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86.- Los Francos

       Como en otro lugar hemos dicho, el primer rey de los Francos Salios de que se tiene memoria, es Faramundo, que reinó hacia el año 420; después se cita a Clodión, que fue derrotado por Aecio; a Meroveo, que venció a los Hunos de Atila, y de quien tomaron el nombre de Merovingios los reyes de la primera estirpe. A vuelta de mil legendarios prodigios fue proclamado rey Clodoveo, considerado como fundador de la monarquía franca.
 
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       Entre seis razas se dividía entonces la Galia. Preponderaban los Visigodos en las provincias meridionales, los Bretones en la Armórica, los Borgoñones entre Basilea y el Mediterráneo, los Alemanes en la Alsacia y la Lorena, y los Francos en el resto de la Galia septentrional. Los Galos, esparcidos entre los conquistadores, consideraban como independencia el estar sometidos al imperio romano. Importaba destruir el resto de la dominación romana, y lo consiguió Clodoveo, quien saliendo de su principado de Tournay (215), dominó el resto del país. Casose con Clotilde de Borgoña; y para secundarla se hizo católico, obteniendo del Papa el título de Cristianísimo. De este modo se atrajo a todos los creyentes. Venció en Tolbiaco a los Alemanes, apoderándose de toda la Francia Riniana; hízose dueño después de la Borgoña, con el auxilio de Teodorico; y venció luego a los Visigodos, sostenido siempre por los católicos. En medio de la gloria de tantos triunfos, recibió de Constantinopla la púrpura y la corona de oro como patricio, con lo cual legitimaba la obediencia de los Galos.
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     Hasta los Francos Ripuarios cayeron bajo la mano del que había convertido toda la Francia de la democracia militar a la monarquía. Realizado este ideal, murió Clodoveo en París, a la edad de 45 años.
     Entre los pueblos teutónicos no se había reducido aún a los primogénitos el derecho de suceder a la corona; sino que la dividían entre todos los hijos como perteneciendo a los bienes patrimoniales. Por tanto los cuatro hijos de Clodoveo se la repartieron, no geográficamente, sino de manera que cada uno tuviese una parte de viñedo, de selvas y de prados. Mal se podrían seguir en un compendio las vicisitudes de cada uno, bastando decir que sometieron definitivamente a la Borgoña; surgieron disidencias entre los del Austrasia (216), habitada casi exclusivamente por Germanos, y los de la Neustria, habitada por Galo-Romanos; y se originaron turbulencias por las rivalidades de Brunequilda y Fredegunda.
     Al fin Clotario II se encontró jefe de toda la monarquía francesa. El ejército se componía aún de gentes que poseían territorios con la obligación de servir en la guerra. Las cuestiones graves se trataban en asambleas.
     Para afianzarse con las leyes y con la religión, Clotario convocó en París una asamblea, donde por vez primera con los nobles asistieron los obispos, que representaban y protegían a los vencidos, sirviéndose de la doctrina y de la dulce justicia para mitigar la ferocidad de los guerreros. Decretaron la constitución perpetua, en la cual se garantizaba la paz pública castigando con la muerte al que la turbase; determinábanse los modos de elegir a los obispos, a quienes se daba hasta la jurisdicción temporal sobre los eclesiásticos; y se prometía al pueblo escucharlo cuantas veces pidiese una disminución de impuestos.




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87.- Los Visigodos en España

       Para los Italianos, el nombre de los Godos significa barbarie y destrucción; para los Españoles recuerda un estado feliz, destruido luego por la irrupción de los Árabes El reino de los Visigodos fue fundado en España por Walia, y agitado por discordias intestinas y por luchas con los Vándalos y los Suevos. Teodorico II recopiló las constituciones visigodas. El rey más poderoso fue su hermano Eurico, quien aprovechándose del desquiciamiento del imperio occidental, trató de sojuzgar cuanto poseía éste en la Galia y en España, y como rey de tales dominios fue reconocido por el Senado de Roma; pero Arriano celoso, persiguió a los Católicos. Su débil hijo Alarico, formó con las leyes romanas aplicables a las costumbres visigodas, un Breviario para los Galo-Romanos sometidos a él. Las persecuciones renovadas dieron lugar a que fuese llamado el franco Clodoveo, que le quitó el reino y la vida, y hubiera concluido la dominación visigoda de aquende los Pirineos, si Teodorico, rey de Italia, no se hubiese apresurado a sostener a su sobrino Amalarico, bajo cuyo nombre Teodorico en realidad gobernaba. Muerto aquel, fue Amalarico mortalmente herido en la guerra por el franco Childeberto; con él terminó la raza de los Amalos, y el reino se hizo electivo. Teudis, su sucesor, favoreció a los Católicos y rechazó a los Francos; después de otros, Leovigildo desalojó a los Griegos de Córdoba, se rodeó de pompa real, y limitó el poderío de los señores.
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     Las bases de la nacionalidad española fueron planteadas por el clero, que intervenía en los asuntos del reino y a menudo celebraba concilios, donde igualmente se trataban las cosas civiles que las religiosas, y se hacía justicia a quien no la había obtenido de los magistrados. En aquellas reuniones, el vencido era igualado al conquistador, puesto que eran todos eclesiásticos; los obispos, que habían contribuido a la elección del rey, recomendaban a los soldados que le obedecieran, y velaban sobre él para que no violase el juramento prestado en el acto de la coronación. Los concilios cambiaron, pues, la constitución del reino, atribuyéndose el derecho de confirmar la investidura real; después quisieron que el rey fuese elegido entre la antigua nobleza goda. La España era, por tanto, una monarquía electiva y representativa mediante los concilios, asambleas aristocrático-nacionales, en las cuales se reunían prelados y nobles.
612      Chindasvinto se mostró adversario del clero y la nobleza, y arrebató privilegios a las ciudades, por lo cual excitó grave descontento. Pero fue calmado bajo su hijo Recesvinto, que convocó el VII concilio de Toledo, memorable por sabias instituciones; formó un códice en doce libros, encaminado a unificar a los Godos con los Romanos, permitiendo el matrimonio entre unos y otros.
672      Cada vez que vacaba el trono, surgían ambiciones y tumultos. Por esto vaciló en aceptar el reino, el noble y virtuoso Wamba, y lo defendió después valerosamente contra los Francos y los Gascones; moderó el poderío del clero, el cual, por esto mismo, conspiró contra él, lo encerró en un convento, y ungió por rey a Ervigio, quien dio mayor extensión a los grandes privilegios de los obispos.
     Sucediole Egica, que reinó entre continuos tumultos, proscribió a los Hebreos, y ordenó que los hijos de éstos, menores de siete años, fuesen educados en el Cristianismo y casados con Cristianos, de cuya medida se originó la distinción de Cristianos nuevos y Cristianos viejos.
     La España era lanzada al abismo por la debilidad en que caía la autoridad real, por aquel absurdo orden de sucesión, por la ambiciosa inquietud de los grandes, y por las intrigas de los intolerantes eclesiásticos, tan degenerados que sacudieron toda dependencia de Roma. El último rey fue Rodrigo, sobre quien la tradición acumula faltas para excusar a los émulos que llamaron a los Árabes del África.




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88.- Inglaterra e Irlanda. Anglo-Sajones

       Los Romanos nunca habían realizado completamente la conquista de las Islas Británicas; cuando se retiraron de ellas las guarniciones, los Pictos y Escotos salieron de las montañas y se precipitaron sobre las catorce ciudades del llano, mientras los corsarios invadían las costas. Extinguido el poder de los magistrados romanos, tornaron a prevalecer los jefes de las tribus antiguas, que habían conservado cuidadosamente sus genealogías; volvieron a usarse la lengua y las costumbres antiguas, y se restableció el gobierno de los clanes, es decir, por parentelas, constituyendo un jefe de los jefes (pendagron) que residía en Londres. Pero las rivalidades ocasionaban discordias, y Vortigerno, príncipe de Cornwall (217), invocó la protección de los extranjeros.
 
 
 
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     Estos eran los Sajones, que en frágiles naves se lanzaban a saquear las costas. A Engisto y Orsa, descendientes del divino Wotan, se les propuso acomodo, recibiendo en compensación la isla de Thanet, donde se establecieron, socorriendo a sus partidarios. Mas pronto prevalecieron, y en vano Vortigerno y los Bretones intentaron combatirlos; ellos fundaron el reino de Kent a la derecha del Támesis.
       Otros Sajones les siguieron y fundaron siete reinos sólo entre los Cambrios encontraron resistencia en Artús, héroe inmortalizado por las novelas de la Edad Media, que cuentan que dormía al pie del Etna con los caballeros de la Tabla redonda, para acudir mas tarde a libertar la patria. La tradición asociaba a su nombre el del profeta Merlín, archidruida, el cual había pronosticado estas desgracias y prometido la restauración.
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Artús
 
     También de las costas del Báltico surgieron invasores. Los Anglos (218) ocuparon la Bretaña septentrional, aliándose con los Pictos; después de ruda resistencia arrojaron de allí a los Bretones, que se refugiaron en el país de los Cambrios, llamado de Gales.
       La isla quedó fuera de toda relación con el resto de Europa; la sanguinaria religión de Odín (219) nutría ideas de estrago y conquista. Los Sajones estaban distribuidos en compañías (friburg) de diez hombres libres; diez compañías formaban la centuria a las órdenes de un conde, y muchas centurias constituían una división, presidida por un shirgerefa. Los siete reinos Anglo-Sajones de Kent, Sussex, Wessex, Essex, Northumbria, East-Anglia (220) y Mercia estaban confederados entre sí, y sus representantes se reunían en la dieta de los sabios (Wittenagemot); pero a menudo guerreaban entre sí, y aprovechábanse de ello los Cambrios para molestarlos. Elegíase uno de los reyes sajones por bretwalda, o jefe de las fuerzas, cuyo poder era vitalicio. El Evangelio se había introducido en aquella isla desde muy al principio, pero fue extinguido por la conquista, hasta que Etelberto, rey de Kent, se casó con Berta, hija de Carberto, rey de París; princesa católica que llevó consigo algunos sacerdotes, preparando de este modo los Sajones al bautismo. Gregorio Magno, entonces pontífice, expidió misioneros para aquella isla, y nombró obispo de Canterbury al abate Agustín; el mismo rey aceptó el bautismo con 10000 Sajones; pronto se instituyeron doce obispados con una iglesia metropolitana en Londres y otra en York, merced a cuyas instituciones se introdujeron artes y letras. Rudo golpe recibió la religión civilizadora, ya de los extraviados Bretones, ya de los idólatras de Mercia; junto a Leeds (221) se dio la última señalada batalla entre el cristianismo y la idolatría, y esta sucumbió. Chedwalla, rey de Wessex, recibió el bautismo de manos de Sergio I en Roma, donde su sucesor fundó la iglesia de Santa María in Saxia, con un hospital para los peregrinos de su nación, y un colegio para jóvenes, a cuyo sostenimiento se ordenó que todos los súbditos contribuyeran con el dinero de San Pedro. Por último, Egberto reunió toda la isla bajo su cetro.
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       Muchos hijos del país huyeron a la Bretaña continental, conservando su libertad y su lengua patria. Otros se defendieron con tenacidad en los montes, fundando los reinos de Gales occidental, Gales oriental y Cumberland, manteniéndose independientes hasta el año 750, en que los Cambrios llegaron a ser tributarios de los Sajones. En el país de Gales excitaban el valor de los indígenas los Bardos, poetas que lograron conservar de tal manera el amor patrio, que aquella pequeña reliquia de una gran nación, nunca creyó haber muerto, confiando en que un día volvería a dominar toda la isla.
Gales
 
 
 
Irlanda      La antigua población sobrevivía intacta en la Irlanda, país de los santos, madre de los grandes pensadores y de los ardientes patriotas. Estaba dividida en tribus, y estas formaban cinco Estados. El cristianismo fue predicado allí desde el principio de la propaganda de esta doctrina. Allí floreció Colum (222), que anduvo predicando a los Pictos y Escotos, pasó a las Galias a evangelizar a los habitantes de los Vosgos (223), luego a orillas del lago de Zúrich, y por fin a Italia, donde fundó el monasterio de Bobbio. Muchos jóvenes anglo-sajones iban a educarse en los conventos de Irlanda; los monjes eran mucho más numerosos que los clérigos; muchos reyes y reinas abandonaron el manto para entrar en los conventos; las leyes fueron siendo cada vez más dulces y justas, mayormente las dictadas por los concilios, celebrados allí por los legados de Adriano I.
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89.- Condición de los Bárbaros

     Los invasores del imperio llevaban consigo los usos y costumbres de las selvas nativas. Todo hombre libre era soldado al ser convocado al eriban. Otros libres no propietarios formaban la banda guerrera, a las órdenes de un jefe, a quien obedecían estos voluntarios en las expediciones. Tales fueron las bandas que invadieron el imperio; y no eran numerosísimas al principio como el miedo lo hacía creer, de modo que no pudieron cambiar la índole de los países, como cuando emigra un pueblo entero. En las provincias, disgustadas por los vejámenes romanos, no hallaban la obstinada resistencia del patriotismo, ni eran, por tanto, excitados a la crueldad. Excepto los Hunos, los Bárbaros eran ya cristianos, y el clero de estos, bastante respetado, servía para disminuir los sufrimientos, por cuyo motivo la opresión no va parangonada (224) con la que sufrió el Asia de los Turcos, o la América de los Españoles. El grandísimo número de esclavos no empeoraba. Los Bárbaros tuvieron con frecuencia que valerse de la obra de los Romanos para administrar justicia, escribir cartas, dictar leyes, todo lo cual encontramos redactado en el idioma de los vencidos.
Sus bienes      Los bienes se dividían entre vencedores y vencidos; no se halla bien determinado con qué norma se hacía tal división por dominadores armados; parece que al fin los naturales perdían todas sus posesiones, pasando a la condición de tributarios, poco superior a la de siervos. Algunos libres permanecieron en las ciudades, constituidos en corporaciones de oficios y sujetos al jefe de la ciudad, más interesado en conservar a éstos que a los agricultores.
     El alodio, es decir, la propiedad absoluta tocaba al vencedor, estaba exenta de contribuciones, y confería la plenitud de los derechos civiles y el de hacer la guerra a expensas propias. Por consiguiente, las leyes se esforzaban en mantener la sucesión en los varones, de donde provino la famosa Ley sálica, por la cual los hombres no tienen sucesión al trono [sic].
     Los primeros vencedores conceden algunos terrenos a sus fieles, a título de beneficio. Los censivos o tierras tributarias, eran cultivadas por colonos, que pagaban un canon anual, y sólo podían ser arrebatadas cuando los colonos faltaban a sus obligaciones.
     En las personas se distinguían varios grados, según los cuales se determinaba la multa que se debía pagar por injuria o muerte. Eran nobles los vasallos que únicamente dependían del rey; libres o arimannes, los que dependían de la jurisdicción de aquel en cuyas tierras vivían, y tributarios o censuales los que debían homenaje y fidelidad a un señor. Mujeres, niños y siervos estaban sometidos al pariente más próximo y al señor. Pocos eran, en suma, los que gozaban de completa libertad; privados de ella estaban los colonos, esclavos del terreno, y mucho más los siervos, tanto si lo eran por nacimiento como por degradación. La condición de estos últimos mejoraba mucho, sin embargo, al ser protegidos por las leyes.
Constitución      Los individuos de una comunidad cualquiera eran responsables de los actos de cada uno, defendiéndolo, vengándolo, heredando sus bienes si no tenía sucesores, y pagando sus multas. La mayor parte de las penas podían redimirse con dinero. La injuria personal era vengada por el ofendido o por los suyos.
     La constitución se debió cambiar al establecerse en países nuevos, y efectivamente los reyes adoptaron algo del fasto de los emperadores. Su autoridad era limitada en todos sentidos por las asambleas de la nación, donde, además de dictar las leyes, se administraba la justicia cuando se trataba de un igual. La hacienda no adquirió importancia hasta que las contribuciones reemplazaron a los servicios personales y los reyes tuvieron que dar sueldo a los ejércitos y a los magistrados.
     Se discute si, con la conquista, se perdieron los municipios. Como en estos continuaba la necesidad de proveer a su propia policía, a las comodidades, a la seguridad, cosas a que no atendían los Bárbaros, es probable que durasen, aunque no legalmente reconocidos.
     Carácter especial de algunas legislaciones bárbaras es la personalidad de la ley, por la cual en un mismo país habitaban personas que vivían según la ley romana, otras según la longobarda, y otras según la franca, siendo cada ley aplicada por escabinos de la respectiva nación.
     Los procedimientos judiciales eran públicos, y a cada hombre libre incumbía la obligación de concurrir al juicio; los vasallos, los colonos y los siervos permanecían sujetos a jurisdicciones del señor. Las pruebas eran diferentes de las nuestras, siendo las más características los conjurantes, la ordalía y el duelo. El acusado de un delito podía aducir un número cualquiera de personas que jurasen su inocencia. Esforzábase la sociedad en cambiar la venganza privada en pública. El pueblo entero o la tribu armábase para las venganzas. Los reyes y los sacerdotes, deseosos de evitar conflictos, establecieron ciertas reglas, por ejemplo, que había de trascurrir un tiempo dado entre la ofensa y la venganza, que las iglesias y conventos fuesen lugares de asilo, que ante todo se tratase de la composición, es decir, de la multa que el ofensor había de satisfacer para aquietar al adversario.
Juicios de Dios      Para evitar las luchas privadas, se introdujo el duelo judicial, con ciertas prescripciones. Por tal procedimiento se decidía, no sólo de las injurias, sí que también de las diferencias particulares y públicas, y hasta de puntos legales. La causa propia podía confiarse a un campeón, como siempre acontecía tratándose de mujeres y de sacerdotes. El éxito era juzgado como un juicio de Dios. Otros juicios de Dios se fundaban luego partiendo del principio de que Dios, autor de la justicia, la favorecía en todos los casos particulares, aunque fuese con un milagro. Por ejemplo, se andaba sobre tizones y ramas ardientes, se sacaba con la mano una bola del fondo de una caldera llena de agua hirviendo, se empuñaba un hierro candente, se comía un gran pedazo de pan y queso, y todo el que salía en bien de estas y parecidas pruebas, era declarado inocente. La Iglesia no aprobó estos juicios, pero los rodeó de ritos, que los hicieron menos fáciles y más temidos.
Códigos      Doce códigos tenemos de los pueblos invasores. El Edicto de Teodorico, de que hemos hablado en otra parte de este compendio, se funda en la razón humana, y somete a ésta a los mismos Godos, salvas sin embargo las leyes consuetudinarias de la patria. Alarico, rey de los Visigodos, publicó el Breviario que consiste en una compilación de leyes romanas. Los Romanos Borgoñones se sirvieron del Papiani Responsum, compilación más complexa. La Ley sálica es la más antigua de las leyes bárbaras; fue compilada entre las selvas natales, pero nunca tuvo autoridad legal, constando de disposiciones consuetudinarias, indigestamente dispuestas; en ella se consigna la célebre orden de que «la tierra sálica no pueda ser trasmitida a mujeres, y que la herencia pase entera a los varones,» la cual fue aplicada a la sucesión regia.
     Para los Francos Ripuarios, Tierry hizo una legislación penal, tan rústica como la precedente.
     Los Borgoñones tuvieron la Ley Gombeta, de Gundebaldo, con buenas instituciones; además de las composiciones, se aplicaban también penas corporales; se atendía a la propiedad y a los testamentos, en concordancia siempre con las instituciones romanas.
     El visigodo Chindasvinto hizo compilar el Fuero juzgo, que es un verdadero código, que se extiende a cuanto ocurre en la sociedad, abrazando el derecho político, el civil y el criminal y emanando de los importantes concilios nacionales de España, en los cuales preponderaba el clero; por esto en el Fuero juzgo se conceden al clero tantos privilegios; los delitos se estiman según la intención del que los comete; se protege la vida y el honor de los siervos; se respeta el matrimonio y otorga participación de la herencia a las mujeres.
     Rotaris dio leyes a los Longobardos de Italia, recogiendo y enmendando los edictos de reyes predecesores, a los cuales añadieron otros sus sucesores. Las primitivas se resienten de la barbarie de su origen; poco a poco se ennoblecen; a veces es irrogada la pena capital; se atiende al honor de la mujer; todos los hijos son igualmente llamados a la herencia; los procedimientos judiciales son sencillos y muy breves, y entre las pruebas es admitido el duelo.
     Las leyes por las cuales se regían los Bávaros parecen compiladas en tiempo de Dagoberto, deducidas unas de las romanas y otras de las visigodas; se parecen a la ley de los Alemanes, promulgada en presencia de treinta y tres obispos.
     El código de los Anglos y el de los Frisones nada tienen de las leyes romanas, y es que aquellos pueblos nunca hicieron irrupción sobre el territorio del Imperio. Pocos fragmentos han quedado de las leyes anglo-sajonas, hechas por los heptarcas y dictadas en inglés. La ley de los Sajones fue recopilada probablemente en tiempo de Carlo Magno, y trata menudamente de la tarifa de precios impuestos por las ofensas.
Costumbres      Estas leyes son la mejor revelación de las costumbres de los Bárbaros; y prueban, por otra parte, cuán ignorantes eran estos cuando, para escribirlas, tuvieron que servirse de los Romanos. La necesidad de evitar una infinidad de violencias de toda especie, se desprende del minucioso cuidado con que son especificadas las faltas y las penas consiguientes. Los símbolos con que los Romanos representaban algunos actos civiles reaparecen aquí. Si se trata de una venta, se entrega al comprador una rama de árbol, o un cuchillo, una varilla, un césped, o a veces un tiesto, en el cual se ha plantado una ramita. Las dignidades eclesiásticas se conferían entregando el báculo pastoral y el anillo, y las menores con el birrete, el cáliz, un candelero y las llaves de la iglesia; a los reyes se les daba la investidura con la espada y la lanza, y en otras ocasiones se estrechaba la mano, o se daba un beso, o se tocaba una columna, o se recibía la comunión, o se bebía en la copa de otro, según la importancia del acto.
     La moralidad no podía ser mucha entre gente que había abandonado su patria para llevar a extraños países sus armas y su ferocidad; pero sus vicios se diferenciaban de la corrupción romana. Entre ellos se tenía tal conciencia de la importancia personal y de la dignidad, que hasta se castigaban por medio de leyes las palabras injuriosas. El lujo era dispendioso, pero grosero; groseras las diversiones, la principal de las cuales era la caza, para cuyo ejercicio se reservaban grandes bosques y se castigaba duramente al que matare un halcón. La cabellera larga era señal de libertad. Las mujeres eran tratadas con cierto respeto, aunque se les ponía precio atendida su utilidad; dependían siempre del marido o del padre, y si eran infieles, eran abandonadas a la venganza del marido. A mujeres se atribuye en su mayor parte la conversión de estos pueblos, y la fama ha consagrado los nombres de Fredegunda, Brunequilda, Amalasunta, Clotilde, Radagunda, Berta y Teodolinda.




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90.- La República cristiana

     El único contrapeso de la fuerza dominante era la religión. Reconocida por Constantino, la Iglesia ejerció legalmente la autoridad civil que al principio había adquirido por deferencia; Papas y obispos aparecen con majestuoso aspecto; y mucho más a la caída del imperio, hacia el cual había ella contraído hábitos de sumisión. Respecto de los nuevos reyes, era la Iglesia el único poder constituido que quedaba, y adquiría vigor e inspiraba respeto por sus virtudes y sus doctrinas, con las cuales pudo introducir algún orden en el universal desconcierto.
Misioneros      Por otra parte, los pueblos que habían permanecido en su tierra natural, y los que iban a fijarse en remotos países, recibían la visita de misiones que les predicaban el cristianismo, y no hubo región que no ensalzara después a algún santo, de quien había recibido la verdad. Muchos misioneros hallaron violenta muerte en Irlanda y en Inglaterra, contándose entre ellos Bonifacio, apóstol de la Germania, donde organizó las iglesias de Baviera y fundó el monasterio de Fulda. En algunos países, los misioneros penetraron en las asambleas, y modificaron la legislación y el derecho público. En los conventos y en las órdenes sagradas fueron luego recibidos los extranjeros y los siervos, dilatándose de este modo la igualdad. Cultivaban campos, saneaban lagunas, talaban bosques en las inmediaciones de los conventos y de las iglesias, introducían mercados y ferias, y daban de este modo origen a nuevas ciudades. En una palabra, el cristianismo se puso al frente de la civilización.
Ingerencia secular      Los emperadores de Oriente continuaban queriendo inmiscuirse en las controversias religiosas, y daban a la Iglesia una tutela incómoda y peligrosa. Los príncipes de Europa no entendían de sutilezas teológicas, y sin embargo, querían tomar parte en las elecciones de obispos y hasta en las papales, en la convocación de los concilios y en la ordenación de los curas, a fin de que no se sustrajesen al servicio militar. No siempre estaban a salvo de la rapacidad los bienes del clero; con todo crecieron bastante las riquezas de éste y la autoridad de los obispos; pero disminuyó la unión de éstos con el clero y con el pueblo, desde que los reyes pretendieron elegirlos, menos por mérito y fe apostólica que por favoritismo; habiendo entrado en las asambleas, excitaron el descontento que siempre acompaña a la acción política.
Monjes      Multiplicáronse entonces los monjes, y así como al principio vivieron solitarios, entregados en el desierto a extravagantes penitencias, luego se reunieron en activos consorcios, principalmente por obra de San Benito de Nursia (225), quien en torno de la sagrada cueva de Subiaco reunió numerosos secuaces, y les dictó una regla que ha sido la admiración de los estadistas y que ha sobrevivido a muchas constituciones nacionales. Determinábanse en ella todos los actos y todos los momentos de la vida de los monjes; a la oración había que añadir la cultura del campo y del espíritu. Fueron labradores modelos, conservadores y propagadores de las doctrinas científicas y literarias y de las bellas artes, cuyo principal santuario fue Monte Cassino.
     Más austera fue la regla que estableció san Columbano (226). Más tarde los monjes entraron en el sacerdocio. Cada orden formaba una especie de república, donde los cargos eran electivos, donde todos trabajan para todos, y nada se hacía para el individuo fuera del perfeccionamiento moral; procuraban permanecer independientes, no sólo de la jurisdicción secular, sino que también de los obispos, y estar sujetos solamente al Papa y a sus propios generales. Los más grandes personajes de la Edad Media se forman en los conventos; allí las artes hacen sus primeras tentativas y despliegan mayor vuelo. Muchos seglares les ofrecían sus personas y sus bienes, para gozar de la protección y las inmunidades monásticas contra el laico poderío.
Papas      Aquel gran movimiento de la sociedad cristiana era precedido y dirigido por los Papas, cuya sucesión, desde san Pedro hasta nuestros días, no se ha interrumpido jamás, y en cuya serie de pontífices con muchísimos santos aparecen algunos menos dignos, sobre todo cuando quieren ampararse de la elección los príncipes o los bandos políticas. Al principio tuvieron que luchar con las pretensiones de los emperadores de Oriente y con las herejías implantadas, al mismo tiempo que tenían que enfrenar a los Bárbaros y propagar el cristianismo. En medio de todo, se consolidaba la supremacía que los obispos de Roma habían heredado de la tradición apostólica, y a ellos permanecían adictos los Católicos de todo el mundo, aun cuando eran herejes los emperadores y los reyes. Esta autoridad se vio fortalecida al recogerse los cánones, o sean los decretos de los diversos concilios, reunidos por Dionisio el Pequeño, en tiempo de Casiodoro.
     Ya entonces los Papas poseían extensos bienes en Italia e islas adyacentes, y hasta en la Galia, sobre cuyos colonos ejercían legal jurisdicción. Cuando la conquista longobarda interrumpió las relaciones con el exarca de Rávena, el Papa, jefe ya de Roma, correspondía directamente con Constantinopla, concluía tratados con los Longobardos, y presentábase como verdadero jefe del partido nacional.
Gregorio Magno      Comprendió la importancia de aquella verdadera posición Gregorio Magno, práctico en los negocios públicos, quien dominó a Roma y la Iglesia con un carácter indomable y ejemplares devociones. A todo el mundo extendía sus cuidados; mandó misioneros a la Bretaña, consejos y órdenes a los reyes Francos y Borgoñeses; procuró la conversión de los Longobardos, de los Visigodos y de los Sardos; hablaba a los obispos y a los reyes con la dignidad dulce pero firme de un jefe universal; se servía de sus pingües rentas para mantener escuelas, hospitales y peregrinos. A pesar de tan múltiples ocupaciones, tuvo tiempo para escribir mucho, y además de sus cartas Morales sobre Job, expuso en sus Diálogos muchas historias maravillosas de santos italianos, de conformidad con las creencias de entonces; regularizó el rito con el Antifonario, el Sacramentario, el Bendicionario y el canto de iglesia que aún se llama Gregoriano. Parecíale peligroso para los nuevos cristianos el estudio de los autores clásicos y la imitación de sus artes; pero es necio afirmar que mandase prender fuego a la biblioteca palatina y destruir los monumentos de la magnificencia romana.
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91.- Doctrinas profanas. La lengua

Griegos      Para sostener que en Occidente la literatura fue destruida por los Bárbaros, es preciso olvidar cuán decrépita la observamos ya en la época anterior, hasta entre los Orientales, donde fue más rica y original que la latina. Los filósofos de Atenas trataron de oponerse a la nueva religión, y se dispersaron cuando Justiniano cesó de retribuirlos. No merecen citarse los oradores y poetas de entonces. Entre los historiadores hallamos a Procopio, que alabó a Justiniano y a Teodora, para vilipendiarlos después en una historia secreta. La colección de los Historiadores bizantinos es la única autoridad admisible sobre el imperio de Constantinopla y los países que con él se relacionaban; pero es una compilación sin crítica ni arte, que alcanza hasta la conquista de los Turcos. Constantino Porfirogéneta dejó un libro sobre la administración del imperio, y el origen y costumbres de los Bárbaros; recogió preceptos de arte militar, hipiátrica y agricultura, y una especie de enciclopedia, merced a la cual se conservaron extractos de autores perdidos.
Historiadores
 
Latinos      La literatura profana cesó en Occidente, cuando ya no estudiaban más que los clérigos, y no quedaban más que escuelas cristianas, aunque distase mucho de haber cesado la actividad de las inteligencias. Teodorico, que prohibía las letras a sus Godos, las favorecía entre los Romanos, y se sirvió mucho de Casiodoro, del cual nos quedan aún las cartas escritas en nombre del monarca y de sus sucesores, y además varios tratados propios, una crónica desde el diluvio hasta el año 519, y escritos sobre varias artes.
Casiodoro
Boecio      Boecio, en el Consuelo de la filosofía, diserta sobre el acaso, sobre la providencia, y sobre el modo de conciliar a ésta con la existencia del mal. En la poesía es mejor que en la prosa. Escribieron también Enodio, obispo de Pavía, Rústico, Elpidio, y los poetas Maximiliano, Arator y Venancio Fortunato, trevesiano que compuso buenos himnos. Avito, natural de Auvernia, dejó cinco poemas y cien cartas. Muchos eclesiásticos escribieron más bien por celo religioso que por inclinación literaria, y sus obras carecen de gusto, corno las de Fulgencio, africano, el teólogo más grande de su tiempo, y las de San Remigio, que bautizó a Clodoveo. De mérito literario carecieron también san Lorenzo, san Columbano y san Cesáreo, de quien nos quedan 139 sermones, todos de práctica y sin imitación de los clásicos.
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     Exceptuando a Marcelino, conde de la Iliria, que escribió una crónica desde Valente hasta 534, hay que buscar en el clero los pocos e imperfectos historiadores de aquel período, entre los cuales se distinguieron el venerable Beda, que escribió sobre las Seis edades del mundo, Dionisio el Pequeño, que introdujo el sistema de contar los años desde el nacimiento de Cristo, fijado por él en 15 de Agosto; el godo Jordán, san Isidoro de Sevilla, que dejó en veinte libros los Orígenes o Etimologías, enciclopedia de cuanto se sabía entonces, y una crónica desde Heraclio hasta 626.
     Para el estudio de la historia eclesiástica en Occidente, sirve la Historia tripartita de Epifanio y Eusebio. Gregorio de Tours es llamado padre de la historia de Francia, merced a sus diez libros de Historia ecclesiastica Francorum, de inculto estilo, pero llena de rasgos característicos. Fredegario, de Borgoña, es de más inculto estilo todavía.
     Género nuevo son las leyendas y vidas de los santos, que se multiplicaron, menos para servir a la historia y a la crítica que para hacer propaganda cristiana. Con este género se hacían ejercicios escolásticos, exagerando penitencias, martirios y milagros. De estos están llenos los Diálogos de Gregorio Magno, de Metafrasto (227) y Gregorio de Tours.
Lengua      En Occidente, el acontecimiento más importante es la trasformación de la lengua. La latina sigue el curso de otras tantas que se califican de indo-germánicas por la semejanza que ofrecen con la sánscrita. Como sucedió con todas, ella se alteró y pulió bajo la pluma de los autores, hasta que llegó a la belleza de la llamada edad de oro. Pero por cuanto la literatura era especialmente un trabajo artificioso y destinado a la sociedad aristocrática, la lengua de los escritores era muy distinta de la que se hablaba comúnmente, y que se llamaba rústica o vulgar.
     Sin embargo es de creer que los Romanos, introduciendo su habla con la conquista, destrozaron la de cada país; hasta en Italia se mezclaron el etrusco, el osco y otros lenguajes, que indudablemente produjeron después la diferencia actual de los dialectos. Con más razón tenía esto que suceder allende los Alpes y el mar.
     Está probado que, en la lengua hablada, ocurrían ya los accidentes que distinguen la latina de la italiana, como la formación de los tiempos con los auxiliares, los artículos y las prescripciones según los casos.
     Cuando la literatura tuvo que hacerse popular para la explicación de las verdades cristianas, se descuidó el refinamiento clásico para acercarse a los modos y a la construcción vulgar, lo que aparece principalmente en la traducción de la Biblia. Los escritores eclesiásticos atienden a la claridad y no a la elegancia. Y ya en tiempo de Justiniano encontramos fórmulas y modismos, más parecidos al estilo moderno que al de Cicerón.




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Libro IX

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92.- La Arabia

     El Asia occidental presenta desde la Siria al Océano indio, un vasto trapecio, bañado hacia Levante por el Éufrates, y a Poniente por el mar Rojo, paralelo al cual corre una cordillera de montañas, sobre cuyas alturas continúan las lluvias regulares de Junio a Octubre. El resto de la Península no tiene lagos ni ríos; son escasas las lluvias, y durante inmensos espacios de áridas arenas, no se ve un matorral ni un árbol, bajo un cielo inflamado. Sin embargo, de trecho en trecho se encuentran oasis de lujoso verdor, sombreados por palmas, dátiles, mimosas y otros árboles preciosos. En aquellos mares de arena sirve de nave el camello, a quien se aprecia casi tanto como al caballo, inseparable compañero del Árabe, que conserva la genealogía del noble animal tan celosamente como la suya propia.
     La historia hace antiquísima mención de la Arabia. Por aquellos desiertos vagaron cuarenta años los Hebreos, y allí se mantuvieron siempre las caravanas, numerosas bandas de personas y camellos que trasportan preciosos productos, el incienso, el estoraque, la goma, la nuez moscada, la planta de sen, el tamarindo, el café, el añil, el algodón, los dátiles, el maná, piedras preciosas y metales.
     Los Árabes naturales descienden de Sem, y los naturalizados de Agar y Abraham; su lengua es semítica, y el dialecto de los Coreiscitas, adoptado por Mahoma, quedó como lengua escrita. Pocos se dedican al cultivo de los campos en residencia fija; la mayor parte de ellos son nómadas, constituidos en tribus con el nombre de Saenitas o Beduinos, errantes como patriarcas con numerosas tiendas. Es permitida entre ellos la poligamia. No usan apellidos, pero se distinguen por el nombre de su padre anteponiendo al suyo ben o eben (228), o derivan su apellido de su descendencia. Tienen con frecuencia algún título pomposo, pintoresco o injurioso, como al-Mesth, el borracho, al-Scerif (229), el ilustre. El Beduino es fogoso como su caballo, sobrio y paciente como su camello, supersticioso, sanguinario y generoso; la venganza es para él una religión; el menor insulto da lugar a represalias y a guerras, y por otra parte es desmesurada la gratitud y el respeto al superior. Hay tribus enteras que no saben leer; pero su lengua rica y pintoresca ayuda a la poesía, mezcla de verso y prosa con abundantes rimas; en las ferias de Occad se disputaban el premio de sus composiciones. Consérvanse siete de éstas (moallakas) anteriores al profeta. El poeta más famoso entre ellos fue Antar, guerrero y pastor.
     El jefe de familia (sceico) o de tribu (emir) gobierna a sus dependientes, sin restringir su libertad personal ni castigar los delitos; las ciudades dábanse distintos gobiernos, y había en La Meca una oligarquía con un senado de magistrados hereditarios.
     Al principio tuvieron la misma religión de los Hebreos, pero degeneró en idolatría, especialmente encaminada a los astros, o a las inteligencias que los dirigen; se entregaban a diarias adoraciones al sol y el culto fue degenerando hasta descender a groseros ídolos.
     Los primeros padres del género humano habían visto en el paraíso una casa, ante la cual se postraban en adoración los ángeles; quisieron imitarla en la tierra, y fabricaron en la Meca la Caaba, a la cual iban los fieles en peregrinación cada año, y donde se encontraron hasta 360 ídolos, aportados por las diferentes tribus.
     Parece que los Árabes, en la antigüedad, salieron a menudo a hacer correrías y conquistas, mayormente en Egipto, mientras que los extranjeros no se estacionaron jamás en sus desiertos. Sin embargo, muchos Hebreos se refugiaron allí después de la destrucción de Jerusalén, y con mucho trabajo penetró el cristianismo entre ellos.




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93.- Mahoma

       En la tribu de los Coreiscitas, encargada de custodiar la Caaba, nació Mahoma, cuyo nacimiento, como su vida toda, fue acompañado de milagros. Su hermosura, su larga barba, sus vivos y penetrantes ojos, la expresión de su fisonomía y la eficacia de su palabra, facilitaron su nombradía, sobre todo cuando se hubo enriquecido casándose con Cadiga (230). Merced a los Hebreos, a los Cristianos y a sus solitarias meditaciones, se convenció de que la idolatría no era el culto primitivo de los Árabes, y de que podía ser sustituida por una religión que, por su sencillez, pudiese conciliarse con todas las demás. Meditó en silencio su designio, y a la edad de cuarenta años manifestó a Cadiga que se le había aparecido el ángel Gabriel, declarándolo apóstol del Señor. De pronto fueron muchísimos los que proclamaron al profeta de la Arabia; su símbolo fue: «Dios es Dios único, y Mahoma es su profeta.»
 
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       Pero la familia de los Coreiscitas, que derivaba su autoridad y su riqueza de la custodia de los ídolos en la Caaba, se opuso al nuevo profeta. Cuando se exacerbó la persecución, consintió Mahoma en que sus creyentes apelasen a la fuga, y él mismo, amenazado de muerte, huyó a Medina. Esta huida marca la era mahometana, correspondiente al viernes, 16 de julio del año 622. Pronto de regreso, casose con Aiscia (231) y otras mujeres, dio su hija Fátima a Alí, declarándolo su califa, o vicario, y Medina fue la metrópoli de la nueva fe. Allí empezó Mahoma a inquietar a las caravanas; derrotó varias veces a los Coreiscitas y sojuzgó a varios pueblos; y tomó por asalto a la Meca destruyendo 360 ídolos. Su religión se extendía, e iban llegando hasta él muchas embajadas. Habiendo organizado una nueva expedición a La Meca con 90 mil devotos y las ceremonias que fueron luego rituales, fue atacado por la fiebre y expiró en las rodillas de Aiscia. Abraham, Moisés y Cristo lo acogieron con grandes honores en el cielo, donde se oyen continuamente tres voces; la del que lee el Corán, la del que cada mañana pide perdón por sus pecados, y la del gallo gigantesco.
Hégira
 
 
     Habiendo exclamado Mahoma en la agonía: ¡Maldición sobre los Judíos que convirtieron en templos las sepulturas de sus profetas! se prohibió que se le rindiese culto como a Dios. Pero es portentoso que un pobre artesano se elevase a maestro de medio mundo; su estandarte fue depositado en la capital del islamismo, primero en Medina, luego en Damasco, en Bagdad, en El Cairo, y hoy se halla en Constantinopla.




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94.- El Corán

     El Corán, código civil y religioso de los Árabes, se compone de 114 capítulos (suras), que tienen títulos particulares, y empiezan todos por estas palabras: «En el nombre de Dios clemente y misericordioso (B'ism Illah el-rohman el-rakkin).» Los versículos le fueron revelados a Mahoma de tiempo en tiempo, a medida que sobrevenía un suceso importante, por eso carece la obra de unidad de inspiración y de miras, y el profeta, además de repetirse, se contradice. En cuanto publicaba un versículo nuevo, sus discípulos lo aprendían de memoria y lo escribían en hojas de palmera, en piedras blandas y otros objetos; después fueron desordenadamente compilados por Zeid, su secretario; de aquí lo dificultoso que es entenderlos; y además, como el alfabeto árabe carece de vocales, el distinto modo de pronunciar las palabras causa enormes diferencias de sentido. Esto no obstante, hace doce siglos que el Corán es venerado por poderosísimas naciones, como código religioso y político; todo musulmán está obligado a sacar o hacer sacar de él una copia, que lleva siempre consigo. No puede imprimirse, pero se reproduce ahora por medio de la fotografía.
     Está escrito en el dialecto más puro de La Meca, y superó a todas las demás composiciones del país.
     Además del Corán, veneran los musulmanes la Sunna, doctrina trasmitida de viva voz por el profeta y escrita dos siglos después. Se le agregaron luego las Ijmar, decisiones de los imanes ortodoxos.
     Su canon fundamental, «No hay más Dios que Dios,» excluye la trinidad y el culto de las imágenes y reliquias. Los ministros de Dios son los ángeles, uno de los cuales, habiendo desobedecido, fue convertido en diablo (Eblis).Dios reveló varias veces su ley al hombre precipitado del paraíso, principalmente por medio de Moisés, de Cristo y de Mahoma. Todos los musulmanes, es decir todos los sectarios del islamismo, se salvarán, y el juicio final durará 1500 años. El paraíso estará lleno de voluptuosas delicias, y podrán obtenerlo hasta las mujeres, aunque pocas.
     Todos los actos y sucesos del hombre están decretados desde la eternidad; de modo que el hombre es perverso o santo porque así lo quiere Dios, y su muerte está fatalmente predestinada.
     Cinco oraciones son de obligación diaria, sagrados los viernes, inculcada la circuncisión, e impuesta la limosna relativamente a la fortuna.
     En el mes de ramadán, se ayuna todos los días; está prohibido en todo tiempo comer tocino, liebres y sangre, y beber vino. Es también obligatoria la peregrinación a La Meca, que todo creyente libre debe verificar por lo menos una vez en su vida. Estas peregrinaciones van acompañadas de solemnísimas ceremonias.
     Otra obligación es la guerra contra los infieles.
     La poligamia está permitida al que tiene bastante para mantener a más de una mujer; es lícito el divorcio, para el cual basta al hombre cualquier motivo, mientras que la mujer debe presentarlos muy graves. Los hijos son legítimos, tanto si nacen de mujer legítima como de concubina. El despotismo, que ya se había establecido en Oriente, fue consolidado por Mahoma constituyendo por única autoridad el Corán, al cual nada puede oponerse. Por lo demás, el Profeta no instituyó Estado, ni poderes políticos ni religiosos.
     El islamismo no posee sacerdotes propiamente dichos, pues que la oración pública y la predicación estuvieron a cargo del mismo Mahoma y de sus sucesores. El que preside una reunión de creyentes se llama imán; el muftí interpreta la ley, y es jefe de los ulemas o doctores; el jefe del Estado lo es también de la Iglesia. Hubo monjes más tarde, mereciendo especial mención los sofíes (232) de Persia.
     Aunque la sencillez del símbolo parezca evitar el peligro de herejías, hubo muchas, sobre todo desde que se aplicó la filosofía de Aristóteles. Los ortodoxos se llaman sunnitas, reconocen la autoridad de la tradición, y se dividen en varias sectas; los heterodoxos difieren sobre artículos fundamentales. Los Siítas consideran como solo legítimo califa a Alí y a sus sucesores, mientras que los Careyitas o rebeldes se pronunciaron contra estos.
     El Corán fue un progreso para el pueblo a quien iba destinado; en el exterior ocasionó estragos, la ruina de la antigua civilización, la descomposición de la familia, la abolición del arte, un retraso a la difusión del cristianismo y del derecho romano; el Asia se volvió tan bárbara como el África; la Europa tuvo siempre que luchar para salvar la libertad y la civilización de la cruz contra la fatalística furia de los musulmanes, que aún conservan la barbarie en la más bella región de Europa.




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95.- Primeros Califas

     Los que adoran el triunfo, admirarán una religión que se difundió tan rápidamente entre pueblos a los cuales llevaba una organización social conforme a la fe, siendo concentrados en uno solo el poder religioso y el político, medio muy eficaz, mayormente entre los Árabes, divididos en tribus hostiles, y entre los Persas, víctimas de discordias intestinas. Además, el musulmán, con la idea de la fatalidad, y con la esperanza de que, muriendo en el campo de batalla, sería acogido en el cielo por las Huríes «de ojos negros y seno alabastrino,» arrostraba intrépidamente los peligros para destruir las demás religiones, como el profeta quería.
       Disputábanse la sucesión de Mahoma, el califa Alí, esposo de Fátima; Omar, espada de Mahoma; y Abu Beker, suegro, de éste. Prevaleció Abu Beker, a pesar de que una gran parte de los musulmanes (los Siítas) defendían siempre los derechos de Alí. Omar sacrificó su ambición a la paz, y Alí se vio obligado por las armas a obedecer. El califa vencedor domó las intestinas conmociones; pretendió reinar con las austeras tradiciones del Profeta, y fue muerto a la edad de sesenta y tres años.
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       Entre tanto había sido invadida la Siria, y a pesar de la defensa del emperador Heraclio, había sucumbido Damasco con toda la llanura del Oronte y el valle del Líbano, y sucesivamente fueron cayendo en poder de los musulmanes Jerusalén, Antioquía y Cesarea, a costa de mucha sangre de vencedores y vencidos. Formose una flota que dominó el Mediterráneo y amenazó desde entonces a Constantinopla. También prosperaban las armas árabes en la Persia, donde los califas, así como habían fundado a Basora en el Iraq, del mismo modo, después del exterminio de Ctesifonte, fundaron a Cufa, concluyeron con el imperio de Artajerjes y de los Sasánidas, y llegaron hasta Persépolis, la ciudad de Ciro y santuario de los Magos, donde fue extinguido el fuego sagrado en los altares.
 
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       Igualmente derrumbábase el antiguo imperio de Egipto, tomada Menfis y sojuzgado El Cairo. Los habitantes de Alejandría sostuvieron durante catorce meses el sitio contra Amru, el cual ocupó al fin la ciudad y se dice que entregó a las llamas su asombrosa biblioteca.
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     Constantinopla se resentía grandemente de aquellos trastornos, por cuanto le faltaban las acostumbradas remesas de granos; por esto los emperadores trataron de recuperar a Alejandría, pero en vano; Amru la desmanteló; después organizó vigorosamente el Egipto con una sencilla administración, y restauró el canal que ponía al Nilo en comunicación con el mar Rojo. Su sucesor Abdalah (233) llevó mil hombres contra Trípoli, donde se habían refugiado los Romanos, y penetrando hasta los valles del Atlante, cargaron con un inmenso botín.
Los Omeyas      Alí tuvo por sucesor a Moaviah, con quien empiezan los Omeyas (234), o sean califas hereditarios, los cuales de simples patriarcas se convirtieron en déspotas, rodeados de fuerza y de fausto, siendo árbitros absolutos hasta de la religión. Dominadas las oposiciones interiores, Moaviah llevó la guerra contra al imperio romano. Hízole frente Constantino Pogonato, adoptando útilmente el fuego griego que abrasaba hasta en el agua, merced a cuyo medio fue salvada Constantinopla, y Moaviah tuvo que comprar la paz, siendo inquietado por discordias intestinas. Bajo el califato de su hijo Yezid, triunfaron los partidarios de Alí, cuyos doce sucesores fueron venerados por los Siítas de la Persia. Seguían en tanto las correrías y las conquistas; Abd-el-Malec cambió la peregrinación de la Meca, ocupada por sus émulos, con la de Jerusalén; habiendo tomado a Chipre, acuñó en ella la primera moneda musulmana, y completó la conquista del África, ayudado por los naturales en el desalojamiento de los Romanos; atravesó los desiertos, en que sus sucesores edificaron a Fez y a Marruecos, llegó a las playas del Atlántico, y fundó la ciudad de Kairuán (235) para refrenar a los Moros revoltosos. Cartago, que había venido a ser el refugio de los fugitivos, fue tomada y arrasada, y el cristianismo quedó extirpado en el África. Preciso era entonces someter a los naturales Berberiscos y Moros, y fue devastado todo lo comprendido entre Tánger y Trípoli. Bajo Walid (236), el imperio de los Omeyas llegó a su mayor apogeo, extendiéndose desde los Pirineos hasta el Yemen, y del Océano hasta las murallas de la China.
 
 
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       Mucho más ambicionaban destruir el imperio griego; reinando Solimán, presentáronse en el Bósforo 120 mil hombres a bordo de 800 naves, y sitiaron a Constantinopla, reinando en ella León Isáurico; merced al valor de éste, a la posición de la ciudad y a los estragos del invierno, fue salvada. Menos de un siglo había transcurrido desde la aparición del Profeta, y ya se hallaban sometidos a sus sucesores tantos países, que una caravana no los hubiera atravesado en cinco meses. Cufa, Basora, Alejandría, eran emporios de extraordinario comercio. Pero fuera de la Siria, los Omeyas no se habían conquistado nunca el aura popular; siempre surgían nuevos pretendientes, y por fin fueron proclamados califas los descendientes de Al-Abbas, tío de Mahoma, que exterminaron a los Omeyas; el vicariato de los enemigos volvió a los parientes del profeta; Abul Abbas fue llamado el sanguinario por el modo con que conquistó el dominio. Almanzor (237) trasladó la sede a la nueva ciudad de Bagdad, que fue capital durante 500 años. En ella se entregaron los califas a un lujo oriental. Al-Mamum regaló a La Meca 2400000 dineros de oro; al celebrarse sus bodas, la cabeza de su mujer fue cargada de mil gruesas perlas, y se repartieron entre los cortesanos lotes de casas y terrenos. En tan vastísimo imperio vivían unos 150 millones de habitantes; en todas partes tenía colonias militares, agrícolas y comerciales, que difundían la lengua y la religión árabes. En el interior no cesaban las luchas entre los partidos, degollándose mutuamente Omeyas y Alidas.
 
 
Abasí (238)
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786      El mejor de los Abasíes (239) fue Harun-al-Raschid (240) el Justo, que mantenía relaciones con Carlo Magno.
Literatura      La literatura había tenido siempre cultivadores, pero los Omeyas no la favorecían; protegiéronla, en cambio, los Abasíes, y más que ninguno Harun, bajo el cual se hizo célebre la escuela médica de Damasco; florecieron muchos gramáticos, y se completó el diccionario árabe. Los Árabes dieron prueba de gran imaginación y poco gusto; de mucha observación y escaso raciocinio. Aficionados a los cuentos, hicieron de ellos grandes colecciones, entre las cuales se ha divulgado la de las Mil y una noches. En la filosofía, siguieron a Aristóteles, comentándolo de un modo extraño (Averroes), y se gozaron en transmitir de un pueblo a otro sus conocimientos. Sus historiadores, que desconocen la crítica y la cronología, son fatalistas y aficionados a circunstancias milagrosas.
790-809      Los Omeyas trataban de recuperar el poder; Edris comenzó en la Mauritania la dinastía de los Edrisitas; y un descendiente de Alí fundó en Túnez la de los Aglabitas. Harun, que murió después de 48 años de reinado, acabó de arruinar el imperio dividiéndolo entre tres hijos suyos, que se hostigaron continuamente y se rodearon de una guardia de Turcos que no tardó en adquirir un dominio absoluto.


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96.- Los Árabes en España. Califato de Córdoba

       En España, Rodrigo había ocupado el trono, prevaleciendo sobre sus émulos; y éstos, para sostenerse, llamaron en su auxilio a Muza, emir del África. Este confió a Tarik 12 mil intrépidos guerreros, que vencieron y mataron a Rodrigo, y expoliaron el tesoro de los reyes godos en Toledo. Tarik y Muza dilataron sus conquistas por toda la Andalucía y la Lusitania. Abderramán, recogió grandes fuerzas y se encaminó a conquistar a Francia, la cual fue salvada por Carlo Magno; la empresa costó la vida al guerrero árabe. Parte de los naturales de España se refugiaron en los montes de Asturias, y tomando por jefe a Pelayo, esperaron recuperar la patria; pudieron vencer a los conquistadores, mientras éstos luchaban entre sí en la península y en África, no operando como un ejército bajo un solo jefe, sino como tribus distintas que se establecían en diversos países. Las desavenencias de los invasores favorecían a los naturales, que fundaron el reino de Asturias; el rey Alfonso llevó sus conquistas hasta el Duero; y él y sus sucesores fueron sosteniéndose, ora batallando, ora comprando la paz; llamaron en su auxilio a Carlo Magno, pero éste perdió en Roncesvalles la flor de sus valientes.
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     En tanto, los Yusufis árabes organizaban la conquista, y establecieron en Córdoba un califato omeya, independiente del de Oriente y del de África. Dominaron a Toledo, a Mérida, a Sevilla, a Zaragoza, a Valencia, y en todas partes edificaron palacios y mezquitas, adornaron las ciudades con jardines, y erigieron escuelas; obligaron a los naturales a usar la lengua árabe; y llevaron sus armas contra Francia con suerte varia. Dícese que contenía cuatrocientos mil volúmenes la biblioteca de Hakem el Cruel, quien dotó al califato de una marina y de un ejército regulares.
     No es difícil concebir el destrozo que harían los Árabes en España, durante la conquista; pero una vez resueltos a establecerse en ella, cesaron de devastarla; en cambio impusieron tributos, y permitieron el culto católico, aunque interiormente y sin pompa. No faltaron persecuciones religiosas, tanto más cuanto que los mismos Muzárabes, como se llamaban, se mofaban con frecuencia de las plegarias de los musulmanes y de los gritos del muecín.




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97.- Imperio Griego. Los Heraclidas. Los Isáuricos

     Ni siquiera la incesante amenaza de los Árabes aquietaba las discordias civiles y religiosas de los Griegos. El mismo Heraclio, que adquirió renombre por sus insignes empresas, como se ha dicho en otro lugar de este compendio, volvió a sostener que Cristo temía en verdad dos naturalezas, pero una sola voluntad.
Monotelitas      Constante II, mientras los Árabes llegaban hasta Constantinopla y los Eslavos ocupaban el país que de ellos adquirió el nombre de Esclavonia, quería propagar el Monotelismo por medio de edictos, y perseguir a los Papas que lo condenaban. Fue el primer emperador oriental que llegó a Italia, donde combatió a los Longobardos meridionales; arrojose sobre Roma, apoderándose de ella; y desde Sicilia pirateó la costa africana, hasta que fue muerto.
     Durante las sublevaciones internas y la irrupción de los nuevos Bárbaros, Constantino III mandó reunir el VI concilio ecuménico en Constantinopla, donde se condenó a los que admitían en Jesucristo una sola voluntad y una sola acción.
       Vino después una serie de tristes emperadores, hasta que al cabo de un siglo, cesó la estirpe de Heraclio; pero no fueron mejores los elegidos por el pueblo. El primero de éstos fue Anastasio, que trató de poner paz en la iglesia supeditándose al Papa. León, pastor de Isauria, que merced a su ardimiento se hizo jefe del ejército, no tardó en ser emperador. Fue autor de una nueva herejía, fundada en el odio contra las imágenes, cuya destrucción ordenó. El pueblo se opuso a sus severas órdenes; hubo persecuciones, y se sublevó la Grecia; el Papa Gregorio II, no pudiéndolo hacer entrar en razón, excitó a los pueblos de Roma y de la Pentápolis a desobedecerle, con lo cual este hermoso país se hizo independiente. Mientras que con valor y prudencia era capaz de regir bien al imperio, León Isáurico lo arruinó. Los Cázaros o Turcos orientales habían ocupado la Crimea, reconstituido el imperio de los Ávaros, y alcanzado victorias y botines en la Persia, donde se les alió León para que molestasen a los Árabes. Pero éstos hostigaban en todas partes a los sucesores del emperador, mientras los molestaban también los Búlgaros y el frenesí de las herejías. Irene, madre de Constantino Porfirogéneta, trató de establecer un parentesco con Carlo Magno, a fin de reunir a ambos imperios, pero no se llevó a cabo. En un tumulto murió su hijo, y ella fue la primera mujer que ocupó el trono de los Césares; restauró el culto de las imágenes, que fue proclamado en el séptimo concilio Efesino. Descontentó con esto a algunos que propalaron la voz de que quería casarse con Carlo Magno.
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Iconoclastas
 
 
 
 
 




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98.- Los Francos. Mayordomos de palacio

     Los Merovingios, después de haberse engrandecido con Clodoveo, fueron degenerando. Su reino era una transición de la barbarie al orden, pero constaba de gentes diversas, empujadas por otras gentes; los reyes no eran más que los primeros entre iguales, así es que en vano trataban de hacerse herederos del imperio romano. Los demás jefes o leudos, no estaban de acuerdo más que en disminuir la regia prerrogativa, engrandecían sus propios bienes, y no se cuidaban de intervenir en las asambleas. Los reyes pusieron por encima de los ministeriales un mayordomo, el cual fue adquiriendo mayor importancia, como el primero de los leudos, su jefe en la guerra, su juez en la paz, y por consiguiente juez del pueblo. Las primeras familias ambicionaron aquel cargo, cuyo nombramiento dejó de ser privilegio exclusivo del rey para depender de los leudos; el empleo fue luego inamovible y hereditario. De entonces los mayordomos suplieron la inacción de los reyes holgazanes: Pepino (241), de familia austrasiana, que poseía ricas propiedades a orillas del Mosa, gobernó con firmeza, impidió las divisiones que acostumbraban a hacerse del reino como de las herencias, y unió a los Neustrianos, a los Austrasianos y a los Borgoñones bajo el rey Dagoberto; quedó siendo tributario el ducado de Aquitania. Dagoberto, devoto y vicioso, tuvo al lado a san Ovano, su guarda-sello y obispo de Ruán, y a San Eloy, platero.
     Después de Dagoberto, ninguno de los reyes que le sucedieron reinó por sí mismo, pues todo lo hacían los mayordomos de palacio. En tanto, las guerras civiles se multiplicaban, merced a las enemistades que existían entre Austrasianos y Neustrios, y a las revueltas de los pretendientes.
687      Pepino de Héristal, al frente del ejército, en la batalla de Testry decidió la cuestión entre la Francia romana y la teutónica, prevaleciendo los Austrasianos sobre los Neustrianos y los Aquitanos; y si bien los Merovingios aún conservaron nominalmente el trono durante sesenta y cinco años, no fueron ya más que sombras de reyes. Muchos señores y príncipes tributarios, entre ellos los duques de los Bretones, de la Aquitania y Gascuña, de los Frisones, y de los Alemanes, negaron la obediencia a Pepino y se declararon independientes. Entonces se dedicó a poner orden en la administración, fue árbitro de 300 ducados y recibía embajadores.
       Aunque a su muerte los duques trataron de sacudir toda dependencia, Carlos Martel, su hijo, logró dominarlos; sojuzgó la Aquitania y la Gascuña; derrotó a los Sajones, a los Bávaros, a los Alemanes y a los Frisones, y principalmente a los Árabes en la batalla de Poitiers, que verdaderamente contuvo en Europa las conquistas musulmanas. Carlos fue saludado como salvador del cristianismo, y reyes y papas lo hicieron colmar de honores. Como hombre de guerra, empero, era déspota en la paz, y molestaba y removía a su antojo a los obispos. Su muerte dio lugar a murmuraciones y tumultos; Pepino y Carlomán (242), sus hijos, reinaban en lugar de los débiles Merovingios, hasta obligarles a meterse a frailes. El mismo Carlomán se encerró en el convento de Monte Cassino, y le fueron mandados en calidad de frailes sus dos hijos, después de lo cual quedó solo en el poder Pepino el pequeño (243).
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99.- Italia. Los papas. Los Longobardos. Pepino

     Al dividir la Italia en ducados, los Longobardos perdieron la fuerza de conquistarla toda, y quedaron siendo enemigos suyos los Griegos en el exarcado y los papas en Roma, que tendían a salvar el dominio griego de la conquista bárbara. Ya hemos visto cuál era el poderío de Gregorio Magno, y cómo, sin contar su autoridad religiosa y personal, poseía extensísimos dominios. Las conversiones de la Germania acrecentaron el poder de los papas, a los cuales prestaban incontestable homenaje los nuevos convertidos. Las herejías de los orientales conturbaban a los papas, que quizá fueron inducidos a error por las sutilezas griegas (fallo de Honorio), aunque la verdad triunfase, a pesar de las violencias de los emperadores que encarcelaban a los pontífices y querían crearlos a su antojo.
       Poco, pues, tenían estos que congratularse de los emperadores, mientras se veían amenazados por los reyes Longobardos Estos tuvieron que defender a Italia de las tentativas de los Griegos, y la corona, de las facciones internas. Liutprando, que renovó el esplendor del reino gobernando por espacio de treinta y dos años, enfrenó a los duques revoltosos, y pensó someter toda la Italia
 
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     León Isáurico, obstinado en destruir las imágenes, y contrariado en esto por los papas, ordenó al exarca de Rávena que marchase contra Roma, pero los Longobardos negaron el paso al ejército; los habitantes de Rávena se rebelaron y dieron muerte al exarca; del mismo modo procedieron los Napolitanos y los Romanos; en todas partes estalló la insurrección contra los Griegos, temidos como débiles y aborrecidos como herejes; eligiéronse magistrados nacionales, y las ciudades se unieron. Liutprando quiso aprovecharse de aquellos acontecimientos, y simulando proteger la libertad de conciencia, ocupó la Pentápolis; pero fue rechazado por Orso, dux de Venecia; deseando vengarse, se alió entonces con los Griegos y marchó contra Roma, acusado por los Longobardos de permanecer fiel al emperador, y por el emperador de serle rebelde. Mitigado por el Papa, Liutprando entró en Roma, y depuso sobre el sepulcro de los apóstoles el manto, la espada y la corona. Los Griegos, que habían mandado una flota, la vieron dispersa en el Adriático y tuvieron que renunciar a la Italia, exceptuando la Sicilia y la Calabria. No tardó Liutprando en volver a empeñarse en ocupar el ducado romano. Entonces fue cuando el Papa Gregorio invitó a Carlos Martel a socorrerlo. Muertos, empero, el rey, el mayordomo y el Papa, el nuevo rey Astolfo invadió el Exarcado y la Pentápolis. Trasladó la corte de Pavía a Rávena; firmó una Paz de cuarenta años con el Papa Estéfano (244), paz que violó de súbito, imponiendo un tributo a sus Romanos. El Papa apeló a procesiones, a embajadas y a plegarias, pero viendo que el Longobardo crecía en armas y amenazas, llamó en su auxilio a Pepino, duque de los Francos.
754      Este ejercía la autoridad de rey, y los leudos quisieron que hasta el título de tal tomase; hízose ungir por San Bonifacio, y mediante las armas y una buena administración pudo realizar la unidad de la Francia, e impuso un tributo a los Sajones idólatras. A instancias de Esteban, que bendijo la nueva dinastía y confirió el título de patricios de Roma al rey y a sus dos hijos, Pepino pasó a Italia y obligó a Astolfo a cederle la Pentápolis y el Exarcado, que él regaló luego al pontífice.
     Aquí comienza el dominio temporal de los papas, que abarcaban a Rávena, Rímini, Pesaro, Cesena, Fano, Sinigaglia, Jesí, Forlimpopoli, Forli, Montefeltro, Acceragio, Montlucati, Serra, Castel San Mariano, Bobro, Urbino, Cagli, Luculi, Agubio, Comacchio y Narmi. Eran propiamente los pueblos, los que querían sustraerse a la innoble y arrogante dominación griega, y evitar la de los Bárbaros; así es que invocaban la independencia bajo un príncipe electivo, y la tranquilidad bajo un sacerdote inerme.
     Apenas hubo Pepino pasado los Alpes, cuando Astolfo se dirigió contra Roma, y habiendo devastado sus alrededores la puso sitio. El Papa recurrió de nuevo a Pepino, el cual venció otra vez a Astolfo y le obligó a pagar un tributo y a reconocer en el Papa el dominio del Exarcado. Entrado que hubo en Roma, depositó en el sepulcro de San Pedro las llaves de Rávena y de las otras ciudades, rehusando los ofrecimientos que le hacía el emperador griego en cambio de la restitución de los países conquistados.
     Desiderio, nuevo rey longobardo, prometió ser fiel a los pactos de Astolfo, y añadir a las donaciones de Pepino, las tierras de Imola, Gavello, Faenza y el ducado de Ferrara. Pero apenas se hubo asegurado el trono, sembró el estrago en la Pentápolis, e invitó al emperador griego a que mandase tropas con que reconquistarla. El Papa recurrió nuevamente a Pepino: pero éste se moría, y estaban reservadas a su sucesor la destrucción del reino Longobardo y la renovación del imperio romano.

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