En cuanto pude, huí este
año del pueblo en que tengo ocupaciones de esas que atan como cadenas, y
me vine al retiro de mis veranos, al que voy teniendo más y más
afición, según yo me acerco al otoño de la vida.
Son las doce de la noche. Todos
duermen en mi casa. Las gallinas que ahí abajo, en el gallinero, se
rebullen, no velan; sueñan, a mi entender. Todo duerme también en
el valle; y allá arriba la luna, detrás de nubes tenues y
compactas, alumbra no más como lamparilla tras cristal opaco.
Para algunos optimistas sería
una felicidad que todos los hombres viéramos en la luna la lamparilla de
aceite que la Providencia, algunas noches, enciende en el cielo para que vele
el sueño de sus hijos. Los perros, esparcidos por las alquerías
de todo este valle y del monte de enfrente, y de la colina de castaños y
robles que tengo a mi espalda, no deben de compartir tal optimismo; porque
todas las noches ladran a la luna, y esta noche furiosos, como a una
extranjera, como a un pordiosero vagabundo... Esto de que los perros ladran a
la luna, tal vez pudiera discutirse. Yo más bien creo que ladran al
miedo.
Pensando en ello, me sorprende, como
un pinchazo de pulga, el recuerdo del correo que he recibido esta misma tarde.
Un amigo me envía un número de cierta publicación que
contiene una epístola en tercetos, donde el famoso poeta
0,50 se descuelga, insultándome;
llamándome, a deshora, poeta detestable, clarín desafinado, etc,
etc, y convidándome con la paja del trigo que, al parecer, él y
otros han cosechado. A tanto aticismo no se me ocurrió, por lo pronto,
contestación más explícita que la que da esa luna, triste
sin afectación, a los perros de todo estos contornos. El desdén
de la luna me encanta, por lo natural. ¡No oye a los perros! Pero yo, a
mi pesar, y aunque tarde por lo visto, he oído, por esta vez, los
tercetos de
0,50. ¿Contestaré?
La cosa importa tan poco, que otra vez
me invaden la paz y el silencio de esta dulce noche de un Junio de mi tierra,
húmedo y tibio, nebuloso, de un gris perla constante en el cielo; de un
verde oscuro en las marismas, claro en los prados de tierra adentro, anaranjado
y fresco en la punta de las ramas de los castaños, cuya hoja asoma. Me
invade este sosiego; y más a lo pagano que a lo caritativo, perdono, sin
pensar en él, al pobre
0,50, que no sabe lo que se hace.
Y en este momento se detiene mi
soñolienta mirada en aquel punto luminoso, que parece una estrella
caída, perdida en la oscuridad del follaje del castañar que,
colina arriba, sube a mi derecha, como un montón de tinieblas vencidas y
rezagadas que quisieran escalar el cielo, para disputar a la luna, medio
dormida, el dominio de esta noche brumosa.
Aquella luz, sumida en la oscuridad de
la derecha, es para mí familiar, en mis noches de contemplación
dulce, como en el cielo las estrellas favoritas. Pero ¡cuántas
veces, lejos de aquí, mirando la esfera, me dije con tristeza: Veo las
mismas estrellas de siempre... menos una, menos el rojo lucero, el viejo Marte
de D. Mamerto Cabranes!
A las seis o las siete en invierno, a
las diez en verano, enciende su planeta todas las noches el único
humanista que hay en todas estas tierras, muchas leguas a la redonda. Lo rojizo
de esa luz no proviene de la vejez del astro, aunque también es viejo,
sino de la mala calidad del petróleo con que Cabranes alimenta la llama
de su quinqué destartalado.
¡Mísero Cabranes!
¡Cuán pobre, a pesar de su felicidad, que le viene de no vivir
más que en el mundo de sus ilusiones! Antes, claro, desde que recuerda
haber velado el sueño de los clásicos, allá en la remota
niñez, por vez primera, siempre veló con aceite de oliva; no se
rindió a falsos adelantos, sino a la pobreza; y, por economía usa
ahora aceite mineral de lo más malo. Que paguen los ojos lo que el
bolsillo no puede.
Es para mí D. Mamerto adorno
vivo de esta querida soledad; y aún en los tiempos en que fui
desenfrenado panteísta, con el culto especial de los deliquios
forestales, estimé al sabio cuanto ignorado Escalígero de Tabaza,
tanto o más que al más pulido negrillo de los que orlan el
riachuelo de enfrente, tanto o más que al castaño que tengo al
comenzar la cuesta del monte de casa, venerable patriarca con barbas de
raíces, que salen de la tierra para que en ellas se rasquen el testuz
las vacas perezosas, cuando vienen del pasto sacudiendo su música de
esquilas.
¡Rayo en las esquilas y en el
castaño! gritaría D. Mamerto, si esto oyese o leyera. No ama
él, ciertamente, esta naturaleza, que no cantó ningún
poeta de los mayores, ni siquiera de los imitadores felices. No; él no
ve el campo. Para Cabranes el campo está en su Virgilio, en su
edición favorita sobre todo. Y si Dios, o los dioses, no hubieran
acabado por inventar, mediante los hombres, la égloga y el poema
didáctico, bien hubieran podido prescindir de emplear tantos días
y tantos esfuerzos en formar las frívolas maravillas del paisaje.
Todo ello no impide que la salud de mi
querido gramático sea para mí preciosa, y que el verle llenarse
de arrugas, y encorvarse, y ponerse triste a lo mejor, pese a Minerva, me llene
el alma de luto y me hable de la nada de las cosas; como cada vez que vuelvo a
mi aldea, me hablan de muerte y ausencia y olvido los arboles secos, los
derribados, los mal heridos por la poda, y otros accidentes de la vida del
campo que me hacen pensar que hasta la tierra se gasta y se cansa de dar
flores, como dijo el poeta; un poeta entero.
Ahora, contemplando la luz que tantas
noches contemplo y que me hace compañía desde allá lejos,
pienso sin querer:
-¿Qué hará esta
noche Cabranes? Acaso escribe versos. Versos en latín casi siempre.
Algunas veces se digna descender al romance, pero casi nunca al estilo llano.
Si él creyese que una elegía suya podía entenderla el cura
de la parroquia mejor en español que en latín (y en latín
no la entiende), se cortaría la mano derecha. Es ésta una mano
que siempre se está cortando D. Mamerto; y no hay que hacerle caso en
tal punto, como tampoco en otros muchos, como cuando jura por la laguna
Estigia, o invoca a las Euménides.
Ello es que no vive en el campo por su
gusto; sin que esto quiera decir que no desdeñe la ciudad. Él
aventaja en esto, dice, a Horacio, su maestro, el cual en la campiña
suspiraba por Roma, y en Roma soñaba con su casa de campo; D. Mamerto
desprecia el campo y la ciudad desde la aldea; lo desprecia todo, no piensa en
ello, y no ve en la tierra más que el lugar que sirve para ir poniendo
el pie...
Aguarde el poeta
0,50 si tardo en volver a él; es
para mí harto más interesante mi D. Mamerto de mi aldea, que uno
de tantos manipuladores hábiles del ritmo, batihojas de la rima de oro
castellana. Además
0,50 no sabe latín (ni bien el
romance). ¡Vaya un personaje! diría D.Mamerto.-El cual fue en su
juventud preceptor en un colegio de la capital; después auxiliar de un
Instituto de la costa; después concursó una cátedra de
latín, que le dieron a un Commeleran madrileño, y, por fin,
hastiado de la lucha por la existencia, sin más arma que las desinencias
de verbos y nombres y unas cuantas partículas arrojadizas, se
retiró al lugar de su nacimiento, sin traer de la vida urbana más
que un levitón de alpaca negra. Aldeano era, aldeano volvió a
ser; así como así, nunca había perdido la costumbre de
afeitarse toda la cara, que es larga, avellanada, de color oscuro, y sin
más cosa notable que una verruga o lunar cerca de un ojo (del
izquierdo), del cual lunar salen, como tres rayos, tres larguísimas
cerdas, que así se llaman, que vienen a parecer tres clavos que tiene el
buen señor metidos por la frente.
Uno a uno coge aquellos pelazos D.
Mamerto, con las puntas de los dedos manchadas de tabaco, y va diciendo:
«Por aquí me sale el griego, por aquí el latín, por
aquí el hebreo.» Pues de todo eso entiende; y para él una
lengua, en siendo muerta, es cosa rica. «Las lenguas no las comen crudas
más que los antropófagos,» es una de sus frases.
Él no labra la tierra, ni
entiende de eso; y antes se moriría de hambre,
sub tegmine fagi; pero tiene derecho
a que le den borona y malos potajes de alubias, con más algo de leche, y
un rincón de su cabaña, los dos hermanos con quien vive, honrados
labradores que tienen algunos terrones al lado de los nuestros.
No sé si hubo partición
o no, o si la hubo y Mamerto cedió su legítima a cambio de que le
mantuvieran toda la vida que le quede para traducir a sus amores, los
clásicos; pero sea como sea, allí siempre hay paz, el arreglo
doméstico marcha como una seda, y ni con la cuñada (mujer del
hermano mayor) ni con nadie; riñe jamás Cabranes, a quien en casa
y fuera de ella miran todos como una contribución llevadera, que no les
tocó más que a los de Chinto (los hermanos de Cabranes). Para
Mamerto, sus hermanos y vecinos son una especie de ganado mayor; para ellos,
Mamerto es el perro más inútil, pero más cristiano, de
toda la comarca. Viven juntos, sin despreciarse siquiera, sin conocerse. Como
yo quisiera vivir con
0,50 y otros tales.
Mas... ya da la una el reloj del cura,
del mal romancista del cura; mañana temprano visitará a Cabranes,
y le propondré... ¡soberbia idea!... que se encargue de contestar,
en verso y todo, a la epístola de
0,50. Y le haré un regalo, en
monedas de plata, que valga lo menos 50 pesetas.
- II -
Recibióme Cabranes con el
agasajo de sus muchas cortesías, que jamás me escasea; pues
aunque reniega del mundo, no deja de halagarle la idea de que se le saque en
libros impresos; y sabe, o barrunta por lo menos, que yo le traigo entre ceja y
ceja, con verruga y todo, para meterle en una novela que tengo en el telar de
la fantasía. Además, algo me estima también, porque soy el
único vecino que, aunque de lejos, soy capaz de entender algo de lo
mucho que él sabe. Tiene la profunda convicción, que disimula
finamente, de que yo tampoco sé latín, y de que el cura y yo
somos un buen par; pero en mí lo encuentra menos vituperable que en un
ministro del Altísimo. (No sé por qué, cada vez que
Cabranes habla del Señor, aunque él es fiel cristiano, parece que
se refiere a Júpiter.) Supo no ha mucho, por un periódico que
envolviendo queso llegóa sus manos, que yo era, en boca de muchos, lo
que se suele llamar precipitadamente... un crítico, y
la especie (así habla) le hizo mucha
gracia. Pero tal idea tiene de los tiempos y sus literaturas que, aun
crítico y todo, me cree más inocente que el cura, ignorando la
lengua del Lacio.
Hay en D. Mamerto la particular
perspicacia de los maníacos de su género, y a más cierta
malicia inofensiva y unos como conatos de humor satírico, que le
cría el mucho jugo de buen sentido que tiene en el fondo de su alma
aldeana, pero que le contienen, para que no crezcan demasiado, cierta
delicadeza instintiva y una bondad exquisita que yo he podido notar en algunos
tontos y locos.
En fin, es evidente que me trata con
protección, con algo de sorna... Y con todo no me ofende. Porque hay
algo en mí que él respeta muchísimo: un señorito; y
algo más, un hombre que ha llegado a numerario. Cabranes desprecia el
buen éxito por causa de los caminos que a él conducen; pero lo
venera en sus resultados. Sería rico y poderoso de buena gana. Pero...
no hay ya manera decente de llegar a serlo.
Eran las diez de la mañana: el
día estaba nublado, pero claro a su modo; el nordeste no mortificaba
mucho, picaba con cosquilleos; el maíz que asomaba en la tierra,
semejaba sobre los terrones recién movidos y algo mojados, muy morenos,
cruces verdes sembradas de diamantes y cosidas en manto de un pardo oscuro.
Cuando se visita a Cabranes, el mayor
obsequio que se le puede hacer es brindarle a salir pronto de su vivienda.
Bajamos a la llosa, y por su sendero, uno tras otro, comenzamos, paso a paso, a
tratar de mi asunto.
Trabajo me costó enterarle de
quién era
0,50 (cuya existencia no sospechaba,
según me dijo) y de mis relaciones, buenas y malas, con el tal.
-¿De modo, señor
mío, que ese caballero de la epístola en romance se encara con
vuesa merced y hasta le habla de paja y de grano, porque vuesa merced dijo de
él, luengo años ha, que no era más que medio poeta; como
se dice ahora, cincuenta céntimos de poeta?
-Eso es. Pero debo advertirle que
0,50 no es tonto...
-Eso ya lo veremos. Venga la
epístola. Detúvose en mitad del sendero D, Mamerto, estorbando el
tránsito de los labradores que a cada momento tenían que pasar
por allí. En pie, sin buscar más cómoda postura, con el
olvido de todo lo material en que caía siempre que atendía a
cosas de letras, leyó una vez, y después otra, sin decirme
palabra, sin comentario alguno, la epístola de
0,50; y cuando había concluido,
dobló el tomo que contenía los versos, lo metió debajo del
brazo, y siguió andando; y al fin exclamó:
-Vamos adelante.
Y no dijo más por lo pronto.
-¿Qué le parece, D.
Mamerto? pregunté yo después de salir de la llosa, al llegar al
suquero, donde segaba un hermano de
Cabranes hierba para el ganado. ¿Tenemos o no tenemos poeta?
-Vuesa merced, según acaba de
decirme en casa, querrá que contestemos a este señor de las
Hipocrenes de vecindad; y en verso también: pero aún el
hexámetro más relleno sería corto para contener, en menos
de mil versos, los disparates que se le hubieran de ir apuntando a este
profano, que así sabe español como el cura griego y yo de tocar
el flautín... No me interrumpa vuesa merced... el flautín, pues
bueno, si hemos de juzgar a este pájaro, a este
filomelo de las oscuras selvas del
romancismo, y hemos de juzgarlo
debidamente, para colgarle después del árbol a que lugar haya en
derecho que pido, necesario se es, con necesidad lógica, se entiende,
que le apliquemos primero el juicio sintético, como ahora se dice y no
está del todo mal dicho, y luego el analítico...
-Yo creo, señor D. Mamerto, que
lo mejor sería empezar por contestarle, y lo del juicio podría
venir después.
-Justo, y la lógica y el orden
y la proporción... que los parta un rayo. No, señor, lo primero
es el juicio sintético; sin contar con que pronto se acaba...; yo opino
que con decir que este señor no tiene idea de la mitología, ni de
la gramática, que es incongruente en los raciocinios, incoherente en los
juicios, y vago, impropio y a veces incorrecto en los conceptos, está
dicho todo, estamos al cabo de la síntesis. Pero, en fin, no digo que no
se le dé audiencia. Recapitule, recapitule vuesa merced lo que me tiene
dicho en favor de este poeta de la Hipocrene...
-Pues ya sabe usted que yo dije de
él algún día, mucho tiempo hace, acaso hoy ya no dijera
tanto bueno, que era el señor
0,50, después de los dos poetas
mayores que tenemos (no contando ya con el inmortal Zorrilla), lo menos malo
que nos quedaba; y entre otras muchas razones que en varios artículos
aducía y que no hay para qué repetir, venía a fundarme en
que el tal
0,50 manejaba con gallardía y
facilidad, y a veces con gracia y hasta, de tarde en tarde, mostrando vivo
sentimiento de lo bello, la rica forma de la poesía castellana; pero
como no pasaba de ahí, quedábase a la mitad en el camino de ser
poeta, porque le faltaba grandeza, profundidad, idea, originalidad, verdadera
invención, con otras muchas cosas, ausentes todas las cuales, no es
posible que tengamos poeta completo. Es para mí el buen
0,50 ejemplo vivo de los muchos perjuicios
que traen a los autores, a los poetas especialmente, las malas costumbres
literarias nuestras. El vulgo ignorante alaba la ignorancia y la frivolidad con
mucho gusto, y escoge por predilectos a los que dan en el
tole de tener una manía, un
tic como dicen por Francia, que es
fácil de manejar y que sirve mucho para, distinguirlos y darles una
apariencia de originalidad. Nuestro
0,50 encontró muy llano desde el
principio el camino de la fama; vio que la popularidad venía halagando
él pasiones vulgares, y las halagó; no se le ocurrió nunca
ponerse a aprender algo; sin ver que en nuestros días el poeta ignorante
sólo puede pasar si trae arracadas en las narices y lo enseñan al
pueblo en un
Jardín de Aclimatación; y
aún de éstos, resulta que no los hay.
-¡Cierto, cierto,
certísimo! gritó don Mamerto con grandes voces, tales, que con
ellas espantó una vaca que cerca pastaba. ¡Ahí le duele!...
Y si vuesa merced no lo toma a mal, aquí meteré yo la
cucharada.
-Métala usted sin miedo.
-Nuestros poetas españoles, y
éste de la epístola como el más pintado, a juzgar por lo
que aquí veo, piensan que el saber ocupa lugar; que la gramática
roba inspiración, la historia mata la fantasía y la
filosofía seca el sentimiento; y por eso son pocos, muy pocos, los que,
a fuerza de ingenio y jugo poético, logran distinguirse un poco y valer
algo y no desmerecer por completo ante lo que pasa en el mundo civilizado,
donde hay poetas que hacen pensar y sentir mucho más, y lo deben en gran
parte a que no ignoran tanto como los nuestros. Porque esto del saber no ha de
confundirse con la pedantería, ni siquiera con la ciencia
académica, ni con el prurito de deslumbrar a los demás o de
vencer en lides intelectuales; sino que el saber, tal como al poeta le
conviene, es un abrir más los ojos a la luz desparramada por todo el
universo, y penetrar en los abismos de las almas y en los de los cielos, y en
los más lejanos todavía de las hipótesis y los supuestos y
los barruntos racionales; sin contar con los dejos de adivinación, y el
olfatear lo misterioso, y presentir lo divino, y echar de menos, con el dolor y
con los ensueños, la felicidad absoluta que debe de ser el ambiente de
la plenitud de los tiempos y de las cosas.
En esto D. Mamerto, hablando
así, se había acercado poco a poco a la vaca huida, que
había saltado a la heredad de un vecino; y cogiéndola por el
collar de la esquila, la volvió a nuestro prado, y suavemente la rascaba
el testuz, mientras seguía diciendo, sin pensar en la vaca:
-Ignorar es no querer sentir, es cegar
de propio intento, es un suicidio de los ojos; y todos los hombres que se
tienen por
espirituales, como ustedes dicen, debieran
pasar la vida como los pocos que no tienen más constante y suerte anhelo
que el estudiar, el saber, que es un modo sublime de estar amando y de tener
esperanza y fe en el fondo oculto de la realidad misteriosa. ¡Que me diga
a mí, por ejemplo, este don Gerulo de los sonetos a domicilio, que es
él más poeta y tiene más inspiración, y va y viene
más veces al Helicón, que aquel señor delgadito,
pálido y afanoso que usted me enseñó en Madrid, cuando yo
fui a recoger mis papeles del malhadado concurso; aquel don Marcelino, que se
lo sabía todo, según pude colegir, y aún quería
enterarse de lo demás!-Pero, en fin, bueno que el sonetista no supiera
tanto como aquel ilustre joven, pero a lo menos... ¿por qué no
había de saber que en castellano no se puede decir
un manantial que el genio las
rehúsa,
queriendo decir
«que el genio las
niega?»
Porque ¿no sabe este
señor, que le quiere dejar a usted la paja, que
rehusar en español no se usa como en
francés, y que es un barbarismo atroz... «rehusar el
saludo...» en fin, rehusar por negar o no conceder? Pues no tenía
más que coger el Diccionario de la Academia, en la cual él quiere
tomar vela, por lo visto, y leería que rehusar es excusar, no querer o
no aceptar alguna cosa; y nada más que esto.
Y en llegando a esta ocasión,
D. Mamerto soltó la vaca, dejó de llamarme
vuesamerced por un rato (el
vuesamerced era un modo que él
tenía de mostrar confianza, indicando que empleaba el estilo familiar y
semijocoso), se sentó sobre las raíces de un roble muy viejo, y
abriendo el periódico que tenía bajo el brazo, por el lugar en
que estaba la epístola, prosiguió:
-Y déjeme ahora de
síntesis y consideraciones de pedagogía universal, y venga
acá; que de un buen análisis puede nacer la síntesis mejor
del mundo: si yo pruebo que el hombre que ha escrito estos versos escribe muy
mal, y no piensa ni mal ni bien, ¿qué necesidad hay de que usted
pruebe que no es tan entero poeta como él dice, o como un caballo padre
es entero en su género? Ya haremos después todas las reflexiones
generales que usted quiera, y además la respuesta que usted me pide;
pero ahora venga, lea conmigo y déjeme hablar...
- III -
-Así empieza la Epístola
de
0,50, prosiguió mi amigo:
-¿Conque medio poeta, don
Leopoldo?
¿conque la inspiración que
juzgué llama,
sólo
merece honores de rescoldo?
El rescoldo, ya lo ve usted, es un
ripio como una casa; lo que se podía oponer ahí a llama no es
rescoldo, y viceversa; y lo de
merece honores es un
prosaísmo inaguantable, porque
está tomado de la prosa de las etiquetas y de las vulgaridades
más superficiales y necias del trato social. Porque, si no quiere usted
entender así la frase, sino directamente, figúrese los honores
que se le hacen a un rescoldo... Y verá usted cómo se ríe
la
Parda (la vaca, que ya pastaba tranquila
sin miedo a los clásicos ni a los románticos, porque todo es
acostumbrarse).
-Y sigue el poeta:
-Tu sentencia es
atroz y al cielo clama,
Todo ripio, y ripio
atroz.
¿pero cuándo y por quién fuiste
elegido
cancerbero del templo de la Fama?
Aquí empieza ya la
Mitología de este ostrogodo. Parece ser que el templo de la Fama lo
guarda el Cancerbero, y que ahora ese Cancerbero quiere serlo usted.
¡Cancerbero en un templo... Y en el de la Fama, por más
señas! Estos
descuidos pueden permitírselo a un
principiante... de esos que lo han de dejar y ofrecen hacerse zapateros; pero a
un poeta reincidente no cabe perdonarle que no se fije en que una cosa es lo
que dice y otra lo que quiere decir.
Me doy, crítico insigne, por
vencido;
mas déjame apelar a aquellas nueve
que con harto dolor te han padecido.
Lo de crítico insigne,
tómelo usted a ironía; pero tómelo también a ripio
y cascote para llenar el verso. En cuanto a lo de darse por vencido y apelar...
allá los jurisconsultos. Lo del
te han padecido, podrá ser un
chiste; pero antes es una falta de gramática.
La imagen del
reló de la poesía es digna
del mismísimo London, el fabricante de cronómetros. Lo que
hacía falta que señalase el reló de la poesía, es
el sentido de la cláusula. ¿El abandono y el desprecio de
quién? ¿Quién abandona a quién?
-Lo que
0,50 querrá preguntar, apunté
yo, es si soy de los que opinan que
la poesía está llamada a
desaparecer.
-Pues eso no se pregunta
así.
-Ya lo veo.
-Prosigo. Después de decir que
es un absurdo asegurar que él es medio poeta, dice
0,50:
Se puede ser a medias literato,
bolsista, espadachín, cantante, rico,
ingeniero
rural, senador
nato;
cuanto va de lo grande hasta lo chico...
Cada una de estas carreras civiles y
militares es aquí un ripio; haciendo versos así se puede estar
toda la vida; para ejemplos, son demasiados; para enumeración de lo que
se puede ser a medias en el mundo, es demasiado poco. En cuanto al ingeniero
rural tiene mucha más gracia de la
que puede imaginar este señor poeta, que, por lo que barrunto, es en el
fondo un hombre sosón y que tarda en enterarse de lo ridículo;
defecto gravísimo en las letras, de toda época muy civilizada, en
la cual el que no corre, vuela. El senador
nato debe de ser, o la
nata de los senadores, o el senador
vitalicio, o nada: esto es lo más probable. En cuanto al orden de la
gradación no va de
lo grande hasta lo chico, a no ser que lo
mejor que se pueda ser sea literato, y después bolsista, y lo peor y
más chico, senador nato.
Medio poeta, ni existió
ninguno,
ni has de probarlo, aunque te vuelvas mico.
-Ante todo, señor
0,50, eso de volverse mico no merece que se
diga en tercetos, aunque sean tan malos como los de vuesa merced; y
además, nótese que si medio poeta no existió ninguno,
sobra el añadir que
ni se ha de probar que existió.
¡Claro! Esto pudo pasar dicho antes, pero después de lo otro,
no.
Don Mamerto se puso en pie, y
mirándome con ojo zahorí, dijo, áspera la voz:
-Ahora viene lo de la paja. ¡Ah,
y lo de llamarlo a usted poeta detestable! Aquí, a lo menos, no hay
ripios. Esto está bien claro.
-Más vale así.
Pero, en seguida, vuelta a
disparatar:
Versificar es cómodo y es
llano.
El poeta no dice aquí lo que
quiere, y aun lo que quería decir era disparatado. Quería decir
que el versificar es cosa fácil y al alcance de cualquiera, lo cual no
es cierto, a no ser que se sobrentienda versificar mal, y aún así
tampoco todos saben. Versificar bien es una habilidad difícil; supone
muchas cualidades que tienen pocos; porque no es hacer buenos versos
escribirlos llenos de ripios como los que tengo entre manos. Pero dejando esto,
lo que
0,50 dice es: «versificar es
cómodo,» cómodo ¿para qué? ¿qué
comodidad le viene a nadie de escribir versos?
0,50 llega en su lenguaje familiar a ese
grado extremo, ilícito en literatura, en que el que habla ya no se cuida
siquiera de la propiedad de la palabra.
Ser poeta es ser nada y serlo todo,
materia y creador, larva y gusano.
«Nada y todo» es una
antítesis, buena como antítesis. «Nada... todo» no
cabe mayor oposición: pero ¡larva y gusano!... este señor
poeta no sabe lo que son gusanos ni lo que son larvas. Vea el Diccionario,
aunque otra cosa no sea; v. gr.
gusano de seda, la
larva que... etc, etc.
En cuanto al fondo del conceptillo, es
falso, hinchado y vulgarísimo en su hinchazón y falsedad. Que el
poeta lo sea todo, nadie lo pretende, aunque todos debiéramos estar
conformes en que debe ser un poco instruidito. Y que el poeta sea nada,
¿quién lo prueba?
Ahora viene la apología de los
holgazanes. Pero no; antes dice que el poeta ha de volar con tal suerte y de
tal modo
que ni rocen las alas en el cielo,
ni deje el pie su huella sobre el lodo.
La teoría de este hombre es no
tocar ni el cielo ni la tierra, la poesía-Garibay, como si
dijéramos;-¿por qué no ha de llegar al cielo el poeta?
¿por qué no ha de, tocar la tierra (no el lodo precisamente)?
¿Cree usted que la poesía es la navegación
aérea?
Aquel de torpe y trabajoso vuelo
que al
yunque de la Fama
noche y día
vive amarrado, en
perdurable anhelo,
Los yunques no son para hacer oficio
de amarras, y además esas figurillas no se entienden, porque la Fama no
tiene yunque, y lo que quiso usted decir, por lo que se ve luego, es el yunque
del trabajo, el yunque de la composición artística, de cualquier
cosa menos de la Fama... Pues bien: ése, el del yunque,
de sabio alcanzará la nombradía
primero que de artista y de poeta.
Prescindiendo de que no sería
malo pasar por sabio primero, y después por artista, al esclavo de la
Fama nadie le llama sabio; y muchos poetas y artistas de los mejores han vivido
amarrados al yunque... del trabajo (al de
la Fama, no; es claro, porque eso es un disparate).
Concebir sin dolor, eso es
poesía.
Al leer esto, Cabranes soltó el
trapo, y su carcajada resonó en el castañar de enfrente. La vaca
levantó la cabeza dejó de pastar por un rato, y parecía
pensar: -Quiere decirse, que si aquí no ha de haber formalidad, yo me
voy a tomar las once a otra parte.-
-Concebir sin dolor, eso es poesía.
prosiguió D. Mamerto. ¡Y
qué hueco se habrá quedado después de soltar este
epifonema el grandísimo zampatortas! Para concebir sin dolor no se
necesita ser la poesía, ni la Inmaculada Concepción; concebir sin
dolor lo hace cualquiera. Lo que hizo la Virgen fue ser concebida... sin pecado
original, y lo que hizo sin dolor... fue parir. -Por esta confusión
dogmática, el poeta, que no es buen cristiano a lo que huelo, le echa a
la poesía el milagrazo de concebir sin dolor. Oye,
Parda: ¿no es verdad que tú
también sabes concebir sin dolor?
Sería casualidad; pero la vaca
dijo que si con la esquila, y decididamente se fue a pastar tres pasos
más adelante.
-Y dejando la barbaridad literal, y
viniendo a lo que
0,50 ha querido decir, ¿habrá
mayor absurdo, más falsa idea del arte y de la psicología
estética? Este poetilla cree que la gracia del artista consiste en
improvisar, en hacer versos como quien hace cucharas y mangos para otras;
piensa que el colmo de la inspiración es escribir con la
fácil facilidad con que escribe
cualquier gacetillero en verso o en prosa; él, por ejemplo. En el
concebir del poeta hay muchas veces dolor;
como que del dolor se engendra muchas veces, como Goëthe nos lo
enseñó hermosamente; pero donde el dolor es casi seguro es en el
dar a luz, en el producir, que era lo que quería dar a entender
0,50.
Algunos grandes escritores y poetas,
como el Tasso y Flaubert, v. gr., son ejemplos del dolor que llega. a la
locura, en el parir de los artistas...
Después viene el pintar la
fuente Hipocrene como fuente de vecindad (¡ah, bárbaro!), y
suponerle un casto y un pilón, y sólo le faltaba añadir
una inscripción que dijera: «Rege Carolo III.»
Ahora leo:
Vates de cinco décimas al
año;
y todo esto y lo que sigue, o mucho me
engaño, o va con D. Gaspar Núñez de Arce, a quien
0,50 debe de tener grandísima
envidia. Y hará bien; pero no sólo debe envidiarle el primor y
cierta grandeza y profundidad de la poesía, sino eso de escribir pocos
versos; ¡gran ocasión para librarse de ripios!
Llega aquí lo del
manantial:
que el genio les
rehúsa,
por les niega; y habla después
de
[...] la corriente
ignota
que el páramo que inunda fertiliza
y refresca el desierto donde
brota...
La corriente... ¡ignota!...
Ignota, ¿por qué? Y primero fertiliza el páramo, y
después de esta hazaña... va y
brota en el desierto, y lo refresca...
¡y
0,50 tan fresco!
Estas
locas fantasías, que tan patas
arriba y tan al revés del curso natural de las cosas describen la
realidad que fingen estar viendo, prueban con estos dislates que ellas no ven
imágenes del mundo, sino ripios, palabras de conserva, para ir matando
el hambre de los endecasílabos, o lo que sean.
El poeta que nos da una
descripción, o, una alegoría, o cualquier imagen pintoresca
saltando al orden del Universo, no sólo demuestra que no sabe
retórica, sino que no es tal poeta, que- no ve lo que dice ver, que es
un hablador sin sustancia, y esto es lo más grave.
No daña a una beldad el ser
rolliza;
ni jamás de la esposa complaciente
ganó el premio ramera antojadiza.
¿Qué tiene que ver el
primer verso con los otros dos? ¿Y quién entiende lo que en esos
dos se quiere decir? Que puede ser guapa una mujer gorda, corriente; eso va, en
gustos, y está claro. Pero lo otro, ¿a qué viene en
seguida? ¿Y qué quiere decir? Aquí se rinde mi
exégesis. No entiendo al poeta. Esto pertenece al esoterismo de la
poesía sin sentido, la del ripio por el ripio.
La inspiración, hermana del
torrente...
Imagen cursi en segundo grado de
consanguinidad.
debe tener del lago lo profundo,
(Suponiendo que se trata de un lago
profundo.)
lo terso, lo
ideal, lo transparente,
No sé si los lagos son tersos a
todas horas, ni si son todos
ideales; pero lo que es
transparentes...
pero lo inmóvil no; todo en el mundo
a la ley de la vida está sujeto,
y es más hermoso cuanto más
fecundo.
-¡Bravo, bravo! gritó D.
Mamerto en leyendo esto. Ven acá,
Parda, a ver si tú te enteras de
todas las incongruencias y pensamientos falsos que hay en estos pocos
versos.
Y Cabranes se fue a la vaca y la
cogió por los cuernos, y como si tratara de convencerla, le fue
diciendo:
-Vamos por partes. Tenemos, que la,
inspiración debe ser como el lago en todo, menos en lo inmóvil.
Luego el lago es inmóvil. ¿Y por qué no debe ser
inmóvil la inspiración? Porque
[...] todo en el mundo
a la ley de la vida está sujeto.
Pues si todo está sujeto a esa
ley, también estará sujeto el lago... que es de este mundo; luego
no se diferenciarán en esto el lago y la inspiración, que
obedecerán a la misma ley universal. Por supuesto que aquí hay
que sobrentender que la
ley de la vida es sinónima del
movimiento. Tal como lo dice, no parece sino que los lagos, por
excepción, no están sujetos a la ley de la vida, y por eso son o
están inmóviles, y no se parecen en esto a la
inspiración...
y es más hermoso cuanto más
fecundo.
Pero la fecundidad, ¿es
también lo mismo que la ley de la vida y que el movimiento? El ser
fecundo, ¿es ley de toda vida? Y la hermosura, ¿depende de la
fecundidad? Por eso la Laura del Petrarca le parecía tan guapa a su
poeta. ¡Tanto, según dicen, había parido ella! Esto, por lo
menos, es napoleónico: «¡La mejor mujer... la que más
pare!»
Aquí, donde hay prurito
chabacano,
que a Góngora imitando en sus deslices,
tortura la verdad y el castellano.
Prurito... ¿de qué?
Chabacano, ¿por qué, si lo que hace es imitar a Góngora en
sus deslices, que supongo que serán sus versos cultos? Eso será
malo, prueba de decadencia; pero chabacano, ¿por qué?
Donde, en vez de conejos y perdices,
hay quien sabe cazar a maravilla
pensamientos vulgares o felices;
Perdonando los dos versos primeros, en
que los conejos y las perdices y la maravilla son puro ripio, en el tercero se
ve clara la intención de aludir a Campoamor, como antes se había
aludido a Núñez de Arce. Por lo visto, el señor
0,50 querría quedarse solo.
¿Merece le escatimen una
silla
el que lleva ocho lustros muy cumplidos
escribiendo en la lengua de Castilla?
Dénle, dénle la silla
metropolitana de Toledo; que con memoriales así han de ablandarse las
piedras, que no ya los críticos. Ya lo oyen ustedes, señores
(aquí D. Mamerto se dirige a mí y a la
Parda): a consecuencia de que hay quien
caza pensamientos ajenos, debe dársele a éste una
silla... porque hace ocho lustros que
escribe
rehusar por
negar, lo cual llama él escribir en
castellano. Pero-... ¿y qué silla es esa que pide? Que se
explique, y se proveerá.
-Yo creo, D. Mamerto, que lo que
quiere es ser académico.
-¡Oh!. Pues eso bien lo
merece.
-¡Figúrese usted!
-Prosigo, para acabar pronto:
Y tal pusimos todos a Talía,
que a no llevar sandalias y careta
ni Apolo por mujer la tomaría.
Aquí se supone que Apolo,
gracias a llevar Talía sandalias y careta, la toma por mujer, o por lo
menos no tiene inconveniente en tomarla; es decir, en casarse con ella. Apolo,
casándose con Talía, comete un incesto, pues hasta los
niños saben que Talía y Apolo son hermanos de padre: al dios
Apolo lo tuvo Júpiter, o Zeos, o Zeus, de Latô, o Latona, y a
Talía la tuvo Zeos de Mnemosina.
-Pero, Sr. Cabranes, también el
robusto hijo de Júpiter y Alcmena se casó con Hebé su
hermana consanguínea, hija de Zeos y dé Heré, o Hera, o
Juno...
-Pero eso nos lo cuenta Hesiodo, que
sus razones tendría para asegurarlo; mas el señor
0,50 no está facultado para suponer
incestos en el Olimpo. Sin contar con que, en rigor, y tomándolo por lo
espiritual, Apolo, más que hermano, era padre adoptivo de las Musas; y
así, con profundo sentido, en la
Adjunta al Parnaso, Apolo mismo llama a las
Musas
mis hijas, en la carta que entregó a
Cervantes don Pancracio de Roncesvalles.
Y sigue el poeta, después de
decir que él acaso no ha injuriado a Talía:
Yo soy así, Leopoldo; tras un
chiste
una sentencia...
Basta que usted lo diga. ¡Y que
no es usted modesto, compadre! ¿Conque tras un chiste una sentencia?
Pues mire usted, ya que se alaba, le diremos que
ni vuela como el sacre,
ni corre como el galgo;
que, en punto a chistes, nadie le ha
tomado, por el autor de
La Visita de los mismos; que en punto a, lo
otro, no le han de llamar el «Maestro de las Sentencias».
[...] tras el ceño airado,
la risa loca o el suspiro triste.
¡Pero este hombre no sabe que
todos tenemos nuestras murrias, y que el estar unas veces alegre y otras
aburrido no es un mérito, ni lo da a nadie el título de
poeta!...
Última copla, y con su
anfibología correspondiente, que no podía faltar:
¿Es que nacer poeta es un pecado?
Debe advertirse que esta salida no
tiene nada que ver, con lo que el autor venía diciendo:
¿Es que nacer poeta es un pecado?
De su deleite apuraré la copa...
¿De quién o de
qué es el deleite? ¿El deleite de ser poeta? ¿El deleite
del pecado?... Y... ya no hay más, a no ser llamarle a usted
clarín desafinado; y en esto tampoco hay ripio, y acaso haya justicia;
eso, allá ustedes. Y se acabó el análisis. Ahora bien;
tengo derecho a decir que a un hombre que escribe así... no hace falta
contestarle. Pero se le debe contestar, por la fama que tiene, según
usted asegura.
- IV -
-Sí, D. Mamerto; no sólo
tiene fama, sino que, relativamente, la merece. Esa epístola que usted
acaba de examinar es de lo peorcito que ha escrito
0,50. Generalmente, aunque no sale de lo
vulgar en los pensamientos, de los lugares comunes, y no de los más
altos, en la forma y el lenguaje poético suele acertar; y es más,
algunas veces ha escrito con sentimiento y gracia verdaderos, hablando de sus
desengaños y de los consuelos domésticos, tal como el afecto de
sus hijos. Y si he de decirle a usted todo lo que siento, añadiré
que me consta, por una casualidad, que es un padrazo, un hombre
cariñosísimo con su prole. Yo viví en una fonda tabique en
medio con él y sus hijos, y sin poder evitarlo, oía o
colegía frases, escenas, sentimientos, géneros de relaciones, que
me demostraban que era
0,50 uno de esos padres que sientan como
primer principio de educación querer mucho, mucho, pero mucho a los
hijos; lo cual, según ciertos pedagogos eunucos, es echar a perder la
familia; como si todas las ventajas que lo puedan venir a uno en la aporreada
vida, no siendo un bigardo, de haber sido educado con poco amor, valieran la
felicidad que a un inocente proporciona un padre, que sabe amar de veras.
Los versos en que
0,50 habla del amor de sus hijos, suelen
ser hermosos...
-¡Ta, ta, ta... señor
mío! ¿y lo de la paja? ¿Recuerda usted que este
señor?...
-Sí, sí, ya recuerdo. Y
por eso vengo a que usted me escriba una epístola en
contestación...
-Es que yo no me rebajo a escribir
endecasílabos en el romance de los
patos del aguachirle castellana,
para no levantar ronchas. Yo, como buen
latinista, creo que el castellano sólo sirve para decir las cosas
claras; si no sirviera para decir verdades como puños, más
valdría olvidarlo... Yo, si escribo la epístola, he de echarle
mostaza...
Dice usted que ese hombre ha hecho
algo bueno... ¿Esta él seguro de que todos los versos que usted
ha escrito son malos? Pues yo tampoco he leído los de él, y desde
luego doy por hecho que no es más que autor de esos sonetos y
demás coplas que usted mismo le censura... En la poesía,
señor hidalgo, son pocos los que dicen precisamente lo que quieren, ni
más ni menos: hay ripios de ideas como los hay de palabras. En la
epístola de
0,50 se ve que a veces se le va la pluma,
sin saberlo él mismo. Pues haremos otro tanto. Sacrificaré la
exactitud y la justicia consiguiente a lo que me parezca la expresión
más gráfica y rotunda. En fin, el terceto satírico pide
pimienta... ¡Y, sobre todo, déjeme usted a mí!
D. Mamerto empezó a pasearse
por el prado, impaciente, nervioso... También a él se le paseaba
la musa por el cuerpo. Lo dejé solo. Con la mano me saludó de
lejos y se perdió por la pomarada adelante, entre las viejas
cañas de los manzanos, cubiertos de plantas parásitas, como
venerables ruinas.
- V -
Por la noche se presentó en mi
casa y me leyó la epístola que ustedes habrán visto
más atrás, y que yo publico como mía. Discutimos su
proyecto de, contestación y algo se
modificó, gracias a mi energía; pero la suya es mayor, y fue
más lo que quedó, como él quiso.
Transigió tan sólo con
que mezclara con sus sequedades, que él juzgó clásicas,
algunos conceptos que llama panteístas y románticos. Lo de mi
grandísimo amor a la naturaleza le parecía imposible; pero cuando
yo le confesé que, lo que se llama llorar, no he llorado nunca, a lo
menos que yo recuerde, contemplando el misterio de la vida; se sonrió y
no tuvo inconveniente en poner lo de las lagrimas; porque desde el momento en
que eran cosa de retórica, podían pasar; y lágrimas
había también en las églogas clásicas, aunque por
distintos motivos.
Yo quise que él cediera en los
apóstrofes rudos que le dirige al poeta a
0,50, particularmente en lo que
atañe a los versos que copia de Cervantes y que son exagerados
aplicándoselos a
0,50.
Pero a todo esto contestaba Cabranes,
colocando la manaza delante del manuscrito, como para salvarlo, y
decía:
-¡Ahí no se me toque!...
Ni esos tercetos se pueden desenredar, quiero decir, que ni esos tercetos
pueden combinarse de otro modo... ni usted está en el caso de ser
más blando.
¡Acuérdese de aquello de
la paja!...
En fin, que no hubo modo de reducirle:
y allá va la epístola, tal como él quiso; salvo lo del
amor a la naturaleza, que don Mamerto Cabranes no puede consentir, en
conciencia, que se diga que es cosa suya.
Ignoro el valor literario de la
epístola que doy como mía; a mí me parece entre mala y
mediana; creo que D. Mamerto, a pesar de que él asegura que no hay nada
más aborrecible en el mundo que el abuso de las sinalefas y de las
diéresis, y que él riñó para siempre con cierto
amigo de las aulas, porque abusaba de las licencias prosódicas
permitidas a los poetas; digo que a pesar de esto, creo que Cabranes abusa
también de los versos elásticos, que unas veces hay que encoger y
otras que estirar, para que suenen medianamente.
Mas, por lo que respecta al precio, en
el mercado de nuestras transacciones, estoy seguro de que la epístola
que copio más atrás, me costó diez duros.
Y desde aquí, desde mi ventana,
los veo; los veo convertidos en cuatro lechones que el hermano de D. Mamerto
compró ayer lunes en el mercado de Avilés; pagándolos no
mal pagados, según están las cosas, a 50 reales por cabeza.
-¡Pobrecillos! Aunque D. Mamerto maldiga mis enternecimientos ante las
cosas vivas o inertes de la naturaleza, no puedo menos de pensar con pena que a
ellos, sin culpa suya, los han arrancado, sino del regazo, del seno materno,
privándolos de una lactancia a que tenían perfecto derecho, si es
verdad que la justicia se ha inventado para que los seres cumplan con sus
fines. ¡Y vean ustedes! Si al señor
0,50 no se le hubiera ocurrido lo de la
paja, como dice Cabranes, a estas horas, esos... angelitos (en su
género) no estarían acaso tan lejos de la secunda matrona, que
cubrió de fijo -un potentísimo verraco, que a su modo
sería un gran poeta, por aquello de
que es más hermoso, cuando más
fecundo...
¡Anda, anda, y cómo
chillan los lechones de los Cabranes!... Si desde aquí se oyen los
destemplados gruñidos... ¡Cómo le estarán poniendo
el tímpano a D. Mamerto, con ese concierto de hiatas, sinalefas,
diéresis y cien mil vituperables cacofonías!...