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ArribaAbajoHacia otra desnudez (1918-1936)




ArribaAbajo- 99 -


Con las terceras


ArribaAbajoQué gozo ahora este meter mis brazos
en esta mar inmensa de mi canto;
saber, mientras el agua rica me aprisiona,
que es grande su olear de olas tranquilas;
que vuelve hasta el principio (aquella costa
casi desconocida ya de mí, pero tan mía).

Saber que estas gotillas que me emperlan
la carne de mis sienes, han estado
con las primeras, en las flores
de mi mañana azul; con las segundas,
en las nubes doradas del cenit...

Y que estarán
en lo esperado ya, con las terceras,
cuando el agua mía
sin orillas de cielo ni de tierra,
me cubra toda todo, en una májica marea alta
de invariable mítica estabilidad.

(1925)




ArribaAbajo- 100 -


Un Generalife (a Isabel García Lorca, hadilla del Generalife)

(Granada me volvió momentáneamente a mi primera juventud. Los jardines de mi romance primero se despertaron con las fuentes del Generalife, y este Generalife es un retorno. Por eso le pongo una fecha del revés


(1924-1903)):                



ArribaAbajo¡Nadie más. Abierto todo.
Pero ya nadie faltaba.
No eran mujeres, ni niños,
no eran hombres. Eran lágrimas
(¿quién se podía llevar
la inmensidad de las lágrimas?)
que temblaban, que corrían,
arrojándose en el agua.
Hablan las aguas y lloran
bajo las adelfas blancas,
bajo las adelfas rosas
lloran las aguas y cantan,
por el arrayán en flor,
sobre las aguas opacas.

¡Locura de canto y llanto
de las almas, de las lágrimas!
Entre las cuatro paredes
penan cual llamas las aguas,
las almas hablan y lloran,
las lágrimas olvidadas;
las aguas cantan y lloran,
las emparedadas almas .
... ¡Por allí la están matando,
por allá se la llevaban
(desnuda se la veía)
corred, corred que se escapan!
(Y el alma quiere salirse,
mudarse en mano de agua,
acudir a todas partes
con palabra desatada,
hacerse lágrima en pena,
en las aguas, con las almas...)
¡Las escaleras arriba,
no, la escalera bajaban!
(¡Qué espantosa confusión
de aguas, de almas, de lágrimas;
amontonamiento pálido
de fugas enajenadas!
¿Y cómo saber qué quieren,
dónde besar? ¿Cómo, alma,
almas ni lágrimas ver
temblorosas en el agua?
¡No se pueden separar,
dejadlas huir, dejadlas!)
... ¿Fueron a oler las magnolias,
a asomarse por las tapias,
a esconderse en el ciprés,
a hablarle a la fuente baja?

¡Silencio que ya no lloran!
¡Escuchad que ya no hablan!
Se ha dormido el agua y sueña
que la desenlagrimaban;
que las almas que tenía,
no lágrimas eran, alas;
dulce niña en su jardín,
mujer con su rosa grana,
niño que miraba el mundo,
hombre con su desposada...
que cantaba y que reía...
¡Que cantaba y que lloraba
con rojos de sol poniente
en las lágrimas más altas,
el más alto llamar,
rodar de alma ensangrentada!

¡Caída, tendida, rota
el agua celeste y blanca!
¡Con qué desencajamiento
sobre el brazo se levanta!
Habla con más fe a sus sueños
que se le van de las ansias;
parece que se resigna
dándole la mano al alma,
mientras la estrella de entonces,
presencia eterna, la engaña.

Pero se vuelve otra vez
del lado de su desgracia;
mete la cara en las manos,
no quiere a nadie ni nada,
y clama para morirse
y huye sin esperanza.
... Hablan las aguas y lloran,
lloran las almas y cantan.
¡O, qué desconsolación
de traída y de llevada;
qué llegarse al rincón último
en repetición sonámbula,
qué darse con la cabeza
en las finales murallas!

(... En agua el alma se pierde
y el cuerpo baja sin alma,
sin llanto el cuerpo se va
que lo deja con el agua
llorando hablando cantando
con las almas, con las lágrimas
del laberinto de pena,
entre las adelfas blancas,
entre las adelfas rosas
de la tarde parda y plata,
con el arrayán ya negro,
bajo las fuentes cerradas.




ArribaAbajoLa estación total con las canciones de la nueva luz (1946)




ArribaAbajo- 101 -


Paraíso



I

Lo que sigue


ArribaAbajoComo en la noche, el aire ve su fuente
oculta. Está la tarde limpia como
la eternidad.
La eternidad es sólo
lo que sigue, lo igual; y comunica
por armonía y luz con lo terreno.

Entramos y salimos sonriendo,
llenos los ojos de totalidad,
de la tarde a la eternidad, alegres
de lo uno y lo otro. Y de seguir,
de entrar y de seguir.
Y de salir...

(Y en la frontera de las dos verdades,
exaltando su última verdad,
el chopo de oro contra el pino verde,
síntesis del destino fiel, nos dice
qué bello al ir a ser es haber sido.)


II

La otra forma


Hondo vaivén de sólidos y luces
traslada la estación de un sitio a otro.
Enmedio del viraje natural
¡qué hacer con nuestra loca vida abierta!

¿Verdor solar con apariencia eterna,
tierra en que duplicar con nuestra boca,
agua en que refrescar la vena viva,
poniente al que mirar en el descanso?

Ya no sirve esta voz ni esta mirada.
No nos basta esta forma. Hay que salir
y ser en otro ser el otro ser.
Perpetuar nuestra esplosión gozosa.

El ser que siempre hemos querido ser
(¿y en él quedarnos ya?) fuerza cerrada
de la embriaguez que nos echó en su seno.
Estatua ardiente en paz del dinamismo.


y III

El otoñado


Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.




ArribaAbajo- 102 -


Criatura afortunada


ArribaAbajoCantando vas, riendo por el agua,
por el aire silbando vas, riendo,
en ronda azul y oro, plata y verde,
dichoso de pasar y repasar
entre el rojo primer brotar de abril,
¡forma distinta, de instantáneas
igualdades de luz, vida, color,
con nosotros, orillas inflamadas!

¡Qué alegre eres tú, ser,
con qué alegría universal eterna!
¡Rompes feliz el ondear del aire,
bogas contrario el ondular del agua!
¿No tienes que comer ni que dormir?
¿Toda la primavera es tu lugar?
¿Lo verde todo, lo azul todo,
lo floreciente todo es tuyo?
¡No hay temor en tu gloria;
tu destino es volver, volver, volver,
en ronda plata y verde, azul y oro,
por una eternidad de eternidades!

Nos das la mano, en un momento
de afinidad posible, de amor súbito,
de concesión radiante;
y, a tu contacto cálido,
en loca vibración de carne y alma,
nos encendemos de armonía,
nos olvidamos, nuevos, de lo mismo,
lucimos, un instante, alegres de oro.

¡Parece que también vamos a ser
perenes como tú,
que vamos a volar del mar al monte,
que vamos a saltar del cielo al mar,
que vamos a volver, volver, volver
por una eternidad de eternidades!
¡Y cantamos, reímos por el aire,
por el agua reímos y silbamos!

¡Pero tú no te tienes que olvidar,
tú eres presencia casual perpetua,
eres la criatura afortunada,
el májico ser solo, el ser insombre,
el adorado por calor y gracia,
el libre, el embriagante robador,
que, en ronda azul y oro, plata y verde,
riendo vas, silbando por el aire,
por el agua cantando vas, riendo!




ArribaAbajoEn el otro costado (1936-1942)




ArribaAbajo- 103 -


Réquiem de vivos y muertos


Canto de partida


ArribaAbajoCuando todos los siglos vuelven,
anocheciendo, a su belleza,
sube al ámbito universal
la unidad honda de la tierra.

Entonces nuestra vida alcanza
la alta razón de su existencia:
todos somos hijos iguales
en la tierra, madre completa.

Le vemos la sien infinita,
le escuchamos la voz inmensa,
nos sentimos acumulados
por sus dos manos verdaderas.

Su mar total es nuestra sangre,
nuestra carne es toda su piedra,
respiramos con su aire uno,
su fuego único nos incendia.

Ella está con nosotros todos
y todos estamos con ella,
ella es bastante para darnos
a todos la sustancia eterna.

Y tocamos el cenit último
con la luz en nuestras cabezas,
y nos detenemos seguros
de estar en lo que no se deja.




ArribaAbajo- 104 -


Los pájaros de yo sé dónde


ArribaAbajoToda la noche,
los pájaros han estado
cantándome sus colores.

(No los colores
de sus alas matutinas
con el fresco de los soles.

No los colores
de sus pechos vespertinos
al rescoldo de los soles.

No los colores
de sus picos cotidianos
que se apagan por la noche,
como se apagan
los colores conocidos
de las hojas y las flores.)

Otros colores,
el paraíso primero
que perdió del todo el hombre,
el paraíso
que las flores y los pájaros
inmensamente conocen.

Flores y pájaros
que van y vienen oliendo,
volando por todo el orbe.

Otros colores,
el paraíso sin cambio
que el hombre en sueños recorre.

Toda la noche,
los pájaros han estado
cantándome los colores.

Otros colores
que tienen en su otro mundo
y que sacan por la noche.

Unos colores
que yo he visto bien despierto
y que están yo sé bien dónde.

Yo sé de dónde
los pájaros han venido
a cantarme por la noche.

Yo sé de dónde,
pasando vientos y olas,
a cantarme mis colores.




ArribaAbajo- 105 -


¿Al fin poetas?


ArribaAbajoNo está la muerte nuestra bajo tierra,
que nos mata en la luz;
aquí estamos muriendo en esta luz,
en las copas doradas de la luz.

Reviviremos hondos a más vida;
nos vivirá la muerte
entre la sombra rica y poderosa
de las raíces frescas de los árboles.

Ni fuimos lo que somos hasta un día,
ni ese día fue sumo;
de la sombra vinimos y a la sombra
volveremos; la sombra es nuestro hogar.

Nos abrió una semilla y otra somos,
y esto es sólo una vez;
enjendrar más iguales no nos sigue,
nos sigue una inesperada lengua.

Lengua de nuestro mítico mudarnos
en primavera, lengua
de nuestro milagroso cumplimiento.
¿Una lengua de fuego, al fin poetas?




ArribaAbajoRomances de Coral Gables (1948)




ArribaAbajo- 106 -


Árboles hombres


ArribaAbajo   Ayer tarde,
volvía yo con las nubes
que entraban bajos rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
solo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía,
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.




ArribaAbajoUna colina meridiana




ArribaAbajo- 107 -


Distinto


ArribaAbajoLo querían matar
los iguales,
porque era distinto.

Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
caedlo;
si veis un camino distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo...
si veis un hombre distinto,
matadlo.

¿Y el sol y la luna
dando en lo distinto?
Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir
distinto
de lo distinto;
lo que seas, que eres
distinto
(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre):
si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.




ArribaAbajo- 108 -


Un ojo no visto del mundo

ArribaAbajoAllí estaba el secreto guardado en sí, recojido en sí mismo hasta lo
último.
Yo podía cojerlo, descifrarlo, hacerlo mío; hacer que no fuera secreto.
Hacer de él un diamante evidente para todos; un ojo visto del mundo.
Pero no quise. Lo prendí en la llama del hogar y lo vi arder. El soporte
del secreto, su cuerpo ya conocido de mí, se fue quemando en oro, en rojo,
en azul, violeta, negro; todos los colores del espectro del secreto y algunos
más. Entonces, el secreto mismo incolor, se fue hacia arriba con el tiro del
aire de la campana de la chimenea.
Me dejó, sin embargo ¡secreto mío! en prenda de agradecimiento, de
amor, de fe, quizás de esperanza, un aliento suyo, una esencia. El aroma indecible
de lo secreto total, total secreto: la esencia verdadera del secreto, que
yo no puedo decir, porque las palabras no podrían traducirla ni aún esa
música sin notas que yo a veces invento; una esencia que tiene que ser sola
para mí solo. Y, ahora, por él soy yo el secreto quemable, Inquisidores; soy
yo el ojo no visto del mundo.
Una colina meridiana




ArribaAbajoAnimal de fondo (1948-1949)




ArribaAbajo- 109 -


La trasparencia, Dios, la trasparencia

ArribaAbajoDios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado,
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otro, la de todos,
con forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia




ArribaAbajo- 110 -


Soy animal de fondo


ArribaAbajo«En fondo de aire» (dije) «estoy»,
(dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra),
ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.

Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz ves, venida de otro astro;
tú estás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es ésta mía,
infinita hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo,

Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.

Y tú eras en el pozo májico el destino
de todos los destinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.
Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo era tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo
en el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo de aire
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.




ArribaAbajoDios deseado y deseante (1948-1953)




ArribaAbajo- 111 -


De un oasis eterno de lo interno


ArribaAbajo(Estar despierto yo. ¡Qué maravilla!
ANTES)
El venir es un dios, mi Dios, y yo le cojo
las formas más humanas a su esencia,
en una ansia de amor que es vivir mío.

Me está llamando siempre
en los hermosos espejismos
que el ocaso nos abre en tierra o mar,
fondo tras fondo del oriente eterno;
y en ese juego, en ese fuego
de fondos superpuestos
que siguen en las noches para mí,
está la maravilla de mi despertar.
¡Estar despierto yo! ¡qué maravilla!

La maravilla de mi despertar es esa,
un llegar de un viaje de viajes,
un pasar de occidentes como vidrios
que se van separando eternamente
para que yo les vea
su entera desnudez de forma viva.

Y en todos está dios de mil maneras,
en todos está el sueño de este dios
que yo fabrico de la gloria de mis noches,
coronas planetarias de mis días,
coronas de mis días de mis días.

Sucesión de coronas es mi dios,
coronas que coronan sólo un centro
que es un ojo, es un ver,
un sí mismos tan yo, maravilloso yo,
que mi aurora no es más que mi sonrisa
de haberme dado a luz yo mismo
de mi sueño, mi sueño.

    Mi amor de cada noche,
mi sol de cada día,
mi venir, mi venir, venir, venir mi Dios,
mi porvenir constante en que mi día todo
es un gozar de un sueño conseguido,
de un oasis eterno de lo interno,
este gozar de ver ¡con qué descanso lleno!
la verdad,
que será más verdad cada mañana.




ArribaAbajo- 112 -


Como tú, mi amor, miras


ArribaAbajoBuscándote como te estoy buscando,
yo no puedo ofenderte, dios, el que tú seas;
ni tú podrías ser ente de ofensa.

    Si yo te puedo, y yo lo sé que yo te puedo oír
todo el misterio que tú eres,
y tú no me lo dices como te lo pregunto,
yo no estoy ofendiéndote.

    Y yo sé que te pienso
de la mejor manera que yo puedo y quiero,
en verdad de belleza,
belleza de verdad que es mi carrera.
Y si te pienso así,
yo no puedo ofenderte.

    Gracias, te las doy siempre. ¿A quién las doy?
A la belleza inmensa se las doy,
que yo soy bien capaz de conseguir;
que tú has tocado, que eres tú.
Si la belleza inmensa me responde o no,
yo sé que no te ofendo ni la ofendo.

(Acaso la mentira, la duda de este mundo
está en la pobre lengua nuestra.
Si sólo nos pudiéramos mirar
como miras tú, dios, y tú, belleza, miras,
como tú, mi amor, miras,
lo sabríamos todo).




ArribaAbajoDe ríos que se van




ArribaAbajo- 113 -


A esta música cálida


ArribaAbajoMorir es no oír más esta música cálida que
está sonando ahora; no oírla de la mano
del amor. Es no oír más la mar esta que suena
con la música, el silencio que escucha, de la luna;
no oírlos de la mano del callar.

No oír más lo que clama el dolor con el
amor, lo que grita el amor con el dolor, a esta
música cálida que ahora está sonando sobre el
son de las olas de la mar, son de las olas de la
mar, las olas de la mar, de la mar.




ArribaAbajo- 114 -


Concierto

ArribaAbajoEchada en otro hombro una cabeza,
funden palpitación, calor, aroma
y a cuatro ojos en llena fe se asoma
el amor con su más noble franqueza.
¡Unión de una verdad a una belleza,
que calma y que detiene la carcoma
cuyo hondo roer lento desmorona
por dentro la minada fortaleza!
Momento salvador por un olvido
fiel como lo anteterno del descanso:
La paz de dos en uno.
Y que convierte
el tiempo y el espacio, con latido
de ríos que se van, en el remanso
que aparta a dos que viven de su muerte.




ArribaAbajoEspacio (1954)




ArribaAbajo- 115 -


Espacio


Fragmento primero


(Sucesión)

Arriba«Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo». Yo tengo,
como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir. No soy pre-
sente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en
esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia
míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre
o qué dios, puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi
muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ese, y si quien lo
ignora, más que ese lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi
vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores,
flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos,
cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin
espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que
es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego o de luz, luz. ¿Por
qué comemos y bebemos otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido en
el sol, y del sol he venido aquí a la sombra, ¿soy de sol, como el sol alumbro?,
y mi nostaljia, como la de la luna, es haber sido sol de un sol un día
y reflejarlo sólo ahora. Pasa el iris cantando como canto yo. Adiós iris, iris,
volveremos a vernos, que el amor es uno y solo y vuelve cada día. ¿Qué es
este amor de todo, cómo se me ha hecho en el sol, con el sol, en mí conmigo?
Estaba el mar tranquilo, en paz el cielo, luz divina y terrena los fundía
en clara, plata, oro inmensidad, en doble y sola realidad; una isla flotaba
entre los dos, en los dos y en ninguno, y una gota de alto iris perla gris temblaba
en ella. Allí estará temblándome el envío de lo que no me llega nunca
de otra parte. A esa isla, ese iris, ese canto yo iré, esperanza májica, esta
noche. ¡Qué inquietud en las plantas al sol puro, mientras, de vuelta a mí,
sonrío volviendo ya al jardín abandonado! ¿Esperan más que verdear, que
florear y que frutar; esperan, como un yo, lo que me espera; más que ocupar
el sitio que ahora ocupan en la luz, más que vivir como ya viven, como
vivimos; más que quedarse sin luz, más que dormirse y despertar? Enmedio
hay, tiene que haber un punto, una salida; el sitio del seguir más verdadero,
con nombre no inventado, diferente de eso que es diferente e
inventado, que llamamos, en nuestro desconsuelo, Edén, Oasis, Paraíso,
Cielo, pero que no lo es, y que sabemos que no lo es, como los niños saben
que no es lo que no es que anda con ellos. Contar, cantar, llorar, vivir acaso;
«elojio de las lágrimas», que tienen (Schubert, perdido entre criados por un
dueño) en su iris roto lo que no tenemos, lo que tenemos roto, desunido.
Las flores nos rodean de voluptuosidad, olor, color y forma sensual; nos rodeamos
de ellas, que son sexos de colores, de formas, de olores diferentes;
enviamos un sexo en una flor, dedicado presente de oro de ideal, a un amor
virjen, a un amor probado; sexo rojo a un glorioso; sexos blancos a una novicia;
sexos violetas a la yacente. Y el idioma, ¡qué confusión!, qué cosas nos
decimos sin saber lo que nos decimos. Amor, amor, amor (lo cantó Yeats)
«amor en el lugar del escremento». ¿Asco de nuestro ser, nuestro principio
y nuestro fin; asco de aquello que más nos vive y más nos muere? ¿Qué es,
entonces, la suma que no resta; dónde está, matemático celeste, la suma
que es el todo y que no acaba? Hermoso es no tener lo que se tiene, nada
de lo que es fin para nosotros, es fin, pues que se vuelve contra nosotros, y
el verdadero fin nunca se nos vuelve. Aquel chopo de luz me lo decía, en
Madrid, contra el aire turquesa del otoño: «Termínate en ti mismo como
yo». Todo lo que volaba alrededor, ¡qué raudo era!, y él qué insigne con lo
suyo, verde y oro, sin mejor en el oro que en lo verde. Alas, cantos, luz, palmas,
olas, frutas me rodean, me envuelven en su ritmo, en su gracia, en su
fuerza delicada; y yo me olvido de mí entre ello, y bailo y canto y río y lloro
por los otros, embriagado. ¿Esto es vivir? ¿Hay otra cosa más que este vivir
de cambio y gloria? Yo oigo siempre esa música que suena en el fondo de
todo, más allá; ella es la que me llama desde el mar, por la calle, en el sueño.
A su aguda y serena desnudez, siempre estraña y sencilla, el ruiseñor es sólo
un calumniado prólogo. ¡Qué letra, universal, luego, la suya! El músico
mayor la ahuyenta. ¡Pobre del hombre si la mujer oliera, supiera siempre a
rosa! ¡Qué dulce la mujer normal, qué tierna, qué suave (Villon), qué forma
de las formas, qué esencia, qué sustancia de las sustancias, las esencias; qué
lumbre de las lumbres; la mujer, madre, hermana, amante! Luego, de
pronto, esta dureza de ir más allá de la mujer, de la mujer que es nuestro
todo, donde debiera terminar nuestro horizonte. Las copas de veneno, ¡qué
tentadoras son!, y son de flores, yerbas y hojas. Estamos rodeados de veneno
que nos arrulla como el viento, arpas de luna y sol en ramas tiernas,
colgaduras ondeantes, venenosas, y pájaros en ellas, como estrellas de cuchillo;
veneno todo, y el veneno nos deja a veces no matar. Eso es dulzura,
dejación de un mandato, y eso es pausa y escape. Entramos por los robles
melenudos; rumoreaban su vejez cascada, oscuros, rotos, huecos, mons-
truosos, con colgados de telarañas fúnebres; el viento les mecía las melenas,
en medrosos, estraños ondeajes, y entre ellos, por la sombra baja, honda,
venía el rico olor del azahar de las tierras naranjas, grito ardiente con gritillos
blancos de muchachas y niños. ¡Un árbol paternal, de vez en cuando,
junto a una casa, sola en un desierto (seco y lleno de cuervos; aquel tronco
huero, gris, lacio, a la salida del verdor profuso, con aquel cuervo muerto,
suspendido por una pluma de una astilla, y los cuervos aún vivos posados
ante él, sin atreverse a picotearlo, serios). Y un árbol sobre un río. ¡Qué
honda vida la de estos árboles; qué personalidad, qué inmanencia, qué
calma, qué llenura de corazón total queriendo darse (aquel camino que partía
en dos aquel pinar que se anhelaba)! Y por la noche, ¡qué rumor de primavera
interna en sueño negro! ¡Qué amigo un árbol, aquel pino, verde,
grande, pino redondo, verde, junto a la casa de mi Fuentepiña! Pino de la
corona ¿dónde estás? ¿estás más lejos que si yo estuviera lejos? ¡Y qué canto
me arrulla tu copa milenaria, que cobijaba pueblos y alumbraba de su forma
rotunda y vijilante al marinero! La música mejor es la que suena y calla,
que aparece y desaparece, la que concuerda, en un «de pronto», con nuestro
oír más distraído. Lo que fue esta mañana ya no es, ni ha sido más que
en mí; gloria suprema, escena fiel, que yo, que la creaba, creía de otros más
que de mí mismo. Los otros no lo vieron; mi nostaljia, que era de estar con
ellos, era de estar conmigo, en quien estaba. La gloria es como es, nadie la
mueva, no hay nada que quitar ni que poner, y el dios actual está muy lejos,
distraído también con tanta menudencia grande que le piden. Si acaso, en
sus momentos de jardín, cuando acoje al niño libre, lo único grande que ha
creado, se encuentra pleno en un sí pleno. Qué bellas estas flores secas sobre
la yerba fría del jardín que ahora es nuestro. ¿Un libro, libro? Bueno es dejar
un libro grande a medio leer, sobre algún banco, lo grande que termina; y
hay que darle una lección al que lo quiere terminar, al que pretende que lo
terminemos. Grande es lo breve, y si queremos ser y parecer más grandes,
unamos sólo con amor, no cantidad. El mar no es más que gotas unidas, ni
el amor que murmullos unidos, ni tú, cosmos, que cosmillos unidos. Lo
más bello es el átomo último, el solo indivisible, y que por serlo no es ya
más, pequeño. Unidad de unidades es lo uno; ¡y qué viento más plácido levantan
esas nubes menudas al cenit; qué dulce luz es esa suma roja única!
Suma es la vida suma, y dulce. Dulce como esta luz era el amor; ¡qué plácido
este amor también! Sueño ¿he dormido? Hora celeste y verde toda; y
solos. Hora en que las paredes y las puertas se desvanecen como agua, aire,
y el alma sale y entra en todo, de y por todo, con una comunicación de luz
y sombra. Todo se ve a la luz de dentro, todo es dentro, y las estrellas no son
más que chispas de nosotros que nos amamos, perlas bellas de nuestro roce
fácil y tranquilo. ¡Qué luz tan buena para nuestra vida y nuestra eternidad!
El riachuelo iba hablando bajo por aquel barranco, entre las tumbas, casas
de las laderas verdes; valle dormido, valle adormilado. Todo estaba en su
verde, en su flor; los mismos muertos en verde y flor de muerte; la piedra
misma estaba en verde y flor de piedra. Allí se entraba y se salía como en el
lento anochecer, del lento amanecer. Todo lo rodeaban piedra, cielo, río; y
cerca el mar, más muerte que la tierra, el mar lleno de muertos de la tierra,
sin casa, separados, engullidos por una variada dispersión. Para acordarme
de porqué he nacido, vuelvo a ti, mar. «El mar que fue mi cuna, mi gloria
y mi sustento; el mar eterno y solo que me llevó al amor»; y del amor es este
mar que ahora viene a mis manos, ya más duras, como un cordero blanco
a beber la dulzura del amor. Amor el de Eloísa; ¡qué ternura, qué sencillez,
qué realidad perfecta! Todo claro y nombrado con su nombre en llena castidad.
Y ella, enmedio de todo, intacta de lo bajo entre lo pleno. Si tu mujer,
Pedro Abelardo, pudo ser así, el ideal existe, no hay que falsearlo. Tu ideal
existió; ¿por qué lo falseaste, necio Pedro Abelardo? Hombres, mujeres,
hombres, hay que encontrar el ideal, que existe. Eloísa, Eloísa ¿en qué termina
el ideal, y di, qué eres tú ahora y dónde estás? ¿Por qué, Pedro Abelardo
vano, la mandaste al convento y tú te fuiste con los monjes plebeyos,
si ella era, el centro de tu vida, su vida, de la vida, y hubiera sido igual contigo
ya capado, que antes, si era el ideal? No lo supiste, yo soy quien lo vio,
desobediencia de la dulce obediente, plena gracia. Amante, madre, hermana,
niña tú, Eloísa; qué bien te conocías y te hablabas, qué tiernamente
te nombrabas a él; ¡y qué azucena verdadera fuiste! Otro hubiera podido
oler la flor de la verdad fatal que te dio tu tierra. No estaba seco el árbol del
invierno, como se dice, y yo creí en mi juventud; como yo, tiene el verde,
el oro, el grana en la raíz y dentro, muy adentro, tanto que llena de color
doble infinito. Tronco de invierno soy, que en la muerte va a dar de sí la
copa doble llena que ven sólo como es los deseados. Vi un tocón, a la orilla
del mar neutro; arrancado del suelo, era como un muerto animal; la
muerte daba a su quietud seguridad de haber estado vivo; sus arterias cortadas
con el hacha, echaban sangre todavía. Una miseria, un rencor de haber
sido arrancado de la tierra, salía de su entraña endurecida y se espandía con
el agua y por la arena, hasta el cielo infinito, azul. La muerte, y sobre todo,
el crimen, da igualdad a lo vivo, lo más y menos vivo, y lo menos parece
siempre, con la muerte, más. No, no era todo menos, como dije un día,
«todo es menos»; todo era más, y por haberlo sido, es más morir para ser
más, del todo más. ¿Qué ley de vida juzga con su farsa a la muerte sin ley
y la aprisiona en la impotencia? ¡Sí, todo, todo ha sido más y todo será más!
No es el presente sino un punto de apoyo o de comparación, más breve
cada vez; y lo que deja y lo que coje, más, más grande. No, ese perro que
ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona
de Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables,
La Florida, y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué
vivo ladra siempre el perro al sol que huye! Y la sombra que viene llena el
punto redondo que ahora pone el sol sobre la tierra, como un agua su
fuente, el contorno en penumbra alrededor; después, todos los círculos que
llegan hasta el límite redondo de la esfera del mundo, y siguen, siguen. Yo
te oí, perro, siempre, desde mi infancia, igual que ahora; tú no cambias en
ningún sitio, eres igual a ti mismo, como yo. Noche igual, todo sería igual
si lo quisiéramos, si serlo lo dejáramos. Y si dormimos, ¡qué abandonada
queda la otra realidad! Nosotros les comunicamos a las cosas nuestra inquietud
de día, de noche nuestra paz. ¿Cuándo, cómo duermen los árboles?
«Cuando los deja el viento dormir», dijo la brisa. Y cómo nos precede,
brisa quieta y gris, el perro fiel cuando vamos a ir de madrugada adonde sea,
alegres o pesados; él lo hace todo, triste o contento, antes que nosotros. Yo
puedo acariciar como yo quiera a un perro, un animal cualquier, y nadie
dice nada; pero a mis semejantes no; no está bien visto hacer lo que se quiera
con ellos, si lo quieren como un perro. Vida animal ¿hermosa vida? ¡Las
marismas llenas de bellos seres libres, que me esperan en un árbol, un agua
o una nube, con su color, su forma, su canción, su jesto, su ojo, su comprensión
hermosa, dispuestos para mí que los entiendo! El niño todavía me
comprende, la mujer me quisiera comprender, el hombre... no, no quiero
nada con el hombre, es estúpido, infiel, desconfiado; y cuando más adulador,
científico. Cómo se burla la naturaleza del hombre, de quien no la
comprende como es. Y todo debe ser o es echarse a dios y olvidarse de todo
lo creado por dios, por sí, por lo que sea. «Lo que sea», es decir, la verdad
única, yo te miro como me miro a mí y me acostumbro a toda tu verdad
como a la mía. Contigo, «lo que sea», soy yo mismo, y tú, tú mismo, misma,
«lo que seas». ¿El canto? ¡El canto, el pájaro otra vez! ¡Ya estás aquí, ya has
vuelto, hermosa, hermoso, con otro nombre, con tu pecho azul, gris cargado
de diamante! ¿De dónde llegas tú, tú en esta tarde gris con brisa cálida?
¿Qué dirección de luz y amor sigues entre las nubes de oro cárdeno? Ya has
vuelto a tu rincón verde, sombrío. ¿Cómo tú, tan pequeño, di, lo llenas
todo y sales por el más? Sí, sí, una nota de una caña, de un pájaro, de un
niño, de un poeta, lo llena todo y más que el trueno. El estrépito encoje, el
canto agranda. Tú y yo, pájaro, somos uno; cántame, canta tú, que yo te
oigo, que mi oído es tan justo por tu canto. Ajústame tu canto más a este
oído mío que espera que lo llenes de armonía. ¡Vas a cantar! toda otra primavera,
vas a cantar. ¡Otra vez tú, otra vez la primavera! ¡Si supieras lo que
eres para mí! ¿Cómo podría yo decirte lo que eres, lo que eres tú, lo que soy
yo, lo que eres para mí? ¡Cómo te llamo, cómo te escucho, cómo te adoro,
hermano eterno, pájaro de la gracia y de la gloria, humilde, delicado, ajeno;
ánjel del aire nuestro, derramador de música completa! Pájaro, yo te amo
como a la mujer, a la mujer, tu hermana más que yo. Sí, bebe ahora el agua
de mi fuente, pica la rama, salta lo verde, entra, sal, rejistra toda tu mansión
de ayer; ¡mírame bien a mí, pájaro mío, consuelo universal de mujer y hombre!
Vendrá la noche inmensa, abierta toda, en que me cantarás del paraíso,
en que me harás el paraíso, aquí, yo, tú, aquí, ante el echado insomnio de
mi ser. Pájaro, amor, luz, esperanza; nunca te he comprendido como ahora;
nunca he visto tu dios como hoy lo veo, el dios que acaso fuiste tú y que me
comprende. «Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú».
¡Qué hermosa primavera nos aguarda en el amor, fuera del odio! ¡Ya soy
feliz! ¡El canto, tú y tu canto! El canto... Yo vi jugando al pájaro y la ardilla,
al gato y la gallina, al elefante y al oso, al hombre con el hombre. Yo vi
jugando al hombre con el hombre, cuando el hombre cantaba. No, este
perro no levanta los pájaros, los mira, los comprende, los oye, se echa al
suelo, y calla y sueña ante ellos. ¡Qué grande el mundo en paz, qué azul tan
bueno para el que puede no gritar, puede cantar; cantar y comprender y
amar! ¡Inmensidad, en ti y ahora vivo; ni montañas, ni casi piedra, ni agua,
ni cielo casi; inmensidad, y todo y sólo inmensidad; esto que abre y que separa
el mar del cielo, el cielo de la tierra, y, abriéndolos y separándolos, los
deja más unidos y cercanos, llenando con lo lleno lejano la totalidad! ¡Espacio
y tiempo y luz en todo yo, en todos y yo y todos! ¡Yo con la inmensidad!
Esto es distinto; nunca lo sospeché y ahora lo tengo. Los caminos
son sólo entradas o salidas de luz, de sombra, sombra y luz; y todo vive en
ellos para que sea más inmenso yo, y tú seas. ¡Qué regalo de mundo, qué
universo májico, y todo para todos, para mí, yo! ¡Yo, universo inmenso,
dentro, fuera de ti, segura inmensidad! Imájenes de amor en la presencia
concreta; suma gracia y gloria de la imajen, ¿vamos a hacer eternidad, vamos
a hacer la eternidad, vamos a ser eternidad, vamos a ser la eternidad? ¡Vosotras,
yo, podemos crear la eternidad una y mil veces, cuando queramos!
¡Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡Amor, contigo y con la luz todo
se hace, y lo que haces amor, no acaba nunca!




ArribaAbajoTiempo


ArribaAbajo- 116 -

[...] Desde que estoy en América, esta luna eterna que desde niño ha sido tanto para mí (la novia, la hermana, la madre, de mi romántica adolescencia, la mujer desnuda de mi juventud, el desierto de yeso que la astronomía luego me definió) me trae en su superficie la vista de España. Veo la luna como nuestra tierra, nuestro planeta visto desde fuera, desde el saliente a la nada del desterrado para quien su patria lejana hace lejano todo el mundo. Y en ella (la luna, la tierra, el mundo, la bola del mundo) perfectamente definida en gris rojizo sobre blanco, la hermosa figura de España. Ahora la luna no es la luna de otros tiempos de mi vida, sino el espejo alto de mi España lejana. Ya no es más que un espejo. Ahora la luna, al fin, me es de veras consoladora. Cuántas presencias muertas, vivas y muertas me trae. No, ¿ya no se unirán nunca esos pedazos tuyos para ser tú, ya el sol no te dará nunca en tu cara escueta, ya no se alzará tu mano fina y fuerte a tu cabeza? Y tú, España, ahí siempre, allí enmedio de la tierra, el planeta, con todo el mar, enmedio del mundo, exacta de lugar y forma, piel del toro de Europa, locura y razón de Europa; España única, España para mí. Mi madre viva, de quien yo lo aprendí todo, hablaba como toda España. Y España toda me habla ahora a mí, desde lejos, como mi madre lejana. Mi madre muerta, desde dentro de España, enterrada, es abono de la vida eterna e interna de España. Su muerte viva. España, cómo te oigo al dormirme, despierto, desvelado, en sueños. Los malos pies, estraños que te pisan la vida y la muerte, mi vida y mi muerte, pasarán pisándote, España. Y entonces te incorporarás tú en la flor y el fruto nuevos del futuro paraíso donde yo, vivo o muerto, viviré y moriré sin destierro voluntario...

Qué bello el heroísmo del hombre cultivado y sereno, qué feo el del hombre bruto y revuelto. [...] Bruto revuelto que deja morir de cárcel a Julián Besteiro, el ecuánime, que caza al hombre honrado y sensitivo que se refujia por necesidad en otro país y lo ahorca o lo fusila, como los dictadores de España, los vengativos, a este bueno y honrado Cipriano Rivas Cherif, entre otros que no conocí personalmente. Qué bien se portó Rivas con nosotros en aquel agosto de l936. Gracias a su buen ánimo jeneroso y a la libre comprensión y noble dilijencia de Manuel Azaña, pudimos salir al aire más libre, entonces, del mundo, ya que en el de España, [...], nos ahogábamos. No olvidaré nunca aquel salón amarillo con vistas a Guadarrama humeante donde Azaña, sereno y sonriente, no parecía un preso; y con qué pena dejé a algunos de los que dejé en Madrid, que hubiera querido llevarme conmigo. Aquí tenéis, casticistas, la tan cacareada «reciedumbre» de España; Azaña muerto de tristeza, Besteiro de ingratitud, Rivas de venganza, en nombre de lo castizo.

Qué diferencia entre estos hombres de alma pequeña y oscura que hoy pisan fuerte y hueco a España y el General Mannerheim de los finlandeses [...]






ArribaAbajoPrimeras prosas


ArribaAbajo- 117 -

Algunos simpáticos compañeros se han empeñado en añadir tres letras a mi pobre R y en creer que yo -Juan Ramón Jiménez- me llamo Juan Ruiz, como el divertido arcipreste de Hita. Y aunque bien quisiera yo ser otro Juan Ruiz, reconozco que mi alma tiene poco tesoro de refranes, de sátiras, de sales y de chistes. Séame concedido abreviar mi nombre vulgarísimo; y en este deseo encuentro ya mi parecido con el eximio arcipreste:


Quiero vos abreviar la predicación;
Que siempre me pagué de pequeño sermón,
E de dueña pequeña, et de breve raçón...



Así pues, a los compañeros que me llaman tan cariñosamente Ruiz, les ruego con encarecimiento que no me lo llamen, y que después de mi R pongan sólo un punto.

El ambiente de Segovia ha hecho brillar mi corazón en su temple místico y caballeresco, bajo el sol de la patria, entre hierros nobles y conventos viejos. Soñando en el rincón de pena de mi alma, está -a su luz y a su melancolía- el antiguo claustro del convento de las hijas de Santa Clara, con su filigrana de piedra dorada y su jardín abandonado, su jardín chiquito, como hecho para dos corazones: el corazón de una novicia melancólica y mi corazón de solitario; con cipreses verde-oro, con un pozo sin agua, con la hierba alta y seca y las flores santas del suelo. Después sueña en mi recuerdo el convento de Dominicas, serio y sombrío, con muros sin ventanas, con musgo y humedad... Y callejas retorcidas, y paredes adornadas, y la casa del comunero Don Juan Bravo, con su callejón obscuro y sus miradores calados, frente a otro convento; y mucho sol castellano en escudos de piedra y en rejas enmohecidas...-En el muro de una casa noble: Se proive berter. Pena de un ducado-. Y recios aldabones, y portales de sombra y humedad, con columnas en el fondo; y campanas melancólicas en la tarde de España. Una ciudad para Don Francisco de Quevedo o para Don Francisco de Goya; una ciudad para pintores decadentes, para poetas decadentes, muerta, engolada, con sol triste, con hierba en las gradas de piedra de las iglesias ruinosas.

... Cuando salí de la ciudad volviendo los ojos, ya en el campo alegre y dorado, surgió a lo lejos la mujer muerta, la muerta gigantesca de granito, como la estatua yacente de una tumba, muda, grave y quieta en el poniente del sol, las manos sobre el pecho, muerta hacia el cielo de la patria, azul de nostalgia, azul de España, de un azul heroico y heráldico, azul de raso antiguo, desteñido y joyante.




ArribaAbajo- 118 -

La mujer


La mujer es la música, el aroma, el color, la alegría, el ensueño, y el hombre no puede comprenderla. Es un secreto desentrañable, un cofre cerrado que solo muestra un encanto: la belleza. Ella se esfuerza en ondular, en cantar, en dar fragancia; inconsciente como un árbol, como un arroyo, como un ocaso, como el mar... Por un instante, el hombre en tensión la abraza tembloroso; entonces empieza a entrever allá en el fondo de sus ojos. Pero todo cae, como la tarde, como la hoja seca, y viene la fatiga y la tristeza, y el encanto se va como un pájaro de oro.

¡Urna sagrada, manantial ignoto de la vida!






ArribaAbajoBaladas para después


ArribaAbajo- 119 -

Balada de los pechos de la amada


¡Qué bellos son tus pechos! ¡Qué blancos! ¡De una seda tan suave, tan tibia, tan fresca, tan blanca! ¡Violetas y rosas entre leche, entre nieve, entre armiño, entre espuma! ¡Claveles blancos con rocío!

Son redondos y pequeños. Entre ellos, una turjencia llana y cálida. En sus cimas los pezoncillos rosados lijeramente aureolados. Ni la frivolidad de la rubia, ni el carnoso y oscuro botón de la morena. ¡Una gracia sensual y adolescente!

Yo juego con sus dos pechos como si fuera un niño. ¡Qué de besos en sus flores tibias! ¡Cuánto apretón! ¡vienen justos a mis manos cóncavas y el izquierdo es un poco mas grande que el derecho!

¡Qué bellos son sus pechos! ¿Quién tendrá otros semejantes? ¿Qué mujer, que niña, a qué edad, de qué país? ¡Oh!, ¡corazones blancos, seda y rosa, nieve, espuma! ¡Violetas y rosas entre armiños!




ArribaAbajo- 120 -

Balada del encanto deshecho


No es ninguna hora, ni estamos en ninguna parte; estamos en lo absoluto. Nuestras vidas han sido sólo un camino para llegar hasta ese instante Para que este instante no se quede atrás, debiéramos morir... Yo quería morir...

Desde niño, con todas las formas, con todos los colores, he caminado hacia ti; pero nunca he sido yo hasta ahora; hasta este momento en que nuestros ojos nos copian nuestras vidas de este modo... Mas no quiero morir...

Mirando en el fondo de tus ojos veo el camino de tu vida. Siempre has venido hacia mí. Para que nunca vayas hacia otro, debiéramos morir.

He roto mi camino. Lo he puesto al fin de tu corazón: Mirándote en los ojos veo que tu camino mío está pasado, viejo. Yo no quiero morir...

Antes que sea una hora, que estemos en un sitio, que la vida invada lo absoluto; antes que tú seas otra y yo sea otro, antes de algún instante que nos amenaza ¡ay! antes de niño o de niña, debiéramos morir... Mas no quiero morir.






ArribaAbajoPoemas en prosa


ArribaAbajo- 121 -

A Lucía


¿Te acuerdas de las tardes de esta primavera? Aunque para mí eras ya una mujer, tú te creías aún una niña y te reías de mí, de mi barba, de mis versos, y te burlabas de todo lo que yo te decía... Bruscamente apartabas tu mano de mis manos.

Ha pasado por ti el estío colmándote de dones. Aún eres una niña y eres ya una mujer. Tus ojos y tu boca pintan de un nuevo colorido sensual y pletórico el dibujo inefable de su inocencia.

¡Y este otoño dulce y pensativo, cómo vienes a mí! ¡Qué bien te hallas a mi lado! Todo se olvida por verme. Y cuando te hablo, Lucía, escuchas hondamente, me preguntas una palabra que no has oído bien o que quieres oír de nuevo, tus ojos negros están quietos y tristes y ya no te burlas... Ya me dejas tu mano entre las mías.




ArribaAbajo- 122 -

Lejos


Cuando estamos juntos, estamos los dos en los ojos de los dos. Cuando estamos lejos, estamos los dos en el corazón de los dos. ¡Vámonos lejos uno del otro, para estar más cerca!

¡Adiós! Cuanto más se abre el adiós, vuela más, pájaro más grande: ¡Adiós! Ya el adiós y el beso del adiós son inmensos como el mundo. ¡Adiós, adiós, adiós!

Estamos, plácidamente, tú sin mí, yo sin ti, por nuestra casa, como convalecientes de una herida, mirando las cosas cercanas sin verlas; dormidos en un sueño cuyo ensueño fuera la distancia entre los dos -¡adiós!- en dos eternidades.






ArribaAbajoPlatero y yo


ArribaAbajo- 123 -

Platero


Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

-Tien' asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.




ArribaAbajo- 124 -

El loco


Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero.

Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros, chillando largamente:

-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!

... Delante está el campo, ya verde. Frente al cielo inmenso y puro, de un incendiado añil, mis ojos -¡tan lejos de mis oídos!- se abren noblemente, recibiendo en su calma esa placidez sin nombre, esa serenidad armoniosa y divina que vive en el sin fin del horizonte...

Y quedan, allá lejos, por las altas eras, unos agudos gritos, velados finamente, entrecortados, jadeantes, aburridos:

-¡El lo... co! ¡El lo... co!






ArribaAbajoJosefito Figuraciones


ArribaAbajo- 125 -

Dolores Arrayás


El gato negro del umbral de Viaña soñaba sin duda en Dolores Arrayás, la redonda, blanca mate estanquera de la esquina de la Calle Vendederas y el callejón de Mariano.

El gato la realzaba, siempre de blanco, un blanco muy planchado y crujiente, que dejaba un poco gris la blancura de la casa, el cuello y los brazos y las manos de Lola Arrayás.

Cuando un parroquiano llegaba por tabaco y por sellos ella, como en un rito, sacaba la cajetilla de cigarros o el sello y esperaba el dinero con los brazos tendidos en el mostrador, brazos que parecían de duro coco.

Josefito iba más a veces a comprarle a ella que a otros. Venía menos a ella porque sentía timidez ante su hermosura de una sensualidad de azucenón. A veces, cuando infante iba.

¿Qué estás pintando? Tengo que ir a ver los cuadros del Casino, que me dice Paco Flores que son muy bonitos.

Josefito la miraba a ella y al mismo tiempo a su hija, que cuando lo oía hablar se venía al mostrador, de la camilla de dentro. Josefito consideraba tanto aquella madre y aquella hija tan iguales, sino que la madre era la madre. Josefito pensaba en cómo habría sido la madre cuando era como la hija. Y la hija cuando fuera como la madre. Veía a las dos, en una, pero la madre que lo comprendía, quería separárselas, separarse. Anda, Lolita, vete por hojaldre. Y cuando se quedaba sola con Josefito alzaba sus brazos y se los cruzaba sobre la nuca.




ArribaAbajo- 126 -

Montemayorcita Jote


¡Ay qué bonitos aquellos cristales blancos y carmines, tan limpios, tan primaverales, tan melodiosos, que él no quisiera que cambiasen en mucho tiempo!

-Mira, Paco, qué precioso. Ten cuidado, no los varíes.

-Es verdad, tú, qué precioso, Juan.

Y él veía venir, primero pequeñita, luego mayor, ya en fin riendo y hablando, desde la verja de madera verde a la galería de la casa de Fuentepiña, por el camino de eucaliptos, pinos y naranjos, a Montemayorcita Jote, la costurera, que venía a pasar unos días cosiendo en el campo, con su hábito blanco tan planchado y luciente y su pañuelo granate al cuello.

Se acordaba de aquella noche en que a él le dio aquel dolor en el pecho, y con qué cariño, con qué dulzura lo miraría ella que parecía la misma Virjen de Montemayor; de la complacencia alegre con que lo saludaba cuando él pasaba por la ventana donde ella estaba cosiendo.

Él sabía bien la casa pobre y limpia de la Calle de San José donde ella vivía, pero él desviaba la casa a otra mejor de la misma calle, que tenía aquella cancela de colores a un patio y balcones floridos. Y allí la colocaba, señorita de su barrio, merecedora de un amor que ya vendría a quererla entre las flores, y a tenerla siempre tan planchada y tan limpia con su vestido de percalina blanca y su pañuelo grana de seda.






ArribaAbajoEntes y sombras de mi infancia


ArribaAbajo- 127 -

Fernandillo


Fernandillo venía al oscurecer, cuando a mí me iba entrando el sueño; entonces, al menos, me decían que venía. «¡Ahí viene Fernandillo!» Y yo abría inmensamente los ojos y miraba absorto, estático, asombrado, ya casi sin ver, a la lámpara del comedor, es decir, al florón hueco de rosas de yeso que tenía el cielo raso en el sostén de la lámpara, en cuyos agujeritos negros, no he sabido nunca por qué, situaba yo a Fernandillo.

Como era un ser que venía cuando yo me estaba durmiendo, lo veía más en el sueño que en la realidad, lo veía en su propio reino, y verdaderamente. Y como el panadero de casa se llamaba Fernando, y era raro, desgarbado, borrachín, negrusco, sordo, clavado para soñar en él y trastornarlo, yo veía a Fernandillo en los sueños de mi sueño como un Fernando el panadero visto en la bola de cristal azul de la escalera, pequeño y deformado, y a propósito para escurrirse por el adorno vano del sostén de la lámpara del comedor y entrárseme por el rabillo del ojo.

Fernandillo era un ente casi de la familia, con existencia, para mí, como la de la gata, el perro, la tortuga o el verdón, pero fea y odiada, algo parecida a la de los ratones. Y aunque yo, después de comer, para no dormirme pegaba la cara contra los cristales de la cancela del jardín y me ponía a mirar las estrellas, las campanillas azules, la fuente de ladrillo, la morera, y hacía cuanto estaba en mi pobre poder de niño, a ver si Fernandillo no venía, mi cabeza se rendía, y me dormía, me dormía, y él venía todas las noches, y él venía como un murciélago que se entrara del cielo negro al comedor con su carita de panadero y su risita mala. (1910)




ArribaAbajo- 128 -

Castelar


Avisaron de la casa de Huelva que por la tarde vendría Castelar con mi tío Paco. Que se tuvieran abiertas las bodegas y las iglesias. Un parte azul.

Yo tenía una idea de Castelar. Retrato en casa de Don Rafael Velarde, «Republicano». Al aperador lo llamaban Castelar por lo que hablaba.

Me imajinaba a Castelar como un loro o una máquina habladora, hablando todo el día, sin parar, como si ese fuera su oficio.

Fui con el parte a la iglesia mayor, al Ayuntamiento, a Santa Clara, a San Francisco, al Hospital y al Diezmo, a la Castellana, a la Calle Ilascuras. Se regó todo.

Yo corría, de un lado a otro. Nublado. El Trasmuro.

Toda la tarde mirando a la carretera de Palos por la verja cerrada, cada vez que un coche...

Fue cayendo la tarde. Nubes moradas bajaron al poniente. Y yo volví por la calle de San Antonio, de Palos, del Sol, de la Cárcel, del Vicario Viejo, de la Fuente... Y cada vez que veía el ocaso por una bocacalle, veía, en el sol poniente que quedaba el loro de Castelar, hablando, siempre siempre...






ArribaAbajoPiedras, flores y bestias de Moguer


ArribaAbajo- 129 -

La sabinita


(Moguer)


Les han traído a los niños la Sabinita, la canaria vieja, verde y cana que era de Doña Sabina, castellana de las «vigoletas». Ellos han estado locos con ella una hora, agradándole, haciéndole cosas; y al fin se han cansado y la han dejado sola. Entonces yo me he ido a su abierta prisión necesaria (¿cómo la vamos a soltar? ¿adónde va una canaria vieja?) y le he hecho también y a mi modo fiestas: «Sabinita, pi, pi».

«Sabinita, pi, pi». Y la canaria, un poco menos triste, me ha contestado, con un vuelecillo de lirio heno mustio de los alambres: «Pi, pi».

Durante toda la tarde, mientras he estado trabajando, la he acariciado, sonriéndole, desde mi poesía. Palabras y silbidos en mis pausas, y a veces, en plena creación: «Pi, pi». Siempre me ha respondido la Sabinita, el ojito alegre, revolvando en momentánea abierta flor menos seca: «Pi, pi».

Ahora, ya anochecido, la Sabinita ha metido su pena en el ala esponjada en recuerdo y se ha dispuesto a dormir, no en el palillo, en la tabla. Todavía mi resignación le ha dicho una vez: «Pi, pi». Y la Sabinita ha sacado un verde ojito vivo de su cabecilla casi blanca, y me ha contestado, no sé si en los cambios de sueños de la muerte: «Pi...»




ArribaAbajo- 130 -

Las violetas


Pasaba entre nosotras dejando sus ojos negros que no veían, mirando a sus alas en nuestra amoratada y fresca melancolía. Y nosotras nos poníamos codo en la tierra y la barba en la mano, como esos ánjeles de Rafael, para que descansara plácido. Su barba, negra y dorada, le daba aire de nazareno lírico...






ArribaAbajoMadrid primero


ArribaAbajo- 131 -

Carmen Díaz


Primer Madrid, sin patria aún. Frente a mi casa hay una fonda. Es de Jesús, el madrileño. La fonda está decorada con estampas de La Lidia y El Motín. Jesús, bajito y colorado, morado, entra y sale, ahogándose, con una mano metida en el chaleco, sobre el pecho. Tiene una hija, ya mujer, de quien dicen todos que es muy agraciada -yo sólo veo que se ríe siempre- que a veces viene a mi casa, y se llama Carmen. Carmen Díaz.

A veces, llegan a la fonda, en el coche, viajantes de comercio, que salen por la tarde a la puerta, con barba de diez días; y toreros, que se asoman al balcón de enmedio, entre la admiración jeneral y el estupor mío, vestidos de colores, plata y oro, con el sol de las tres.

Un día, vino a la fonda un ciclista. Estuvo un mes -dicen- en Moguer. Era un hombre joven y alto, que nos admiraba. Iba y venía con su bicicleta a la Ribera. Y al anochecer, la bicicleta estaba siempre allí en el zaguán, sobre las losas de mármol blanco y negro.

Tras un borroso cuento que no entiendo, oigo aquí y allá, que Carmen Díaz se ha ido a Madrid con el joven de la bicicleta. Entonces, Madrid se aparece en mi sueño, como un Moguer mayor, con muchas torres, lejano, inasequible, misterioso, vacío, -digo, con toreros y anarquistas, y en una fonda de una calle muy grande, Carmen Díaz.






ArribaAbajoEl Sanatorio del Retraído


ArribaAbajo- 132 -

Ramón del Valle-Inclán


Valle-Inclán me manifestó, desde el primer instante, una verdadera simpatía. Entonces estaba publicando en Los Lunes del Imparcial «Sonata de otoño», que yo leía en los bancos del jardín por las mañanas. Una tarde vino a traerme el libro forrado de papel verde de paredes.

Valle-Inclán era llano, afable conmigo, diez años menos. Me recitaba mis cosas que más le gustaban y nunca olvido una tarde en que me leyó -¡qué bien!-:

«Declinaba la tarde...»

Cuando venía Valle-Inclán, había el gran alboroto entre las niñas: un escándalo.

Un día de gran nevada -tres días incomunicados con Madrid- apareció Valle-Inclán, delgado y negro, en la soledad blanca. Bajé a abrirle la verja:

-Pero Valle, cómo viene usted con este día.

-Se lo había prometido.




ArribaAbajo- 133 -

Simarro


Aunque era un Sanatorio de cirujía, el Doctor Simarro había conseguido que me dieran en él, como en un hotel, un dormitorio y una sala porque yo no toleraba los ruidos del centro de Madrid.

Don Luis Simarro me trataba como a un hijo. Me llevaba a ver personas agradables o venerables: Giner, Sala, Sorolla, Cossío, me llevaba libros, me leía a Voltaire, a David Hume, a Nietzsche, a Kant, a Wundt, a Spinoza, a Carducci.

No sé las veces que alejó de mi alrededor, dándome voluntad, paz y alegría, la muerte imajinaria.

Más tarde, muerta su mujer, la bella y buena Mercedes Roca, me invitó a pasar un año en su casa.

Nunca olvidaré aquellas tardes de invierno, nieve, frío, lluvia, alrededores solitarios, cuando inesperadamente, a última hora, veía yo llegar, desde mi ventana, tras el jardín tristón, la lenta berlina de Simarro.




ArribaAbajo- 134 -

Las niñas


Eran las hermanas más jóvenes. La hermana Pilar Ruberte, la hermana Filomena y la hermana Amalia Murillo. Yo les traía golosinas que ellas, aunque les estaba prohibido, se comían conmigo alrededor de mi estufa. Cuando había tormenta, venían gritando a mi cuarto. Me vestían de monja una escoba, y me la ponían sentada en el sofá, y una fotografía que tenía yo, encima de la chimenea, de una amiga francesa, me la encontraba puesta por ellas [?] en mi cama sobre mi almohada.

La verdad es que lo pasábamos tan bien las tres y yo. Jugábamos por los pasillos, en verano sobre todo, cuando no había enfermos.






ArribaAbajoUn león andaluz


ArribaAbajo- 135 -

El sentimentalismo hondo


En las razas más cultivadas, más afinadas, más nobles, el sentimiento luce como la última calidad del ser. Un hombre verdaderamente culto cuida su sentimiento en la flor, en el niño, en la madre.

Hoy, una jeneración ridícula, dominada por el injenio y el alarde, hace gala en el arte, en la poesía, en la vida, de prescindir de lo noble. Porque al amor, de que tanto se habla, tampoco se da un valor noble, un equilibrio de espíritu y cuerpo. Pero de pronto nos llega un mensaje lejano de ciertos países -el Japón, los Estados Unidos-, y en él estos valores profundos nos dan el ejemplo.

Don Francisco en esto, como en otras tantas cosas, era un universal. Los grandes hombres de las civilizaciones pasadas, los grandes hombres de hoy, tienden a la jeneralidad del sentimiento sin esclusión. Naturaleza, amor, casa, obra; y en la naturaleza la montaña y la verbena, en el amor la mujer, la hermana, el amigo, el hijo, el animal; en casa el goce, el cuidado, el esmero; en la obra la totalidad, la recreación de la totalidad, la llevada a la totalidad de lo que uno quisiera para lo eterno.

Claro que esto depende también del paisaje, de la casa, de la obra, del amor -madre, mujer- que se ha tenido. Hombre superior es el hombre sólo intelijente, pero la intelijencia no da el sentimiento por añadidura. Pero mucho más superior es el hombre de profundo sentimiento en donde se da, por añadidura, la intelijencia.




ArribaAbajo- 136 -

La espada envainada


Él, que había mandado su luz, con el sol del día, a los cuatro confines del mundo, se recojía en sí mismo, con toda su luz en sí, como, envainado, el acero.

Los que lo visteis muerto, tendido en su camita blanca, ¿no parecía una espada envainada, con toda su luz en sí?






ArribaAbajoUn vasco universal


ArribaAbajo- 137 -

Nicolás Achúcarro


«La Aurora» le puse yo cuando lo conocí (1902, laboratorio de Juan Madinaveitia y Luis Simarro, calle General Oráa, cerros entonces, chopos solitarios y sierra libre).

Donde él entraba, parecía que entrara el primer sol, un sol primero universal, anjélico, diabólico, de todos los jóvenes orientes, con luces, rayos, lenguas de todos los buenos días. Y aunque a él le gustaba poco entrar como médico por la puerta, curaba, como el sol no médico, por las ventanas, con sus fatales rayos ultra.

Sí, yo no sé qué había, hay siempre en él de borrachera, embriaguez rubia del espíritu en el cuerpo recibidor. Un champaña rosa y oro con sol fino de abril. Se ve que le está tocando, en ardiente entusiasmo, el centro del corazón, por algún sitio delicado y hondo, a la vida. Lleva como sangre ideal en sus manos sin fatiga eléctrica. El búho de Minerva vive bien en su hombro, hombrera gris descuidada con algún pelo de la melena oro; pero con la luz en los ojos de un canario belga o andaluz, sin gayarrismo, a no ser irónico. («Alado Gayarre», le decía al pájaro amarillo un buen maestro de Alcalá de Guadaira que intentó enseñarme a gorjear en mi adolescencia.)

De todos sus viajes, patrias, idiomas, bailes, laboratorios, músicas, alpinismos, libros, pinturas, conserva y lleva encima este internacional banderas de gracia y cultivo jenerales, que flotan al viento como cabelleras de mujer y diosa, premio simpático cuando se echa cantando contra él. ¡Qué no le paren en su fuga! Si alguno lo pone amargo, le jura desde el vallado de su huida, en siete lenguas estranjeras y una, auténtica, bilbaína. Alegre, dinámico, inquieto y bueno, Nicolás Achúcarro.

... Y ahora, un poco tocado de un secreto otoño prematuro, resol de no sé que lado triste del mundo, fijo frente a su sonrosada fe, tiene algo de canario enfermo, de chopo enfermo, pero a través de cuyas hojas de oro en muda, alas en muda de oro, ¿hacia dónde?, siquiera siempre despuntando, aunque tal vez por ocaso, un sol mayor, más visible, más cercano, más astronómico, con rara inminencia de eclipse próximo, sol de verdad, de belleza y de sabiduría profundas y raras, con apariencia lijera de disco traslucido... Y serio. ¿Serio? ¿Ha dado una vuelta el mundo, por este vasco libre? Algo le rinde las tres virtudes amarillas, que antes eran rocíos verdes primaverales.

Parece que la aurora sin aurora, sin él, está pasando en él, sin él quererlo, dejándolo apartado y mudo de la punzada y con encojido calambre, por una estraña, temida fase.






ArribaAbajoCerro del viento


ArribaAbajo- 138 -

Museo de ventanas


(Soledad del poeta)


Como son tantas las ventanas, y cada una tiene su paisaje, parece este corredor un mudable y perene museo natural de cuadros maravillosos.

Por una se ve, ahora, el primer chopo, ramazón triste sobre el ocaso grana, como un escobón grande -bandera de carbonero contra un distante rey rico-, en el que quedara cojida alguna hojilla negra. Por otra, el Hipódromo, verde y banal, con sus tribunas solitarias, sus chopos marcadores del Canalillo sinuoso, deslumbrada toda su yerba crecida de rojo. Por otra, siete Picos, el Montón de Trigo, las Cabezas de Hierro, las ansiadas soledades solas, malvas y celestes en un cielo semirosa. Por otra, como ojos azules entre las odiosas torrecillas de Chamartín, las últimas estribaciones de Guadarrama, allá al fin del gran campo arado sobre el que se coloran redondas nubes rosas. Por otra, en fin, un espejo brillante del canal, con sus grandes chopos de humo, contra los paredones traseros de cuadros rojos y blancos, y sus parejas lentas de enamorados por la orilla...

Cierro, con un rápido paseo de retorno, el largo álbum desdoblado, saco la cabeza por el último cuadro, y me pongo, deslumbrado, a proyectar mi futuro en el ocaso.




ArribaAbajo- 139 -

Guadarrama


(Corredores)


Aunque son ya las nueve, y están los niños del solar jugando al balón, Guadarrama sigue durmiendo, embozada en nubarrones pardos. Debe haber pasado, como yo, mala noche. De vez en cuando, se despierta un poco, se remueve, y enseña un hombro nevado, una rodilla, un pecho, la frente; pero torna a arroparse en cielos, se vuelve contra la pared del norte, y sigue durmiendo otra vez.

Delante, el campo de lomas está todo cobrizo, pajizo de semisol. En la mañana vacilante de marzo, es más evidente y más agria la miseria del alrededor, la «impureza del campamento» madrileño. Basuras y escorias, arbolucos con andrajos, casuchas de latones, empalizadas viejas, todo esto que el sol cubre siempre, al salir, de oro, yace abandonado a su bicharraquera fea, preso en sí y como sin fundamento.

¡Pobre campo de Madrid, todo y sólo pies, sin Guadarrama! La montaña es la verdadera, poética reina blanca que ennoblece, buena, el reino miserable y chico. Olvidadiza, trasnochadora, adusta e insomne ella -¡monarquía natural!-, el campo es como un sórdido, arrastrado y sañudo idiota acechador; no como un degollado, un sin fin frente -sin idealidad, sin claros instintos, sin altos sueños-.






ArribaAbajoColina del alto chopo


ArribaAbajo- 140 -

El chopo español solitario


Yo lo veía ya en mis hondos sueños de niño, sueños perdidos de adolescente, doblado como un indómito arco de fuego por el viento grande del vehemente crepúsculo de otoño (de esos cortos, ácidos, únicos, casi falsos, que levantan hasta su sorda negación el cenit); como un prodijioso meteoro de la tarde (súbito mártir secreto, arraigado solo a su misterio errante), derramando inútilmente en el potro de la alta soledad sus chispas bellas primero; gotas, luego, de roja luz; al fin, divinas hojas de oro.

¡Terrible ya, entonces, loco, ardiente chopo español solitario!




ArribaAbajo- 141 -

Los universales


Aquí, bajo esta estranjera palma dorada del Retiro, cuyas hojas derramadas dulces acaricia la luz, el alma del agua, temblando; junto a este olivo forastero, que gotea el sol plateado en el agua del surtidor, veo pasar, estas tardes, en larga hilera, las sombras de los universales españoles, tristes y pensativos.

Son todos los que no se contentaron con el solar y la raza, los que no creían que fuera lo varonil el jesto brusco español y el denuesto colorado, los execrados por hablar con voz de todas partes, los ridiculizados por sentir esas cosas que en España se siguen considerando como cosas de mujeres o de poetas... clásicos: la flor, el pájaro, el niño, la mujer delgada, el entretiempo, en suma, lo delicado.

Pasan, pasan, bastantes y qué poco oídos. Son como el pájaro alto en el cielo abierto, sobre el huerto cerrado, sobre el asno trabado, sobre el camino con fin, sobre el nombre puesto a la tierra única y consustancial, como con hortalizas. Son los eternos proscritos, los verdaderos españoles amigos de la vida, del hombre, de la eternidad.






ArribaAbajoSoledades madrileñas


ArribaAbajo- 142 -

Apunte de primavera en el Retiro


Pájaros en los almendros en flor. Violetas por todo el suelo. En los negros troncos, los grandes lunares amarillos de las grandes ramas podadas.

Al fondo, alto de nivel, el estanque con su cabrilleo deslumbrador, que trae una nostaljia del mar del sur. La bandera española y una fila de lanchas verdes y amarillas contra la verde felpa de la orilla nueva, como en un pesebre de primavera.

Sobre el fondo verdeoscuro de esta otra agua estancada, los rosales frescos, transparentes de sol.




ArribaAbajo- 143 -

El olmo picado


Aún es agosto. Pero estos olmos que con la sequía (polvo, insectos, telarañas) se han picado le dan al jardín un aspecto seudootoñal, de un otoño raro y diferente, como de otros climas o planetas

¿Habéis encontrado alguna vez por el campo, una cigarra, un gañafote comido de las hormigas? Ha quedado de él, una cigarra, un gañafote trasparente, hueco -como de talco- y completo. Así las hojas de este olmo. Contra el sol de la mañana, que quema el azul puro entre ellas, parecen escamillas nacaradas, esqueletos de plata, encaje de cristal. Y el árbol es como una inmensa joya blanca, vagamente contajiada del verdefino de las hojas que aquí y allá quedan medio sanas todavía; como una gran ala abierta, de un pájaro cándido y enfermo, que anhelara remontar un ancho y débil vuelo hacia la muerte.

Olmo picado, sé bien que no es justa esta sensualidad en lo que decae; que es triste y cruel el piropo a una hermosa enfermedad cuya belleza es a costa de la savia o de la sangre. Sí, pero deja, olmo picado, que te diga como a Carmen, la tísica: ¡Qué bello eres!





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