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Antonio Machado y Miguel Hernández: dos poetas y una misma voz

Francisco Esteve Ramírez

«Los poetas -decía Miguel Hernández- venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido». Por ello, no resulta nada forzado el intento de establecer relaciones entre distintos poetas, ya que a todos ellos les une el mismo espíritu que viene desde los tiempos más remotos. Así, podríamos dedicar a Antonio Machado las mismas palabras que dirigía Miguel Hernández a Vicente Aleixandre: «Tu voz y la mía irrumpen del mismo venero. Lo que hecho de menos en mi guitarra, lo hallo en la tuya».

Si la relación genérica entre los poetas no es nada artificial o forzado, en el caso de establecer relaciones entre Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, surge de forma espontánea y natural, ya que se trata de tres poetas a los que les unen especiales referentes, tanto de carácter personal como literario, siendo sin embargo cada uno de ellos los más cualificados representantes de la generación del 98, la del 27 y la del 36, respectivamente.

En el año 1985 tuve la oportunidad de formar parte, en nombre de la Asociación de Amigos de Miguel Hernández, de la comisión organizadora del homenaje a estos tres poetas, junto con los presidentes de la Fundación Antonio Machado y del Patronato Federico García Lorca. Este homenaje, que estuvo presidido por Rafael Alberti, intentó -y creo que en parte se consiguió- subrayar los aspectos unificadores de estos poetas, a los que el propio Alberti calificó como «los poetas del sacrificio español». Gracias a este homenaje pude asistir a numerosas actividades que a lo largo de toda España se celebraron durante ese año en recuerdo a estos poetas, tanto en Madrid, como Barcelona, Soria, Granada, Orihuela, Alicante, etc. En todos estos actos había un factor común, que era la admiración que despertaban estos autores entre los numerosos asistentes. Asimismo, el 22 de febrero de 1989 asistí a los actos organizados en la localidad francesa de Collioure con motivo de la celebración del 50 aniversario de la muerte de Antonio Machado. En tal ocasión se realizó un emotivo acto de hermanamiento entre Antonio Machado y Miguel Hernández, estableciéndose unos acuerdos de colaboración entre la Fundación Antonio Machado y la Asociación de Amigos de Miguel Hernández.

Aunque Antonio Machado y Miguel Hernández pertenecen a dos generaciones diferentes, como son la del 98 y la del 36 respectivamente, las especiales circunstancias que incidieron en sus vidas durante la guerra civil española y sus posteriores consecuencias, hicieron que se establecieran unos vínculos de gran relevancia. A pesar de que sus trayectorias vitales tuvieron inicios diferentes, en su última etapa estuvieron estrechamente unidos, compartiendo una misma voz al servicio de unos idénticos ideales a favor de la justicia, la paz y la libertad, como subrayaría Antonio Dorta en la revista Blanco y Negro, del mes de abril de 1938, refiriéndose a Miguel Hernández: «Se nota en todas sus páginas -del libro Viento del pueblo- el sentimiento ya hecho naturaleza corporal y poética, de que su vida y su destino son unos con la vida y el destino de los españoles. En su poesía, como en la de Antonio Machado, resuenan el dolor y el anhelo de la colectividad, un eco de la voz dormida de su pueblo».

El momento culminante de este encuentro de compromiso entre Antonio Machado y Miguel Hernández se produjo especialmente en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937, en donde participaron activamente como delegados. En dicho Congreso se aprobó una ponencia colectiva, leída por Arturo Serrano Plaja, en cuya elaboración participaron Machado y Hernández, junto con otros representantes de la literatura española como Antonio Aparicio, Emilio Prados, Juan Gil-Albert, etc. El escritor inglés Stephen Spender, asistente a dicho Congreso, recuerda en sus memorias, World within world, a algunos de los participantes en este Congreso, dedicando una especial mención al «poeta Machado, absorto en su mundo de valores poéticos puros», y al «joven soldado, poeta de Madrid, Miguel Hernández, de origen campesino y pastor del pueblo de Orihuela». A Hernández se referiría este autor inglés, durante su intervención en el Congreso, como el pastor «que ha llegado a ser a la vez un soldado de la civilización y el poeta emocionante y profundamente imaginativo de esta guerra». Asimismo, Antonio Machado y Miguel Hernández firmaron, junto con otros escritores, el «Manifiesto de los intelectuales por una gran editorial para la educación de la juventud», publicado en el diario La Hora, de las JSU, en Valencia, el 29 de agosto de 1937. Ambos poetas firmarían también, conjuntamente con otros más, el manifiesto «A los intelectuales antifascistas del mundo entero», que apareció en el n.° 13 de la revista El Mono Azul. Igualmente, participaron Antonio Machado y Miguel Hernández en el número IX de la revista Hora de España, editada en Valencia en septiembre de 1937, en la que se publica un ensayo de Machado y varios poemas de Hernández.

La admiración que sentía Miguel Hernández por la obra y la persona de Antonio Machado hizo que, entre los escasos libros que componían su biblioteca, se contara con el poemario de Antonio Machado Soledades, galerías y otros poemas, editado por Calpe en Madrid en 1919, cuyo ejemplar -quizás regalado por Ramón Sijé- ha sido conservado por la familia del poeta oriolano. A este libro de Machado hace referencia Tomás Navarro Tomás, académico y director de la Biblioteca Nacional, en su prólogo al libro hernandiano Viento del pueblo: «Un amigo, estudiante, le proporcionó obras de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez y de otros poetas contemporáneos». Este reconocimiento por la obra machadiana queda claramente manifiesto en su poema «Llamo a los poetas», en el que efectúa una relación de los poetas con los que se siente más identificado. Entre estos catorce poetas se encuentra Antonio Machado junto con Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Emilio Prados, Federico García Lorca, Pedro Garfias, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Antonio Aparicio, Antonio Oliver y Arturo Serrano Plaja.

Además, Antonio Machado y Miguel Hernández compartieron amistad con diversos coetáneos del mundo de la cultura y la poesía, como Federico García Lorca, José Bergantín, Tomás Navarro, etc., así como han formado parte de varias antologías poéticas en las que aparecen conjuntamente poemas de ambos autores. Una de las más significativas de estas antologías es la que, con el título de Poetas en la España leal, publicada en 1937 por Ediciones Españolas, recoge una amplia selección de poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández y otros autores, coincidiendo la mayor parte de ellos con la relación hecha por Hernández en su poema «Llamo a los poetas».

Pero aparte de estas coincidencias coyunturales hay un hecho de especial relevancia que une la vida de estos dos poetas, como es su clara opción en favor de la legalidad republicana, con una expresa defensa de la lucha por la libertad y la justicia. Esta opción condicionó no sólo sus vidas y sus planteamientos ideológicos, sino que también tuvo una importante incidencia en su creación literaria.

Entre los distintos aspectos que aunaron la vida y la obra de estos dos grandes poetas podemos destacar los siguientes.

El pueblo

Ambos poetas coinciden plenamente en que el destinatario final de su obra es el pueblo. Pero no un pueblo considerado como un ente abstracto y lejano, sino el pueblo sencillo, comprometido y luchador. Así, Miguel Hernández manifiesta en la dedicatoria a Vicente Aleixandre de su libro Viento del pueblo: «Nuestro destino es parar en las manos del pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del poeta derrama vibrante». Esta referencia al pueblo es una constante en la obra hernandiana, ya que el propio Miguel Hernández se sentía parte del viento de ese pueblo, como manifiesta en su poema «Sentado sobre los muertos»:

   Acércate a mi clamor,

pueblo de mi misma leche,

árbol que con tus raíces

encarcelado me tienes,

que aquí estoy yo para amarte

y estoy para defenderte

con la sangre y con la boca

como dos fusiles fieles.



Y esa vinculación con el pueblo le hace poner a su disposición lo mejor que tiene: su corazón y su garganta:

   Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me avientan la garganta.



Ese compromiso no es coyuntural, sino que se extiende hasta el día de su muerte:

   Aquí estoy para vivir

mientras el alma me suene,

y aquí estoy para morir

cuando la hora me llegue,

en los veneros del pueblo

desde ahora y para siempre.



Por su parte, Antonio Machado comparte esta misma concepción del pueblo como el auténtico depositario de su poesía. Valga como muestra de ello la lectura de algunas líneas de su discurso de clausura del Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. En este discurso, titulado «El poeta y el pueblo», expone Antonio Machado su declaración de principios sobre la vinculación del poeta con el pueblo:

Cuando alguien me preguntó hace ya muchos años: ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil -era el tópico al uso de aquellos días- consagrado a una actividad aristocrática [...]?, yo contesté con estas palabras, que a muchos parecieron un tanto evasivas o ingenuas: «Escribir para el pueblo -decía mi maestro-, ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos -claro está- de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido que no acabamos nunca de conocer».


En su artículo dedicado al V Regimiento, escribe Antonio Machado: «Siempre creí que, sin la más directa intervención del pueblo, nada completo, nada fuerte, nada orgánico y vital podríamos realizar».

El compromiso

Si algo une con especial énfasis a Antonio Machado y Miguel Hernández en su trayectoria vital es el alto nivel de compromiso que ambos asumieron en la contienda bélica.

En el caso de Antonio Machado este compromiso supuso una importante decisión personal y familiar, ya que significó una clara ruptura con su pasado dedicado fundamentalmente a la docencia y a la creación literaria, así como un distanciamiento de su hermano Manuel Machado, quien optó por el bando rebelde. Aunque este compromiso no se plasmó en una actividad militar en el frente, debido a su edad y su enfermedad, sin embargo sintió una gran admiración por aquellos poetas que, como en el caso de Miguel Hernández, pusieron al servicio de la defensa de la causa republicana no solamente su pluma, sino también sus armas. Por ello, en su artículo «El influjo de la guerra sobre la poesía joven española» manifiesta: «Y si ahora nos preguntamos cuál ha sido la influencia de este generoso grupo de poetas sobre las masas y los combatientes republicanos, responderé brevemente: indudable y magnífica. No olvidemos que nuestros jóvenes poetas están militarizados, y muchos de ellos son combatientes en el sentido más literal de la palabra».

El compromiso social y político de Miguel Hernández con el pueblo y su causa se encuentra presente a lo largo de toda su obra, especialmente en la época bélica. Así, en el poema «Recoged esta voz» describe su clara opción a favor del pueblo:

   Abierto estoy, mirad, como una herida.

Hundido estoy, mirad, estoy hundido

en medio de mi pueblo y de sus males.



Pero es en la introducción a su obra Teatro en la guerra, publicada en 1937, donde Miguel Hernández formula una declaración de principios sobre su compromiso:

El 18 de julio de 1936, frente al movimiento de los militares traidores, entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida. No había sido hasta ese día un poeta revolucionario en toda la extensión de la palabra y su alma. Había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me lo dieron los traidores, con su traición, aquel iluminado 18 de julio.


Y desde aquellas fechas, Miguel no abandonará su compromiso, poniendo su poesía y su teatro al servicio de la causa republicana. El poeta se convierte en soldado, pero no renuncia a su condición de escritor que se siente solidario con el pueblo que combate en favor de la libertad.

La paz

Uno de los principales objetivos, tanto para Antonio Machado y Miguel Hernández, así como para todos los que optaron por la defensa de la causa republicana, era la consecución de la ansiada paz para España, puesta en peligro por el levantamiento en armas de un grupo de sediciosos.

En su «Juan de Mairena póstumo», Machado elogia la paz como un bien al que no podemos renunciar: «No diréis, amigos míos, que os preparo en modo alguno para la guerra, ni que a ella os azuzo y animo como anticipado jaleador de vuestras hazañas. Contra el célebre latinajo, yo enseño: si quieres paz, prepárate para vivir en paz con todo el mundo». Y en otro texto de la misma época señala: «Más discreto sería inducir a los pueblos a preparar la paz, a apercibirse para ella y, antes que nada, a quererla, usando de sus consejos menos paradójicos. Ejemplo: si quieres la paz procura que tus enemigos no deseen la guerra». Y en su poema «A Rusia», clama Machado:

¿oyes la voz de España?

Mientras la guerra truena

de mar a mar, ella te grita: ¡Hermana!



Durante la etapa bélica todo el esfuerzo personal y literario de Miguel Hernández estuvo centrado en conseguir la paz. Así lo manifiesta explícitamente en la «Canción del esposo soldado»: «Para el hijo será la paz que estoy forjando», o en «El niño yuntero» cuando pide «que la tierra inunde / de paz y panes su frente». Y el propio poeta se define como «defensor de la paz» en el poema «Canción de la ametralladora». Para el poeta la paz sólo se puede construir desde el esfuerzo colectivo para crear un mundo mejor. Por ello, canta a los heroicos defensores de Madrid, a los campesinos, a la juventud, a los jornaleros y a todos aquellos colectivos que hacen posible, a través de su esfuerzo, la consecución de una paz duradera. La guerra es, para Miguel Hernández, un trágico paréntesis para poder llegar al deseado período de paz en el que podrá dedicarse en plenitud a cantar el esfuerzo y valentía del pueblo. Así lo expresa en la introducción al Teatro en la guerra: «Cuando descansemos de la guerra, y la paz aparte los cañones de las plazas y los corrales de las aldeas españolas, me veréis por ellos celebrar representaciones de un teatro que será la vida misma de España».

Amor y muerte

El eros y el thanatos son dos elementos que se encuentran presentes en la mayor parte de la creación lírica de los grandes poetas, ya que representan la dialéctica vital y metafísica del ser humano en constante lucha por su propia supervivencia. Amor y muerte son las dos heridas que, junto con la vida, forman la tríada vital que ha inspirado gran parte de la poesía. Para Leopoldo de Luis, la poesía es «respirar por la herida» de los sentimientos, de las pasiones y de las tragedias. En el caso de Antonio Machado y Miguel Hernández, estas dos heridas tienen unas connotaciones especiales a causa de las trágicas vivencias de una situación bélica.

La «herida amorosa» de Miguel Hernández se manifiesta de forma constante a lo largo de toda su producción poética. En sus inicios literarios se trata de un amor romántico como producto de la influencia de sus lecturas de Rubén Darío y Espronceda, pero es en su poemario amoroso El rayo que no cesa donde Hernández vuelca toda la fuerza de su pasión por el ser amado de una forma honda y sincera. Este amor apasionado se vuelve atormentado en su libro Viento del pueblo, en el que manifiesta su inmenso afecto a todos los que comparten con él su lucha por un futuro mejor. Es el eros patriótico y solidario hacia esa «España de mi vida y de mi muerte» que absorbe toda su fuerza y energía. Y, finalmente, en su póstumo poemario de Cancionero y romanero de ausencias, se centra el amor hernandiano hacia su familia y sus personas más allegadas.

En el último terceto del soneto «Ser onda, oficio, niña es de tu pelo», dedicado a su novia y musa Josefina Manresa, expresa Miguel Hernández su decidida dependencia del ser amado:

   Satélite de ti, no hago otra cosa,

si no es una labor de recordarte.

-¡Date presa de amor, mi carcelera!



Pero este amor se ve ensombrecido por la sombra de la muerte que visita tempranamente a Miguel Hernández con la desaparición de su mejor amigo, Ramón Sijé, a la edad de 22 años, y por la muerte de su primer hijo cuando apenas contaba diez meses. Estas trágicas experiencias le incitan a expresar su tristeza: «Hoy el amor es muerte, / y el hombre acecha al hombre»; y su desesperación: «Enterrado me veo, / crucificado / en la cruz y en el hoyo / del desengaño». Pero su entrega a la lucha por la justicia y la libertad dan a la muerte un sentido heroico y solidario:

   Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca entre la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.



Aunque el sentimiento amoroso no es uno de los elementos que aparezca con mayor claridad en la obra de Antonio Machado, sin embargo se encuentra siempre presente bajo distintas modalidades, como el amor por la mujer, por el paisaje, por España, etc.

En una primera aproximación, el amor aparece en la obra machadiana como algo simbólico y abstracto: «"¿Qué es amor?", me preguntaba / una niña. Contesté: / "Verte una vez y pensar / haberte visto otra vez"». Sobre todo, aparece esta tipología amorosa en su obra Soledades, en el que está más bien presente el desamor como origen y causa de la soledad del poeta:

   Amada, el aura dice

tu pura veste blanca...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!



Es en el poemario Campos de Castilla donde Machado reflexiona más sobre el amor, encarnado en su joven esposa Leonor, pero con una fuerte presencia de la angustia que puede suponer la pérdida del ser amoroso: «Hora de mi corazón: / la hora de una esperanza / y una desesperación», «Poned atención: / un corazón solitario / no es un corazón».

La aparición de un nuevo amor en la vida de Antonio Machado, tras la muerte de su joven esposa, genera un nuevo horizonte en su poesía amorosa, que se vuelve más sensual y erótica, tal como manifiesta en sus «Canciones a Guiomar»:

   En un jardín te he soñado,

alto, Guiomar, sobre el río,

jardín de un tiempo cerrado

con verjas de hierro frío. [...]

Escribiré en tu abanico:

te quiero para olvidarte,

para quererte te olvido.



Pero la presencia de la muerte y la temporalidad del hombre es una constante en la obra machadiana que supone, para muchos autores, la esencia de su producción poética. Especialmente se observa esta constante en su libro Campos de Castilla:

   Morir... ¿Caer como gota

de mar en el mar inmenso?

¿O ser lo que nunca he sido:

uno, sin sombra y sin sueño,

un solitario que avanza

sin camino y sin espejo?



La temprana muerte de su esposa Leonor provoca en Machado sentimientos de dolor y nostalgia:

   Allá, en las tierras altas,

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

   ¿No ves, Leonor, los álamos del río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.



   Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.

Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.

Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.



Y esta seguridad de la muerte hace plantearse al poeta la propia existencia:

   Si me tengo que morir

poco me importa aprender.

Y si no puedo saber,

poco me importa vivir.



La naturaleza

Uno de los elementos que vinculan a Antonio Machado y Miguel Hernández es su decidida opción por la naturaleza, la tierra y el paisaje, no sólo como fuente de inspiración poética sino como seña de identidad. Así, Miguel Hernández no duda en definirse como barro: «Me llamo barro aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame». Y Antonio Machado recuerda con nostalgia su infancia íntimamente vinculada a la tierra: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero», mientras que su poema póstumo -hallado en el bolsillo de su abrigo el mismo día en que murió- vuelve a rememorar esa infancia en contacto con la naturaleza: «Estos días azules y este sol de mi infancia». Por ello, Antonio Machado ha sido definido por muchos biógrafos como «el poeta del paisaje», mientras que a Miguel Hernández se le ha calificado como «agricultura viva» por Francisco Umbral.

Donde mejor refleja Antonio Machado esta vinculación a la naturaleza es en su libro Campos de Castilla, donde recoge sus reflexiones fruto de su observación de la tierra, los árboles, el cielo, el río, etc. Así, encontramos en este libro poemas dedicados al río Duero, al olmo seco, a las encinas, a los olivos, a la sierra de Guadarrama, al otoño, a los álamos, al chopo, etc.:

   Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.



   ¡Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales

cargados de perfume, y el campo enverdecido,

abiertos los jazmines, maduros los trigales,

azules las montañas y el olivar florido [...].



Para Antonio Machado, el paisaje y la naturaleza suscitan la solidaridad, ya que se trata de un bien común de la humanidad. Así lo comenta en Los complementarios cuando afirma:

No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón enfrente del paisaje produce el sentimiento. Una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi corazón enfrente del paisaje apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque, aun este sentimiento elemental, necesita para producirse la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial.


La obra de Miguel Hernández tiene sus raíces más profundas ancladas en la tierra de la que se siente parte integrante. Leopoldo de Luis señala: «Decía Antonio Marichalar que Rousseau se pierde en la naturaleza, Virgilio se encuentra y Garcilaso se deleita. Añadamos que Miguel Hernández se siente vivir. Su paisaje le complementa y continúa como algo propio». Su propia biografía, a la que el poeta se siente plenamente identificado, favorece esta osmosis entre su vida y su obra. Así lo expresa en su poema de adolescencia «Más poeta»:

   Miro el paisaje desde la pronunciada curva

del cayado.

A esta hora, ¡oh, sí! soy más poeta...



Pero es en el poema «Canto exaltado de amor a la naturaleza» donde el joven escritor llama a las puertas del mundo poético llevando en sus manos todos los aromas y los colores de su huerta oriolana: «Con la humildísima grandeza / del santo Francisco de Asís, / amemos a la naturaleza... / ¡Amemos todo lo que es / parte de la naturaleza».

La tierra de la que surge Miguel -«decir madre es decir tierra que me ha parido», según puntualiza en el poema «Madre España»- es la tierra que le servirá de inspiración y semilla germinadora de su creación poética.

Y esa tierra o barro del que Miguel se siente formado -«nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra», dice a Vicente Aleixandre en la dedicatoria de Viento del pueblo- impregnará toda su obra de una proyección telúrica plena que, tal como refleja en su poema «Madre España», suponen el alfa y el omega de su ciclo vital:

   Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.

Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.

Con más fuerza que antes, volverás a parirme,

madre.



Esta atracción por la naturaleza hace exclamar a Miguel Hernández, en su poema «Carta», su postrera súplica:

   Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme a la tierra,

que yo te escribiré.



Poetas del pueblo

Tanto a Antonio Machado como a Miguel Hernández se les ha calificado como «poetas del pueblo» porque han sabido, los dos, recoger los sentimientos más puros del pueblo y darles su voz. «Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre», cantaba Miguel Hernández en su poema «Sentado sobre los muertos». Y Antonio Machado escribe: «Si hablo, suena / mi propia voz como un eco, / y está mi canto tan hueco / que ya ni espanta mi pena».

Y a través de su voz contribuyeron, y siguen contribuyendo, a ensalzar las virtudes más nobles del pueblo, como son la generosidad, la entrega, el valor y la lucha por la justicia. Ambos dieron lo mejor de su vida y de su obra para construir una España más humana y solidaria. Así lo expresa Miguel Hernández en su poema «Canción del esposo soldado»:

   Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras [...].

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.



Igualmente, Antonio Machado manifiesta su compromiso poético y vital con los luchadores por la libertad: «No queda otra elocuencia en España que la del soldado. Resulta triste, como yo, estar condenado a la elocuencia de la pluma. La única moneda con la cual podemos pagar lo que es debido a nuestro pueblo, es la vida».

Y para lograr esta España nueva confía en la entrega y generosidad de la juventud, tal como canta en Campos de Castilla:

   Mas otra España nace,

la España del cincel y de la maza,

con esa eterna juventud que se hace

del pasado macizo de la raza.

Una España implacable y redentora,

España que alborea

con un hacha en la mano vengadora,

España de la rabia y de la idea.



Asimismo, Miguel Hernández también pone su ilusión y esperanza en la juventud como depositaría de ese esfuerzo colectivo por una España mejor, cuando escribe en su poema «Llamo a la juventud»:

   La juventud siempre empuja,

la juventud siempre vence,

y la salvación de España

de su juventud depende.



Esta entrega de Antonio Machado y Miguel Hernández en favor de una causa justa y noble la realizaron desde la generosidad plena sin ningún tipo de pretensiones personales ni deseos de recompensa. Así lo manifiesta Hernández en «Llamo a la juventud»:

   Yo trato que de mí queden

una memoria de sol

y un sonido de valiente.



Por su parte, Antonio Machado escribe en «Proverbios y cantares»:

   Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción [...].



Y, finalmente, expone Machado su testamento poético -compendio de toda su trayectoria vital- con esta estrofa recogida en Campos de Castilla, que resulta premonitoria del trágico final que volvería a unir a estos dos poetas en el colofón de sus vidas:

   Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.