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No le faltaban enemigos a Roma. Bajo Tiberio, la Germania se
presentó varias veces amenazadora, como lo estuvo la Tracia. En
África, los Númidas fueron vencidos por Bleso; en Oriente, al cabo de
larga guerra, la Capadocia fue reducida a provincia; pero la
Comagene (179), la Cilicia (180), la Siria y la Judea se agitaban
incesantemente. La Bretaña fue también constituida en provincia, pero
los naturales, refugiados en los montes, caían a menudo sobre los
Romanos; Caractaco trató de devolverle la independencia, mas fue
engañado y vencido; druidas y sacerdotisas incitaron después al pueblo
a la resistencia, mas prevaleció la disciplina sobre el furor, y también
allí se restableció la paz, llamando civilización a lo que era parte en
servidumbre. |
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La Galia fue dejada por Augusto resignada, no tranquila; en
Marsella, Tolosa, Arelates y Viena florecieron las letras griegas y
latinas. Tratose de implantar entre las clases distinguidas las divinidades
romanas, en sustitución del culto nacional de los Druidas, amado del
pueblo; Claudio proscribió a los Druidas y sus símbolos, mientras
igualaba los Galos a los Romanos en el Senado y en los empleos; así
fue que la flor de aquellos acudió a Roma a enseñar, a gobernar y a
pedir. |
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Los Partos permanecieron siempre indómitos, si bien buscaron a
menudo en Roma un rey entre los individuos de sus antiguas dinastías
que en ella rivalizaban entre sí. Roma veía con satisfacción las
desavenencias de estos, de los Armenios y de los Iberos. Radamisto
tiranizó a la Armenia, tanto que ésta se sublevó, y a duras penas pudo él
escapar con su mujer Zenobia. Tenida ésta por muerta, fue luego esposa
de Tirídates, que se había hecho rey de la Armenia bajo la tutela de los
Romanos, recibiendo la corona de manos de Nerón con indecible
fausto. |
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El subyugado mundo protestaba, pues, contra la opresión romana, y
se sublevaba cada vez que la rebelión de las legiones o la vacancia del
imperio disminuían la vigilancia. Vespasiano tuvo que combatir a los
Dacios que habían pasado el Danubio. Los Bátavos, de la tribu de los
Catos, estacionados entre los dos brazos del Bajo Rin, habían militado
contra los Romanos; Claudio Civil, su jefe, pensó devolver la libertad a
su patria. Fingiose amigo de Vespasiano, y tan rico en valor y en astucia
como Aníbal y Sertorio, venció y tuvo armas, flota y alianza de muchos
pueblos germánicos. Toda la Galia aspira entonces a redimirse; los
Bardos y la profetisa Veleda surgen de sus escondites para excitar a la
rebelión; muchas legiones les siguen después de haber dado muerte a
sus oficiales, y se proclama el imperio galo. Pero restablecido el orden
en Roma, prevalece Vespasiano; Civil obtiene la gracia de que se le
deje vivir en paz; otros jefes se matan o son muertos; Julio Sabino, que
se había hecho proclamar emperador, es derrotado, y solo puede
salvarse haciéndose pasar por muerto. Su mujer Epónima lo tuvo
escondido durante nueve años, hasta que, descubierto, fue llevado a
Roma, y a pesar de lo singular del caso y de la piedad que inspiró su
largo martirio, ambos esposos fueron enviados al suplicio. En la Galia
se restableció el orden, o sea la servidumbre, y los Druidas se
convirtieron en maestros de ciencias romanas. |
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Imperio Galo |
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Judea |
La Judea estaba reducida a provincia, gobernada por procuradores.
Entre estos, Poncio Pilatos osó ofender el sentimiento patriótico y
religioso plantando en Jerusalén las banderas romanas y sacando dinero
del tesoro del templo, por todo lo cual los Hebreos se sublevaron y
obtuvieron que el procurador fuese llamado a Roma. Tiberio unió luego
estos Estados a la Siria, dejando a Herodes Antipas (181) el resto de la
herencia de Herodes el Grande. En Jerusalén, en Alejandría y en Roma,
los Hebreos opusieron resistencia a los emperadores que quisieron
violentar sus conciencias; Agripa, favoreciendo a Claudio, logró poseer
entera la Judea y la Samaria, donde restableció las costumbres antiguas;
mas todo lo echaban a perder el servilismo de los Romanos y la
enemistad entre Samaritanos y Judíos, y entre Saduceos y Fariseos.
Mesnadas de Zelosos (182) infestaban el país, y exterminado un jefe se
levantaba otro. Hebreos y Sirios se disputaban la posesión de Jerusalén,
pretendiendo aquellos que había sido edificada por Herodes, y éstos que
era ciudad griega, tanto que el mismo Herodes la había dotado de
templos y simulacros helénicos. Llevada la causa a Nerón, se decidió
por los Sirios; mas de aquel fallo se originó una general revuelta, en
vano reprimida con el degüello de millares de personas. Nerón mandó
para combatirlos a Vespasiano, que con su hijo Tito venció diferentes
veces a los jefes enemigos, entre los cuales se hallaba Josefo,
historiador de estos sucesos, y sojuzgó a toda la Galilea. Los Zelosos,
mientras tanto, no cesaban de alterar la paz, y refugiados al fin en el
templo de Jerusalén, e incitados por Juan de Giscala, se defendieron
auxiliados por los Idumeos, y después de haber ensangrentado
horriblemente la ciudad, se destrozaron mutuamente. Bien decía
Vespasiano que le facilitaban la victoria sin combatir, y cuando fue
elegido emperador, confió a Tito el asedio de la ciudad santa.
Defendiose ésta con el furor de la desesperación, tanto que Tito se vio
obligado a recurrir a medios extremos; crucificaba a cuantos Hebreos
caían en su poder; en el asalto, fue incendiado el mismo templo, que
quedó reducido a cenizas. Perecieron un millón y medio de personas;
para quitar toda esperanza a los sobrevivientes, se destruyeron ciudades
y castillos; y con sus despojos fue construido en Roma el templo de la
Paz, donde se hubieran depositado el candelabro de oro y demás
riquezas sagradas, si no hubiesen naufragado al entrar en el Tíber.
Muchos Judíos fueron degollados y arrojados otros a las fieras del circo
para diversión del pueblo, siendo reservados los demás para la
fabricación del Coliseo. |
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76 |
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Algún tiempo después, un tal Barcocebas (183) se sublevó al frente de
los Judíos, cometiendo horribles excesos en Cirene, en Egipto y en la
Siria; mas los Romanos mataron a 576000 Hebreos, vendiendo a los
restantes; y para aniquilar su religión, se erigieron templos consagrados
a ídolos sobre las ruinas del antiguo, y se cambió el nombre de
Jerusalén con el de Elia Capitolina. Antonio Pío dulcificó aquella
servidumbre, permitiendo a los Hebreos que tuviesen sinagogas y
circuncidaran a sus hijos. Juliano el Apóstata trató en vano de
restablecer a Jerusalén; el califa Omar, sucesor de Mahoma, la tomó, y
quedó en poder de los Musulmanes hasta que la conquistaron los
Cruzados. |
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El pueblo Hebreo anduvo disperso por las naciones, ejerciendo el
tráfico, sin deponer jamás ni la religión unitaria, ni la esperanza en un
Mesías que ha de restaurar su culto y su nacionalidad. |
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Vespasiano pudo entonces cerrar el templo de Jano; mas pronto tuvo
que hostilizar a la Comagene, la cual fue reducida a provincia, como la
Grecia, que había sido emancipada por Nerón, la Licia, la Tracia, la
Cilicia (184), y asimismo Rodas, Bizancio y Samos. |
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Julio Agrícola, que mereció ser elogiado por su yerno Tácito,
gobernaba la Bretaña, donde se renovaron las correrías de los
montañeses; dio la vuelta a la isla y aseguró el único engrandecimiento
que experimentó el imperio del primer siglo. |
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Nueve guerras contra los Dacios y los Germanos estallaron bajo el
gobierno de Domiciano, y fue la primera vez que los Bárbaros asediaron
con ventaja al imperio. El mismo Domiciano obtuvo fingidos triunfos
sobre éstos y los Sármatas. |
|
Una serie de tristes personajes se sucedieron, como hemos visto, en el
mando de Roma y del mundo, que resignados sufrían aquel yugo
humillante. Efecto era esto del egoísmo universal, en cuya virtud cada
uno atendía a las ventajas propias y no al deber ni a la humanidad. Ni los
Romanos se compadecían de los males de las provincias, ni los Galos de
los Germanos, ni estos de los Asiáticos; cada cual pensaba en gozar de la
hora presente, distraerse con juegos y donativos, adular al emperador que
podía darlos, para insultarlo a su caída; la idea del goce era preocupación
general; después del placer decente se buscaba el deshonesto, la infamia,
la depravación, el placer de la vergüenza, de la extravagancia y de la
sangre; y al servicio de los placeres habían de estar los esclavos, las
mujeres, los niños, los gladiadores, las fieras, el arte, la literatura, que
también ésta tenía que hacerse aduladora. |
|
Entre los filósofos, los únicos que atendían a la dignidad humana eran
los Estoicos; pero se limitaban a abstenerse, a conservar la tranquilidad, a
no tener odio ni compasión, y a considerar como salvación el darse la
muerte. El más ilustre de éstos, Séneca, que adquirió exorbitantes
riquezas con sus usuras, lisonjeó a su discípulo Nerón, participando a
menudo de sus delitos, y cuando el tirano lo condenó a morir, se hizo
abrir las venas tranquilamente. Su sobrino Lucano, poeta, para salvarse
denunció a su propia madre; mas también murió por orden de Nerón,
recitando versos. El suicidio era común; a él recurrían hasta los Epicúreos
cuando les pesaba la vida; y el pueblo se recreaba oyendo sus frías
disertaciones, y viendo como afrontaban la muerte con la mayor
tranquilidad. |
|
Si la filosofía carecía de doctrinas, a la religión le faltaban dogmas.
Cundían las supersticiones, recibíanse las divinidades de todos los países
y el pueblo hizo dioses a todos sus execrables emperadores; buscábase la
expiación de culpas en sortilegios de nigromantes, en el sacrificio de
niños y en aspersiones de sangre. |
|
Por consiguiente, la muchedumbre se entregaba sin freno a bajos
vicios y a desenfrenos; un inaudito abuso de divorcios y adopciones
desconcertaba a las familias. En tiempo de Claudio, 19000 condenados a
muerte combatieron en el lago Fucino; y cuando este emperador
restableció el suplicio de los parricidas, hubo en cinco años más
sentencias que en muchos siglos; 45 hombres y 85 mujeres fueron de una
vez condenados por envenenamiento. Si no bastaban los sanguinarios
juegos de los gladiadores, queríanse en la escena verdaderos incendios y
heridas verdaderas, y se mutilaba a Atis, y se quemaba la mano a un
Mucio Escévola, y un Dédalo era destrozado por un oso, y en fin se
llegaba al extremo de representar la infamia de Pasifae. La disolución
pasaba los límites de lo increíble. Y era un pueblo llegado al colmo de la
civilización, con monumentos que no se acaban de admirar, y pórticos y
termas y poesías e historias de exquisito gusto, y cuantas maravillas
producen el arte y a naturaleza. Pero el lujo era, no arte como en Grecia,
sino voluptuosidad; lujo gigantesco y miserable, fomentado por el
despotismo imperial. En la mesa se consumían enormes fortunas, y por su
glotonería alcanzaron fama Octavio y Apicio, quien después de haber
consumido inmensos tesoros en la mesa, se mató por no verse reducido a
vivir con solos diez millones de sestercios (cerca de 2 millones de
pesetas). |
|
Pero así en las comidas como en el lujo, en la voluptuosidad como en
la barbarie, dominaba el afán de lo extraordinario; admirábase lo que era
exorbitante: vasos fragilísimos, mesas descomunales, el comer y beber lo
asombroso por la calidad y la cantidad. |
|
Bajo los emperadores, que todo lo podían porque contaban con la
amistad de los soldados, había un vulgo cobarde, corrompido y egoísta,
que nadie pensaba educar, y que a lo sumo oía en boca de los Estoicos,
como única solución posible, la palabra Suicídate. |
|
Y téngase en cuenta que hablamos de la parte del mundo más
civilizada, más culta y más moral; de modo que aquella inmensa
depravación no podía ser corregida más que por el cielo y el amor. Porque
había llegado la plenitud de los tiempos anunciada por los profetas y por
todo el Oriente, y principalmente por los Hebreos, que esperaban al
Prometido, imaginándoselo guerrero, príncipe, restaurador de la gloria de
David y Salomón. |
|
Pero Cristo nació pobre, de humildes trabajadores: vivió 30 años
ignorado, creciendo en sabiduría y en virtud; salió luego a predicar que
todos los hombres son igualmente hijos de Dios, hermanos de Cristo, que
vino a la tierra para redimirlos del pecado, instituir los sacramentos que
facilitan la gracia, y ofrecer personalmente el modelo de todas las
virtudes. La primera de todas consistía en amarse mutuamente, sin
distinción de señor ni siervo, de nacional o extranjero, de rico o pobre. |
|
Su doctrina y su ejemplo irritaban la soberbia y la hipocresía de los
sacerdotes y de los fariseos, purgando la ley santa de las observancias
frívolas, hablando no solamente a los Hebreos, sino a todo el mundo, y
anunciando las nacionales esperanzas de un renacimiento civil, aunque
elevándolo a más sublime altura. Por esto conspiraron contra Cristo,
denunciándolo a los tribunales como corruptor de la religión, y al
gobernador romano como conspirador. Poncio Pilatos, al oír de boca de
Jesús que su reino no era de este mundo y que había venido a la tierra para
dar testimonio de la verdad, lo absolvió dándolo por loco; los sacerdotes
lo declararon blasfemo y digno de muerte, y amenazaron al gobernador
romano que no hallaba motivo alguno para condenarlo, con denunciarlo a
Roma. El débil político accedió a que lo matasen y Cristo fue crucificado. |
|
Los pocos hombres que le fueron fieles, se escondieron espantados,
hasta que él resucitó; subido al cielo, mandoles el Espíritu Santo, que les
infundió sabiduría y valor, después de lo cual se esparcieron por todo el
mundo y propagaron rápidamente la enseñanza del Maestro. Este no había
escrito nada; pero sus actos y sus palabras y su doctrina fueron recogidos
por cuatro evangelistas. |
|
Si bien no se puede separar la humanidad de Cristo de su divinidad, ni
los preceptos de los dogmas, ni la eficacia de la verdad del triunfo de la
Gracia, la historia puede limitarse a considerar el efecto que aquella
revelación deberá producir en el orden de la humanidad. Todas las
doctrinas anteriores habían establecido la preeminencia de algunos
hombres sobre los demás; una distinción entre el que puede mandar y el
que debe obedecer. Ninguna de estas doctrinas sentó el origen común de
los hombres; hasta la ley hebraica diferenciaba a los extranjeros. De esto
resultaba la esclavitud, la crueldad y el desprecio a las mujeres. Ahora,
con la unidad de Dios se proclamaba la unidad de la familia humana, y de
aquí la obligación de amarse mutuamente. |
|
En cuanto al orden político del mundo visible, Cristo no dejó norma
alguna, a no ser la obediencia a la autoridad constituida; pero sentaba la
necesidad de la justicia, e impedía que los hombres se considerasen, unos
como fin y otros como medios, estableciendo así la verdadera libertad,
independiente de la forma de gobierno. Diciendo: El que quiera ser el
primero será siervo de los demás, sustituía la tiranía, en la que pocos
gozan y muchos padecen, con el gobierno en beneficio de todos, haciendo
que sea un deber, no un privilegio, la dirección de los hombres. |
|
Cristo designó al hombre que, muerto él, debía hacerse siervo de los
siervos, y así fundó la unidad de gobierno de la Iglesia visible, con un
poder sobre las conciencias, al cual toca resolver las dudas, determinar las
creencias y regular la moral. |
|
Este gobierno espiritual impone la obligación de dar al César lo que es
del César; pero al frente del poder autoritario establece doctrinas que
impiden sus excesos, y quiere que se reserve para Dios lo que es de Dios,
es decir el alma, la conciencia. |
|
Sus palabras: Sed perfectos como mi padre, imponen a las nuevas
edades la misión de progresar y luchar, efectuando cada vez mejor la ley
de amor y de justicia. Todo hallará su recompensa en una vida eterna,
positivamente asegurada, a diferencia de los filósofos y sacerdotes
anteriores que a lo sumo la daban como probable. El premio de esta vida
futura obliga a cada individuo a perfeccionarse a sí mismo, no en vez del
Estado o de la sociedad, sino como templo de la divinidad, buscando su
propia pureza, elevación y caridad. |
|
Para llegar a la consecuencia de este reino de Dios, muchos siglos y
grandísimos esfuerzos serán menester; pero mientras duren los males
inseparables de nuestra naturaleza y los que tienen su origen en nuestras
culpas, tendremos el bálsamo de la caridad, virtud que ni siquiera tuvo
nombre entre los antiguos. |
|
El Senado, que había conservado cierta virtud, merced a la filosofía
estoica, tendió entonces a reprimir la arrogancia militar y poner en el
trono hombres suyos. Fue el primero Nerva, que no solo empezó con
actos de justicia y de clemencia, sino que perseveró en ellos, amenazó a
los espías, hacía educar a los niños indigentes, pero la muerte lo asaltó
cuando había reinado apenas 16 meses. |
98 |
Este había adoptado a Trajano, de antigua familia española, buen
guerrero, que al entrar en el palacio exclamó: -Espero salir de aquí como
entro. Se consideró obligado al cumplimiento de las leyes como
cualquier otro ciudadano; disminuyó los impuestos y las prerrogativas de
los emperadores; perdonó a los que le hubiesen ofendido; pero se
abandonaba a la pasión del vino, y tenía la vanidad de escribir su nombre
en todos los edificios y hacerse dar el título de señor. |
Trajano |
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Domiciano había comprado la paz de los Dacios pagándoles un
tributo; pareciéndole esto indecoroso a Trajano, hizo la guerra a los
Dacios, y habiendo vencido a Decebalo su rey, lo llevó en triunfo a
Roma, donde hubo fiestas por espacio de 123 días, se dio muerte a más
de 10 mil fieras, y fue erigida la columna Trajana en el centro del Foro
cuadrado, circuido de pórticos y arcadas, que eran una maravilla en la
ciudad de las maravillas. |
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Igualmente quiso reprimir a los Partos; con tal fin redujo la Armenia y
la Asiria a provincias, y llegó hasta Babilonia; después dio principio a una
excursión por todo el imperio, el cual llegó entonces a su mayor
grandeza. Pero estorbáronle repetidas sublevaciones, y murió en
Selinunte. |
117 |
Trajano había designado como sucesor suyo a Adriano, espléndido y
avaro, clemente y vengativo, mezcla de virtudes y de vicios. En cuanto a
literatura, prefería Catón a Cicerón, Ennio a Virgilio, Celio a Salustio, y
pretendía ser superior a todos en todo. Por todas partes multiplicó los
monumentos con su nombre, figurando entre ellos la Mole Adriana en el
puente de Sant' Angelo (185), y la quinta de Tívoli, donde hizo imitar
construcciones y estatuas que había visto en otras partes. De afable trato,
misericordioso con los niños pobres y con el pueblo, generoso con los
senadores y magistrados de escasa fortuna, quería locamente a los perros,
a los caballos y al joven Antínoo, eternizado por muchas estatuas. En el
ejército marchaba y comía con los soldados; no conservó los países
conquistados por Trajano, pues vio la primera retirada de los Romanos,
de seis conquistas. Visitó todas las provincias obedientes, y en Bretaña
construyó la muralla de Adriano para contener las correrías de los
Caledonios; en Roma dio nueva organización a los tribunales, y dio a
Salvio Juliano el encargo de reunir en el Edicto Perpetuo las mejores
leyes publicadas hasta entonces por los pretores, obligando a los
sucesivos a que se atuviesen a ellas. Retirose a Tívoli donde se abandonó
a lascivias y crueldades, y a la magia, hasta que murió a la edad de 62
años, siendo luego colocado entre los dioses. |
Adriano |
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138 |
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Antonino |
Adriano había adoptado a Antonino, joven afable y apreciado de
parientes y amigos; fue uno de los mejores príncipes que recuerda la
historia. Magnífico sin lujo, económico sin mezquindad, respetuoso de
los númenes patrios sin perseguir a los Cristianos, decía: Mejor es salvar
a un ciudadano, que exterminar a mil enemigos. Hasta los extranjeros
sometían sus diferencias a su equidad. |
161 |
Su sobrino Marco Aurelio, adoptado por él, le sucedió en el trono; fue
virtuosísimo y sumamente laborioso, y nombró colega suyo a su hermano
Lucio Vero, de escaso ingenio y ninguna virtud, entregado al libertinaje y
al lujo desenfrenado, hasta que murió a la edad de 39 años, siendo
inscrito entre los dioses. |
Marco Aurelio |
169 |
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Marco Aurelio, además de atender a los gravísimos desastres de
incendios, inundaciones, terremotos y epidemias, tuvo que combatir a los
Britanos, a los Germanos y a los Partos, que fueron sanguinariamente
vencidos, aunque a costa de la devastación de muchas provincias. Avidio
Casio, gobernador de la Siria, vencedor de los Partos y de los Germanos,
severísimo en la disciplina militar, tuvo el pensamiento de restablecer la
república, y se hizo proclamar emperador, secundado por muchos
pueblos; pero a los dos meses de su proclamación fue asesinado. Marco
Aurelio protegió a los parientes de Casio, y perdonó a los demás rebeldes.
En Roma gozábase de cuanta libertad eran capaces los antiguos,
reapareciendo la dignidad humana. Marco Aurelio prohibió a los
gladiadores el uso de armas homicidas; y dejó escritos unos Recuerdos,
que determinan el punto más alto a que podía llegar la moral gentílica. Su
excesiva bondad perjudicaba no castigando a los culpables, tolerando el
libertinaje de su mujer Faustina, y adoptando al pícaro Cómodo. |
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Los 84 años que median entre Domiciano y Marco Aurelio, fueron
tenidos por la edad más feliz del género humano. Fue además el momento
de mayor grandeza del romano imperio. El centro de éste era Italia, donde
residía el emperador, y donde los senadores habían de tener al menos un
tercio de sus bienes. En ella no ejercían su arbitrariedad los gobernadores,
ni se pagaban tributos; las autoridades municipales hacían ejecutar las
leyes; pero Adriano la confió al gobierno de cuatro varones consulares,
igualándola en cierto modo a las demás provincias; los magistrados
municipales eran elegidos entre los decuriones ilustres, aproximándose de
esta manera a la aristocracia. |
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En las provincias, los procónsules y los pretores asumían el poder de
dictar leyes, de aplicarlas y restringirlas. Con tanto arbitrio, procuraban
robar en un año lo suficiente para ser ricos toda la vida, mientras se
libraban de su tiranía los que eran declarados ciudadanos de Roma. Pero
bajo los emperadores, los procónsules fueron más vigilados;
permaneciendo largo tiempo en el poder, adquirían conocimiento y apego
al país. |
Ciudadanía |
La ciudadanía de Roma se extendía al principio a toda Italia, es decir,
a cuantos habitaban desde el Faro hasta el Rubicón y hasta Luca; y luego
hasta los Vénetos y los Galos cisalpinos. Los siervos emancipados
adquirían los derechos de los ciudadanos, si bien estaban excluidos de los
empleos de la milicia y del Senado. Augusto restringió esta admisión,
concediéndola solamente a los magistrados y grandes propietarios de las
provincias; pero sus sucesores dilataron la ciudadanía; en las legiones y
hasta en el mando de los ejércitos, se aceptaba gente que no fuese itálica
ni ciudadana; Claudio admitió en el Senado a muchos extranjeros, y los
ciudadanos, que en tiempo de Augusto eran 4163000, ascendieron
entonces a 5684072. Mas poco a poco cesaron las exenciones de que
gozaban, por lo cual no fue ya tan codiciado aquel título, que traía
consigo muchas obligaciones; el acto de Caracalla que lo extendió a todos
sus súbditos, equivalió a someter a los provinciales a todas las cargas de
los ciudadanos. |
|
En cambio, de aquel modo se difundieron la civilización romana y la
lengua latina, modificada según los idiomas primitivos; los Griegos, sin
embargo, no la sufrieron y afectaron ignorarla; hasta Libanio, ningún
griego menciona a Horacio y Virgilio. |
|
Para unir tantos países servían los grandiosos caminos, que convergían
en Roma o en Milán, en una extensión de más de 4000 millas, con postas
regulares, mediante las cuales se podían andar 100 millas al día; pero
servían únicamente para el gobierno. |
El emperador |
El emperador era tan déspota como los señores del Asia, aunque
durasen el nombre y las formas de la república. Este absolutismo impedía
el bien hasta en los mejores príncipes, por más que la soberanía había de
considerarse como emanación del pueblo. El Senado conservaba el
derecho de proclamar, censurar y deponer al jefe del Estado; pero o viles,
o vendidos, o cobardes, magistrados y senadores no hacían más que
secundar las pasiones y legalizar las iniquidades de los déspotas. La pura
sombra que el Senado conservaba de su antigua autoridad, hacía que los
emperadores, buenos o malos, tratasen de deprimirlo, quitando el poder a
las magistraturas curules. En fin, cuando el consejo del príncipe publicaba
decretos imperiales y formaba un tribunal de suprema apelación, el
Senado quedaba reducido a decretar los nuevos númenes que debían
festejarse. Los senadores confirmaron con las doctrinas la absoluta
autoridad del monarca sobre la vida y hacienda, como se ve en las
afirmaciones de Papiniano, Ulpiano, Paulo y otros, reunidas en las
Pandectas. |
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El Senado |
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La plebe |
La plebe, protegida por su oscuridad y deslumbrada por el esplendor y
las munificencias, amaba aquellos emperadores, aunque fuesen
monstruos. Porque, en suma, ellos la habían librado de la tiranía de 20
mil patricios, de ellos recibía justicia directamente, sin las intrigas y
corrupciones que contaminaban a los tribunales; de modo que se hallaba
muy lejos de reclamar la República. Pero era imposible atemperar la
autoridad del emperador, donde no había nobleza, ni clero, ni comunes; y
aquel era sagrado, como tribuno de la plebe, y podía anular todos los
decretos del pueblo y del Senado. |
Los pretorianos |
Sin embargo, aquellos omnipotentes señores permanecían en poder de
los pretorianos, ejército acuartelado en Roma, contra la antigua
constitución, para tener sumisa a la muchedumbre; era acariciado por los
emperadores, que toleraban su indisciplina; después el prefecto del
pretorio asumió además una autoridad civil como ministro de Estado,
presidió el consejo del príncipe y fue primera dignidad del imperio. |
Ejército |
El ejército, cuyo gobierno se había reservado el emperador, fue
reducido a fuerza permanente por Augusto y distribuido en las provincias
fronterizas. Los soldados se reclutaban entre las legiones de las provincias
y entre los súbditos. La legión componíase aún de 5000 hombres. Los
campamentos romanos dieron origen a ciudades importantes, a lo largo
del Ródano y del Danubio, como Castra regia (Ratisbona), Castra
Batava (Passau), Prsidium Pompei (Raschia), Castellum
(Kostendil-Karaul),y las poblaciones inglesas acabadas en chester. |
Hacienda |
Al principio, la hacienda de Roma se nutría de los despojos de los
vencidos. Después cesaron las victorias, y el comercio exportaba de Italia
los tesoros acumulados. Hasta a la misma Italia se hubieron de imponer
gabelas, y tasas sobre las rentas, sobre los bienes y sobre las personas, sin
excluir a los ciudadanos. Muchos bienes pasaban al fisco o por falta de
herederos, o por confiscación, o por legado; lo cual era frecuente bajo los
malos emperadores dispuestos a anular los testamentos donde ellos no
fuesen considerados. Los impuestos se subastaban. |
Leyes |
Las determinaciones tomadas por los patricios y los plebeyos de
común acuerdo, y en los comicios de las tribus llamábanse plebiscitos y
eran las leyes más importantes. Más tarde se tuvieron por leyes los actos
de los emperadores. Los edictos emanaban de los pretores o de los ediles,
como reglas según las cuales juzgaban durante sus magistraturas,
corrigiendo con la equidad la rigidez del derecho. Hemos dicho en otro
lugar, que Adriano hizo compilar el Edicto Perpetuo, que servía de texto
a los legisladores, y dio norma común al gobierno del imperio. Además
los emperadores firmaban frecuentes rescriptos, en los cuales
interpretaban la leyes y las aplicaban a los casos particulares. |
Jurisprudencia |
Después los mejores jurisconsultos emitían su opinión, la cual, siendo
unánime, adquiría fuerza de ley (responsa prudentum). Esta importancia
hacía que muchos se dedicasen a la jurisprudencia; de aquí nació una
literatura legal, peculiarísima de los Romanos, que por su pureza de
dicción, su concisión precisa, su admirable claridad y severo análisis, será
la admiración eterna de los sabios. Era una filosofía enteramente práctica,
y el derecho se derivaba de una ley perenne de justicia, innata en el
hombre, de la cual emanan tres cánones fundamentales: vivir
honradamente, no ofender a los demás, y dar a cada uno lo que es suyo.
La determinación histórica de las leyes, que de tanta importancia nos
parece, era despreciada por ellos. Formaron escuelas, y ya en tiempo de
Augusto competían Antistio Labeo (186), fiel a las antiguas libertades, y
Ateyo Capitón, partidario del emperador. La historia de los jurisconsultos
famosos fue delineada por Sexto Pomponio. Salvio Juliano escribió,
además del Edicto Perpetuo, 90 libros de Digestos. Las Instituciones de
Gayo servían para la enseñanza, y nos informan del derecho clásico. Más
famosos fueron Papiniano, príncipe de los jurisconsultos, y Paulo y
Ulpiano asesores suyos en el Consejo de Estado; cuyas obras adquirieron
fuerza de ley y sirvieron para la introducción de principios nuevos en la
legislación, como también para igualar el derecho; de modo que la
igualdad progresaba hasta bajo el imperio de los abominables príncipes. |
Riqueza |
Parecen increíbles las narraciones del lujo de unos pocos, nadando en
las riquezas en medio de un pueblo mendigo. Los emperadores
consumían tesoros en fiestas, edificios, ornatos, inciensos y afeites. Hasta
el calzado se adornaban con perlas; pagábase la seda a peso de oro;
traíanse a exorbitantes precios tapices orientales, ébano y ámbar; partían
bajeles expresamente del puerto de Berenice para hacer cargamento de
tortugas; la India y el África mandaban fieras para los espectáculos,
matándose 9000 en las fiestas celebradas por Tito, y mayor número en las
de Adriano. Los edificios de aquella época causan todavía nuestra
admiración, aunque solo veamos sus ruinas; y todo el esplendor aparecía
en las ciudades, pues del campo nadie se cuidaba. Extensas posesiones,
tan grandes como provincias, dejábanse al cuidado de esclavos. Los
latifundios arruinaron la Italia. |
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A proporción que aumentaban los ricos, se multiplicaban los pobres,
esto es todos los plebeyos que por su ingenio y su valor no llegaban a
colocarse en el orden de los caballeros, aristocracia de dinero que
sustituía a la de raza. Descuidada la agricultura, debían importarse del
extranjero los granos, el vino y la lana. Los ricos tenían en casa siervos
que fabricaban todo lo necesario, de modo que no quedaba trabajo para
los artesanos libres; éstos fueron organizados en corporaciones que les
quitaban la libertad y sufrían el peso del fisco. Para nutrir y contentar a
tanta plebe, los emperadores traían granos de la Sicilia y del África,
cuidando mucho de que no fuesen interrumpidas las comunicaciones.
También los provincianos se dedicaban al comercio, y prolongaban su
viaje por la Mesopotamia, a través del desierto donde floreció Palmira.
Los Tolomeos, principalmente, buscaban nuevas vías para Italia y para el
corazón del África, y conocieron los vientos periódicos, oportunos para la
navegación. Otros buscaban riquezas distintas por la Germania, la
España, la Iliria y las Galias. Los Romanos favorecían el comercio con
buenas leyes, pero no se dedicaban a él, creyendo siempre indigno el
ejercicio de artes gananciosas. |
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Comercio |
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La literatura volvió a prosperar en tiempo de los Flavios, las artes bajo
Adriano, y la filosofía bajo los Antoninos. Esta era asunto de
declamaciones en Grecia, y sus cultivadores afectaban grosería o
extravagancia. Epicteto, esclavo de un liberto de Nerón, dejó preceptos
morales, trasmitidos por Arriano, y llenos de un estoicismo asombroso.
Séneca, ensalzador y ultrajador de Claudio, y maestro infeliz de Nerón,
que lo hizo morir después que hubo acumulado inmensas riquezas, dejó
libros morales mucho más prudentes que su conducta, pero llenos de la
soberbia y el egoísmo que solo aconsejan la muerte al que sufre. No
obstante, tiene elevadísimas ideas de la divinidad y de la igualdad de
todos los hombres, de tal manera que algunos suponen que tuvo
conocimiento de los libros de los Cristianos. |
Ciencias |
En las Cuestiones naturales, acumuló Séneca muchos conocimientos
empíricos sin cálculos ni experimentación, pero que son la única prueba
de que los Romanos se ocuparon algo en la física. Mayor fama adquirió
Plinio Secundo (187), que en la Historia de la naturaleza reunió los
descubrimientos, las artes y los errores del espíritu humano; no añadió
nuevos descubrimientos, pero recogió o hizo recoger los conocimientos
de miles de autores, cuyas obras no han pasado a la posteridad, con una
filosofía atrabiliaria que agrava las humanas miserias. Compendio de su
obra es el Polyhistor de Julio Solino (188). |
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Estrabón viajó mucho y cuenta lo que vio y oyó, no sin crítica. El
español Pomponio Mela compendió el sistema geográfico de Eratóstenes
(De situ orbis) con elegantes descripciones, pero sin crítica. Dionisio
Periegeta (189) describe el mundo en buenos versos griegos. La geografía
adquirió un carácter científico merced a Claudio Tolomeo, quien diseñó
26 mapas, con meridianos y paralelos; conoció remotísimos países, y su
Gran construcción ( ) comprende todas las
observaciones de los antiguos sobre la geometría y la astronomía. Dejó su
nombre al sistema que ponía la tierra como centro del universo,
sosteniéndolo contra Aristarco de Samos que afirmaba lo contrario;
precisó el catálogo de las estrellas de Hiparco, y ocupose también de
música, reduciendo a 7 los 13 o 14 tonos de los antiguos. |
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Las matemáticas eran poco cultivadas en Roma. Julio Frontino dio la
historia de los acueductos. Isidorio descubrió la duplicación del cubo.
Menelao de Alejandría compuso el primer tratado de trigonometría. |
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Columela escribió un tratado De re rustica. Dioscórides trató de las
plantas medicinales. |
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Los médicos eran en su mayoría esclavos; eran empíricos, con
charlatanescos sistemas. Asclepiades de Prusia, trasladado a Roma, aplicó
a la medicina los dogmas de Demócrito y Epicuro, y sustituyó la hipótesis
de los humores por la física mecánica, simplificando la terapéutica;
quería que la cura fuese pronta, segura y agradable, y así reconcilió con la
medicina a los Romanos, disgustados del sanguinario cirujano Arcagato.
Temisón de Laodicea redujo la medicina a sistema; describe con
diligencia los períodos de las enfermedades; pero sus secuaces, llamados
Metódicos, introdujeron una extravagante serie de remedios, aplicables en
tiempo y orden determinado. Siguieron otras escuelas, todas diferentes.
Celso, de quien se ignoran época, patria y vida, escribió una enciclopedia
(Artium) de la cual quedaron 8 libros sobre medicina, que son tal vez
traducción del griego. Era observador, Celso, y juzgó con buen sentido y
expuso con elegancia las materias que fueron objeto de su estudio.
Arquígenes de Apamea fundó la escuela ecléctica, toda sutilezas de
palabras y argumentos. Areteo de Capadocia es el mejor observador
después de Hipócrates. Galeno de Pérgamo abrazó todas las ciencias,
adoptó el dogmatismo de Hipócrates respecto de las facultades de los
órganos, pero se valió de la anatomía, al menos en las monas; hizo
muchos descubrimientos, aunque quedaron muy pocos libros suyos,
escritos con jactancia y prolijo lenguaje. |
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Después de Augusto quedó aniquilada la literatura latina, tanto más
cuanto que los recelosos emperadores castigaban toda osadía literaria:
con tal motivo, los pocos escritores que había, se limitaban a adular,
única manera de vivir y ganar dinero. Desplegose, sin embargo, bastante
lujo en bibliotecas, y los emperadores protegían la instrucción más que
bajo la República; pero la educación, antes que basarse en ejemplos
domésticos, se confiaba a esclavos griegos y a criadas, y luego a rectores
venales. No quedó ya campo para la elocuencia en un pueblo sin
estímulo, un senado sin autoridad y una juventud sin libertad ni
esperanzas, y reducíase a declamaciones, ya en alabanza de los magnates,
como el panegírico de Plinio, ya en las academias, sobre temas ficticios,
como los de las escuelas, y mayormente sobre casos hipotéticos y
exagerados. Como si tal decadencia no bastase, algunos se servían de la
literatura para denunciar a los que no amaban a los tiranos; apenas se
pudo respirar, cuando Quintiliano, Plinio, Juvenal y Tácito hicieron la
guerra a esta elocuencia delatora. El español Quintiliano fue el primero
que dio lecciones de elocuencia a costa del erario público; en sus
Instituciones oratorias reconoce la pobreza de la literatura de entonces, y
aunque busca el buen gusto, ni él mismo logra adquirirlo; daba preceptos
falsos o insulsos, mezclados con algunos buenos, entre estos la
recomendación a favor de los clásicos y de la necesidad de que sea
hombre honrado el que quiera ser buen literato. |
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Quintiliano |
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Frontón |
El númida Frontón fue puesto por algunos al nivel de Cicerón; siendo
maestro de Marco Aurelio, le dijo abiertamente la verdad; reunía en su
casa a muchos literatos, procurando volverlos a la primitiva sencillez |
Plinio |
Plinio Cecilio, sobrino de Plinio el naturalista, se mantuvo honrado
bajo tristes monarcas; recitó a Trajano un panegírico, cúmulo de frases
estudiadas; empleó sus grandes riquezas en bien de sus amigos, de los
pobres y de Como su país natal; en sus epístolas, muy distantes de la
ingenuidad ciceroniana, informa de la cultura artificial de su tiempo. |
Estacio |
Bajo Nerón surgieron muchos poetas, que hacían versos con cualquier
pretexto y celebraban concursos. Estacio, hijo de poeta, fue poeta de
circunstancias; recitaba sus versos en alabanza de algo o de alguien, y
cantó la Tebaida en 12 libros de 800 versos cada uno. |
Marcial |
El mismo Marcial componía epigramas por cualquier concepto y para
alabar a los grandes o a todo el que le convidase a la mesa o le hiciese
donativos. Compatriota suyo español era Lucano, sobrino de Séneca, que
en la Farsalia cantó las guerras más que civiles entre Pompeyo y
César, falseando la historia y los caracteres, pero con aspiraciones
liberales; más rico en fantasía y numen poético que Virgilio, fue
incomparablemente inferior a éste en estilo. Tiene mérito épico Valerio
Flaco, que en los Argonautas imitó a Apolonio de Rodas; abunda en
descripciones, en digresiones y en erudición mitológica. En igual género
brilla Silio Itálico, que cantó la Guerra Púnica sin imaginación, con
acciones sobrenaturales muy inconvenientes y ficciones inverosímiles. |
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No hubo ningún poeta lírico de mérito durante el dominio de los
emperadores. Julio Calpurnio hizo églogas. Del teatro únicamente
quedan las tragedias atribuidas a Séneca, llenas de sentencias estoicas,
con más ingenio que gusto, y sin vigor dramático. La indignación dictó a
Juvenal excelentes sátiras, vigorosas y originales, hiperbólicas y
declamatorias. Las de Persio exageran el estoicismo, y su estilo
pretencioso disimula muy mal la esterilidad de ideas. El Satiricón de
Petronio Árbitro (190), expone la vida lujuriosa y mórbida de Trimalción (191).
Apuleyo compuso la primera novela latina, El asno de oro, cuya idea
está tomada de Luciano, aunque es nuevo y bello el episodio del Amor y
Psiquis. |
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Satíricos |
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Griegos |
También la literatura griega había degenerado en manos de los
gramáticos, quienes llenaban infinitos volúmenes comentando los
clásicos, y principalmente a Homero. La poesía había decaído, lo mismo
que la elocuencia, reducida a discursos artificiosos, de malísimo lenguaje
casi todos. Dión de Prusias, querido de los Dacios, los Mesios y los
Getas, imita a Platón y a Demóstenes. Herodes Ático, inmensamente
rico, superó a todos en gravedad, afluencia y elegancia. A Casio Longino
se atribuye el pequeño tratado De lo sublime, donde escoge los ejemplos
con buena crítica, y se muestra capaz de comprender los mejores; pero
confunde lo sublime con lo bello y con el estilo figurado. |
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Luciano |
Las novelas eran casi todas amorosas; y eran obscenas las Fábulas
Milesias, escritas por Arístides de Mileto. El Asno, de Lucio de Patras,
fue imitado por Luciano de Samosata (192), que es el escritor griego más
ilustre de aquella época. Conoció los defectos de su tiempo y los
describió exactamente, y minó con el sarcasmo y la duda lo poco que aún
quedaba de las antiguas instituciones; hace dialogar a los muertos para
reprender a los vivos, perdonando sin embargo a los virtuosos. Insulta
igualmente a los Dioses de la Grecia, de la Persia y del Egipto. En fin, da
buenos preceptos de historia. |
Tácito |
El historiador más ilustre fue Tácito de Terni, quien observó
largamente la flaca lucha de su tiempo, antes de escribir los sucesos de
Galba y Nerva; pero solo quedan algunos libros de sus Historias y de sus
Anales. Entra hasta en la vida privada, con cuadros estupendos y severo
juicio de las acciones; no refiere ningún hecho, por pequeño que sea, sin
remontarse a las causas y considerar las consecuencias, en lo cual a veces
le sobra argucia y se muestra demasiado sombrío. Apasionado por la
libertad a la antigua, conoce sin embargo que uno puede ser grande hasta
bajo el dominio de príncipes malvados, y al paso que selló con perpetua
infamia a los tiranos, supo elogiar a Nerva y a Trajano. En su concisión
de estilo y originalísima manera de considerar las cosas, Tácito no tuvo
modelo, ni ha tenido imitadores. |
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Suetonio era coleccionador infatigable de antigüedades y anécdotas,
con las cuales tejió la Vida de los Césares, distribuyendo en categorías
los vicios y las virtudes, sin elevarse a consideraciones políticas. |
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Veleyo Patérculo (193) escribió la historia universal desde los orígenes de
Roma hasta sus días; mas queda muy poco de ella. Elegante en su
manera de escribir, aduló bajamente a los Césares. A los Hechos y dichos
memorables de Valerio Máximo, les falta crítica y gusto. Justino
compendió la Filípica de Trogo Pompeyo, omitiendo lo que no le parece
curioso o instructivo, y confundiendo los tiempos. Solo merece elogio
por su estilo. Floro compendió la historia romana en continua alabanza,
atribuyéndole tres edades la infancia, la adolescencia y la juventud. |
Curcio |
Quinto Curcio, de quien ningún antiguo hace mención, y no se sabe
cuándo floreció, es narrador claro y pintor florido en la historia o más
bien en la novela de Alejandro; pero es pésimo historiador. Obras
supuestas son las de Dictis de Creta y Lucio Fenestella. En la Historia
augusta, Esparcianio, Lampridio, Vulcacio, Capitolino, Polión y
Vopisco, de la época de Diocleciano, muéstranse biógrafos pobres de
estilo y de orden. |
Josefo Hebreo |
Josefo el Hebreo escribió en 20 libros las Antigüedades judaicas, para
dar a conocer su pueblo a los Griegos y a los Romanos, presentándolo
siempre por el lado favorable, y halagando luego a los vencedores de las
últimas guerras. Las había escrito en hebraico moderno, las tradujo al
griego para presentarlas a Vespasiano, y Tito las hizo verter al latín.
También fue hebreo Filón, que escribió las Virtudes de Calígula. Ariano
de Nicomedia hizo la historia de los Partos y de los Bitinios, obra que se
ha perdido, pues solo se conservaron los discursos y arengas de Epicteto
y una historia de Alejandro. Diógenes Laercio narró las Vidas de los
filósofos. |
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Pausanias describió los monumentos de la Grecia, con su historia y
sus fábulas. Herodiano dejó en ocho libros griegos la historia de los
emperadores. Bastante mejor fue Dión, quien redujo a ocho décadas la
historia de Roma, compilando, y poniendo trabajo propio; es claro pero
incorrecto y lleno de prodigios y de sueños |
Plutarco |
Famosas fueron las Vidas comparadas de los hombres ilustres, de
Plutarco de Queronea. Recogió éste muchas noticias, pero sin
expurgarlas ni ordenarlas; aunque de buen sentido, carecía del
sentimiento de lo pasado; no veía más que a su héroe, pero no se cuidaba
de lo que de él hubieran podido decir otros, y no lograba presentarlo bajo
todos sus aspectos. Sus paralelos son más ingeniosos que sólidos. Tiene
un estilo inseguro, ignoraba el latín; abundan en sus escritos las
supersticiones; sin embargo son de agradable lectura por su sencillez y
por el retrato que presentan de los grandes hombres. |
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Un tal Aulo Gelio coleccionó en sus Noches áticas cuanto oía y leía,
con lo cual se conservaron noticias importantes. Otros muchos
practicaron este oficio de coleccionadores, como Ateneo en el Banquete
de los sabios, Polieno en las Estratagemas, Julio Africano en los Cestos,
Flegón en las Cosas maravillosas y en los Hombres de avanzada edad, y
Heliano en la Historia variada. |
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El bendecido nombre de los Antoninos fue deshonrado por Cómodo,
rico tan solo en fuerza, lujuria y cobardía. Complacíase en matar y
atormentar, y vestido de Hércules, se presentaba en público, hendiendo
con la clava la cabeza de algunos infelices disfrazados de fieras; bajaba
desnudo a la arena para ostentar su portentosa vigorosidad, lo cual no
impedía que huyese ante el enemigo. Fue muerto a la edad de 31 años,
siendo inmediatamente proclamado Helvio Pertínax, viejo senador,
nacido de un esclavo carbonero; virtuoso y magnánimo, amante de la
antigua sencillez, conservó en el trono sus virtudes privadas, haciendo
recordar a Trajano y Marco Aurelio. Tales virtudes desagradaban a los
pretorianos acostumbrados a hacer cuanto se les antojaba; así fue que se
amotinaron y dieron muerte a Pertínax, poniendo después el imperio a
pública subasta. Didio Juliano, rico milanés, lo compró, dando 6250
dracmas por soldado. Aquel indigno mercado disgustó a los ejércitos
acampados en Oriente y en la Britania, y Clodio Albino en esta, y
Pescenio Níger en aquel, fueron proclamados emperadores; mientras
tanto se levantaba un émulo superior en la persona de Septimio Severo,
quien se dirigió de la Panonia a la Italia, mientras los pretorianos daban
muerte a Didio. Severo licenció a los pretorianos, desterrándolos a
provincias; en lugar de estos, eligió 50000 hombres, entre sus más
valientes soldados, de todos países, y no ya exclusivamente italianos. El
prefecto del Pretorio, no solo fue jefe del ejército, sino también de la
hacienda y de las leyes. Níger fue vencido y muerto con muchísimos
partidarios suyos; también Albino cayó herido en rudo combate, a los pies
de Severo, quien lo hizo pisotear por su caballo, y tomó terribles
venganzas, cuando ya eran inútiles. Alcanzó Severo muchas victorias
sobre los Partos, los Germanos y los Britanos. Hizo preparar leyes de
grande y severa justicia por Papiniano, famoso jurisconsulto y prefecto de
los pretorianos; despreció al Senado, último vestigio de la República, y
acumuló tesoros. |
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192 |
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Severo |
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Su hijo Caracalla con su infame conducta amargó la vida del padre,
que murió a los 66 años de edad y tuvo la acostumbrada apoteosis. Pronto
los hijos de Severo, Caracalla y Geta vinieron a las manos; aquel dio
muerte a su hermano, y sediento de sangre, recorría el imperio buscando
en todas partes magnificencia y suplicios, disipando dinero, elevando a
los hombres más indignos, y contentando a los pretorianos con dejarles
holgar y adquirir preponderancia. A los 29 años de edad fue muerto aquel
monstruo, memorable por haber declarado ciudadanos a todos los
súbditos del imperio. |
211 |
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217 |
Los pretorianos proclamaron a Macrino, prefecto del Pretorio, quien
pronto repartió dones, promesas y amnistía, y obtuvo del Senado tantas
adulaciones, como imprecaciones tuvo el difunto Caracalla. Macrino puso
remedio a los desórdenes pasados y reprimió a los enemigos; pero se
malquistó la voluntad de los soldados, a quienes sometía otra vez a la
disciplina. Fomentaba esta aversión Julia Mesa, tía de Cómodo, que
Macrino había dejado vivir en Emesa con inmensas riquezas y con su
sobrino Heliogábalo (194), el cual fue proclamado emperador. Vencido y
muerto Macrino, corrió aquel a Roma y superó a todos los príncipes
perversos en impiedad, prodigalidad, libertinaje y crueldad. En cuatro
años repudió y mató a seis mujeres; no vestía más que oro; de oro era su
carro y de oro el polvo que él debía pisar; comía lo más raro y costoso,
siendo premiado el que inventase alguna golosina, como el que más se
distinguía en lascivos excesos. Contaba apenas 18 años cuando los
pretorianos le dieron muerte y proclamaron emperador a su primo
Alejandro Severo. Afable y modesto, dócil a su madre Mamea, se dejó
guiar por ella y por un consejo de 16 senadores, a cuya cabeza estuvo el
famoso Ulpiano; amó la virtud, la instrucción, el trabajo y la lectura, y
había escrito en las puertas del palacio: Haz a otro lo que quieras que los
demás hagan contigo; con tales dotes, dio bienestar al imperio, después
de 40 años de tiranía. |
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218 |
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Alejandro Severo |
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Pero los soldados eran indómitos, y se amotinaron asesinando a
Ulpiano; con todo, Severo supo enfrenarlos y castigarlos. En su tiempo se
agitó el reino de los Partos y se restauró la Persia. Artabano (195), rey
arsácida de la Media, tuvo sucesores indignos, que en fratricidas guerras
invocaron el auxilio de Claudio y de Nerón. Habiendo Cosroes arrojado
de la Armenia al rey puesto por Trajano, éste invadió la Armenia, pasó el
Éufrates, tomó a Ctesifonte, capital de la Partia, y colocó en el trono a
Partamaspates. |
Persia |
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114 |
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Muerto Trajano, los Partos reclamaron a Cosroes, que a pesar de todo
se conservó amigo de los Romanos; mas éstos tuvieron luego que
sostener importantes guerras, hasta que Severo llegó a Ctesifonte y la
tomó por asalto. |
192 |
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Era difícil conservar aquellas conquistas; y para impedir que los Partos se
sublevasen, se fomentaban las discordias. Los magos, aunque vencidos y
postrados por los Partos, no habían perdido nunca la esperanza de
reconstituir la nación persa, y consiguieron sus deseos merced a
Artaxares, hombre oscuro, pero hábil en la guerra, que venció a los
Partos, obligándoles a obedecer a un pueblo que habían dominado
durante 48 años. Solo en la Armenia supieron conservarse independientes
los sátrapas de la estirpe de Arsaces. Artaxares, hecho rey de reyes,
vigorizó la religión de Zoroastro, hizo declarar en un concilio el
verdadero sentido del Zendavesta, fraccionado entre 70 sectas; arregló la
administración, reprimió a los sátrapas y a los bárbaros vecinos; con todo
lo cual quedó siendo el único rey de todos los habitantes que moraban
entre el Éufrates, el Tigris, el Araxes, el Oxo, el Indo, el Caspio y el golfo
Pérsico; habiendo pasado el Éufrates, ordenó a los Romanos que
desocupasen la Siria y el Asia Menor. |
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Esta intimación irritó a Alejandro Severo, quien recuperó la
Mesopotamia, derrotó a Artaxares y obtuvo los honores del triunfo en
Roma. Pero Artaxares recobró en seguida las provincias perdidas y
amenazó la existencia del imperio romano. Alejandro tuvo que ir también
contra los Germanos, sin cejar en el mantenimiento de la disciplina y el
respeto a los pueblos. Burlábase de Severo el capitán Maximino, quien
creándose un partido, lo acometió y le asesinó, y se hizo proclamar
emperador. |
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235 |
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Maximino era un gigante de portentosa fuerza; bajo su reinado,
empezaron en breve las venganzas y las crueldades. En África, unos
cuantos jóvenes muy ricos proclamaron emperador a Gordiano, opulento
y benéfico senador que daba numerosísimos juegos al pueblo. Tenía 80
años cuando tuvo la desgracia de ser proclamado emperador, y
habiéndose asociado a su hijo, prodigó indultos y promesas; mas fueron
ambos asesinados en Cartago a los 36 días de haber subido al trono. |
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Torrentes de sangre saciaron la venganza de Maximino, cuyo furor
espantó de tal manera al Senado, que éste proclamó emperadores a dos
senadores ancianos, Máximo y Balbino. Alborotose el pueblo y quiso
agregar a los dos un nieto de Gordiano, joven de 13 años. En tanto, se
dirigía contra ellos Maximino, mas fue asesinado en el camino con su
hijo y sus más fieles partidarios. |
238 |
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Hubo entonces alegría general; mas pronto se sublevaron las tropas,
dieron muerte a los dos emperadores y proclamaron al joven Gordiano.
Este reunía las mejores cualidades. Venció a los Persas, quienes al mando
de Sapor habían recuperado la Mesopotamia; pero Filipo, jefe de los
pretorianos, lo depuso y lo asesinó. Por su dulzura se atrajo Filipo el
afecto del pueblo y celebró el milenario de Roma con juegos en que
combatieron 32 elefantes, 10 osos, 60 leones, 10 asnos, 40 caballos
salvajes, 10 jirafas, un rinoceronte y otras fieras, y 2 mil gladiadores. |
244 |
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249 |
Pero por todas partes brotaban nuevos emperadores; y siendo Decio
atacado por Filipo, éste fue asesinado. Decio trató de restablecer la
antigua disciplina y quiso renovar la censura; pero le distrajeron de estas
reformas las insurrecciones de los Godos, peleando contra los cuales
encontró la muerte. Treboniano Galo, proclamado en lugar suyo,
concluyó vergonzosa paz con los Godos; Emilio Emiliano, comandante
de la Mesia, se hizo elevar al imperio, y al entrar en Italia, encontró en
Terni a Galo asesinado; pero el ejército lo asesinó a él también, y se puso
de acuerdo con el Senado y con las tropas de la Galia y la Germania, que
habían puesto en el trono a Valeriano. Las cualidades de éste lo hacían
digno del imperio, mas pronto se mostró débil para tanto peso; sin
embargo pudo resistir en guerra contra los Germanos, los Francos y los
Godos, que se alzaban; pero al hacer armas contra los Persas cayó
prisionero, sirviendo de escabel al rey de los reyes. |
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Inmediatamente, todos los enemigos de Roma se lanzaron sobre el
imperio; en vez de excitar el ardor guerrero para rechazarlos, el
emperador Galieno, hijo de Valeriano, prohibió que los senadores
obtuvieran grados militares; procuró atraerse a los Bárbaros con
concesiones y vínculos de parentesco, y luego con matanzas en la Mesia.
En su desesperación, los habitantes proclamaron a Regilo, mientras en las
Galias coronábase Casiano Póstumo, del mismo modo que Balisto en la
Persia, Odenato en Palmira, y Flavio Macriano, Valerio Valente y otros se
sublevaban acá y acullá, siendo conocidos con el nombre de los Treinta
Tiranos; de manera que Galieno se vio obligado a estar siempre sobre las
armas, hasta que perdió la vida. Todo el imperio andaba revuelto,
invadido por todas partes, si bien contuvieron su ruina una serie de
emperadores valientes. |
261 |
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258 |
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Claudio II, ilirio, derrotó a los Germanos que se habían adelantado
hasta el lago de Garda, y destruyó su ejército y su flota. Muerto en breve,
el Senado le dio por sucesor a Aureliano, natural de Panonia, quien tuvo
que combatir contra los Godos, introducidos en Italia hasta Fano, y
abandonó las conquistas de Trajano allende el Danubio; circundó a Roma
de murallas y restableció la disciplina, sometiéndose él mismo a ella. |
Aureliano |
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Los Sarracenos del desierto, guiados por Odenato, habían batido a los
Persas; de modo que Odenato fue nombrado por Galieno jefe de todas las
fuerzas del imperio y rey de Palmira, ciudad fundada por Salomón en el
desierto, muy floreciente merced a las caravanas que en ella hacían alto.
Zenobia, viuda de Odenato, que conocía muchos idiomas y muchas
ciencias, y era prudente en los consejos y hábil en la guerra, dominó la
Siria, la Mesopotamia, el Egipto y gran parte del Asia. Para poner coto a
sus conquistas, la atacó Aureliano, y encerrándola en Palmira, se apoderó
de la ciudad, siendo ésta destruida bárbaramente. Las ruinas de Palmira,
vestigios de incomparable grandeza, causan todavía admiración en medio
del desierto. |
Zenobia |
272 |
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Sojuzgado el mismo Egipto, Aureliano tuvo en Roma un pomposísimo
triunfo, con prisioneros y despojos de los más remotos pueblos, y con
Zenobia, a la cual dio bastantes tierras en los contornos de Tívoli.
Aureliano restauró con sabias medidas la administración pública, pero
mientras se preparaba para vengar a Valeriano, fue muerto por sus
guardias. |
275 |
283 |
Ocho meses vacó el imperio, hasta que fue obligado a aceptarlo
Tácito, príncipe del Senado, que reinó solo seis meses. Su hermano
Floriano se vistió la púrpura, pero varias legiones se declararon a favor de
Probo, buen guerrero; mas también fue éste supeditado por competidores
y asesinado al fin. Caro, prefecto del Pretorio, fue proclamado emperador,
se asoció a sus hijos Carino y Numeriano, entró en la Persia y murió a lo
mejor. En la retirada fue muerto Numeriano. Carino reinó solo e
indignamente, tanto que el ejército proclamó a Diocleciano, dálmata,
valiente en las armas y diestro en los negocios, quien pronto se halló
único emperador. |
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Diocleciano |
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Durante los 92 años transcurridos desde Cómodo a Diocleciano, de las
25 veces que estuvo vacante el imperio, 22 fue por fin violento; y de los
34 emperadores, 30 fueron asesinados. |
286 |
Pensando en esto, Diocleciano trató de dar nueva forma al imperio.
Tomó por colega a Maximiano, valiente soldado, natural de Sirmio,
hombre cruel que tomó el título de Hercúleo; subdividió más la autoridad
para atender con más presteza a la defensa del imperio, eligiendo por
Césares a Galerio y Constancio. Repartiéronse las provincias; pero la
monarquía estuvo representada por Diocleciano. De aquel modo pudieron
reprimir a los diversos enemigos y competidores, especialmente a los
Persas, obligados a ceder la Mesopotamia y a tomar por límite el Araxes.
Por aquel lado el imperio quedó seguro; en los otros confines Diocleciano
estableció campamentos bien provistos de municiones y víveres. Para
estar más pronto a la defensa, Diocleciano se estableció en Nicomedia,
fijando en Milán a su colega Maximiano. Estando fuera de Roma, no
tenía que observar los usos y costumbres legados por la antigua libertad,
ni consultar al Senado ni a los sacerdotes, ni temer a los pretorianos;
dominaba despóticamente y se titulaba, no ya cónsul, ni tribuno, ni
censor, sino Dominus: se rodeó de fausto asiático, con corte y
ceremonias, que eran repetidas por los cuatros colegas. Abdicó luego, y
volvió a la vida privada en Salona, donde decía que al fin había
encontrado la felicidad. |
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305 |
Constantino |
Maximiano había abdicado también; y Constancio y Galerio
rompieron las hostilidades entre sí y con los dos nuevos césares,
Maximino y Severo. Constanzo fue padre de Constantino, quien habiendo
sido cuidadosamente educado por Diocleciano, mereció el amor del
pueblo y de los soldados, alcanzó señaladas victorias, y, a la muerte de su
padre, fue proclamado emperador, con marcado disgusto de Galerio.
Majencio, hijo de Maximiano y yerno de Galerio, se hizo aclamar en
Roma, quitó la vida y el título a Severo, y conciliose la amistad de
Constantino dándole por esposa a su hija Faustina. En esto, se
multiplicaron los pretendientes, y fueron seis los que a un tiempo llevaron
el nombre de emperador romano, hostigándose mutuamente y devastando
las provincias y la Italia. En esta dominaba Majencio, siendo
condescendiente con los soldados y abandonándose a las supersticiones.
Mientras tanto, Constantino hacía prosperar las Galias; y oyendo que
Majencio quería arrojarlo, dirigió sus armas a Italia, venció en Susa, en
Turín, en Milán y en Verona, y a nueve millas de Roma derrotó a su
émulo, que se ahogó en el Tíber. |
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306 |
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323 |
Señor de Roma, Constantino suspendió las crueldades tan pronto
como dejaron de ser necesarias; destruyó el campo de los pretorianos,
restituyó su esplendor al Senado, venció a los demás emperadores, y. al
fin pudo unir todo el imperio en su robusta mano. |
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En medio de estos estrepitosos acontecimientos, se cumplía otro que
había de tener mucha mayor eficacia en la civilización universal: la
difusión del cristianismo. Los Apóstoles, iniciados apenas por el Espíritu
Santo, salieron intrépidamente a predicar la verdad y conquistarle
prosélitos. Al principio no se distinguieron de los Hebreos, puesto que
Cristo había venido no a destruir sino a cumplir la ley. Luego los mismos
Hebreos los contrarían; encarcelan a Pedro y a Juan y los castigan en
medio de la asamblea; apedrean a Esteban, precipitan del templo a
Santiago el Menor y decapitan a Santiago el Mayor. Los perseguidos se
difunden por la Judea y después por entre los Gentiles; Pedro, que al
principio tenía su residencia en Antioquía, donde dio a los convertidos el
nombre de Cristianos, se trasladó a Roma. Pablo, de persecutor se
convierte en celosísimo propagador, predica en Atenas, combate las
supersticiones de Éfeso, librase de la persecución como ciudadano
romano y extiende las conversiones en Roma, desde donde dirige
epístolas a los convertidos, encareciendo la fe, con sublimidad de
concepto y sencillez de vida; y parece demostrado que él y Pedro
sufrieron el martirio en Roma. |
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29 de junio |
Mientras tanto, la luz se propagaba hasta los mas remotos países. En
los cuatro evangelios se habían compendiado las doctrinas y los actos de
Cristo; el evangelista Juan, que era todo dulzura, añadió al suyo el
Apocalipsis, visión de los futuros acontecimientos de la Iglesia. |
69 |
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Muchos ilustres romanos, algunos de la casa imperial, abrazaron la
nueva doctrina; muchas mujeres convertían a sus familias; y todos vivían
en santa concordia, presentando ejemplos de caridad entre el común
egoísmo, de fraternidad universal entre las parcialidades nacionales, de
profunda convicción entre la indiferencia, de virtud entre la depravación
dominante, y resignándose a los infortunios de esta vida con la esperanza
de la otra. |
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Cuanto más se oponían estas cualidades a las costumbres dominantes,
a las supersticiones difundidas, a los hábitos adquiridos, a los sacrificios y
a los juegos, tanto más difícil debía ser la difusión del cristianismo; pero
éste tenía las fuerzas morales que faltaban al paganismo, y hablaba a
todos los hombres en nombre del mismo Dios; por esto lo hallamos
propagado con tal rapidez, que se atribuye a milagro. Y así como las
antiguas ciudades pretendían ser fundadas por héroes o semidioses, así
también las nuevas iglesias querían derivar de apóstoles o de discípulos
suyos. Al principio fueron los Cristianos confundidos con los Hebreos y
participaron del desprecio y de la aversión que a estos se tenía,
mayormente desde que se habían rebelado contra el imperio. No faltaron
impostores que falsearon las virtudes y milagros de Cristo y de sus
secuaces (Simón el Mago, Apolonio de Tiane). Luego la unión del Estado
con la Iglesia interesaba a los Gobiernos en impedir un nuevo orden de
cosas, principalmente una religión que excluía a todas las demás, tanto
que la principal acusación que se dirigía a los Cristianos era la de ser
enemigos del género humano. Sin embargo, estos Cristianos no
amenazaban la tranquilidad pública, ni hacían sediciones y conjuras;
desde la altura de una doctrina que atendía a la moral santidad del
individuo, no se cuidaban de cuál fuese la forma o el sistema del
gobierno, ni si era bueno o malo el que reinaba; aunque proclamaban la
igualdad, no abolían la servidumbre; y los esclavos convertidos quedaban
en poder de sus amos como antes, pero buenos y resignados, mientras
imponían a los amos la obligación de tratarles como hombres que tenían
una conciencia y un alma. Cierto es que en las familias nacía a veces la
confusión de ser algunos cristianos y otros idólatras; además los
sacerdotes se lamentaban de que los templos permanecían desiertos, de
que escaseaban los dones, de que no se interrogaban ya los oráculos, y se
destruía aquel aparato por el cual se revelaba la falta de fe. Mientras
tanto, sobrevenían derrotas, desastres y hambres, y los Cristianos decían
que eran avisos y castigos del cielo, acarreados por aquella enormidad de
vicios. De lo cual se deducía que los Cristianos deseaban y se gozaban en
aquellos castigos y que por esto eran enemigos del género humano. |
Persecuciones |
Preciso era, pues, castigarlos y exterminarlos. Habiéndoseles imputado
el incendio de Roma, verificado por Nerón, fueron presos, degollados,
untados de pez y puestos como antorchas en los jardines donde se divertía
el pueblo. Queriendo Domiciano reedificar el templo de Júpiter
Capitolino, impuso un tanto por cabeza a todos los Hebreos, y no
queriendo los Cristianos contribuir a una idolatría, se acarrearon una
nueva persecución. Plinio Cecilio, siendo procónsul de la Bitinia, escribió
a Trajano que aquellos Cristianos no hacían ningún mal, pero se negaban
a sacrificar a los dioses y a quemar incienso en el ara de los emperadores;
y preguntó si debía castigarlos, aunque eran inocentes y numerosos. El
buen Trajano respondió que la ley los condenaba desde el momento en
que eran convictos; y así llegó la tercera persecución. Adriano emprendió
otra a causa de su celo por las supersticiones y la magia. Hasta aquellos
buenos príncipes Antoninos dejaron perseguir a los Cristianos, como
espíritus adversos a la República. Septimio Severo, viendo la nueva
creencia extendida hasta entre personas de elevada jerarquía, publicó
contra estas un edicto; pero tanta firmeza habían adquirido, que ya
elevaban iglesias, compraban terrenos y hacían sus elecciones en público,
por lo cual Alejandro Severo los admitió en el palacio como sacerdotes y
filósofos. |
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También los favoreció el emperador Filipo; pero mostrose encarnizado
enemigo de ellos Decio, quien secundando a los sacerdotes y a otros
instigadores, dejó encarcelar, desterrar y matar a gran número de obispos,
y martirizar a muchísimos Cristianos con los más refinados suplicios.
Renovó las crueldades Valeriano, y las evitó Aureliano, en tiempo del
cual adquirió la Iglesia aspecto de legalidad, se ensancharon los templos y
se vieron honrados los obispos. |
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El paganismo, que había decaído en la constitución y en las
costumbres romanas, se reanimó al ser combatido por la ley nueva; y
hasta quiso purificarse haciendo ver que la multiplicidad de dioses y sus
historias no eran más que símbolos; se introdujeron expiaciones y
purificaciones, se inventaron oráculos, profecías y milagros, y se excitaba
a hacer observar las leyes existentes, exterminando a los Cristianos.
Galerio y Domiciano resolvieron extirpar aquella secta que constituía un
Estado dentro del Estado, y decretaron la persecución general de las
iglesias, de las reuniones, de los libros sagrados, con tal obstinación, que
apenas se creería si no fuese atestiguada por tantos historiadores. Esta
décima persecución se extendió a todo el imperio. Los actos de los
mártires son una escuela de valor y perseverancia, y al mismo tiempo un
testimonio de la legalidad romana, tan diferente de la justicia. |
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323 |
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Contra esta persecución protestaban los creyentes, y publicaron
apologías Arístides, Cuadrato, san Justino, Atenágoras, Tertuliano y
otros. En las explicaciones de la doctrina y controversias, figuraron en
primer término san Cipriano, Arnobio, Lactancio, san Clemente
Alejandrino, Dionisio Areopagita, Orígenes y aquella serie de escritores
conocidos con el nombre de Santos Padres, cuyo estudio es precioso por
encontrarse en ellos la inalterada tradición de las doctrinas, de los ritos y
de la disciplina del Cristianismo. |