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Estas dos estirpes se encontraron en la Rusia, gran país habitado por
los fabulosos Cimerios, por los Sármatas y los Escitas, y donde los
Eslavos fabricaron a Novogorod. Kiev (258), segunda ciudad de la Rusia,
debió ser fundada en el siglo V. |
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Algunos Normandos, con el nombre de Varegos, se habían
estacionado en el fondo del golfo de Finlandia; y en atención a que el país
era siempre teatro de discordias y derramamiento de sangre, el viejo
Gostomuls propuso someterse a aquellos extranjeros valerosos. Rurik, al
frente de estos, se estableció en Novogorod, y dio al país el nombre de
Rosland; a sus leales les señaló en feudo las tierras conquistadas, y
reservó las ciudades a sus lugartenientes. En Kiev fundaron un reino
independiente Askold y Dir, compañeros de Rurik, quienes corrieron
después a intimidar a Constantinopla. |
850 |
Rurik |
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Lanzados los Eslavos a las empresas guerreras, Oleg ocupó a
Smolensko, y haciendo dar alevosamente la muerte a Askold y a Dir, se
apoderó de Kiev, que fue declarada metrópoli del imperio; obligó a los,
emperadores de Constantinopla a que le pagasen un tributo, y colgó su
propio escudo a la puerta de aquella capital. |
Néstor |
Estos hechos constan en la Crónica de Néstor, monje de Kiev, que
vivió hasta el año 1116, y fue seguido de cronistas hasta 1645. Los Libros
de las generaciones comprenden las genealogías da los grandes príncipes;
toda familia noble conservaba además su propia genealogía, hasta que
fueron todas destruidas para acabar con sus interminables pretensiones. |
913 |
Ígor, hijo de Rurik, después de otras victorias contra los Pechinecos (259),
armó contra el imperio griego 10000 naves, montadas cada una por 40
hombres; pero el fuego griego, unido a la habilidad de Teófana,
destruyeron la escuadra. Pronto estallaron entre los príncipes las
discordias fratricidas, que tantos daños causaron al imperio; Vladimiro
dio muerte a sus hermanos, y adquiriolo todo cambiando su título de
Malvado por el de Grande; conquistó la Rusia Roja (Galitzia), y
ocupando la Livonia, llegó al Báltico. Dado a los deleites, feroz en la
guerra y muy celoso respecto a la idolatría, hizo mártires a Teodoro y a
Iván, que no quisieron tributar sacrificios al dios Perun. Sin embargo,
gracias a su madre Olga y a los ritos que en Constantinopla había visto,
Vladimiro se casó con Ana, hermana del emperador griego, y se hizo
cristiano. Imitáronlo los boyardos, y el pueblo pensó que, puesto que lo
habían hecho el rey y los boyardos, debía ser cosa buena; dos arzobispos
fueron instituidos en Kiev y Novogorod; pero quedaron, además del
cisma griego, muchas supersticiones en aquellas iglesias. La tradición
rodeó de prodigios la memoria de aquel verdadero fundador de la
grandeza rusa. Hubo guerras entre sus hijos y los sucesores de estos, hasta
el buen Vladimiro III, que tomó el título de Zar (260), es decir grande, y se
introdujo la costumbre de añadir el nombre del padre al propio nombre. |
Vladimiro |
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980 |
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Los boyardos y las asambleas populares, moderaban a los grandes
príncipes. Las leyes conservaban vestigios bárbaros, como el de descontar
los delitos mediante dinero; la vida de un boyardo estaba evaluada en
veinte y cuatro grivnas, y en doce la de un hombre libre o de un artesano;
la de una mujer en la mitad de la del hombre de su clase, y en cinco
grivnas la de un esclavo. A los Rusos les gustaron siempre los baños, la
danza, la gimnasia, el deslizarse por el hielo o desde la pendiente de una
montaña; son astutos en el comercio y minuciosos en las cuentas; con el
cristianismo fue introducido entre ellos el alfabeto cirílico, y una
academia establecida en Novogorod traducía al ruso los Padres de la
Iglesia Griega. El cura tiene que estar casado, y cuando pierde a su mujer,
se retira a un convento; es necesaria la bendición nupcial, que es negada
sin embargo a las terceras nupcias; se imponía el hacer la señal de la cruz
con el índice y el dedo del medio, de izquierda a derecha; dirigir en igual
sentido las procesiones, según el curso del sol, y emplear siete panes para
la eucaristía. |
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En la helada y árida Finlandia habita una estirpe diferente de las
europeas, llamada Finesa o Uraliana, a la cual pertenecen los Lapones, los
Estonios, los Permianos, los Vógulos y otros pueblos no del todo
conocidos. Más al Septentrión se halla la más deforme de las razas
europeas; el Edda y las Sagas la mencionan con los nombres de mágicos
de enanos. Los Fineses no tienen historia, y su país fue siempre disputado
por los Rusos y los Suecos. |
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De ellos se supuso oriundos a los Húngaros, quienes habitaron por
mucho tiempo el país, aunque procedieron del Asia. Su lengua se creía
finesa, pero los modernos la colocan entre las indoeuropeas. Tal vez
salían de los Urales cuando aparecieron en tiempo de Heraclio; luego se
fijaron entre el Dniéper y el Don, siendo los primeros que se encontraron
acometidos por los nuevos Bárbaros procedentes del Asia. Los
Pechinecos, de raza turca, los empujaron hacia la Rusia, donde, después
de haber pasado los Cárpatos, sojuzgaron en la antigua Panonia a los
Bosniacos y a los Valacos, resto de las colonias militares establecidas en
aquellos confines de los Romanos; el nombre de Húngaros se hizo
terrible en Europa. Siempre a caballo, lanzaban dardos y molestaban al
enemigo con sus correrías, antes que hacerle frente en regular batalla, y
habiéndole vencido, lo perseguían sin descanso. |
620 |
883 |
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El emperador Arnulfo, cuando hacía la guerra a la Moldavia, les pidió
auxilio, y después que hubo sucumbido el imperio moravo, atacaron a los
débiles Carlovingios. Lanzáronse sobre Italia por los Alpes del Friul, y
devastaron a Pavía; pero los derrotó después el emperador Berenguer.
Vueltos al ataque, exterminaron a Padua, Treviso, Brescia, otra vez a
Pavía, y a Módena; el emperador no pudo contenerlos más que con ricos
dones; penetraron también por el Adriático y saquearon el litoral;
recorrieron la Italia meridional hasta Taranto, no dejando en paz a la
península sino al cabo de 50 años de guerra. Inmenso fue el espanto que
causaron; se introdujeron letanías y rogativas para conjurarlos; la
imaginación los pintaba como monstruos impasibles al dolor; al acercarse
ellos, la gente abandonaba los campos para refugiarse en las breñas o en
las ciudades. |
805 |
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958 |
Más terribles se mostraron todavía en la Germania, devastando
ciudades y ricos monasterios, hasta que Enrique el Pajarero armó en
contra suya a toda la hueste alemana, los venció en Merseburgo, y en la
frontera de la Sajonia y la Turingia fundó muchas ciudades de defensa. |
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Cuando los Húngaros volvieron a Germania, Ulderico, obispo de
Augusta, con los ruegos, y el emperador Otón con el ejército, compuesto
de tres cuerpos bávaros, uno de Franconios, otro de Sajones y dos de
Suevos, y la retaguardia de Bohemios, desplegada la bandera de San
Mauricio, y empuñando el emperador la espada de Carlomagno, los
vencieron y mataron. Los Húngaros tuvieron que pagar el tributo que
antes exigían, y permanecer quietos durante 10 años. Después se
volvieron contra el imperio griego, pero también fueron derrotados en
Adrianópolis. |
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Contra ellos fue instituido el ducado de Austria, aumentado el de
Baviera y edificadas muchas fortalezas. Entre tanto, despojándose de sus
feroces costumbres de saqueo y de asesinato, los Húngaros aprendieron a
convertir las tiendas en moradas fijas, y a buscar en la fértil tierra de la
Panonia el alimento que antes ganaban con sus espadas. Los Bohemios,
los Polacos, los Griegos, los Armenios, los Suevos y hasta los
Musulmanes, llevaron allí colonias. San Adalberto bautizó al voivoda
Geysa, quien contestó, al ser reconvenido por qué servía al mismo tiempo
a la Cruz y a los antiguos ídolos: -Soy bastante rico para adorar a todos
los dioses juntos. Su hijo Esteban extendió el cristianismo, y al adquirir el
título de santo, adquirió también el de patrono de aquella nación. El Papa
Silvestre lo elevó a la categoría de rey y apóstol, y le envió una cruz y una
corona que debía llevar siempre ante sí. La Hungría se extendía al Norte
hasta los Cárpatos, que le sirvieron de barrera contra las hordas asiáticas
del Mar Negro; al Oeste confinaba con la Moravia la Baviera y Carintia;
al Sur con el Danubio y el Drava; y llegó hasta el Alt cuando Esteban
hubo adquirido la Hungría Negra. Posteriormente Ladislao I obtuvo la
Croacia, a excepción de las ciudades que quedaron a los Venecianos.
Buda y Alba Real fueron el centro de una nueva civilización. |
997 |
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San Esteban |
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Los Carlovingios, viéndose atacados por estos Bárbaros, y reducidos a
ceder importantes provincias, tuvieron que conceder un poder mayor a los
duques y barones y aun a los simples vasallos. Así se rompieron los lazos
que unían las diversas partes al centro y quedó establecido por completo
el sistema feudal. La Aquitania, la Guyena, la Germania y la Italia se
habían separado ya de hecho; la corona imperial pasó a los vencidos de
Carlos; la misma Francia fue dividida en trozos, y la Francia propiamente
dicha, esto es la antigua Neustria, se hallaba habitada por un pueblo
mixto. Los señores eligieron rey fuera de la estirpe de Carlomagno, cuyo
rey fue Eudes, conde de París, quien tuvo siempre que combatir contra los
reacios que favorecían a Carlos el Simple. Este, en efecto, le sucedió en el
trono; inepto y débil, cedió la Normandía, y en la dieta de Soissons fue
destituido, sustituyéndole Roberto, sobrino de Eudes; después de éste,
pasó el cetro a Rodolfo de Borgoña, su yerno. Su autoridad era tan escasa,
que a su muerte nadie ambicionaba aquella corona; los reyes extranjeros
se prestaron a sostener ora a un príncipe ora a otro, hasta que Hugo
Capeto fue proclamado, no por la nación, sino por sus vasallos. |
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887 |
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Hugo Capeto |
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Es importantísimo el advenimiento de los Capetos al trono, pues con
ellos no solamente cambia la dinastía, sino que cambian también el orden
de gobierno y el fundamento de la dominación. Cesa el señorío personal
de los Francos sobre los Galos, para dar lugar a la unidad nacional de la
monarquía. Hugo era hechura de los barones, que se consideraban como
sus iguales; pero en adelante, la misma dinastía reinó, siempre atenta a
aumentar la prerrogativa real, y poco a poco los reyes de Francia
destruyeron sucesivamente a los barones, a los comunes, a la
magistratura, llegando al absolutismo bajo Luis XIV. |
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No pertenecía a la Francia la Bretaña, jamás conquistada; ni el Bearne,
unido a España; ni el Franco-Condado, la Lorena y la Alsacia, que
formaban el reino de Lotaringia. La Provenza y el Delfinado pertenecían
al reino de Arlés. Del mismo reino de Francia se separaban los
principados de la orilla occidental del Mediterráneo. En los Alpes, los
cantones de la Helvecia no reconocían más que la supremacía del
Imperio. La Francia se dividía en siete grandes señoríos; la Francia
propiamente dicha, es decir la Isla, Orleans y Lyon; los ducados de
Borgoña, Normandía y Aquitania; y los condados de Tolosa, Flandes y
Vermandois. Atrajeron a sí los obispos el gobierno de otras ciudades,
pues el rey los prefería a los barones. Hugo tuvo que respetar y reconocer
a muchos señores; pero poseyendo hereditariamente varias baronías,
podía tener a raya a las demás; y su París, colocado entre florecientes
ciudades, se convertía en Capital, como lo habían sido Chartres y Autun
de la Galia druídica; Clermont y Bourges de la Romana; Tours de la
Merovingia; y Reims de la Carlovingia. Realzando a la clase de los
hombres libres para emancipar la corona de la tutela de los feudatarios,
Hugo daba principio a la lucha del gobierno monárquico contra al feudal. |
|
El feudalismo es una estrecha conexión del vasallo con el señor, hasta
el punto de identificarse con él; ningún vínculo lo enlaza con el príncipe
ni con la nación; solo ve y conoce a su señor inmediato; a él presta sus
servicios; de él reclama protección y justicia; únicamente recibe órdenes
de su autoridad. No obtiene justicia de sus vecinos, súbditos de otro, sino
porque es en cierto modo cosa de su señor, en provecho del cual
redundan los honores y las ventajas del súbdito feudal; y el súbdito no es
hombre, sino en cuanto se le considera miembro del feudo. |
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Esta forma no se encuentra entre los Eslavos, ni entre los Romanos, ni
siquiera en la India ni en Escocia; es propia de los Germanos, pero no
proviene de las instituciones primitivas, sino de la conquista. |
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El jefe de una banda guerrera que a él se había subordinado para
realizar una empresa, conquistaba una provincia; las tierras eran
consideradas comunes, y repartidas entre los principales, quienes las
subdividían para repartirlas a sus compañeros de menor grado. Estos
quedaban así agregados a la tierra y al señor de quien la recibían,
adquiriendo estabilidad las relaciones con éste; la igualdad, tan querida
de los Germanos, cedía el paso a una aristocracia. Otros se dedicaban al
cultivo de terrenos abandonados, y para la protección de sus bienes y
personas, se ponían bajo la supremacía de un vecino. A menudo hasta los
propietarios libres se presentaban a algún jefe poderoso y le
recomendaban su alodio a fin de que lo defendiese. De este y otros
modos se formaba un feudo. |
|
El jefe bárbaro tenía por principal obligación la de proveer de
guerreros al ejército real; por lo mismo obligaba a sus vasallos a servir en
persona o a proporcionar hombres, armándolos y manteniéndolos a sus
expensas. Si la persona beneficiada moría a desmerecía, los señores
revocaban el feudo, para concederlo a otro; pero los vasallos procuraban
hacerlo hereditario, ayudados en esto por la naturaleza de los bienes
raíces; de modo que las familias se injertaban en el feudo y concluyeron
por identificarse con él. |
|
A cada cambio, el poseedor renovaba el juramento y el homenaje, y
recibía la investidura; lo que se hacía con aparato teatral. El heredero,
con la cabeza descubierta, depuesto el bastón y la espada, se postraba
ante el señor feudal, quien le entregaba una rama de árbol, un puñado de
tierra u otro símbolo. |
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Así, no se consideraban miembros del Estado más que aquellos que
poseían un terrazgo; y al fin no hubo tierra sin señor, ni señor sin tierra.
Esta forma se fue extendiendo, y hubo ciudades y conventos que se
sometieron a las obligaciones feudales para tener vasallos. Con el tiempo
se hicieron hereditarios los cargos de senescal, palafrenero, copero,
porta-estandarte, y hasta los altos mandos militares. Desde que se hizo
hereditario el feudo, lo fue también la lealtad. |
|
A la propiedad estaba aneja la soberanía, y pertenecían al poseedor
del feudo, respecto de sus habitantes, los derechos soberanos reservados
actualmente al poder público. Así, pues, los vínculos de parentesco se
rompían, y la idea abstracta del Estado cesaba. Los barones quedaban
interpuestos entre el rey y el pueblo, sin que estos últimos pudiesen
ponerse en comunicación sino por medio de aquellos. De este modo el
rey fue únicamente soberano de nombre. Y no tenía mayor realeza el
emperador, salvo la poca que le daba su carácter religioso. Cesaron las
asambleas. Los feudatarios estaban ligados entre sí dentro de un sistema
jerárquico. La única fuente del poder era Dios, cuyo vicario era el Papa,
el cual, reservándose el gobierno de las cosas eclesiásticas, confería el de
las temporales al emperador; y uno y otro confiaban el ejercicio del
gobierno a oficiales, investidos de una tierra, que éstos subdividían entre
oficiales menores. Un mismo individuo podía ser señor y vasallo; y
poseer feudos de naturaleza y países distintos. Muchos reyes se hicieron
vasallos de la Santa Sede; los de Inglaterra prestaban homenaje a los de
Francia por la Normandía. Los prelados hubieran estado sujetos a iguales
obligaciones, pero como por respeto a los cánones, no podían verter
sangre en guerra ni en juicio, se hacían suplir por vizcondes o abogados.
Estos, en algunos puntos, se hicieron hereditarios, llegando a ser más
ricos y poderosos que el prelado. |
|
En esta cadena, nada le quedaba al rey, quien no podía hacer lejanas
expediciones, puesto que los barones estaban únicamente obligados a
militar por breve tiempo. Esto detuvo las emigraciones y las conquistas.
Los señores de vez en cuando se reunían en cortes plenarias, no para
dictar leyes, sino para combatir el lujo. |
Derechos |
Según las ideas germánicas, nadie estaba obligado a cumplir más que
los pactos que hubiese contraído; de modo que la ley no era obligatoria
para todo el país, sino únicamente para el territorio del señor que la
hacía. Las regalías consistían en la jurisdicción, en la acuñación de
moneda, en la explotación de minas y en exigir peajes; los grandes
vasallos las usurpaban unas tras otras. La hacienda no constituía un arte,
por cuanto al príncipe le bastaban las regalías y los bienes de familia; las
Cortes eran sencillas y no costaban nada el ejército ni los empleos, que
corrían a cargo de los feudatarios. Estos consiguieron sobreponer, en
todas las relaciones sociales, la idea de territorio a la de nación y
personalidad. Los códigos de raza fueron sustituidos por usos locales, y
la justicia no fue ya una delegación superior, sitió una consecuencia del
derecho de propiedad. Un feudatario no podía ser castigado por una
injusticia, a no ser de la manera que hoy podría serlo un rey por otro rey;
faltaba un tribunal supremo. Si alguna vez se elevaba un litigio o una
causa, de tribunales inferiores al rey o al emperador, éste no revisaba la
sentencia, sino la causa misma, y solo podía juzgarla diversamente
cuando contaba con la fuerza. En suma, todo duque, conde, marqués o
barón era un pequeño rey; él mandaba en su país; no pagaba tributos, y
vengaba las injurias con la guerra privada (derecho del puño), que podía
dirigir hasta contra su soberano. |
|
Los señores feudales vivían fortificados en breñas y castillos,
admirablemente dispuestos para la defensa, y que impidieron las
incursiones de nuevos Bárbaros. Allí dentro acumulaban (261) cuanto era
necesario para la vida y la guerra. El feudatario concebía una elevada
idea de sí mismo, siendo independiente, tirano para con sus súbditos, y
altivo como superior al temor y a la opinión; era aficionado a los
caballos, a las armas y a la caza; en vez de sueldo, daba a sus oficiales la
libertad de la expoliación y el vejamen; y él mismo, desde su castillo,
lanzábase sobre los valles para robar provisiones y mujeres. No había
más juez que él, y no se oían más voces de censura que las de algunos
frailes, que iban sumisamente a recordarles el decálogo. |
|
El vasallo debía respetar a su señor, impedirle todo daño o deshonra,
y rescatarlo si caía prisionero; además, tenía que prestarle el servicio de
las armas por un tiempo fijo, reconocer su jurisdicción, y pagar cierta
cantidad cuando el feudo cambiase de titular. A esto se añadían otras
obligaciones particulares, como la de servirse del molino, de la prensa,
del horno del amo, mediante el pago de una cantidad determinada; darle
parte de los frutos o prestarle un número dado de jornales. En algunos
puntos, el señor era tutor de todos los menores, o heredaba de todas las
personas que morían intestadas, o podía ofrecer un marido a toda
heredera de feudo. El señor heredaba de todo extranjero que moría en su
territorio, y se apropiaba las naves y personas arrojadas por la tempestad,
derecho que se abolió muy tarde. El privilegio de la caza resultaba
gravosísimo para los súbditos, cuyos campos quedaban devastados
después de las cacerías, y cuyas personas eran objeto de muy graves
penas, si mataban o cogían a un animal silvestre. Estas eran las
obligaciones más comunes, pero sería imposible enunciar todas las
particulares impuestas por la arrogancia o el capricho, como regar las
plazas, echar una medida de maíz a las aves del corral, dar saltos
acompañados de un ruido ignoble, mover el cuerpo haciendo el borracho,
tener que llevar ya un huevo, ya un nabo, en un carro tirado por cuatro
pares de bueyes, y otras extravagancias indignas, que solían acompañar
el acto de la investidura de un feudo. Resto de aquellas costumbres era el
bofetón que el príncipe daba al armar a un caballero, y que hoy da
todavía el obispo en el acto de la confirmación. |
|
El derecho más solemne era el de la guerra privada o de los duelos,
los cuales fueron sometidos a ciertas formalidades para hacerles menos
frecuentes y menos homicidas. |
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El derecho feudal se escribió tarde, y tuvieron mucha autoridad los
libros de Gerardo y Obesto, jurisconsultos milaneses (1170); libros
comentados y ampliados por muchos, y editados definitivamente por
Cuyacio. |
|
El feudalismo se extendió por toda la Europa germánica, modificado
según los países; pero principalmente en Francia, donde duró hasta la
Revolución, y en Inglaterra donde en parte dura todavía. La España no
tenía feudos, en el verdadero sentido de la palabra, pero la Castilla sacó
su constitución de una nobleza feudal, poderosa por sus conquistas
progresivas sobre los Árabes, donde no solo las tierras, sino aun ciudades
enteras se daban en beneficio. Pueden considerarse como feudos
eclesiásticos los beneficios que la Iglesia concedía, y es también feudo el
patronato, trasmisible a los herederos. |
|
En este nuevo estadio de la civilización, que tiene tanto de teocrático
como de guerrero, se desmenuzaban los poderes públicos, no teniendo
valimiento más que sobre los dependientes inmediatos, los cuales,
inamovibles también en el territorio y el empleo, obedecían tan solo
dentro de los límites precisos de lo pactado. La unidad imperial
desapareció, y quedó en pie tan solo la de la Iglesia. La legislación no era
ya personal, como bajo los Bárbaros, ni nacional como bajo los
Romanos, sino que variaba según la naturaleza del proceso; no era la
nación la que exigía la obediencia por medio de sus magistrados; la
obediencia era una obligación personal. |
Efectos del
feudalismo |
Entonces se pudo probar la nobleza con el título de propiedad de que
tomaba su nombre. Los débiles quedaron abandonados al arbitrio de los
fuertes, pues la gente que no poseía se hallaba supeditada a la que poseía;
y mientras a ésta le estaba todo permitido, solo había padecimientos para
la otra. Cuando cada propiedad era un Estado diferente, las
comunicaciones tenían que ser difíciles; cada feudatario establecía un
peaje, un impuesto a las personas y a las mercancías que atravesaban su
territorio, lo que dificultaba los viajes y el tráfico. Sin embargo, la
dependencia feudal tenía una ventaja sobre la esclavitud romana, por
cuanto el siervo, el colono no perdía la dignidad de hombre; el señor
tenía interés en conservarlo, y no podía venderlo ni cederlo sin
consentimiento del monarca. La gente, en vez de afluir a las ciudades,
dejando desiertos los campos, poblaba las campiñas que rodeaban a los
castillos, y la vida privada prevalecía sobre la pública. El feudatario
debía vivir en la familia, y rodear de cuidados al primogénito, destinado
a sucederle; la mujer representaba al marido cuando este se hallaba
ausente. De aquí el sentimiento de la dignidad personal, que dio origen a
la caballería. Todo descansaba sobre pactos, sobre la palabra dada, sobre
la lealtad. No podía imponerse nada fuera de lo convenido. Los vasallos
velaban porque el rey no les usurpase poder alguno; esto originó la
representación señorial, que más tarde sirvió de modelo a la popular. El
derecho privado y el apego al señor no obedecían a una baja sumisión
como en Asia. |
|
Nada propendía a constituir un gobierno bien ordenado. El feudalismo
hacía fondear en la tierra al bajel de las emigraciones; pero multitud de
obstáculos impedían el desarrollo de la civilización. La idea de patria no
nacía; las divisiones territoriales eran casi las mismas que existen aún en
algunos puntos y que duraron en Francia hasta la Revolución. |
|
Tampoco se formó una confederación de los Estados feudales;
algunos de ellos predominaron y afirmaron un poder superior a los
poderes locales; de suerte que hubo un corto número de ducados y
principados, con los cuales surgió la necesidad de leyes más amplias, de
juicios más regulares, de impuestos, de un ejército y todas las
instituciones de los Estados modernos. En la sociedad imperaban los
sentimientos del pundonor, la fidelidad a la palabra empeñada y el
desprecio a todo acto de felonía. |
|
Carlomagno confió la península a su hijo Pepino; luego a Bernardo,
hijo de éste. Más tarde, Italia pasó a manos de Lotario, hijo de Luis el
Piadoso. Cuando el emperador pasaba los Alpes, ejercía la supremacía
sobre estos reyes, cuyo poder era menoscabado por los grandes
feudatarios y por los prelados. Luis II, hijo de Lotario, una vez
proclamado emperador, hostigó a los Sarracenos y a los Longobardos de
Benevento. |
|
El reino de Italia componíase de los países comprendidos entre los
Alpes y el Po, añadiéndoles Parma, Módena, Luca, la Toscana y la Istria.
Venecia y Génova se gobernaban por sí mismas. El exarcado de Rávena
había sido cedido a los papas, quienes eran también soberanos de Roma.
Al Mediodía, los Griegos dominaban a Nápoles, Gaeta y Amalfi poco
más que de nombre, mientras los Árabes ocupaban la Sicilia, Malta,
Corfú y Cerdeña. |
|
Los Longobardos habían sido igualados a los Francos y a los viejos
naturales, y todos podían obtener feudos y beneficios, que se hacían
independientes a medida que se debilitaba el poder real. Ya eran
poderosos los ducados del Friul, Espoleto, Susa, Vasto, Monferrato; el
marquesado de Ivrea, y los feudos de Trento, Varona y Aquilea; las
ciudades de la Alta Italia y del Lacio formaban cantones, a menudo
consignados a los obispos; extendían sus dominios los marqueses de
Toscana, y el patrimonio de San Pedro lindaba con los marquesados de
Guarnerio, Camerino y Téate. |
|
Más poderosos los príncipes longobardos de Benevento se declararon
independientes, defendiéndose de los Sarracenos, de los Griegos y de los
Papistas. Los Amalfinos, o Amalfitanos, se sublevaron y constituyeron en
república, unidos a los Salernitanos. Los Griegos, que se cuidaban poco
de salvar aquel país de los Sarracenos, excitaban a los Longobardos
contra los emperadores romanos. Estos iban perdiendo fuerza cada día.
Los señores y los prelados se abrogaron el derecho de elegirlos,
imponiéndoles pactos. Los papas, en tanto, veían acrecentarse su poderío
y su autoridad temporal. Al cesar en el mando la estirpe de Carlomagno,
los señores italianos quisieron gobernarse por sí mismos, y elevaron al
trono a Berenguer, duque del Friul, a quien hizo la guerra Guido, duque
de Espoleto, quien prevaleció y fue coronado en Roma, encendiéndose
por tal motivo la guerra civil; guerra que duró hasta que los pretendientes
se repartieron el reino. Pero muerto Lamberto hijo de Guido, Berenguer
se encontró solo y fue coronado emperador. Sin embargo, los partidos le
oponían ora un pretendiente, ora otro, y a sus instigaciones los Húngaros
devastaban el país. |
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888 |
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915 |
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Berenguer fue asesinado, y la Italia se encontró en manos de tres
mujeres: Berta, viuda del marqués de Toscana; su hija Hermengarda,
marquesa de Ivrea; y su nuera Marozia, viuda del conde de Túsculo. Sus
votos se unieron en favor de Hugo de Provenza, hermano de
Hermengarda, y éste fue proclamado rey, de acuerdo con los emperadores
griegos y germánicos. Hugo se casó con Marozia, que ocupaba el castillo
de San Angelo, y disponía a su antojo de Roma y del pontificado. Lo
repudiaron los señores, proclamando rey a Berenguer, marqués de Ivrea,
con su hijo Adalberto. Estas guerras de partidos eran la ruina del país y
favorecían a los perversos. |
926 |
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945 |
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Berenguer quería casar a su hijo Adalberto con Adelaida, hija del rey
de Borgoña, y viuda de Lotario II; y porque ésta rehusó, encerrola en el
castillo de Garda. Adelaida logró fugarse y se acogió al amparo de Otón
el Grande, a quien proporcionó la ocasión de incorporar la Italia a la
Germania. |
|
En la Germania habitaban los Francos, los Sajones, los Turingios,
los Suevos, los Frisones, de raza teutónica; y los Boyos y Lotaringios,
con quienes se había mezclado la raza céltica. A orillas del Danubio se
habían establecido Godos, Hunos, Gépidos, Ávaros, Búlgaros,
Húngaros, Pechinecos, Uzos y Cumanos (262), sin contar los colonos
romanos que Trajano había trasladado a la Dacia. Eran por consiguiente
algo vagos los confines de aquel reino, que bajo los descendientes de
Carlomagno se veía agitado por guerras intestinas, por Normandos y
por Eslavos. Luis, nombre querido de los Alemanes por haber fundado
su independencia, estableció en las provincias más hostilizadas, según
el sistema de Carlomagno, condes amovibles, defendió sus pueblos con
valor y habilidad; pero las continuas guerras con sus hermanos y con
uno de sus hijos le amargaron el poder. A su muerte, dividió el reino en
sus tres hijos, según costumbres de raza; pero las diferentes naciones
tudescas fueron otra vez reunidas bajo Carlos el Gordo y Arnulfo,
cuando la Germania fue agregada a la Francia y perdió la corona
imperial. |
876 |
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887 |
Constituciones
germánicas |
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Para oponerse a los enemigos o por no obedecer a un solo jefe, cada
raza elegía uno particular; de aquí nacieron los ducados de Francia,
Sajonia, Turingia, Baviera, y poco después los de Suabia, Lorena y
Carintia, los cuales, después de la muerte del joven Luis, último de los
Carlovingios, acordaron ofrecer la corona a Otón, duque de Sajonia, que
hasta entonces la había defendido con enérgica entereza; pero propuso
en su lugar a Conrado de Franconia, quien eligió (263) por sucesor a
Enrique el Pajarero, hijo de Otón, que supo conservar la paz interior y la
exterior defensa, derrotó a los Húngaros, y dispuso contra los Eslavos
una serie de marquesados y ciudades fortificadas. |
911 |
986 |
En la coronación de Otón aparecieron por primera vez los empleos
de Corte, que se convirtieron luego en títulos de los grandes de
Germania: el senescal, el mariscal, el gran copero; la corona le fue
ceñida por el arzobispo de Maguncia, archicanciller. |
|
Los reyes no eran hereditarios, aunque se prefería la familia del
antecesor; pero la elección se hacía por los magnates, y el pueblo de las
diferentes razas la confirmaba en cierto modo con sus aplausos. No
tenían residencia fija; gobernaban, no con leyes escritas, sino conforme
a las leyes consuetudinarias, con poderes mal definidos, proporcionados
a la fuerza y a la habilidad del que los ejercía; los duques les ponían
obstáculos, por cuyo motivo los reyes favorecían con preferencia a los
obispos y a las ciudades. |
|
En vez de los antiguos missi dominici, se nombraron condes
palatinos, jueces naturales de todo el que no dependía de la jurisdicción
de los duques. A las asambleas del pueblo habían sucedido las de los
grandes, en las cuales se ventilaban los asuntos de gran trascendencia,
especialmente lo que se refería a los crímenes de alta traición; los otros
delitos de los señores competían al rey. |
|
Los grandes feudos se hacían cada vez más independientes; a la par
con los duques marchaban los arzobispos de Maguncia, Tréveris y
Colonia. El clero aumentaba su poderío, convirtiendo, regulando,
imponiendo penitencias y lanzando excomuniones; y no era raro que los
reyes pusieran bajo la jurisdicción de los obispos las ciudades en que
residían. |
|
El número de hombres libres iba disminuyendo, pues éstos preferían
colocarse bajo los auspicios de un grande que los defendiese y
mantuviese; la Suevia y los Alpes Helvéticos son casi los únicos puntos
donde se ven cultivadores libres. Algunos se constituían en comunes,
mayormente en las ciudades, y de aquí emanaron el derecho municipal y
diferentes industrias. El derecho de la guerra privada abría gran campo a
los poderosos; y la espada y el halcón de caza eran la mayor presunción
de los señores. |
|
Los reyes fundaron muchas ciudades, las cuales no se igualaron a las
italianas ni en riqueza ni en prosperidad; florecieron sin embargo, por
su industria y por los minerales de oro y plata que les suministraban
Goslar y el Hartz. Prosperaban por su comercio Magdeburgo, Bremen y
Wisby, si bien era ejercido casi exclusivamente por los Hebreos, y tenía
por principal base a los esclavos, que se compraban a los Normandos y
a los Eslavos para ser nuevamente vendidos a los Árabes. |
|
Otón sintió la necesidad de reprimir a los grandes señores,
concentrando en sí los grandes gobiernos; pero no pudo establecer la
monarquía. Esto no le impidió dedicarse a empresas exteriores; hizo la
guerra principalmente a los Húngaros, a quienes derrotó a orillas del
Lech, y contra ellos fundó el marquesado de Austria. |
|
Habiéndose casado con Adelaida, se trasladó a Italia, venció al
odiado Berenguer, y fue coronado rey en Milán; después fue coronado
emperador en Roma por el Papa, a quien confirmó las donaciones de
Pepino, de Carlomagno y de Luis el Piadoso. Allí tuvo que ejercer su
autoridad contra las turbulencias y los vicios que contaminaban al
papado, para impedir los cuales hizo acordar a los emperadores el
derecho de nombrar sus sucesores al reino de Italia, instituir al Papa y
conferir la investidura a los obispos. De este modo se ligaba la Italia al
imperio germánico, y los emperadores se hacían superiores a los papas,
a causa de la inmoralidad de la corte pontificia. De este modo también
nació la antipatía que desde entonces hubo entre la Germania y la Italia. |
955 |
|
961 |
|
Otón volvió diferentes veces a reprimir las reyertas; sojuzgó a los
príncipes longobardos de Benevento, Salerno y Capua, y trató de
rechazar a los Griegos; pero murió en 973. |
|
A la llegada de Otón, la Italia era muy distinta de como la había dejado
Carlomagno. Al lado de la nobleza franca y longobarda, se habían
desarrollado el clero y las ciudades; había menos feudos que posesiones
libres; y los habitantes de las ciudades adquirían libres juicios y gozaban
de iguales inmunidades que las tierras dependientes del clero. |
|
Para protegerse de las correrías de los Húngaros o de los Normandos,
muchas ciudades y pueblos se habían rodeado de murallas, adquiriendo el
sentimiento de su propia fuerza. Los reyes veían gustosos estas libertades,
que redundaban en perjuicio del poderío de los condes. A las ciudades
mismas se les permitía elegir sus propios magistrados, con lo cual se fue
formando poco a poco el gobierno municipal, aunque contrarrestado por
el feudal. |
|
Si es cierto que había cesado el predominio de la estirpe sálica, no
puede decirse que se sobrepusiesen los antiguos Italianos, sino la nación
longobarda, dueña de los terrenos. Estableciéronse ducados y
marquesados en Treviso, Verona, Este, Módena, y principalmente en el
Friul y en el Monferrato; y tuvieron derechos excepcionales el patriarca
de Aquilea y el arzobispo de Rávena. |
|
Las tierras romanas estaban repartidas entre señores que ejercían un
predominio sobre la misma Roma. En la Italia meridional rivalizaban dos
partidos, uno franco y otro griego, los Longobardos los Sarracenos, y las
ciudades republicanas. Nápoles tenía un duque elegido por el pueblo, que
tan solo prestaba al imperio griego un homenaje aparente; los príncipes
de Benevento impedían el incremento de Bari; los duques de Capua
crecían en poder con perjuicio de los Sarracenos. |
|
Por su comercio prosperaban Amalfi, Pisa, Venecia y Génova. En Pisa
se habían refugiado los Sardos, al ser invadida su isla por los Árabes, los
cuales fueron finalmente arrojados de ella, siendo luego repartida entre
Pisanos y Genoveses. |
Venecia |
Venecia se había constituido una patria, un gobierno y un santo;
respetaba a los emperadores de Oriente por conveniencias comerciales y
por obtener derechos sobre la Dalmacia; instituía ferias por todas partes,
compraba manufacturas a los Árabes, y con largos viajes traía de la India
las drogas que luego difundía por toda Europa; tomaba en adjudicación
las gabelas de los demás países y utilizaba las salinas; tenía a raya a los
piratas de la Istria; se hacía protectora de las ciudades ilíricas y dálmatas,
y se encontró señora del Mediterráneo, con buena moneda y pronta
justicia; el jefe del Estado tomó el nombre de dux de Venecia y Dalmacia
por la gracia de Dios. |
|
No había en ella señores feudales, por ser una ciudad sin territorio; el
alto clero se elogia entre los nobles, y no hubo facciones que alteraran la
paz interior. |
|
Prueba evidente de las riquezas acumuladas por su comercio son los
magníficos edificios construidos entonces en Venecia, Pisa y Génova. |
973 |
El reinado de Otón II fue turbado por discordias domésticas; pensó
arrojar a los Griegos de Italia, pero estos, ayudados de los Árabes, lo
derrotaron, y murió aquende los Alpes. Otón III fue aceptado por rey y
emperador, pero víctima de la venganza de Estefanía, viuda de
Crescencio, que había querido fundar la república en Roma, murió a la
edad de veintidós años. |
1004 |
Entonces los Italianos eligieron por rey a Arduino, marqués de Ivrea;
pero el arzobispo de Milán se pronunció por Enrique de Baviera, que
había sido hecho rey de Germania, y se originó una lucha de la cual
sacaron provecho los Comunes para obtener inmunidades y avezarse a las
armas y al gobierno. |
1024 |
Con Enrique, que fue santo, terminó la casa sajona, y las cinco
naciones unidas eligieron por rey a Conrado el Sálico, de Franconia.
Domados los enemigos en la Germania, pasó Conrado a Italia, donde fue
favorecido por Heriberto, arzobispo de Milán; poderosísimo señor, que
quería sujetar a su sede a sus vecinos feudatarios, y quedó vencido en la
contienda. Para adiestrar en la guerra a los ciudadanos y a los campesinos,
inferiores en táctica a los vasallos de los feudatarios, inventó la carroza, a
la cual habían de seguir siempre los soldados en las marchas y en los
combates. |
Dieta de
Roncaglia |
Bajó Conrado a Italia, devastó a los países rebeldes, y fue coronado
rey y emperador. En la llanura de Roncaglia, cerca de Plasencia, los reyes
acostumbraban convocar a los marqueses, condes, vasallos, obispos,
abates y capitanes, para resolver en los asuntos feudales y publicar las
leyes oportunas. Allí promulgó Conrado una famosa ley acerca de los
feudos, que prohibía despojar al vasallo, a no ordenarlo así una sentencia
de un tribunal de pares; el hijo o el nieto legítimos sucedían al padre o al
abuelo; a falta de prole entraban a heredar los hermanos; y el señor no
podía vender su feudo sin consentimiento del investido. |
1037 |
De tal modo reprimía a los grandes feudatarios, elevando a los
pequeños; y también en la Germania trató de hacer hereditaria la corona y
unir a ésta los mayores feudos. |
1039 |
Su hijo Enrique contuvo robustamente la Germania y la Italia;
coronado emperador en Roma, por cuatro veces nombró pontífices
tudescos, lo que dio origen a la famosa cuestión de las investiduras |
|
El acuerdo de la Iglesia con Carlomagno acomodaba poco a los
Romanos, como si amenazase su independencia; por cuyo motivo
querían elegir a los papas antes de que interviniesen en la elección los
emperadores. Estos, sin embargo, tuvieron que intervenir a menudo para
impedir sublevaciones y tumultos, o apaciguar a las facciones en
discordia, cada una de las cuales pretendía elevar a su hechura a la sede
pontificia. Los papas acogían en Roma colonias de todos los países, que
dieron nombre a muchas calles. Gregorio IV fortificó a Ostia; León hizo
lo mismo con la ciudad Leónica (barrio de este nombre) para defenderla
de los Árabes y los Húngaros; bajo León III se ofrecieron a la Iglesia más
de 800 libras de oro y 21000 de plata; León IV enriqueció la restaurada
basílica de los doce apóstoles con ornamentos por valor de 3861 libras de
plata y 216 de oro. Nicolás (858) fue el primer Papa coronado en
presencia de un emperador. Benedicto III se tituló Vicario de San Pedro,
cuyo título sustituyó después con el de Vicario de Cristo. Carlos el Calvo
dispensó a los papas y a los Romanos del homenaje que debían al
emperador. |
|
Pasando por encima de la fábula de la papisa (264) Juana, diremos que la
cristiandad respetaba los juicios del Papa como más independientes, por
lo cual eran invocados en las causas de los gobernantes y contra estos, y
para sostener los privilegios del clero y la integridad del matrimonio.
Pero a medida que se hacían omnipotentes en el exterior, los papas veían
perturbados sus Estados por cismas y facciones. Focio separó la Iglesia
griega de la latina. Formoso (¡caso extraordinario!) fue trasladado del
obispado de Porto a la sede de Roma; sus adversarios le dieron muerte, y
porque había abandonado a su primera mujer por otra, procesaron a su
cadáver y lo arrojaron al Tíber. Los señores de Toscana, de Camerino y
de Tusculo se esforzaban por excluir a los emperadores tudescos de la
elección de los papas, y en tanto elevaban a sus propios amigos, a sus
hijos, y hasta a muchachos de 15 y 16 años. Teodora y Marozia
dominaron en la sede pontificia durante algún tiempo. Crescencio, hijo
de Teodora, mandó estrangular a Benedicto VI; Bonifacio VII, su
sucesor, fue expulsado por otra facción para sostener a Doro II; se
encendió la guerra civil. A vuelta de algunas elecciones y
derrumbamientos, Crescencio dominó hasta que el emperador Otón III lo
prendió y le hizo dar muerte. |
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896 |
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El tudesco Gerberto, abad de. Bobbio, tan amante de las letras y de las
ciencias que se le llamó el mago, debió a su discípulo Otón III el cargo
de arzobispo de Rávena, y luego el de Papa con el nombre de Silvestre II.
De pronto se renovaron los desórdenes, y aquel siglo fue verdaderamente
el peor de la historia pontifical. Causa primordial de aquellos disturbios
era la participación de los príncipes en las elecciones. Los papas tenían
extensísimos dominios, necesarios entonces a su alta posición y a su
propia seguridad; pero con todo permanecían bajo el vasallaje de
aquellos mismos príncipes o emperadores que ellos coronaban o
consagraban. Todas las otras iglesias y los obispos también habían
adquirido grandes poderes, merced a los cuales se encontraban en el
rango de los feudatarios. Estos dominios aumentaron
extraordinariamente, cuando se divulgó la creencia de que el año mil
había de ser el último del mundo; pues los hombres, appropinquante fine
mundi, se apresuraban a hacer méritos dando a la Iglesia lo que de todos
modos iban a abandonar. |
997 |
999 |
|
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|
|
|
El clero, rico y venerado, extendía su propia jurisdicción; y como
daba pruebas de mayor doctrina y equidad, los fieles se sometían
gustosos a él, más bien que a la violenta y caprichosa justicia de los
barones. Los mismos reyes preferían conferir la autoridad a los obispos
que a los señores armados; así, emitían su juicio en todas las causas
diferidas al supremo tribunal. |
|
Tregua de Dios |
|
Valiéronse de tal poder para enfrenar a los señores y a los reyes, tomar a
los débiles bajo su protección, y conservar la paz cuando cada cual
pretendía hacerse justicia por sí mismo. A este fin introdujeron la tregua
de Dios, por la cual desde el miércoles por la noche hasta el lunes
siguiente se suspendían las hostilidades privadas, y se prometían
indulgencias al que la observase y la excomunión al que la violara. |
|
En muchos países, los obispos tomaban parte en las asambleas; estas
a veces tomaban el carácter de concilios, y las constituciones que de ellas
emanaban, estaban inspiradas en sentimientos equitativos. |
Poder de los
papas |
Con el poderío de los obispos, creció el de los papas. Si estos
intervenían antes como jueces o árbitros en los grandes intereses de
Oriente, más pudieron intervenir desde el momento en que fueron
príncipes, en medio de los muchos príncipes que se habían repartido el
imperio de Carlomagno. Consolidose el primado papal mandando
legados pontificios con amplios poderes, o nombrando algunos para
puestos fijos, como el arzobispo de Pisa por la Córcega, y el de
Canterbury por la Inglaterra. Los metropolitanos no se consideraban
investidos de la jurisdicción hasta haber recibido de Roma el palio. Las
dispensas fueron reservadas a Roma, como las apelaciones de los fallos
de los metropolitanos, y la decisión sobre algunos delitos de
eclesiásticos. Los conventos procuraban también sustraerse a la autoridad
de los obispos, para someterse a la pontificia. |
Falsas decretales |
Por todos estos medios se había aumentado la autoridad de los papas,
y este aumento fue confirmado por las Decretales, código surgido a
mediados del siglo IX, y atribuido a Isidoro Mercator, que contenía
cincuenta y nueve decretales de los treinta primeros pontífices; después
otros treinta y cinco de los papas desde Silvestre hasta Gregorio; y por
último, actas de concilios. Más tarde fueron juzgadas como una
impostura, encaminada a fortalecer la primacía papal; es de creer que son
una compilación mal hecha de actos, unos verdaderos y otros falsos, o
alterados y puestos en forma de decretos, y que no querían introducir un
derecho nuevo, sino atestiguar el entonces vigente. |
|
Tanto poderío en los obispos y en los papas, si bien agradaba al
pueblo, disgustaba a los reyes, quienes, apelando al derecho feudal,
pretendían que los eclesiásticos les prestasen homenaje, y les sometiesen
la confirmación de sus bienes y jurisdicciones. Por consiguiente
conferían beneficios y dignidades a cortesanos y a parientes, por títulos
muy ajenos al mérito y a la virtud. Esto dio origen a una inmensa
corrupción del clero, atestiguada por los principales santos de aquella
época y por los concilios. Reinaban el lujo, la corrupción y el escándalo
en el seno del santuario; se negociaba con los cargos sagrados; y los
curas, que excitaban sus apetitos libidinosos con el vino y los alimentos,
no querían privarse de mujeres. |
Corrupción |
|
|
Contra la simonía, el concubinato, la corrupción, se alzaban decretos
de obispos y de concilios, y se introducían reglas severísimas de vida
claustral, como las de los Cluniacenses, de los Camaldulenses y de los
Vallumbrosanos, quienes dieron grandes ejemplos de santidad y
conversiones. |
|
Llagas tan gangrenadas, no podían curarse sino con el hierro y el
fuego; la reforma para ser eficaz, tenía que venir de arriba; era necesario
que la Iglesia fuese arrebatada de manos de los príncipes que hacían de
ella un comercio, y reducida de las costumbres seculares a la austeridad
religiosa; era preciso vigorizar nuevamente el sacerdocio y la vida
monacal, e instituir una censura independiente. A esto se dedicó
Hildebrando, monje de Soana, quien después de haberse señalado por su
erudición, por su integridad de costumbres y de juicio, y por su firmeza y
su prudencia, pasó a ser consejero de los papas, a quienes imbuía en el
alto concepto de su dignidad e independencia. Elegido Papa con el
nombre de Gregorio VII, declaró la guerra a la simonía y a la
incontinencia. Los decretos de sus concilios prohibían expoliar a los
náufragos, traficar con los esclavos, y vender las dignidades eclesiásticas.
El concubinato de los curas se había extendido principalmente en
Lombardía, defendido con grandes esfuerzos y hasta con la guerra civil;
sin embargo, Gregorio consiguió extirparlo. Restituida la virtud al clero,
quiso asegurar su independencia de los reyes. Esto era tanto más difícil,
cuanto que una gran parte de los terrenos estaba en posesión de los
eclesiásticos; de modo que al sustraer estos terrenos del dominio de los
altos señores, quedaba sometida al Papa nada menos que la tercera parte
de los bienes de la cristiandad. Si el clero renunciaba a sus bienes,
quedaba al arbitrio de los príncipes, como sucede hoy al protestante.
Gregorio VII sostuvo siempre la superioridad de la Iglesia sobre el
Estado, del todo sobre la parte, de lo divino sobre lo humano, y trataba a
los reyes como hijos o súbditos. Demetrio le rogaba que aceptase la Rusia
como feudo de la Santa Sede; Guillermo el Conquistador le pedía la
bandera para legitimar la posesión de Inglaterra; Gregorio emancipó a la
Polonia del reino teutónico; daba reglas al rey de Dinamarca, y censuras o
alabanzas a todos. |
973 |
|
|
|
Desgraciadamente ocupaba entonces el trono de Germania Enrique IV,
vicioso en el seno de la familia, prepotente con los súbditos, sobre todo
con los Sajones a quienes quería tiranizar. No pudiendo estos lograr que
observase los pactos jurídicos, recurrieron a Gregorio, el cual, habiendo
probado inútilmente las vías de la persuasión, declaró a Enrique
desposeído y excomulgado. La excomunión, en tiempo de fe, era una
pena gravísima, puesto que excluía de la participación de la mesa
eucarística, de las oraciones y del consorcio de los fieles. Cuando se
excomulgaba a todo un país, suspendíanse los sagrados ritos y las
solemnidades; todo era luto y fúnebre tristeza. |
|
El rey Enrique se había granjeado el apoyo de Cencio, prefecto de
Roma, quien atacó a Gregorio durante la solemnidad de Nochebuena, y lo
encerró en su propio palacio; pero el pueblo lo libertó. Enrique reunió en
Worms un Concilio, donde acusó a Gregorio de los más enormes delitos,
y hubiera producido un cisma, si los Sajones y los Turingios no se
hubiesen levantado contra el déspota y excomulgado a Enrique. Este, que
no negaba al Papa la autoridad de quitarle la corona, sobre todo desde que
obraba como árbitro elegido por los pueblos, sintió la necesidad de
reconciliarse con él. |
1077 |
Gregorio se había acogido a la protección de Matilde, condesa de
Toscana, en el castillo de Canosa. Enrique llegó al castillo, a pie, vestido
de penitente, y después de haber pasado tres días a la intemperie, fue
absuelto. Echáronle en cara su humillación algunos señores; él mismo
faltó a los pactos, por cuyo motivo los Tudescos le opusieron para
sustituirlo, unos a su hijo Conrado y otros a Rodolfo de Suevia. Gregorio
tenía que decidir entre los dos partidos. Pero estalló la guerra; Rodolfo
murió a manos de Godofredo de Bouillon (265); Enrique, pomposamente
coronado Milán, entró a viva fuerza en Roma, donde se hizo coronar
emperador por un antipapa, mientras Gregorio permanecía encerrado en
el castillo de Santo Angelo. |
1085 |
Roberto Guiscardo, que sitiaba entonces a Durazzo, corrió a Roma con
un puñado de Normandos y libertó a Gregorio. Este excomulgó a Enrique
y al antipapa, se dirigió al Mediodía, y murió en Salerno exclamando: -He
amado la justicia y he odiado la iniquidad: por eso muero en el destierro. |
|
Casi un año vacó la sede apostólica. Enrique volvió a Italia, a devastar
las posesiones de la poderosísima condesa Matilde, siempre partidaria de
los papas; pero se le rebeló su hijo Conrado, quien tuvo un miserable fin.
De igual modo acabó su otro hijo; y el mismo Enrique, tras de muchas
humillaciones, murió a los 66 años de edad y 50 de un reinado infeliz y
desastroso. |
1106 |
|
|
Muchas de las veintinueve provincias, de que se componía el imperio
griego, se hallaban ocupadas por enemigos. Sin embargo, aquel
grandísimo cuerpo, en parangón con los despedazados reinos de Europa,
hubiera podido predominar, a no haberse paralizado sus miembros, al
mismo tiempo que su cabeza, Constantinopla, era trastornada por motines
e intrigas de eclesiásticos, de mujeres, de eunucos, de sofistas y de
herejes. A la déspota Irene sucedió Nicéforo, que fue vencido por
Arun-al-Raschil, y después por los Búlgaros que lo degollaron. Su hijo
Estauracio, para obtener la corona, hizo la indecente promesa de no imitar
a su padre; pero el pueblo adverso la ofreció a su cuñado Miguel Rangate
Curopalata, quien no tardó en ser suplantado por León, valiente hijo de la
Armenia que puso coto a los tumultos interiores y a los Búlgaros, y
declaró la guerra a las imágenes sagradas. Los descontentos lo mataron, y
coronaron a Miguel el Tartamudo, ignorante en todo menos en el manejo
de las armas y de los caballos. |
|
811 |
820 |
867 |
|
|
Después de varios emperadores, empezó con Basilio una dinastía que
restauró algún tanto el imperio. Puso en orden la hacienda y el ejército;
tuvo que habérselas por vez primera con los Rusos; quiso obtener
conversiones por la fuerza y escribió unos Avisos a León su querido hijo
y colega. A vuelta de revoluciones palaciegas se sucedían los
emperadores, cobrando en títulos y ceremonias lo que perdían en fuerza,
y pretendiendo ser émulos de los Árabes en fausto, cuando mal sabían
resistirlos en la guerra. Hostigoles Juan Zemisces (266), valeroso general
elevado al trono por medio del asesinato de su predecesor Nicéforo
Focas, y mantenido largo tiempo en él merced a su afabilidad, a su
justicia y a sus victorias. Mantuvo sujeta a Bulgaria; derrotó en sangrienta
batalla a los Musulmanes, en Mopsuesta; recuperó la Cilicia (267),
Antioquía, Alepo y muchas ciudades de allende el Éufrates; pero apenas
hubo regresado de su marcha triunfal, comparable a la de Adriano,
cuando los príncipes volvieron a sus sedes, y el nombre de Mahoma fue
cantado desde los minaretes. |
969 |
|
|
|
Rusos y Turcos engrandecían sus dominios a expensas del imperio,
amenazando la existencia de éste, sostenida apenas por el valor de alguno
de sus emperadores. Uno de ellos, Alejo Comneno, hallaba tomado por
los Árabes todo cuanto el imperio había poseído en África, en Egipto, en
Palestina y en Fenicia, y por los Turcos las principales ciudades de la
Siria y del Asia Menor. Desde Constantinopla se veían las banderas
musulmanas en las naves del Bósforo y en las torres del opuesto
continente. Dálmatas, Húngaros, Pechinecos y Cumanos atravesaban cada
año el Danubio para devastar la Tracia y la Macedonia. Roberto
Guiscardo no solo ocupaba las tierras meridionales de Italia, sino que
ponía sitio a Durazzo. Alejo se dedicó exclusivamente a la tarea de
restaurar su postrado país por medio de las armas y de leyes. Sus fastos
fueron narrados por su hija Ana, y se mezclaron con las empresas de los
Cruzados. |
1081 |
|
|
Otra plaga del imperio eran las herejías. Como gran adversario de los
Iconoclastas, San Ignacio, hijo del emperador Miguel, fue nombrado
patriarca de Constantinopla; pero no tardó en ser derrotado y sustituido
por Focio, el hombre más docto de su tiempo. El Papa desaprobó desde
Roma aquella elección; por cuyo motivo Focio y el emperador renegaron
de la superioridad del pontífice, y empezó el cisma griego. Focio atribuía
graves errores a la Iglesia latina, como el de no permitir el matrimonio de
los curas, el de ayunar el sábado y el de creer que el Espíritu Santo
procedía del Padre y del Hijo. El octavo Concilio ecuménico
constantinopolitano excomulgó a Focio; pero éste supo elevarse otra vez
al puesto de patriarca, y desde entonces quedó rota la comunión entre las
dos Iglesias. |
867 |
|
Tres emires al-mumenin, el de Bagdad, el de Córdoba y el de Isfahan
se rechazaban simultáneamente, y estas divisiones, el lujo introducido y
las irrupciones de los Turcos arruinaron al imperio. Los sucesores del
gran Harun-al-Raschid vinieron a las armas, y sus contiendas se unieron
a las producidas por las herejías, y principalmente por la separación
surgida entre los Alidas y los Sumnitas. Los Turcos, llamados como
auxiliares, se hicieron árbitros de la situación, y dieron y quitaron el
bastón de Mahoma a quien se les antojó, en tanto que el imperio decaía
entre intrigas de serrallo, y sublevaciones de Fatimíes (269), Alidas, Omeyas
y Abasíes, perdiendo toda autoridad los sucesores del Profeta y los
sentimientos religiosos. Abdalah quiso reformar la fe y la moral, y su
discípulo Karmat se manifestó como profeta, aumentó las oraciones,
desaprobó el lujo de los Abasíes, y tuvo tantos secuaces, que en número
de cien mil hicieron frente al ejército del Califa, corrompieron las aguas
de los pozos que había en el camino que conduce a La Meca, teniendo
por supersticiosas las peregrinaciones, y devastaron el Iraq, la Siria y el
Egipto. Profanada la Caaba, se llevaron consigo la piedra negra. Pero
pronto se hicieron la guerra entre sí; se destruyó la secta, y la piedra fue
restituida. |
|
Varias dinastías se repartieron el imperio y dieron extensión al
islamismo, principalmente en África, en las costas del Caspio y allende
el Oxo. |
|
En el Corasán (270), la dinastía de Taher (271) duró desde el año 820 al 872,
cuando el alfarero Jacub-ben-Leis fundó el nuevo imperio de la Persia y
la dinastía de los Sofáridas. El califa lo hizo maldecir en todas las
mezquitas, y con la ayuda de los Samánidas fueron vencidos los
Sofáridas. Entonces el jefe de la dinastía de los Samánidas asumió en la
Transoxania el título de padischá, adoptado después por todos los
grandes reyes del Oriente. |
|
En la Persia, los Bóvidas hicieron lo que los mayordomos en Francia
con los Merovingios. Tanto decayeron los Abasíes, que dejaron de oír su
nombre en las oraciones públicas; y así, deponiendo la armadura y el
caftán de seda, se dedicaron a la oración y al estudio del Corán.
Al-Rhadi, trigésimo nono califa después de Mahoma, y vigésimo de los
Abasíes, fue el último que dirigió la palabra al pueblo y ostentó
magnificencia. |
|
Crecían en cambio los Fatimíes en la Siria y en África, donde a
menudo guerreaban con los califas de España, y se extendieron por la
Sicilia, la Calabria y el Egipto. En este último punto el turco Al-Iksit
fundó una nueva dinastía, y Moez construyó El Cairo, ciudad cómoda y
riquísima con 200000 habitantes y asombrosa mezquita, biblioteca y
universidad. Entre los Fatimíes de El Cairo, Al-Hakem-Bamrillah quiso
reformar el islamismo, reconociendo una nueva serie de imanes; y
restauró la sociedad de la Sabiduría, donde hombres y mujeres se reunían
para aprender verdades ocultas. |
|
1000 |
|
Así, pues, en el transcurso de cuatro siglos, la grande unidad religiosa
y política que Mahoma había concebido, quedaba hecha jirones entre
muchos príncipes e innumerables sectas. No eran ya los califas, sino los
ulemas los que resolvían en casos de conciencia y en puntos legales. En
fin, después que hubieron llevado cincuenta y siete personas el título de
vicarios del Profeta, Mostasem fue arrastrado por las calles, y con él
terminó el califato en 1258. |
|
Parece que descendieron los Turcos hacia el Mediodía desde el gran
Altai y desde las nevadas cimas del Tang-nu, estableciéndose
principalmente al norte de las provincias chinas del Chan-si. Era un
pueblo bárbaro que buscaba, siguiendo el curso de los ríos, pastos para
sus rebaños; no conocía la escritura, despreciaba a los ancianos, y se
adiestraba, desde la infancia, a la caza y a la guerra. Molestó a la China y
a los pueblos limítrofes, pero sin consecuencias, hasta que, doce siglos
antes de Cristo, un príncipe chino, refugiado entre ellos, fundó un reino,
que 200 años antes de nuestra era llegó a ser formidable, e inauguró una
larga serie de guerras con la China y con los diferentes pueblos que en
ella dominaron. Acosados por los Yung-nu, atacaron a la Persia, y luego
al imperio de Constantinopla, con el cual se ligaron después para
combatir a los Ávaros. Empujados por otros pueblos hacia poniente,
ocuparon el país comprendido entre el Yaxartes y el Oxo, desde donde
pasaron al Bósforo Tracio y al Danubio, y se hubieran arrojado sobre el
imperio griego, a no haberse vuelto a Persia y a no haberse dividido en
tres principados: Ogucios, Selyúcidas y Osmanes (272). |
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Los Ogucios hicieron la guerra a la Persia y a los califas árabes; y
habiendo abrazado el islamismo, se llamaron Turcomanos (273), es decir
Turcos creyentes; obligaron a los demás Turcos a abrazar también el
islamismo, y por fin se confundieron con los Selyúcidas. |
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Entre estos últimos sobresalió Alp Tekin, que dio principio al imperio
de los Ghaznevíes (274), el cual se extendió rápidamente por una gran parte
del Asia, mayormente bajo el reinado de Mahamud (275), ardiente
propagador del islamismo. A tal fin, o simplemente ávido de riquezas,
llevó la guerra contra la India. |
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Después de Alejandro Magno, ningún extranjero había violado aquel
país; y los reyes de Persia, a pesar de titularse también reyes de la India,
no hicieron más que exigir algunos tributos de las provincias fronterizas.
No habían conseguido resultado alguno en la India los misioneros
musulmanes, ni el islamismo se difundió mucho cuando los Árabes
sometieron el Kabul y el Sind. El Decán, o India Meridional, conservaba
sobre todo sus antiguas costumbres; los devotos continuaban con sus
éxtasis; creíase en la metempsicosis y en el aniquilamiento, y los
entusiastas se precipitaban bajo el carro de Brahma y de Siva.
Cultivábanse los estudios, se conocía la numeración decimal y el álgebra;
y aunque debilitados, aquellos pueblos se sostuvieron largo tiempo
contra los invasores. |
India |
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Mahamud entró con 200000 hombres armados, e hizo prisionero al
rey de Kabul, poniéndolo después en libertad mediante un crecidísimo
rescate. Los santuarios de Delhi (276), Canoya, y Bimmé ofrecieron con qué
satisfacer el avariento celo de los Musulmanes. A medida que estos
sometían una porción de la India, retrocedía la cultura brahmánica (277); mal
podía introducirse la monarquía árabe donde regía el sistema municipal y
se unían las castas indias contra los intrusos; así pues, las insurrecciones
y las guerras continuaron hasta que la India fue arrebatada a los
Selyúcidas por el mogol Tamerlán (1398). |
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Mahamud tuvo mejor fortuna en la Persia, donde derrocó a la dinastía
de los Bóvidas; expulsó de allí a los Tártaros, y tomó el título de Sultán,
es decir emperador. Malek-Shah, el más célebre de los Selyúcidas, fue
llamado Gelaleddin (gloria de la religión), por la nueva forma que dio al
año haciéndolo empezar con el equinoccio de la primavera; desde
entonces, el primero del año es día de gran solemnidad (Neu-ruz). Dictó
preciosas instituciones políticas, y fue asesinado después de medio siglo
de un reinado próspero y feliz. Entonces se descompuso su gran imperio,
hasta que con Sangiar terminó el poder de los Selyúcidas en la Persia,
dividida entre los señores de Iraq, del Carism, de los Gurmos y de los
Atabegos. |
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1338 |
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En otra parte hablaremos de la raza Osmana. |