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Volumen 13 - carta nº 118

De ANTONIO PAZ Y MELIA
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

[Madrid], 1 noviembre 1894

Muy estimado y querido amigo mío: pensé ir á ver á V. para demostrarle de palabra mi agradecimiento por uno de esos favores que no pueden agradecerse bastante, y para tratar de convencerle de lo que voy á decir; pero la consideración de que no estaría V. solo, me decide á escribirle.

Necesito de toda su bondad para conmigo, demostrada en bastantes años de trato, no muy frecuente, pero sí muy cariñoso, para que merezca y para que me conserve inalterable su aprecio.

Sé que se han fijado Vs. en mi humilde persona, considerándome digno de sentarme á su lado en una Corporación formada por los que más se han distinguido en los estudios históricos. Lejos de toda falsa modestia, declaro que, considerándome como un mero prologuista, no habia soñado semejante honra ni para hoy ni para más adelante. Pero no discutiré mis méritos, porque veo el argumento que me haría V.

Otras razones quiero que me admita, confesando antes que soy bastante hombre y bastante viejo para estar libre de pueriles y ridículos temores á toda clase de críticas, legítimas ó infundadas. Lo que me obliga, después de no pequeña lucha, á rogarle admita mi negativa á aceptar la honra que su bondad me ofrece es que, con mis 52 años, soy un hombre de 90 en cuanto á desilusiones y cansancio de esta oscura lucha de la vida, y con vista aún más cansada por un trabajo muy penoso, durante 30 años. Con estas condiciones, mi conciencia no me permite llevar una inutilidad física y moral á donde debe irse siempre á compartir los trabajos de los compañeros. ¿No sería cargo de conciencia que habiendo personas jóvenes y llenas de entusiasmo que aspiran legítimamente á esa honra, fuera yo á interponerme en su camino, sin entusiasmo, sin vista, y por tanto, sin la menor utilidad para la Academia? ¿Qué honra podría darla, ni qué servicios prestarla quien como yo sale al trabajo á las 7 de la mañana y vuelve á su casa á las 8 de la noche?

Por último, y para no cansarle más. Tan cierto es lo que le digo, y tan irrevocable mi resolución, que hace tiempo pienso sériamente en un cambio radical de vida, pidiendo mi traslado á Simancas, ó á otro punto, para ver si la disminución de trabajo me conserva la vista, muy amenazada en opinión de oculistas de fama. Todo pende de que mi hijo, también vencido en esta lucha, penosísima en Madrid, de la miseria de levita, arregle ó no sus intereses para hacer lo mismo y acompañarme. Si lo hace, su ejemplo acabará de decidirme. Ya vé V. cuán lejos está mi camino del que la bondad de V. le preparaba.

Y ahora, mi querido amigo, júzgueme V. como quiera; pero créame cuánto le digo, y no disminuya en nada el aprecio en que me ha tenido. Yo le juro que no olvidaré nunca lo que por mí ha hecho en esa ocasión.

Ruego á V. por fin, que mientras yo escribo al Sr. Cánovas dándole las gracias por su excesiva bondad para conmigo, le diga en dos palabras con su buen talento, lo que yo he tenido que decir en tantas.

Soy siempre su agradecido amigo y S.S. q.b.s.m.

A. Paz y Mélia