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Universidad de Alcalá
Con Carlos V titular de la Casa de Austria (los Habsburgo), de la corona de Castilla y luego también del Imperio Romano-Germánico, tuvo lugar uno de los mayores fenómenos de acumulación de territorios de la historia de Europa. Con Felipe II culminó el proceso, con la titularidad añadida de la corona de Portugal; en la época se habló -y se teorizó- sobre una monarquía católica -también con el sentido de universal- y los historiadores hablaron de un imperio colonial hispánico, con la plena incorporación de amplios y ricos territorios americanos y de numerosas colonias en África y Asia. En la base de la llamada «expansión europea», clave fundamental del llamado «mundo moderno», previo a la tan de moda -«moderno sistema mundial»- «globalización».
A posteriori, los historiadores podríamos captar dos claros techos expansivos hispánicos, o europeos en general, ya perfilados en el mismo siglo XVI, uno muy lejano -Extremo Oriente e India, Indonesia, China y Japón-, otro muy próximo, el Magreb -una posible frontera sur de Europa- en donde no sirvieron los métodos coloniales hispanos que tan buen resultado estaban dando en América -por no hablar del África subsahariana-. Un historiador francés, Pierre Chaunu, hace tiempo lo plasmó con eficacia, en términos cuantitativos: si la dependencia de América con respecto a Europa puede calcularse en un 75 por 100, expresada en términos de producción de riqueza para transportar a Europa, el grado de dependencia de la producción asiática con respecto a Europa llegaría como mucho a un 12 por 100.
Pero en el caso
del Magreb -la Berbería- y el Mediterráneo oriental,
techo expansivo colonial tan próximo, y donde se iniciara el
proceso -Parry habla de 1415 como arranque de la instalación
permanente de europeos en colonias fuera de Europa, con los
portugueses en Ceuta-, la relación de la Europa cristiana
con el Magreb y Levante es difícil de reducir a un
porcentaje cuantitativo, aunque sea sólo aproximado
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Desde hoy, el mundo socioeconómico de la frontera andalusí medieval parece expandirse en el siglo XVI al Mediterráneo todo, así como sus intentos de articulación política, aún con pervivencias medievales andalusíes -como los pagos de parias-, sobre todo en la época de Carlos V y especialmente en el Magreb.
El fracaso ante Argel del verano de 1519 de Hugo de Moncada consolidó el nuevo estado corsario de Jeredín Barbarroja: «Desta fecha quedó Barbarroja rico de dineros, de cautivos, de artillería, de naos, de maderas para hacer fustas, de otros muchos bienes...867». Muchos soldados hispano-italianos cautivos terminaron alistándose en las filas de Barbarroja, sobre todo en las frecuentes escaramuzas con los bereberes de Cuco, el entorno del enclave hispano de Bugia -la actual Beyaia-, en ocasiones provisionalmente o para rescatar su libertad perdida. Algunas historias concretas que recogen los cronistas -Gómara, Mármol y Sosa principalmente- debieron correr de boca en boca por la frontera como historias de vida y hasta de ascenso social. Otros muchos se incorporaban a aquella frontera revitalizada como mujtadíes/renegados o «turcos de profesión868», uno de los pilares de la nueva sociedad berberisca que se estaba generando en Argel. La literatura cervantina nos tiene acostumbrados a esas gentes que pudiéramos denominar de frontera. Cantera de donde iban a proceder los mejores expertos en el conocimiento del otro, como los espías, ojos y orejas del rey en su denominación clásica recogida incluso iconográficamente por el humanismo del siglo XVI.
Al mismo tiempo,
millares de moriscos hispanos de los asentados en Berbería,
con frecuencia «buenos escopeteros y
ballesteros», vieron en el corsario greco-turco
Jeredín Barbarroja un posible nuevo señor frente a su
antiguo señor el rey de España que los había
convertido en exiliados. Con el tiempo, esos moriscos hispanos
llegaron a conformar un verdadero grupo de presión sobre las
autoridades de aquella que Salvago
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Impresiona aún leer las capitulaciones hispanas con los reyes y jeques magrebíes de los años veinte, desde Orán con el reino de Tremecén, desde Sicilia con los Gelves, la tunecina isla de Dyerba, con fijación de tributo anual -las viejas parias-, la mayoría de las veces como pago de servicios militares, siempre regateado pero siempre cuantioso, capitulaciones recogidas y publicadas por Mariño. El intermediario entre el alcaide de Orán, Luis de Cárdenas, que las firma en nombre del marqués de Comares Luis Fernández de Córdoba, y el rey de Tremecén Muley Mohamed el Maçote, es el judío aljamiado Salomón Ternero. El trasfondo es de amplia contratación y todavía en 1529 se compraba pan en Tremecén para las tropas hispanas. Un verdadero emblema de aquella realidad. En los Gelbes, el jeque Said, hijo del jeque Solimán, señor de aquellas tierras, entre otras cosas pedía que cada mes viniera de Sicilia un bergantín a sus expensas para saber lo que necesitaban.
No podía decirse que aquella verdadera frontera sur de Europa, que controlaba Carlos de Habsburgo desde los presidios hispanos de la costa africana y desde Valencia, Baleares, Nápoles y Sicilia, careciera de vitalidad.
En los años veinte del siglo XVI, el inicio de reinado del emperador veinteañero, se fraguará esa nueva frontera mediterránea después de una dramática sucesión de enfrentamientos bélicos que aún impresionan: la conquista de Belgrado por Solimán en 1521 y la de Rodas al año siguiente; la derrota francesa en Pavía, en 1525, con la alarmante prisión del rey francés en Madrid, que sin duda propició un inicio de contactos franco-turcos que el súbdito tornadizo de Carlos V, Antonio Rincón, había de convertir en una alianza antihabsburgo tras la muerte al año siguiente del rey Luis de Hungría en Mohacs, frente a los turcos. El Saco de Roma por los imperiales y el cerco de Nápoles por Doria y los franceses y el posterior paso de Doria al servicio de Carlos V, culminarían con la expedición sobre Viena de Solimán en 1529, el cerco de la ciudad y la proclamación de Zapolya como rey de Hungría, frente a las pretensiones de Fernando de Habsburgo.
Al tiempo que Solimán andaba sobre Viena, Jeredín Barbarroja consolidaba su instalación en Argel con la conquista del fuerte hispano del Peñón de Argel, que obstruía al puerto de la ciudad, y la cruel muerte del jefe de la guarnición, el madrileño Martín de Vargas. Para muchos historiadores, el nuevo régimen argelino inicia ahí su historia.
También por
entonces, mientras el emperador viajaba a Italia para la
coronación imperial, una flotilla de corsarios argelinos con
Cachidiablo al frente, de vuelta hacia Argel con moriscos
valencianos que querían pasar allende, como se decía,
destrozaba a la altura del Espalmador, en aguas de Formentera, a
las galeras hispanas, capitaneadas por Rodrigo de Portuondo, y
entraron triunfalmente con rico botín en Argel. Entre los
cautivos, el hijo del vizcaíno Portuondo y el señor
de Parcent, Pedro Andrés de Roda, que había de morir
en Estambul adonde lo había llevado consigo Jeredín
Barbarroja
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Poco más de un año después Solimán iniciaría su segunda expedición contra Austria. Los esfuerzos diplomáticos de Francia no pudieron desviar aquella expedición otomana hacia el Mediterráneo. Antonio Rincón, enfermo en Ragusa, parece que no pudo llegar a tiempo y sólo pudo contactar con la corte turca en Belgrado, en la primavera de 1532, cuando ya era inviable orientar hacia Italia aquel descomunal ejército. El embajador Rincón fue recibido por Solimán y continuaría, en el invierno de 1532 a 1533, enfermo en Venecia, sus negociaciones con los turcos; su interlocutor era Yunis Bey, de origen griego, primer traductor de la corte otomana, y en esas negociaciones ya se comenzó a contar con Jeredín Barbarroja. Un italiano, Camilo Orsini, representó también a Francisco I en Estambul, complementando o continuando estas negociaciones del ex comunero Rincón.
«Cuando el emperador hizo este año (1532) la jornada contra el Turco, mandó que Andrea Doria fuese a correr las costas de Grecia con su armada y que pelease con la del Turco, si se topase con ella869». Fruto de aquella expedición marítima, paralela a la terrestre turca, fue la ocupación de Corón y Patras, en septiembre y octubre de ese año. Después de tanta tensión -la documentación de la época es concluyente, sobre todo la rica «literatura de avisos», si pudiéramos llamarla así-, la euforia imperial se plasma en significativas formulaciones providencialistas, de alguna manera propagandísticas de la fama de impius foedus que acompaña a los tratos franco-turcos y que hacen de Antonio Rincón un personaje maldito de la historiografía europea870.
Así, escribe el marqués de Atripalda:
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Y Joan Maria de Marcia, también desde Otranto, el 5 de noviembre de 1532:
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(AGS
Estado, legajo 1012, doc. 220, Avisos del Marqués de Atripalda y de Joan Maria de Marcio desde Otranto.) |
Es a partir de este momento -los hispano-italianos en Cotón, Barbarroja en Estambul, en Argel el inicio de la época post-Barbarroja, en plena consolidación-, cuando la documentación se anima. La conservada en Simancas, sobre todo, en la que estoy inmerso con mis estudiantes del seminario de Moderna de la Universidad de Alcalá fichando espías, catalogando avisos, reseñando la cotidianeidad de la frontera. Pero la documentación de más allá también, los discursos de expertos y las polémicas distribuidas por todas las grandes bibliotecas europeas, las fronteras retóricas y dialécticas que se alzan por todas partes en un esfuerzo por redefinir Europa, pudiera decirse, en su nueva realidad.
Para Nápoles ese aumento de la vivacidad de la documentación parece coincidir con la nueva etapa que significa la llegada del virrey Pedro de Toledo (1532-1553) y sus planteamientos de defensa de las costas del reino. Giuseppe Galazzo sitúa también en estos momentos el inicio de otra tendencia clara: «Hacia el tercer decenio del siglo XVI comienza la ola de la penetración genovesa, que rápidamente llevará a los comerciantes de la república ligur a una posición de claro dominio en el mercado meridional871».
Será a
partir de los años treinta del siglo XVI, y tras el viaje de
Barbarroja a Estambul, cuando se amplíe de manera
desmesurada -en todos los niveles cuantificables- esa guerra naval
mediterránea, cuando se pueda hablar de un verdadero
«clasicismo» del que la blanca y
empinada Argel será elemento fundamental, con la presencia
de los grandes corsarios de primera hora con Barbarroja, los turcos
Cachidiablo y Sinán de Esmirna, apodado el judío, el
alejandrino Salah Arraez -o «el Moro de
Alejandría»- y la primera generación de
corsarios mujtadíes italianos, los sardos Azanaga y el muy
joven entonces Ramadán Bajá. La ciudad en la que
reflexionarán y escribirán cuarenta años
después -un límite temporal de la memoria
todavía salvable- Antonio de Sosa y Miguel de Cervantes.
Ellos recogerán todos los posibles relatos orales de aquella
realidad de la frontera sur, cada vez más activa y en la que
cada vez será más frecuente y excepcional al mismo
tiempo -conducidos por Ocasión y Necesidad- el
encuentro
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La coordinación de turcos, berberiscos y franceses por entonces mostraron la eficacia de una diplomacia secreta y fronteriza. En noviembre de 1532, a la vuelta a Estambul de Solimán después de la segunda campaña contra Hungría y Austria, el ex comunero Rincón, embajador y agente del rey francés Francisco I, había continuado las negociaciones con los Otomanos desde Venecia, paralelamente a la embajada de Fernando de Habsburgo, rey de Austria y Bohemia, que encabezara Jerónimo Zara y que lograría una «paz perpetua» entre el hermano de Carlos V y Turquía. El envío a Estambul de Camilo Orsini, representante en Hungría del rey francés, también estaría relacionado con estas negociaciones diplomáticas secretas. El espionaje mutuo de franceses e imperiales tenía informados a unos de las gestiones de los otros; en esta ocasión parece que el greco-veneciano Aloysi Gritti informaba a los agentes de Carlos V de estas gestiones francesas y que la «reputación de traidor a la cristiandad» del rey francés «no cesaba de acrecentarse872».
En el verano de 1533, y a la vez que Francisco I iba a Marsella para entrevistarse con el papa Clemente VII, «un enviado de Barbarroja vino a verle a Puy en Velay. Traía consigo cierto número de prisioneros franceses todavía encadenados que liberó en presencia del rey [...]. Le traía suntuosos regalos, entre ellos un león. Poco después, un enviado de Solimán llegaba también a Francia873». La gran ofensiva diplomática estaba en marcha. El español Antonio Rincón pasó por África para entrevistarse con Barbarroja, sin duda en el inicio del verano, cuando éste preparaba su viaje a Estambul, y desde allí, vía Rodas, fue a Alepo, en Siria, en donde estaba el gran visir Ibrahim. Allí se negociaría la coordinación de la armada que pronto iba a estar a las órdenes de Barbarroja con posibles iniciativas francesas. También Barbarroja pasó por Alepo antes de lograr ser nombrado gran almirante de la armada turca -Kapudan Pachá- por Solimán y antes de regresar a Occidente en el verano de 1534. Con él venía la primera embajada otomana que llegaría a París. Al mismo tiempo, Solimán y su gran visir Ibrahim emprendían la expedición a los confines orientales del imperio de donde, tras la conquista de Bagdad (1534) y una larga estancia en esa ciudad, volverían a Estambul en el invierno de 1535 -Túnez había caído en manos de Carlos V, aunque Barbarroja salvara la cara con la ocupación de Mahón (Menorca) para llevar cautivos a Argel a sus habitantes-. En enero de 1536 estaban ambos de nuevo en la capital otomana, y pocas semanas después el visir Ibrahim era asesinado por orden del sultán Solimán. Cuestiones de tratos secretos y de fidelidades, un horizonte más profundo de la frontera.
El viaje de
regreso al Mediterráneo central de Barbarroja se
inició cuando Solimán y el visir Ibrahim
partían para Oriente -el 8 de junio de 1534, según la
cronología del excautivo Ygarcia, una pequeña obra
maestra narrativa de los servicios de información-
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Como culminación de la expedición, Jeredín Barbarroja se instaló en Túnez. En los relatos de la acción -impregnados de oralidad, como siempre, «literatura de avisos» de peculiar calidad en ocasiones- se resalta la colaboración de dos mujtadíes -«dos renegados españoles»- «uno aragonés, dicho Feruch, que era alcalde, y el otro granadino que se llamaba Abez874». En Argel que daba al frente de la ciudad el mujtadí Bardo -musulmán nuevo- Azanaga, eunuco de la casa de Barbarroja, valiente y justiciero, uno de los «reyes de Argel» más amado. A su cuidado quedaba el relevo generacional: el hijo de Barbarroja, Hasán, que durante un cuarto de siglo a la muerte de su padre había de ser el político más importante de la región. Comenzaba la época post-Barbarroja de Argel.
La respuesta de
Carlos V fue la magna expedición contra Túnez de
1535. Precedida de una ambiciosa operación de los servicios
secretos, diríamos hoy, con el genovés Luis de
Presendes -como le llama Sandoval haciéndolo espía- o
Luis de Pazencia -como le llama Sosa haciéndolo embajador-
que a fines de 1534 ya estaba preparado para la operación;
disfrazado de mercader y acompañado de un morisco que lo
traicionó en la versión de Sandoval, o
acompañado de un maltés, en la versión de
Sosa, que murió empalado. También el genovés
encontró una muerte cruel en la operación. Pero lo
que quiero destacar aquí eran las instrucciones secretas que
llevaba el agente imperial, en donde se consideraba el
perdón para los renegados cristianos
-mujtadíes,
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Como recientemente recordó J. Perez, las Cortes de Castilla -las de Valladolid de 1527 y las de Segovia de 1532- manifestaban poco entusiasmo ante la Cruzada contra el Turco, y la crónica de Pedro Girón875 lo decía taxativamente: «La guerra del Turco no tocaba a España... y por ella se sacaba mucho dinero y caballos de España». La amenaza turca era una obsesión de Italia. La secuencia Pavía, Roma, Hungría, Argel, Viena había significado un estallido espectacular de la frontera y los contactos con uscoques y albaneses desde Sicilia y Nápoles, las fortificaciones en Italia del sur y las islas y las presiones desde Orán en Berbería son constantes en estos momentos en la documentación.
Y también en el levante hispano, otra compleja frontera. He aquí lo que recoge el cronista Santa Cruz: 1533:
Este texto puede
servir de introducción para abordar, aunque brevemente, otra
de las cuestiones más espinosas del momento: la
conexión entre los moriscos españoles, sobre todo
levantinos, y Berbería. En concreto, la abundante
población morisca valenciana, aproximadamente un tercio de
la población de aquel reino. Si los españoles de la
época podían encontrar en la violencia berberisca una
justificación para muchas cosas, los berberiscos
consideraban el trato dado por las autoridades civiles y
eclesiásticas a
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Significativamente, la cuestión morisca no aparece en las capitulaciones hispanomagrebíes hasta estos momentos, y tanto en los acuerdos con Tremecén, implícitamente. (Orán, 24 de junio de 1535, punto 3876); como con Túnez (Torre del Agua, 6 de agosto de 1535, punto 4877
). Se les trata, expresamente, de enemigos y de que han de ser tratados como tal.
Carlos V es posible que ya hubiera visto la necesidad de tener organizados unos eficaces servicios de información -esa «strada» de avisos y correos que aparece después en la documentación, con verdaderos expertos en ella y con Nápoles y Palermo como centros de recepción/emisión principales- y en Venecia se encarga de ello con eficacia Diego Hurtado de Mendoza a partir de 1539, y hasta 1547, «ministro diplomatico che Hassiotis giustamente considera "il fondatore del sistema de vigilanza da parte degli spagnoli delle cose ottomane attraverso Venezia"878». En una biografía reciente de Carlos V -del historiador austriaco A. Kohler879- se resaltan los amplios preparativos antiturcos desde 1538.
Poco antes de la expedición imperial contra Argel, los servicios secretos ya son capaces de una operación de importancia particular, el intento de atraerse a Jeredín Barbarroja por intermedio de Andrea Doria y del virrey Gonzaga, a través de negociaciones de rescate de cautivos -muchísimo dinero, fuerza motriz principal de la navegación mediterránea- hechas por el contador Gallego. En las instrucciones a Gallego, de nuevo el asunto morisco ocupaba un capítulo especial y de gran dureza, al tratarlos de enemigos, desleales y deservidores en el caso de su paso allende. Las negociaciones no lograron, finalmente, lo previsto: el paso de Barbarroja al servicio imperial, con su reconocimiento como señor de la Berbería, y muchos sospecharon que fueron aquellos tratos dobles por parte de Barbarroja.
El último viaje de Barbarroja al Mediterráneo occidental, en 1543, con luna de miel incluida en Francia con su última esposa doña María la Gaitana, cautivada durante el viaje mismo, hizo sentir una vez más la nueva situación fronteriza de la Italia meridional. Este viaje supuso también la culminación de la alianza antihabsburgo franco-otomana, al invernar en Tolón la flota otomana, tras ayudar a los franceses en el cerco de Niza contra los imperiales, con envíos del botín de la expedición a Estambul, operaciones de corso del alejandrino Salah Bajá por la costa catalana y envíos de la presa a Argel.
La leyenda de Barbarroja estaba servida. «Cruelísimo para los cristianos y para los turcos muy humano880». La novia de Barbarroja, de cuyos amores murió, según Sandoval. El episodio del rescate de un hijo cristiano de su amigo Sinán de Esmirna y la muerte del anciano marino al recibirle. El rescate del que sería uno de los sucesores del gran corsario, Dragut...
Antonio de Sosa, sin duda recogiendo tradiciones argelinas, retrasa hasta 1548 la muerte de Jeredín Barbarroja, cuando su hijo Hasán Bajá era rey de Argel; otros autores, así como las fuentes turcas, la fijan en 1546, dos años antes. Da lo mismo. Con ese retraso tal vez justificara en Argel la tradición oral el hecho de que Hasán Bajá no diera batalla al conde de Alcaudete y a los españoles de Orán y llegara a un acuerdo amistoso con ellos en su segunda expedición contra Tremecén en el verano de 1548. Enterado de la muerte de su padre en mayo anterior, Hasán Bajá «llorando amargamente la muerte de Barbarroja, cabalgó en un caballo negro, y él se vistió de negro y se volvió derecho para Argel». Gómara termina su historia de los Barbarroja con un sobrio elogio y un mentís al rumor, para él, de las negociaciones secretas de Alarcón -que las recoge también Kohler en su biografía de Carlos V. «De lo que está dicho se puede colegir que Haradín Barbarroja es el mayor corsario y mayor capitán de mar que jamás ha habido y que más y mejores cosas ha hecho sobre agua. Lo que comúnmente dicen de que envió a Hernando de Alarcón a su majestad para tratar de venirse a su servicio, Andrea de Oria lo tuvo por falso y, ansí, prendió al Alarcón y lo envió con grillos al emperador; si verdad era el trato [...], de pensar es que el príncipe Oria de envidia no quiso que el Barbarroja viniese en gracia y amistad de su magestad; y si fue falso, de pensar es que era trato doble».
Hubo negociaciones secretas entre Carlos V y Barbarroja, en las que a éste se le reconocería señor de Berbería si se pasaba al bando imperial, con conocimiento de Doria, como vimos, a través del contador Juan Gallego, aunque la documentación no se publicara hasta el siglo XIX en el CODOIN, negociación absolutamente secreta hasta entonces. |
La herencia de Barbarroja quedaba en buenas manos. Dragut, desde la costa tunecina, y los llamados reyes de Argel -el principal de este tiempo fue el propio hijo de Barbarroja, Hasán Bajá- continuaron la construcción de una Berbería conectada con Oriente y no con Occidente. Aunque el hijo de Barbarroja, Hasán Bajá, consuegro de Dragut, que investigaba sobre dietas naturales de adelgazamiento, gustara de conversar en la lengua española con sus contertulios en cuanto tenía ocasión. Y en pleno período de ascenso de los mujtadíes italianos en el gobierno de Berbería, que se convertía así en una prolongación de esa frontera sur de Europa en que se estaban convirtiendo Nápoles y Sicilia controladas por los Habsburgos hispanos.
Hasta su muerte en el cerco de Malta de 1565, Dragut fue el gran corsario sucesor de Jeredín Barbarroja, la continuación de su modelo. Dragut se convirtió en el nuevo mito corsario, «el devorador del trigo siciliano» que dijera Braudel. Al mismo tiempo que la muerte de Barbarroja y de Francisco I (1547) pareció interrumpir la gran coordinación anti-Habsburgo franco-turca. La actividad de Dragut movilizó a finales de los años cuarenta a los virreyes de Sicilia y de Nápoles.
Su pretensión era, a imitación de Barbarroja, «hacerse un señor muy poderoso, que no eran malos pensamientos para quien había nacido tan bajo y sido esclavo y vardage de otro tal». Era el modelo de corsario acuñado por los Barbarroja y que permitía considerarlos como «príncipes nuevos» -el protagonista de hecho del análisis de Maquiavelo en El Príncipe-, pues incluía el control de un territorio. Para Dragut el territorio más adecuado para forjarse un «principado» o «señorío», consolidado el régimen argelino, no podía ser otro que los dominios de la impopular y decadente monarquía hafsí tunecina, a duras penas mantenida por el apoyo cristiano desde 1535. Pero su aventura ya no podía tener sentido si no contaba con el favor y apoyo otomano. La lucha contra Dragut había hecho que los imperiales tomaran la ciudad de Mehedía en 1550, llamada también África por los españoles, y esto lo interpretó el sultán como ruptura de las dificultosas treguas de cuatro años antes. Dragut terminó acogiéndose a la «legalidad» otomana -una vez más, típico uso corsario-, a pesar del enojo de la Puerta contra aquel súbdito demasiado díscolo. |
A mediados de los
años cincuenta, cuando Felipe II vaya a suceder a Carlos V,
con el hijo de Barbarroja, Hasán Bajá, se puede decir
que la Berbería argelina, cosmopolita y de gran movilidad
social, es una realidad política consolidada. A la vez, y
con ello relacionado, se puede decir que están puestas todas
las bases estructurales de un servicio imperial de
información para Levante y Berbería. Con Orán,
Cartagena, Valencia y
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Ya podemos hablar de un clasicismo de frontera, bien definido en este texto de la historiadora italiana Inmacolata di Nocera: «En 1553, el cardenal Pacheco, entonces virrey de Nápoles, evidenciaba la pérdida anual de veinte o treinta mil personas y la triste condición de los secuestrados, constreñidos a renegar de su fe, a vivir a la espera de un eventual rescate, a ser utilizados en labores públicas o privadas, a ser encaminados, si son jóvenes, a la carrera de jenízaro. No es que en el mundo occidental las cosas para los prisioneros anduviesen mejor. Lo certifica, en el documento citado -la lista de 50 turcos para rescatar a Sancho de Leiva-, los catorce turcos, interceptados en Marignano, arrestados y retenidos en prisión, con la acusación de querer dejar el reino infiltrándose entre los cincuenta de la lista881».
La tremenda ofensiva turco-berberisca de 1558 que sucede a la victoria filipina de San Quintín y a la muerte de Carlos V, fue en todos los frentes e impresiona en su mera enumeración, una verdadera guerra total. De alguna manera, era la culminación de la política franco-otomana de enfrentamiento coordinado con los Habsburgos que soportaron y sufrieron sobre todo los hispano-italianos. La virulencia de aquella ofensiva debió relacionarse también con la alarma que suponía el poder de un Felipe II también rey de Inglaterra en ese momento, pues hasta el 17 de noviembre de 1558 no muere María Tudor. Mientras -tras San Quintín- los franceses tomaban Calais, en el verano la armada turca pasaba al Mediterráneo occidental, capitaneada por Piali Bajá. El hijo de Barbarroja, Hasán Bajá, derrotaba en Mostaganem (Argelia), cerca de Orán, al conde de Alcaudete Martín de Córdoba el Viejo (muerto en la batalla) y se llevaba miles de cautivos hispanos a Argel, entre ellos al propio hijo del conde, Martín de Córdoba como su padre; en junio los turcos asaltaban Sorrento -las llaves de la ciudad las tenía un turco esclavo de la familia Correale y los espías turcos indicaron donde había más para el saqueo882- y Piali Bajá desembarcaba en Ciudadella de Menorca a primeros de julio y se llevaba cautivos a Estambul a miles de menorquines. Era tal el nerviosismo que el ejército hispano llegaba a las puertas de Roma y amenazaba con un nuevo saqueo (como el de casi 30 años atrás) porque el papa Paulo IV, de la familia napolitana de Caraffa, odiaba tanto a Felipe II que se decía que se había aliado nada menos que con Solimán el Magnífico por medio de su sobrino Carlo883. -¡Fantástico siglo XVI! ¡Fantástica Europa!-.
Calabria y
Sorrento, Ciudadella, Mostaganem, miles de cautivos a Estambul y
Argel, el futuro gobernador de Orán Martín de
Córdoba el joven, futuro marqués de Cortes,
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En los años de Carlos V, la primera mitad del siglo XVI, pudiera decirse que esa gran frontera sur de Europa, el Mediterráneo todo, tan parecida a la medieval andalusí en tantos aspectos -sobre todo en el Magreb, en la Berbería-, se ha convertido en un fenómeno de primera magnitud, también económica, como punto de destino y redistribución de cuantiosos recursos que comenzaban a llegar sistemáticamente por entonces de América, y que la banca, principalmente genovesa a partir de ese incendio general de 1558, canalizó convenientemente.
La «guerra menor» y permanente que era el corso, las armadas de la guardia de las costas y la guerra mayor, con el telón del comercio del grano y de la mano de obra esclava, fuente de energía principal para la navegación y las obras de fortificaciones. Las operaciones de rescate movilizaban muchas decenas de miles de ducados en estos casos, animaban las obras públicas y de construcción naval de todas las riveras con nuevas maestranzas y chusmas para el remo de esclavos.
El mundo económico moderno, en los años de Carlos V, se iniciaba con esta suerte de nuevo clasicismo de frontera, en el que la «empresa económica», pudiera decirse de «iniciativa privada», podría ser emblemáticamente representada por una galeota corsaria o comprendida en ese mare liberum posterior de los mendigos del mar holandeses. El mundo de los mercaderes.
Comenzaban a envejecer las viejas delimitaciones de frontera que significaban tanto los cristianos nuevos y los cristianos viejos como los musulmanes nuevos y musulmanes viejos, el lenguaje de cruzados y gazis, hasta entonces motor retórico de una realidad fronteriza, y por ello dinámica y cosmopolita.
Una historia
apasionante que ya narré al menos tres veces en trabajos
publicados -«Moriscos, renegados y agentes secretos
españoles en la época de Cervantes», en OTAM,
4, Ankara, 1993, pp. 331-362. «Cervantes Döneminde
Magripli, Mürtet ve Ispanyol Gizli Ajanlari»
(Çeviren, Paulino Toledo), ibídem,
pp.
687-695; en un libro con De la Peña, J. F., Cervantes y
la Berbería. Cervantes, mundo turco-berberisco y servicios
secretos en la época de Felipe II, Madrid, 1995, Fondo
de Cultura Económica, 293 pp. 2.ª edic., 1996; y con el
título de «Espías en Estambul», en un
texto literario complejo, con guiño cervantino, La
novela secreta, Madrid, 1996, Voluptae Libris, pp. 143-241-, con lo
que a esos relatos me remito; así como al libro de reciente
aparición, Renegados, viajeros y tránsfugas.
Comportamientos heterodoxos y de frontera en el siglo XVI
(Alcalá, 2000, Fugaz), en colaboración con Pedro
García Martín, Germán Váquez
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Para la preparación de esta ponencia, que quise global y descriptiva, tuve en cuenta alguna de las recientes síntesis sobre Carlos V de J. Pérez -«Carlos V y los españoles», en Carolus V Imperator, Lunwerg, Barcelona, 1999-, G. Galazzo, -En la periferia del imperio. La monarquía hispana y el Reino de Nápoles, Península, Barcelona, 2000-, A. Kohler -Carlos V. Una biografía, Marcial Pons, Madrid, 2000-, así como algunas exposiciones recientes en Napoli e Filippo II, Nápoles, 1998, como las de Iovino, M. P., «L'incubo turco»; Ajello, R., «La crisi del Mezzogiomo nelle sue origini: la dinamica sociale in Italia ed il governo di Filipp II», o la de Di Nocera, L, «Lepanto: la preparazione di un grande evento». También se han tenido en cuenta otros títulos clásicos, ya citados convenientemente en nuestros trabajos anteriores, principalmente los de P. Preto, S. Bono, M. Lenci o C. Manca, M. J. Rodríguez-Salgado, I.A.A. Thompson, Ch. A. Julien o F. Braudel. La edición de P. Mariño de los tratados internacionales, en este caso Carlos V, II, Norte de África (Madrid, 1980, CSIC), así como el libro de Ochoa Brun, M. A., Historia de la diplomacia española. La diplomacia de Carlos V (Madrid, 1999, Ministerio de Asuntos Exteriores), son importantes para este período. También eché mano en un momento de una obra de alta divulgación francesa, de la que se echan de menos a veces entre nosotros, y en aras de la simplificación de Clot, A., Soliman le Magnifique, Fayard, París, 1983. Asimismo, la amplia documentación hispano-italiana, procedente de los archivos de Simancas, Florencia y Venecia principalmente, que estamos tratando en el seminario/laboratorio de nuestro Departamento de Historia II de la Universidad de Alcalá.
Finalmente, y en cuanto a las grandes obras clásicas hispanas sobre el asunto -Haedo/Sosa, Gómara, Mármol, Sandoval, entre otros-, recordar aquí la reciente edición del importante inédito de López de Gómara, F., editado por De Bunes, M. A., y Jiménez, N. E., con el título Guerras del mar del Emperador Carlos V, Madrid, 2000, así como la traducción de un clásico turco por Juan Luis Alzamora, en el mismo siglo XVI, La vida, y historia de Hayradín, llamado Barbarroja, edic. de Bunes, M. A., y Sola, E., Universidad de Granada, Granada, 1997. Finalmente, una mención especial al caso menorquín, con buena documentación en sus archivos municipal y eclesiástico -incluso de Inquisición-, y al estudio de Sastre Portella, F., «Joan Seguí Alzina, un ciutadellenc a la Cort del Gran Turc», Publicacionjs des Born, Cutadella de Menorca, diciembre de 1998, que permite nuevas perspectivas en el estudio de aquella ancha frontera.