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Cervantes poeta: el valor de los versos del Quijote

Pedro C. Cerrillo Torremocha


Facultad de Educación y Humanidades de Cuenca.
Universidad de Castilla La Mancha



Cervantes (1547-1616) no fue un hombre con suerte. Fue a triunfar como novelista, y no como poeta o como dramaturgo, que eran los géneros literarios que daban prestigio a un escritor en la Edad de Oro. Piénsese que los literatos que pertenecían a la nobleza o a la Iglesia, los dos estamentos sociales más poderosos, junto a la monarquía claro está-, de la España de aquellos años, no cultivaron la novela, un género todavía joven entonces. En la Edad de Oro, cualquier escritor que se preciara como hombre de letras, tenía la obligación de escribir poesía; de hecho, había géneros (el teatro siempre y algunas modalidades de novela, como la «pastoril») en los que el verso era parte sustancial de los mismos.

Cervantes tuvo que emplearse en diversos quehaceres ajenos a la literatura, pues no podía vivir de su trabajo de escritor (en 1595 ganó un premio menor de poesía en la ciudad de Zaragoza: el galardón fueron dos cucharillas de plata. Malvendió sus primeras comedias y tuvo muchas dificultades para que sus poemas se publicaran). Sabido es que vagó por oficios diversos, visitó varias veces la prisión, tuvo problemas económicos importantes y pasó épocas de verdadera necesidad. Ni siquiera el éxito de la primera parte del Quijote (publicada hace cuatrocientos años, en 1605) le sacó de las estrecheces económicas; además, cuando aparece la famosa novela, Cervantes llevaba sin editar nada casi veinte años, desde La Galatea (1685) y tenía ya 58 años.

Cervantes nació a finales del reinado de Carlos I, en plena época de expansión imperial de España, pero cuando publicó, en el año citado, la primera parte del Quijote, España había iniciado ya el declive de una política expansionista fracasada. En términos literarios, Cervantes nació en el Renacimiento y editó el Quijote en el Barroco. Si la literatura renacentista se caracterizó por la claridad y la armonía, la barroca fue exageración y estilización. Precisamente el Quijote es la asimilación de esas dos sensibilidades, representando la mejor síntesis de géneros, tendencias, estilos y, sobre todo, conceptos del mundo. En ello está, quizá, uno de los motivos esencial es de su grandeza.

Aunque escribió poesía y teatro, fue en la novela donde Cervantes logró su único éxito en vida, el Quijote, precisamente. Y aún así, fue un éxito relativo, pues si bien la Primera Parte de la novela fue acogida por el público lector con general aceptación (el mismo año se hicieron seis ediciones más, y enseguida se editó también en Italia y en Bélgica), muchos escritores de la época la recibieron con irritación, envidia y un cierto rechazo, aunque reconociendo la importancia que tenía esa «extraña» novela: sirva como ejemplo la existencia de una carta de Lope de Vega, probablemente escrita a los pocos meses de la aparición del libro, en la que se refiere despectivamente a la novela cervantina.


ArribaAbajo La poesía cervantina

En verso escribió sus diez obras de teatro más extensas, dos entremeses y numerosísimas composiciones, sueltas unas (publica das en cancioneros de la época), y esparcidas por sus novelas otras. El análisis de la poesía cervantina es un estupendo ejercicio didáctico para conocer y comprender la poesía que se hacía en España en aquellos años. Efectivamente, los estudiosos de Cervantes coinciden al afirmar que cultivó tanto la poesía tradicional como la italianizante, usando una considerable variedad de formas métricas: romances, villancicos o redondillas, en el primer caso; y tercetos, octavas reales, sextinas, verso libre y, sobre todo, sonetos, en el segundo caso. Otro asunto distinto es la valoración literaria que esos mismos estudiosos hacen de los versos del autor del Quijote: en una época en que España alumbró los mejores poetas de su historia, que terminaron siendo algunos de los mejores poetas de la literatura universal (Garcilaso, San Juan, Quevedo, Lope de Vega o Góngora), Cervantes se sintió inseguro componiendo versos, lo que, junto a su habitual capacidad para la autocrítica, le llevó a desacreditarse como poeta; en Viaje del Parnaso llegó a decir:


Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo...



Es un poeta desigual, des de luego, al que le costaba mucho esfuerzo componer versos, frente a la facilidad natural de Lope o la maestría técnica de Quevedo o Góngora. Eso y su propia proyección como novelista han tapado sus valores como poeta. A Cervantes le hubiera gustado triunfar como poeta y, lo que es más importante, haber sido reconocido, por su coetáneos, como un buen poeta, reconocimiento que no se produjo y que él asumió en vida con resignación y notable franqueza; en el propio Quijote (capítulo VI de la primera parte), cuando el Cura y el Barbero están expurgando la biblioteca del ingenioso hidalgo manchego, y ante la aparición en sus estanterías de La Galatea, Cervantes hace hablar al Cura así:

Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos1.



En el Prólogo a su famosísima novela, cuando se está justificando antes los lectores por haber compuesto una obra de tales características, dice que:

También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales que no los igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.2



Estaba afirmando, al mismo tiempo, que quería dar su libro al lector sin el «ornato» de los sonetos, epigramas o elogios que solían incluirse al inicio de los libros, según era costumbre en la época, y que él mismo había practicado en La Galatea. En la carta antes mencionada de Lope de Vega, éste afirmaba que Cervantes anduvo por Valladolid pidiendo que le escribieran algunos versos para el prólogo del Quijote, «sin encontrar a nadie tan necio que alabe a don Quijote», en palabras de Lope.

En cierta ocasión, Vicente Aleixandre se refirió a la figura del «semipoeta» como el escritor que carece de la técnica y los recursos necesarios para componer versos, pero en el que la vocación para escribir poemas es muy fuerte. Guillermo Carnero3 ha definido recientemente al Cervantes poeta como:

El más glorioso semipoeta de las letras españolas, que parece dar la razón al tópico que afirma que no se puede ser a la vez buen poeta y buen novelista.



Pero Cervantes amó la poesía: admiró la poesía armónica de Garcilaso de la Vega, o el ingenio lírico de Quevedo, o la arrolladora capacidad creativa de Lope. En el capítulo XVI de la 2ª parte del Quijote, encontramos un buen ejemplo de la alta consideración que del género poético tuvo Cervantes; es el momento en que Don Quijote conversa con el Caballero del Verde Gabán acerca del hijo de éste, don Lorenzo, que quiere ser poeta, lo que incomoda y preocupa al padre; pero Don Quijote lo tranquiliza, diciéndole que le deje hacer, que:

Aunque la poesía es ciencia menos útil que deleitable, no es de las que suelen deshonrar a quien la posee. La poesía, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella.4






Arriba Los versos del Quijote

Algunos de los poemas de Cervantes aparecen insertos en el Quijote, aunque es verdad que muchos menos que en su teatro, que es donde, a juicio de Vicente Gaos5, podemos encontrar la mejor poesía cervantina. Tras el prólogo, en el que -como hemos visto- había afirmado que su libro carecería de los versos acostumbrados en los libros de la época se refería a versos escritos por otros, no por él mismo-, ya se incluyen dos poemas de «cabo roto»6y ocho sonetos, en algunos de los cuales Cervantes finge que los escriben autores diversos (personajes de libros de caballerías, como Orlando Furioso, Amadís de Gaula, Oriana -el amor de Amadís- o El Caballero del Febo7). Son poemas, en general, muy densos, salpicados de notas eruditas y referencias al mundo clásico, como si Cervantes quisiera hacer gala de conocimientos que en su novela no podría demostrar; de todos ellos, a mi juicio, destaca este «Diálogo entre Babieca y Rocinante»:


B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Quereislo ver? Miradlo enamorado.
B. ¿Es necedad amar?
R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.8
R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero.
R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?



Ya metidos en las aventuras del ingenioso hidalgo, en el capítulo XIV de la primera parte, Cervantes aprovecha la historia de Marcela y Grisóstomo para incluir varios versos, entre ellos unos octosílabos en redondillas abrazadas que forman el epitafio que se iba a poner en la sepultura de Grisóstomo, y que dicen así:


Yace aquí de un amador
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de amor9.



Además, en los capítulos XXXIII, XXXIV y XXXV de la primera parte, en los que inserta la novela del Curioso impertinente, Cervantes vuelve a fingir: en este caso, haber leído en una «comedia moderna» unos versos (en redondillas abrazadas), en los que un viejo prudente aconseja a otro que tiene una hija doncella que la encierre y la guarde, porque10:


Es de vidrio la mujer;
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo;
que si hay Dánaes en el mundo,
hay pluvias de oro también.



A Cervantes le faltó la frescura y la gracia que, como poetas, tenían otros escritores de su época: sirvan como ejemplo los dos forzados versos del final del poema anterior, en que se refiere al episodio mitológico en el que Júpiter se transformó en lluvia de oro para gozar de Dánae, que estaba encerrada en una torre.

En los mismos capítulos del Curioso impertinente, Cervantes afirma que «un poeta», del que no dice nombre y que, probablemente, era él mismo, escribió estos versos resignados y notablemente amargos, en estructura de décima, un poco más logrados que los anteriores11, que podemos identificar como la queja que el famoso novelista manifiesta por su adversa suerte en vida:


Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido
que, pues lo imposible pido,
lo posible aun no me den.



Al final de la primera parte, una vez que don Quijote ha vuelto a su casa, Cervantes simula de nuevo, ahora que en una caja ha encontrado unos poemas en castellano, cuya autoría atribuye a los académicos de la Argamasilla: son tres sonetos y tres epitafios, en los que da diversa noticia de Dulcinea, de la fidelidad de Sancho, de la sepultura de Don Quijote, aún no fallecido en la novela, etc. Y aprovecha para pedir a quienes sean los lectores de esos versos el mismo crédito que solían dar a los libros de caballerías: Cervantes estaba pidiendo crédito, otra vez, a su oficio de poeta. Uno de esos sonetos está dedicado a Dulcinea; se inicia con notable acierto, pero enseguida pierde intensidad. Es éste:




Del Paniaguado, académico de la Argamasilla, In laudem Dulcineae del Toboso12


Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.
Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montiel, hasta el herboso
llano de Aranjuez, a pie y cansado.
Culpa de Rocinante. ¡Oh dura estrella!,
que esta manchega dama, y este invicto
andante caballero, en tiernos años,
ella dejó, muriendo, de ser bella,
y él, aunque queda en mármores escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.



Se puede comprobar que no queda clara la hermosura de Dulcinea, que Cervantes quiere resaltar en los versos que le dedica el académico mencionado; esa belleza la reflejó mejor, sin duda, el propio Don Quijote en la novela cervantina, como bien explica Emilio Pascual en su novela Días de Reyes Magos, con un punto de ironía, a la que no fue ajeno el propio creador del insigne personaje:

Mi padre que se sabía el Quijote prácticamente de memoria, cuando quería ponderar la belleza total de una mujer, recurría retórica, teatralmente al personaje del enamorado caballero, y repetía las mismas razones que don Quijote dedicó a Dulcinea:

Su hermosura es sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración pude encarecerlas y no compararlas.

Ahora sé que mi padre no era ajeno a la ironía cervantina.13



Sin duda, Pascual se refiere a que Cervantes en una de sus novelas ejemplares, El Licenciado Vidriera, se burlaba de los halagos excesivos y artificiales con que los poetas renacentistas describían a las mujeres amadas, a quienes idealizaban siguiendo siempre el mismo arquetipo metafórico, que tenía su inspiración en el modelo de la «donna angelicata» de la poesía italiana.

Otro de los sonetos del final de la primera parte del Quijote, quizá más logrado que el anterior, es el que otro académico de Argamasilla escribe dedicado a Sancho14:


Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico,
pero grande en valor, ¡milagro extraño!
Escudero el más simple y sin engaño
que tuvo el mundo, os juro y certifico.
De ser conde, no estuvo en un tantico,
si no se conjuraran en su daño
insolencias y agravios del tacaño
siglo, que aun no perdonan a un borrico.
Sobre él anduvo (con perdón se miente)
este manso escudero, tras el manso
caballo Rocinante y tras su dueño.
¡Oh vanas esperanzas de la gente!
¡Cómo pasáis con prometer descanso,
y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!



También incluye Cervantes poemas en la segunda parte de su novela, algunos de calado más popular que los antes citados, como los romances de los capítulos XLIV y XLVI; o el Epitafio a Don Quijote de Sansón Carrasco, compendio -breve y esclarecedor- de la personalidad desbordante de la gran criatura cervantina:


Yace aquí el Hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
Fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco15.



Aunque, también es cierto, otros poemas son más espesos; sirvan como ejemplo de ello las coplas incluidas en el capítulo XX de la segunda parte, en que, con motivo del episodio de «Las bodas de Camacho», Cervantes pone en boca de Cupido los siguientes versos:


Yo soy el dios poderoso
en el aire y en la tierra
y en el ancho mar undoso,
y en cuanto el abismo encierra
en su báratro16 espantoso
nunca conocí qué es miedo;
todo cuanto quiero puedo,
aunque quiera lo imposible,
y en todo lo que es posible
mando, quito, pongo y vedo.



No es recomendable la lectura del Quijote por todos estos versos, que, aun teniendo un cierto interés, no pueden competir con la historia d el caballero andante fracasado que, con especial maestría, construyó Cervantes. Un libro tan vendido, traducido y editado que casi todo el mundo ha oído hablar de él; otra cosa es saber con certeza su número de lectores. Probablemente porque no siempre nos hemos acercado a su lectura en las condiciones y en el momento apropiados.

El propio Emilio Pascual, en esa novela citada, Días de Reyes Magos, que es un viaje iniciático del chico protagonista a la vida, por un lado, y a la lectura, por otro, incluye este elocuente diálogo entre ese chico y la chica que le gusta:

- ...Hablando de caballeros andantes, vas a tener que leer el Quijote. La de«lite» nos ha dicho hoy que una pregunta cae fijo. En el supuesto de que te interesen cosas tan poco sublimes como aprobar el curso, claro.

- ...¡Pero cómo se puede leer ese rollo!

- Pues yo lo he leído y no me ha pasado nada.

- Tú no eres de este mundo.

- Don Quijote tampoco. A lo mejor me gusta por eso. Creo que hasta se parecí a un poco a ti. Estaba tan poco conforme con el mundo que le tocó vivir, que decidió arreglarlo todo a mandobles y lanzadas.

Más adelante, cuando el muchacho se va aficionando a la lectura, su actitud ante el Quijote, que sigue sin haber leído, ha cambiado y le pregunta al ciego para el que lee libros:

- ¿No vamos a leer nunca el Quijote?

- Tranquilo, muchacho: todo llegará. El Quijote es como el botillo berciano: hay que tener buen estómago y comerlo con juicio. De lo contrario, corremos el riesgo de sufrir una indigestión y perder las ganas de repetir. Y sería una gran pérdida.17



En la 1ª mitad del siglo XVII, en que un elevadísimo tanto por ciento de la población no sabía leer, se leían en voz alta fragmentos del Quijote a grupos de gente que se reunían, con ese motivo, ante la catedral de Sevilla, o en medio del campo a la hora del descanso, o en la Plaza Mayor de Valladolid, o en cualquier concurrida calle de Madrid, o dentro de la misma corte real. Me imagino que se leería poco a poco, como, efectivamente, hay que leerlo la primera vez. Mariana Cantacuzène es una narradora francesa que realizó, hace no mucho tiempo, un recorrido de 1.800 kilómetros, desde los Pirineos orientales hasta Dunquerque, leyendo el Quijote, en voz alta, de pueblo en pueblo, tarea en la que empleó seis meses, que no es un mal tiempo para que, quien no lo haya leído, lo haga: seguro que lo disfruta; incluso, puede saltarse los versos, pues su ausencia no merma, en nada, la poderosa creación del mejor novelista de todos los tiempos. Y es que Cervantes es, felizmente, genial no cuando habla en verso por su propia boca, sino cuando habla por boca de su protagonista, de ese personaje que ha enloquecido por leer, pero que, debido a su pensamiento, forjado en el idealismo que encontró en los mundos aprendidos en los libros leídos, aspira a lo que, para la mayoría de los hombres, parecía imposible: enamorar a la mujer ideal izada, que los ásperos gañanes se vuelvan corteses y educados, estar siempre del lado de los desamparados, o que el mundo responda, a fin de cuentas, al ideal que él se había creado en su pensamiento y que es lo que daba sentido a su vida. Esos principios, tan arraigados en el ingenioso hidalgo, provocan que el lector atento piense, en ocasiones, que don Quijote no estaba del todo loco.

Las dificultades de Cervantes para componer versos desaparecen cuando escribe novela; y, particularmente, en el Quijote, en donde se nos muestra como un escritor excepcional, con una gran variedad de registros, un magnífico empleo de los diálogos, un gran talento para la caracterización de los personajes y una especial capacidad para conmover al lector.

Aunque, también es cierto, algunos de su s versos aquellos en que Cervantes se ofrece más sencillo y más directo, sin el encorsetamiento de querer alcanzar la maestría de otros poetas de su tiempo deberíamos leerlos con detenimiento, como los del Epitafio a Dulcinea que “compone” Tiquitoc, otros de los académicos de Argamasilla, con que se cierra la primera parte de la inmensa novela cervantina:


Reposa aquí Dulcinea;
y, aunque de carnes rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.
Fue de castiza ralea,
y tuvo asomos de dama;
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea. 18



El Quijote, como gran novela que es, es además un documento excepcional para entender la sociedad de aquella época, con sus paisajes, sus costumbres, sus valores y sus personas. Pero su grandeza reside, probablemente, en su universalidad, que es una consecuencia de su capacidad de resistencia al tiempo y de la maestría de Cervantes para dirigirse con su novela a cualquier lector; ya dijo él entonces de su Quijote, aunque por boca de Sansón Carrasco que:

«Es tan clara la historia de don Quijote que no hay cosa que dificultar en ella: l os niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: "Ahí va Rocinante"».



Y acertó Cervantes, pues hoy, transcurridos cuatrocientos años, su novela sigue siendo leída por todo tipo de gentes en cualquier lugar del mundo.







 
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