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Bofetón al garrotero

José Joaquín Fernández de Lizardi





Señor Mexicano: Ya van tres con usted que salen al público a hacer dos papeles que en la vida desempeñarán y son de literatos y patricios, y por cierto que lo más que han hecho es acreditarse de ignorantes. ¡Ojalá se usara en mi tierra el ostracismo!, que ya vería usted y sus compañeros los pocos votos que sacaba su opinión rastrera y tontamente apasionada; pero así como a tres en la presente disputa como a trescientos; para todos habrá como no arrebaten. Lo único que siento es no poder explicarme con la libertad que quisiera y que los más de mis paisanos (aun de traje decente y con títulos, acaso huecos, de bachilleres, licenciados y doctores sean tan desaplicados a leer los papeles públicos, quedándose por esta razón tan bobos como siempre en unas materias tan generalmente interesantes). Esto siento, pero no que usted y diez o doce como usted y sus confabulantes empuñen sus péñolas débiles contra mí; porque más le darán que hacer a la prensa para estampar sus desatinos, que a mí para responderlos.

Esto no es vanidad; es afecto de la razón que me asiste y advierta usted y sus pobres compañeros, que lo que también siento es haberme de ver en la precisión de ir desecando el cadáver hediondo de nuestros vicios cívicos, porque aunque no quiera, yo debo ir haciendo ver los grados de ignorancia, desunión, prodigalidad, etcétera que afectan característicamente a los más de nuestros paisanos.

Usted y los necios cooperadores de una injusta defensa han creído atraerse con esta quijotada la voluntad de mis compatricios, pero cuando algo consigan, serán los asquerosos sufragios de unos cuantos botarates desnudos de lógica, de verdad, de justicia, y lo peor de todo, del verdadero amor patrio, que consiste en no lisonjear los vicios de los paisanos, sino en manifestárselos llanamente o ponérselos en ridículo para que los detesten y se enmienden.

Todo esto tiene cara de introducción. Quiero ya darle a usted su bofetón.

Me copia usted un párrafo de Hekel para probarme que el vulgo de mi tierra es igual al vulgo de Francia y de todo el mundo. ¡Proposición absurda que no se deduce de las palabras de Hekel, y que si él quisiera decirlo, a él mismo lo refutaría! ¿Acaso Hekel es algún santo padre cuya decisión es infalible? No por cierto; fue un hombre miserable sin la especial asistencia de la revelación de Dios, sujeto como usted y como yo a trastabillar en sus asertos. ¿Por qué pues, yo he de sujetar mi entendimiento a sus opiniones? Esto fuera bestialidad el pretenderlo, así como fuera en mí querer que todos se conformaran con mi dictamen sobre ninguna cosa.

Pero el autor que usted cita está muy lejos de sostener el disparate que usted quiere, esto es: que todos los vulgos son iguales; mírelo usted probado con su mismo autor. Usted escribe que él dice: «Ese débil vulgo, cuyo gran número de individuos en casi todas las naciones envejece entre su grosería natural», etcétera. Si como dice en casi dijera en todas, a lo menos lo hubiera usted citado con oportunidad; pero aquel casi del autor es exclusivo del todo el mundo de usted y entre una proposición limitada a una absoluta hay su diferencia; mas usted ni fue capaz de advertir cuanto quiso decir el autor que cita con su casi.

Usted me trata de necio, pero usted sabihondo de mis pecados ¿por qué no sabe siquiera dar a las palabras el propio valor que merecen en su idioma original? Su autor de usted dice casi, y usted a ese casi le da el valor de todo el mundo; ¡oh, qué es usted más liberal que Alejandro!

Sapientísimo Mexicano ¿quién le ha dicho a usted ni le ha enseñado que porque en todo el mundo haya vulgo, y porque todo el vulgo es ignorante, haya de ser tal en el mismo grado de vulgaridad e ignorancia? Es usted un filósofo raro, y argumentista intolerable; conque porque los enfermos que están en San Hipólito son locos, ¿diremos que todos tienen igual grado de locura? No señor, hay locos de remate, hay otros que dan esperanza; unos mansos, otros de atar, etcétera. Así son los vulgos, todos son ignorantes, es verdad; pero no todos en igual grado de ignorancia, y así en usted no sólo es ignorancia, sino necedad decir que el vulgo de Francia es tan vulgo como el de América. Los extranjeros que viven con nosotros, y nosotros los que hemos tratado con algunos vulgares de Inglaterra, Francia, Rusia, etcétera, hemos de reír esta hinchada afirmación de usted, hemos de creer que no ha salido de las garitas de México, y hemos de creer que no ha tratado sino con los aguadores de México y por lo mismo lo hemos de tener por un botarate incapaz de hablar con tino en la materia.

Sépase usted que los vulgos de la Europa civilizada pueden ser maestros de nuestro vulgo tosco; no me desdigo, el vulgo de mis Indias es el vulgo de los vulgos de las naciones civilizadas.

Señores, los que habéis andado mundo, decidle a este Mexicano si tendrá comparación una tortillera nuestra con una pasiega de la España y si podrá compararse el despejo, el raciocinio y la semifinura de un labrador francés, de un anglo-marinero, de un artesano inglés con la cultura (diré barbaridad) de uno de nuestros cargadores, aguadores y cuchareros.

Pero para que vea cuán necio es, sólo le pido que me responda ¿por qué un animal de México, esto es, un cochero, un carretonero, u otro de tantos que ni pueden hablar con nosotros por su rudeza, porque, digo, tratan de payos a los vulgares de los pueblos, sino porque están satisfechos de que son más hábiles que ellos, y aunque con intrigas la convencen? Conque si en un mismo país hay vulgos más tontos que otros vulgos, ¿cómo ningún mexicano necio ha de persuadirnos que todos los vulgos son iguales en ignorancia? Agradezca usted que no hay papel, ni mi impresión se coquea en el diario; si no oyera con más extensión y robustez la pluma del Pensador.





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