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1

Valera, Juan, Obras completas. Aguilar, Madrid, 1942, t. II, p. 10 b.

 

2

Cf. O. C., II, cit., pp. 1169-1238.

 

3

Sobre la elaboración del pensamiento estético de Valera me remito a los estudios ya clásicos de P. Santacruz, «Ensayo sobre las ideas estéticas de don Juan Valera», Boletín de la Real Academia de Córdoba. XVI (1945), pp. 167-195; Jean Krynen, L'Esthétique de Juan Valera, Salamanca, Acta Salmanticensia, 1946, y Manuel Olguin, «Juan Valera's theory for art's sake», Modern Language Forum. XXV (1950), pp. 24-34; matizados últimamente por los trabajos de García Cruz, Arturo, Ideología y vivencias en la obra de Juan Valera. Salamanca, Universidad, 1978; Fernando Valera Iglesias, «El escepticismo filosófico de Juan Valera», Anales de Literatura Española (Universidad de Alicante), 5 (1986-1987), pp. 533-558, y Adolfo Sotelo Vázquez (éste, en su vertiente política), «La crisis de la conciencia liberal: el hegelianismo a medias de don Juan Valera», España Contemporánea, II, núm. 4 (1989), pp. 81-100.

 

4

O. C., II, cit., p. 19 a.

 

5

Ibid., p. 19 a.

 

6

Miralles, Enrique, «Galdós y el naturalismo», Ínsula. Núm. 514 (octubre, 1989), pp. 15-16.

 

7

O. C., II, cit., p. 17 a.

 

8

Valera, Juan, Morsamor. Ed. J. B. Avalle-Arce, Labor, Barcelona, 1970, p. 228. Sobre este arquetipo, extraído del Kama-sutra, y al que alude por primera vez en Garuda o la cigüeña blanca, escribió Valera un jugoso artículo, «Algo sobre la padmini», El Heraldo de Madrid, 20 de febrero 1898 (reimpr. en Garuda y la cigüeña blanca y la Padmini, Tello, Madrid, 1902, pp. 123-141; en Obras completas. T. XLVI, Miscelánea, vol. II, Alemana, Madrid, 1917, pp. 69-79, y en O. C., Aguilar, Madrid, 111, pp. 625-629). En él define a la padmini como el «conjunto, cifra y resumen de todas las perfecciones y excelencias».

 

9

Algunas de las antítesis que menciono a continuación ya han sido observadas por Germán Gullón en su lúcido estudio sobre la estructura de la novela, El narrador en la novela del siglo XIX. Taurus, Madrid, 1976, pp. 155-173.

 

10

No deja de sorprender que una novela de factura tan conservadora como ésta, presente, sin embargo, tantas innovaciones en el tratamiento del tiempo. Ya G. Gullón (ob. cit., pp. 161-163) anota rápidamente algunas de sus particularidades. Cabe señalar, en apretado resumen, la combinación de tres ejes temporales: dos de la historia (correspondientes a los transcursos existenciales de fray Miguel de Zuheros y de Morsamor) y un tercero del discurso (en el que se instala el autor). El presente de la historia, que abre y cierra la obra en una estructura circular, incorpora en su seno la ficción protagonizada por Morsamor con el desarrollo de un tiempo imaginario (o si se prefiere, psicológico), carente de duración real en la medida temporal de la existencia de fray Miguel. Estos dos ejes, a su vez, se entrecruzan, pues en la vida del apócrifo Morsamor se alude al pasado del auténtico fray Miguel. Y ambas coordenadas se conjugan a su vez en la doble dirección, prospectiva y retrospectiva, con el presente del autor (véase, por ej., el pasaje de la conversación entre Morsamor y Sankaracharia, II, XXXI-XXXIV). Esto aparte de los intencionados anacronismos, como el que el héroe se anticipe a Camoens, en su retiro en la gruta de los cercanos cerros de Macao, y a Magallanes, en su proeza de circunnavegar el planeta.

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