Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Claudia

Drama en tres actos

Jacinto Salas y Quiroga



  —96→  

Le coeur d'un homme vierge est un vase profond;
lorsque la première eau qu'on y jette est impure,
la mer y passerait sans laver la souillure,
car l'abîme est immense et la tâche est au fond.


ALFRED DE MUSSET.                


  —97→  

La mayor parte de las producciones del ingenio son puros enigmas, y sólo si el lector llega a explicárselos conoce el verdadero valor de una obra. La época de creación, el lugar, la educación, costumbres, edad y carácter del poeta son circunstancias tan esenciales, que componen muy a menudo el principal mérito de una composición literaria. Así es que por lo regular los amigos del escritor son los únicos que comprenden sus escritos.

El drama que va a juzgar el lector fue escrito primero en prosa, y se representó en el teatro de Lima en 1831. La gloria, personificada en una interesante actriz de aquella capital, fue quien me inspiró esta composición dramática, que es la primera que salió de mi pluma. Tenía yo apenas diez y ocho años, y acababa de salir, de un colegio de Francia mi imaginación estaba exaltada, pero con esa exaltación que puede dar la lectura de Boileau, compasada, fría y monótona. Cayó en mis manos Childe Harold, las demás obras de Lord Byron, las Meditaciones de Lamartine, y las Orientales de Victor Hugo, y un nuevo mundo se ofreció a mi vista.

  —98→  

Cuando no estaba todavía concluida esta revolución que en mí se hacía, escribí CLAUDIA, y por eso el primer acto parece de una escuela, y los dos últimos de otra. Confieso que el plan de la obra adolece de los defectos que da la inexperiencia; de la concepción de los caracteres nada me atrevo a decir. Sólo temo que Belton no sea comprendido por su originalidad.

Conozco una comedia inglesa con el mismo título que mi drama, otra francesa de Pigault Lebrun, y una ópera italiana de no sé qué autor, pero ninguna se parece a mi obra sino en el título.

Si el lector reflexiona sobre lo que acabo de confesarle ingenuamente, tal vez lea mi obra con indulgencia... ¡Ojalá me fuera permitido esperar algo más!



  —99→  
PERSONAJES
 

 
CLAUDIA.
AMBROSIO.
CONDESA.
BELTON.
BENJAMÍN,   niño.





ArribaAbajoActo primero

 

El teatro representa un jardín con paredes a los lados. A la izquierda del espectador una puerta practicable que da al camino. En el foro la casa de la CONDESA.

 

Escena I

 

CLAUDIA, vestida de hombre al uso de Saboya, con BENJAMÍN por la mano; un saquito al hombro que sirve de almohada al niño. CLAUDIA se pasea, y contempla a su hijo que duerme sobre el césped.

 
CLAUDIA
Duerme, niño infeliz, mientras gimiendo
da un recuerdo tu madre a sus pesares;
duerme, y deja llorar a la infelice
que sin crimen no pudo ser tu madre.
Inocente cual tú fui largos años, 5
guárdate como yo de ser culpable;
que el crimen es lo mismo que la brasa,
lo mismo que el carbón inapagable,
que ennegrece y consume cuanto encuentra.
¡Si pudiera esto al menos acabarse! 10
—100→
Mas la brasa devora tus entrañas,
y la mancha horrorosa que allí estampe
jamás se borrará; jamás muchacho;
jamás, hijo del crimen de tu padre.
¡De tu padre!... Quien te engendró fue un monstruo, 15
un monstruo... como yo; no, más culpable,
más criminal aún, porque yo al menos
sé gemir, sé llorar, y sé ser madre;
mas él... si es hombre ¿qué ha de ser?... Un tigre,
un tigre como todos los mortales, 20
sin honor, sin virtud, sin inocencia,
perjuro al mismo pie de los altares,
obsceno con la casta, y asesino
a la faz del cordero que le lame.
Así son todos, todos son malvados, 25
todos sacian su sed con nuestra sangre;
todos miran los lloros de la virgen
como el señor su feudo; y a los males
del candoroso pecho de la joven
sonríen y se alejan los cobardes. 30
Sin la maldad aun fuera yo dichosa.
Un hombre... ¿Mas mis quejas de qué valen?
¿Quién sus lágrimas mezcla con las mías?
¡Ah! Todo en torno a mí desierto yace,
y si grito, si lloro, si suspiro, 35
no hallaré, no hallaré quien me acompañe.
—101→
Un día de mi madre en el regazo
vivía sin llorar. ¡Ah! ¡Cuán distante
estaba de pensar en mi infortunio!
Orgullosa era entonces. ¡Vano alarde! 40
Todavía el reloj de nuestra aldea,
al repetir las horas en el valle,
no me daba recuerdos de amargura.
¡Maldición! ¿Quién dijera que más tarde
con su voz sepulcral el negro crimen, 45
al son de esa campana, me acordase
que hoy hace tantas horas, tantos días
que olvidé las lecciones de mis padres?
Y sola en todo el mundo, sin amigos,
sin apoyo, sin nadie que me ampare, 50
en la casa paterna aborrecida,
¿para qué vivo yo?... Para acordarme
que he sido criminal... ¡Ah! Si ese niño
mi apoyo maternal no reclamase,
mi cuerpo, golpeado en los peñascos, 55
ya el alimento fuera de las aves;
que el sendero encubierto de la vida
para el feliz tan solo es agradable,
sólo para quien ama y es amado.
Si grito yo ¿quién me responde?... Nadie. 60
¿Y quién seca mi llanto cuando lloro?
Nadie. Y cuando mi hijo tiene hambre
—102→
¿quién le da de comer?... Quien me desprecia,
y a su llanto no más deja ablandarse.
Mas todo lo sufriera con paciencia 65
si una idea tan solo me dejase:
ese hombre a quien debo mi infortunio,
ese mortal que he visto un solo instante
para mi perdición, acá en mi pecho
ha dejado grabado su semblante, 70
y a veces, al delirio avasallada,
me imagino no pudo aun olvidarme;
me figuro que me ama, que me adora,
que suspira... Entre tanto... ¡Dios! ¿Quién sabe?
Entre tanto que vive en otros brazos... 75
Olvidando el amor que osó jurarme...
Mientras llora por otra... ¡Triste idea
que desechar del alma quiero en balde!


Escena II

 

AMBROSIO, CLAUDIA.

 
AMBROSIO

 (Saliendo con azadón, etc.) 

Al trabajo, buen Ambrosio;
ánimo, que no hay remedio, 80
y es preciso acomodarse
a lo que nos pide el tiempo.
—103→
Lo demás todo es locura,
y sólo propio de necios;
nada con rabiar se alcanza, 85
con que así vamos viviendo.

 (Adelantándose.) 

¿Quién sera ese jovencito?
CLAUDIA
Señor...
AMBROSIO
Amigo, con tiento.
¡Señor, yo!... No te chancees,
soy un pobre jardinero. 90
Pero vamos, ¿qué se ofrece?
CLAUDIA
Aquí vive, según creo,
la Condesa de Dernetti:
mi buen amigo, ¿no es esto?
AMBROSIO
Aquí vive, no te engañas; 95
¿quieres verla?... Muy mal tiempo
has escogido, amiguito;
mas espérate un momento,
ya no tarda en estar lista.
  —104→  
CLAUDIA
No señor, no: yo no quiero 100
hablar con esa señora,
tan solo saber deseo
si el tío Ambrosio, hortelano
de esta casa en otro tiempo,
se halla en ella todavía; 105
usted podría saberlo.
AMBROSIO
Sí, amiguito, el tío Ambrosio
tiene aquí sus pobres huesos,
y echando a la espalda penas,
aquí vive muy contento; 110
si quieres hablar con él
no tienes que andar muy lejos.
CLAUDIA
¿En dónde está?
AMBROSIO
Aquí contigo.
Pero, diantres, no comprendo
lo que tú puedes quererme: 115
dímelo pronto.
  —105→  
CLAUDIA
Es que tengo
una carta que entregarle.
AMBROSIO
¡Una carta!... ¡Ah! Ya entiendo:
Será sin duda ninguna
para dar a un caballero. 120
CLAUDIA
No señor, es para usted.
AMBROSIO
¿Para mí? ¡Qué! No lo creo,
los pobres no tienen cartas.
Amiguito, el universo
es el país de los ricos, 125
los pobres nos escondemos;
estamos en casa ajena,
y no chistamos de miedo.
¿Quién acordarse podría
de un infeliz jardinero? 130
Pero dime, y esa carta...
¡Hombre!... Podría ser cierto...
Vamos, dámela.
  —106→  
CLAUDIA
Señor...

 (Dándole la carta.) 

AMBROSIO
¿Por qué tiemblas?... Di... ¿qué es esto?
CLAUDIA
Señor, es una costumbre 135
que tengo cuando me acerco
a un hombre desconocido.
AMBROSIO
Mala costumbre... Yo puedo
asegurarte, querido,
que si no la pierdes presto 140
tendrás bastantes disgustos;
no hay cosa peor que el miedo;
serenidad y firmeza,
ese es el mejor remedio
para hacer suerte en el mundo. 145
Perdóname si me atrevo
a darte este consejito;
lo hago porque te creo
recién llegado a Turín.
  —107→  
CLAUDIA
Así es: hoy mismo llego. 150
AMBROSIO
¡Hoy! Hombre, ¿de dónde eres?
¿Cómo se llama tu pueblo?
CLAUDIA
Chamuní.
AMBROSIO
¿Qué diablos dices?
Yo soy de allá, y aún me acuerdo
de mi ahijada, de mi primo, 155
mis dos hijas y mi nieto.
Dime, a ver ¿cómo te llamas?
CLAUDIA
Yo Claudio por nombre tengo,
y soy hijo de Simón,
el de la calle del medio. 160
AMBROSIO
¡Del tío Simón! Pues hombre,
me hablas ni más ni menos
—108→
de un compadre, y de pariente
a quien en el alma quiero.
A propósito, sobrino, 165
(pues, según veo, ya puedo
darte este nombre tan grato)
estoy con un gran deseo
de saber cuál es la suerte
de mi ahijada; ¿está en el pueblo? 170
¿Vive aún? ¿Está contenta?
¿Se casó? Di, ¿qué se ha hecho?
CLAUDIA
Señor, lea usté esta carta,
Claudia en mis manos la ha puesto.
AMBROSIO
¿Quién? ¿Claudia? Pues no esperaba 175
tal carta, te lo confieso.
Dámela, puede que sea...
Mi Claudia, Dios te dé el cielo.
No te enternezcas, querido:
dime, ese niño que veo 180
dormido sobre la yerba
¿es tu hermanito? ¿No es cierto?
  —109→  
CLAUDIA
Sí señor.
AMBROSIO
¿Por qué tan joven
le sacaste de tu pueblo
a pasar quizá trabajos? 185
Debe serte muy molesto.
CLAUDIA
No señor, en mis viajes
es un dulce compañero.
AMBROSIO

 (Abre la carta y lee.) 

«Tío y padrino, una falta
he cometido»... ¿Qué es esto? 190
Sigamos... «que cruelmente
ha expiado ya mi pecho».
Esto es cosa muy distinta.
Bien decía yo... ¡Qué miedo!
«Arrojada por mi padre...» 195
¡Ay mi Dios! Eso es muy serio.
  —110→  
CLAUDIA
Por Dios compasión, la pobre...
Tío, siga usted leyendo.
AMBROSIO
«A pesar de mi inocencia,
no hay nadie en el universo 200
que compadezca mi suerte.
¡Ay tío! ¡Cuánto padezco
de verme tan maltratada
por un padre que respeto!
¡Ay! Si usted fuese testigo 205
de mi angustia y mis tormentos,
usted, tío, me daría
en mis pesares consuelo.
Este papel va bañado
con las lágrimas que vierto. 210
¡Puedan mis males, padrino,
inspirar a usté el deseo
de aliviar a una infelice!
Si amparo en usted no encuentro,
sólo la muerte ya puede 215
ser de mis penas remedio.
Su ahijada y sobrina Claudia
Esto es muy lindo y muy bueno,
—111→
pero, antes de enternecerme,
quiero me digas qué cuento 220
es eso de penas, de males...
Vamos, tú debes saberlo.
Cuéntamelo, a ver si es justo
que sienta su desconsuelo.
CLAUDIA
¡Ay mi tío! ¡Cuántas veces 225
pende de un solo momento
nuestra suerte buena o mala!
Un triste acaso, un suceso
muy a menudo acibara
de nuestros días el resto. 230
Claudia, la mísera Claudia
de esta verdad es ejemplo.
AMBROSIO
Déjate de inútil prosa,
y vamos al caso presto.
CLAUDIA
Feliz la triste vivía 235
bajo del rústico techo
de la cabaña paterna.
De sus padres embeleso,
todo su gusto cifraba
—112→
en verlos siempre contentos; 240
la pobre no conocía
más dicha que complacerlos:
una tarde que en el prado
cuidando de sus corderos,
cual de costumbre se hallaba, 245
atormentada del sueño
se recostó bajo un árbol
donde corría algún fresco:
mientras pacía el rebaño
la pobre estuvo durmiendo; 250
despertó sobresaltada,
y vio al punto a un extranjero
que a su lado enternecido
fijaba sus ojos tiernos
en los suyos sin malicia... 255
Él fue quien habló primero...
Por política tan solo
ella le contestó luego.
Era hermoso, y la pastora
hallaba placer en verlo. 260
Su mirar era elocuente,
y divinos sus acentos...
Habló, suplicó, lloró,
juró siempre amarla tierno;
En fin... en fin, caro tío... 265
  —113→  
AMBROSIO
Se olvida de sus corderos.
CLAUDIA
Y se olvida de sí misma.
AMBROSIO
¡Y su deber!
CLAUDIA
Jurar puedo
que Claudia no conocía
otro deber más severo 270
que el de estimar a sus padres
y mirarlos con respeto.
AMBROSIO
En fin, el desconocido...
CLAUDIA
¡Ay! Cuando en sí Claudia ha vuelto
ya el pérfido allí no estaba, 275
y la infeliz por consuelo
sólo su llanto tenía.
  —114→  
AMBROSIO
Ya, ya, cuando no hay remedio,
llorar es lo que hacer saben
las muchachas de este tiempo; 280
pero en fin, ¿cómo se llama
ese alhaja de extranjero?
CLAUDIA
Claudia sólo de él conserva...
AMBROSIO
Un chiquillo cuando menos.
CLAUDIA
Y una sortija que lleva 285
desde entonces sobre el pecho.
AMBROSIO
Pero dime, ¿la muchacha
en qué vino a parar luego?
CLAUDIA
Pronto tuvo que decir
a una hermana su secreto. 290
Fue madre, y solo el enojo,
—115→
la humillación, el desprecio
pudo obtener de su padre.
Éste irritado al momento
de su casa la arrojó, 295
por no ver más el objeto
que hizo cubrir de vergüenza
su rostro siempre sereno.
La infeliz vivió tres años
oculta en el mismo pueblo; 300
su padre lo supo, y ella,
de sus iras siempre huyendo,
toma su niño y se aleja
de este lugar tan funesto.
AMBROSIO
¡Válgate Dios! ¡Qué miserias! 305
Pero a fe mía no puedo
entender por qué es tan duro
el tío Simón. ¡Qué empeño!
Claudia hizo mal; pero es su hija...
¡Echarla! Aunque fuera perro. 310
Vaya, vaya, perdonar
es cuanto hacer sé de bueno.
¿En dónde está Claudia, amigo?
  —116→  
CLAUDIA
¿Puede esperar que sus yerros
serán de usted perdonados? 315
AMBROSIO
Sí, sí, que no tenga miedo.
¿Dónde está?
CLAUDIA
Tan gran delito...
AMBROSIO
Vamos, sobrino, acabemos...
¿Dónde está Claudia?
CLAUDIA
Postrada
ante un hombre sin modelo. 320
AMBROSIO
Levántate, el que debía
humillarse es el perverso
que abusó de tu inocencia;
si consolarte yo puedo
—117→
ese es todo mi deber, 325
el castigo le da el cielo,
y bastante tu conciencia
te habrá acusado en secreto.
Todo, todo perdonar
lo hace el arrepentimiento. 330
Vamos, resígnate, Claudia,
dime, hija, ¿cuáles fueron
al venir a verme a mí
tus planes y tus proyectos?
CLAUDIA
Trabajar aquí a su lado, 335
llorar a su vista, y luego
cuando vea mi pureza,
suplicarle que su anhelo
me obtenga de un padre airado
el solo bien que apetezco, 340
su perdón y su cariño.
AMBROSIO
Bien, yo tus planes apruebo.
Tú pareces muy cansada;
descansa, que trataremos
—118→
más tarde de tus negocios. 345

 (Se dirige a una puertecita que abre.) 

Pasa con tu niño; adentro
hallarás mi pobre cama,
y algún leve refrigerio:
yo no puedo acompañarte,
tengo que hacer, pero presto 350
volveré acá: para hablar
a bien que nos queda tiempo.


Escena III

 

AMBROSIO solo.

 
AMBROSIO
¡Válgame Dios, qué perdido
está el mundo en nuestros días!
¡Qué juventud tan malvada! 355
¡Qué costumbres! En mi vida
pensé que a tanto llegase.
Vea usté esa pobre niña,
víctima de la maldad,
de la mayor picardía 360
que imaginarse pudiera.
Inocente y sin malicia
cayó la pobre en la trampa;
eso es cosa muy sencilla.
¡Pero el bribón de extranjero! 365
—119→
¡Quién le diera una paliza
que los huesos le rompiera!
¡Qué felpa tan merecida!
En mi tiempo no señor,
por más que las gentes digan, 370
no se cometían nunca
semejantes picardías.
Yo fui muchacho también,
y he pasado buena vida.
Me gustaba enamorar, 375
y rondar a la vecina,
pero nunca, a fe de Ambrosio,
cometí una villanía.
Cuando estaba en el servicio,
por ejemplo, iba a una villa, 380
y encontraba una muchacha
de ojos negros y algo linda,
ya se ve, la sangre hierve,
y yo no me contenía;
pero al declararle tierno 385
mi amor fino y mi fe viva,
entre burlas y entre veras
a la primera visita
al momento así le hablaba:
«Yo te quiero, vida mía, 390
te adoro como jamás
—120→
puedo adorar en mi vida,
y juro no abandonarte
hasta el punto que perciba
el ruido del tambor. 395
Si te conviene, amiguita,
yo soy tu rendido amante,
no te haré mala partida,
hasta que oigamos entrambos
el tambor que nos divida. 400
Pero si no te conformas
con lo que mi amor te brinda,
Dios te guarde muchos años,
otra habrá que lo reciba.»
Esto es ser hombre de honor; 405
aquella que se rendía,
venga, una más para el saco;
mas la que no, ni engañifas,
ni cosas por este estilo
de mi boca nunca oía. 410
Todo es hoy por el contrario
lo que en el mundo se mira.
Los jóvenes se enamoran,
juran mil veces, suplican,
y por fin para ganar 415
el favor de sus queridas
prometen lo que no cumplen.
—121→
¡Qué juventud tan perdida!
Pero, pensando en lo serio,
¿qué voy a hacer de esta chica? 420
¡Si pudiera acomodarla
de doncella... Se expondría...
Mejor es que quede de hombre
con alguna señorita.
En fin, paciencia, veremos 425
lo que sale en estos días.


Escena IV

 

AMBROSIO, LA CONDESA.

 
 

La CONDESA sale muy alegre hablando consigo misma, y sin hacer caso de AMBROSIO, que al verla se retira como para trabajar.

 
CONDESA
Solo lujo y opulencia
desde hoy se verá en mi casa,
ricos coches, ricos muebles,
rica mesa, y que ya en nada 430
mi habitación se distinga
del palacio de un monarca.
Que nadie en Turín se muestre
con más lujo y elegancia
que la Condesa Dernetti. 435
Vengan nuestras lindas damas
—122→
a lucir en mi presencia;
joven, rica, celebrada,
¿hay quien en todo Turín
llevarme pueda ventaja? 440
Si hay alguna, muy en breve
juro quedará sin gana
de tenérselas conmigo;
yo soy lo mejor de Italia.
Oiga, mi querido Ambrosio, 445
usted por ahí se estaba.
AMBROSIO
Ocupado solamente
en los gustos de mi ama.

 (Le da un ramillete de flores.) 

Está tan rico el jardín,
que no hacen ninguna falta 450
estas flores que he cogido
con esta mano villana
para dar a la señora
que en todos nosotros manda.
CONDESA
¡Qué atención! Dios, ¡qué finura! 455
Ambrosio, te doy las gracias.
Me alegro haberte aquí hallado,
—123→
porque desde esta mañana
deseaba hablar contigo.
AMBROSIO
Señora, si sospechara 460
ese deseo, dos veces
usía no le formara.
CONDESA
Mira, Ambrosio, ha poco rato
que observé de mi ventana
que hablabas a un jovencito 465
de presencia muy gallarda.
¿Se puede saber quién es?
AMBROSIO
Sí señora... es cosa rara
que un muchacho lugareño,
que de llegar solo acaba, 470
merecido haya de usía
las tan costosas miradas.
Es mi sobrino, señora,
que ha llegado esta mañana;
y que, hablando sin rodeos, 475
me tiene con pena.
  —124→  
CONDESA
Vaya
que eres un gran simplón.
¿Qué es lo que tienes?
AMBROSIO
No es nada
para usía, mi señora,
pero para mí ¡caramba! 480
CONDESA
Aguardando estoy que empieces
a decirme tus desgracias.
AMBROSIO
Para no molestar mucho
las contaré en dos palabras:
soy pobre, y no sé qué hacer 485
del muchacho.
CONDESA
¡Qué cachaza!
¿No lo digo? Cosas suyas.
¿No tengo yo, di, gran maula,
bastante para los dos? 490
—125→
Ya olvidaste mi palabra.
 

(AMBROSIO va a hablar, la CONDESA se lo impide.)

 
Vete al punto, y di a Florencio
que tu sobrino es de casa,
que le dé pronto librea,
y que su ama se lo encarga. 495
AMBROSIO
Señora, tan gran favor...
CONDESA
Haz lo que te digo, y calla.


Escena V

 

CONDESA sola.

 
CONDESA
Esto todo entra en mis planes;
hacer bien cuanto se pueda,
que no vengan a decir 500
que el fausto todo lo lleva,
y que jamás por un pobre
hizo nada la Condesa.
A mas que el muchacho es lindo,
y hallará quien le proteja 505
a millares, y la gloria
—126→
me quitara una cualquiera;
y sobre todos podría...
¡Calle!... ¡Qué famosa idea!
¡Obsequiárselo a mi Belton! 510
Estoy loca de contenta
en pensar cuanto mi amigo
me estimará esta fineza:
Belton mío, tu cariño
es cuanto mi pecho anhela. 515


Escena VI

 

BELTON, LA CONDESA.

 
BELTON
Mucho me engaño, señora,
o hace poco han pronunciado
mi nombre en este jardín.
CONDESA
Sí, Belton, estaba hablando
precisamente de usted. 520
BELTON

 (Después de mirar a todas partes y no ver a nadie.) 

Eso me parece raro:
—127→
¡Hablar de mí tan solita!
¿Con quién?
CONDESA
¡En esas estamos!
Mi corazoncito a veces
me suele dar buenos ratos. 525
BELTON
¿Y a él es, bella Adelina,
a quien debo placer tanto?
¿Él escuchaba no más,
o decía también algo?
CONDESA
¡Ay Belton! Si un poco antes 530
hubiera usté aquí llegado,
¿cuántas cosas no sabría?
BELTON
¿Y tan duro es el trabajo
que usted tomarse pudiera
empeñándose en contarlo, 535
que me prive de la dicha
de oír de sus propios labios
esas cosas que yo ignoro?
  —128→  
CONDESA
No sea usted tan tirano,
querido Belton; después 540
que me ve usted en sus lazos,
quiere que diga su triunfo
todavía a cada paso.
BELTON
¡Mi triunfo, o cara Dernetti!
Yo soy quien fui derrotado: 545
tú me venciste, tus gracias,
tu donaire, mil encantos
que estarán acá en el pecho
eternamente grabados,
son las armas que empleaste, 550
y contra que fuera vano
por más tiempo resistir.
CONDESA
¿Y nunca has dicho otro tanto,
bribón, a ninguna joven?
Y a más ¿quién sabe si acaso 555
será firme ese cariño,
de que tierno estás hablando?
  —129→  
BELTON
Lo juro, bella Dernetti,
y aquí venía a probarlo.
¿Te acuerdas del bello día 560
en que ciego, enamorado,
latiéndome el corazón,
cubría con tierno llanto
aquel dulce o mio caro?
¡Ah! Con bondad de mi amor 565
la extensión participando,
tú me ofreciste, Adelina,
unirte a mí en tierno lazo,
y un mes sólo me pediste
para entregarme tu mano. 570
Ese mes que me robaste,
mes para mi amor tan largo,
hoy se acaba, vida mía,
y vengo a pedirte el pago
de mi constancia y ternura 575
que tus gracias aumentaron.
CONDESA
¿De mi promesa te acuerdas?
Yo la había ya olvidado;
y diciendo la verdad
—130→
No me gusta ese reclamo. 580
Somos tan felices, Belton,
nos vemos cuando gustamos,
nos queremos... ¿Qué nos falta,
para ser afortunados?
Pero yo tengo palabra, 585
y pues te ofrecí mi mano,
te la daré, y sólo quiero
me des otro corto plazo.
Solo te pido ocho días,
¿Me los das, Belton del alma? 590
BELTON
La vida te diera yo
con júbilo y arrebato,
y tu capricho, Adelina,
con dolor hoy satisfago,
pero cedo a tus deseos. 595
Ocho días de trabajos
tengo solo que pasar,
y al ser dueño del tu mano,
en planta pondré mis planes
por el amor inspirados. 600
CONDESA
¡Calla! ¿planes tiene usted?
  —131→  
BELTON
Y que al fin no serán vanos.
CONDESA
A ver, cuente usted por Dios.
BELTON
Lo primero, nos casamos.
CONDESA
¡Poca cosa! Eso no es nada. 605
BELTON
De ello mi ventura aguardo.
La dulce paz y el sosiego
que hasta aquí no me escucharon,
los hallaré, bella mía,
al descansar en tus brazos. 610
De la escena fastidiosa,
sin variedad, sin encantos,
que la ciudad nos ofrece,
nos marcharemos al campo.
Ya me parece que veo 615
las campiñas, los collados,
y los bosques misteriosos
—132→
que a visitar vamos ambos.
¡Ah! ¡Qué días nos esperan!
En el cálido verano 620
apenas mil pajarillos
nos dispierten con su canto,
dejando el mullido lecho,
juntos un himno entonando
al divino amor, corremos 625
a meternos en un baño;
y al salir frescos, alegres,
a la sombra de algún árbol
un almuerzo no muy fino,
pero al estómago grato, 630
viene a reparar las fuerzas
que el agua ha debilitado.
CONDESA
Bravísimo, amigo, ¿y luego?
BELTON
Luego corriendo, brincando,
vamos a ver trabajar 635
al labrador que, al mirarnos,
viene lleno de respeto
a bendecir a sus amos.
Tú harás a todos felices,
—133→
y su amor será tu pago. 640
Todo lo recorreremos;
y cuando empiece el cansancio
a doblar nuestras rodillas,
a la sombra recostados
hallaremos el reposo. 645
CONDESA
¿Y después?
BELTON
Después, de un salto
a mi biblioteca subo,
y una de las obras bajo
que inspiran el dulce amor,
y que dicen con encanto, 650
lo que nuestros pechos saben
más que el que las ha dictado.
Tibulo, Ovidio, el Petrarca,
que se han alabado tanto
de ser tan finos amantes, 655
nos tendrán que dar el paso.
Pero sus dulces escritos
son para nosotros gratos,
y nos llenan de deleite,
porque en ellos encontramos 660
de nuestro amor y ternura
—134→
el imperfecto retrato.
Al pie de un hermoso arroyo
sobre el césped nos sentamos;
tú recuestas tu cabeza 665
con placer sobre mi brazo,
y en esta dulce postura
un libro abrimos. ¡Qué ratos,
qué instantes tan agradables!
Al hallar un bello rasgo 670
que pinte bien nuestro amor,
humedece el tierno llanto
nuestras mejillas. «Ovidio,
(juntos exclamamos ambos)
nuestro amor adivinaste; 675
esta pintura, este cuadro
solo a nosotros conviene».
Luego al Petrarca tomamos,
y al ver de su cara Laura
como llora el fin temprano, 680
y no la sigue al sepulcro,
yo te digo arrebatado:
«Tierna Adelina, la muerte
nos llevará un día a entrambos,
pero juntos moriremos... 685
Sí, yo moriré en tus brazos,
tú morirás en los míos».
  —135→  
CONDESA
Es preciso confesarlo,
esos ratos son divinos,
¿pero y luego?
BELTON
Luego el baño,
690
los placeres inocentes,
no dejan un intervalo
en que el fastidio nos canse.
Ya con la cala en la mano
a la orilla del estanque 695
la confianza burlamos
de mil peces; ya en los bosques
de las aves que al reclamo
vienen sin tardar, gozosos
fin ponemos a sus años; 700
ya el baile de las pastoras,
ya el dibujo, ya el piano...
¿Qué sé yo? Mil embelesos
que vendrán a cada paso
a encantar nuestros instantes. 705
CONDESA
¿Y después?
BELTON
El negro manto
—136→
de la misteriosa noche
nos cubre, cuando en tus brazos...
CONDESA
Bueno, y al día siguiente
dime ¿en qué nos ocupamos? 710
BELTON
Al día siguiente el sol
vuelve a alumbrar con sus rayos
la escena en que nuestros pechos
viven, solo deseando
que estos días tan hermosos 715
no tengan fin.
CONDESA
Bravo, bravo,
tu plan, Belton, es divino,
encantador; me ha llenado
el corazón de deleite,
pero tengo un gran reparo 720
que ponerle, no te enfades.
BELTON
¿Un reparo?... ¡Cuál!... Veamos;
—137→
no acierto cual pueda ser.
¿Cuál es?
CONDESA
Que ese plan tan grato
no tiene pies ni cabeza. 725
BELTON
Condesa... ¿En esas estamos?
CONDESA
Belton, ¿alguna novela
te ha dado ese amor al campo?
En verdad que no creyera
te sedujese ese cuadro, 730
de lejos muy seductor,
pero de cerca pesado.
En un libro es muy hermoso
ese placer y descanso,
los árboles, los arroyos 735
que se encuentran en el campo;
pero, amigo, en realidad,
no te canses, todo es falso.
Supongo por un momento
que tu plan ejecutamos; 740
el primer día es divino,
—138→
en todo hallamos halagos;
el segundo todavía
nos ofrece buenos ratos,
pero al tercero cual humo 745
desaparece ese encanto.
Nada nuevo que decirse:
Yo te quiero, yo te amo...
Siempre la misma canción.
La saciedad, el cansancio 750
serán nuestros compañeros,
y de huéspedes tan malos
es necesario guardarse.
La ciudad es el teatro
en que todo nos divierte; 755
si algo llega a fastidianos
lo dejamos; mil placeres
nos buscan a cada paso;
allí no hay monotonía,
y en los deleites variados 760
consiste, amigo, el placer.
Algún día de verano
al campo podemos ir;
pero no como ermitaños
a sepultarnos en vida; 765
no, que jóvenes gallardos,
señoritas seductoras
—139→
vendrán siempre a acompañarnos.
Y cuando tiernos requiebros
me dirija algún muchacho, 770
yo me río, le hago burla,
y con delicia te llamo;
te cuento mis aventuras,
y nos reímos entrambos.
Tú cuando mil señoritas 775
ya te miren al soslayo,
ya digan con disimulo,
que eres mucho de su agrado,
les dices que las adoras,
sin por eso hacerles caso. 780
Los dos de sus suspiritos,
de sus señas nos burlamos.
Así siempre los deleites
vivirán a nuestro lado.
Comidas, refrescos, bailes, 785
ya paseos a caballo,
ya la pesca, ya la caza,
la música, el juego, el canto,
todo vendrá a disputarse
nuestros días, nuestros años. 790
Este es el plan, caro Belton,
que a mí el amor me ha inspirado:
y es preciso que lo apruebes.
  —140→  
BELTON
¡Y podría no aprobarlo!
Tú lo has dicho, eso me basta; 795
no, nada pueden tus labios
pronunciar que no me agrade.
Renuncio, Adelina, al campo
y a mi plan.
CONDESA
Así me gustan
los maridos, todo es malo 800
si su mujer no lo aprueba.
Si quieres ser adorado
sé siempre dócil; no hay modo
mejor de vivir reinando.
Hoy para recompensarte 805
te voy a hacer un regalo.

 (Llama.) 

Ambrosio...
AMBROSIO
Señora...
CONDESA
Al punto
que venga el recién llegado.
  —141→  
BELTON
¿Qué es esto, Adelina mía?
CONDESA
Es un hermoso muchacho, 810
sobrino del tío Ambrosio,
que confío a tu cuidado.
BELTON
Justamente, hace unos días
que uno andaba yo buscando.
¿Es joven? ¿Buena presencia? 815
CONDESA
Tú mismo vas a juzgarlo.


Escena VII

 

LOS MISMOS. AMBROSIO. CLAUDIA. EL NIÑO.

 
CONDESA

 (A CLAUDIA.)  

Amiguito, el señor Belton
quiere tener a su lado
un joven ni más ni menos
—142→
como usted, de pocos años, 820
y de mérito. Me ha dicho
que a usted toma sin reparo.
AMBROSIO

 (Con precipitación.) 

¡El señor Belton! Señora,
no es posible, ni pensarlo.
Mi sobrino tiene faltas 825
muy grandes para tal amo.
No sabe hacer nada, es torpe,
no está aún acostumbrado
a servir. No, no conviene
que ese señor se haga cargo 830
de mi sobrino.

 (Bajo a CLAUDIA.) 

No admitas
a un libertino por amo.
BELTON
Pues ¡esto si que es gracioso!

  (A AMBROSIO.)  

Por nada tengas cuidado,
yo me encargo dél.
AMBROSIO
Y a más
835
—143→
trae, consigo a su hermano,
a ese niñito que a usted
serviría de embarazo.
BELTON
Yo soy amigo de niños;
si se conforma el muchacho 840
no te apures, no.
CLAUDIA
Señor,
siento en el alma... Mis años...

 (Repara su cara.) (Le reconoce.)  

Siento que... que... Jesús mío.

 (Se desmaya.) 

CONDESA
¡Dios! ¿qué es lo que le habrá dado?
 

(Mientras CLAUDIA está desmayada, el NIÑO da señales de mucho enternecimiento; luego que su madre habla a BELTON, la CONDESA que lo sostenía se queda acariciando al NIÑO.)

 
CLAUDIA

 (Después de un rato, con mucha viveza.)  

Siento no poder mostrar 845
de qué gozo me ha llenado
esta bondad de admitirme
a servir a usté, a cuidarlo;
—144→
mi amor, mi agradecimiento,
mis respetos, mis conatos, 850
todo suplirá las faltas
de un infeliz aldeano.
Por premio de mis desvelos
sólo quiero un dulce trato,
el aprecio nada más, 855
el aprecio de mi amo.
CONDESA
Belton, vea usté ese niño,
usted que ama los muchachos.
¡Qué bonito! ¡Qué gracioso!
Dele usté un beso.
BELTON
¡Qué agrado!
860

 (Le da un beso.) 

¡Feliz tu madre, angelito!
CLAUDIA

 (Aparte.) 

Hasta el alma me ha llegado
este beso... ¡Si él supiera!
BELTON

 (A CLAUDIA.) 

¿Cómo se llama tu hermano?
  —145→  
CLAUDIA
Benjamín señor...
BELTON
Buen nombre.
865
Mira desde hoy, me encargo
dél para siempre.
CONDESA
Mi Belton,
vamos arriba a equiparlo.
Protejámosle a porfía,
merece nuestro agasajo. 870
BELTON
Vamos, Adelina mía,
yo lo llevaré en mis brazos.


Escena VIII

 

AMBROSIO, CLAUDIA.

 
AMBROSIO
¿Qué es esto, Claudia? Ese Belton
es un hombre pervertido,
sin costumbres, y en Turín 875
—146→
no hay otro más libertino.
Teme que por un acaso
descubra tu sexo; es vivo,
y mil redes te pondrá
en que caerás sin sentirlo. 880
CLAUDIA
Nada tengo que temer.
Él es... Él es... ¡Oh mi tío!
Él es...
AMBROSIO
Acaba...
CLAUDIA
Es el padre
de mi desgraciado hijo.
AMBROSIO
¿Qué me dices, infeliz? 885
Ese es un nuevo motivo
para evitar su presencia;
te venderá tu cariño,
y el oprobio será el pago
de tu amor. Huye te he dicho. 890
  —147→  
CLAUDIA
No puedo, no, es imposible;
ese hombre que no he visto
más que un momento, ese hombre
que mi perdición ha sido,
mi corazón avasalla; 895
no puedo, no puedo huirlo.
Una voz que acá mi pecho
reanimó cuando abatido
sólo buscaba la muerte;
una voz, cuyo sonido 900
me acompaña sin cesar,
me lo anunció, mi padrino;
me anunció que le vería,
que de mi afecto testigo,
que al ver mi dolor, mis penas, 905
me daría su cariño.
Por Dios, respetable anciano,
concédame usté este alivio,
que viva a su lado.
AMBROSIO
Pronto
el vil que te ha seducido 910
te hará perder la virtud.
  —148→  
CLAUDIA
No, no, jamás; si el cariño
que me ofrece en mis tormentos
es de la virtud indigno,
lo juro al cielo y a usted; 915
antes a sus pies expiro
que ceder: a sus deseos.
AMBROSIO
¡Infeliz! Eres muy niña
para conocer cuán poco
nuestras promesas cumplimos. 920
El amor nada respeta,
nada; la virtud y el vicio
la pasión todo lo iguala.
A veces con un suspiro
se vence la virtud misma. 925
Claudia, no me hagas testigo
de tu deshonor. Escucha,
¡Huye infeliz!
CLAUDIA
Y mi hijo
Benjamín, ese inocente,
¿qué crimen ha cometido 930
para que lo arranque a un padre
—149→
que hemos encontrado hoy mismo.

 (Como fuera de sí.) 

No, no quiero escuchar nada,
no quiero de nadie auxilio.
Lejos de Turín muriera 935
de dolor, y si es preciso
moriré aquí; pero al menos
bendeciré a mi asesino,
besaré sus pies, y entonces
saldrá mi postrer suspiro... 940
Nadie me hable, estoy resuelta,
quiero salvar a mi hijo,
quiero que viva.
AMBROSIO
A Dios, Claudia.
CLAUDIA
Y usted me deja, ¡oh. mi tío!
Me abandona usted ¡oh cielos! 945
Mi padre, ¿qué es lo que he dicho?
¿Qué nuevo crimen, señor,
qué delito he cometido?
Perdóneme usted, perdone...
Solo ha sido un desvarío... 950
—150→
Guíe usted mi incierto paso...
¿Qué debo hacer? Mi delirio
va a perderme sin su apoyo;
deme usted su dulce auxilio.
¿Qué fueras sin la amistad, 955
amor no correspondido?



IndiceSiguiente