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Volumen 15 - carta nº 849

De CARLOS REYLES
[ESCUDO]
DE FRENTE
A   MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

«Cabaña Reyles», 25 octubre 1900

Señor y maestro: El amplio y libre criterio que campea en sus notabilísimas obras, su sed de verdad, su amor a la Belleza, y el ser yo, en cierto modo, su discípulo, me inducen a enviarle y pedirle una opinión sobre «La Raza de Cain», en la cual confio que verá Vd. otra cosa que la última moda de Paris, como veria el insigne y maleante Dn. Juan Valera.

Para éste y para Clarin, y acaso para la mayoría del público español, habré cometido la gravísima falta de apartarme de las tradiciones de la novela costumbrista y picaresca, en que tan alto rayaron los Guevaras, Espinolas y Quevedos, y aun puede que alguien atribuya este olvido de una tradición gloriosa, á menosprecio de la española cultura, como ya me ha sucedido con mis academias; pero no hay tal. Yo, aunque amante de la literatura hispana, cuyos noveladores principalmente y prosistas de la edad de oro me son familiares, soy americano y no puedo sentir como los españoles sienten, ni libertarme del influjo de las corrientes literarias que hoy dominan en casi todas partes y á las cuales los mismos españoles no son extraños.

Y si sigo estas corrientes literarias, hasta cierto punto nuevas, pero no tanto que expliquen el desconocimiento que de ellas tienen la mayoría de los críticos españoles, no es por candidez, amor á toda novedad, ni ingenuo snobismo , sino porque mi complexión literaria lo pide así. Mi temperamento me arrastra, quieras que no, á tratar ciertos casos extremos de la sensibilidad humana, los que tengo también por más reveladores y sugestivos que los casos comunes, cuando no vulgares, en que ejercitarse suele la novela realista, á la cual le faltan muchos tonos y matices para reflejar toda la vida y sobre todo la vida interior.

Por qué los españoles rechazan y excomulgan toda innovación? No son legitimas las aspiraciones de los que quieren hablar en su propia lengua?, de los que buscan un verbo nuevo para expresar nuevas necesidades?.

En Francia, Italia, Alemania, Rusia é Inglaterra misma, la novela se transforma, se enriquece con nuevos elementos estéticos y valores líricos y gana en profundidad y en amplitud, y yo no puedo comprender por qué la novela española ha de quedar estacionaria é inerte y vivir de imitaciones y de trasuntos, cuando sin perder sus cualidades castizas y sólo concediéndole un poco más al alma, podría ponerse á la altura de la francesa ó de la rusa y aun superarlas por la opulencia del colorido.

Esta creencia, general en los escritores americanos, nos ha inducido á cometer el temerario intento —cosas de la ardida juventud— de agregarla alguna substancia psíquica, más á la novela moderna, y á ser posible convertirla en «una obra de arte tan exquisita que afine la sensibilidad con múltiples y variadas sensaciones, y tan profunda que dilate nuestro concepto de la vida con una visión nueva y clara». En este sentido se han hecho algunos ensayos, creo que no del todo estériles ni despreciables. A título de curiosidad le remito uno de ellos que el público del Rio de la Plata ha recibido con extraordinario aplauso, pero que así y todo, no disipa mis dudas, por lo cual acudo á Vd. para pedirle humilde y encarecidamente una franca opinión, un consejo, una palabra luminosa que me marque un derrotero y me sirva de faro y guía.

Perdone el insólito atrevimiento con que seguramente interrumpo sus preciosas tareas, pero en mi pais no existen hombres de su enjundia intelectual á quienes pedirles luces; en España tengo algunos amigos, pero ninguno ha escrito el tomo V de las «Ideas Estéticas»; nadie goza de la autoridad suya, ni á nadie venero yo tanto como á Vd. Es natural, pues, que á Vd. acuda. Si lo molesto mucho á pedirle mil perdones. Si el libro no vale la pena de que Vd. lo tome en cuenta, delo de mano, arrojelo al fuego ó solo vea en él un tributo sincero de mi entusiasta admiración.

Suyo devotísimo

C. Reyles