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ArribaHistorias verdaderas y la verdad de la historia: Fernando Arrabal vs. Stephen Marlowe

Eduardo Urbina



Texas A&M University

En el marco de la celebración del aniversario cervantino, que tanto ha dado que hablar y hacer a críticos, escritores y políticos, resulta sin duda apropiado examinar ciertas historias sobre Cervantes y sus verdades, si bien hemos de reconocer por anticipado que del Mio Cid al JFK de Oliver Stone, donde esté una buena mentira que se quite una mala verdad, pace Ginés de Pasamonte. Me interesa en particular considerar la antítesis historia-ficción y su relación con el concepto de verdad y lo verdadero, el conocimiento y uso de los hechos históricos y su disposición en el proceso de la escritura-lectura, centrándome en la consideración comparativa del gusto y provecho de dos obras histórico-literarias sobre la vida de Cervantes: Un esclavo llamado Cervantes de Fernando Arrabal (1996) y The Death and Life of Miguel de Cervantes de Stephen Marlowe (1991, 1996)114.

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Decía un chico de mi pueblo, de cuyo nombre nunca puedo acordarme, que eso de inventar historias por miedo a la vida era más antiguo que Dios. Un tanto más en serio, resulta obligado apuntar que lo de la verdad de la vida y obra cervantinas ha de quedar anclado fundamentalmente al pensamiento de Américo Castro y a la labor documental de Luis Astrana Marín; sin que tengamos de momento, sin embargo, ni una biografía crítica ni una edición crítica de las obras completas de Cervantes. Por otro lado, pensando en lo que dijo o dejó por decir Aristóteles en relación con lo cómico, la épica y los estilos, el trabajo de Alexander Parker sobre la verdad en el Quijote y el ya clásico estudio de Anthony Close sobre la aproximación romántica nos parecen ejes seguros del debate en torno a la verdad de la ficción y la verdadera historia de Cervantes, a los que remito al curioso lector115. Haría falta, sin embargo, un trabajo paralelo al de Bruce Wardropper («Don Quixote: Story or History?») dedicado a esta misma cuestión pero en el ámbito de la vida y biografías de Cervantes y sus verdades.

La relación entre historia, historiografía y verdad viene siendo en los últimos años, por otra parte, asunto de considerable y renovado interés entre los eruditos. En particular, tres estudios recientes de A. Close, M. Gaylord y J. Parr116 atajan desde diferentes ángulos la intersección de la verdad y lo verdadero en nuestro campo; cuestión que ya preocupó y dio que escribir magistrales páginas a otro gran   —160→   lector con miras de historiador en sus ficciones, Jorge Luis Borges, como veremos enseguida.

Jean Canavaggio, en su elegante y mesurada biografía -la cual, por cierto, contiene más preguntas que un programa de Jeopardy y más signos de interrogación que el registro de la inclusa- advierte que explicar a Cervantes es aventura arriesgada; arriesgada sí, pero también tan enormemente atractiva como obligada. Con todo, nos movemos, mejor dicho, se mueven historiadores y biógrafos en «terreno movedizo», y como el propio Canavaggio exclama, abrumado ante los numerosos misterios, silencios y lagunas que plagan la vida de Cervantes, aún en 1997, «¡cuántas oscuridades todavía!» (14)117. Se imponen, pues, por obligación académica, la investigación, el análisis, la prudencia y el silencio, por un lado, pero también por otro, y con más fuerza, la curiosidad, la conjetura, la imaginación y el mito. De momento, escribir sobre Cervantes, sobre su vida y persona, resulta a la vez prematuro e imperativo; en el mejor de los casos, el de Canavaggio, confiesa querer limitarse a «contar a Cervantes» volviendo a los textos, con el énfasis en el contar, en la historia con minúscula, «para buscar en la obra al menos, sino en el hombre, cuanto sea susceptible de iluminarlo» (14). Se aspira, entonces, modestamente, no a descubrir su figura sino a construir el perfil del escritor, ya que como admite Canavaggio con indudable tacto e inteligencia, «describir una vida es también construirla» (16).

Estas puntualizaciones nos llevan a la consideración bipolar del tratamiento de la vida y misterios cervantinos en Arrabal y Marlowe. Entre ellos enumeramos, siguiendo a Canavaggio, a manera de itinerario: lo sucedido en la infancia y adolescencia de Cervantes, su educación y sus etapas de silencio; las motivaciones de su viaje a Italia, enlistamiento militar, matrimonio y relación con Catalina; su sorprendente superviviencia en Argel; su tardío retorno al mundo de las letras; sus amores; sus encarcelamientos y rivalidades; y la génesis de sus obras, en particular la concepción del Quijote. Ante tal panorama, no ha de extrañar que resulte todavía aventurado el perfilar la figura o adelantar el pensamiento de un hombre cuya existencia, vida y experiencias apenas conocemos.

Arrabal, inventor de la literatura pánico, se propone con toda tranquilidad el descifrar de una estocada el misterio conjunto de la vida y obra de Cervantes, sin mayores problemas. Claro que se ha   —161→   quedado un tanto corto, y pretendiendo esclarecer misterios y descubrir verdades termina causando verdadero pánico; lo cual nos lleva a pensar en Sancho y aquello de que «del dicho al hecho va mucho trecho», aunque quizás debamos invertir el orden y afirmar que en cuanto a la historia y sus conjuntos, «del hecho al dicho va un gran trecho» también, aunque mucho más profundo e interesante. Todo lo cual nos hace recordar, además, lo afirmado por el propio Cervantes cuando en las postrimerías de la segunda parte del Quijote, a raíz del descubrimiento de la historia del vecino de Tordesillas, con su correspondiente dosis de ironía, pone en boca del verdadero don Quijote la siguiente observación: «las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas, tanto son mejores cuanto son más verdaderas» (II.62, 521)118.

Quien sin duda aprendió mejor esta lección fue el cervantino Borges, y así nos vienen al recuerdo a su vez las palabras finales de la historia doblemente mentirosa de Emma Zunz, aceptada como verdad porque «La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio... Sólo eras falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios» (155)119. Magnífica lectura la de Borges; poderosa y ejemplar lección sobre la frontera entre la realidad y la ficción, sobre historias verdaderas y la verdad de la historia, que nos lleva a reconocer y admirar la magia total de la obra de Cervantes. Por ello, quizás por ignorancia parcial, quizás por coincidencia feliz, he llegado a creer que ninguna otra historia de Borges ilumina mejor el quehacer y sentido de la obra de Cervantes que «Emma Zunz», lección y modelo ejemplar que Arrabal debería haber asimilado antes de emprender su aventura biográfica120.

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Realidad y ficción, vida e historia, hechos y misterios se dan la mano en la inversión borgiana del modelo detectivesco para dar con una solución tan falsa como definitiva sobre la verdad de la ficción: la supremacía de la imaginación, de la ficcionalidad sobre los hechos. Hablando de lo que apenas sé nada, me parece «Emma Zunz» una historia ejemplar, un ejemplo de la ficción suprema, de la superación de los límites de la verdad y de que no hay más verdad que la que se crea cuidadosa, apasionada y delicadamente, palabra por palabra, como hicieran Cervantes, Borges y Emma. La verdad de una vida no se deriva, como inocentemente piensa Arrabal, de un misterio por desentrañar o del descubrimiento de una clave final; por el contrario, la verdad de una vida, y más aún la de una vida hecha ficción, ha de ser en principio inaccesible, increíble y misteriosa, para que la ficción misma, su relato, nos revele la razón de la sinrazón como historia verdadera. Lo que Borges pone en evidencia en «Emma Zunz», como Cervantes había hecho en el Coloquio de los perros, es la posible validez y aceptación como verdad de la mentira, es decir, el triunfo de la ficción sobre la verdad, de la imaginación sobre la experiencia; cosa que ni Ginés de Pasamonte ni Fernando Arrabal lograron comprender. Recordemos las palabras finales de Cipión: «Señor alférez, no volvamos más a esa disputa; yo alcanzo el artificio del coloquio y la invención, y basta». Llevado por las imposiciones de un pánico tardío y de un deseo de asombrar anacrónico y trasnochado, se le escapa a Arrabal en su pretenciosa sicobiografía esta verdad sobre el arte de la ficción y su verdad. Mejor hubiera sido conformarse con la mentira, bella y placentera, como lo han hecho con mayor mérito y provecho, además de Marlowe, Bruno Frank y Juan Eslava en sus respectivas novelas biográficas121. Lo otro, lo simple y lo escueto, lo seguro y académico pertenece, nos pertenece, a nosotros los cervantistas, y ésa es nuestra condena.

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Borges reconoce, como Cervantes, la necesidad de crear e impartir una ilusión de verdad en la ficción misma, más allá de la verdad original de los hechos; los cuales son en sí por una parte vulgares y por otra irrepetibles. La verdad de la historia estriba para Cervantes, y para Borges, en la creación de lo posible maravilloso, en la autentificación y autenticidad de lo narrado, y no en la verdad de los hechos, si es que éstos pueden escapar su obligada expresión ficcional como historia. Luego, en último término, figura la primacía de lo creado, de la creación sobre el creador, la lección del triunfo de la ficción sobre la realidad. Y finalmente llegamos a comprender con Borges que no hay más misterio, ni más verdad que el de la misma creación como proceso y como realización de un deseo imaginativo de orden y afirmación universal.

Arrabal, en su vida novelesca, escrita en un estilo deliberadamente arcaico, entremezclando notas biográficas personales y haciendo alarde de un fuera de lugar asombroso, se propone nada más y nada menos que cuadrar el círculo y dar el golpe desentrañando la verdad, la historia verdadera de Cervantes, a saber: el misterio de sus relaciones personales con su hermana Andrea, el porqué de su salida de España en 1569, el cómo y porqué de su empleo en Italia al servicio del joven cardenal Acquaviva, y el por qué, en fin, de todo su ser y existencia, y por supuesto, el efecto final de tales descubrimientos en el sentido de su obra literaria. Como fácilmente puede anticiparse, queda esta empresa también guardada para otro, si lo hay, y no para el atrevido Arrabal, que ingenuamente llega a creer, a estas alturas, haber descubierto la piedra filosofal cervantina.

Cabe observar, que hoy por hoy, corriendo los tiempos que corren, a nadie asusta ni asombra el espectro supuestamente descubierto por Arrabal de la posible homosexualidad de Cervantes, cuestión que viene siendo objeto de diversas especulaciones más o menos críticas por parte de L. Combet y R. Rossi, sin mencionar las incursiones en el subconsciente y análisis psicoanalítico de personajes de ficción por parte de Carroll B. Johnson, Ruth El Saffar, Diana de Armas Wilson, Paul Julian Smith, Anne J. Cruz y Henry Sullivan, por mencionar los más notables y notorios practicantes122.

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Lo más alarmante del caso es que leyendo la obra de Arrabal, el propio lector descubre asombrado que, si bien se mira, nada tiene de nuevo y nada ha quedado, como se pretende, desentrañado. Tanto el documento en que se basa Arrabal para emprender su imaginario viaje biográfico como las posibles conjeturas que razonablemente pudieran hacerse a partir del mismo, o han sido hechas ya con mejor tiento o son de carácter estrictamente abierto y especulativo, sin que por ello se pueda basar en las mismas la construcción de toda una teoría sobre el vivir y pensar cervantinos. Es más, el insistir de nuevo en el carácter converso de la familia de los Cervantes y en su pecado nefando, como claves de su constante persecución y temor, sin alguna nueva prueba que confirme tal creencia, es del todo inaceptable. Al mismo tiempo, el concluir categóricamente que el documento de 1569 (descubierto en Simancas en 1820) ordenando su captura y la pérdida de la mano diestra por su reyerta con Antonio de Sigura, es razón y evidencia del «pecado nefando» que le hizo huir «aterrado y horrorizado» (15) a Italia y que le dejará traumatizado toda su vida, supone una sinrazón considerable; más aún, cuando para ello, invirtiendo direcciones se utilizan fuera de contexto citas escogidas de las obras para probar lo afirmado sobre la vida. Arrabal insiste ingenuamente en que en la vida de Cervantes no hay misterio, lo cual es cierto, ahora bien, no porque sus descabelladas sinrazones descubran la razón, la verdad, sobre la vida y obra de Cervantes, sino simplemente porque de la sinrazón no puede llegarse a la razón, por mucho estilo arcaico o florituras poéticas que se le añadan. Por ejemplo, acostumbra Arrabal a cerrar cada capítulo con observaciones de este tipo: «Vasta zona de sombra en paisaje de ceniza, velada por telarañas colgadas de la sinrazón» (17); otra, «Hubiera querido ser Miguel el enamorado de las suelas de brisa. Hubiera deseado plantar su albergue en el firmamento para pavonearse gozoso con las estrellas» (158); y otra, «Como pájaro en libertad, Cervantes vagabundeaba con los puños en los bolsillos y seducía a las vírgenes locas del gineceo» (199). Esto, en mi tierra, como diría Sancho, es querer estar al plato y a las tajadas.

Remontándose al siglo XIV, Arrabal saca a relucir, tratando de pasar por novedad o descubrimiento lo que es parte de la pura especulación novelesca, las raíces judías del tatarabuelo de Cervantes, Pedro Díaz de Cervantes, de su bisabuelo paterno, el médico cirujano de Córdoba, don Juan Luis de Torreblanca. Del comentario documental se salta abruptamente a la expresión de la observación íntima y literaria: «Miguelito Cervantes que al nacer en la calle de la Imagen gimoteaba en su cunita, pero hubiera llorado de haber   —165→   sabido lo que la vida le tenía deparado» (30). De esto sólo hay un paso a la total interpretación del sentido de las obras de Cervantes, donde según Arrabal, «Cervantes trató de sustituir la tolerancia a la virulencia» (32). Se trata, descubrimos con asombro propio, de la fuerza de la sangre, de un destino controlador y feroz, y de un Cervantes siempre perseguido, temeroso y liberal. He aquí evidenciado a guisa de originalidad el más común de los lugares comunes: la locura de desear descubrir la verdad, el secreto, la razón de una vida a partir de creencias y deseos, de supuestos y conjeturas con pretensiones históricas.

Más dignas de consideración, ya que al fin y al cabo entran con mayor propiedad en el campo de lo crítico y lo interpretativo, son las observaciones un tanto exageradas de Arrabal sobre la relación entre Cervantes y Feliciano de Silva, a quien considera, sin quedarse corto, su «más admirado maestro» (145) y «el escritor más citado y más y mejor leído por Cervantes» (136). Saltando con típica libertad creativa de los imaginados «laberintos, infiernos y edenes de sexualidad» (124) descubiertos y frecuentados por el joven Cervantes de la mano del gracioso bailarín Alonso Getino de Guzmán, su Chanfalla, al comentario textual de los hechos, Arrabal analiza, precisamente a propósito de la cita sobre «la razón de la sinrazón», el doble lenguaje de Feliciano de Silva, uno repleto «de sorpresas y fulgurantes enseñanzas» (140). En lugar de reconocer la renuncia a través de la parodia de la extravagancia y ambigüedad de las razones que enloquecieron al hidalgo manchego, Arrabal entusiásticamente defiende las lecciones aprendidas del autor de la Segunda Celestina, a quien considera el «primer novelista de la lengua española» (154); lecciones de estilo, razón y vida que habían de arraigar profundamente en la obra de Cervantes, según afirma.

No me atrevo, ni creo que merezca la pena, insistir más en los saltos y atropellos, licencias y exageraciones de Arrabal, por lo que me conformo de momento con lo dicho y paso a Marlowe y al comentario de la ejemplaridad que encierra su lectura y recreación del mundo y vida de Cervantes en conexión con el tema que nos ocupa.

Mucho me temo que no vaya a poder hacer justicia a la rica y compleja novela de Marlowe. Algo se habrá de quedar en el tintero, pero confío en que no sea la verdad de su magnífica historia. En principio, quisiera adelantar una distinción básica que determina lo que sigue: mientras Arrabal pretende haber hallado una prueba documental en la que basar las construcciones de la verdad de su historia, Marlowe construye un mundo de ficción en torno a los hechos documentados sobre la vida de Cervantes a fin de crear una historia   —166→   verdadera. En el contexto de lo observado anteriormente sobre Borges, y la misma práctica cervantina, ni que decir tiene que la novela de Marlowe representa un nivel de verdad superior en todo a lo aportado por la sicobiografía de Arrabal.

Tal como indica su título -Death and Life- la obra de Marlowe está dividida en dos partes: en la primera se relata el período entre su nacimiento y su rescate de Argel, donde es ahorcado como castigo de su último intento de huida y rescatado in extremis por el mago Cide Hamete, mientras que la segunda incluye desde su regreso a España en 1580 hasta 1616 -la cual termina no en muerte sino en la inmortalidad del relato de su propia historia. Las últimas palabras de la novela, «Tell me, Miguel, what comes next» (495), remiten al lector al principio de la historia. Se trata pues de una inversión irónica a través de la cual el autor se propone señalar dos épocas marcadamente distintas separadas por un evento de carácter redentivo, la «muerte» de Cervantes en Argel; la cual da paso a su vida como escritor y creador. La primera parte se caracteriza por la oscuridad, el sufrimiento y el silencio, mientras que en la segunda Cervantes encuentra no sólo su voz, sino que renacido aspira a la fama y a la inmortalidad como hombre de letras.

Resulta vital para lograr el efecto de verdad antes aludido en «Emma Zunz» el que Marlowe haga de Cervantes el narrador de su propia historia. Se nos ofrece una seudoautobiografía novelesca en la que se dan cita no sólo las personas históricas, familiares y sucesos asociados con la vida de Cervantes, sino que también da cabida a personajes de ficción tales como Cide Hamete, Aldonza y Zoraida, en papeles histórico-novelescos que permiten al autor completar vacíos y lagunas de manera altamente satisfactoria. El juego re-creativo lo completa la inclusión de personajes históricos como Lope de Vega y Shakespeare con los que Cervantes se encuentra y con quienes dialoga sobre su arte y el teatro, así como los apartes y confesiones directas del narrador Cervantes sobre los misterios de su propia existencia y los hechos que aún el mismo desconoce. El conjunto, quizás con la excepción de sus andanzas como espía, es verosímil y convincente y tiene como mágico resultado la creación de una historia fingida pero deleitable en «cuanto llega a la verdad o la semejanza de ella», como aconsejara don Quijote. Aun comparando su lectura a la excelente biografía de Canavaggio, uno tiene la sensación de estar en presencia de algo vivo y auténtico, ¿el verdadero Cervantes?, en lugar de la concatenación un tanto fría de hechos y detalles, conjeturas y preguntas que tipifican y limitan toda biografía histórica digna de ese nombre. Como observara Carlos   —167→   Fuentes en una ocasión, y que Marlowe cita en un epígrafe inicial, «Art gives life to what history killed» [El arte da vida a lo que la historia mata].

Como no se trata de resumir la intrincada trama de la novela -495 páginas en total- cuya lectura recomiendo, me limito a analizar dos aspectos de la misma particularmente pertinentes para nuestros fines y comparación en torno a la verdad de la historia y la creación de historias verdaderas. Me refiero a 1) la recreación de personas y personajes históricos en la novela y 2) la discusión autoconsciente en la narración de la relación entre historia y ficción, vida y escritura.

En cuanto al primero de estos dos aspectos, su presentación es doble: personas históricas se convierten en personajes en el ámbito de la ficción novelesca a fin de ejercer un control narrativo que permite al narrador hacer uso de la sátira y la ironía desde la perspectiva de un poder autorial casi omnisciente basado en el hecho de que la historia es contada por Cervantes después de muerto pero conociendo, gracias a Cide Hamete, las opiniones futuras de lectores y críticos sobre su vida y obra. Tal sucede en sus fascinantes encuentros y diálogos con Torcuato Tasso, Lope, Christopher Marlowe y Shakespeare, pero más crucial y extensamente con personas familiares como sus hermanos Rodrigo y Juan; éste último personaje clave en la novela, conocido con el apodo de «el oscuro», aparece y desaparece continuamente y actúa como protector de Cervantes. Aún más reveladores y sugestivos son sus diálogos y relaciones con Andrea y Catalina, a través de los cuales llegamos a descubrir y a conocer si no la verdad, al menos lo verdadero de sus historias: la pasión real de Cervantes por Andrea, parte esencial de la primera parte, queda eliminada en la segunda con el descubrimiento tardío de que Andrea no fue en realidad su hermana, aunque actúe todavía como leitmotif hasta el final. En cuanto a Catalina, descubrimos que de una relación franca sexual se pasa a la impotencia y a la abstinencia luego, quedando ambas mujeres fundidas, carne y espíritu, al ser superadas por una tercera mujer, Micaela, derivada en parte de Zoraida, cautiva a quien conoció en Argel cuando se hacía pasar por un muchacho de doce años.

En cuanto al segundo aspecto antes apuntado, Marlowe se hace consciente del debate sobre las dos cuestiones vitales que han alimentado tanto a críticos como a historiadores en años recientes en relación con la vida y obra de Cervantes, es decir, lo que cierto crítico denomina «the twin headwaters» de su vida: la sangre de converso y la homosexualidad (185). Admite y hace uso de la primera condición aunque sin derivar de ella, como hace Arrabal, un sentido de   —168→   angustia vital; de hecho, a pesar de numerosas referencias al asunto, éstas se concentran principalmente en las preocupaciones y tribulaciones de sus antepasados. Es condición que sin duda afecta las aspiraciones y acciones de Cervantes, pero no las determina ni controla totalmente. Por encima de tal causa y principio se levanta siempre su obsesión amorosa con Andrea, inspiradora y constante, y su condición vital y redentiva como storyteller o ráwi, que habrá de ser en definitiva la base y razón de su vida, fama y salvación.

Marlowe, o mejor dicho, Cervantes mismo confronta y se ocupa de negar por completo las «historias» con respecto a su sospechosa sexualidad, en particular durante su cautiverio y sus experiencias y supervivencia en Argel como esclavo. Víctima sensible de la extraordinaria hermosura y atractivo de Andrea, Cervantes no llega nunca a consumar su incestuosa pasión, de la cual queda luego liberado con el descubrimiento de la verdadera identidad de su hermana, así como gracias a la reaparición de la última mujer de su vida, Micaela, en quien reconoce fundidos todos sus intereses, tanto físicos, emocionales como literarios. Cervantes hace frente y responde a críticos y expertos, y hasta se burla de uno, de cuyo nombre sin duda no quiere acordarse, quien considera la «obscene servitude to Hassan Pasha... one of the twin headwaters of that bitter stream from which Cervantes's tragicomic worldview would flow...» (185), y como el prologuista de la Segunda Parte del Quijote, con indignación y tristeza, responde que la pasó en solitario encadenado desnudo a una roca, «I hardly knew the depraved Dey» (185). Mientras en otro lugar en la misma vena, añade con cierto desprecio que nos atañe considerar, «How diligently they build their case, those Cervantes experts who would see me less as a Don Quixote than as a Don Juan...» (181).

Más adelante, y gracias al poder de Cide Hamete de conocer el futuro, descubrimos que Cervantes hasta ha coleccionado una lista de las suposiciones y conjeturas de sus biógrafos y expertos sobre los misterios y enigmas de su vida. Su respuesta es simple y definitiva: «Holy Virgin! I'm only a simple storyteller» (261). Regresando a sus «twin headwaters» y al anónimo crítico en busca de razones para explicar su genio creativo -quizás uno de nosotros- Cervantes se pregunta con cierta indignación, «But did the critic, falling back on the old standby Repressed Sexual Tension, have to assume it could be found in my Algerian captivity and smugly look no further?» (345).

Jugando con la verdad y la mentira, mordiéndose la cola, el Cervantes narrador de Marlowe declara no saber qué le pasó durante casi cuatro años de su vida entre 1599 y 1603, haciendo verdadera así   —169→   una verdad meramente histórica y remitiendo toda posible explicación o conjetura no ya al misterio, sino a la ignorancia y el silencio -o lo desnarrado, como diría algún crítico de hoy en día. Gracias a esta confesada ausencia de historia y de ficción, Cervantes se permite, como don Quijote en la cueva, un sueño que le traslada a la página de un libro en el que trabaja Cide Hamete, donde se enfrenta al caballero de los espejos y vuela en Clavileño, el verdadero Clavileño. Esta asociación e identificación con el mundo de ficción de su propia creación concede a su Historia, la historia de su muerte y vida, un carácter especialmente lúdico a la vez que un aire de autenticidad paradójico y muy cervantino, si se me permite la circularidad. Durante las últimas páginas de su novela, Marlowe hace regresar una y otra vez a Cervantes a su condición como creador, narrador, ráwi, y a considerar metaficcionalmente el carácter de su Historia como historia, «writing about writing» y «the writer as God»; lo cual contribuye a dar la sensación de que de verdad este Cervantes es el verdadero Cervantes. A manera de confesión y como última prueba, Cervantes nos descubre el secreto un tanto borgiano de su triunfo como autor; algo maravilloso pasa cuando se logra escribir lo que se quiere escribir; y es que la historia se hace parte del mundo real, «becomes so real that everything that happens in its pages would have happened in exactly the same way if the writer had never even lived» (456).

Esperaba con inocente confianza que llegado a este punto, sin necesidad de reiterar o subrayar nada, y declarando a Stephen Marlowe vencedor de esta batalla entre historias, que el propio Cervantes, su Cervantes, apareciera también en mis sueños para revelarme alguna última verdad. No sucedió así, por lo que me veo obligado al concluir, aunque sé que es inexcusable, a hacer uso de una doble cita del otro Cervantes, el Cervantes del Quijote y el Persiles, por muy ficticio que sea, para autentificar y autorizar lo hasta aquí observado:

no todas las cosas que suceden son buenas para contadas, y podrían pasar sin serlo y sin quedar menoscabada la historia: acciones hay que, por grandes, deben de callarse, y otras que, por bajas, no deben decirse...


(Persiles III)                


Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen caso a la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera.


(DQ I.9, 131)