 1610, L I, 85)                


En este mismo contexto el «mañá chove» hace referencia al cras-cras de los cuervos, utilizado proverbialmente desde la antigüedad en el significado de «mañana-mañana» que dice siempre el que promete hacer las cosas para el día siguiente, y nunca cumple, de modo que ese mañana nunca llega, Al decirles: «Cúa-cúa, mañá chove», los compostelanos (aunque ya no fueran conscientes de ello) no sólo recordaban a los seminaristas que ellos eran como cuervos y oscurecían el cielo con el negro de sus sotanas amenazando tempestades y, por consiguiente, lluvia, sino que la lluvia, y no su voluntad, era en realidad lo único que los mantenía en su retiro, sin salir al siglo.

 

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La iniciativa republicana encontraba un campo abonado, pues ya mucho antes Castelao había constatado la creciente laicalización del turismo compostelano en el dibujo publicado en el n.º 1 de Suevia (Buenos Aires): «Hogaño no hay más que peregrinos de arte».

 

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Jesús Carro Otero, «Nuestro Turismo», Faro de Vigo, 25-VII-1934.

 

67

Rafael Souto Castelo, «A súa Historia», en Instituto Xelmírez, Pasado e Presente, A Coruña, Diputación Provincial, 1997, pág. 40.

 

68

El Pueblo Gallego, 22-I-1935, pág. 12.

 

69

El Pueblo Gallego, 21-VI-1935, pág. 12.

 

70

El Pueblo Gallego, 22-I-1935, pág. 12.