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ArribaAbajoGaldós en Santander210

Theodore A. Sackett


Últimamente ha aparecido un libro galdosiano de tanta importancia que la ordinaria reseña de libro no es suficiente. Se ha ido comentando durante los últimos años que uno de los elementos más necesarios para la seria investigación crítica de la extensa obra de don Benito es una biografía completa y verídica. La nueva biografía de Benito Madariaga sólo pretende cubrir los años de actividad galdosiana desde la geografía de sus estancias anuales en Santander. Pero como esos veranos incluyen prácticamente toda su vida creadora, desde 1871 hasta 1917, lo revelado es extenso y significativo. De hecho, muchas de las lagunas en nuestro conocimiento de la vida particular de Galdós, de la extensión y naturaleza de sus amistades y relaciones profesionales, de las condiciones en que trabajaba y, sobre todo, de la historia de sus actividades políticas en el ocaso de su vida, se llenan aquí.

Joaquín Casalduero, maestro de los galdosistas, comenta en el prólogo una de las aportaciones más importantes del nuevo libro, las nuevas iluminaciones sobre la gran significación que el teatro tuvo para Galdós en la segunda mitad de su carrera literaria. También nos da una útil y necesaria advertencia con respecto a la considerable atracción que el socialismo español tiene para don Benito en su vejez:

Dará todo su apoyo al socialismo, aun más, verá claramente en este partido la fuerza del porvenir, confiesa que él no puede, burgués que es, formar en las filas del socialismo; sólo puede reconocer y testimoniar la incapacidad y agotamiento de la burguesía (en España clase media) y el futuro triunfante para el tercer estado.


(p. 13)                


El libro consta de XVIII capítulos de varia extensión, sobre múltiples aspectos de las estancias veraniegas de Galdós en Santander, sus actividades allí y las relaciones humanas que establece en la Montaña. El capítulo I, «Panorama de una época» (pp. 23-46), a pesar de cierto orden caótico en los datos, es una visión muy extensa de la historia, economía y cultura de la región. El capítulo II, «El encuentro de dos novelistas» (pp. 47-52), traza la amistad entre Galdós y Pereda desde el primer viaje de aquél a Santander en 1871. Este le sirve de cicerone en los recorridos de la provincia y Santander es el puerto de partida para los viajes que Galdós hace al extranjero (Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Alemania). De paso se identifica la temprana narración, La sombra, como cuento largo (p. 50), lo cual es discutible.   —128→   «Semblanza de Pérez Galdós» (pp. 53-62), el capítulo III, parece fuera de orden, ya que al parecer tendría más sentido presentarlo antes de la sección sobre la amistad con Pereda.

Uno de los capítulos más interesantes es el IV, «Los familiares y acompañantes del escritor» (pp. 63-69), donde Madariaga explora la relación de la cuñada de don Benito, doña Magdalena Hurtado de Mendoza, con la doña Trinidad de Tristana; habla del amigo taurino «Machaquito», cuya hija Rafaelita, cordobesa, acompaña al escritor a sus ensayos teatrales (p. 66); y describe también a los diferentes empleados del novelista. Pero más revelador de nueva información biográfica es el V, «Los amores de Galdós» (pp. 71-97), uno de los capítulos más extensos. Presenta datos sobre Juanita Lund, posible modelo para Gloria; Emilia Pardo Bazán, amante y animadora del teatro galdosiano; Concha-Ruth Morell, «la hebrea de Galdós» con sus numerosas semejanzas biográficas con Tristana (p. 77), mostrando indudables coincidencias entre el lenguaje amoroso de su epistolario y el lenguaje de amor en la novela Tristana estudiado magistralmente por Gonzalo Sobejano, y también las semejanzas que tiene con el personaje Electra. Pero al describir el desenlace de la novela Tristana, ignora por completo la importante dimensión irónica (p. 86). Otra amante posterior es Lorenza Cobián, la madre de María Pérez Galdós, identificada con la Leré de Ángel Guerra. Finalmente, presenta al último amor de Galdós, Teodosia Gandarias, quien lee sus guiones, manuscritos y pruebas, y a quien escribe de sus últimos proyectos dramáticos en su epistolario (p. 91). De paso, se indica la creencia equivocada de que La razón de la sinrazón sea una obra teatral (p. 95).

En el capítulo VI, «Las tertulias del viejo Santander» (pp. 99-123), revela que muchos de los famosos actores galdosianos asisten a las tertulias de San Quintín, como María Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza y Margarita Xirgu. También vienen allí escritores amigos de su teatro como «Azorín», Ricardo León y el interesante dramaturgo-médico, el Dr. Enrique Diego Madrazo, «el Dr. dramazo», probable fuente para Guillermo Bruno en Amor y ciencia, más que Santiago Ramón y Cajal, en quien se suele pensar (p. 119).

El capítulo VII, «Cuarenta leguas por Cantabria» (pp. 125-31), sobre los viajes galdosianos por la provincia de Santander, nuevamente parece fuera de orden con respecto a otros capítulos anteriores, como el II sobre Pereda. Pero se revela aquí al Galdós descubridor turístico del antiguo pueblo de Santillana del Mar (p. 126) y aparecen nuevos datos sobre la inspiración geográfica para elementos de novelas como Gloria, Marianela, El amigo Manso y Nazarín (pp. 129-30).

El capítulo VIII sobre «Gloria o la intolerancia religiosa» (pp. 133-48), añade poco a lo ya conocido en estudios de Pattison, Casalduero y otros. Sin embargo, hay algunas intuiciones nuevas de interés, como la relación con su amante Concha-Ruth Morell y su interés en los judíos (p. 140). «La finca de 'San Quintín'», (pp. 149-60) capítulo IX, hace resaltar la relación entre la construcción de su casa veraniega y los ingresos que producían sus primeros éxitos teatrales (p. 154).

Muy significativa es la nueva información revelada en el capítulo X, «Los acontecimientos de 1893» (pp. 160-75), donde Madariaga explica como la   —129→   casual visita de un periodista santanderino, «Pedro Sánchez», a San Quintín, y el artículo que escribió con ocasión del homenaje organizado en honor de Galdós después del estreno de La loca de la casa, dio comienzo a una campaña contra Galdós por parte de la derecha que no acabaría aún después de la muerte del escritor. El periodista había observado en su casa santanderina una mascarilla de Voltaire, un drama de Ibsen y el libro titulado El socialismo contemporáneo de Lavelay. Al describirlos en su artículo publicado en La Atalaya de Santander, se desató una guerra con reaccionarios como el padre Conrado Muiños, y desde entonces, sus enemigos tradicionales silenciaron sus éxitos y pregonaron sin piedad sus fracasos teatrales (p. 167).

El capítulo XI, «Aventura y desventura de dos académicos» (pp. 177-91), traza la amistad a veces difícil entre Galdós y Marcelino Menéndez y Pelayo. Documenta los detalles avergonzantes de la manera en que los académicos conservadores impidieron la aceptación de Galdós como académico por varios años, favoreciendo a individuos mediocres que compartían sus credos conservadores.

«La electrización de Electra» (pp. 193-204), el capítulo XII, aunque no es un estudio tan riguroso como los de Inman Fox, Blanquat o Catena sobre el mismo tema, es complementario a lo explicado en el capítulo X sobre la campaña de los conservadores en contra de Galdós escritor. Después de la politización que resultó del estreno tumultuoso del drama, los enemigos ideológicos no darían tregua nunca a Galdós en sus ataques. También se revela cómo, mediante las giras provincianas, Electra convierte a Galdós en figura política y su teatro en fenómeno popular, con manifestaciones públicas, cantos de himnos revolucionarios y muchas veces, con la intervención de las autoridades de orden público (p. 199).

Pero el capítulo quizás más sorprendente y revelador es el XIII, sobre las «Actividades políticas» (pp. 205-42), uno de los más extensos del libro. Aquí y en el apéndice, donde se publican por primera vez los textos de muchos de los discursos políticos de Galdós, vemos, mediante datos concretos, la estrecha relación que hay entre la dedicación del escritor al teatro en la última parte de su carrera y su progresiva radicalización en materia política. Madariaga logra despejar muchos errores biográficos en relación con este tema, especialmente la idea de que otros le escribieran los discursos políticos y que su paso por la política fuera «fugaz e indeliberado» como afirma Rodríguez Battlori (p. 205). Vemos en las cartas de Joaquín Costa que desde 1901 le anima a llevar al teatro y a la novela soluciones a la crisis nacional (p. 211). Su intento de hacer lo que le piden se ve en el artículo «Soñemos, alma, soñemos» de 1903, reproducido en el apéndice (pp. 313-15), y en dramas como Alma y vida, Mariucha y otros, donde satiriza el caciquismo español. Son muy importantes los datos revelados sobre sus relaciones políticas con escritores y figuras públicas como Joaquín Dicenta (p. 225), Pablo Iglesias y Rodrigo Soriano (p. 227). En 1910, en El Cantábrico, tras su último desengaño con la ineficacia de su partido republicano, afirma su intención de apoyar al partido socialista de Pablo Iglesias, «lo único serio, disciplinado, admirable que hay en la España política» (p. 230).

En el XIV, «La contienda por el Premio Nobel» (pp. 242-50), se revela cómo a causa de los acontecimientos presentados antes en los capítulos X   —130→   y XII, el liberalismo galdosiano había enajenado a un gran sector conservador de los intelectuales y políticos, los cuales hicieron que fracasaran los intentos de conseguir el Premio Nobel en Literatura para Galdós (véase especialmente p. 245).

En el capítulo XV, «Marianela, la novela idilio con reivindicaciones sociales» (251-59), encontramos nuevamente material que parece fuera de orden. Debería venir en un capítulo cercano a los que tratan la temprana época de los viajes por la provincia de Santander o el material sobre Gloria. Quizás se coloca aquí para reflejar la importancia que tuvo para Galdós en sus últimos años la adaptación teatral de Marianela por los hermanos Álvarez Quintero. De todas maneras, es interesante la información sobre las giras por provincias en que Galdós fue acompañado por su lazarillo, Margarita Xirgu, y su teatro llegó a constituir un verdadero «fenómeno popular». Raro, en cambio, es el hecho de que a pesar de la colaboración de su prologuista, Joaquín Casalduero, en el análisis que nos da Madariaga del sentido literario de la novela Marianela, ignora por completo la clásica interpretación «positivista» de don Joaquín (p. 254).

El XIV, «Binomio de convivencia» (pp. 261-79), viene a repetir mucho de lo presentado en los anteriores capítulos sobre Pereda y Menéndez Pelayo, destacando nuevamente la extraña tolerancia y convivencia que existía entre hombres tan distintos. En los últimos dos capítulos, XVII «Enfermedad y muerte» (pp. 281-91) y XVIII «La proyectada Casa-Museo de Galdós en Santander» (pp. 293-301), describe la interesante relación del Galdós anciano con varios amigos médicos como Tolosa Latour, Diego Madrazo y Gregorio Marañón (p. 282), y fustiga a los compatriotas santanderinos por su falta de visión en dejar que San Quintín fuera destruida y que la Casa-Museo pasara a su ciudad natal de Las Palmas.

Después viene una serie de apéndices muy útiles que incluyen muchos materiales inéditos e incluso desconocidos hasta ahora. Primero, hay una reproducción de «Discursos, cartas y mensajes políticos»; después un «Epistolario» que procede del Archivo de la Casa-Museo de Pérez Galdós en Las Palmas; a continuación viene un apéndice con «Artículos y comunicaciones», seguido de una «Cronología biográfica desde su llegada a Santander, de 1871 a 1920» y una bibliografía interesantísima de las «Representaciones del teatro de Galdós en Santander y su provincia de 1893 a 1920». Finalmente, encontramos una extensa bibliografía de estudios, algunos ya conocidos, y otros sacados de los periódicos y revistas del norte de España (pp. 429-57). Se omiten, extrañamente, las bibliografías de Woodridge y Sackett.

Los discursos y cartas reproducidos en los apéndices son de gran interés por su revelación del contacto estrecho en el terreno de las ideas entre Galdós y los del 98 en muchas ocasiones (véase por ejemplo el artículo «Soñemos, alma, soñemos», pp. 313-15), por su reproducción de cartas entre Galdós y actores como Emilio Thuillier donde discuten dramas que acaban de escribirse o estrenarse (p. 341) y por varias declaraciones galdosianas sobre sus ideales teatrales (p. 370).

En resumen, a pesar de algunos problemas menores en la ordenación de los materiales y algunas declaraciones críticas cuestionables, los estudiosos   —131→   de Pérez Galdós encontrarán en este nuevo libro de Benito Madariaga una utilísima fuente de nuevos datos. La meticulosa reproducción de esta información sobre diversos aspectos de la vida y obra de don Benito, hará posible una nueva expansión de conocimientos sobre el gran escritor canario.

University of Southern California



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