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32. -Artes y ciencias

287-212      La mecánica se perfeccionó en el arte de defenderse y de matar, en los artificios, en las naves, como en la ideada por Arquímedes, quien acaso inventó para este fin las poleas y el tornillo perpetuo. Sus teorías son aún el fundamento de los métodos para medir los espacios terminados por curvas, y su relación con figuras y planos rectilíneos; halló la relación aproximada entre el diámetro y la circunferencia del círculo, y entre el cilindro y la esfera; la cuadratura de la parábola, el centro de esfuerzo y gravedad, el equilibrio de los cuerpos sólidos y el peso específico; la arenaria destinada a probar que se puede expresar cualquier número por grande que sea; y se le atribuyen cuarenta inventos mecánicos, de los cuales se sirvió para defender a Siracusa su patria. Entre los demás mecánicos, figuran Ctesibo, inventor de la bomba aspirante, y Herón inventor del sifón y de una fuente que puede considerarse como la primera tentativa de las máquinas de vapor.
     Aún no ha disminuido el valor de los elementos de geometría de Euclides. Apolonio de Perga enriqueció con muchos descubrimientos las matemáticas, sobre las secciones cónicas, la elipse y la hipérbole.
     La astronomía, rica por las observaciones de los Caldeos, fue reducida a ciencia en la escuela de Alejandría. Aristarco determinó con método gráfico la distancia del sol a la luna y a la tierra, y sostuvo el movimiento de ésta. Hiparco abarcó en un cuadro general y metafísico las verdades hasta su tiempo descubiertas, a fin de prever las eventualidades futuras; determinó el año trópico; proclamó la precesión de los equinoccios; calculó la paralaje; formó el catálogo de las estrellas con su posiciones y configuraciones, y adoptó los círculos meridianos y paralelos.
     Estos círculos, trasladados del cielo a la tierra, sirvieron para determinar la posición de los países. Eratóstenes tomó la astronomía por base de la geografía; midió la circunferencia (152) de la tierra, y comprendió que partiendo uno del estrecho de Cádiz y siguiendo el mismo paralelo, podía llegar hasta la India.
     Ayudaron a la geografía las expediciones de Alejandro Magno y de sus sucesores. Bajo los Lágidas se verificó la vuelta a la Arabia por mar. Estableciéronse numerosas escalas a lo largo del mar Rojo, donde llegaban las mercancías de la India por mar también, mientras las caravanas las recogían por tierra en la Persia y la Bactriana. Eudoxio llegó a comprender que podía dar la vuelta al África. Hasta la historia natural tuvo incremento. Teofrasto fundó en Atenas un jardín botánico; fue el primero que habló, en su Historia de las plantas, del sexo de éstas, y relacionó sus órganos con los de los animales. Dioscórides fue largo tiempo autoridad en botánica. Un rey de Egipto hizo una obra sobre los animales, y Mitridates, rey del Ponto, estudió los venenos.
     La escuela médica de Hipócrates fue continuada por médicos ilustres; se osó disecar los cadáveres, se distinguieron las venas de las arterias; Herófilo reconoció los nervios como órganos de la sensación, y como centro suyo el cerebro, analizó el ojo e inventó la anatomía patológica. Más avanzó todavía Erasístrato de Ceos, que curó a Antíoco, hijo del segundo rey de Siria, descubriendo por la alteración del pulso que estaba enamorado de Estratonice. La escuela de los metodistas se extendió por el Asia Menor, y como Homero por los gramáticos, también Hipócrates era analizado, comentado, alterado por los médicos. La escuela empírica excluía las teorías, atendiendo únicamente a los síntomas.
     La música se engrandecía con las fiestas, y Aristóxenes escribió 400 libros musicales; pero ya la inspiración era sustituida por superfluas dificultades, y se separaba la música del canto.
     Se enriquecieron con estatuas y pinturas los palacios y las ciudades; y un Tolomeo envió 600 artistas a los Rodios. Alejandría fue edificada conforme al plano de Sotrato. Desconfiando de alcanzar la belleza de las obras anteriores, los artistas buscaban la novedad en temerarios caprichos, o se ceñían a tímidas imitaciones, obedeciendo a los encargos de los reyes y de los ricos. No puede considerarse como obra bella el coloso de Rodas, apoyado con las piernas abiertas en ambos extremos del puerto de aquella ciudad.




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33. -Filosofía

     Pasados los grandes filósofos, usurparon el nombre de tales abyectos cortesanos o astutos sofistas, que corrompían las costumbres y turbaban la razón. Platón, que eleva los ánimos a la región de las ideas, era supeditado por Aristóteles, que no turba los goces con dogmas severos; y hasta los Platónicos, llamados Académicos, por los jardines de Academo donde se reunían, se atuvieron a la experiencia, al bienestar y a la satisfacción hábil de egoístas inclinaciones. Arquelao indagando el lado débil de las diferentes filosofías, introdujo un docto escepticismo: decía que el creer es propio de necios, y que el sabio no presta su asentimiento a cosa alguna. Tales fueron los cánones de la Academia Nueva. Ilustre en ésta fue Carnéades, quien enseñaba que las sensaciones son ilusorias, y que nuestros pensamientos y nuestras acciones se fundan únicamente en la verosimilitud.
     En Roma dio grandes pruebas de su habilidad sosteniendo el pro y el contra, por cuyo motivo Catón lo hizo expulsar, pero quedaron sus doctrinas. Sexto Empírico perfeccionó el escepticismo aplicándolo a todas las ciencias.
     Al frente de los Peripatéticos estuvo Estratón, quien identificaba a Dios con la naturaleza. Después se propalaron las doctrinas de los Epicúreos, que hacían estribar la moral en la vida dichosa. Los hombres de Estado trataban de reprimirlos; y se les oponían los Estoicos, quienes colocaban la ciencia a tanta altura, que nadie se creía capaz de alcanzarla, y concluían con el suicidio.




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34. -Civilización de los Romanos

793      Muy rudos debían ser los Romanos, si es verdad que Valerio Mesala trajo de la conquistada Catania un gnomon solar, y lo colocó en Roma sin tener en cuenta la diferencia de latitud; y que Mummio, expidiendo las obras maestras tomadas en Corinto, advirtió a los conductores, que si las estropeaban, tendrían que hacerlas de nuevo. Los Escipiones trataron de adornar la patria con las letras y las bellas artes. Livio Andronico de Tarento, fue el primero que puso una acción en escena. Cneo Nevio, calabrés, enseñó a los jóvenes patricios romanos la lengua griega, que conocía al par que el latín y el osco; militó con Escipión; tradujo del griego algunos dramas de Eurípides, compuso un poema, los Anales de la República, y otro en alabanza de Escipión. Atribúyesele la invención de la sátira, encaminada a corregir con la risa; género que cultivaron Marco Pacuvio y Gayo Lucilio (153).
     Los Primeros juegos escénicos se celebraron por las fiestas sagradas, principalmente de Baco, y a Roma acudieron probablemente de la Etruria los actores, llamados histriones en su idioma. Abandonó la juventud romana a estos histriones la representación de los dramas largos, contentándose con recitar las Atelanas, farsas burlescas. Cítanse 19 tragedias de Pacuvio, muchas comedias de Andronico y Nevio, siendo mejores las de Accio Plauto, pero todas ellas traducidas o imitadas del griego. Publio Terencio, esclavo, adquirió gran reputación elevando los caracteres más que Plauto, y evitando las bufonadas. También él traducía, pero libremente, introduciendo personajes y costumbres romanos.
     Al principio los teatros eran de quita y pon. Escauro hizo edificar uno capaz de contener 80 mil espectadores, con 3000 estatuas y 360 columnas. Pompeyo edificó el primer teatro permanente, con quince filas de asientos. Gayo Curión (154) construyó dos semi-circulares, que podían girar sobre un eje con todos los espectadores, a fin de reunirse. Mas para el verdadero drama y la tragedia siempre mostraron poca disposición los Italianos, más aficionados a bufonadas y máscaras, y más que todo a las diversiones del circo, donde había carreras, pugilatos, luchas entre gladiadores, y donde se acostumbraban a la milicia, a la fuerza y a la fiereza.
     Los débiles principios de Roma fueron con frecuencia descritos por los Italiotas, mas las tradiciones nacionales fueron borradas por los Romanos engrandecidos, y la historia primitiva no fue más que una novela. Los primeros que la narraron fueron los Griegos, pero cuando habían perdido el instintivo sentimiento de la edad antigua, sin haber adquirido aún la crítica de la nueva; así es que no buscaban tanto lo verdadero como lo bello y el modo de satisfacer su vanidad. Por eso, unieron a los orígenes romanos la fábula troyana; y cada ciudad, cada familia quería remontarse hasta ella; de modo que la vanidad romana se alegraba del parentesco con los semi-dioses. Los Griegos se consolaban de su perdida independencia, considerando a la vencedora nación como hechura suya. Los primeros Romanos que escribieron sobre esta materia, prefirieron estas poéticas tradiciones a la árida verdad de los primeros habitantes; y copiábanse el uno al otro, sin investigar los hechos, sin fijarse siquiera en las inscripciones ni en las antiguas memorias. Polibio fue el primero que pasó a leer en el Capitolio los tratados entre Roma y Cartago. Catón, al escribir acerca de los Orígenes itálicos, debiera haber examinado documentos de varios pueblos, cuando aún no habían sido devastados, y cuando se entendían sus lenguas; pues lo poco que este historiador nos transmitió se encuentra lleno de ideas y etimologías griegas. Varrón, portento de erudición, ignora el osco y el etrusco, y sigue paso a paso a los Griegos. De estos y otros solo se han conservado fragmentos. Catón escribió sobre el arte militar, pero se ha perdido su tratado; de este autor nos queda el tratado de re rustica, colección de preceptos sobre agricultura.




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35. -La China

     Nos transportamos a una nueva escena; a un pueblo diferente de los que hasta aquí hemos visto, que habla un idioma y emplea unos caracteres distintos de los nuestros, como lo son también sus costumbres, el orden de sus ideas y su organización política. Dotado de una maravillosa perfección en las artes manuales, y de una vastísima literatura, ha dirigido los destinos de la parte más remota del Asia, se remonta por su origen a los primeros tiempos del mundo y cuenta tradiciones no interrumpidas de cuarenta siglos, formando, por no haber envejecido ni haberse renovado, una cadena viva entre la época actual y la antigüedad más remota.
     La China (Chung-ku, centro de la tierra) es un inmenso plano inclinado que desciende desde las altas montañas del Tibet hasta el mar Amarillo, entre los 21 y 41 grados de latitud Norte, con una superficie de 1300000 millas cuadradas y 360 millones de habitantes. Entre 140 ciudades, se distingue Pekín, cuyos altos muros de ladrillo tienen 27 millas de circuito; en ella residen la corte, el tribunal de los príncipes, el de los mandarines, el de rentas, el de ritos, el de los médicos, el de los astrónomos, el de la guerra y el de los delitos; los cuales regulan hoy el imperio como lo dirigían hace miles de años. Otras ciudades importantes son Nanking, capital de la ciencia, como lo son del comercio Cantón y Macao.
     Los ríos Amarillo y Azul (Hoang-ho, Yang-tse-kiang) difunden la riqueza por infinitos canales, siendo asombroso el imperial, que tiene 1800 millas y atraviesa montes y desiertos. El país está defendido de los Tártaros, al Norte, por una muralla de 8 metros de altura y otros tantos de espesor, en una extensión de 1400 millas.
     En su variado clima prospera toda clase de cultivo, entre cuyos productos figura el té, que proporciona al imperio más de 200 millones al año (155). Los emperadores prodigan honores y privilegios a la agricultura.
     Los Chinos son de raza mogola, de cabeza cuadrangular, nariz corta sin ser chata, tez amarilla, escasa, barba y ojos de corte oblicuo. Las mujeres son hermosas, de ojos medio-cerrados, de negra y alisada cabellera y pies artificialmente achicados.
Orígenes      La secta de los Letrados, es decir los secuaces de Confucio, dan principio a su historia auténtica 2637 años antes de J.C.; pero los Tao-sse se remontan a millones de años; al reino del cielo, al de la tierra y al del hombre. Después comparece Fo-hi, 3468 años antes de J.C.; ser simbólico, que inventó la escritura, las bodas permanentes, el gobierno ordenado, el calendario y la cítara. Chu-nung enseñó a cultivar los campos y a extraer la sal de las aguas. Desde Hoang-ti, con el cual principia la era de los Letrados, hasta nuestros días, han transcurrido 75 ciclos de 60 años, durante los cuales se han sucedido 22 dinastías. Hong-ti dividió las conquistas en 10 provincias, cada una con 10 distritos de 10 ciudades. Con diez granos de mijo formó la línea; diez líneas compusieron una pulgada, diez pulgadas un pie, y así sucesivamente. Instituyó el tribunal de la historia y seis astrónomos; enseñó los principios de la aritmética y de la geometría, el ciclo luni-solar de 19 años, y otras instituciones que presentan acumulados sobre su nombre los progresos de muchos siglos.
2357      Al primero de los cinco King, o libros sagrados, reunidos por Confucio, los críticos le conceden una remota antigüedad, muy anterior al Génesis. Empieza con Yao, presentándolo dando salida a las aguas, determinando el curso del sol, de la luna y de las estrellas; modelo de los emperadores sucesivos, administraba justicia en persona, y se cuidaba de ver si el pueblo sufría; labró tierras incultas, abrió canales y determinó los deberes de los ministros.
       Los emperadores elegían su sucesor entre las personas presentadas por los grandes; pero con Yu comienza la primera dinastía, sucediendo al padre uno de los hijos.
2208
       Los emperadores asumían a un tiempo la autoridad civil y la religiosa, como hijos y herederos de la grandeza Tien en la tierra; y parece que se tenía un elevado concepto de la divinidad, hasta el punto de sentar que todo el mérito de la oración y de los sacrificios está en la piedad de la intención. Los jesuitas, con el intento de acercar la religión de los Letrados a la católica, para vencer la repugnancia de los chinos a las innovaciones, buscaron analogías entre sus primeros reyes y los patriarcas, entre las tradiciones chinas y las mosaicas, y por no impugnar su antigüedad adoptaron el cálculo samaritano, con preferencia a la cronología de la Vulgata. Desde muy antiguo han escrito libros los Chinos; conocieron el papel y la impresión; hubo un tribunal expresamente para vigilar la historia, y son maravillas de erudición y de tipografía los Prospectos Cronológicos (Li-tai-chi-sse) en cien volúmenes, hechos imprimir en 1763. Pero Chuang-ti, jefe de una nueva dinastía, queriendo borrar la memoria de sus predecesores, hizo quemar todos los libros de historia. De lo poco que se salvó ha sacado gran provecho Ma-tuan-li, el Varrón chino; y parece que los tiempos ciertos no empiezan hasta 1122 años antes de J.C. El análisis de sus caracteres figurados no deja creer en una remotísima civilización; y los 143127 años que da a aquella historia Lie-u-hinc, es el resultado del cuadrado de 9 (81) multiplicado por el período de los 19 años, y después por 3, número exaltado por Confucio.
 
 
 
 
246
 
Dinastías      Pertenece a Yu la fundación de la 1 dinastía, en 2205; la 2 data de 1766; la 3 de 1122, cuyo jefe fue Vu-huang, grande hombre, que tuvo 7 historiógrafos, restableció las buenas costumbres antiguas, y puso orden a los señoríos feudales que se habían establecido en varios sitios. Los sagrados anales refieren los dichos y hechos del ministro Cheu-Kung, astrónomo, que conocía las propiedades del triángulo y de la aguja magnética. Los sucesores dan lugar a la división del reino y a los desastres de la anarquía, hasta que, en los últimos tiempos, aparecen dos grandes hombres: Lao-seu (156) y Cung-fu-tseu (157), jefes de dos escuelas, una metafísica (los Tao-sse (158)), y otra moral (los Letrados).
Lao-se (159)      Como la de todos los grandes hombres, su vida es rodeada de circunstancias milagrosas. Lao-seu, deplorando los males de la patria, buscó la sabiduría en los extranjeros, y la depositó en el Tao-te-king, donde investiga el origen y el destino de los seres, partiendo de la unidad primordial para llegar a un panteísmo absoluto. La oscuridad y el formalismo de sus doctrinas ofrecieron gran campo a las interpretaciones ya de Tao-sse, ya de los jesuitas, que pretendieron reconocer en ellas vestigios de las tradiciones hebraicas. Distingue en el hombre un principio material y otro luminoso, mas no explica lo que le acontece después de la muerte.
604 a. de J.C.
 
 
 
     Más importante es su moral, tranquila, humilde, superior a las pasiones, a los intereses y hasta a la gloria, encaminada a obtener la impasibilidad. Exagerada, ocasionó por una parte el ascetismo monacal, y por otra el egoísmo que le hizo llamar por algunos el Epicuro chino, cuando más bien se parecía a los Estoicos. Sus secuaces (Tao-sse) introdujeron cábalas y prácticas supersticiosas, y se mezclaron con los Budistas.
Confucio      Las personas cultas prefirieron la doctrina de Kong-fu-tseu. Ni crédulo ni engañador, confiaba en el Señor; no indagó cuestiones metafísicas, ni quiso introducir novedades, pero recogió y ordenó las doctrinas antiguas, y apeló a la primordial sabiduría. Obedecer al Señor del cielo, amar al prójimo como a uno mismo, domar a los instintos, no guiarse por las pasiones, escuchar en todo a la razón: tal era su doctrina. Reduce las virtudes a la piedad filial, deduciendo todos los deberes de los domésticos; pues cree que la familia, el Estado y el universo han sido forjados bajo un mismo tipo. Según tal principio, la propiedad pertenecía toda al jefe, y todas las voluntades dependían de la suya; de donde nace una estabilidad sin progreso, como vemos en la China, diametralmente opuesta a la Grecia. Sus discursos son bellos, y su moral, precisa; pero faltos siempre de entusiasmo y de unción; son virtudes inflexibles expuestas en inflexibles formas. Habló tan vagamente de Dios y de la vida futura, que sus discípulos dedujeron (160) de sus obras el panteísmo y el ateísmo, y más comúnmente la indiferencia, sin culto, sin sacerdotes y sin imágenes; no quedándole al pueblo ni siquiera un pedazo de cielo adonde alzar los ojos en el dolor y en el cansancio. Sin embargo, su doctrina está asociada, desde hace 22 siglos, a la legislación de aquel gran pueblo.
551-479
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Mencio      Digno de seguirle al lado fue su discípulo Meng-tsen, cuyo libro, unido a los tres de los apotegmas de Confucio, debía ser aprendido de memoria por aquellos que aspiraban a los empleos.
400-316




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36. -Constitución y cultura de los Chinos

     Confucio y Mencio contribuyeron grandemente al edificio político de la China. No hubo superposición de pueblos, y por consiguiente tampoco hubo Castas; antes bien puede considerarse este pueblo como una familia, que desarrollándose, llegó a formar un grande imperio, fundado en la piedad filial, extendida desde el hogar doméstico hasta el trono. Esta forma patriarcal está expuesta a degenerar en tiranía, pues el rey ejerce poder absoluto sobre las personas y las cosas. Semejante despotismo se halla atemperado por la institución de los Letrados, esto es de la doctrina que abre el camino a todos los altos puestos. El más oscuro muchacho, estudiando y quedando bien en los exámenes, puede subir a las más elevadas dignidades, y emparentar con las más ricas y encopetadas familias. Ni el rey mismo puede conferir poder ni dignidad a quien no sea designado por los Letrados, y debe respetar a estos cuando le digan la verdad.
     Fuera de esto, el emperador es déspota; cuando dirige la palabra a los cortesanos, éstos deben prosternarse; cuando sale, se cierran todas las casas; aquellos que lo encuentran en su camino deben volver las espaldas; le preceden muchos satélites, prontos a castigar o a dar la muerte al que infrinja los mandatos.
     No menos absolutos son los mandarines en sus provincias, cometen toda clase de vejaciones y saben evitar que su conducta llegue a oídos del emperador. Ningún puesto ni título es hereditario. La justicia es gratuita y pública, y sin abogados. La legislación está comprendida en 74 volúmenes y se extiende a todas las circunstancias de la vida y del Estado. La pena más común es el bambú y el kia, collar de madera en el cual se meten cabeza y manos.
     La religión, más que sentimiento, es un reglamento de Estado y de disciplina. La de Confucio, seguida por los Letrados, se reduce a una razonada indiferencia. Los Tao-sse profesan la religión de los espíritus; otros la de Buda con el nombre de Fo; cada cual es libre de seguir la que le plazca pero la ley prescribe las formas exteriores y las ceremonias que subsisten desde hace muchos siglos, como todas sus instituciones.
Lengua      La lengua, hablada o al menos comprendida por un tercio del género humano, es diferente de todas las demás. No emplea categorías gramaticales ni clasifica las palabras, sino que funda las relaciones de las partes del discurso en la ilación del pensamiento, reduciéndose todo a la sintaxis. Una misma palabra a veces es sustantivo, a veces adjetivo, otras verbo, otras preposición, y el sentido del contexto en la base de su inteligencia. No ha de buscarse, pues, en el diccionario el valor de una palabra, sino deducirlo de su sentido. Esta lengua, más que en el hablar consiste en el escribir; así es que a veces, en la conversación sucede que se toma una tablilla y se escribe en ella lo que se quiere dar a comprender.
Escritura      La escritura es también muy singular. Al principio se usaron únicamente caracteres figurativos; después se compendiaron y variaron, hasta formarse 85000 signos silábicos, reducidos luego a 540 radicales. Unos son simples, es decir imágenes y signos inseparables; y otros compuestos, donde concurren muchos signos para expresar una sola idea. Por la necesidad de expresar las relaciones, o los nombres propios, o los de lugares extranjeros, la escritura, de simbólica que era se convirtió en silábica, mas nunca supo ser alfabética.
     Los Japoneses, de civilización y lengua afines pero no iguales a las chinas, adoptaron los caracteres, la literatura y las instituciones de los Chinos, pero conservaron las huellas de su origen distinto. Esta imperfección de la escritura es otro obstáculo para los progresos de aquellas naciones.
Artes      Conocidos son sus dibujos, sus vasos, sus barnices, su exactitud en la imitación de los objetos naturales; pero su fantasía está aletargada, y las artes, faltas de libertad, no pueden salir de determinadas condiciones impuestas por las leyes del país. Las casas son cómodas, y no faltan bellos edificios, construidos con ladrillos barnizados, y convenientemente dispuestos según su destino. Merecen alabanza los caminos, que atraviesan montes y valles, con puentes suspendidos sobre hondos precipicios, o de piedra sobre anchísimos ríos. Abundan los arcos triunfales, las tumbas adornadas, y las torres incrustadas de porcelana. Todo esto despierta la admiración, pero no el dulce sentimiento que producen la belleza y la fuerza proporcionada al fin para que se emplea.
Ciencias      En las ciencias de observación hubieran podido progresar los Chinos siendo como son atentos y minuciosos; pero les detiene una multitud de preocupaciones. Según ellos, deben ser dos los principios de la naturaleza, el cielo y la tierra, el vacío y la plenitud; tres las virtudes y los vicios; tres los primeros reyes; cuatro los mares, las montañas, las estaciones y los pueblos bárbaros; cinco los elementos, los colores, los planetas, las especies de granos, las vísceras y las relaciones sociales; siete los misterios y las desgracias; y así hasta ciento, número de las familias chinas, y hasta 10000 que indica la universalidad de las cosas. Esta caprichosa clasificación irrevocable debe ser una traba para el pensamiento, oprimido bajo esas combinaciones arbitrarias y falsas.
     En la medicina reunieron casos especiales, sin deducir ninguna teoría. Tienen gran práctica en el pulso, y poseen una penetrante observación de todos los síntomas; mas después de sutilísimos diagnósticos, deliran en las aplicaciones. También en la historia natural observan minuciosamente las apariencias, sin indagar la estructura interior, ni las composiciones químicas. Después la filosofía atomista de Schud-hi paró los descubrimientos, dando razón a todas las cosas por vía de la quietud y el movimiento, expansión y contracción. Desde muy antiguo conocen la numeración por decenas, pero tienen una cifra distinta del 10, lo que entorpece las operaciones aritméticas; por cuyo motivo prefieren los métodos mecánicos con cordelillos (suan-pon). En su historia se refiere un eclipse de sol, ocurrido en 1218, y la conjunción de cinco planetas en 2459; Delambre pretende encontrar una serie de eclipses no interrumpida por espacio de 3858 años. La astronomía de los Chinos es original, pues refiere siempre al ecuador los movimientos celestes, antes que a la eclíptica. Desde el cuarto siglo de J.C. comienza una serie no interrumpida de observaciones sobre los solsticios, los eclipses y los cometas. En el siglo XIII aparece Cochen-king, observador experto. Después de él, la ciencia decae hasta la llegada de los jesuitas, a quienes son confiados los observatorios.
     Casi un siglo duró la impresión de la Enciclopedia, donde reunieron los Chinos todo su saber, bajo clases bien determinadas. Desde tiempo inmemorial conocen la brújula, los pozos artesianos, las casas de hierro y el alumbrado de gas; la estereotipia desde el siglo X, el papel moneda desde el siglo XII, los naipes, muchos aparatos de fuerza y los cañones.
     El emperador Kien-lung decretó en 1773 una colección de las obras chinas más estimadas, y la colección ya pasa de 160 volúmenes. Los más antiguos son los cinco King, o libros canónicos, recogidos y completados por Confucio. El Chu-king contiene hechos y discursos de los patriarcas, muy anteriores a los libros de Moisés. El Y-king versa sobre las combinaciones de las seis líneas horizontales, tres seguidas y tres cortadas que forman 64 figuras; álgebra intelectual, a muy pocos accesible. El Li-King trata de las ceremonias. El Yo-King contiene las plegarias y cánticos de los antiguos. El Chi-King comprende 111 cantos populares, recogidos por los emperadores en sus viajes, como el mejor modo de conocer las inclinaciones del pueblo.
     Siguen otros libros de segundo orden, de texto para instrucción primaria y enseñanza superior. La poesía fue recomendada por Confucio, y ha sido tan cultivada, que el letrado que no hace versos es comparado a una flor sin fragancia. La prosodia es minuciosa y rígida, y hace degenerar a menudo los pensamientos en sutilezas y enigmas. No tienen poemas épicos, ni pastoriles; pero sí canciones y poesías ditirámbicas.
Elocuencia      Los censores, semejantes a los tribunos del pueblo de Roma, a menudo reprimían en los reyes antiguos los vicios y torpezas, dando pruebas de elocuencia y de valor. En tiempos tranquilos, la elocuencia tendía a reprender las malas costumbres y el abandono de las antiguas prácticas; merece especial elogio Se-ma-Kuang, que en el siglo XI fue ministro de cuatro príncipes sin adularlos.
Historia      La historia recogía todo los hechos, por minuciosos que fuesen, pero no se publicaba hasta después de la muerte del que reinaba. La historia del reinado de Lu, de Confucio, es un modelo de sobriedad y concisión. El emperador Vu-ti mandó recoger los libros que se habían salvado de la destrucción decretada por Chi-uang-ti. Sse-ma-tsian acertó a reconstituir la historia antigua (Sse-Ki), y a merecer de los misioneros el título de Heródoto chino. Sin ser igualado por ningún otro, sirvió de modelo a sus sucesores. Los trabajos de varios autores forman Las 22 historias en 60 volúmenes. Cada ciudad tiene además su historia particular, en cinco partes: en la primera se describe el país; en la segunda sus producciones; en la tercera sus tributos; después los monumentos, y por último sus personajes ilustres.
Novelas      Nada refleja tanto las costumbres y los sentimientos de los Chinos, como sus novelas y sus comedias. La novela es antiquísima, y en ella abunda menos el trabajo de la imaginación que el de la razón; particulariza minuciosamente, sin atender mucho al conjunto; toma los personajes de la clase media, y describe la vida doméstica y las costumbres caseras.
     No tienen verdaderos teatros; constrúyenlos con cañas y telas, y los comediantes no tienen más reputación que las sombras chinescas, las figuras de movimiento y los saltimbanquis. Dan representaciones durante los banquetes, con libres frases y descompuestos ademanes. Son numerosísimas las composiciones dramáticas, distribuidas en actos y escenas, con trozos líricos y mezclas de prosa y verso. Algunas de estas obras han sido traducidas en idiomas europeos.
Costumbres      Siendo eminentemente nacionales, las obras dramáticas revelan las costumbres del pueblo, aquella vida acompasada e inmutable, su larga cadena de subordinación, su amor pueril a lo bello, sus indispensables ceremonias, la importancia de los letrados, un vacío inmenso bajo aquella desnuda elegancia. Bajo una apariencia pacífica, ocultan el odio y la venganza. Son apasionadísimos al juego. Fatalistas, ven al incendio destruir sus ciudades, sin evitar las ocasiones de prender fuego, y sin apagarlo. Es general el uso de talismanes y amuletos. Viven sobriamente de arroz, gatos, serpientes y ratones. Poco aficionados a los licores, beben té. En las fiestas públicas y domésticas, gastan sus ahorros. La poligamia es permitida a los grandes; pero una sola mujer tiene la preeminencia, estándole sujetas las demás. La mujer es considerada por la familia, y el que la quiere gratis, va a buscarla a la casa de expósitos. El divorcio es fácil. Las mujeres son siempre esclavas; sin embargo son vivarachas, amables y hasta hermosas a pesar de sus artificios de tocador.
     Se contrarresta el incremento exuberante de la población, echando los recién-nacidos a los perros o al río. Los padres son castigados por los delitos de los hijos; y como éstos son los únicos que pueden dedicar honras fúnebres a los padres, causa horror verse privados de ellas, y quien no tiene hijos varones los adopta. Estos lazos póstumos hacen que los funerales sean pomposos, largo el luto y bien cuidadas las sepulturas. En toda familia se tiene la sala de los abuelos, en la cual, en días determinados, se reúne toda la parentela.
     Todo acto está arreglado a un invariable ceremonial de palabras y gestos, que ocasiona una inmensa pérdida de tiempo y hace desairar a los extranjeros que no lo conocen. Todo, en fin, parece destinado a eternizar la puericia de los individuos y de la nación. Hay paz sin justicia, riqueza sin comodidades, ceremonias sin amor, moral sin práctica, y un severo dominio patriarcal. Los Chinos son laboriosos y van a buscar trabajo por América y la Australia, llevando siempre consigo los féretros, dentro de los cuales son trasportados a su patria, si mueren. Este es su único culto. Las necesidades materiales son satisfechas en la China, pero no las intelectuales. El progreso llamó en vano a sus puertas, hasta que intereses nuevos y comunes con los nuestros la abrieron al tráfico como a la civilización, y va desapareciendo este último refugio del genio oriental, para ceder el paso a la equidad y a la libertad.


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Libro V

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37. -Constitución y economía de Roma

     Cómo pudo Roma, siendo república tan pequeña, realizar tantas conquistas? Porque supo sacar nuevos elementos de vida de los países que conquistaba; porque el pueblo vencedor, en vez de rodearse de una barrera exclusiva, como los asiáticos, acogió siempre gente nueva.
     La plenitud de los derechos (optimo jure cives) solo competía a quien estuviese en estado de llevar las armas. Los patricios, descendientes de los primeros Quirites, o agregados por méritos particulares, podían conservar en su casa las efigies hereditarias, poseían el terreno público, se reunían en los comicios por curias con la lanza en la mano; solo ellos eran jueces y pontífices, y solo ellos podían tomar aquellos auspicios, sin los cuales no tenían autoridad las decisiones.
     La plebe formaba un pueblo distinto, con ricos y jefes, y reuniones propias. La historia interior de Roma consiste en las luchas de la plebe para insinuarse en la sociedad de los patricios e igualarlos en los derechos políticos. El primer paso consistió en que los obtuvieran los tribunos, el veto de uno de los cuales bastaba para suspender las decisiones del senado; eran sagradas, inviolables sus personas, y acusaban a los magistrados al terminar su cargo. Con tales medios consiguieron que fuesen reconocidos el derecho de propiedad y los matrimonios de los plebeyos, los cuales paulatinamente fueron haciéndose aptos para ejercer todos los empleos y hasta el consulado.
Tribus      El número de las tribus se aumentó hasta 35: cuatro urbanas (Colina, Esquilina, Palatina y Suburrana), y las otras rústicas. A las primeras se agregaron todas las personas que no tenían patrimonio estable, por lo cual fueron siempre las rústicas las más distinguidas.
     El pueblo fue dividido en 6 clases a proporción de las facultades, siendo la nobleza de la sangre reemplazada por la del dinero.
     El poder soberano residía en la asamblea, a que pronto la plebe opuso los comicios por tribus, convocados y presididos por los tribunos, sin necesidad de consultar los auspicios. En estas asambleas populares se elegían los cargos inferiores de Roma y todos los de las provincias, el pontífice y los sacerdotes.
     En los comicios centuriados intervenían todos los Romanos de la ciudad o del campo que pagasen cuota y sirviesen en campaña; ellos ejercían el poder legislativo y elegían el ejecutivo.
     Cada una de las seis clases comprendía muchas centurias; cada una daba un solo voto colectivo, y las que se componían de unos cuantos ricos predominaban sobre los últimas, en las cuales estaban acumulados los pobres. La primera clase, de 98 centurias, preponderaba por sí sola sobre todas las demás juntas. Los ciudadanos gozaban autoridad diferente, según la clase; autoridad que era tanto mayor cuanto mayores eran sus riquezas y menor el número de individuos de su centuria. Los ricos, elegidos censores por las asambleas centuriadas, iban agregando a los pobres a las tribus urbanas que votaban las últimas, y conservando en las rústicas a los ricos, quienes prevalecían de este modo hasta en los comicios por tribus.
Caballeros      Los caballeros formaron un orden intermedio, entre el senatorial y el plebeyo; eran al principio los que solo podían militar a caballo. Nació luego la institución de la censura, cuyos miembros tenían que haber nacido libres, poseer un censo prefijado o reunir méritos personales, y eran admitidos o excluidos, a juicio de los censores.
Senado      Los 300 senadores eran elegidos por los cónsules al principio, y por los censores después; formaban el consejo soberano de la república, custodiaban el tesoro, revisaban las cuentas, asignaban las provincias a los magistrados, y daban títulos de rey o de aliado; decidían de la paz o de la guerra, levantaban y licenciaban a las tropas, juzgaban en última apelación y ejercían la suprema inspección religiosa. Sus deliberaciones (senatus consultum), si bien no eran leyes, se tenían por obligatorias.
     Los censores al principio administraban las rentas de la república, y registraban a los ciudadanos según el censo, con la facultad de inscribir y borrar a quien quisieran en los catálogos de senadores, de caballeros y de las diversas tribus. Con esto llegaron a erigirse en custodios de las buenas costumbres, castigando las faltas que se hallaban fuera del alcance de la ley: como la ingratitud, la dureza con los hijos, el maltratar a los esclavos, la embriaguez y las indecencias. Eran sobre todo rigurosos con los senadores.
Leyes      En primer lugar, toda ley se sometía a la sanción del Senado: aprobada por éste, se promulgaba en tres mercados sucesivos. Después se convocaba al pueblo en el Campo de Marte y se ponía la ley a votación. Las resoluciones de la plebe (plebiscito) eran obligatorias para todo el pueblo. Jamás fueron derogadas las XII Tablas, pero sí modificadas por los edictos de los pretores y de los ediles.
Cónsules      Estaban a la cabeza del gobierno dos cónsules anuales, que debían captarse la amistad del Senado, puesto que éste podía prorrogarles el mando del ejército y dar o negar las sumas necesarias, y también la del pueblo que debía servirlos en la guerra y examinar los gastos y los tratados. Después de haberse extendido las conquistas, los cónsules no estuvieron ya bajo la vigilancia del Senado, pues que pactaban con los vencidos, levantaban tropas, imponían tributos y se acostumbraban al mando despótico.
Pretores      El derecho civil regulaba y protegía las acciones del ciudadano romano; el derecho de gentes abrazaba la equidad natural y los principios jurídicos en que todos los pueblos cultos convienen. Para aplicarlos, se elegían un pretor urbano y otro peregrino; después se aumentó este número. Al tomar posesión de su empleo, debían hacer, en un edicto, profesión de sus principios y del método que pensaban seguir; con lo cual progresaba la legislación, según la opinión y las costumbres, sin necesidad de trastornos.
Dictadores      Los límites de la autoridad eran mal determinados; llegaba ocasión en que siendo menester remedios prontos y eficaces, aniquilábase la constitución confiriendo el poder absoluto a un dictador, que podía convertirse en tirano.
Culto      La autoridad religiosa no fue nunca de gran peso. Pontífices, augures, quindecenviros y epulones formaban cuatro colegios sacerdotales. Cuatro inferiores comprendían los hermanos Arvales, los 25 Ticienses, los 20 Feciales y los 30 Curiones. Los Arúspices leían en las entrañas de los animales lo que la prudencia de los padres consideraba conveniente sugerir al vulgo. A particulares divinidades se consagraban los Galos, los Lupercios, las Vestales, los Flámenes y los Salios, ayudados por sacristanes, notarios, carniceros, músicos y camilos. El pontífice máximo era elegido por el pueblo, e inamovible; presidía un consejo de cuatro patricios, a los cuales se agregaron más tarde cuatro plebeyos. Los sacerdotes no constituyeron nunca un cuerpo compacto y preponderante, siendo al mismo tiempo ciudadanos y magistrados; la religión sirvió siempre al Estado, dando lugar a que la gente culta se burlase de los ritos y de los auspicios. El fuego sagrado de Vesta era custodiado con extraordinario celo, pues su extinción se consideraba como una calamidad pública. Las Vestales eran precedidas por un lictor, y el reo de muerte que encontrase a una, era absuelto. El pueblo se abandonaba a una infinidad de supersticiones; había divinidades para cada día; causaban misterioso terror el estornudo, el tropezar en el dintel de la puerta y el oír palabras de mal augurio.
Ciudadanía      Roma era un municipio, y al pronto aceptaba a los advenedizos; después trasladó la ciudad al exterior, creando ciudadanos romanos fuera del territorio de Roma, y asociando a los pueblos para el propio incremento. Las siete colinas estaban cercadas de ciudades que gozaban del derecho de sufragio como los Romanos; algunas de estas ciudades eran socii, esto es entregadas sin guerra, y gozaban de plenos derechos; otras eran fderati, recibidas después de vencidas y en condición inferior.
     Seguían los municipios, con leyes propias, decuriones y decenviros, mas sin derecho de sufragio en Roma. Venían luego las 50 colonias de la Italia central, y 20 más lejanas, todas con derecho de ciudadanía, aunque sin voto. Pueblos enteros poníanse bajo el patronato de alguna familia, por ejemplo, los Alobroges bajo el de los Fabios, los Sicilianos, bajo el de los Marcelos, los Boloñeses bajo el de los Antonios.
     Los Latinos ocupaban una situación media entre los extranjeros y los ciudadanos, con prohibición de hacer la guerra y celebrar asambleas generales; prohibición que duró hasta que todos los Italianos adquirieron la ciudadanía, conservando sus leyes propias y la exención de tributos. El derecho itálico no concedía privilegios al ciudadano aislado; no hacía más que dar a la ciudad, colectivamente considerada, la propiedad quiritaria del terreno y el comercio; de lo que nacía la exención del impuesto; solamente en la metrópoli se ejercían los poderes nacionales, y si los comunicaban a otros pueblos, era con la condición de usar de ellos tan solo en Roma.
Provincias      Pero en suma estos derechos reducíanse a militar en el ejército, sufriendo, por lo demás, toda clase de supercherías de parte de los magistrados. Peor estaban las provincias, donde se usurpaban todas las libertades constitucionales, y se suponía que el suelo pertenecía al pueblo romano, siendo de los habitantes el usufructo. Un senadoconsulto determinaba la organización de las provincias, y a un magistrado romano pertenecían la jurisdicción, la administración y el mando militar. Solo a las ciudades se les dejaba una administración propia, a la manera antigua.
     Para gobernar sus provincias, el Senado mandaba cónsules que habían terminado su cargo, y pretores, quienes exponían en un edicto de jurisdicción, la norma con que iban a gobernar. Procurábase introducir la lengua y las costumbres romanas, y a veces hasta la religión; se prohibían y ordenaban algunos cultivos, según convenía a Roma; y los gobernadores lo podían todo impunemente. Tampoco constituyeron nunca las provincias una unidad nacional. Exceptuando las 35 tribus, la administración y la legislación variaban en cada país, sin tener una acción central. Esparcíanse los Italianos en tropel por los países conquistados, atraídos por el comercio, por la agricultura y por los empleos, difundiendo la lengua, la civilización y el respeto del nombre de Roma.
Rentas      Las rentas se sacaban del tributo que se imponía, o bien a los ciudadanos, que pagaban una contribución territorial; o bien a las provincias. Además se tenían terrenos públicos en Italia y fuera de ella. En los puertos y en las fronteras se exigían gabelas por las mercancías, sobre la venta de esclavos y sobre la explotación de minas, especialmente de España. Pero no todas las entradas concurrían a un centro solo, por cuyo motivo, el balance arrojaba reducidas cantidades.
     A veces se recurría a los empréstitos, o se alteraba la moneda, o se reducía la deuda. Livio Salinator introdujo el monopolio de la sal; pero los principales ingresos eran constituidos por las conquistas. Siendo escasa la industria, todo se traía del exterior. Pingües beneficios proporcionaba a los particulares el arrendamiento de las contribuciones, subastadas cada cinco años por los censores; el negocio era generalmente obtenido por los caballeros, quienes aumentaban la deuda de las provincias por medio de vejaciones y enormes usuras.
     El erario, donde ingresaban los fondos exigidos por los publicanos, estaba bajo la vigilancia de veinte cuestores, y la distribución de los fondos era dispuesta por el Senado. Custodiábase el erario en el templo de Saturno.
Ejército      La disciplina militar era severísima. Durante la paz, no se tenían soldados; en cuanto amenazaba el peligro, el cónsul los llamaba a todos a las armas; en tiempo de guerra, todos los ciudadanos, hasta la edad de 46 años, estaban obligados a tomar las armas. Cada legión se componía de 6000 infantes, y cada cónsul levantaba dos. En el campo de batalla, se disponían en cinco divisiones: los Príncipes, los Astatos, los Triarios o Pilanos, los Rorarios y los Accensos. La caballería por lo regular no sirvió más que para sostener por los flancos a los infantes. Los Rorarios, tropa ligera armada de hondas y arcos, empeñaban la acción. Si hallaban resistencia, entraban en combate los Príncipes, y después los Triarios; de modo que el enemigo estaba expuesto a tres nuevos ataques. Los Accensos componían la reserva. El soldado llevaba, además de las armas, los palos para formar la trinchera alrededor del campamento; andaban 20 o 24 millas en 5 horas, y eran empleados además en la construcción de caminos y canales. El espíritu militar penetraba por todas partes, siendo militares todos los ciudadanos, y habiendo quienes a un tiempo eran magistrados y capitanes. Los soldados gregarios vivían de su escaso sueldo o de los repartos verificados después de los triunfos; y al envejecer, se veían abandonados a la miseria.




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38. -Leyes agrarias. Los Gracos

     Si al principio fue estimada y honrada la pobreza, después todo el mundo no pensaba más que en enriquecerse por todos los medios, especialmente estrujando a las provincias. Poco a poco la constitución se transformó en una aristocracia pecuniaria, habiendo sabido los nobles incautarse de la mayor parte de los campos conquistados, y absorber luego las pequeñas porciones distribuidas a los plebeyos, quienes, no pudiendo ganarse la vida con las artes mecánicas, por ser oficio de esclavos, se hacían mendigos, viviendo de la munificencia de los ricos o del público.
     Ni siquiera los ricos eran igualmente privilegiados. Los pequeños propietarios pagaban un censo sobre las tierras, las casas, los esclavos, el ganado y el bronce acuñado (res mancipi), mientras que los grandes no pagaban impuesto por los bienes adquiridos, ni por las cosas de lujo (res nec mancipi) que constituían la fuente principal de su riqueza. En el Senado y en los empleos se enriquecían merced a los donativos, a las misiones en las provincias y a las espórtulas. Faltando la utilísima clase de los industriales y negociantes, no había más que propietarios y pobres. Al principio se procuraba sacar de la tierra el mayor producto bruto, esto es los comestibles, de modo que la población iba creciendo. Posteriormente se buscó tan solo el producto líquido, convirtiendo los campos de cultivo en prados, que requerían poquísimos brazos.
     Sin artes y sin propiedad, la plebe no tenía más recursos que la guerra o, en tiempo de paz, el trigo y la sal que obtenía de la liberalidad de los ricos. Cuando por resultado de la victoria sobre Perseo, se aumentó el orgullo romano, ya no se cuidó el Senado de los padecimientos del vulgo. Los esclavos bastaban para cultivar las extensas posesiones, y un pastor era suficiente para guardar un numeroso rebaño. A los agricultores no les quedaba más recurso que llevar sus inútiles brazos a Roma, donde se distribuían víveres, o marcharse a alguna colonia, o vender su voto a los candidatos. Pero el Senado ensoberbecido no fundaba ya ninguna colonia; los censores habían reunido en la tribu esquilina a todos los pobres, cuyos sufragios muy raras veces eran necesarios. Los mismos juicios fueron sustraídos a la plebe, con la creación de cuatro tribunales permanentes. Así los plebeyos estaban destinados a morir de hambre, porque de los países conquistados afluían millares de esclavos, que cultivaban la tierra y servían en los palacios, adquiriendo por sus servicios la libertad y el título de ciudadanos.
     Solo los libertos llenaban el foro; pero siendo codiciosos de bienes, podían convertirse en un arma terrible en manos de un demagogo que quisiese combatir la tiranía aristocrática. Otra multitud acudía de las provincias y de los municipios, para sustraerse a las vejaciones de los magistrados y buscar fortuna en Roma. Los que más acudían eran los Italianos, de modo que la península se despoblaba para llenar la capital. Hasta las colonias, donde se había difundido la pobretería romana, habían llegado a ser presa de los caballeros, quienes usurpando tierras y poderes hacían cultivar los campos por esclavos.
       Mejorar las costumbres, inspirar al pueblo el amor de la industria y de los campos, sustituir a los esclavos con una clase laboriosa, reprimir el despotismo del Senado y la avidez de los caballeros, escuchar los lamentos de las provincias y de los municipios, regularizar la afluencia de los advenedizos a Roma: tal fue la empresa de los Gracos y de las leyes agrarias. Pues a pesar de tan levantadas miras, fueron acusados de querer expoliar a los propietarios a favor de los que nada poseían. Los terrenos conquistados pasaban en parte a ser propiedad pública (ager publicus), y el que los adquiría no era propietario absoluto de ellos, sino que pagaba un censo (vectigal). La distribución se hacía por los nobles que se quedaban con lo mejor, y dejaban caer en desuso el censo, de manera que ya no se podían distinguir luego sus bienes de los de propiedad particular. Pues bien, estos terrenos usurpados eran los que las leyes agrarias trataban de repartir; Licinio Estolón reclamó para el pueblo la tierra y el poder político, queriendo que ninguno poseyese más de 500 yugadas (125 hectáreas) de terreno, ni más de 100 cabezas de ganado mayor. Pero esta ley no tardó en ser eludida.
 
 
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     Tiberio Sempronio Graco, casado con Cornelia, hija de Escipión el Africano, fue padre de Tiberio y de Gayo, quienes fueron educados en las artes más exquisitas y en los sentimientos más humanos, de modo que no hubo quien les igualase en la elocuencia y en las armas. Aborrecían grandemente la corrupción y la injusticia legal. Para asegurar a Roma la soberanía del mundo, comprendieron que era preciso no dejar perecer la robusta raza itálica, y favorecer la población libre.
Tiberio Graco      Tiberio, nombrado tribuno de la plebe, propuso que ningún rico pudiera poseer más de 500 yugadas de tierras públicas, pasando éstas a ser propiedad libre; y que los terrenos sobrantes se distribuyesen entre los pobres y permaneciesen inalienables. La plebe confirmó la proposición; pero los nobles alegaban su prolongada posesión, durante la cual habían hecho mejoras y edificios, y la dificultad de distinguir los terrenos libres de los de origen público. El tribuno Octavio se oponía a la aplicación de esta ley; pero Graco logró hacerlo destituir: primer golpe dado a la autoridad tribunicia. Irritado de la perfidia del Senado, volvió a proponer la ley Licinia en su antigua severidad, dando amplias facultades a los triunviros para hacerla observar inmediatamente. Propuso que se extendiese a toda la península el derecho de ciudadanía romana, y que la herencia de Atalo III, rey de Pérgamo, se distribuyese entre los ciudadanos pobres.
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133      Los caballeros amenazados le hostigaban; lo protegía mal la plebe favorecida; y por fin murió a manos de sus enemigos sublevados, siendo su cadáver arrojado al Tíber. Pero el pueblo y los Socios Italianos reclamaban todavía la ley agraria. Los tribunos, habiendo comprendido cuán formidable podía hacerse su autoridad trataban de dilatarla. Gayo Graco (161), habiendo adquirido fama de elocuente, incomparable orador, y de administrador prudente, renovó la proposición de su hermano, esto es, que cada año se hiciese una distribución de terrenos, y cada mes una venta de grano a bajo precio. Prohibió el alistamiento antes de los 17 años, y mandó que a los soldados se les diese el vestuario sin disminución de la paga. Obtuvo que se despojase a los senadores del derecho de juzgar y se confiriese al orden ecuestre; hizo partícipes a todos los Italianos de la plena ciudadanía; y trataba de reconciliarse con el Senado dándole consejos buenos y oportunos. Se rodeó de artistas griegos; hizo fabricar edificios y abrir hermosos caminos, y propuso reedificar las destruidas ciudades de Capua, Tarento y Cartago. Mas supieron prepararle tales acechanzas sus enemigos, que fue declarado enemigo de la patria y muerto por el cónsul Opimo. La plebe, que lo había defendido, le honró con exequias conmovedoras y con estatuas. El Senado supo eludir las leyes votadas; se enconó la enemistad entre la plebe y los nobles; los caballeros, árbitros de los tribunales y arrendadores de las gabelas, podían tener en su dependencia al Senado y dilapidar el oro de las provincias; pero entre los aliados sobrevivía el pensamiento de poderse igualar a los Romanos en la autoridad política.
Gayo Graco
 
 
 
 




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39. -Los esclavos

     Gangrena de la sociedad antigua eran les esclavos, que hallamos doquiera considerados como cosas y no como hombres, sin representación en el consorcio civil, sin matrimonio legítimo ni derecho de testar. Piratas y especuladores los presentaban en los mercados; e ilustres ciudadanos, como Catón, hacían negocio instruyéndolos y haciéndoles adquirir robustez. Eran tratados poco menos que como animales, encerrados de noche en calabozos, expuestos a toda clase de brutalidades y a los más viles servicios, y arrojados a morir en la isla del Tíber, cuando envejecían o se inutilizaban. Y a cuánta abyección no estaban condenadas las mujeres esclavas! Sin embargo, los esclavos eran la parte activa de la sociedad, estándoles reservados todos los oficios que el hombre libre desdeñaba. En las casas romanas ejercían toda clase de funciones: eran criados, escribientes, tenedores de libros, bufones, y hasta, a veces, se captaban la amistad de los amos; cuando tales servicios prestaban merecían ser declarados libres; entonces se consagraban mucho más al señor que les había comunicado su propio nombre.
     Eran tantos, que en las casas ilustres se les tenía alistados para recordar sus nombres. Ateneo dice que muchísimos Romanos tenían diez y hasta veinte mil. Claudio Isidoro se excusaba, en su testamento, de no dejar mas que 4156 esclavos, 5600 pares de bueyes, 25000 cabezas de ganado menor y 600 millones de sestercios, por haberle ocasionado grandes pérdidas la guerra civil.
       Los esclavos abundaban principalmente en Sicilia, donde armados y ayudados de gruesos mastines asaltaban a los pasajeros y a las aldeas por cuenta de sus amos. Demófilo de Enna, singularmente, poseía muchos, con los cuales devastaba el país; pero era tan inhumano, tan bárbaramente cruel el trato que daba a los infelices esclavos, que éstos tramaron una insurrección. Imitáronles al instante todos los de la isla; se extendió el ejemplo hasta el Asia, sobre todo entre los mineros del Ática. Euno, natural de Siria, esclavo en Sicilia y tenido en gran aprecio por sus compañeros, que lo admiraban por su ingenio y habilidades, se puso al frente de los sublevados, quienes empezaron a cometer latrocinios, estupros, matanzas horribles, e hicieron frente a los Romanos que habían acudido a domarlos; pero faltando en ellos toda disciplina, fueron vencidos al fin. Euno murió encarcelado, y fue sometida la Sicilia. A otras luchas y estragos dio lugar la insurrección de los esclavos, mayormente en la misma Sicilia, donde Salvio y Atenión renovaron la guerra con tanta fuerza, que fue preciso todo el valor del cónsul Mario para terminarla, después de haber perecido un millón de esclavos.
 
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40. -Guerras exteriores. Los Cimbros. Mario

124      Mientras tanto habían continuado las guerras exteriores. Los ejércitos habían pasado los Alpes fundando colonias en Aix y en Narbona, y reduciendo la Galia meridional a provincia consular (Provenza), es decir, que debía a ella anualmente un cónsul con un ejército.
123      Las islas Baleares, habitadas por rústicos pastores y corsarios, fueron sojuzgadas, y en ellas fundaron a Palma y a Pollensa. Igualmente fue sometida la Dalmacia, por el valor de los Metelos, llamados el Macedónico, el Baleárico y el Dalmático.
   
       La empresa de los Gracos fue continuada por, Gayo Mario, valeroso y pertinaz, que por sus propios méritos se elevó a la dignidad de cuestor, y más tarde a la de tribuno. Limpió la España de bandidos; dirigió con éxito la guerra en la Numidia, donde Yugurta había usurpado el dominio a Jemsal y Aderbal, hijos de Masinisa, y reinaba con astucia. Por medio del oro, adquirió los votos de los Romanos, para que abandonasen la causa de los hijos de su aliado, a quien hizo degollar con todos los mercaderes italianos que se encontraban en la capital. Mucho tiempo duraron las hostilidades contra Yugurta, hasta que Mario, obtenido el consulado, se apoderó de él y lo dejó morir de hambre en una cárcel horrible.
 
 
 
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       Mario, elevado al colmo de la gloria y de la fortuna por esta victoria, era envidiado de los nobles y favorito del pueblo, cuyos derechos acrecentaba, renovando las leyes agrarias y dictando otras que aumentaban su popularidad. Mayor importancia le dio la guerra contra los Cimbros, que desde la península Címbrica (Jutland) se habían extendido hasta el Danubio, y unidos a los Galos de la Helvecia, arrojáronse sobre Provenza, derrotando y matando a los cónsules romanos. Roma quedó llena de espanto en vista de la vuelta de los Galos, y confió el ejército a Mario, quien tomó a Aix y derrotó al enemigo. Los Cimbros pasaron los Alpes, hasta el valle del Adigio; y mientras aguardaban un refuerzo de Teutones a orillas del Po, llegó Mario y los derrotó en Vercelli, pereciendo 120000 Cimbros, mientras solo murieron 300 Romanos. A Mario se le tributaron honores más que humanos, y se le confirió el sexto consulado.
Cimbros
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41. -Guerra social. Sila

     Con Mario contrastaba Cornelio Sila, educado en la molicie; pero enardecido por la gloria, y avezado a las armas al mando de aquel indómito guerrero, aspiró a convertirse en émulo suyo. Captose las simpatías del pueblo mediante extraordinarios espectáculos, y la de los reyes aliados, por medio de la generosidad. Los Socios latinos pedían que se les igualase a los Romanos, a cuyas victorias tanto habían contribuido, y Mario proponía que se repartiese a los federados el terreno que los Cimbros habían ocupado en la Italia septentrional, para oponer de este modo una barrera a las futuras invasiones. So pretexto de la ley agraria, se puso al frente de una facción que trastornaba la república, pero disgustaba a sus amigos con sus rudas maneras. El Senado votó que los Aliados que permaneciesen en Roma sin tener la ciudadanía, fuesen mandados a su respectiva patria, queriendo de este modo quitar a los tribunos aquel instrumento de sedición. Semejante medida originó la guerra de los Aliados. El tribuno Livio Druso, hombre recto y elocuente, trató de reconciliarlos con devolver los juicios a los senadores, admitir trescientos caballeros en el Senado y distribuir el pan necesario a los indigentes; pero disgustó a todos queriendo otorgar a los Aliados los derechos de ciudadano; rechazada la proposición, los Aliados se dispusieron a sostenerla con fuerza. Mataron a los procónsules y a la guarnición; se echaron en gran número sobre Roma y formaron una federación con el nombre de Italia, tomando por capital a Corfinio (162). Si hubieran podido sostenerse, todos los pueblos sometidos se hubiesen sublevado contra Roma, reduciéndola a sus humildes comienzos. Pero ésta multiplicó sus ejércitos; los aliados crecían con la victoria; las batallas eran muy reñidas, tanto que se dijo que consumieron 300 mil vidas; por fin Julio César hizo aprobar una ley que otorgaba la ciudadanía a todos los Umbros y Latinos que habían permanecido fieles; derecho que Silvano Plaucio hizo conceder a todos los Socios. Con esto desviábanse muchos de la federación, y al cabo de tres años, cesó la fiera lucha, con la igualación de todos los Italianos. El Senado los acumuló en las últimas ocho tribus que votaban raras veces, de lo que se quejaban; por lo cual propuso Mario que fuesen repartidos entre todas las treinta y cinco tribus.
     A esto se opuso Sila, y habiendo obtenido Mario el mando del ejército contra Mitridates, Sila, que deseaba obtenerlo, se dirigió armado contra Roma y se apoderó de ella, puso a precio la cabeza de Mario y promulgó leyes aristocráticas. Mario huyó solo, atravesó la Italia y llegó a Cartagena, compadecido, mas no socorrido; sus fautores hostigaban a Sila, quien pasó entonces a combatir en Asia, pero después de haber dado el ejemplo de la guerra civil y empleado el ejército contra la patria libertad.




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42. -Reinos asiáticos. Mitridates. Mario y Sila

       Los Estados menores del Asia Anterior, sujetos al principio a la Persia, se hicieron independientes, después de Alejandro, formando los reinos de Bitinia, Paflagonia, Pérgamo, Capadocia, Armenia y Ponto, sin contar las repúblicas griegas de Heraclea (163), Sinope, Bizancio y otras. Larga y confusa es la historia de aquellas dinastías. Antiguas tradiciones conservaba la Armenia, gobernada por los Pagrátidas, y realzada por Ciro, después de su decadencia. Alejandro Magno venció a Vahé; después, sus sucesores dominaron la Armenia, hasta que Artaxias le devolvió la independencia. Mitridates III, rey de Persia, le impuso por rey a su hermano Vagarchag, que conquistó hasta el Cáucaso; Tigranes, su sucesor, pensó subyugar toda el Asia, tomó el título de rey de los reyes que llevaban los monarcas Partos, y dio mucho que hacer a los Romanos. El país pasó por varias vicisitudes, hasta que Ardechir, primer rey sasánida de la Persia, sojuzgó a la Armenia.
Armenia
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     La Georgia, vetusta nación contigua a la Armenia, donde se establecieron muchos Hebreos conducidos como esclavos por Nabuco, fue sometida por Alejandro y maltratada por sus sucesores.
El Ponto      En el Ponto reinaba Mitridates Evérgetes (164), quien habiéndose aliado con los Romanos, les auxilió en la tercera guerra púnica. Su sucesor mereció el nombre de Mitridates el Grande, por sus vastos proyectos. Extendió sus dominios sobre gran parte del Asia, atemorizando a Nicomedes, rey de Bitinia, que acudió a los Romanos. Estos mandaron a Sila, a que conociera y enfrenara a Mitridates, restableciendo a su flanco la Capadocia y la Paflagonia. Mitridates aumentó su ejército, y con la fuerza y las traiciones arrojó a los Romanos de los países circunvecinos, ayudado por los indígenas disgustados de las vejaciones de los magistrados y empresarios. Y no se contentaron las ciudades con proclamar a Mitridates como libertador, sino que en un día convenido mataron a cuantos Romanos se habían domiciliado en las provincias, con sus mujeres, sus hijos y sus siervos. Enriqueciose Mitridates con los tesoros de los países que ocupaba. Cerca de 25 naciones se le sometieron, y él hablaba todos sus idiomas; pensaba disciplinar a todos los Bárbaros contiguos al Ponto Euxino, para armarlos contra Roma; también a este fin se amistaba con las tribus de los Sármatas y de los Germanos, del Volga al Danubio, y desde las Cícladas hasta la Laguna Meótides.
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Sila      Para combatirlo, mandó Roma a Cornelio Sila, que con la disciplina dispersó aquellas bandas en Queronea y en la Beocia. Sitiada Atenas, hizo Sila que le mandaran los despojos de los templos, haciendo estremecer de ira a los Griegos, quienes en vano le recordaban a Codro y Teseo, Maratón y Salamina. Tomada por asalto la ciudad, la inundó de sangre. Mientras triunfaba en Grecia, su facción sucumbía en Italia bajo Cornelio Cinna, partidario de Mario y de los Socios italianos. Volvió Mario, apoderándose de Roma en fratricida guerra; empezó a destruir a cuantos lo habían contrariado, valiéndose de los esclavos para degollar a los señores, y matando luego a millares a los esclavos que se amotinaban. Después de estas hazañas murió Mario entre la tortura de los remordimientos y el estrago de la bebida con que procuraba sofocarlos.
 
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       Sila, proscrito y contrariado, sosteníase en Asia con la crueldad y con la astucia; con el objeto de poder volver a Italia, aceptó proposiciones de Mitridates, quien se presentó muy pronto con 20 mil secuaces, 600 caballos, innumerables carros falcados y 60 naves, teniendo que aceptar, no obstante, gravosísimos pactos. En menos de tres años terminó Sila una de las guerras más peligrosas; mató 160 mil hombres a Mitridates; impuso 20 mil talentos (110 millones) al Asia; se captó el aprecio de los soldados con la indulgencia; saqueó los templos de Delfos, de Olimpia y de Epidauro; y ocultó sus deseos de venganza bajo la promesa de restablecer el orden en Roma y restituir las prerrogativas a los senadores.
 
 
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       Apenas llegado a Italia, con soldados feroces y avaros, amenazó con vengarse. Roma apronta 100 mil hombres para resistirle, pero quedan vencidos; la flor de los ciudadanos se pasan a Sila, y entre ellos el joven Cneo Pompeyo, que es por él honrado con el título de emperador. Los jefes Marianos huyen; Sila entra en Roma, coloca en los empleos a sus amigos, combate y extermina a los Italianos, y sofoca en la sangre la guerra social y la civil. Manda fijar entonces tablillas de proscripción, con los nombres de 40 senadores y 1600 caballeros, entregados al hierro del primero que los encuentre. Al día siguiente son inscritos muchos más, abriendo ancho campo a la codicia y a la venganza; de modo que perecen 9000 ciudadanos, siendo amenazados todos. Ciudades enteras son proscritas, principalmente en Etruria, donde muchas desaparecen para siempre. Entonces se retira Sila al campo, y el Senado temeroso lo proclama dictador.
 
Proscripción
 
 
 
 
 
 
       Así Roma triunfaba de la Italia, y los nobles de los ricos. A los soldados les fueron distribuidos los poderes arrebatados a éstos, y fue exterminada la libre población del campo. Manifestando Sila querer restablecer la antigua constitución, publicó las leyes Cornelias, que regularizaban la elección para las primeras magistraturas y atenuaban el poder de los tribunos y de los gobernadores en las provincias; restituyó al Senado el poder judicial; quitó a los Latinos el derecho de ciudadanía e hizo ciudadanos a 10 mil esclavos para sustituir a los muertos. Y continuaba matando, aunque con legalidad, puesto que como dictador, tenía plenos poderes. En medio de todo, él se titulaba feliz. Abdicó después de la dictadura, y habiendo despedido a los lictores, vivió como simple particular en medio de un pueblo al cual había diezmado. En el retiro y los placeres escribió sus propios comentarios, hasta que, los piojos lo consumieron. Sus funerales fueron un nuevo triunfo, siendo trasladado de Cumas a Roma, donde fue sepultado en el Campo de Marte como los antiguos reyes. Las insignes cualidades que en la guerra y en la paz había mostrado, fueron bastantes a restaurar la aristocracia; pero muy pronto se descompuso la unidad que con su mano de hierro había formado.
Leyes Cornelias
 
 
 
 
     Realmente, los patricios a quienes él había favorecido, eran plebe recientemente ennoblecida; aquellos soldados, que él había enseñado a enriquecerse con la espada y a sostener a sus propios generales contra la patria, anhelaban otra guerra civil, donde robar y proscribir. Los que por ella habían sido arruinados, deseaban, por otra parte, rehacerse y vengarse. Las inmensas riquezas traídas del Asia excitaban a volver a desangrarla; Lúculo, Craso, Pompeyo y César, habían comprendido con el ejemplo de Sila, que Roma podía sobrellevar un amo.

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