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1

Me refiero a obras de gran difusión entre los especialistas, como la Historia y crítica de la literatura española (primeros volúmenes y suplementos), de Francisco Rico, la Historia de la novela social española (1942-1945) de Santos Sanz de Villanueva, La novela desde 1936, de Ignacio Soldevila Durante, y La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura, de José María Martínez Cachero. Ya avanzada la primera versión de este trabajo encontré observaciones de Carlos Losilla que van en el mismo sentido: «A pesar de haber publicado nada menos que doce novelas entre 1954 y 1960 [...] el nombre de Rafael Azcona no es precisamente de los que destacan cuando se consultan antologías o estudios de esa fructífera etapa de la narrativa española». Losilla, Carlos, abril 2000: 71.

 

2

Menciono al azar dos de ellas: Gubern, Román; Monterde, José Enrique, Pérez Perucha, Riambau, Esteve y Torreiro, Casimiro, 1995. Historia del cine español, Madrid: Cátedra. García Fernández, Emilio C., 1985. Historia ilustrada del cine español, Barcelona: Planeta.

 

3

Como se verá más adelante, no siempre las fronteras fueron estrictas y hoy existen excepciones notables, como es el caso de Pere Gimferrer, que integra literatura, cine y plástica en sus ensayos, pero esta línea de análisis no alcanza a los estudios especializados.

 

4

Sobre el indeciso estatuto del guionista, ver Gamerro y Salomon, 1993.

 

5

Llama la atención que estas películas consideradas emblemáticas en el cine de posguerra, a las que habría que añadir otras como El verdugo y Plácido, figuran como «descatalogadas» en los mercados de vídeos españoles.

 

6

No es posible realizarlo en este breve espacio, pero vale la pena transcribir algunos ejemplos del autor de las Sonatas que podrían pertenecer al escritor riojano: «Todo nuestro arte nace de saber que un día pasaremos. Ese saber iguala a los hombres mucho más que la Revolución Francesa» y «¿No le parece a usted ridícula esa literatura, jactanciosa como si hubiese pasado bajo los bigotes del Kaiser?». (Valle Inclán, 1986: 69 y 173)

 

7

Si se acepta que la última versión de Carlota Fainberg de Antonio Muñoz Molina (Alfaguara, 1999), expandida e independizada del volumen Cuentos de la isla del tesoro (Alfaguara, 1994) en que apareció inicialmente, es, según declara el propio autor en el prólogo, una nouvelle, nouvelles son entonces los «estrafalarios» azcontianos.

 

8

Los límites entre grotesco, absurdo, humor negro, se pueden establecer sólo en teoría. Aun admitiendo la opinión de Luis Buñuel y del propio Azcona («[...] añadió algo [Luis Buñuel] en lo que tenía toda la razón del mundo: que en la película [El cochecito] no había nada de humor negro» (Riambau y Torreiro, 1999: 28), se puede constatar que, en parte, la definición de humor negro se aviene a la estética de Azcona, aunque no en su totalidad: «Contra el humorismo edulcorado de Dickens y de todos cuantos cultivan la sonrisa entreverada de lágrimas, surge esta modalidad de humor consistente en buscar la risa en los motivos que antaño sólo inspiraban lástima, ternura y compasión, es decir, en lo patético, en el melodrama y la muerte. Se diría que el humor negro, gracias a una crueldad que permite la anestesia afectiva antes sucesos dolorosos, anula los buenos sentimientos y hace estallar la risa allí donde la respuesta normal sería la conmiseración» (Martín Casamitjana, 1996: 35)

 

9

La censura obligó a cambiar este final en la versión cinematográfica.

 

10

Similares consideraciones a las vertidas sobre el "humor negro" pueden hacerse sobre el absurdo: «Por una parte el absurdo designa aquellas expresiones o representaciones que son imposibles en la realidad objetiva, acepción ésta que coincide con el primitivo significado de lo grotesco y que linda también con lo fantástico». (Martín Casamitjana, 1996: 34)

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