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ArribaAbajoJosé Montero Reguera. El Quijote y la crítica contemporánea

David R. Castillo


Madrid: Centro de Estudios Cervantinos, 1997. 286 pp.



University of Oregon

El libro de José Montero Reguera, que ha sido galardonado con el Premio Fernández Abril de la Real Academia Española, responde a la necesidad de organizar y sistematizar el aluvión de aportaciones críticas del cervantismo en torno al Quijote. En su ensayo, Montero Reguera lleva a cabo un arduo trabajo de clasificación de los estudios publicados entre 1975 y 1990. Su tratamiento de los textos críticos combina criterios metodológicos y temáticos con el objetivo de trazar las líneas maestras del cervantismo actual. El libro consta de nueve capítulos, introducción, conclusión, bibliografía por secciones, abreviaturas e índice alfabético.

La sección introductoria se hace eco del renovado interés que muestra la crítica internacional en el Quijote y en su autor -interés que sin duda atestiguan el creciente número de revistas especializadas, asociaciones, y coloquios dedicados al estudio y la difusión de Cervantes y los estudios cervantinos. Montero destaca por su especial alcance e influencia las siguientes asociaciones y publicaciones: the Cervantes Society of America, la Asociación de Cervantistas, la Sociedad Cervantina, el Centro de Estudios Cervantinos, la revista Cervantes, y la serie de estudios monográficos Juan de la Cuesta. Tras un primer capítulo dedicado a problemas editoriales -tipos de edición del Quijote y sus criterios, necesidad de una nueva edición crítica, etc.- Montero se centra en el capítulo 2 en los estudios históricos, gran parte de los cuales enlazan con las reflexiones de Américo Castro en El pensamiento de Cervantes. La obra de Castro no sólo situaba al Quijote dentro de las coordenadas de la cultura europea, sino que además trataba por primera vez temas tan importantes en el cervantismo actual como la denuncia cervantina de la hipocresía del honor y la cuestión del perspectivismo del Quijote. Entre las orientaciones críticas que conectan de manera directa con la obra de Américo Castro se encuentran los trabajos de Antonio Vilanova, Aurora Egido y Alban Forcione, los cuales establecen una línea de continuidad entre el Quijote y el pensamiento erasmista.

Por otro lado, el conocido ensayo de José Antonio Maravall, Utopía y contrautopía en el «Quijote», abriría una nueva dirección en los estudios históricos, originando una serie de aportaciones importantes de, entre otros, Angelo Di Salvo, Francisco López Estrada y Mariarosa Scaramuzza Vidoni. Entre los críticos que han estudiado el texto cervantino desde la perspectiva del materialismo histórico, Montero destaca a Ludovik Osterc, quien mantiene que Cervantes somete a crítica las instituciones sociales, políticas y eclesiásticas desde un humanismo renacentista radical (El pensamiento social y político del «Quijote»). Por lo que respecta a las aportaciones de la historia social, Montero señala, entre otros, los trabajos de Javier Salazar Rincón, Alberto Sánchez, Jean Canavaggio, Anthony Close, Martín de Riquer y Elias Rivers. El capítulo concluye con una lista de varios autores que han estudiado determinados aspectos autobiográficos y sociológicos de la obra: John Allen, Juan Bautista Avalle-Arce, Bernard Loupias y Monique Joly.

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Algunos de estos críticos aparecen asimismo en el tercer capítulo del ensayo de Montero, el cual comenta aquellos trabajos que establecen conexiones entre el Quijote y el mundo de la cultura popular. Monique Joly, por ejemplo, dedica varios ensayos a estudiar la presencia en el Quijote de refranes, proverbios y trozos de sermones. Entre los estudiosos que se han centrado en los refranes, sentencias y aforismos empleados por los personajes de la novela, se destacan sobre todo, Michel Moner, Fernando Lázaro Carreter, María Cecilia Colombí y Pilar Vega Rodríguez. Otros -por ejemplo Maxime Chevalier y Vsevolod Bagnó- se han fijado en las similitudes entre el Quijote y los cuentos de origen popular.

Sin embargo, la lista de críticos que se han detenido a estudiar las raíces folklóricas de la novela cervantina había comenzado con Marcelino Menéndez Pelayo y Américo Castro, quienes coincidían en considerar el Quijote como un «monumento folklórico». Esta tradición hallaría continuadores en Peter Russell, para quien la novela cervantina debe ser entendida como un relato folklórico («a story of country folk»), en Francisco Rodríguez Marín, Federico Sánchez Escribano, Agustín González de Amezúa, y especialmente en Mauricio Molho. Este último es el autor del libro quizá más importante dentro de esta tradición, Cervantes: raíces folklóricas, donde a partir de conceptos gramcianos se pone de manifiesto el potencial subversivo de ciertos motivos extraídos de la tradición popular, como el del tonto-listo que formaría parte esencial de la caracterización de Sancho. Por otro lado, Montero se hace eco del profundo impacto que han tenido, dentro esta corriente crítica, los trabajos de Mijail Bajtín sobre el carnaval, los cuales han inspirado importantes estudios sobre el Quijote, entre ellos los de Manuel Durán y Agustín Redondo.

Esto nos lleva al terreno de la teoría literaria, donde el texto cervantino se ha erigido en pieza fundamental dentro de las discusiones acerca del origen, forma y función del género de la novela. Pocos son los estudiosos de Cervantes que en los últimos tiempos no hayan abordado este tema desde un ángulo u otro. De ahí la dificultad que entraña el intentar resumir en unas pocas páginas el cúmulo de sus aportaciones. Con todo, se puede decir que Montero hace un encomiable trabajo de síntesis en el capítulo cuarto titulado «el Quijote y su teoría literaria». En esta sección Montero toma como punto de partida la conocida tesis de E. C. Riley (1962) según la cual la novela contemporánea debe más a Cervantes que a ningún otro autor. La posición de Riley se ha visto recientemente reforzada por un número ingente de estudios, entre ellos los de Helena Percas de Ponseti, Alban Forcione, Anthony Cascardi, Mary Gaylord, Edwin Williamson, Eduardo Urbina, Anthony Close, Pablo Jauralde Pou, Javier Blasco, Pedro Salinas, Luis Rosales y Javier Marrero Enríquez. Todos ellos coinciden en subrayar la autorreflexividad del texto cervantino que denota un cambio fundamental en el concepto de mímesis -la cual pasa a ser entendida no ya como imitación sino como representación (Cascardi). Nos hallaríamos entonces ante una estética consciente (Forcione) y esencialmente anticlásica (Close), y ante un modelo perspectivista de verosimilitud (Percas de Ponseti) que correspondería a una realidad textual «poliédrica» (Blasco) mediatizada por el efecto de distanciamiento producido por la ironía (Marrero Henríquez).

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En lo que hace al problema de la recepción del Quijote a que Montero dedica el capítulo 5, habría que destacar los estudios de Darío Fernández Morera, Alexander Parker, Peter Russell y buena parte de los partidarios de la «línea dura» que en su reacción contra la lectura romántica del Quijote vendrían a ofrecer, según Montero, una perspectiva igualmente reduccionista al entender la obra como «funny book». Entre estos últimos cabría destacar a Daniel Eisenberg, Alison Weber, John Cull y, sobre todo, Anthony Close, cuyo ensayo The Romantic Approach to «Don Quixote» (1978) constituye, en opinión de Montero, la «formulación más acabada» de esta corriente. Montero menciona asimismo a algunos investigadores que cuestionan los hallazgos de esta «línea dura», destacando las reacciones críticas de John Jay Allen, Javier Herrero, y sobre todo, de John Weiger y Albert Sicroff, quienes mantienen que los propósitos cómico y serio no tienen porque aparecer como mutuamente excluyentes en el caso del Quijote.

Otro de los asuntos que ha generado cierta controversia entre los investigadores es la cuestión de la «génesis del Quijote» y sus influencias literarias y extraliterarias. Entre los investigadores discutidos por Montero en el capítulo 6 en conexión con estos temas figuran Howard Mancing, Edward Williamson, Marina Brownlee, Thomas Hart, Rodríguez Cacho, Alberto Sánchez, Donald McGrady, Michael McGaha, Domingo Ynduraín y Jill Syverson Stork. Esta última presenta un interesante puente entre las investigaciones «arqueológicas» y los trabajos sobre la recepción del Quijote al sostener que la novela cervantina responde a la preocupación creciente por los efectos de la representación teatral -y específicamente de la Comedia Nueva- en el público.

Mientras que el problema de la génesis y la recepción del Quijote sigue produciendo importantes debates entre las diferentes orientaciones críticas, hay otros aspectos de la obra cervantina que han generado un mayor grado de consenso; me refiero, sobre todo, al tipo de cuestiones relacionadas con la función del diálogo y la presencia de múltiples narradores en el Quijote. Montero Reguera dedica el capítulo 7 de su ensayo a resumir y comentar los juicios de la crítica acerca de estos dos aspectos esenciales de la novela. Entre los autores tradicionalmente más atentos al elemento dialógico del texto cervantino destacan -según Montero- Ortega y Gasset, Pablo Jauralde Pou, Manuel Criado de Val, Eleazar Huerta, Luis Andrés Murillo, Stephen Gilman y Gonzalo Sobejano. Aunque cada uno de ellos ha sacado partido al diálogo del Quijote desde un punto de vista distinto y con objetivos diferentes, quizá sea Gonzalo Sobejano el que más se ha preocupado por explicar el origen del elemento dialógico de la novela. La conocida conclusión de Sobejano es que los diálogos del Quijote tienen más en común con la estructura dramática de la Tragicomedia de Calixto y Melibea y con los diálogos didácticos de los humanistas que con los libros de caballería.

Por otra parte, al igual que sucediera con la corriente «folklorista», la entrada de nociones bajtinianas como el «dialogismo» y la «heteroglosia» había de producir una revitalización de esta tradición en los trabajos de Fernando Lázaro Carreter, Elias Rivers, María Caterina Ruta, Enrica Cancelliere, Mercedes Gracia Calvo y Carmen Rabell. Todos estos investigadores insisten en subrayar la   —154→   importancia de la multiplicidad de voces en el Quijote que habría resultado en la creación del mundo heteroglósico característico del género de la novela.

Existe sin duda una relación clara entre el efecto polifónico del diálogo cervantino y la presencia de una multiplicidad de narradores en el texto. Entre los críticos que han explorado esta última avenida destacan Horst Weich, Juan Bautista Avalle-Arce, George Haley, Michael Gerli y Ruth El Saffar, aunque esta última es más conocida por sus aportaciones al estudio de la mujer y del elemento erótico en la obra de Cervantes. El libro de Montero discute la bibliografía en torno a estos temas en el capítulo 8. Según el autor, las investigaciones de El Saffar culminarían una tradición de los estudios del siglo de oro que habría comenzado con la teoría del deseo de René Girard y su empleo por parte de Cesáreo Bandera, para continuar con los ensayos de, entre otros, Steven Hutchinson, John Weiger y Carroll Johnson.

De acuerdo con la teoría de Girard, que él mismo se encarga de aplicar al Quijote, se puede decir que todo relato presenta tres elementos esenciales: un sujeto que desea, un objeto deseado y una agencia de mediación de este deseo. Éste es el asunto que Cesáreo Bandera se encarga de desarrollar en Mímesis conflictiva, donde viene a sugerir que el deseo de los personajes es, en última instancia, una búsqueda de un «otro inasible» cuyo nivel más elemental radica -como nota Montero- en la diferencia sexual. Por su parte, Ruth El Saffar combinaría estas ideas con el aparato conceptual del psicoanálisis freudiano, jungiano y lacaniano, y con nociones procedentes de la psicología americana del ego y del feminismo de vanguardia, para construir un modelo de interpretación del Quijote que a Montero Reguera le parece «serio, pero discutible por su excesivo alejamiento a veces del texto» (177).

Para Montero este distanciamiento del texto es una debilidad compartida por las interpretaciones feministas y psicoanalíticas. El caso paradigmático en este sentido sería el de Carroll Johnson para quien «lo que Cervantes parece estar comunicando es simplemente lo frágil, lo problemático que son la identidad sexual y la expresión de la sexualidad» (citado por Montero, 176). La posición de Montero con respecto a las posibilidades abiertas por este tipo de aproximaciones se resuelve en un rechazo frontal de los modelos analíticos empleados tanto por Carroll Johnson como por Ruth El Saffar y todos aquellos que se dedican a explorar temas relacionados con «motivaciones del subsconsciente». Al menos ésta es la impresión que nos da en el siguiente pasaje: «creo que para buscar un nexo común a toda la labor literaria cervantina -si es que esto es posible- habría que dirigirse a terrenos que a su autor sí le preocupan realmente (¡y de qué manera!), como, por ejemplo, el de la teoría literaria; pero no en motivaciones del subconsciente cuya aplicación a las obras literarias, el Quijote en particular, no siempre es provechosa» (178).

Esta afirmación de Montero parece hoy día bastante problemática, sobre todo si se tienen en cuenta los trabajos más recientes no sólo de Ruth El Saffar, Carroll Johnson y Mauricio Molho, sino de Anthony Cascardi, Diana de Armas Wilson, Paul Julian Smith y Henry Sullivan, entre otros muchos. Lo cierto es que las orientaciones feministas y psicoanalíticas «de vanguardia», junto con las corrientes nuevo historicistas y los estudios culturales han permitido el establecimiento   —155→   de fuertes redes de intercambios entre el cervantismo, el hispanismo en general y las diferentes ramas de las humanidades y las ciencias sociales. De hecho volúmenes como el editado por El Saffar y de Armas Wilson, Quixotic Desire. Psychoanalytic Perspectives on Cervantes (1993), muestran claramente las posibilidades de este «nuevo cervantismo», sobre todo en lo que respecta al establecimiento de conexiones entre la significación histórica, social y literaria del Quixote y el conjunto de la producción de Cervantes.

Por otra parte, sorprende un poco la insistencia de Montero en ofrecer un panorama polarizado del cervantismo, si acaso atenuado por la mención de una «tercera vía» conciliatoria. Montero repite esta idea en la conclusión, donde afirma que los cervantistas se hayan escindidos en dos grupos: «los críticos 'duros' -con la terminología de Mandel-, esto es, los partidarios de la interpretación cómica; y los 'blandos', defensores de la postura opuesta» (202). Hoy día, parece claro que el «cervantismo» ha superado el impás a que alude Montero entre las llamadas «línea dura» y «línea blanda» para proponer modelos de interpretación del Quijote que no sólo no intentan resolver las contradicciones del texto en uno u otro sentido, sino que las toman como punto de partida.

Con todo, se puede decir que el libro de José Montero Reguera, El Quijote y la crítica contemporánea, constituye una herramienta muy útil como libro de consulta para el especialista y en general para todo aquel investigador que esté interesado en la recepción crítica del Quijote y, por ende, en la historia de los estudios cervantinos, sus diferentes tradiciones y sus principales modelos analíticos. Una buena muestra del interés pedagógico del libro de Montero es el capítulo 9, donde se hace un recorrido panorámico por los manuales de Guillermo Barriga Casalini, Martín de Riquer, Jaime Fernández, Peter Russell, Anthony Close, Luis Andrés Murillo, Carroll Johnson, Stephen Gilman y E. C. Riley. En definitiva, se trata de un estudio bien concebido que se mantiene fiel a su objetivo básico de sistematizar las aportaciones del cervantismo durante el período que va de 1975 a 1990.