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Cádiz en la Guerra de la Independencia: la novela de Joseph Peyré «Las murallas de Cádiz»

Enrique Rubio Cremades

La novela histórica es, sin lugar a dudas, un género literario de indudable difusión en el momento actual. El éxito editorial conlleva la pronta fama de quien ha novelado un determinado episodio histórico o popularizado mediante la ficción un personaje también histórico, que en su día tuvo un gran relieve en la historia de España. En la actualidad es evidente que la novela histórica alcanza una popularidad inusitada, difundiéndose su mundo de ficción a través de la filmografía a sabiendas de que el éxito de la empresa es harto remunerable. La Guerra de la Independencia ha sido uno de los episodios históricos más novelados en los siglos XX y XXI, sin olvidar las muestras existentes en el siglo XIX, en el que la perspectiva generacional, pese a estar engarzada por quienes vivieron la contienda, es lo suficientemente próxima para atreverse a novelarla.

Pese a la cercanía de los acontecimientos bélicos sucedidos, la primera novela histórica que recrea la Guerra de la Independencia1, una vez finalizada la contienda, fue publicada por el célebre editor Cabrerizo en Valencia, año 1831: Las ruinas de Santa Engracia o El sitio de Zaragoza2.

Sin embargo, con anterioridad y en fecha muy temprana, año 1813, se publicó la novela El héroe y las heroínas de Montellano. Memoria patriótica, ambientada en plena contienda entre españoles y franceses3. A tal respecto habría que citar también determinados relatos escritos en el exilio cuyo telón figura la Guerra de la Independencia, como las novelas de Telesforo de Trueba y Cossío -Salvador, The Guerrilla4-, Stanislao de Kostka Vayo -Voyleano, o la exaltación de las pasiones5 - y, con cierta prevención, el relato de Valentín Llanos -Don Esteban6-, escrita para un público inglés más interesado por los arquetipos de la España romántica que por la esencia de los valores patrios que simboliza el pueblo español, ya que priman más los tópicos resaltados por los viajeros ingleses por España que lo genuino o la esencia de su pueblo: costumbrismo e intrigas amorosas bajo el amparo de la Guerra de la Independencia. A partir de esta fecha se sucede un listado de novelas históricas que preludian el éxito y popularidad del género, como en el caso de las novelas Teodora, heroína de Aragón (1832)7, cuya autoría corresponde también al citado Francisco Brontons. El relato se publicó, de igual forma, en la imprenta de Cabrerizo, a continuación de Las ruinas de Santa Engracia, tal como figura en el catálogo de sus novelas. No olvidemos tampoco otras novelas infartadas en la Guerra de la Independencia debidas a Casilda Cañas -La española misteriosa o El ilustre aventurero o sea Orval y Nonui (1833)-, Juan de Ariza -El 2 de mayo (1846)-, Ildefonso Antonio Bermejo -Martín Zurbano o Memorias de un guerrillero (1846)-, Pascual Riesgo -El sol de Zaragoza (1846)-, Carlota Cobo -La ilustre heroína de Zaragoza o la célebre Amazona de la Guerra de la Independencia (1859)-, Manuel Vázquez Taboada -El 2 de mayo: los franceses en Madrid (1866)-, Eduardo Zamora y Caballero -El cura Merino (España en 1808) (1872)-, Gaspar Thous -El palleter (1886)-, Vicente Blasco Ibáñez -¡Por la patria! Romeu el guerrillero (1888). Recordemos, evidentemente, el celebérrimo corpus narrativo de Galdós, cuyos episodios nacionales referidos a la Guerra de la Independencia se nutrieron en reiteradas ocasiones del testimonio oral de personas que vivieron dicha etapa histórica. El propio Peyré citaría a Galdós en Los Lanceros de Jerez, como si quisiera testimoniar su admiración por él.

Joseph Peyré enlaza con un género literario, la novela histórica, y entronca con una ilustre tradición literaria sin olvidar nunca al gran mentor de la novela española y europea; Cervantes, escritor que está siempre presente en sus novelas históricas, bien de forma explícita como implícita. El hispanismo francés no solo se circunscribe al campo de las humanidades en el siglo XX y albores del XXI, sino también al de novelistas franceses que recrearon la presencia de Francia en la España de José Bonaparte8. Recordemos las novelas de Paúl Morand -La flagellant de Seville-, de Saint Laurent Cecil -Les fils de Caroline Chérie. L'Espagne et Juan-, Jean Duché -La gloire de Laviolette-, Pierre Pellisier y Jéróme Phelipeau -Les grognards de Cabrera (1809-1814)-, Marie Louise Assada -L'Aigle sur la sierra-, Ramón Chao -Mémoires apocryphes d'un officier napoléonien en Espagne-, Gildar Guillaume -La sentinelle de Cabrera-, Michel Peyramaure -Les prisonniers de Cabrera y Mourir pour Saragosse-, Jean Claude Carriére y Milos Forman -Los fantasmas de Goya-... La obra de Peyré asume desde época temprana el legado de la España enfrentada al invasor francés. Su novela Une filie de Saragosse, publicada por el editor Flammarion en París, año 1957, significa un claro preludio de su interés por la Guerra de la Independencia, proyectando su apego y dilección por los españoles. El lector percibe ya en esta novela de Peyré los hechos sucedidos en el segundo sitio o asedio a la ciudad de Zaragoza desde el lado español, no del francés, de ahí que, al igual que en su trilogía -configurada por las novelas Los Lanceros de Jerez, Las murallas de Cádiz y El alcalde de San Juan- el relato se convierte en un sincero elogio a las clases populares que luchan contra el invasor. Afición y bienquerencia por las costumbres de España que arrancan desde fecha temprana, como es bien sabido, con la publicación de su novela Sang et Lumiéres (Sangre y Luces) que le valdría el premio Goncourt en el año 1935.

Las murallas de Cádiz (Les remparts de Cadix), publicada en 1962 por Flammarion, es el eslabón intermedio de una trilogía, Les Lanciers de Jerez (Los Lanceros de Jerez) y de L'Alcalde de San Juan (El alcalde de San Juan), publicadas en 1961 y 1963, respectivamente. Ya en la primera novela, Peyré manifiesta de forma rotunda, concluyente, los sentimientos del protagonista de la trilogía, Joseph-Marie de Saint-Armou con respecto a España, pues manifiesta su amor por ella en las tres novelas que configuran la trilogía. El protagonista es concluyente desde el inicio de su andadura novelesca, tal como se constata en sus reflexiones correspondientes a la primera novela del ciclo Los Lanceros de Jerez:

«Infinidad de veces se había preguntado sí no tendría una lejana mezcla de sangre española. Lo cierto era que había aprendido español con una nodriza aragonesa que le puso su padre, magistrado erudito e hispanista, antes de cuidarse de iniciarle, personalmente, en la literatura del Siglo de Oro español. Pero también su Béarn se comunicaba con España por una especie de osmosis [...]»9.


Sus sentimientos hacia España, su amistad por su gente, por las cosas que, por muy insignificantes que fueran, se resaltan desde su percepción, constituyen una línea transversal que discurre a través de la trilogía, como si la amistad entre un oficial del ejército francés y el pueblo español fuera lo esencial del ser humano. Ello constituye, como diría Dolores Thion, lo esencial del relato Los Lanceros de Jerez y, evidentemente, en el resto de las novelas de su trilogía, pues están hermanadas por la confraternidad, amor y apego por lo español, sentimientos capaces de superar los conflictos entre países:

«Les Lanciers de Jerez es, en consecuencia, una "epopeya romántica" en la que la amistad supera la guerra y en la que los Pirineos que separan al pueblo beamés del español son una frontera, que al igual que el conflicto bélico, la amistad puede superar. En suma, lo que Joseph Peyré nos enseña es que las relaciones humanas unen lo que las circunstancias y los accidentes naturales separan»10.


El concepto de la amistad, del honor y respeto por los sentimientos de los españoles en el cruento enfrentamiento entre franceses y españoles se percibe en el mundo de ficción de Peyré. Para el entendimiento y comprensión de la trilogía es necesaria la lectura de las tres novelas, pues dichos conceptos vertebran y motivan la conducta del héroe que, en reiteradas ocasiones, entiende, comprende y disculpa las relaciones cruentas del pueblo español. Esta comprensión se percibe en las tres novelas, tal como se constata en el inicio o periplo de aventuras y desventuras del propio protagonista y la cruel venganza de los cordobeses, pues se comportará en consonancia con su código del honor, salvando a una mujer de ser violada por tres soldados franceses. A partir de este instante Saint-Armou conocerá el profundo agradecimiento del señor de la casa en donde vivía dicha mujer, Jaime de Tojar, pues será un referente trascendental en la novela Las murallas de Cádiz, aunque su presencia física solo se produzca casi al final de dicha novela. Gracias a la lectura de Los Lanceros de Jerez se puede percibir con precisión el grado de amistad entre estos dos personajes, pues tras haber caído herido gravemente Saint-Armou, descubre que Jaime de Tojar ha sido su salvador, que lo ha trasladado a su finca El Chaparral prodigándole todo tipo de cuidados. Durante su estancia en el citado cortijo conoce a su hermana Cayetana, mujer prácticamente ausente en Las murallas de Cádiz, pues el lector solo tiene brevísimas noticias sobre su figura, convertida en guerrillera y enemiga acérrima de los franceses. Sin embargo, su papel es esencial al final de dicha novela, pues su hermano Jaime teme que dicho odio frustre el encuentro entre los dos amigos en la ciudad sitiada, Cádiz, ya que Saint-Armou decide traspasar las murallas para despedirse de su amigo antes de abandonar Andalucía:

«Saint-Armou confirmó a Jaime su llegada en la noche del sábado a la misma hora, comunicándole: "Pronto tendremos que separarnos. Y yo no puedo marcharme sin verte otra vez. No puedo, en absoluto".

A los dos días, nueva respuesta de Jaime, alocada esta vez: "¡Quiera Dios que te llegue a tiempo este aviso! Acabo de saber que Cayetana ha venido. Con el padre Cosme, más fanático, más rabioso que nunca contra ti y los tuyos. ¡Puede que escapes a la policía del ejército, pero a ella jamás!"»11.


La novela concluye con un final abierto, como si se tratara de una entrega que motiva e impulsa a los lectores para conocer el desenlace de los hechos. Esta finalidad la cumple El alcalde de San Juan, la novela que cierra la trilogía. Su lectura nos permite conocer los hechos dejados en suspensión al final del relato de Las murallas de Cádiz y gracias a su lectura sabemos que Saint-Armou ha conseguido entrar en Cádiz, despedirse de su entrañable amigo y visto de nuevo a su hermana Cayetana, instalada en Cádiz después de formar parte de la guerrilla en la serranía de Ronda. El protagonista es denunciado por un oficial inglés amigo de Cayetana, viéndose obligado a abandonar dicha ciudad. Tras un periplo de aventuras y desventuras -regresa al ejército comandado por el rey José, duelo entre el oficial británico Ronald Davies al que da muerte, defensa de Francia ante el avance británico en los Pirineos- vuelve a España para encontrarse con su buen amigo Jaime de Tojar, casarse con su hermana Cayetana y convertirse en un español más, respetado y querido por el pueblo, que le ha puesto el sobrenombre de El alcalde de San Juan:

«Entonces, ¿a qué se debe que todo el pueblo le llame el alcalde de San Juan? -¿Conoce usted El alcalde de Zalamea? -No tengo el gusto de conocerle. -Peor para usted. Yo le conozco desde la infancia, y hoy, cuando estas buenas gentes me llaman, efectivamente, el alcalde de San Juan, me parece como si estuviera interpretando a Calderón. Al natural. El sueño de mi vida»12.


En la trilogía de Peyré el lector encuentra numerosas referencias al Siglo de Oro español, de ahí que, una vez más, testimonie su admiración con la cita a Calderón que, junto a Cervantes, sintetiza dicha fascinación por las letras áureas de nuestro pasado histórico y literario.

Las murallas de Cádiz actúan, pues, como el perfecto engarce entre Los Lanceros de Jerez y El alcalde de San Juan. La estructura novelesca acopia numerosos episodios de la Guerra de la Independencia acaecidos en Los lanceros de Jerez y, al mismo tiempo, actúa como una especie de boceto de lo que va a ocurrir en los hechos históricos relatados en El alcalde de San Juan. En Las murallas de Cádiz aparecen varios temas recurrentes, referidos, fundamentalmente, al alzamiento del 2 de mayo, a los héroes del pueblo de Madrid, a la derrota de Bailén, a los supervivientes franceses y su destino. El recuerdo de los muertos en Bailén es una constante en la novela, así como la preocupación de Saint-Armou por conocer el destino de los soldados franceses en el combate de Bailón para comunicárselo a sus familias. Incluso, el protagonista recorre en Las murallas de Cádiz los lugares en los que se desarrollaron los combates más cruentos entre españoles y franceses, a fin de honrar a sus camaradas muertos en el combate.

Estos hechos aparecen constantemente en la citada novela, complementándose con otros, como tendremos ocasión de comprobar, referidos a su amor por España y a la amistad fraternal que le une a Jaime de Tojar, presente siempre en su estado anímico y en los sucesos más importantes de su vida. Relación que supone un canto a la amistad, a la fraternidad, a la lealtad, que está siempre en los pensamientos de Saint-Armou. Amistad que agranda el amor por España en el protagonista, pues no solo se funde con el deseo de compartir su vida con todo lo que rodea a don Jaime, sino también su formación cultural e ideología política, pues ambos saben perfectamente discernir entre el absolutismo despótico y el liberalismo racional. Ideología política, fraternidad, familia, amistad, tradiciones, cultura, costumbres, aspectos que unen a ambos y que siempre están en la mente de cada uno de ellos. Recuerdos, pensamientos que se materializan tardíamente en Las murallas de Cádiz, pues hasta bien avanzada la novela, final del capítulo V de la penúltima parte, no se produce el encuentro entre los dos personajes en la finca propiedad de don Jaime, El Chaparral.

El material noticioso que figura en Los Lanceros de Cádiz sobre don Jaime de Tojar se engarza y amplía con lo referido sobre su persona en las dos novelas siguientes de la trilogía, de suerte que el lector percibe con más nitidez algunos rasgos de su personalidad que pasaron desapercibidos en la primera novela. A raíz del tardío encuentro entre ambos en Las murallas de Cádiz el novelista, Peyré, identifica a los dos con la Ilustración y, en el caso de don Jaime, con Jovellanos, figura trascendental en la invasión francesa en 1808, pues gran parte de la intelectualidad española de la época, como Meléndez Valdés, Moratín o su íntimo amigo Cabarrús le propusieron que se uniera a la causa francesa. Cabe recordar también que José Bonaparte le propuso como ministro de Interior, nombramiento que Jovellanos no aceptó. Jaime de Tojar, pese a luchar con valentía contra el invasor y comportarse como un gran patriota, admira profundamente la cultura francesa y, llegado el momento, sabe discernir entre Fernando VII y José I:

«Has hecho bien en ilustrarme acerca de José Bonaparte y sus buenos deseos, que yo ignoraba, sin llegar a motejarle, como otros, de canalla, rey de España por la gracia del diablo, etc. Estoy completamente de acuerdo con Jovellanos. Lo mismo que él, tengo sus principios filosóficos en alta estima [...]»13.


Don Jaime siempre muestra su animadversión por la figura del monarca Fernando VII, por su cobardía y pleitesía a Napoleón, por su indigno comportamiento frente al arrojo del pueblo español. El mosaico de descalificaciones es amplísimo en la novela. Sirva como botón de muestra el siguiente párrafo que figura casi al final de Las murallas de Cádiz:

«Pero Cádiz sigue siendo una ciudad libre, abierta al mar. Aquí se respira, como te digo, y no puedo emplear una frase más adecuada. Aquí se resiste, y no en nombre de un Deseado que se ha revelado indigno del amor y del sacrificio de un pueblo paciente, sino en nombre de la misma España, una España real, encamada en su Gobierno, en sus Cortes legítimas reunidas al fin»14.


Las referencias a Fernando VII y José I son inexistentes en la primera novela de la trilogía, no así en Las murallas de Cádiz, pues ambos monarcas son analizados pormenorizadamente a través de múltiples perspectivas, fundamentalmente desde la óptica de Jaime de Tojar y Saint-Armou. Incluso, en su periplo como combatiente a los órdenes de José Bonaparte posibilitará la presencia de dicho monarca en el relato de El alcalde de San Juan, pues el protagonista se incorpora al ejército francés en Vitoria después de la batalla, junto a las tropas comandadas por José I.

En Las murallas de Cádiz las referencias a ambos monarcas son copiosas. Fernando VII aparece como un ser despreciable, infame, ruin, amoral. Saint-Armou le confiesa a su buen amigo sus reflexiones sobre Fernando VII, compartidas por el propio Jaime de Tojar en la novela:

«Pretenden que el rey José es ilegítimo porque pertenece a una Casa extranjera. Y el Deseado, ¿no es acaso nieto de un Borbón francés? ¿Entonces? En cuanto al hombre como tal, un Tojar, no puede ignorar que ese Femando VII es moralmente indefendible y no merece que un solo español muera por él»15.


Por el contrario, José I aparece en la citada novela como un ser ejemplar, virtuoso, honesto, culto, amante de las letras, conciliador. Peyré intenta persuadir al lector de la injusta fama atribuida al monarca francés, de la leyenda que corría de boca en boca entre la gente del pueblo, considerándole un hombre vicioso y disoluto. Durante su expedición en Andalucía el protagonista de la novela enjuicia y reflexiona sobre su persona, cotejándola con la de los Borbones, en ocasiones para denigrar su política; en otras, para elogiar la dinastía, particularmente la de Carlos II. Los patriotas españoles, liberales y amantes de la cultura francesa, como en el caso de Jaime de Tojar, perciben con nitidez el cobarde comportamiento de Fernando VII, reflexionando sobre su honor y comportamiento a través de las informaciones tanto de españoles liberales como de franceses conocedores de su comportamiento en Francia, en el castillo de Valençay, brindando por el «Emperador, su augusto soberano, en el curso de unas fiestas dadas en el castillo con ocasión del enlace de Napoleón con María Luisa, encendiendo con sus propias manos los fuegos de artificio, repartiendo regalos entre la tropa y hasta tocando en un concierto el flautín»16.

El tratamiento que José I recibe en la novela discurre siempre por los cauces de la tolerancia, al contrario de lo que sucede con su hermano Napoleón Bonaparte, que si bien es verdad que no hace acto de presencia física en Las murallas de Cádiz, su política europea es censurada por su propio hermano, asaz crítico con su estrategia política y militar en España, fundamentalmente en lo que respecta a la unidad de España:

«Hacía falta aquella ceguera, en parte voluntaria, y aquella humareda de incienso, para olvidar los decretos tan desastrosos que su hermano acababa de firmar. Tales decretos establecían, en efecto, al norte del Ebro, unos gobiernos militares independientes de él, y visiblemente preparaban la segregación de Cataluña, de Aragón y de las provincias Vascongadas. Cediendo al vértigo de las anexiones y esperando tener un heredero de la princesa María Luisa, el Emperador no había vacilado en menoscabar de este modo a su hermano mayor, ni en arruinar sus esperanzas de verse reconocido como soberano nacional de una España hasta tal punto mutilada»17.


El contexto histórico de Las murallas de Cádiz no se ciñe solo y exclusivamente a la Guerra de la Independencia. El arranque de la misma nos sitúa en las montañas del Tirol, combatiendo su protagonista con el grueso de las tropas napoleónicas en Alemania. A través de las peripecias de Saint-Armou el lector tiene cumplidas noticias sobre las batallas de Essling y Wagram, estableciendo Peyré un recorrido puntual de todos los contextos geográficos en donde tienen lugar los enfrentamientos bélicos. Ítem más: el autor introduce una extensa nómina de mandos militares que tuvieron una gran incidencia en el conflicto centroeuropeo, como en el caso de las múltiples referencias al general Jean de Dieu Soult que más tarde sería enviado a España. En la novela de Peyré se detalla, fundamentalmente, su periplo como comandante general de las fuerzas francesas en España. Su victoria en Ocaña y la ocupación de Extremadura, así como su mandato como máximo responsable del ejército en Andalucía, aparecen relatados concisamente en la novela, al igual que los hechos del general Dupont que, como es bien sabido, fue derrotado en la batalla de Bailén, el primer revés del ejército napoleónico en campo abierto. Motivo esencial, fundamentalmente, en la primera novela de la trilogía, Los Lanceros de Jerez y reiterativo en las reflexiones del protagonista en Las murallas de Cádiz, pues Saint-Armou nunca olvidará a sus camaradas, rindiéndoles el homenaje prometido a sus familiares.

Las referencias a los mandos militares franceses, ingleses y españoles en la contienda son frecuentes, en ocasiones para centrar un momento preciso de la acción a fin de dar veracidad a los hechos, sin fantasear en los sucesos históricos, en conexión real con lo referido en los estudios sobre la Guerra de la Independencia. El protagonista, Saint-Armou, a sabiendas de que es un oficial francés y debe obediencia a sus superiores, se comporta, gracias a la complicidad de los mandos, como una especie de espía no sujeto a la disciplina a fin de tener total libertad de movimientos en el bando español y poder así informar del estado de sitio de Cádiz. Hechos históricos que se engarzan como sus aventuras amorosas y pendencieras o con su heroicidad, arrojo y valentía en el combate. Todo ello enlazado en un momento histórico que nos permite conocer el discurrir de la historia con precisión y de forma ralentizada, desde los movimientos de tropas, acuartelamientos, técnicas militares y actitud de los mandos hasta el comportamiento del pueblo gaditano frente al asedio. Todo ello posibilita las referencias de Peyré a militares ingleses de renombre -Wellington, Wellesley, Nelson-, franceses -Marmont, Dupont, Baeulier, Lannes, Suchet, Masséna, Soult-, españoles -Castaños, Lacy-, a fin de enmarcar su relato con fidelidad al contexto social e histórico de la época, de ahí que tampoco falten los nombres o apodos de los guerrilleros más afamados del momento, o los célebres bandoleros románticos, a quienes dedica Peyré numerosas páginas. El autor es consciente de la trascendencia de la denominada guerra de guerrillas, cuya terminología nace, precisamente, en la Guerra de la Independencia gracias a los guerrilleros Jerónimo Merino, Francisco Chaleco, Julia la Galana o Juan Martín Díez, el Empecinado, que hostigaron a los franceses mediante ataques rápidos y sorpresivos. En la novela los guerrilleros son los amos de la sierra andaluza. Saint-Armou es consciente de su importancia y como buen conocedor de su trascendencia avisa a los mandos superiores del ejército francés que consideren sus maniobras militares: «¡No soy mariscal ni tengo prebendas! Y si es por las operaciones militares, ¿qué me dice del genio de Austerlitz? Ahora lanza el grueso de sus fuerzas contra Rusia, pero es aquí donde ese Gran Ejército ha empezado a deshacerse en esta lucha de guerrillas de cuatro años, más agotadora que veinte campañas juntas» (1964: 353).

España, novelesco país, como diría Peyré, da cabida en su mundo de ficción a escenas de indudable filiación romántica, como los bandoleros o los guerrilleros. No olvidemos las andanzas y aventuras de la hermana de don Jaime de Tojar, Cayetana, convertida en una aguerrida y valerosa guerrillera gracias a su dominio de la garrocha en la lidia del toro bravo. No olvidemos tampoco que el jefe de la partida de los Siete Niños de Écija era un mayoral de confianza del dueño del cortijo de El Chaparral, don Jaime de Tojar. Peyré da un intenso sabor andaluz a la novela, pues incluye múltiples escenas o estampas costumbristas de la España romántica, especialmente de Andalucía. Se podría confeccionar una pequeña guía de los pueblos andaluces recorrido por el protagonista de la novela, con sus calles angostas, plazuelas, iglesias, palacetes. Conoce el folklore local, sus fiestas, tradiciones, sus tipos. De igual forma sabe identificar la casta o el trapío de un toro de lidia, su tamaño, su peso, conformación del tronco, de las extremidades, de la cornamenta, del cuello, de la piel, pelo y capa. Es un consumado jinete, gran conocedor de los caballos de rejoneo. Conoce perfectamente el arte torero del trianero Antonio Montes y menciona en reiteradas ocasiones al sevillano Pepe Hillo, a quien echa de menos por su reciente y cruenta muerte, tal como constata Goya en su grabado número treinta y tres de la serie La Tauromaquia. Peyré no solo se recrea en descripciones de tipo tabernario decoradas con motivos taurinos, sino que describe la fiesta de toros en función de los intereses del Estado establecidos por el monarca José I, consciente de la importancia de dicho espectáculo entre las clases más populares, levantando la suspensión o prohibición que sobre ellas recaía a fin de contentar a los españoles.

El recorrido que Saint-Armou realiza en Las murallas de Cádiz discurre, fundamentalmente, por Madrid y Andalucía. La Puerta del Sol y El Prado se constituyen como el eje urbano esencial durante la estancia del protagonista en la capital, al igual que la Plaza Mayor, convertida en plaza de toros en el relato. Respecto a Andalucía, Sevilla y Cádiz serán las provincias preferidas por Peyré para hacer gala de su hispanofilia, de su amor por las cosas de Andalucía, de sus paisajes, de sus costumbres y tradiciones, desde el detalle más insignificante e imperceptible para el lector hasta lo más grandioso y representativo de una determinada ciudad, como las murallas de Cádiz, bastión de la resistencia española que con su imponente majestuosidad representa la esencia del valor español.

Cervantes está siempre presente en el recorrido de Saint-Armou por España, acompañado en todo momento por su fiel ordenanza Majesté, al que el autor llama en reiteradísimas ocasiones Sancho Panza. El inicio de la novela arranca con esta alusión en claro homenaje a Cervantes, siendo frecuente a partir de este preciso momento las referencias a determinados pasajes de El Quijote, fundamentalmente el episodio de los molinos de viento, o personajes cervantinos de ilustre tradición literaria, como Maritornes, moza de servicio, ordinaria, fea y hombruna, que Peyré cita para describir a una anónima mujer que sirve en la Venta Tres Caminos. Homenaje también a los personajes de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, especialmente a Juliana la Cariharta, cuyo chulo, Repolido, pegó por no haberle dado dinero. En el recorrido urbano por el puente de Triana y sus alrededores, poblados de tabernas de dudosa reputación, el personaje cervantino actúa como una especie de referente, como un modelo literario a fin de condensar todas las particularidades del personaje de Peyré. Esto sucede también en determinados episodios, como en el que a un oficial francés, amigo de Saint-Armou, le roban la bolsa:

«-¡Mi bolsa! -bramó Saint Léger, con un juramento en el momento de llevarse la mano al bolsillo para pagar una ración de camarones.

El ladrón desapareció a merced del barullo que acababa de armarse. La tela del uniforme aparecía cortada con la pulcritud de una navaja de afeitar.

-¡Bonito trabajo! -se admiró Saint-Armou- Digno de un Rinconete.

-¿De qué?

-No he dicho nada».