Azorín y el romanticismo
Enrique Rubio Cremades
La valoración o los juicios emitidos por el propio Azorín en torno al Romanticismo son, si no cuantiosos1, sí de gran interés para el crítico o historiador de la literatura. Interés que radica, por un lado, en la actitud contradictoria del propio autor a la hora de enjuiciar el Romanticismo y, por otro, en los juicios u opiniones de Azorín en el momento de analizar una determinada obra para señalar la trayectoria del Romanticismo español. Esta visión de conjunto se complementa con los análisis monográficos dedicados a determinados autores románticos, autores adscritos y pertenecientes a un preciso y concreto género literario. Desde poetas o novelistas hasta dramaturgos o ensayistas. Azorín escudriñará todo este corpus literario con singular atención. Apreciación que nace no sólo de los numerosos artículos dedicados a Larra, Espronceda, Gil y Carrasco..., sino también en las precisas anotaciones realizadas por Azorín en los ejemplares pertenecientes a su biblioteca particular, circunstancia, esta última, que revela el gran interés del autor por todo lo concerniente al Romanticismo. Subrayamos interés porque Azorín frecuentemente realiza una lectura de forma parcial, premeditada, para buscar lo descriptivo o paisajístico, sin importarle para nada el mundo de ficción creado, por ejemplo, por el novelista. Circunstancia perfectamente aplicable a la novela El señor de Bembibre, de Gil y Carrasco, o a novelas posteriores, como en el caso de Juanita la Larga, de Valera, de la que tan sólo destacará lo relacionado con el cuadro de costumbres.
Las opiniones de Azorín en torno al Romanticismo son, en ocasiones, consecuencia de la presión o censura de determinados sectores pertenecientes a una concreta etapa de la vida española. Circunstancia que explica, a nuestro juicio, el demoledor ataque de Azorín a la literatura del siglo XIX. En su artículo «El siglo XIX»2 afirmará de forma rotunda lo siguiente:
«Tiene razón el Caudillo; tiene harta razón el Caudillo en su repulsa categórica del siglo XIX. En 1916, Ortega y Gasset, para juzgar el siglo XIX, tiene estos tres epítetos terminantes: triste, agrio e incómodo»3. |
A continuación Azorín
citará a los escritores Costa, Macías Picavea,
Pompeyo Gener y Valentín Almirall para corroborar tales
afirmaciones; incluso, adopta una postura que él mismo la
define como «de violenta oposición
al siglo XIX»
. Conocida es esta oposición, ya
tópica en los escritores del noventa y ocho en
relación con la generación anterior, pero nada
más lejos de la realidad que los juicios -favorables y
elogiosos juicios- pronunciados por Azorín en sus numerosos
ensayos dedicados a Larra, Clarín, Galdós o al mismo
Valera, para poner en entredicho el artículo recientemente
citado4,
fruto de una sospechosa conversión espiritual o
literaria. Nada más lejos al respecto que la profunda y
sentida admiración que Azorín sintió por el
Clarín novelista y crítico literario, o el profundo
respeto que le inspiraba Valera, maestro en la crítica
según sus palabras. Otro tanto sucede con Galdós o
con el mismo Larra, citado este último por Azorín en
el artículo «El siglo XIX» para presentar un
panorama harto desolador y sombrío de la España
romántica: «Larra había
sacado un renunciamiento a todo. Renunciaba a su tiempo, el siglo
XIX, y renunciaba a la vida»
5.
A tenor de lo
aquí expuesto Azorín enjuicia de forma concisa y
negativa todo lo relativo al siglo XIX, puesto que según
él «lo que no se puede hacer es
deformar y falsear la realidad. Baste abrir cualquier capital
producción literaria del siglo XIX para ver hasta que punto
se ha procedido anticientíficamente»
6.
En estas líneas resume y analiza Azorín de forma
parcial y, creemos, premeditadamente, a los autores del siglo XIX
en unos momentos en que la censura les era adversa, época,
por otro lado, en la que los fervores románticos o los
postulados realistas-naturalistas eran analizados desde una
concreta y específica ideología. De ahí la
visión parcial de un Larra o el ataque a la tendenciosidad
de ciertas novelas pertenecientes a autores de la segunda mitad de
la centuria pasada. Años más tarde, 1947, sus ataques
no serán tan virulentos, aunque su visión sobre el
Romanticismo sea idéntica, es decir: exagerado, violento y
grandilocuente7.
Azorín no
sólo se limita a analizar -ya de forma monográfica o
global- al Romanticismo, sino que también reseña y
estudia las publicaciones que sobre dicho movimiento literario
aparecieron en vida del autor. Un ejemplo lo tenemos en la conocida
Antología de la poesía romántica
española8
de Manuel Altolaguirre, analizada minuciosamente por Azorín
en el año 19349.
La antología de M. Altolaguirre
peca, a juicio de Azorín, de ser poco exacta, pues incluye a
poetas con escaso valor poético y, por el contrario se
excluyen a escritores de indudable calidad literaria. Todo ello nos
demuestra que Azorín en el año 1934, enjuicia a este
movimiento literario desde una óptica completamente
distinta, de forma que sus opiniones vertidas en la posguerra civil
española contrastan con las aquí expuestas. Por
ejemplo, afirmará en el artículo que analiza la
Antología de la poesía romántica
española de Altolaguirre que «nosotros ansiamos leerlos
también»
, frase que alude directamente a
escritores como Zorrilla, Espronceda o Gil y Carrasco. De igual
forma Azorín demuestra su interés por el Romanticismo
al analizar minuciosamente el corpus poético de los
escritores que figuran en dicha antología. Paciente
escrutinio que nos revela el interés y el conocimiento de
Azorín por todo lo concerniente al Romanticismo, de
ahí que sin pudor alguno muestre su desacuerdo con
Altolaguirre:
«¿Por qué causa están aquí Arjona, y Arriaza, y Gallardo, y Cabanyes, y Bartrina, y Carolina Coronado? Si hay excusa para alguno de estos poetas, es tocante a Carolina Coronado; pero Bartrina ¿qué relación tiene con el romanticismo? Y Arriaza ¿qué es lo que tiene de romántico? Y Gallardo, ¿cómo pudiéramos considerarlo cual un poeta, romántico o no romántico? Y en cambio faltan Gertrudis Gómez de Avellaneda, y Salvador Bermúdez de Castro, y Querol, y Augusto Ferrán. Imperdonable es la ausencia de este último vate, del delicado, olvidado y fino y melancólico Augusto Ferrán. No se puede en una antología incluir a un Arriaza, a un Bartrina, a un Gallardo, y olvidar a un poeta como Augusto Ferrán»10. |
Razón tiene
Azorín del romanticismo de Bartrina, autor duramente
censurado por un crítico, Blanco García11,
que no fue nunca del agrado de Azorín. Bartrina, poeta tan
prosaico como Campoamor, quiso desde un primer momento erigirse en
portador del progreso. Esto, unido a sus frecuentes incorrecciones
gramaticales, hizo posible que Azorín lo excluyera de dicha
antología. Otro tanto sucede con Bautista Arriaza, autor que
figura en la confusa encrucijada protagonizada por el
Neoclasicismo-Romanticismo. La ausencia de Augusto Ferrán no
es, de igual forma, aceptable. Ferrán precisamente
influirá de forma definitoria en su íntimo amigo
Bécquer. Precisamente, en el libro de cantares La
Soledad, de Ferrán, prologado por Bécquer,
descubrirá el autor de las Rimas «un grito para cada dolor, una sonrisa para cada
esperanza, una lágrima para cada desengaño, un
suspiro para cada recuerdo»
. Incluso, un buen
número de críticos literarios ha señalado que
muchos cantares del libro La Soledad podrían llevar
la firma de Gustavo Adolfo Bécquer, circunstancia
indicadora, una vez más, de la injustificada ausencia de
Ferrán en la Antología de Altolaguirre.
Azorín
manifestó siempre su preocupación por el
Romanticismo, no sólo desde el punto de vista
político, como su estudio «1836», en
Lecturas españolas12,
sino también desde la perspectiva de la crítica
literaria. En lo que respecta al primero Azorín
tomará como punto de partida el opúsculo de
Fermín Caballero titulado Fisonomía natural y
política de los procuradores en las cortes de 1834, 1835 y
1836. Obra elogiada por Azorín y que contrasta con sus
manifestaciones denigratorias expuestas al principio de nuestro
trabajo, pues como indica en Lecturas españolas
«la abnegación, la entrega y el
trabajo eran usuales en esta generación. Por el contrario,
en la de Azorín, como contraste, leeremos:
¿cómo hemos llegado a esta mediocridad, a esta
codicia, a esta ñoñez, a este rebajamiento, a esta
corrupción de ahora?»
13.
De igual forma siente Azorín en su ensayo La
crítica literaria en España, estudio en el que
se analizan los repertorios bibliográficos, autores y libros
de crítica literaria más interesantes. Si precisos
son sus juicios sobre las fuentes remotas y próximas de
nuestro romanticismo, no menos reveladoras son las opiniones
vertidas por el propio Azorín al enjuiciar la importancia de
ciertos autores y obras de dicho período literario. Define,
por ejemplo, de pieza soberbia al Don Álvaro de
Rivas; incluso, afirmará que Larra es uno de los primeros
escritores satíricos del siglo XIX, no aventajándole
nadie en la sátira política y en la de costumbres.
Estos precisos juicios, unidos a los conocimientos de nuestra
historia literaria, demuestran que Azorín no pasó por
alto lo concerniente al Romanticismo, aunque sí sus
opiniones expuestas con anterioridad pudieran parecer
contradictorias.
La lectura de
obras de creación o ficción y el análisis de
determinados libros sobre política en el Romanticismo
hicieron posible que Azorín reviviera o imaginara una
sesión o debate en el viejo Ateneo de Madrid14.
Azorín traslada al lector al año 1839, en un
salón henchido de público, donde literatos, poetas,
aficionados y amigos de la oratoria asisten al debate con verdadera
nerviosidad y curiosidad. Por allí desfilan Fernando
Corradi, erudito profesor y correcto orador que defiende a capa y
espada las preceptivas neoclásicas o don Antonio
Alcalá Galiano que no es, según descripción de
Azorín «modelo de
corrección ni mucho menos de belleza. Don Antonio
podría ser invocado, en punto a figura, para hacer callar a
los niños llorones»
15.
Detalle anecdótico y que no indica un matiz peyorativo, sino
todo lo contrario, pues a continuación Azorín
expondrá las excelentes dotes oratorias de Alcalá
Galiano y sus principales puntos de vista sobre la literatura. Por
todo lo aquí expuesto Azorín lo definirá como
persona ecléctica. No faltan autores como Hartzenbusch,
Antonio María Segovia o el duque de Frías, todos
ellos defendiendo sus teorías acerca de la conveniencia o no
del rechazo o admisión de la preceptiva aristotélica.
Al final, como indica Azorín, se levanta la sesión,
sesión que refleja el extracto de lo publicado en el
conocido Semanario Pintoresco Español, la revista
ecléctica más importante del Romanticismo, el
día 10 de marzo de 1839.
En lo concerniente
a los orígenes o fuentes del Romanticismo español,
Azorín publicó concisos ensayos que la crítica
posterior ha repetido o enriquecido con sutiles y precisas
anotaciones. El 18 de junio de 1926 publica en el ABC el
artículo «El Romanticismo español»,
motivado Azorín por el próximo centenario del
Romanticismo francés, conmemoración que tendrá
lugar en Francia a raíz de la publicación del
manifiesto literario sobre el Romanticismo que figura al frente del
drama Cromwell (1827), de Victor Hugo. Azorín
afirmará con razón que en la literatura
española siempre ha existido un impulso personal,
espontaneidad creadora y libre determinación. Incluso
considera a Fray Luis de Granada como el primer escritor
romántico español, autor que según
Azorín «es quien muestra
más acusada personalidad, quien más lo fía
todo a la inspiración, quien más se deja arrastrar
por la emoción profunda, conmovedora y
creadora»
16.
A tenor de lo dicho por Azorín creemos que Fray Luis de
Granada es la fuente remota que influye con su Libro de la
oración (1554) en las Noches lúgubres
de Cadalso, obra considerada por nuestro autor como la primera en
los anales del Romanticismo español. Incluso Azorín
extracta un pasaje de la obra de Fray Luis de Granada para
cotejarlo a renglón seguido con el texto de Cadalso:
«En el Libro de la oración (1554), Fray Luis, por ejemplo, dice: piensa cuan frágil es la vida y hallarás que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es; pues un aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un enfermo, basta para despojarnos de ella, etc., etc. Y Cadalso en este comentario pintoresco, trágico, del Libro de la oración, en Las noches lúgubres escribe: ¡Cuántas veces muere un hombre de un aire que no ha movido la trémula llama de una lámpara! ¡Cuántas de un agua que no ha mojado la superficie de la tierra! ¡Cuántas, de un sol que no ha entibiado una fuente!, etc., etc. Véase, de paso, en esta amplificación de Fray Luis por Cadalso, una de las características netas del Romanticismo»17. |
La crítica actual ha señalado, precisamente, esta fuente literaria ya citada por Azorín, como es el caso del hispanista Glendinning18 que en su prólogo a la edición de las Noches lúgubres además de señalar la posible huella del Criticón de Gracián y la de Torres Villarroel cita el capítulo «De la consideración de las miserias de la vida humana» del Libro de la oración. Críticos como Wardropper, José F. Montesinos, Helman, E. Cotton, Sebold, etc., han analizado las fuentes de Noches lúgubres, fuentes literarias que se remontan o se encuentran en la misma visión barroca de la muerte y en la conocida obra citada por el propio Cadalso: Night Thoughts de Young.
Incluso,
Azorín en su Prólogo.-Rivas-Larra
abordará de nuevo el tema e insistirá, una vez
más, en su opinión: «Cómo no ver, repetimos, que José
Cadalso es el primero de nuestros románticos
españoles»
19.
En el sentir de Azorín el romanticismo subyace en nuestra
literatura desde las épocas renacentista y barroca, rasgos
que se manifiestan de forma ininterrumpida y que cristalizan en las
obras de Cadalso, Meléndez Valdés o Jovellanos. Para
Azorín el siglo XVIII es ya romántico, de ahí
su rotunda y afirmativa opinión al respecto:
«Cadalso, Meléndez, Jovellanos: románticos, descabellados románticos, desapoderados románticos; románticos antes, mucho antes, del estreno de Hernani en París. ¿Cómo no se tienen en cuenta todos estos antecedentes cuando se estudia el Romanticismo en España? ¿Ha habido realmente en España clasicismo? En realidad, el movimiento clasicista -pálida imitación de Francia- no llegó nunca a lo hondo ni sus preceptos y reglas obligaron a nada»20. |
Azorín
establece en sus juicios una relación directa entre la
propia vida de Cadalso y la acción de Noches
lúgubres. El mismo Azorín emite la siguiente
interrogante: «¿Cómo no ver
que Cadalso que no hacía más que trasladar a su libro
un hecho casi cierto? -; cómo no ver que Cadalso, por su
vida, por sus amores trágicos, por su misma muerte
heroica...»
21.
Esta relación directa entre vida y obra literaria ha sido
abordada y analizada con sutiles, sugerentes e innovadoras
apreciaciones por la crítica actual. Por ejemplo, para el
crítico Russell P. Sebold, Cadalso
fue el primer autor español en escribir de acuerdo con la
cosmología romántica y «lo
que determina el romanticismo de una obra es la presencia en ella
de tal cosmología, y no la de ningún tema,
ningún rasgo episódico ni ningún adorno
estilístico concreto»
22.
El panteísmo egocéntrico y el dolor cósmico
del romanticismo sentido por el propio Cadalso no se puede explicar
tampoco -opina Sebold- por la supuesta inclinación
romántica de la literatura española, aunque
ésta se caracterice por tal disposición.
Visión, como hemos tenido ocasión de comprobar,
distinta a la vertida por el propio Azorín, aunque
idéntica en su último fin: considerar a Cadalso como
el primer romántico español.
En el conjunto de los estudios dedicados por Azorín al Romanticismo observamos una mayor preocupación por las fuentes literarias o por autores pertenecientes al siglo XVIII, escritores que ofrecen o presentan los rasgos típicamente románticos. Azorín rebasa en sus juicios los límites estrictos del siglo XVIII, produciéndose de esta forma la ruptura de los clichés clásicos que dividen en compartimentos a nuestra historia literaria. Es claro que para Azorín la palabra Romanticismo no debe relacionarse sólo y exclusivamente con el estreno del Don Álvaro, tal como se ha repetido hasta la saciedad, sino extender o ampliarse hasta épocas anteriores, de ahí la presencia de Cadalso, Meléndez Valdés o Jovellanos en los escritores azorinianos.