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ArribaAbajo Una lectura erótica del Quijote

Alfredo Baras Escolá


Aside from the very few episodes in which eroticism is literally expressed, there are many other passages in the novel which allow of a double meaning -one innocent, the other ribald. We shall point out some of these words and phrases which were formerly used with an erotic meaning. It would certainly be absurd to read such meanings into Don Quixote if these expressions did not occur in clearly allusive contexts. However, the fact that they are imbedded in such important aspects as Don Quixote's name, his profession as knight errant, and the description of Sancho Panza proves that Cervantes relied on this sort of humor not only in his Ocho entremeses -as has already been demonstrated- but in his masterpiece as well.


Leyendo con atención a Cervantes, se descubre que el pleno valor alusivo de su obra sólo es posible apreciarlo gracias al equívoco usado como recurso. Ya Keith Whinnom122 y Ian Macpherson123 han analizado la amphibologia obscena en poemas de amor cortés, cuya ambigüedad solía pasar inadvertida. Dado el carácter, no ya pernicioso o sensual, sino incluso pornográfico, del libro de caballerías, en opinión de Eisenberg124, nada tendría de especial que esta clave estuviera presente en un relato que participa de ambos subgéneros, a su vez tan directamente emparentados. Así pues, en el propio modelo paródico habría encontrado Cervantes una pauta inigualable para delinear buena parte de su humor, y quizá la más representativa por ser la originaria. Pero no se piense en episodios de obvio cariz erótico, tales como el de Rocinante y las yeguas galicianas -por cierto, nadie recuerda el verbo galiciar125-, o el de Don Quijote y la asturiana Maritornes,   —80→   con tantos puntos comunes; ni en las travesuras de Dorotea o de Altisidora. Estas raras indiscreciones del autor, por su evidencia, han podido ser omitidas, o cuando menos suavizadas, por los adaptadores126. Sin embargo, el tipo de exégesis propuesto, más acorde con el practicado por Mauricio Molho, implica un doble sentido ambiguo, nunca del todo aparente, que emana de la esencia misma del relato, de sus raíces primigenias; tratar de suprimirlo equivaldría a anular la historia.

Sirvan de ejemplo los diversos nombres de Don Quijote y su oficio de caballero andante, así como el retrato inicial de Sancho Panza.

Dos de la posibles variantes onomásticas del protagonista (Quijada y Quesada), en cuanto sinónimos127 que designan su rasgo externo más visible, bien podrían connotar una alusión a mentula128 por asociación fisiognómica. En Quij-ano, por contra, tardío y, al parecer, auténtico nombre de Don Quijote, el sufijo comporta otra sugerencia a lo bajo corporal, diversa aunque complementaria129. Este mismo doble sentido reaparece en el nombre ficticio. Por más que Astrana Marín asegure haber encontrado el apellido coetáneo Quijote130, la voz indica «parte superior de las ancas de la caballería» además de «parte del arnés   —81→   dedicada a cubrir el muslo»: se sugiere una irónica ambivalencia que, sólo por esto, y sin entrar en más consideraciones, «ya debió de venir a los propósitos de Cervantes como anillo al dedo»131.

Constantino Láscaris Commeno132 insistía en el simbolismo obsceno de la pieza de la armadura, y Dominique Reyre133 prosigue tal exégesis. Acaso convenga subrayar cómo, desde el Antiguo Testamento al Renacimiento, se ha aludido siempre en el muslo del varón, por metonimia, a la potencia reproductora, cuando no al mismo sexo. Más en concreto, los autores del Siglo de Oro suelen remontar a fuentes bíblicas un episodio hagiográfico reciente: así es como la cojera de San Ignacio de Loyola será asociada con la de Jacob tras su lucha con un ángel (Gén. 32, 24-32) que, al herirle en el tendón del muslo izquierdo, habría castigado su sensualidad134; ofrece el tópico mayor relevancia por cuanto la figura del caballero andante a lo divino, imbuido de un espíritu tan afín al de Don Quijote, pudo asimismo originar ciertos pasajes del relato de Cervantes135.

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Añádase a esta doble influencia otra intermedia, proporcionada por el Cuento del Graal. Señala Joan Ramón Resina que la herida «entre ambos muslos» del Rey Tullido, aun si no fuera «expresión suficientemente gráfica», indicaría, mediante la voz hanches, «el conjunto de órganos que reposan en la pelvis, o que lindan con esa zona»136. Por culpa de un grave pecado, el reino se ha convertido en la Tierra Yerma o Baldía, que sólo volverá a hacer fecunda la mediación de un héroe casto: la incapacidad del monarca repercute en la aridez de sus dominios. Ahora bien, el toponímico de la Mancha designa, en primer término, una región desértica137; otros valores alusivos deben posponerse a la infertilidad añadida, igual que un calificativo, al sentido erótico del nombre Quijote. Desde el «Prólogo» quedará asociado este rasgo del héroe manchego con una supuesta falta de capacidad creadora de su autor: «¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco [...], bien como quien se engendró en una cárcel [...]?»; los escenarios naturales amenos y apacibles son propicios, en cambio, «para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y contento»138.

Otros dos signos redundantes acabarán por certificar el defecto orgánico, sin que ahora se deba a ningún castigo del protagonista por sus excesos, sino a una parodia con sentido inverso.

Respecto al apreciativo -ote, registra Cela sinónimos del miembro viril como Chafalote, Chafarote, Cipote, Ciriote, Garrote y Virote (pp. 187-488, s. v.), éste último frecuente en tiempos de Cervantes139. No hay que olvidar personificaciones igualmente   —83→   coetáneas: así, Don Majote (con las variantes Maçote, Mazote o Maxote), tal vez con raíz en majo, donde Corominas observa, pese a sus dudas sobre el derivado, «una creación del lenguaje erótico» incontestable; y Pijote (o Pichote, Pischote)140, que un solo rasgo fonológico distingue de Quijote. Ambos nombres propios, asociados por su acepción de tontería o necedad, más el título burlesco Don, común a varias de estas voces anteriores y a otras similares (Don Carajo, Don Carlos, Don Ciruelo), sugieren interpretar de igual modo el apelativo caballeresco; éste, que ya se prestaba, como queda expuesto, a tal sentido, también lo connota alusivamente con toda claridad, a la manera de un eufemismo por metonimia.

Luis Andrés Murillo141 ha visto en el romance viejo de Lanzarote y su rocino, por tres veces parafraseado en la novela cervantina, el modelo directo de Don Quijote y Rocinante. No es preciso, en tal hipótesis, más que acentuar la parodia, porque ya aquel texto, que inducía a una lectura de suave pero evidente comicidad, la anticipa con ironía: en el hecho de que las damas nobles cuiden el rocín142 del caballero se aprecia una intención cómica, pero -cabría puntualizar- de tipo obsceno. Recuérdese, junto con la personificación del sexo en Juan Lanzarote o Preste Juan Lanzarote143, la imagen del héroe bretón como seductor caballero andante, lo que le impide participar en la búsqueda del Grial. Debe añadirse que en los apelativos Lanzarote y Don Quijote, aparte del sufijo, se da la coincidencia de un presunto étimo lanza144, y de que ésta -sin contar su uso equívoco- es apoyada por el caballero en cierta bolsa de cuero anexa al quijote de su   —84→   arnés: de ahí la expresión llevar (o poner) la lanza en cuja145 -esto es, en posición de descanso-, frente a ponerla en ristre cuando acomete; no hace falta recalcar lo sugestivo de esta imagen. Acaso fueran razones eufemísticas las que aconsejaran una triple omisión del nombre del protagonista en la Licencia real y en la Tasa de un libro citado como El ingenioso hidalgo de la Mancha. Cuando llama Dorotea a Don Quijote, «si mal no me acuerdo, don Azote, o don Gigote»146 (I, 30, 328), no hace sino confirmarlo.

En definitiva, -ote apunta este doble valor: por una parte, aumentativo (gran tamaño o longitud); por otra, despectivo (necedad, ignorancia o vacío): no hay correspondencia entre apariencia virtual y contenido, como en tantos otros ejemplos (amigote, caballerote). Ni que decir tiene que, con el toponímico de la Mancha y la ironía del tratamiento Don, el sufijo logra matizar negativamente el sentido erótico de Quijote, pese a que el término estuviera ya lexicalizado y tenga, en realidad, diversa etimología.

Alguien con tan notable carencia como Don Quijote de la Mancha precisa de cura o aprendizaje, esto es, de ser iniciado sexualmente. Quizá no sea ocioso recordar la interpretación sicoanalítica de Carroll B. Johnson147 acerca de la crisis de la cincuentena, puesto que el protagonista frisaba con esa edad. Cuando un pícaro doñeador y dos damas del partido arman caballero andante al huésped, le están invistiendo cofrade de la única orden que son capaces de representar en uso figurado: el ventero, «en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventuras»; entre varios otros entuertos, lo demostró «recuestando muchas viudas» y «deshaciendo algunas doncellas», hasta acabar recogiendo en su castillo «a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fueren, sólo por la mucha afición que les tenía» (I, 3, 49). Un mismo sentido es insinuado por Sancho Panza al reconocer en Aldonza Lorenzo   —85→   a la moza «que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora», siendo así que «no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana» (I, 25, 265-66); el propio escudero llamará a su amo «el matador de las doncellas» (II, 72, 1123). Es preciso suponer una acepción de caballero andante por 'noble ocioso' -como sugiere el Diccionario de Autoridades148- o, más bien, por 'pícaro' en general, sin excluir el matiz erótico, pues un experto «de los de la playa de Sanlúcar» (I, 2, 45) sólo podría conferir tal grado. En efecto, tanto las voces caballo, caballero y cabalgar como andar están dotadas, en los textos eróticos coetáneos, de un valor alusivo equivalente al de futuere.

De igual modo, en el Entremés famoso de los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha, donde Francisco de Ávila recrea el episodio cervantino, su protagonista recibe figuradamente «el sacro título / de caballero noble»; de acuerdo con Sancho, «el noble caballero / que se tiene por tal» queda obligado: «A no pagar jamás lo que debiere, / a gastar mal gastado el mayorazgo, / a jugar, a putear, a darse a vicios, / y no emplearse nunca en buenas obras»149. Bajo la censura social continúa apreciándose un uso degradado de expresiones honrosas.

Entendemos ahora que piense Don Quijote, antes de salir de su aldea, en «buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma» (I, 1, 38): en el doble sentido de las palabras clave (dama, enamorarse, amores) reaparece la ambigüedad del estilo cortés, para volver a nuestro punto de partida.

Al regresar a casa el caballero, tras su primera escapada, Ama y Sobrina muestran bien a las claras sus celos de otras mujeres: aquélla, oyendo nombrar a Urganda, replica que, «sin que venga esa hurgada, le sabremos aquí curar» (I, 5, 68); y la segunda aún es más explícita: «¿No será mejor estarse pacífico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?» (I, 7, 84). Sobre la acepción genérica 'buscar algo difícil o imposible   —86→   sin necesidad' -que extrae Corominas de esta frase hecha150-, se impone otra erótica, desde Berceo y el Arcipreste de Hita a Sebastián de Horozco151: quien ya tiene mujer no debe buscar amores fuera de casa, por los riesgos que esto acarreará al galán. En el doméstico pan de trigo apenas se encubre a la Sobrina. Un enlace avuncular, aceptable para conservar el patrimonio a falta de herederos, y por entonces dispensado, subyace en la alusión; o bien, un sucedáneo más inocuo, el desempeño de las funciones de esposa desprovistas de toda carga sexual. Sea como fuere, es patente la tendencia acaparadora del hogar, en sentido opuesto al defendido por Johnson. Acaso Don Quijote saliera en busca de aventuras huyendo de la opresión agobiante de dos mujeres.

Por contra, el más joven Sancho Panza, casado y con dos hijos, representa la fuerza generadora, en oposición a su casto y maduro amo. Tratando Bajtin sobre la dualidad complementaria de ambos personajes, los ve como «una pareja carnavalesca» con remotos ascendientes. Entre su progenie, recuerda a cierto guerrero y su escudero, pintados en un vaso griego, casi idénticos a los de Cervantes salvo en el hecho de portar «un falo gigante»152. Quienes han proseguido esta vía interpretativa, señalan   —87→   en el arquetipo del Saint Pançart de Rabelais o Zampanzar vasco la etimología de Sancho Panza153; como expresión de lo bajo corporal, reúne en su carácter la desmesura en comida, bebida, sueño y -aunque no tan claramente- en actividad sexual, pues no en vano era celebrada durante el Carnaval la fiesta de Panza, a quien llamaban los estudiantes «sancto de hartura»154. Tal vez no haya mejor descripción del criado que aquella en que se le presenta «sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota» (I, 7, 86), símbolos sexuales ambos bien conocidos: recuérdense los cincuenta frailes que, en una equívoca seguidilla obscena, salen de Sevilla «con bordones de a palmo / y alforjas grandes», mientras de Toledo parten otras tantas monjas «a buscar los frailes / y sus alforjas»155; o a Juan de Salinas, cuando evoca el doble sentido de «una reverenda alforja / con sus botazas y espuelas»156. Estas alforjas nunca dejarán de caracterizar a Sancho, desde el momento en que Don Quijote le encarga que las porte, al planear la segunda salida. También por metonimia, la panza evoca su extremo o bajo vientre, cuya fecunda brevedad y anchura viene a contrastar con la longitud de un estéril quijote, en aparente paradoja.

Mientras que Don Quijote es incapaz de aprovechar las ocasiones, su escudero lamenta que a él no se le presenten: «¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante, ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!» (I, 17, 165), exclama cuando su amo le refiere supuestos lances amorosos con una doncella; «Pues ¡monta que es mala la reina! ¡Así se me vuelvan las pulgas de la cama!» (I, 30, 329), comenta acerca de Dorotea; aconseja a Don Quijote   —88→   que se case con Micomicona antes de volver con Dulcinea, puesto que «reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados» (p. 332); su mujer «no es tan buena como yo quisiera», por hablar mal de Sancho, «especialmente cuando está celosa» (II, 22, 744); y sobre la indiferencia del caballero ante la desenvuelta Altisidora, reconoce: «Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya» (II, 58, 1020). Aun cuando la desmesura erótica de Sancho no se cumpla en hechos reales y concretos -ténganse presentes las advertencias de Bajtin respecto al carácter residual del espíritu carnavalesco en el Quijote-, bastan las alusiones para sugerir valores connotativos.

De lo ya expuesto se desprende la conclusión de que, en virtud del uso recursivo del equívoco, es posible que todo cuanto se propuso insinuar el autor sea pasado por alto. Cabe no entender sino literalmente el relato, como aconsejan notables cervantistas. Pero, en tal caso, además de empobrecerlo, estaría defendiéndose, de modo implícito, su carácter de excepción entre las demás obras coetáneas, basadas en la comicidad del doble sentido; incluso los Ocho entremeses, con buena parte de las Comedias y Novelas ejemplares, ofrecen idéntico tipo de humor. Resultaría impensable que Cervantes hubiera compuesto su mayor obra cómica en otra clave, sin una sola referencia no directa. Aceptar la lectura propuesta exige antes dejar sentados con precisión incuestionables principios de exégesis.

A diferencia de los textos eróticos más comunes del Siglo de Oro, es cierto que el Quijote se presta a ser interpretado como una parodia de inocente lectura. Esto mismo ocurre con algunas obras cuyo alto grado de obscenidad requiere no menores precauciones: en especial, las adivinanzas o enigmas. Según han indicado Alzieu, Jammes y Lissorgues (p. 303, nº 143, nota), se trata de un juego en que la más simple literalidad va unida al equívoco, siendo ambos sentidos en cierto modo independientes; cuando el ingenuo lector atisba la malicia, queda sorprendido por una inocente solución no prevista, de tal suerte que acaba intercambiando con el autor los respectivos papeles. Otro tanto se observa en los poemas editados por Donald McGrady157. Similar ambigüedad, aunque a la inversa, es la que muestra un   —89→   Quijote en apariencia tan honesto como el amor cortés de los Cancioneros. Puesto que el novelista hace uso de unos signos lingüísticos ya especializados mucho antes, y en forma de recurso, como alusivos, cuesta esfuerzo suponer que aparezcan desprovistos de cualquier otro sentido que no sea el recto; en tal hipótesis, debería haber sido prevista esta lectura, tanto más cuanto que no escasean las expresiones ambiguas, y que están insertas en un texto eminentemente cómico. Mediante oportunos y continuos guiños al lector, Cervantes nos descubre la clave de sus intenciones, nada casuales sino conscientes y deliberadas.

Por consiguiente, y a modo de inducciones provisionales, he aquí dos ideas directrices. Todo episodio abiertamente obsceno del Quijote tiene por objeto encubrir sentidos menos evidentes, en estos y otros contextos. Si ha sido necesario recurrir a una clase de equívoco marcada por una autocensura extrema, sus alusiones quizá tengan, consideradas en conjunto, más amplio alcance y relevancia que las hasta aquí expuestas.