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No iban mejor las cosas en Oriente. El despotismo era allí más
terrible, no hallando freno en las tradiciones; pero el débil Arcadio se
dejaba dominar por favoritos, principalmente por el eunuco Eutropio,
que aniquilaba con leyes y procesos a todo el que le hacía estorbo. El
godo Gaina, llamado a defender el imperio, pidió por condición la cabeza
de Eutropio, quien habiéndose refugiado en el templo, fue salvado por
Juan Crisóstomo, a quien él siempre había molestado. Gaina, sin
embargo, siguió con sus Godos hasta el Helesponto y el Bósforo, y
doquiera llevó la desolación y el espanto, hasta que murió a manos de
Uldino, rey de los Hunos. |
369 |
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401 |
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La Corte andaba en intrigas, de las cuales fue víctima y narrador Juan
Crisóstomo. Arcadio murió después de un débil reinado de 13 años,
dejando a un hijo de ocho años, Teodosio, de cuya tutela se encargó
Antemio, quien la cedió después a Pulqueria, hermana mayor del niño
Teodosio, la cual administró el imperio por espacio de cuarenta años,
dedicada al ayuno y a las devociones, sin dejar, por eso, de ser activa y
vigorosa, mientras hacía educar a su hermano por hábiles maestros,
inculcándole ella misma ideas de virtud, de gobierno, y de respeto a la
religión y a los eclesiásticos. Pero esta educación fue en parte estéril, por
cuanto al joven príncipe le faltaban laboriosidad y vigor. Casose con
Eudoxia, hija de un sofista ateniense, mujer de talento, aficionada a las
bellas letras; mas no tardó en repudiarla, por infundados celos. |
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Mientras tanto, las provincias eran invadidas por Isauros, Moros y
Árabes, y mas seriamente por los Persas, hasta a título de religión, por
cuanto los Magos adoptaban todos los medios para impedir o estorbar al
cristianismo, mayormente en la Armenia. |
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A la muerte de Honorio, Arcadio, no sin guerra, se hizo señor de todo
el imperio, pero cedió el Occidente a su sobrino Valentiniano, hijo de
Placidia, el cual era dueño de medio mundo a los seis años de edad, bajo
la tutela de su madre; de modo que el imperio se halló dirigido por dos
mujeres. Placidia, que gobernó a su hijo durante veinticinco años, tuvo
dos valerosos generales: Aecio y Bonifacio. Pero estos, en vez de
coadyuvarse, se hostigaron. Bonifacio, que regía el África, viéndose
insidiado por su émulo, se rebeló y pidió auxilio a Genserico, rey de los
Vándalos, por lo cual trató de destituirlo San Agustín, obispo entonces
de Hipona; pero se arrepintió luego de su conducta y hasta morir
combatió al Vándalo. Este devastó las provincias africanas, y ocupó a
Cartago, siendo este golpe gravísimo para Roma, cuyos senadores
poseían en África la principal fuente de su riqueza. |
Aecio |
Aecio, ora en paz, ora en lucha con la emperatriz, mantenía siempre
correspondencia con los Hunos. Estos, que algunos confunden
erróneamente con los Mongoles y los Tártaros oriundos de la China,
parecen más bien de raza finesa, en parentesco con los Húngaros.
Cuando ocuparon el país comprendido entre el Mar Negro y el Danubio,
las imaginaciones, asustadas a la aparición de gentes extrañas a la raza
indo-germánica, inventaron fábulas y portentos sobre su origen. Lo cierto
es que hacían vida salvaje, yendo siempre a caballo, y no sabiendo
siquiera cocer las viandas. Estaban acostumbrados a los rigores de la
naturaleza, y las mujeres combatían juntamente con los hombres. Habían
inspirado terror al gran Hermanrico, el Alejandro de los Godos, los
cuales, siendo rechazados por los Hunos, tuvieron que abandonarles el
país situado en la parte septentrional del Danubio. Pronto invadieron el
Imperio, siendo llamados a tomar parte en las luchas y en las
insurrecciones. Recibían de Teodosio II el tributo de 350 libras de oro,
hasta que apareció Atila, azote de Dios. Este ha quedado en la historia
como personificación de inhumanas destrucciones. Lanzose en primer
lugar sobre la Persia; y estimulado después por Genserico, se echó sobre
el imperio de Oriente, intimando a los emperadores la orden de que le
preparasen un palacio; después de tres señaladas victorias, llegó al pie de
Constantinopla, imponiéndole vergonzosas condiciones, hasta la de
restituir a todo Romano que huyese de la esclavitud de los Bárbaros o
que desertase de éstos. Desde su capital, es decir, desde su campamento
situado entre el Danubio, el Teis y los Cárpatos (206), dictaba leyes a los
decaídos señores del mundo, y recibía sus pomposas embajadas. |
Los Hunos |
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483 |
Atila |
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Cuando murió Teodosio II, después de haber reinado 42 años,
deshonrado por el envilecimiento del imperio e ilustrado por el Códice,
que fue la primera colección oficial de leyes romanas, Pulqueria obtuvo
también de nombre el mando que tenía de hecho, y se casó con el
sexagenario Marciano, educado en la desgracia y en los campos, y
poseedor de virtudes rarísimas en aquel tiempo. Este negó el tributo a
Atila, quien con tal motivo se puso en movimiento con el propósito de
destruir a Roma. Aecio había sido repuesto en su empleo de general y
con su acostumbrada habilidad supo contener a los enemigos; tuvo en su
ayuda a los Hunos y a los Alanos para combatir a los Burgundiones y a
los Visigodos que habían ocupado los Galias. Los Francos, estacionados
en el bajo Rin, eran gobernados por reyes, entre los cuales recuerda la
historia a Faramundo y a Clodión, quien a pesar de haber sido derrotado
por Aecio, obtuvo la Bélgica. Su hijo Menoveo, habiendo estado preso
como aliado de Valentiniano III y como hijo adoptivo de Aecio, se alió
con Atila. Honoria, hermana de Valentiniano, ofreció su mano a Atila, el
cual encontró en ello un nuevo pretexto para invadir el imperio con una
falange de Bárbaros. Devastada la Galia, asedió a Orleans; pero
habiéndole alcanzado Aecio en Châlons (207), lo derrotó. Se rehízo Atila en
la Panonia, invadió la Italia por Aquilea, devastó las ciudades de tierra
firme, cuyos habitantes se refugiaron en las islas, y siguió marchando
contra Roma. Pero el Papa León consiguió detenerlo a fuerza de súplicas
y promesas, y el feroz invasor murió en los excesos de la lujuria, al
regresar al campamento que tenía por capital. Sus muchos hijos se
disputaron sus riquezas y posesiones, y los diversos pueblos invasores
trabaron entre sí reñidas batallas, tomando luego direcciones y
residencias distintas. |
450 |
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452 |
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El imperio agonizaba. Siempre sobrevenían nuevos Bárbaros;
aplacada y vencida una horda, surgía otra; y a las internas rebeliones se
unía la inepcia de los gobernantes. Muerta Placidia, Valentiniano III se
desbocó; asesinó a Aecio, su mejor general, y él, a su vez, fue hecho
asesinar por Petronio Máximo, que le sucedió en el trono. La viuda de
Valentiniano llamó en su venganza al vándalo Genserico, quien con una
terrible flota se trasladó del África a la embocadura del Tíber; y Roma fue
saqueada durante catorce días. Por otras partes, hacían irrupción otros
Bárbaros, reclamando hasta permanentes residencias. Para contener a los
Francos y a los Godos, Máximo designó a Flavio Avito, noble y honrado
hijo de lo Auvernia, quien, a la muerte de Máximo, fue ayudado por los
Visigodos a subir al trono; pero el Senado y el ejército lo recusaron y lo
sentenciaron a muerte. |
455 |
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Sucediole Mayoriano, animoso y liberal que gobernó bien, dio sabias
leyes, reprimió a los Vándalos en África y a los Visigodos en la Galia,
hasta que los soldados revoltosos le dieron muerte. |
461 |
Todo lo podía entonces Ricimero, comandante de los Bárbaros
auxiliares, llamado conde y libertador de Italia. Impuso al Senado la
elección de Libio Severo (208), a quien quitó después de en medio; gobernó
dictatorialmente, mientras acá y acullá se alzaban efímeros emperadores,
como Marcelino, Ecdicio, Antemio, Olibrio, Julio Nepote, interviniendo
siempre la fuerza de Ricimero y la benéfica intervención de los obispos. |
461 |
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Al morir, Ricimero dejó el ejército a su sobrino Gundebaldo, príncipe
de los Borgoñones. Entonces Orestes, que había servido a Atila como
secretario y embajador, y a la muerte de este caudillo había reunido una
masa numerosa de combatientes de varios pueblos, llevándola al servicio
de los Romanos, se sintió tan fuerte que hizo proclamar emperador a su
propio hijo, llamándolo Rómulo Augústulo. La chusma advenediza
pretendía que el emperador se plegase a todos sus caprichos, y habiendo
obtenido una tercera parte de los terrenos de la Galia, de la España y del
África, la quería también de Italia. Negose, Orestes, y la chusma se
dirigió a Odoacro, otro jefe de federados, quien hizo dar la muerte a
Orestes y regaló una rica quinta a Augústulo; mandó decir a Zenón,
emperador de Oriente, que en adelante creía superflua aquella dignidad
imperial en Occidente; y requirió para sí el título de patricio y la
administración de la diócesis italiana. |
Fin del imperio |
En un niño que reunía los nombres del primer rey y del primer
emperador de Roma, terminaba, pues, el imperio de Occidente, 476 años
después de Cristo, 1229 después de la fundación de Roma, 507 después
de la batalla de Actio que estableció la monarquía, y 310 después de la
guerra marcomana donde principió la gran emigración de los Bárbaros.
Roma había sido gobernada, primeramente por reyes, después por 483
parejas de cónsules, y al fin por 73 emperadores. |
|
De humildes y débiles comienzos, Roma creció agregándose los
pueblos vecinos, y luego los remotos; el imperio aniquiló entonces a los
individuos, no apreciándolos sino en cuando convenía al Estado. A
medida que la ciudad, es decir el Estado, se dilataba, disminuía aquel
amor patrio que había hecho prodigios al principio; las lejanas conquistas
producen largos mandos, y de ahí la costumbre en los capitanes de hacer
cuanto dicta su voluntad, y en los ejércitos de obedecer a un jefe; a lo cual
siguen las dictaduras, los triunviratos y el imperio. Con éste cesan las
conquistas, que habían sido el nutrimiento de Roma. Pronto todo depende
del capricho del emperador, y éste del capricho del ejército, sin que les
contenga ninguna ley regular, ni la religión de que los emperadores eran
pontífices máximos, ni la moralidad que era objeto de controversias entre
las escuelas filosóficas; la fuerza que los creaba los abatía. Estableciose el
verdadero despotismo cuando Cómodo puso junto al trono al jefe de los
pretorianos. Estos lo podían todo en la ciudad, y todo lo podía el ejército
en las provincias, de donde resultó la pluralidad de emperadores en pugna
dentro de un mismo imperio. Constantino conoció la necesidad de una
monarquía regulada, pero no supo armonizar sus diversos elementos. Sus
sucesores se abandonaron a un lujo asiático, con cuyo ejemplo los
súbditos se entregaron a todos los excesos de una civilización
corrompida. La útil clase de los agricultores era rechazada para dar cabida
a los esclavos, que cultivaban negligentemente los campos, destinados al
lujo más bien que al producto, puesto que se traían los víveres del África
o de la Sicilia. Los ricos provincianos abandonaban las ciudades, para
acudir a Roma, en busca de lucro y de placeres. El dinero necesario para
mantener la corte y el ejército, se sacaba de las provincias, cada vez más
gravadas; si el pueblo no pagaba, pagaban los decuriones, obligados a
sostener esta carga, de que se libraban acudiendo a Roma. |
|
Entre tantas depravaciones, se introdujo el cristianismo. Al principio
lo combatieron los emperadores, teniendo igualmente en contra gran
número de ciudadanos. Cuando esta doctrina triunfó, tuvo por adversarios
a los que se mantuvieron fieles al paganismo. La nueva religión no
atendía a un estrecho patriotismo, sino que abrazaba a todo el género
humano; esperaba ver corregida la inmensa corrupción del imperio por
Bárbaros menos depravados, y atribuía las desventuras a la venganza del
Cielo. Por esto la consideraban como enemiga, y en verdad no daba vigor
al odio pagano contra las demás naciones; las nuevas instituciones traídas
por ella habían quebrantado los antiguas, sin ser ellas mismas
consolidadas. |
|
Los Bárbaros llegaban en gran número, con los vicios de la fuerza,
guiados por jefes que debían el mando a su valor y juventud, y que
ansiaban fundar una patria nueva sobre aquellos debilitados pueblos, que
no sabían guardar la propia y tenían que recurrir a ellos para defenderla.
Los auxiliares se convirtieron pronto en dueños; y siempre eran invadidas
nuevas provincias, e impuestos nuevos tributos; hasta que los Bárbaros
creyeron oportuno poner fin a un orden de cosas establecido en falso; y
los fragmentos del imperio iban a convertirse en base de la moderna
Europa. |
|
Mientras se derrumbaba el imperio, se vigorizaba la Iglesia, a la cual
abandonó Constantino la antigua metrópoli, que fue el centro del
catolicismo. Al Papa Silvestre, que vio dada la paz a la Iglesia,
sucedieron otros, ocupados en difundir el Evangelio y conservar su
pureza combatiendo la herejía. |
314-316 |
|
|
Como después de Silvestre los Papas poseían muchos bienes, a su
nombramiento también concurrió el pueblo con el clero; con tal motivo, y
para impedir tumultos, los emperadores intervinieron en el
nombramiento, que confirmaron luego. Dámaso fue el primero en
titularse siervo de los siervos de Dios, y Sergio II fue el primero, al
parecer, que cambió de nombre. La primacía del obispo de Roma, además
de la apostólica tradición y la dignidad de la metrópoli en que residía, fue
favorecida con no haber otro patriarca en Occidente. León Magno
intervino para contener, a Atila y a Genserico; es el primer Papa de quien
se conservan recogidos los escritos, y el primero que recurrió a la
autoridad civil para dar validez a los decretos del Pontífice. |
440 |
|
|
El emperador Teodosio ordenó con el Pontífice el tercer Concilio
ecuménico, para disipar la herejía de Nestorio, que negaba a María el
título de madre de Dios, distinguiendo la persona de Cristo del Verbo, y
la naturaleza humana de la divina. En la condenación de esta herejía se
esforzaron durante siglos los Nestorianos, mientras se extendía entre los
Católicos el culto de María. La Iglesia tuvo muchos detractores,
principalmente los Donatistas, Pelagianos, Semi-pelagianos, Eutiquianos,
Priscilianistas, Monotelitas, Monofisitas (209) y sectarios de otros nombres,
combatidos por los Santos Padres y por los Concilios. A pesar de esto,
multiplicábanse las conversiones de pueblos enteros, tanto en Oriente
como en Occidente, selladas siempre con martirios, y seguidas de
disminución de ferocidad, de cultura, de respeto en vez [sic] del hombre,
los pactos y las conciencias. Los monjes, que observaban no solamente
los preceptos, sí que también los consejos evangélicos, servían
grandemente a las conversiones con el ejemplo de aquella austeridad que
a los Bárbaros inspiraba asombro y compasión; además con sus
predicaciones fomentaban la paz e inculcaban la moral. |
|
Establecida como jerarquía e introducida en la vida civil, la Iglesia no
se mantuvo en la pobreza apostólica; después de Constantino, pudo tener
propiedades, recibir legados y participar de los bienes quitados al culto
pagano. Los donativos fueron luego tan abundantes, que Valentiniano I
los reprimió algún tanto. Después fue concedida a los eclesiásticos la
facultad de disponer por testamento de los bienes adquiridos, con lo cual
crecieron mucho más los de la Iglesia. Estos bienes se debieron distribuir
en tres partes, una para la Iglesia, una para los pobres y otra para los
eclesiásticos. Cuando ya no vivieron de la munificencia de los seglares,
los obispos y los sacerdotes pudieron emanciparse de la elección de
aquellos. Pero el clero era escaso; en tiempo de San Ambrosio, Milán
tenía únicamente dos iglesias; en el siglo quinto, Roma se vanagloriaba
de poseer veinticuatro, con setenta y seis sacerdotes. |
Jerarquía |
Poco a poco se regularizó la jerarquía; varias iglesias se unían bajo la
autoridad de un obispo, y varios obispados bajo una iglesia metropolitana.
Constantino aumentó la autoridad de los obispos, haciéndoles sostén de
los débiles y árbitros de las diferencias, con lo cual empezó la
jurisdicción eclesiástica; y confiaban a los prelados sus controversias no
solamente los cristianos, sí que también los gentiles, considerándolos más
justos que nadie y más entendidos en las fórmulas jurídicas. Una ley
positiva ordenaba a los magistrados que ejecutasen las sentencias de los
obispos. Cuando los gobiernos municipales eran abandonados por los
decuriones, los asumían los obispos; y los hallamos en extremo solícitos
para el bien público en los desastres del doliente imperio. Su
jurisprudencia no establecía diferencia alguna entre el Romano y el
Bárbaro, ni entre el noble y el plebeyo; pero la dignidad sentaba que los
obispos y los sacerdotes no fuesen juzgados más que por sus iguales, aun
cuando los tribunales fuesen confiados a los cristianos. El asilo que los
templos y los bosques idólatras ofrecían a los delincuentes, fue
transferido a las iglesias y a los lugares sagrados. |
Independencia
del Estado |
Al principio la Iglesia se vio obligada a apoyarse en el gobierno laico;
los emperadores que, hasta Graciano, conservaron el título de pontífice
máximo, pretendían muchos de los derechos que la Iglesia había ejercido
como sociedad ilegal independiente; querían intervenir en todo,
recomendar a sus candidatos en las elecciones de obispos, confirmarlos
en su elección, convocar los Concilios y ratificar sus decretos. Pero a
medida que se debilitaba el poder civil, se consolidaba el eclesiástico, y la
Iglesia, teniendo probabilidades de sobrevivir a la decadencia de todas las
demás instituciones, sustituía las gastadas ideas paganas con la ciencia y
la caridad, para enseñar a regir a los pueblos nuevos. Los Concilios
mantenían la unidad de creencias en la variedad de naciones, idiomas y
costumbres, y mientras custodiaban intacto el dogma, adaptaban la
disciplina a los tiempos y a los lugares. Numerosísimas obras se
compusieron a propósito de los ritos de los primeros tiempos, y sobre
todo a propósito de las creencias; unas para negar y otras para sostener
que todos los dogmas y puntos de fe eran profesados desde los primeros
tiempos, y practicados los ayunos, las abstinencias y las fiestas del Señor.
No hay que asombrarse, si, en tiempos de barbarie y de ignorancia, se
introdujeron tradiciones mal fundadas o prácticas supersticiosas. |
|
Atenas era todavía un centro de estudios; en ella habían sido educados
San Basilio y San Gregorio con Juliano, entre una juventud viva y
bulliciosa. Rivalizaban con Atenas Berito, Edesa, Antioquía y Alejandría;
los mejores ingenios afluían a Constantinopla; los emperadores los
alentaban con liberalidades, y a veces consultaban a los profesores del
Octágono. |
|
Roma tenía escuelas, pero no produjo un solo gran escritor, y se servía
de galos, españoles y africanos; al Egipto debió su mejor poeta,
Claudiano; a Antioquía su mejor historiador, Amiano Marcelino; a Siria
su mejor rector, Iquerio. En la Galia se habían introducido escuelas, pero
únicamente de gramática y retórica, esto es, del arte de suplir con palabras
la falta de pensamientos. |
Lengua latina |
La lengua latina se había difundido, aunque sin destruir los idiomas
indígenas, y era alterada por la mezcla de otros idiomas y por los artificios
de los literatos; sin embargo, se halla todavía en los juristas un latín
exento de corrupciones. La literatura pudo ser rejuvenecida por las
traducciones de la Biblia, tratando con aquella sencillez de exposición y
sin metafísicas abstracciones los puntos más elevados, con imágenes vivas
e invenciones simbólicas. |
|
Muchos rectores y gramáticos comentaban a los clásicos (Servio,
Nonio, Planudes, Messo y otros) cuando la lengua y los usos eran aún
vivos. |
|
Filósofos y coleccionistas continuaban extrayendo y compilando, como
Macrobio, que en los siete libros de las Saturnales introdujo personas que
discurren sobre varios asuntos de antigüedad, y Marciano Cappella, que en
el Satiricón acumuló nociones de varias ciencias; como Lucio Ampelio,
como Censorino que compuso un tratado
cronológico-astronómico-aritmético-físico do los días natales; como
Estobeo, que dejó una Antología de extractos, sentencias y preceptos, y de
este modo se conservaron fragmentos o vestigios de perdidos autores. |
|
Después del panegírico que Plinio recitó a Trajano, se puso en uso esta
elocuencia laudatoria, en cuyo género alcanzaron renombre Símaco y
Victorino. |
Lengua griega |
Hasta la lengua griega decayó desde que en Constantinopla tomó
asiento en una corte extranjera; los debates, las doctrinas nuevas y las
predicaciones deducidas del Evangelio, tuvieron voces y giros nuevos.
Bajo los primeros emperadores bizantinos, fue adoptada por buenos
escritores, como el hábil Temistio, el violento Eunapio, y el pomposo
Libanio, que escribió muchísimos tratados y discursos, y más de 2000
cartas. Obra original son Los Césares del emperador Juliano, donde se
supone que los principales predecesores del imperial autor son juzgados
ante Júpiter. Juliano escribió otras obras en confutación del cristianismo, y
muchas cartas. |
Poetas |
Los poetas se reducían a adular o se limitaban a temas didácticos; se
elogiaron los Dionisiacos de Nonno y los poemas de Ciro; subsiste el
Hero y Leandro de Museo; y algo más tarde debió florecer Quinto
Esmirneo (210), llamado el Calabrés, que en el Paralipómenos continuó la
Ilíada de Homero, sin genio pero con rica dicción. Coluto de Licópolis
compuso el Rapto de Elena; Trifiodoro, también egipcio, escribió la
Odisea Lipogramática en cada uno de cuyos cantos falta una letra y en
todos la S. De Proclo tenemos seis himnos en justificación del politeísmo.
Se hicieron de moda los poemas difíciles, acumulándose versos de poetas
antiguos en composiciones de nuevo asunto, y dándose otras veces a las
estrofas la forma de un altar, de un escudo, de una flauta, etc. Heliodoro,
fenicio, puso en novela la historia de Teágenes y Cariclea; Aquiles Tacio
las Aventuras de Leucipa y Clitofonte; y el sofista Longo los Amores de
Dafne y Cloe (211). |
|
Claudino, el mejor poeta latino, compuso varios poemas, y cantó
hechos contemporáneos, principalmente en alabanza de Estilicón y en
vituperio de Rufino y de Eutropio, con felicísimos giros y admirable
armonía. Mirobaudes y Numaciano cantaron el agonizante gentilismo.
Ausonio de Burdeos, maestro de Graciano, mezcló el gentilismo con el
paganismo. |
Santos Padres |
Otros caminos seguían los Padres de la Iglesia. Obedeciendo al
precepto «Id y predicad a todos», introdujeron las predicaciones en la
Iglesia, y las explicaciones del Evangelio o de la doctrina, dando pruebas
de saber y de elocuencia. De arte sumo dan señales Gregorio Nacianceno
y Basilio, realzando la elocuencia con la caridad, con la unción evangélica
y con la meditación sobre la muerte. Cuéntanse 158 poemas entre las
obras de San Gregorio, muchos epigramas y una mezquina tragedia:
Cristo padeciendo, imitación de Eurípides. Gregorio de Nisa explicaba los
dogmas con el raciocinio, colocándose entre el Evangelio y Platón.
Sinesio de Cirene, aficionado también al estudio de Platón, tuvo, como
obispo de Tolemaida, que trabajar mucho en defensa de su grey, escribir
varios discursos y diez himnos. |
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Efrén, de Mesopotamia, admiró y describió la vida monástica de
Egipto y de los solitarios de la Mesopotamia. Eusebio de Cesarea, ávido
explorador de todas las doctrinas, se esforzó en conciliar la gentílica con
la cristiana, y recogió en la Preparación Evangélica pasajes de
cuatrocientos y pico de autores para que sirviesen como de introducción
filosófica al Evangelio, y al mismo fin refirió en su Crónica los
acontecimientos de los principales pueblos; con lo cual se conservaron
pasajes de autores perdidos y datos cronológicos. |
Crisóstomo |
El más eminente de los oradores de la Iglesia fue Juan Crisóstomo, de
límpida elocuencia y maestría de conceptos, patético y sentimental,
vigoroso en el raciocinio, rico en imágenes y enérgico en el estilo, de
cuyas galas se sirve para revestir los pensamientos con las expresiones
más apropiadas. Esta superabundancia oriental conviene mejor al discurso
recitado que a la lectura. Con él concluye la elocuencia griega. En general
no puede buscarse en los Santos Padres la astucia de Demóstenes y
Cicerón, el gusto exquisito, ni el modelaje de los célebres escritores
paganos. Pero téngase en cuenta que surgieron entre la universal
decadencia, y que sus escritos valen menos por la forma que por el fondo,
el amor a la caridad continua y la pasión por lo verdadero. En los latinos
falla la bella armonía del genio griego, pero prevalecen por su unción y
actualidad; son menos cultos, pero mas originales. |
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Padres latinos |
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Después de los apologistas citados y de Tertuliano, vino san Jerónimo,
arrebatado en sus escritos por una exaltada fantasía; en un solo día podía
escribir mil líneas, y tiene bellos rasgos de elocuencia y dialéctica. |
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San Ambrosio, llenaba sus discursos de giros y conceptos imitados de
los clásicos; con todo, escribió sin corrección, sin franqueza de expresión
y con juegos de ingenio, cuando no estuvo animado por el sentimiento del
deber y del peligro. Bello es su discurso por la muerte de su hermano
Sátiro. Indicando los deberes de los sacerdotes, pasa en revista los de
todos los hombres. Aún se cantan algunos de sus himnos. |
San Agustín |
El más universal de los padres latinos es San Agustín, metafísico,
historiador, dialéctico, orador, y erudito. En su elocuencia hay algunas
veces algo de bárbaro, pero a menudo brilla por la novedad y sencillez. En
sus Confesiones revela las luchas de su alma y el arrepentimiento de sus
faltas. Los Soliloquios son razonamientos para conocer a Dios y al alma;
en la ciudad de Dios, curioso monumento de genio y de erudición, afronta
la cuestión política, sosteniendo que todo acontecimiento en la tierra
cumple los designios de la Providencia, la cual, sin coartar el libre
albedrío, hace converger las voluntades finitas al objeto de la sabiduría
infinita. Bajo este aspecto examina los sucesos, iniciando la que hoy
llaman filosofía de la historia. Combatió rigurosamente los errores de su
tiempo, y redujo a forma sistemática la doctrina evangélica, de tal modo
que a él se le puede considerar como padre de la dogmática latina. |
|
Él indujo al tarraconense Paulo Orosio a demostrar a los Paganos que
las culpas humanas habían sido siempre castigadas con gravísimas
desventuras, y que no eran una excepción las de entonces. También
Salviano, cura de Marsella, demuestra en el Gobierno de Dios cuán sin
razón se juzga el bien y el mal; deplora las desdichas de entonces, pero
señala en los Bárbaros invasores virtudes olvidadas en el imperio,
deduciendo que no era extraño que prevaleciesen. |
|
San Paulino, san Severino y san Próspero cantaron los dogmas y los
ritos cristianos. El español Prudencio tiene pasajes graciosos y
conmovedores en un poema contra los herejes y dos libros de lírica.
Sidonio Apolinar, ilustre lionés, describió la vida de los hijos de la
Auvernia. De Lactancio, o de Venancio Fortunato quedan dos
composiciones sobre la Pasión de Cristo. |
|
Más acertados anduvieron siempre los poetas que, apartándose de las
imágenes y del estilo de los clásicos, se abandonaban a la inspiración
interna, expresando la alegría o la tristeza de los fieles. |
|
En vano se esperó ver restaurada por Juliano la filosofía
neo-platónica, que se había corrompido con la mezcla de las ciencias
cabalísticas y de la teúrgia, es decir con la tradición oral de ciertas
verdades, arcanamente custodiadas por algunos iniciados. Ni Platón ni
Aristóteles tenían puros secuaces. |
Historiadores |
En época de tantas vicisitudes, ningún historiador salió a delinear el
mundo que caía y el que entraba. Aurelio Víctor escribió un descarnado
compendio de los acontecimientos romanos desde Augusto hasta Juliano,
y algunas vidas de personajes ilustres. Eutropio dejó un Breviario de la
historia romana hasta Joviano. Zósimo la escribió desde Augusto hasta
Teodosio el joven, mostrando la decadencia como Polibio había expuesto
el engrandecimiento de Roma. Marcelino de Antioquía, que en treinta y
un libros prosigue desde donde concluye Tácito hasta la muerte de
Valente, omitiendo cosas importantes y narrando otras inútiles, es de
consideración porque es único; después de él no aparecen más que
compiladores y cronistas. |
|
Después de Eusebio de Cesarea, hubo otros que expusieron la historia
de la Iglesia; pero se han perdido sus escritos, o son de poca monta,
exceptuando a Teodorato de Antioquía, que describió con erudición las
diferentes herejías sustentadas del año 325 al 429. Sulpicio Severo
escribió la vida de san Martín con tranquila sobriedad, por lo cual se le
llamó el Salustio cristiano. San Epifanio enumera 80 herejías y el modo
de curarlas. |
|
En Armenia, Moisés de Koren y David trazaron la historia y la ciencia
de su país. |
Geografía |
Tampoco progresó la Geografía, como se podía esperar de tanta
mezcolanza de pueblos. Teodosio hizo medir a lo largo y a lo ancho las
provincias, sobre cuyo trabajo se hizo un mapa del imperio. En el siglo
XV fue hallado en Germania un plano de los caminos romanos,
adquirido por Conrado Peutinger, por cuyo motivo lleva el nombre de
Tabla peutingeriana, que no se sabe positivamente si es de aquella
época. Los dos Itinerarios llamados de Antonino son posteriores a
Constantino. |
|
Paladio dio reglas de agricultura; Julio Fírmico acumuló sueños
astrológicos; Pappo escribió colecciones matemáticas. En las
matemáticas apoyaba la filosofía la bella Hipatia de Alejandría, muy
ensalzada entonces, y tan partidaria del paganismo, que el pueblo la
degolló. |
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Reunieron tratados del arte de la guerra Onesandro, Higinio, Polieno y
Julio Africano; pero sobre ellos está Vegecio, quien expuso
ordenadamente cuanto se refiere a este arte, y dio buenas sugestiones. |
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La medicina se perdía en encantamientos y fórmulas. Después de
Constantino hubo médicos de corte, y Valentiniano II destinó un médico
para cada uno de los 14 barrios de Roma. |
Arquitectura |
La arquitectura romana está principalmente caracterizada por el arco,
cuya curva debía completar el semicírculo, y tal la mantuvieron los
artistas, aunque la mayor parte eran griegos. La columna, parte primaria
de la arquitectura griega, no quedó en Roma más que como un
ornamento destinado a interrumpir el muro continuado que debía
sostener el peso perpendicular y la presión oblicua de la bóveda. Pudo,
pues, elevarse sobre un pedestal, como en los arcos de triunfo, apoyando
lo que era ya sostenido por el muro. En el uso de las otras partes se
introdujeron también innovaciones, o, si se quiere, desviaciones; son
muchos, efectivamente, los defectos que presentan los edificios de los
últimos tiempos, como el palacio de Spalatro, el arco de Constantino en
Roma, y los edificios de Constantinopla; bien o mal se mezclaban a
veces con lo nuevo de las construcciones obras procedentes de edificios
anteriores, y hasta estatuas a las cuales se cambiaba la cabeza. |
Arte cristiano |
En tan míseras condiciones nacía el arte cristiano, y se valía de las
degeneradas tradiciones. Después de Constantino, con frecuencia se
convirtieron al culto cristiano los templos antiguos y las termas, y aun
con más frecuencia las basílicas, esto es, los pórticos donde la gente se
reunía para los mercados y los juicios, y cuya anchura era más a
propósito para la afluencia de los fieles, que los pequeños templos.
Cuando podían escoger, los Cristianos preferían construir la iglesia en
una altura, en dirección hacia Levante a fin de que al orar, se volviesen al
sol naciente, y con formas rituales indeclinables. En primer término se
hallaba un atrio, donde se enterraba a los creyentes, y donde aguardaban
los penitentes y los catecúmenos. En la nave central se celebraban las
ceremonias religiosas, la lectura y los cantos. El sagrario estaba separado
de lo restante del templo por un arco triunfal, donde se echaba un velo
para cubrir los misterios más augustos. Debajo estaba la confesión, cripta
de los huesos de los mártires, en la que se apoyaba el altar único,
consagrado al único Dios. |
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Detrás del altar se alzaba la cátedra del obispo, en el centro del ábside.
A la extremidad de las naves menores se hallaban el senatorium y el
matroneum, para los patricios y las damas. |
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Como se empleaban columnas arrancadas de diversos edificios, y por
consiguiente desiguales, se desterró el arquitrabe y se echaron de una a
otra arcos que partían inmediatamente de su cima. |
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Las provincias occidentales estaban ya ocupadas casi todas por
Bárbaros, y por esto no se resintieron mucho del desmembramiento del
imperio romano. El oriental se regocijó tal vez de aquel golpe, esperando
apropiarse la monarquía del mundo. Muchos países ocupados por los
Bárbaros no rompieron todos los vínculos con los emperadores,
considerados como sucesores de los Césares y llamados todavía romanos.
Estos, además pretendían ejercer algún dominio directo sobre Italia, y
aspiraban a conquistarla y a turbarla. |
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Con impulsión continua y mal definida, muchos pueblos germánicos
corrían de la Escandinavia a Cartago, y de Irlanda a Constantinopla. Los
menos adiestrados eran los Vándalos, que desde España se extendieron
por el África. Los Visigodos fundaron un gran reino entre el Loira, el
Ródano y los Pirineos, desde donde se internaron en España. Los
Borgoñones ocupaban lo que hoy se llama Suiza, Borgoña, el Lyonés y el
Delfinado. Los Bretones dieron nombre a la antigua Armórica. Los
Francos se dividían en Sálicos y Ripuarios. La isla Británica estaba
abandonada a sí misma. |
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En la Germania propiamente dicha, y en las orillas del mar
Septentrional habitaban los Frisones, los Anglos, los Jutos (212) y los
Sajones; al Mediodía de éstos se hallaban los Turingios y los
Longobardos. Desde la Turingia hasta Langres vivían los Alemanes;
desde el Danubio hasta los Cárpatos, los Gépidos; en la Hungría los
Ostrogodos; en la Nórica los Ruges; los Hérulos del mar de Azov
invadieron el imperio, y otros se enseñoreaban de la alta Panonia. La
Bohemia recibió el nombre de los Boyos, quienes mezclados con otros
Teutones formaron la liga de los Bávaros. |
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Caído Atila, comparecieron los Eslavos, que se extendieron desde el
Adriático hasta el mar glacial, y del Báltico al Kamchatka (213), distintos de
la estirpe germánica y de la mongólica. En los países conocidos ahora por
los nombres de Prusia y Lituania, otros Eslavos vivían ignorados, y más
hacia Levante otros pueblos de raza finesa. |
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Y finesa debía ser la nación que, por los tiempos de Abraham invadió
el Asia Occidental, y se separó formando dos divisiones; una que penetró
en Europa y de la cual quedan restos en la Laponia, en la Finlandia y en la
Noruega; y otra que se dirigió al Noroeste del Asia, pero cuyas trazas es
imposible seguir, a menos de querer encontrarla de nuevo en los Hunos,
en los Ávaros y en los Votiacos de la Siberia. Cuando los Yung-nu
perdieron el dominio de la China, fueron a chocar con los Hunos y los
Ávaros, empujándolos sobre el imperio, y después fueron rechazados a la
Rusia meridional. De raza finesa eran también oriundos los Búlgaros, que
hostigaron mucho al imperio de Oriente. |
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Constantinopla, no expuesta como Roma al poderío de los ejércitos, ni
a las reminiscencias del Senado y los magistrados, descansaba en el
despotismo, al mismo tiempo que su estupenda posición la preservaba de
las correrías de los Bárbaros y de las hostilidades de los Persas, quienes se
presentaban con un solo ejército, siendo por esto más fáciles de vencer por
la disciplina griega. El emperador era déspota, a pesar del cristianismo,
pero manejado por cortesanos, eunucos y mujeres. El pueblo se disputaba
sobre política y materia dogmática, dividido en partidos, por los cuales
exponía su vida, y luego se negaba a arriesgarla por la salvación de la
patria. En su lugar se alistaban mercenarios, que se instruían en la
disciplina romana. |
480 |
Con Teodosio II y Marciano concluyó la familia del gran Teodosio
hasta en Oriente; los soldados colocaron en el trono a León, y a Zenón
después. Este, débil y supersticioso pretextó combatir las herejías
publicando un edicto de unión (Henoticon), al cual no quisieron adherirse
los papas de Roma. El emperador tuvo en su ayuda al godo Teodorico, a
quien prodigaba honores y riquezas, hasta que teniéndole celos, le propuso
que emprendiese la conquista de Italia y Roma. |
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488 |
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Anastasio, viejo ya, sucedió a Zenón; abolió muchos gravámenes, hizo
la guerra a los Isauros y a los Búlgaros, y levantó una muralla desde la
Propóntide al Euxino. Se mezcló por cuestiones de herejías proscribiendo
obispos y monjes, por lo cual se suscitó encarnizada guerra. |
491 |
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Muerto Anastasio a la edad de 88 años, el soldado Justino compró los
votos de las guardias, y, proclamado emperador, sometió Constantinopla a
la fe de Roma. Su sobrino Justiniano fue el único grande entre los
emperadores de Bizancio, aunque dominado y deshonrado por su mujer
Teodora. Las contiendas del circo entre los Verdes y los Azules, crecieron
hasta convertirse en abierta sublevación, y el incendio destruyó admirables
obras de arte, mientras morían treinta mil personas en el hipódromo. |
518 |
Persia |
En Persia los reyes eran proclamados o derribados por los partidos;
rompieron las hostilidades con los emperadores de Oriente, y con
frecuencia los vencieron imponiéndoles un tributo que negábanse luego a
pagar, lo cual dio origen a nueva guerra. Terrible para los emperadores fue
el rey Cosroes, quien después de haber establecido el orden interno y
favorecido a las artes, extendió sus dominios hasta el Yaxartes, el Indo y
el Egipto, hasta el mar en la Siria, y hasta el Ganges y sobre gran parte de
la Arabia. Aunque Belisario y Narsetes, generales de Justiniano, habían
derrotado a los Persas, procurose mantener la paz con estos pagándoles
once mil libras de oro. Justiniano fue inducido a celebrar esta paz por el
deseo de llevar la guerra a los Vándalos, que ocuparon las provincias de
África, persiguiendo a los Católicos y oprimiendo a los naturales del país;
pero hallaron resistencia en los Moros. Al valeroso Genserico había
sucedido el cruel Hunerico, y a éste, Huderico, quien abandonando el
arrianismo, protegió a los católicos, y parta sostenerse contra su émulo
Gelimero, invocó el auxilio de Justiniano. Este, para hacerle la guerra,
escogió a Belisario, quien, como los aventureros de la Edad Media,
asalariaban a expensas propias un cuerpo de lanceros a caballo, al cual se
unían tropas de todas armas. Trasladándose al África y usando austera
disciplina, venció en Tricamerón a Gelimero que tenía fuerzas veinte
veces mayores; conquistó homenajes y tributos de los Vándalos y de los
Moros, y finalmente hizo prisionero a su terrible enemigo. |
435 |
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534 |
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Belisario tenía en la Corte enemigos que propalaron la voz de que
quería hacerse rey de los Vándalos; por cuyo motivo fue llamado a recibir
los honores del triunfo antes de que consolidase la conquista; y muy
pronto, dispersos los Vándalos, aquellas provincias fueron presa de los
Moros. Belisario sojuzgó también las islas del Mediterráneo y la Sicilia;
combatió a los Godos de Italia, y aquietó las sublevaciones, que con
frecuencia estallaban, a causa de los exorbitantes impuestos con que
Justiniano gravaba a los pueblos sojuzgados. |
Cosroes |
Cosroes vio con recelo tales conquistas, que amenazaban a la Persia, y
rompió las hostilidades devastando países; habiendo tomado con grandes
dificultades a Antioquía, la abandonó a la destrucción. Justiniano llamó de
Italia a Belisario, quien con un ejército compuesto de gente de toda clase,
invadió las provincias persas, y obligó a Cosroes a retirarse. Pero después
que los envidiosos de Constantinopla le hicieron quitar el mando, Cosroes
se rehízo y obligó a Constantino a comprar la paz por dos mil libras de
oro. |
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540 |
542 |
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No tardó en surgir la ocasión de una tercera guerra, en la cual Cosroes,
vencedor al principio, tuvo al fin que aceptar la paz, abandonando la
Cólquide y dejando libre el culto cristiano en la Persia. |
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Aunque vencedor de los Vándalos en África, de los Ostrogodos en
Italia y de los Visigodos en España, Justiniano tenía que habérselas
siempre con nuevos Bárbaros: Ávaros, Gépidos, Búlgaros y Longobardos.
Contra estos mandaba a Belisario, a quien retiraba el favor tan pronto
como cesaban sus servicios, y quien, a pesar de semejante ingratitud,
volvía siempre a combatir y a vencer. Pero prevalecieron los envidiosos,
hasta el punto de que le célebre caudillo, siendo ya viejo y ciego, fue
expulsado y mendigó el resto de su vida. |
543 |
Las bajas condescendencias con su mujer y sus favoritos disminuyen la
gloria de Justiniano, quien sufrió por continuos motines internos y grandes
desventuras naturales, entre las cuales hubo una peste tan desastrosa que
en Constantinopla causaba la muerte a diez mil personas al día. Él cerró la
escuela filosófica de Atenas, rompiendo así la cadena de oro de los
Neo-platónicos. Además de querer ser poeta, arquitecto y músico, quería
ser teólogo, y persiguió a Hebreos y a herejes, aunque él mismo cayó en la
herejía de los Incorruptibles, que pretendían que le cuerpo de Cristo no
podía haber estado sujeto a padecimiento ni a corrupción. Construyó en
Constantinopla el insigne templo de Santa Sofía y veinticinco iglesias,
grandes acueductos e infinitas obras artísticas; introdujo el gusano de
seda, con lo cual ahorró las crecidas sumas que cada año pasaban al país
de los Seres para la compra de aquel hilo precioso. |
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550 |
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Lo que más fama dio a Justiniano fue su código. Hemos seguido el
desarrollo de las leyes desde el estricto derecho patricio hasta la equidad
de los edictos pretorios, y luego hasta la igualdad bajo los emperadores,
que sustraían la ley a las fórmulas civiles y dieron a los jurisconsultos el
derecho de interpretarla. Por esto la jurisprudencia se perfeccionó cuando
decaían las artes y las letras, y el espíritu filosófico se inclinó a examinar
detenidamente los hechos y el derecho; desde Nerva hasta Teodosio II
hubo las disposiciones más sabias, precisas y circunstanciadas que
concernieron los derechos reales y la familia. |
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Fuentes del derecho fueron las XII Tablas, nunca abolidas, los
primitivos plebiscitos, los senadoconsultos, los edictos de los magistrados
y las costumbres no escritas; pero solo estaban en uso, en la práctica, los
escritos de los jurisconsultos clásicos y las constituciones imperiales. No
obstante, habiendo aumentado extraordinariamente estos escritos, fue
preciso que los emperadores designasen los jurisconsultos que habían de
servir de pauta, y se dio fuerza de ley a las sentencias de Papiniano, Paulo,
Gayo, Ulpiano y Modestino; en caso de discordancia, se seguía la opinión
del mayor número; y en caso de empate la de Papiniano; y cuando éste
nada decía en el asunto, prevalecía la prudente determinación del juez. De
modo que la justicia estaba reducida a citaciones. Los jueces tenían que
retroceder a siglos anteriores, a épocas en que la equidad del cristianismo
aún no había corregido las preocupaciones de los doctos y el despotismo
de los gobernantes; y los rescriptos de los emperadores habían aumentado
considerablemente, sobre todo para actuar las grandes innovaciones del
cambio de religión. Temiendo que por ésta destruyese Constantino las
leyes de sus antecesores, ya dos jurisconsultos habían reunido las
publicadas desde Adriano hasta Diocleciano, formando los dos códigos
que tomaron de sus autores los nombres de Hermogeniano y Gregoriano.
Después Teodosio II mandó hacer la primera colección auténtica de las
constituciones romanas, y confió a diligentes jurisconsultos el trabajo de
compilar en tres años el cuerpo del derecho, que tomó el nombre de
Código Teodosiano y fue promulgado en ambos imperios, para que
prevaleciese sobre todas las demás leyes. Graves son sus defectos, y no
fue la única ley romana, pues siguieron con fuerza de ley las decisiones de
los jurisconsultos, los cuales hallándose reducidos al imperio de Oriente,
no siempre sabían distinguir lo que aún estaba vigente de lo que había
caducado. Sentíase, pues, cada vez más la necesidad de una legislación
que se adaptase al nuevo derecho, implantado sobre el cristianismo. |
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438 |
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Justiniano aspiró a la gloria de realizar esta empresa, y confiola a
Triboniano, natural de Side de la Panfilia, hombre dotado de gran ingenio,
quien eligió sus colaboradores entre los profesores de las academias de
Constantinopla y de Berito; con los cuales formó el Código Justiniano,
decretado en 528 y concluido el año siguiente, quedando abolidos los tres
códigos anteriores. Extractando 2000 tomos y las decisiones de los
jurisconsultos, se sacaron los más importantes teoremas de derecho civil,
formando las Pandectas, o Digesto. Para comodidad de la juventud se
compusieron las Instituciones. A la obra fueron añadidas las Novelas,
leyes promulgadas posteriormente a Justiniano. |
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Antes de su reforma, en las escuelas de derecho había cuatro profesores
con el título de ilustres; cinco años duraba el curso, y cada año habían de
curarse por lo menos dos obras de Gayo, Ulpiano y Papiniano. Luego
estos fueron desterrados de las escuelas y sustituidos por las Instituciones
y las Pandectas. |
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El Código de Justiniano es el documento más insigne de la civilización
romana y de los errores que la contaminaban cuando el hombre todavía no
era apreciado más que como ciudadano. El padre de familia ejercía
absoluta autoridad; los esclavos eran tenidos por cosas; la manumisión y
la ciudadanía establecían tamaña diferencia entre hombre y hombre.
Justiniano no disminuyó la severidad de las leyes penales, mucho menos
de aquellas que se refieren a ofensas al emperador, o a sus ministros, o a
sus imágenes, mientras que se disimularon los plebiscitos inspirados en la
libertad republicana. Triboniano hace algunas veces sancionar leyes
menos justas para favorecer o perjudicar en casos particulares; y no
siempre abolió las que estaban inspiradas en el derecho prescrito; por lo
cual se transmitió a las generaciones sucesivas un espíritu extraño al amor
y a la benevolencia predicada por el Evangelio. Sin embargo, es
asombroso que semejante obra se realizase en tiempo de tanta decadencia.
Justiniano comenzó por su profesión de fe en la Trinidad, reconociendo
que la autoridad emana de Dios; y dedujo de la Iglesia la igualdad de los
hombres, la rehabilitación de la persona moral, la sabia democracia y el
constante progreso. |
565 |
A Justiniano se le dio por sucesor a su sobrino Justino, quien
dominado por su mujer Sofía e inclinado al ocio, dejaba que los Bárbaros
avanzasen. Tuvo por colega y sucesor a Tiberio, excelente príncipe, y
después a Mauricio. Renováronse entonces las guerras con los Persas, y el
gran Cosroes murió afligido a causa de las derrotas que oscurecieron el
esplendor de su reinado. Sus sucesores no tuvieron mejor fortuna; los
Magos turbaron el reino, y el emperador Mauricio protegió contra estos a
los sucesores de Cosroes, los cuales con tal motivo hostigaron a Focas;
pero Mauricio fue degollado. |
Heraclio y
Cosroes II |
Heraclio, hijo del exarca de África, comenzó una dinastía que duró
cuatro generaciones. Cosroes II, que oprimía entonces a los Persas, pasó
el Éufrates y devastó a Cesarea, Damasco y Jerusalén. A la conquista de
esta última era instigado por los Magos, enemigos del cristianismo, y por
los Hebreos, codiciosos de su patria; por esto fueron maltratados los
cristianos que en ella se encontraban, y el patriarca Zacarías fue llevado a
la Persia con el madero de la Cruz. Cosroes y sus generales dilataban las
conquistas por el Asia y el África, de tal manera que parecía que habían
de absorber el imperio de Oriente, tanto menos capaz de resistirles,
cuanto era asediado por los Ávaros, que saquearon por fin los arrabales de
Constantinopla. |
La Cruz |
|
Heraclio pensaba buscar un refugio en Cartago, cuando el patriarca le
infundió valor; y él resistió a Cosroes, quien aceptó, al cabo de seis años
de guerra, un cuantioso tributo, que Heraclio se preparó a rescatar. El
emperador tomó a sueldo muchos Bárbaros, desembarcó con ellos en la
Siria, y animando a los soldados con su propio ejemplo, entró en la
Persia, derribando en todas partes los altares consagrados al sol; llegó
hasta Isfahan (214), donde ningún Romano había penetrado, y se dirigió
contra la capital del imperio. Resuelve imitarlo Cosroes, solicitando el
auxilio de Ávaros, Gépidos, Rusos y Búlgaros que atacan a
Constantinopla; pero el Senado y el pueblo resisten valerosamente,
atribuyendo a la Virgen María la gloria de aquella defensa. |
622 |
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627 |
Proclamada la guerra nacional, Cosroes dirigió al pueblo contra los
invasores romanos. En la batalla de Nínive, Heraclio, combatiendo en
persona, dio muerte a tres generales enemigos, y prendió fuego a
Destagarda, la capital, donde encontró tesoros que excedían a sus
esperanzas. Trocado en cobardía el antiguo valor de Cosroes, fue éste
vilipendiado y muerto por su propio hijo Siroes. Heraclio recibió de
Siroes proposiciones de paz, e hizo que le restituyeran 300 banderas, los
prisioneros y el madero de la Cruz, que fue llevado en triunfo religioso a
Constantinopla y de allí a Jerusalén. |
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Los dos imperios conservaron las mismas fronteras que antes, después
de haberse derramado tanta sangre y arruinado a las provincias, ya con las
devastaciones de la guerra, ya con exorbitantes impuestos. |
|
Odoacro, caudillo de aquellas bandas de aventureros, a quienes
encargaban su propia defensa los débiles emperadores, derribó el trono de
éstos, titulándose rey, pero dejando subsistir el Senado, los cónsules, los
magistrados municipales y el prefecto del pretorio; no pretendió ejercer
supremacía alguna sobre las demás naciones; suplicó a Zenón, emperador
de Oriente, que le concediese el título de patricio, honor que la fue
negado. Protegió a Italia de otros invasores, ahorró sufrimientos, e hizo
cultivar por sus bandas los terrenos abandonados.
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488 |
Teodorico, rey de los Ostrogodos, propuso a Zenón dirigirse a Italia,
recobrarla de los Bárbaros y gobernarla en su nombre. Al anuncio de tal
empresa y de tal capitán, fueron muchos los que acudieron; Odoacro, que
intentaba oponerse al paso de los Alpes Julianos, fue derrotado cerca de
Aquilea desde luego y después en Verona, logrando salvarse únicamente
en Rávena, donde pactó la vida; pero le fue traidoramente quitada. Toda
Italia se sometió a la fortuna de Teodorico, quien se consideró único
señor de ella, y lugarteniente de Constantinopla; cuando el emperador
Anastasio mandó una flota que saqueó las playas de la Apulia y la
Calabria, Teodorico le hizo pagar cara aquella incursión, sin que por esto
dejase de llamarlo padre y soberano. |
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495 |
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Extendió su dominación por la Retia, la Nórica, la Dalmacia y la
Panonia; los Suevos y los Hérulos manifestaron deseos de vivir bajo sus
leyes; domó a los Francos, juntó a los Ostrogodos con los Visigodos, y
dominó en fin desde los montes Macedónicos hasta Gibraltar, y desde la
Sicilia hasta el Danubio. |
|
En Italia, según la costumbre de los Bárbaros, dio una tercera parte de
los terrenos a sus secuaces; y si hemos de dar crédito a los cronistas y al
panegírico del obispo Enodio, el pueblo vivía menos mal; los sabios eran
protegidos; estaba asegurada la paz; era reservada a los naturales de cada
país la administración municipal, así como los juicios, el reparto y cobro
de las contribuciones, y por consiguiente el ejercicio de algunos altos
empleos. El monarca godo se valió incesantemente de Boecio y
Casiodoro, últimos escritores romanos. Obras de ellos fue el Edicto, que
debía ser observado por los Bárbaros y los Romanos. Invitó a los
prófugos a que volvieran, rescató a los prisioneros, trasladó esclavos,
salubrificó [sic] las lagunas Pontinas, mostrose respetuoso y
condescendiente con el Senado y el pueblo de Roma; hizo en fin todo lo
que podía disimular el gobierno de un bárbaro. |
|
A pesar de ser arriano, reverenció y escuchó a los obispos católicos, y
protegió la elección de los Papas; pero habiendo Justiniano perseguido en
Oriente a los arrianos, Teodorico se volvió intolerante y receloso, hasta el
punto de prohibir a los Italianos toda clase de armas, a excepción del
cuchillo. Habiendo concebido sospechas de Boecio, cónsul, patricio y
maestro de oficios, lo metió en la cárcel, donde escribió el Consuelo de la
filosofía, y más tarde le hizo dar la muerte, como a su sucesor Símaco.
Los remordimientos aceleraron la muerte de Teodorico, que fue uno de
los mejores reyes bárbaros, y dejó un vastísimo reino, que parecía
destinado a sustituir al imperio romano. |
526 |
|
|
Sucediole entonces su culta y bella hija Amalasunta, como tutora de su
hijo Atalarico; honró a su padre con un magnífico mausoleo en Rávena;
procuraba introducir las artes y las costumbres romanas entre los Godos,
y en ellas educaba a su hijo, que murió muy joven. Hizo que se encargase
del gobierno su primo Teodato, avaro y pusilánime, que poseía gran parte
de la Toscana, y que, habiéndose atraído el desprecio de los Romanos y
de los Godos, condenó a muerte a Amalasunta. |
|
Ello causó gran disgusto a los Italianos, los cuales solicitaron el
auxilio de Justiniano, quien mandó allí a Belisario con Hunos, Moros y
otros Bárbaros que con él habían triunfado en África. El insigne guerrero
pasó con sus fuerzas de Sicilia a Reggio, y de Reggio a Nápoles; y aunque
Teodato armaba 200000 Ostrogodos, únicamente pensaba en concluir la
paz. Pero los suyos lo destituyeron, poniendo en su lugar al valeroso
Vitiges, que asedió a Roma, donde había entrado Belisario como
libertador. Este escaseaba de soldados y de medios de defensa, pero era
estimado y contaba con el apoyo de los Italianos y del clero. Teodorico,
rey de los Francos, aprovecha la ocasión para pasar los Alpes y saquear el
país en perjuicio de Godos y Romanos. A pesar de todo, triunfa Belisario,
asedia a Vitiges en Rávena, sojuzga a los Godos, y rehúsa la corona que
le ofrecen. La envidia que le perseguía, como en otra ocasión hemos
dicho, hizo que se le diese la orden de volver a Constantinopla, adonde
condujo al prisionero Vitiges. Los restos de los Godos se retiraron allende
el Po, guiados por Uraya, quien hizo elegir por rey a Hildebaldo, valeroso
guerrero, que no tardó en morir a manos de los suyos; sucedió a éste su
sobrino Totila, que estaba dispuesto a hacer los últimos esfuerzos por
restaurar la nación goda. |
535 |
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|
|
Venció, en efecto, varias veces y sujetó toda la Italia meridional;
tomaba las ciudades para desmantelarlas, y acampó junto a Roma.
Entonces en Constantinopla se juzgó preciso mandar otra vez a Belisario;
pero, mal provisto éste, no pudo impedir que Roma fuese tomada a su
misma vista, expulsados los ciudadanos y llevados los senadores en clase
de rehenes. Pronto la recobró Belisario, mas con tan pocos soldados, que
no tardó en tomarla nuevamente Totila, quien intentaba convertirla en
capital del reino godo, renovando en ella el Senado y el gobierno.
Despojada la Sicilia y sometidas Córcega y Cerdeña, Totila insultó con
300 galeras las costas de la Grecia. |
541 |
546 |
549 |
|
Reclamado Belisario, le fue antepuesto Narsés, eunuco valeroso y
estimado, quien no aceptó la empresa sino con medios suficientes.
Habiendo reclutado Bárbaros de toda especie, dio junto a Nocera una
batalla en la cual Totila quedó muerto, y fue Roma tomada por la quinta
vez, llegando al colmo de la desolación. |
|
Los Godos, sin haber perdido aún las esperanzas, dieron la corona a
Teya, quien cayó en el campo de batalla, y con él pereció el reino de los
Ostrogodos. Mientras tanto se habían arrojado sobre Italia Francos y
Alemanes, despojándola de lo poco que quedaba al cabo de diez y ocho
años de continua guerra. Formó entonces la Italia uno de los diez y ocho
exarcados del imperio; Roma, desierta de habitantes, fue pospuesta a
Rávena, donde durante trece años gobernó Narsés desde los Alpes hasta
el Estrecho, tratando de establecer algún orden, repoblar los campos y
fundar municipios. |
567 |
Los Longobardos fueron establecidos en la Panonia por Audoino, su
noveno rey. Aliados con los Gépidos, otro de los pueblos que ya
obedecieron a Atila, no tardaron en romper con ellos. Turismundo, rey de
los Gépidos, fue muerto en el campo de batalla por Alboino, hijo de
Audoino, el cual, venciendo a Cunimondo, hijo del rey muerto, acabó con
el reino de los Gépidos, quienes se confundieron con los Ávaros,
dominadores de cuanto se hallaba comprendido entre los montes
Cárpatos, el Prut y el Danubio. |
568 |
Alboino se propuso entonces invadir la Italia; y no ya con un ejército,
sino con un pueblo entero, mezcla de múltiples razas y costumbres, se
lanzó sobre Venecia, dejando para que protegiese los Alpes Julianos a su
sobrino Gisulfo, con el título de duque del Friul. |
|
Este método fue seguido en todas partes; cada capitán permanecía
independiente en el país conquistado, aunque obedeciendo al rey por las
necesidades de la guerra; a medida que esta cesaba, los capitanes se
establecían con sus faras (escuadrones) en países que gobernaban, o
mejor dicho, que explotaban como propios. |
|
Alboino fue proclamado rey en Milán y creó un palacio real en Pavía;
lanzándose luego en la Umbría, colocó un duque en Espoleto y otro en
Benevento; pero no pudo mantener unidos a sus secuaces, y le fue, por
tanto, imposible sujetar toda la Italia. Después de haberle hecho dar
muerte su mujer Rosmunda, y de haber sido asesinado Clefis, su sucesor,
los treinta duques no sintieron ya la necesidad de tener un jefe, y
dominaron distinta y militarmente sus respectivos países. Tomaron el
nombre de Romanía las regiones sometidas al exarca griego de Rávena, el
cual colocaba duques en Roma, Gaeta, Tarento, Siracusa y Cagliari;
Nápoles nombraba por sí sus duques; Amalfi permanecía libre por su
comercio; y Venecia nacía. Los Italianos, refugiados en países libres,
solicitaban siempre el auxilio del emperador, y éste aspiraba a recobrar la
península y excitaba a los Francos a que la invadiesen. En vista del
peligro, los treinta duques proclamaron rey a Autaris, cediéndole la mitad
de sus rentas; el nuevo rey rechazó a los Francos y llevó sus armas hasta
la última punta de Italia. Autaris tomó por esposa a Teodolinda, hija del
duque de Baviera, la cual, habiendo enviudado, y siendo dueña de elegir
un nuevo esposo, casose con Agilulfo, duque de Turín, que fue
proclamado rey. Teodolinda convirtió de la idolatría y del arrianismo al
catolicismo a su nación, con el apoyo de Gregorio Magno; fabricó la
basílica de San Juan en Monza, y la tradición le atribuye infinitas obras
públicas. |
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584 |
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590 |
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Los emperadores de Constantinopla intentaron varias veces abatir a los
Longobardos, los cuales excitaron en contra de aquellos a los Ávaros,
peligrosos aliados. Adaloaldo, sometido a la tutela de Teodolinda, se
deshonró hasta tal punto, que los jefes lo destituyeron para elegir en su
lugar a Ariovaldo, duque de Turín, después del cual reinó Rotaris, que
amplió el reino y quiso ocupar a Roma. |
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Después del primer furor de la conquista, diose cierta regularidad al
gobierno de los Longobardos, cuyos reyes no eran ya simples capitanes,
sino verdaderos príncipes, con su corte, moneda, autoridades legislativa y
judiciaria. Los duques eran déspotas en el país que les había tocado y en
los que conquistaran; dependían del duque los escultascos o centenarios,
que gobernaban alguna aldea, conducían los soldados a la guerra, y
administraban justicia. A estos estaban subordinados los decanos, jefes de
diez faras, unidas para la administración y para la guerra. |
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Rodeados siempre de enemigos y en país enemigo, los Longobardos
no pudieron abandonar jamás el sistema militar; todos los libres
(arimanni) debían tomar las armas y acudir al llamamiento del rey; por
esta razón estaba prohibido cambiar de domicilio fuera del distrito propio,
so pena de ser considerado como desertor del regimiento. |
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Como entre todos los Germanos, conservábase la faida, esto es, el
derecho de poder vengar sus ultrajes, o los de sus parientes y amigos.
Aunque se introdujeron tribunales, éstos se organizaron militarmente. |
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Algún historiador ensalza los tiempos de la dominación longobarda;
pero extranjeros y soldados incultos, ¿cómo podían tener dichoso ni
tranquilo al país? Exterminaron a los nobles naturales; dividieron los
terrenos, reduciendo los propietarios a tributarios (aldíos), que no podían
casarse con mujer libre, ni servir en la milicia, ni dirigir la palabra a los
tribunales. Las leyes longobardas no se referían más que a los vencedores,
o a actos criminales, los cuales generalmente se expiaban mediante un
precio determinado, que variaba según la condición de las personas. A los
vencidos no les quedaban tribunales a quienes apelar. El antiguo derecho
solo subsistía en los países no conquistados; los vencidos pasaban a ser
como esclavos pertenecientes a los soldados; sin embargo, en los asuntos
eclesiásticos se conservaba entre ellos la ley romana, por cuyo motivo
adquirió preponderancia el clero, y el régimen eclesiástico tuvo sus
diócesis y parroquias, sus curas y sus monjes, los cuales eran hermanos,
hijos, allegados del pueblo indígena, que en ellos buscaba apoyo o
consuelo. Los litigios que se originaban, eran sometidos el arbitrio del
clero, única autoridad nacional que había sobrevivido, y que iba
adquiriendo preponderancia. |
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Pero el vencedor no hizo jamás partícipe de sus derechos al vencido;
solo entre los Longobardos eran legítimos los matrimonios; Longobardos
solos intervenían en hacer la leyes, que a ellos solos se referían. Los
eclesiásticos gozaban de privilegios romanos en las cosas eclesiásticas; en
las civiles eran equiparados a los Longobardos, y gozaban también del
guidrigildo, o reparación por los daños recibidos. |