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ArribaAbajoEl ideal pro patria mori en La Numancia de Cervantes

Francisco Vivar



University of Memphis

The themes of sacrifice, death, and patriotism are interpreted in terms of the Classical ideal of pro patria mori. I analyze the relation between the land and its inhabitants, and how the destruction of the land by the Romans demands the sacrifice of the numantinos, following the model of the Christian martyr. Scipio’s first objective is to destroy the land, so the numantinos have to purify his land with their blood and achieve redemption with their death. Thus the river Duero’s prophecy and the predictions of Fame can be fulfilled in the new Spain. As with Christ, the special destiny of Spain is marked by suffering and redemption.


El sentimiento de nacimiento y patria, como el ideal de la muerte por la patria, quedaron vinculados durante siglos al concepto de la nación para expresar la unión del hombre con la tierra donde nació y para establecer la diferencia con los extranjeros. Heredados de la antigüedad romana, la idea de natio y el tópico pro patria mori cobran un nuevo vigor y desarrollo en los escritos de los humanistas, desde Petrarca a Maquiavelo, a través del paradigma del mártir cristiano y de un renovado sentimiento patriótico1. También desde la antigüedad los pueblos pequeños habían ido formando su identidad en la lucha por su libertad, tópico que recogerán las naciones europeas para construir sus héroes semimíticos en los viejos caudillos que lucharon por la libertad de su pueblo contra Roma. Los historiadores españoles se encargaron de construir una imagen histórica popular y nacional en la figura de Viriato, representación de un primitivo nacionalismo hispánico, que se tratará en la poesía y en el drama histórico como   —8→   instrumento de propaganda que contribuya a la formación de un sentimiento de patriotismo2.

En determinados momentos históricos el amor a la patria se puede convertir en un valor supremo; por encima de la razón o de la voluntad individual, superior al amor humano, se acerca al amor divino. Por este amor suprahumano, el patriota acepta su inevitable destino unido al de su tierra y a sus compatriotas y, como consecuencia, este amor le obliga a matar o a sacrificarse por la patria. En el ideal patriótico cobran sentido y son lema de un destino los versos de Horacio: «Dulce et decorum est pro patria mori». Es precisamente este ideal patriótico el que me propongo analizar en La Numancia para ver la relación que se mantiene en la obra entre el lugar y sus habitantes, y cómo la destrucción del lugar por los romanos exige el sacrificio de los numantinos, mostrando así la semejanza con su modelo, el mártir cristiano3.

En la obra de Cervantes el destino trágico de la tierra es inseparable del destino de sus habitantes. El lugar tiene una importancia esencial, debido a la relación de equivalencia que se establece entre la ciudad y los numantinos4. Numancia es un reflejo de la primitiva   —9→   Roma cristiana y los numantinos lo son de los primeros mártires que tienen su paradigma en el monte Calvario y en la muerte de Jesucristo. Para entender la correspondencia de estos modelos, es importante comprender el personaje de Escipión como el principal responsable del sacrificio de los numantinos5. El general romano al atacar la tierra, con el cerco y la destrucción, en lugar de las personas, no deja a los numantinos otra posibilidad que la de convertirse en mártires, para que con su sacrificio la tierra quede purificada. El error de Escipión favorece el destino especial de los numantinos, marcado por el sacrificio y la redención -como el de Cristo- y el espacio refleja y refuerza esta analogía moral6.

El sacrificio del ciudadano por su patria tiene su origen en el mártir cristiano. Fue señalado por Kantorowicz con estas palabras: «The community of the blessed and saints was, after all, the civic assembly of the celestial patria which the soul desired to join. For the sake of that communis patria in heaven the martyrs had shed their blood» (234). Unas páginas más adelante el mismo autor afirma que «in the thirteenth century the crown of martyrdom began to descend on the war victims of the secular state» (244). En cita posterior explica cómo este amor patriae fue cultivado y glorificado por los humanistas: «[It is self-evident] that humanism had some easily recognizable effects on the cult of patria and on national self-glorification, and that the final heroization of the warrior who dies for the fatherland was an achievement of the humanist» (248).

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Este sentimiento patriótico es un fenómeno general en el siglo XVI europeo, cultivado por los humanistas en las diferentes áreas de estudio que van desde la defensa de las lenguas vernáculas hasta la escritura de historias nacionales o los descubrimientos arqueológicos. Pero también fue importante en la vida social de esa época, pues como señala Elliott, «the defense of the patria, of an idealized vision of the community, seemed to me to play a critical part in Early Modern European revolts and revolutions» (Spain 68)7. Este sentimiento patriótico se vería fortalecido en España en 1580 como resultado del optimismo imperial que produjo la anexión de Portugal. El mapa peninsular quedaba completo y el imperial se ampliaba. Dentro de la Península se percibe unidad entre los reinos, lo que aseguraba la cohesión del Imperio8. A pesar de que haya una conciencia de los reinos peninsulares, en 1580 aumentó la conciencia protonacional que se había ido desarrollando en España durante ese siglo XVI «con grados de intensidad y matices propios, pero con la suficiente base común para que se pueda hablar del Estado español, en la forma,   —11→   cuando menos, en que se puede hablar del tema en otros países». (Maravall, Poder 171). El sentimiento patriótico está íntimamente relacionado con el Imperio y su fervor garantiza la cohesión. La Numancia se sitúa dentro de este contexto ideológico. Fijémonos primero en la situación geográfica y en el significado del lugar.

Como sabemos, los lugares elevados -montañas, colinas- tuvieron un significado sagrado en la tradición cristiana, a la vez que eran muy propicios al espectáculo. El monte Calvario donde murió Jesucristo y los escenarios construidos para matar a los mártires se elevan sobre la llanura del campo o de la plaza pública para hacerse visibles a todos. El lugar se sacraliza con la muerte de los héroes cristianos. Por otra parte, un prototipo de ciudad muy usado en la literatura medieval sería la Nueva Jerusalén cuya representación visual era una ciudad amurallada aislada en el fondo o esquina del cuadro9. La ciudad de Numancia participa de estas dos tradiciones: está situada en una colina, elevada sobre una inmensa llanura y aislada por sus murallas y el río Duero. De ahí que sea percibida como un «nido» por Escipión (v. 116)10. Por su situación y aislamiento, la colina numantina se convierte en lugar especial y adquiere un carácter simbólico y religioso al corresponderse con la estética espacial de la muerte del mártir cristiano y con la ciudad eterna de los elegidos. Además, la apreciación de este carácter esencial del lugar sería muy bien percibida por la imaginación de los espectadores, ya que la imagen de la Nueva Jerusalén era muy conocida y la tradición del teatro medieval se mantenía. Los numantinos, situados arriba, están cerca del cielo; los romanos, situados abajo, se encuentran más cerca del infierno. El espacio rememora el combate por antonomasia entre Cristo y el Anticristo, y los hechos y las actitudes se encargarán de confirmarlo11.

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La importancia del lugar se manifiesta en la intención de Escipión: destruir Numancia. Esto lo apreciamos ya en la primera exposición que hace Escipión de sus tácticas guerreras para la consecución de la victoria cuando asegura: «El esfuerzo regido con cordura / allana al suelo las más altas sierras» (vv. 13-14). Estas palabras anuncian la lucha contra la naturaleza, y de ellas intuimos que la destrucción de la tierra va unida a la de sus habitantes. Desde el principio se adivina un cambio de táctica por parte del recién llegado general: si los jefes anteriores habían intentado someter a los numantinos por las armas, ahora para el nuevo jefe, el primer enemigo que debe atacar y dominar es la tierra. Nos encontramos, pues, con una nueva manera de hacer la guerra, extraña para los romanos y numantinos; supone una novedad que sorprende a todos12.

El primer encuentro entre Escipión y los numantinos es clave para entender la nueva estrategia de los romanos y el comportamiento futuro de sus adversarios. Prepara al espectador para aprobar la acción final de los numantinos y para justificar el sentido de su sacrificio. Lo primero que el personaje del Numantino deja saber a Escipión es la condición actual de ciudad independiente y el orgullo de su pertenencia a Numancia «de quien yo soy ciudadano» (v. 233). Numancia y los numantinos quedan unidos simbólicamente; la relación entre la ciudad y sus habitantes es de equivalencia. Estas palabras son la expresión de un yo colectivo, manifiestan la cohesión y el sentimiento de pertenencia que existen entre los numantinos que se sienten identificados con el lugar en que viven13. A continuación los numantinos exigen un trato justo y confían en Escipión por su «virtud y valor» para lograr la paz. Escipión no cumple   —13→   como corresponde a un héroe, su actitud pone en evidencia la legitimidad del poder romano, sus palabras expresan de nuevo la reacción violenta del poder tiránico ante las peticiones justas del vasallo. Nada ha cambiado con Escipión respecto a los anteriores jefes, sólo sus métodos de hacer la guerra. Abandonados y rechazados por Escipión, la causa y el destino de Numancia deja de pertenecer al imperio romano para unirse al cielo: «Y pues niegas la paz que con buen celo / te ha sido por nosotros demandada, / de hoy más la causa nuestra con el cielo / quedará por mejor calificada» (vv. 281-84). Aunque los numantinos viven en una época precristiana que nos impide establecer una semejanza entre su «cielo» y el habitado por el Dios cristiano, sí nos atrevemos a decir que no se refiere al cielo natural compuesto de sol, luna y estrellas, sino a un cielo metafóricamente asociado con el cristiano, existiendo una correspondencia entre los dos. Como consecuencia, desde este momento el destino de Numancia es especial, la existencia de la comunidad forma parte de una causa divina y, por lo tanto, se integra en un plan divino. Los numantinos abandonados por los romanos, son rescatados por «el cielo» -o el «Hacedor» de los futuros cristianos españoles según la profecía del Duero- de acuerdo a los esquemas providencialistas de la historia14.

Escipión niega cualquier posibilidad de justicia o paz, y para que no quede duda, lo expresa con claridad en la última respuesta que ofrece al Numantino: «no os quiero por amigos acetaros / ni lo seré jamás de vuestra tierra. / Y con esto podéis luego tornaros» (vv. 299-301). La sorpresa de los numantinos es grande, y ante semejante rechazo no les queda otra salida que la guerra: «Pues, ¡sus!, al hecho, / que guerra ama el numantino pecho» (303-04). Guerra justa porque se hace en defensa de la patria15. Pero, la guerra anunciada por   —14→   Escipión es diferente; en sus palabras tierra y habitante tienen un destino común, de ahí la posibilidad de que podamos establecer desde el principio una analogía entre el lugar y el habitante, y de que ésta se mantenga durante toda la obra. Escipión es enemigo de los dos, pero sobre todo lo es de la tierra. Los numantinos hacen la guerra para defender la tierra, pero si los romanos se niegan a atacarlos, cierran a los numantinos toda posibilidad de defensa, quedándoles solo dos posibilidades: rendirse o sacrificarse. Desde este momento comienza a ser posible el sacrificio y la muerte de los numantinos. Si el ataque a la tierra se lleva a cabo, a los numantinos no les quedará otra solución que la purificación de su tierra dañada. En las palabras de Escipión se anuncia un desenlace si tenemos en cuenta los paradigmas que hemos establecido anteriormente.

Los romanos esperaban de Escipión, caracterizado hasta entonces por su «valor nunca visto» (v. 10), una guerra de cuerpo a cuerpo contra los numantinos donde se aprovecharan de sus ventajas técnicas y numéricas para ganar y mostrar su valor que les otorgara fama. Los numantinos pensaban que Escipión, siendo fiel a su nombre, implementaría las leyes y aceptaría la paz propuesta. Sin embargo, el nuevo general rompe con lo esperado por unos y otros, y ahora dice para sorpresa de todos: «Pienso de un hondo foso rodeallos / y por hambre insufrible he de acaballos» (vv. 319-20). En este nuevo proyecto guerrero Escipión no quiere que los soldados romanos usen sus manos con la espada, como les corresponde, sino que manejen las herramientas del labrador para la destrucción de la tierra; estas son sus palabras: «Ejercítense ahora vuestras manos / en romper y cavar la dura tierra» (vv. 325-26). Ante semejante extrañeza y para que nadie dude, él se convertirá en el modelo a seguir: «Yo mismo tomaré el yerro pesado / y romperé la tierra fácilmente. / Haced todos cual yo veréis que hago / tal obra, con que a todos satisfago» (vv. 333-36). Quinto Fabio se limita a confirmar el plan de su hermano: «Mejor será encerrallos, como dices, / y quitalles al brío las raíces» (vv. 343-44). Los numantinos son percibidos por los jefes romanos como equivalentes a su tierra, coincidiendo así con las palabras del Numantino primero. La valentía de los numantinos desaparecerá con la destrucción de la tierra porque el hombre está unido   —15→   y asimilado a la naturaleza donde nació, es uno y lo mismo con ella16. A partir de este momento, la guerra toma un giro distinto a lo que había sido en el pasado, se produce una separación completa entre los actores. Los numantinos se encuentran arriba en la colina, aislados y sin posibilidad de guerrear; los romanos, abajo en la llanura, socavando la tierra y destruyendo el orden de la naturaleza; es decir, allanando «al suelo las más altas sierras», como había anunciado Escipión al principio. De nuevo, se nos anticipa un desenlace porque la tierra rota sólo puede purificarse con la sangre de sus hijos. Hasta aquí la acción de los personajes se sitúa dentro de la historia; sin embargo, a partir de ahora, Cervantes nos prepara para la épica con la introducción de las figuras alegóricas de España y el río Duero y el anunciado heroísmo de los numantinos.

El ultraje a la tierra que llevan a cabo los romanos tiene como consecuencia la aparición y la reacción inmediata de España y el río Duero17. Las dos figuras proporcionan una identificación completa entre la tierra de Numancia y España y una correspondencia entre el destino de los numantinos y el futuro de los españoles. Como consecuencia este diálogo parte del pasado remoto de Numancia para ofrecer un resumen de la historia y profetizar el destino de España. Me detengo en el comentario de este diálogo porque en él se encuentra explicado el contexto histórico en que se sitúa el tema pro patria mori en la obra.

La herida que ejecuta Escipión sobre la tierra de Numancia es sentida por España, que comienza su discurso con una alabanza de la tierra -dadora de bienes a sus hijos- y una invocación al cielo para que se compadezca de su tristeza y la favorezca. A continuación nos da una explicación de la historia de España, caracterizada por el saqueo y la ocupación de las naciones extranjeras, siendo la causa la   —16→   propia desunión y discordia de los pueblos de la Península: «Con justísimo título se emplea / en mí el rigor de tantas penas fieras, /pues mis famosos hijos y valientes / andan entre sí mismos diferentes» (vv. 373-76)18. Numancia es excepción y modelo para las demás, ella lucha «sola» por «la amada libertad», y aunque se acerque su fin, no acabará «su fama / cual fenis renovándose en la llama» (vv. 391-92). Palabras que son un anuncio del desenlace final19. Después, España comenta el extraño comportamiento guerrero de los «afamados» romanos que «rehuyendo venir más a las manos» (v. 397) han cercado la ciudad y han puesto sus manos en hacer un foso. Este ataque a la tierra merece el comentario directo a las palabras y a los hechos de Escipión que ha mandado: «con diligencia extraña y manos prestas / que un foso por la margen concertado / rodee a la ciudad por llano y cuestas. / Sólo la parte por do el río se extiende / d'este ardid nunca visto se defiende» (vv. 404-08). Recalcamos que es «un ardid nunca visto» que contraviene lo esperado y las leyes de la guerra y, además, ha sido hecho con «diligencia extraña» para herir «mi suelo». Por este cambio de táctica de los romanos, los numantinos «están privados / de ejercitar sus fuertes brazos duros» en la guerra y España pide ayuda al río Duero que con sus «continos crecimientos» se vengue de los romanos. La naturaleza atacada intenta defenderse con uno de sus miembros, el río. Parece como si no quedara otra salida a los numantinos sino que la misma tierra los defienda; la tierra que engendra a sus hijos los defiende   —17→   de sus enemigos. Sin embargo, el río también es atacado por los romanos, ya que «sin temor de mi veloz carrera, / cual si fuera un arrollo, veo que intentan / de hacer lo que tú, España, nunca veas: / sobre mis aguas torres y trincheas» -se queja el río Duero (vv. 453-56). Toda la tierra de Numancia ha sido atacada, ultrajada, disminuida por los romanos. Así lo dice el Duero: «Y puesto que el feroz romano tiende / el paso agora por tan fértil suelo, / que te oprime aquí y allí te ofende / con arrogante y ambicioso celo, / tiempo vendrá...». (vv. 465-69).

En la profecía del Duero el Imperio español tiene su origen en las hazañas de los numantinos y su punto culminante en el rey Felipe II20. Se establece continuidad y semejanza entre el pasado y el presente. Observamos que, si en la lucha contra los romanos había desunión y desavenencias entre los pueblos peninsulares, ahora bajo Felipe II hay una unión completa con la anexión de Portugal, lo que posibilita el dominio de España sobre las demás naciones y el Imperio. Cuando los españoles han llegado a la unidad de los distintos pueblos peninsulares, el destino imperial se realiza. Cervantes nos sitúa con este diálogo ante un hecho histórico de suma importancia y actualidad: la formación del estado moderno21. La unidad era esencial para evitar la fuerte tendencia hacia la diversidad que representaban los reinos particulares. Esta tensión y competencia entre Castilla y los demás reinos a lo largo de su historia concluye con la unión de Portugal según las palabras del Duero y España. Claramente hay una alusión a las diferencias en que se fundaba el estado español en el siglo XVI, que podían llegar a guerras civiles o a graves conflictos presentados ya en el principio de la obra. El paradigma de unidad que ofrece Numancia se corresponde con la unidad de los reinos peninsulares; el modelo de cohesión y pertenencia estaba ya en Numancia, siendo uno de sus legados importantes. El otro gran   —18→   legado heredado de los numantinos serán sus hazañas, aunque vengan precedidas de augurios tristes, «pues no puede faltar lo que ordenado / ya tiene de Numancia el duro hado» (vv. 527-28). El destino de los numantinos está preordenado, sólo nos falta conocerlo, porque el futuro imperio español guarda una relación de continuidad con él y se hace posible gracias a su herencia. El pasado legitima el presente22.

La jornada segunda muestra a los numantinos en perfecto control de su existencia. Conociendo el valor de su vida se disponen a preparar su destino. Comienza la jornada con una reunión de numantinos para discutir las acciones que deben tomar contra la agresión romana. Ante esta situación, los numantinos no encuentran otra solución que la muerte: «Remedio a las miserias es la muerte / si se acrecientan ellas con la vida, / y suele tanto más ser excelente /cuando se muere más honradamente» (vv. 589-92). He aquí la clave: morir honradamente23. Desde ahora el héroe numantino se asemejará al mártir cristiano, pues acepta dar un nuevo valor a su muerte, transformar su muerte en algo valedero y honroso, hallazgo que se nos aclara con la acción del hechicero Marquino. Pero antes de entrar en las acciones de los sacerdotes y de Marquino para averiguar el destino de los numantinos, hay un breve diálogo entre Leonicio y Marandro que es importante para entender el ideal pro patria mori.

El diálogo nos sitúa ante dos preguntas claves: ¿qué es el amor a la patria?, y ¿qué lugar ocupa el amor humano en el baremo de valores de un ciudadano numantino cuando la patria está en peligro? Leonicio reprocha al amigo su condición de enamorado en circunstancias tan graves para la patria. El amor a una mujer enajena el amor patrio: «¡Como te saca de seso / tu amoroso pensamiento!» (vv. 685-86). Para Leonicio, que se presenta como ejemplo de un verdadero patriota, el amor a la patria es más fuerte que el amor humano o que la voluntad; nada debe distraerlos del destino de la patria en momentos críticos. La memoria no debe estar ocupada con el recuerdo de una mujer, porque es fácil el olvido de la patria: «¿Ves la patria consumida / y de enemigos cercada, / y tu memoria burlada / por amor, de ella se olvida» (vv. 717-20). El llamado de la   —19→   patria debe prevalecer sobre el amor humano, porque sólo aquella les da fuerza para luchar, matar o morir. Por eso, aunque la apasionada justificación del amor humano hecha por Marandro sea razonable y justa, Leonicio le contesta con estas breves palabras: «Sosiega Marandro el pecho. / Vuelve al brío que tenías» (vv. 769-70), mostrando que el amor a la patria está por encima del amor humano y sólo es posible gozar de la persona amada cuando Numancia «quede libre del romano» (v. 776). El amor patriae queda glorificado en las palabras de Leonicio y éstas nos ayudan a entender el comportamiento de los numantinos, moldeados por el mismo pensamiento, y constituyéndose en antecedente de la acción de Bariato, máxima expresión del «amor perfecto y puro» a la patria. Numancia se convierte en un valor único, es más importante que la familia, la amada o los amigos, y a ella se subordinan los demás valores24. El amor a la patria permite a Leonicio y a los numantinos unirse en su destino, aunque éste sea trágico y exija el sacrificio. Hecha esta afirmación de amor patriae, encontramos a los numantinos reunidos para vislumbrar su destino.

La escena del rito sacrificial que realizan los sacerdotes muestra semejanzas con el rito de la Eucaristía: la mesa de la ceremonia, el vino, el incienso; pero también existe una diferencia: el carnero. Es un acto precursor del cristianismo de los españoles. El sacrificio queda incompleto, ya que un diablillo se lleva al carnero, aunque se completará, como veremos, con la muerte de Marandro y de los numantinos, que se convierten en semilla del cristianismo español. Mientras van realizando el rito sacrificial, los sacerdotes reciben augurios que tienen una correspondencia directa con el futuro sacrificio de los numantinos. La primera señal es el fuego que no se enciende, hecho extraño que, después que empieza la llama, se convierte en sentimiento triste: «Oh, flaca llama escura, / qué dolor en mirarte tal recibo!» (vv. 814-15). Primer anuncio de la relación entre   —20→   el fuego y la muerte, confirmado e interpretado por el Sacerdote como muerte gloriosa para los numantinos y victoria vana para los romanos: «Aunque lleven romanos la victoria / de nuestra muerte, en humo ha de tornarse / y en llamas vivas nuestra muerte y gloria» (vv. 822-24)25.

Marquino, el hechicero, tiene que desvelar el futuro de Numancia a través del muerto resurrecto. Este personaje salido de la tumba confirma todos los presagios que se han venido dando, o sea, el sacrificio de los numantinos y la transcendencia de su muerte, expresados con estas palabras: «El amigo cuchillo el homicida / de Numancia será, y será su vida» (vv. 1079-80). Los numantinos van a conseguir el triunfo sobre la muerte porque ellos mismos se ofrecen en sacrificio. El suicidio inmediato de Marquino presagia el destino que aguarda a los numantinos y así lo manifiesta Marandro: «Nunca Marquino hiciera / desatino tan extraño, / si nuestro futuro daño / como presente no viera» (vv. 1105-08). De esta manera termina la segunda jornada; si los numantinos van a morir por «el amigo cuchillo», la muerte no será el final de la vida sino el principio.

Como apunté antes, los actos de los numantinos y su arte de morir son análogos a la muerte del mártir cristiano y tienen su modelo en la crucifixión de Jesucristo y su resurrección que triunfa sobre la muerte26. En tal sentido, Lacey Baldwin Smith señala que la crucifixión de Jesús de Nazaret «has been so critical in establishing the concept of Western martyrdom or, for that matter, in shaping the course of history» (64). A su vez, la resurrección «transforms the story from a chronicle of a man's life and death into an epic about a god, changing the execution from an agonizing and demeaning conclusion to life into a triumph over death» (70); más aun «the story of the crucifixion is also portrayed as a preordained event, and them evangelists never permit their readers to forget the divine autorship of the script» (87). Si establecemos una analogía entre la muerte   —21→   anunciada a los numantinos y la de Cristo podemos adivinar que el acoso agonizante a que están siendo sometidos por los romanos terminará en una victoria sobre la muerte. Como la vida de Cristo, la historia se transforma de una crónica que narraba el cerco de Numancia en una épica de las heroicidades del pueblo numantino, capaz de triunfar sobre su propia muerte. La diferencia entre el mártir cristiano y los numantinos es de patria, pues como señala Kantorowicz: «The Christian martyr, therefore, who had offered himself up for the invisible polity and had died for his divine Lord pro fide, was to remain -actually until the twentieth century- the genuine model of civic self-sacrifice» (vv. 234-35).

Las jornadas tercera y cuarta ponen ante nuestros ojos el espectáculo de la muerte. Primero la preparación con la purgación del cuerpo a través del fuego y la quema de todos los bienes materiales y, después, el sacrificio final de los numantinos, los dos símbolos de la purificación de la tierra y el triunfo sobre la muerte que es el comienzo de la vida de los españoles, confirmado por las figuras alegóricas. Los numantinos convierten sus actos en un espectáculo público; la plaza será el centro espacial de sus acciones porque la muerte es un arte, y ellos la quieren convertir en memorable. El numantino se trasforma en mártir y, así, se produce una transferencia de la sacralidad del mártir cristiano al ciudadano numantino. La religión del mártir se convierte en la religión del patriota, la voluntad de morir por una causa colectiva es un valor supremo y, además, arquetipo de alianza entre los ciudadanos.

Los numantinos buscan distintos remedios para terminar con el acoso romano, pero su muerte está ya preordenada. Las soluciones son vanas para acabar la guerra. Proponen a Escipión un duelo entre Teógenes y cualquier soldado romano; pero el general romano toma la propuesta a «risa y juego». En control de su existencia y conociendo muy bien las circunstancias presentes, Teógenes propone claramente la única solución: «sería ventura / de acabar nuestros daños con la muerte» (vv. 1234-35). Los numantinos consideran las diferentes muertes posibles, porque un aspecto central de su actuación es mostrar la elección de su muerte. La primera intención es romper el muro y salir los hombres a «morir a la campaña» (v. 1246). La reacción de las mujeres es inmediata, porque ellas quedarían solas ante el abuso romano: «Si al foso queréis salir, / llevadnos en tal salida, /porque tendremos por vida / a vuestros lados morir» (vv. 1330-33). Todos los numantinos deben morir, pero ¿cómo? Lira se da cuenta que con la salida «al enemigo dais vida / y a toda Numancia muerte» (vv. 1388-89), lo que significaría la victoria romana, justo lo contrario   —22→   de lo que estaba preordenado: la victoria sobre la muerte de los numantinos y, como consecuencia, la derrota romana27.

La actitud de las mujeres y el razonamiento de Lira determinan la nueva orientación de Teógenes hacia la muerte. Teógenes ve muy claro que para que se produzca la victoria sobre Roma, los numantinos deben triunfar sobre sí mismos, deben despojarse de las posesiones materiales y de su vida. Teógenes exige un compromiso total a los numantinos. Es la expresión máxima del dominio sobre su existencia y sobre las cosas del mundo y, también, el mayor símbolo dramático de desafío y condena al dominio romano.

Lo primero que hacen los numantinos es arrojar todas sus propiedades al fuego, así lo ordena Teógenes: «En medio de la plaza se haga un fuego, / en cuya ardiente llama licenciosa / nuestras riquezas todas se echen luego, / desde la pobre a la más rica cosa» (vv. 1426-29). Es el fuego purificador de cuyas cenizas renacerá una nueva tierra28. Pero estas cenizas necesitan unirse a la sangre de los numantinos para que la purificación sea completa. Los numantinos se apresuran a echar todo a la hoguera, allí «acuden todos, como santa ofrenda, / a sustentar las llamas con su hacienda» (vv. 1654-55). El despojarse de todos los bienes materiales tiene el significado de ofrenda religiosa y de purgación para la muerte; pero también, expresa la fuerte voluntad de los numantinos que abandonan todo, familia y riquezas, y se despegan de su egoísmo personal para poner la muerte por la patria como valor supremo. Como el mártir cristiano antes de subir al tablado, el ciudadano numantino está listo para morir. Terminada la quema de los bienes, nos preparamos a asistir al drama y al espectáculo de su muerte.

La teatralidad de la muerte, llena de palabras y acciones simbólicas, se presenta en los casos ejemplares de Leonicio y Manandro, Teógenes y Bariato que siguen el modelo de la muerte de Jesucristo y reflejan el sacrificio colectivo de los ciudadanos numantinos29. Estas   —23→   muertes particulares ejemplifican la voluntad que tienen los numantinos de morir. Ellos han elegido morir honradamente y la decisión es suya. Como el mártir, ellos son los elegidos. En su puesta en escena se busca un fuerte impacto dramático en el espectador, y sus acciones han sido cuidadosamente presentadas por Cervantes para lograr tal efecto. Los tres desarrollan el simbolismo teatral de la muerte por la patria en todas sus posibilidades, existiendo una gradación dramática: muerte por el amigo -caritas-, sacrificio de los propios hijos y muerte por la patria del niño Bariato30.

Comienza la cuarta jornada con la información que da Quinto Fabio a Escipión sobre la acción de Marandro y Leonicio. Ellos entraron en el campo romano con la única intención de robar la suficiente comida para solucionar momentáneamente el hambre de Lira. Desafían y matan a los romanos que se interponen en su camino mostrando su valor y coraje; pero Leonicio muere y Marandro se escapa gravemente herido. Esta acción muestra la amistad entre los dos amigos y la entrega absoluta de Leonicio, que representa la víctima pro patria (fratribus). Cuando entra en Numancia muere Marandro junto a su amada.

La muerte de Leonicio es un acto de caridad -caritas- ya que pone su vida al servicio de su amigo y muere por él. Marandro se sacrifica por su amada y por el bien de Numancia. Los dos amigos, como el mártir, imitan la caritas de Cristo31. Ambas acciones muestran una relación de equivalencia y son comparables con el acto supremo de sacrificio que fue la Crucifixión de Cristo realizada para la salvación del hombre y de la humanidad. La analogía entre Marandro y Jesucristo se muestra claramente. Marandro antes de morir entrega el pan mezclado con su sangre a su amada Lira con estas palabras: «Lira, que acates la hambre / entre tanto que la estambre / de mi vida corta el hado. / Pero mi sangre vertida / y con este pan mezclada, / te ha de dar, mi dulce amada, / triste y amarga comida» (vv. 1841-47). Esta entrega del pan y la sangre fue un acto de sacrificio «que cuesta de dos amigos / las vidas que más amaban» (vv. 1850-51) y de supremo amor a los demás, y que debe ser recibido   —24→   con amor: «Mi voluntad sana y justa / recíbela con amor, / que es la comida mejor / y de que el alma más gusta» (vv. 1856-59). Las palabras y la acción de Marandro mantienen una relación de semejanza con la institución de la Eucaristía cristiana: beber el vino y comer el pan simbolizaba el cuerpo y la sangre de Cristo. Como la muerte de Cristo, la de Leonicio y Marandro es un acto de fe en la vida, y de caridad por los demás, ya que, como dice Lira: «Mi esposo feneció por darme vida» (v. 1966). La muerte se convierte en vida, acto simbólico que anuncia el hombre nuevo que nace con la Eucaristía. Pero, también, hecho heroico que merece ser recordado porque prepara el advenimiento de los nuevos cristianos españoles32.

La muerte de Teógenes es cuidadosamente diseñada por el propio protagonista. Su intención es transformar la muerte de los numantinos en un espectáculo de triunfo y redención. Su acción ejemplifica y explica el extremo más doloroso del sacrificio y la prueba más difícil a que se están viendo sometidos los numantinos: matar a sus propios hijos. Primero la figura alegórica de la Enfermedad nos narra la muerte de los numantinos: «En morir han puesto su contento / y, por quitar el triunfo a los romanos, / ellos mismos se matan con sus manos» (vv. 2021-23). A continuación, el Hambre nos presenta a los padres numantinos matando a sus hijos: «Y contra el hijo, el padre, con rabiosa / clemencia, levantando el brazo crudo, / rompe aquellas entrañas que ha engendrado, / quedando satisfecho y lastimado» (vv. 2044-47). El sacrificio significa sufrimiento y alegría, igual que la muerte propia33. En este frenesí de la muerte, Numancia es ahora un suelo lleno de cuerpos y sangre, de polvo y cenizas. De la descripción de la muerte colectiva el Hambre nos introduce en la escenificación de la muerte de Teógenes, ejemplar y singular, y explica las razones del sacrificio de sus hijos y mujer, y cómo su «modo extraño» de morir se distingue de los demás.   —25→   Su escenificación se convierte en un espectáculo público y político, símbolo del desafío que los numantinos han hecho a los romanos y, al mismo tiempo de condena a la autoridad romana. A todos nos llama el Hambre, a las figuras alegóricas y al público, para que el acto heroico de Teógenes sea memorable: «Venid. Veréis que en los amados cuellos / de tiernos hijos y mujer querida» (vv. 2056-57). «Vamos...» (vv. 2064), responde la Guerra.

Teógenes nos recuerda que la causa de los numantinos está unida a la del cielo y que su muerte está preordenada: «El camino, más llano que la palma, / de nuestra libertad el cielo pío / nos ofrece y nos muestra, y nos advierte / que sólo está en las manos de la muerte» (vv. 2080-83). Por lo tanto, sus actos quedan santificados con la muerte, ya que ésta adquiere una significación transcendental, es la culminación de la vida34.

El Hambre ya alertó que Teógenes buscaba «de morir un modo extraño» (v. 2062), lo que se confirma en las palabras del propio Teógenes que quiere que otro numantino luche contra él para que el vencedor arroje al fuego al vencido y después a sí mismo. En primer lugar deja claro que la muerte es inevitable: «ora me mate el hierro, el fuego me arda, / que gloria y honra en cualquier muerte veo»- dice Teógenes (vv. 2183-84) Sin embargo, esta elección de la muerte es un «nuevo modo» que necesita explicación35. Teógenes era el líder de los numantinos, esta condición hace que su muerte sea distinta, y que el combate que busca guarde relación con el duelo no realizado contra un soldado romano por la negativa de Escipión. Pone ante nuestros ojos la presencia de un guerrero vencedor que habría vencido al romano si Escipión le hubiera dado la oportunidad. Al mismo tiempo, su acción muestra que el guerrero prefiere siempre el combate al sacrificio y que el romano ha cerrado toda posibilidad de lucha. Por otro lado, se realza la muerte inevitable, al tiempo que la teatralidad de sus actos la convierte en más memorable para los demás. Según las últimas palabras recogidas por el romano Mario: «Y al arrojarse dijo: ¡Clara fama, / ocupa aquí tus lenguas y tus ojos / en esta hazaña que a contar te llama!» (vv. 2291-93).

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La síntesis final de la muerte por la patria de los ciudadanos numantinos se manifiesta en la muerte de Bariato. Este muchacho ha recibido de sus padres y de su patria un modelo de comportamiento que no va a traicionar. A pesar de su edad tiene un control perfecto de sus hechos y palabras, ya que en él se reúne todo el pueblo numantino: «Yo heredé de Numancia todo el brío» (v. 2367). En sus palabras se produce una identidad entre el yo individual y el yo colectivo, son uno y lo mismo. Su destino es el mismo que el de la tierra donde nació, a su patria pertenece, y a ella debe quien es: «Patria querida, pueblo desdichado, / no temas ni imagines que me admire / de lo que debo ser, de ti engendrado» (vv. 2369-71). La lealtad de la sangre y el sacrificio son sentidos por el muchacho Bariato, lo mismo que lo fue por sus padres y por los numantinos. Su pertenencia es completa, por amor a la patria acepta su destino, aunque sea trágico; es ese amor el que le obliga al sacrificio. La manifestación del amor a la patria y de la aceptación de la muerte por ella queda expresada en las palabras finales de Bariato pronunciadas justo antes de morir: «Pero muéstrese ya el intento mío / y, si ha sido el amor perfecto y puro / que yo tuve a mi patria tan querida, / asegúrelo luego esta caída» (vv. 2397-2400). Esta declaración muestra la unión perfecta del destino de la tierra con su habitante y la exigencia del amor a la tierra que pide el sacrificio de sus habitantes. Estas palabras ofrecen una síntesis de lo que hizo el patriotismo del pasado y continúa el nacionalismo moderno: una llamada a la lealtad de la patria a través de la sangre y el sacrificio. Muerte heroica esencial para la memoria colectiva36.

La Numancia termina con la interpretación de la muerte de Bariato hecha por Escipión y por la Fama. Para Escipión la muerte de Bariato significa el triunfo de Numancia y el reconocimiento de la gloria que sus acciones darán a Numancia y a España. La muerte, que normalmente indica un final, se transforma en un principio para España. Así lo reconoce Escipión, que comenta: «¡Oh, nunca vi tan memorable hazaña, / niño de anciano y valeroso pecho, / que, no sólo a Numancia, mas a España / has adquirido gloria en este hecho!» (vv. 2401-04). El general romano admite su derrota particular   —27→   y siente admiración hacia el nuevo vencedor. Al mismo tiempo reconoce que la acción heroica del muchacho será recompensada por el cielo, cambiando la fortuna de los romanos a partir de esta derrota: «Lleva, pues niño, lleva la ganancia / y la gloria que el cielo te prepara / por haber, derribándote, vencido / al que, subiendo, queda más caído» (vv. 2413-16). Palabras que anuncian la confirmación de la profecía del Duero, ya que Escipión ve en la acción de Bariato la señal de la renovación del Imperio. Roma cae, el nuevo imperio español se levanta uniendo su destino al cielo.

La Fama canta los hechos heroicos numantinos que ya pertenecen a la épica; el triunfo de Numancia le asegura un lugar en la memoria de los pueblos. También nos anuncia que los hechos de los numantinos son indicios de lo que harán los futuros españoles: «Indicio ha dado esta no vista hazaña / del valor que los siglos venideros / tendrán los hijos de la fuerte España, / hijos de tales padres herederos» (vv. 2433-36). Los españoles, herederos de los numantinos, deben sentirse orgullosos de su origen y perpetuar la unidad y el valor heredado. Numancia, tierra y habitante, muere para resucitar en España. La tierra y sus habitantes quedan redimidos por la sangre y el sacrificio37.

Purificación de la tierra por la sangre y redención por la muerte; así se verían realizadas la profecía del Duero y la predicción de la Fama para la nueva España que nace de las cenizas de Numancia. Los cuerpos numantinos santifican la tierra, como los mártires cristianos santificaron la antigua Roma pagana; el sacrificio del cuerpo y la sangre anuncian el nuevo cuerpo cristiano de los españoles herederos de los numantinos y, a la vez, sitúa la existencia nacional española como parte de un plan divino con una responsabilidad histórica. El destino especial -imperial- de España está marcado por el sufrimiento y la redención, como el de Cristo. Supone la adaptación de las formas eclesiásticas al cuerpo político secular38.   —28→   Fuente muy usada en el siglo XVI español -y europeo- donde la política se había llenado de un sentimiento religioso y el Estado era un nuevo corpus mysticum basado en una teología providencialista. El humanismo que mostraba la relación que existía entre el mártir y la caritas cristiana, y los conceptos clásicos de héroe y amor patriae, dio un gran impulso al culto a la patria y al héroe que muere por amor a la misma. Este desarrollo humanista del ideal pro patria mori clásico y el optimismo imperial español de 1580 se manifiestan en La Numancia al ver en los numantinos la primera imagen de los antiguos españoles, a los españoles de 1580 como herederos de los numantinos y el futuro imperial como un designio divino. La tierra de Numancia queda purificada por la sangre de sus ciudadanos y su muerte es la redención y la nueva vida de España.

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