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232.- Literatura neolatina

Francesa      Los Franceses aprendieron de Italia el amor al saber y a los libros. Luis XII y Francisco I favorecieron a los literatos y artistas. Mucho ayudaron a la lengua Calvino adoptándola para sus controversias, y Amyot con la traducción de Plutarco. Marot compuso poesías alegres como su vida; de igual género las escribieron Francisco I y su hermana Margarita, hasta que una pléyade francesa quiso sustituir la poesía de sentimiento con la imitación de las odas, de la epopeya, de la tragedia clásicas. En este género sobresalía Ronsard (1524-85), sin genio ni conceptos, y con formas triviales. Jodelle compuso la tragedia Cleopatra, Malherbe (1555-1628) llevó a cabo una reacción hacia el buen sentido, comprendiendo mejor la índole de su propia lengua. Eran más originales los escritores satíricos, mayormente los siete autores de la Sátira Menippea, que pusieron en ridículo a la Liga. Regnier creó la sátira regular, y Agripa de Aubigné la política. Rabelais (1483-1553) dio nuevo giro a las novelas licenciosas; aparece lleno de originalidad y de gracejo en su Gigante Gargantúa y Pantagruel su hijo, cuyo objeto era ridiculizar las novelas caballerescas de la corte de Francisco I.
Española      En España cobró gran impulso la prosa antes y mejor que en toda otra lengua neo-latina; empleada en la legislación y en los negocios, se vio que tenía viveza, claridad y flexibilidad, y al mismo tiempo que era regular. Juan Boscán quiso embellecerla; tomó por modelo a Petrarca, y suplió la escasez de inventiva con la tersura y elegancia del estilo. Garcilaso de la Vega, a imitación de Virgilio y Sannazaro, describió la vida campestre, e introdujo el endecasílabo, el soneto, la canción, la octava y el terceto. Diego Hurtado de Mendoza (1575), profundo conocedor de las lenguas orientales y eminente filósofo, sirvió en embajadas, hostilizó a Siena en unión de Cosme de Médicis, y contribuyó a destruir los restos de la pasada independencia italiana. Escribió las aventuras del Lazarillo de Tormes, primera novela del género picaresco, que tanto gusta a los Españoles. Escribió la historia del levantamiento de los Moros de las Alpujarras, a la manera antigua. Como poeta, por su dulzura puede colocársele al lado de Boscán y Garcilaso, pero les supera en la elección y elevación del asunto. Muchísimos imitaron a estos autores, hasta que se llegó al estilo culto y amanerado. Citemos al divino Fernando de Herrera, y a Jorge de Montemayor, portugués, que escribió en castellano la Diana. Les siguió Gil Polo. Fray Luis de León buscó espacio a su poderoso genio en la religión; tradujo a los clásicos, y con especialidad a Horacio, que era su ídolo. Es el poeta más correcto y menos afectado de España. Ginés Pérez de Hita pintó la corte de Boabdil en sus Guerras civiles de Granada. Mateo Alemán con su Guzmán de Alfarache ofreció un bello tipo del género picaresco y una amarga sátira de las costumbres de la época.
     Ninguno comprendió toda la grandeza de su lengua patria como Miguel de Cervantes Saavedra. Escribió la primera parte de Don Quijote en la prisión que sufrió por deudas. Una sátira sin hiel, un libro que hace reír sin atacar a las costumbres, a la religión ni a las leyes; tal es Don Quijote, obra que a la sencillez de la fábula, reúne la verosimilitud de los sucesos, en que se ofrece una pintura exacta de las costumbres españolas. Propúsose Cervantes curar a su patria de la fanática afición a la lectura de libros de caballería. También compuso dramas, en cuyo género, de origen popular, España fue verdaderamente original. Proponerse un fin, un sentimiento, un hecho y desarrollarlos bajo todos los aspectos posibles, tal es el arte de los dramáticos españoles. Dividíanse las comedias en divinas y humanas y las primeras en vidas de santos y en autos sacramentales. Las humanas eran heroicas, históricas, mitológicas o comedias de capa y espada que describían la sociedad.
     Lope de Rueda (1500-64) comprendió que el lenguaje de la comedia debía imitar al natural, y se sirvió de la prosa. Antes que él, habían compuesto obras escénicas el marqués de Villena, el marqués de Santillana, Juan de la Encina, Torres Naharro y algunos otros.
     Gracias a Cervantes, dejaron la tragedia y la comedia de ser un tejido artificioso, convirtiéndose en una pintura, tomada del natural, de los padecimientos o de las ridiculeces humanas. La mayor parte de sus dramas son históricos y patrios.
     Lope de Vega Carpio (1562-1635) compuso 1800 comedias, 400 autos sacramentales, poemas épicos y poesías varias, en número tan extraordinario, que apenas se concibe que tuviese tiempo para escribirlas. No se distingue por la corrección y delicadeza, ni por la pureza de arte y sentimientos; pero aquellas intrigas, aquellas situaciones terribles o extrañas, aquellas catástrofes inesperadas encantaban a sus contemporáneos.
     Calderón de la Barca (1601-87), soldado como Cervantes, buscó tipos ideales, por lo cual dio a menudo en lo falso, sobre todo en materia de honor, que es el fondo de casi todos los dramas españoles, además del cristianismo. Muchos dramas produjo Tirso de Molina. Bajo el reinado de Felipe IV, había más de cuarenta compañías dramáticas. El esplendor de aquel arte concluyó con Antonio de Solís, cuya Historia de la conquista de Méjico fue admirada.
     En el transcurso de medio siglo, aparecen más de 25 poetas épicos, la mayor parte de cuyas composiciones versan sobre recientes hazañas, mayormente de Carlos V. Es digna de figurar en primer término La Araucana de Alonso (455) de Ercilla (1525-1600), que cantó su propia expedición contra los Araucanos. Es extraño que el espectáculo de las grandiosas empresas realizadas por la nación, no inspirase la idea de escribir verdaderas historias, mucho más interesantes y poéticas que todas las ficciones.
Portuguesa      La lengua portuguesa propende a lo tierno y gentil, más que la castellana, y los autores compusieron con frecuencia poesías amorosas, como Macías el enamorado, Bernardino Ribeiro, Gil Vicente, Saa de Miranda y Antonio Ferreira. A todos aventajó Luis Camoes (1517-79) (456), quien habiendo peleado contra los Marroquíes y los Indios, y siendo víctima de continuas desventuras, cantó los Lusiadas, es decir las glorias de los Portugueses en sus descubrimientos: primera epopeya regular moderna con unidad y pensamiento dominante. Es casi el único poema de aquella nación que se conoce en el extranjero. Sin embargo, brillaron en este género Rodrigo Lobo, llamado el Teócrito portugués; Jerónimo Cortereal, y Juan de Barros, que narró los descubrimientos de los suyos con calor y evidencia. Más tarde, el conde de Ericeyra (1614-99), trató de restablecer el buen gusto con su Enriqueida, cantando al fundador del reino de Portugal. Es más correcto y más puro que Camoes.




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233.- Literatura del norte

     Los furores de la Reforma distrajeron a los Alemanes de la literatura, pero se adoptó su lengua en las controversias y en las diatribas. Son verdaderas poesías los himnos de la Iglesia, de los cuales se cuentan hasta 50 mil. Sin embargo la Holanda produjo algo original, por más que la lengua fue ayudada por traducciones y por las Cámaras de retóricos, especie de academias, donde con la sátira, la canción y el epigrama ayudaban a la espada del soldado. El más ilustre de aquellos académicos fue Erasmo (1465-1536), sin que dejaran de serlo los eruditos Grocio, Heinsio y Barleo.
     En Hungría fue una gran traba para la literatura la imperfección de la lengua, en la cual se escribieron algunas crónicas.
     La Reforma fue de gran provecho para la lengua en Escandinavia, merced a las versiones y a las polémicas; reducíase casi todo a teología. Juan y Olao Magno escribieron en buen latín absurdas historias; las escribieron mejores Olao y Lorenzo de Pietro.
     En Inglaterra dominó un frenesí mitológico que rayaba en extravagancia; se continuó imitando a los Italianos y a los Griegos, hasta que Eduardo Spenser (1553-98) desarrolló el genio nacional en la Virgen Una, composición escrita en elogio de Isabel, llena de alegorías y pintorescas imágenes. Fuese corrompiendo el gusto hasta que Lilly, con su Historia de Eufus, introdujo toda clase de antítesis, juegos de palabras, afectaciones, eufemismos y perífrasis.
       Gloria inglesa es el teatro, de vivacidad cómica y fiereza trágica. El Fausto de Marlowe es el primero donde se poetiza la leyenda del Fausto, que personifica al hombre en busca de su destino por medio de la ciencia y de la magia. Eran pobres y ridículos los teatros, y vulgares los actores. Sin embargo, con tan pobres recursos produjo Inglaterra el mayor genio dramático, Shakespeare (457) (1563-1616), a quien nadie iguala en fuerza creadora, en vigor y variedad de imaginación, rica pintura de todas edades, tiempos y condiciones. Sus graves defectos hacen resaltar sus incomparables bellezas. En sus obras hay una mezcolanza de sublimidad y rudeza, de ciencia y preocupaciones, de historia y fantasía, como conciencia viva de la humanidad y de las interiores luchas de las pasiones. El actor Garrik (1716-78), vistiendo con propiedad los personajes de Shakespeare, hizo comprender toda su grandeza.
Shakespeare
 
     Los Ingleses y los Españoles tuvieron, pues, un teatro romántico original, falto de las unidades académicas, con mezcla de lo trágico y lo cómico, dominando el espíritu moderno. Los imitadores de Shakespeare se distinguieron en el arte de caracterizar originalmente los personajes, y de producir efecto. Perfeccionáronse los teatros, y muchos gremios tenían cada uno su compañía cómica. Pero la severidad puritana lo ahogó todo en la austeridad.




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Libro XVI

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234.- Aspecto general

     De la guerra de los Treinta Años surgió un nuevo sistema político. El catolicismo vio levantarse a su lado otro culto. Quedaron debilitadas las dos naciones católicas, España y Austria. Las ideas religiosas se vieron sacudidas por las mundanas, a pesar de no introducirse la tolerancia. Como contrapeso del Austria aparecía la Prusia. La unidad nacional, que se consolidaba en varios países, quedaba rota en Alemania, dividida entre muchos principados, aunque formando una confederación en la cual cada uno era soberano, había libertad de cultos e igualdad entre las diversas comuniones, una dieta y relaciones bien determinadas entre los miembros con el Estado y con el emperador. Era un modelo, aunque imperfecto, de lo que debiera ser la sociedad europea. La complicación produjo lentitud, y para contener al emperador se apeló a Suecia y a Francia.
     La España, que había parecido aspirar a la monarquía universal, apenas podía domar a los Portugueses.
     Las Provincias Unidas se reducían a una oligarquía federativa; en ellas florecía el comercio, al cual la paz de Westfalia había quitado muchos obstáculos.
     Habiendo perdido los pontífices su primacía en las cosas temporales, la Italia contaba en poco y era dominada por las Potencias extranjeras.
     Suiza y Suecia era partidarias de Francia, que pareció llegar entonces al colmo de su grandeza. Hiciéronse poderosos los reyes, con gran eficacia sobre la opinión.
     En cambio, en Inglaterra el poder quedaba dividido entre el príncipe y la aristocracia, y fueron necesarias dos revoluciones para ponerlos en equilibrio.
     La Escandinavia, que no tuvo feudalismo, ni la influencia del derecho romano, careció de las instituciones por ellos producidas, y las clases superiores llegaron a ser un orden del Estado, como en Rusia y en Polonia.
     Los soberanos eran absolutos entre los Musulmanes, sin más freno que el código sagrado, siendo todos los súbditos iguales bajo la tiranía.
     Las relaciones entre Estado y Estado, y entre el Estado y la Iglesia no se habían establecido en las luchas habidas entre la tiara y la espada, entre el catolicismo y la reforma. Se introdujo, pues, un derecho público sin simbolismo y de pura habilidad práctica, deduciendo la reforma política de la religiosa, sin unidad y sobre condiciones arbitrarias, donde se buscaba el equilibrio sin conceptos superiores, atendiendo al hecho y no a la razón; de tal modo que la católica Francia se consideró tutora de los Protestantes. Los usos tradicionales sucumbían a las nuevas convenciones. Los doctos se ingeniaban en buscar algún derivado del antiguo derecho, y solo podían proclamar algunos cánones que por vergüenza nadie se atrevía a violar.
     El ponderado sistema de equilibrio vacilaba cada vez que aparecía algún gran personaje. La paz descansaba en las armas y en el miedo recíproco; los pueblos fueron equiparados a cosas, desde que el último lazo que hubo entre ellos fue el derecho hereditario de los príncipes. Algo lo remediaba la opinión, cuya autoridad crecía, e impedía que la fuerza fuese árbitra absoluta de los destinos de todos. Pero los impulsos venían de las Cortes, y no del pueblo, el cual buscaba los bienes materiales, que habían aumentado con los nuevos descubrimientos. Los Gobiernos procuraban aumentar las rentas, y equilibrar hasta el comercio. Aumentaban las pasiones, si bien se revestían de cultas formas; las ciudades prevalecían sobre el campo; el pobre contraía los vicios del rico, y se envilecía para alimentarse.




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235.- Francia

1610      Asesinado Enrique IV, su mujer María de Médicis fue regente del reino durante la menor edad de Luis XIII, y quizá vio en la unidad católica el único apoyo de la unidad política. Se amistó con España; reprimió a los príncipes de la sangre y a los grandes feudatarios, y se confió a Concino Concini, florentino, que fue mariscal de Ancre. Este era odiado de los demás ambiciosos, mayormente del duque de Luynes, que logró hacerlo asesinar, relegar a María en un castillo, y hacerse poderoso. Mas no tardó María en recuperar el poder, con la ayuda del cardenal de Richelieu (1585-1642).
Richelieu      Este se opuso principalmente a la tendencia de los Comunes, que a ejemplo de los Holandeses, y fomentados por las guerras religiosas como por los privilegios obtenidos por los Hugonotes (cap. 223), tendían a descomponer la centralización parisiense y a formar una república federativa. Los Comunes del Norte estaban en inteligencia con Inglaterra, y los meridionales con España. Los Hugonotes se alzaron a favor de la independencia, dividiendo en ocho círculos sus 700 iglesias, y fue preciso dominarlos con las armas. Richelieu, aunque odiado de la regente y del rey, se hacía cada vez más necesario; venció a los Protestantes y se apoderó de La Rochela, su fortaleza, pero les concedió la paz. Llevó la guerra a Italia, por la Valtelina y por la sucesión de Mantua, y aseguró a la Francia el Piñerol, que le ofrecía una puerta por donde penetrar en Italia. Humilló a los grandes, prohibiendo los duelos y hasta mandando al suplicio a los rebeldes. Destruyó las causas de turbulencias y sediciones, dio impulso a las compañías comerciales; introdujo reglas y prontitud en la administración, y supo mantenerse en el poder entre incesantes amenazas e intrigas de innumerables adversarios. Fue el hombre más grande de su época, si no se tiene en cuenta la moralidad de los medios. También protegió las letras, y bajo su gobierno se fundó la Academia francesa, principalmente aplicada a la lengua.
 
 
 
ilegible
 
 
 
 
1643      Luis XIII murió a la edad de 42 años, dejando un hijo bajo la regencia de Ana de Austria, que fue ayudada por el cardenal Mazarino (1602-61), hábil en el manejo de las armas y en la intrigas palaciegas, disimulado y sagaz, perseverante y cauteloso. Reunía, en fin, todas las cualidades necesarias para continuar la obra de Richelieu. Los Franceses lo aborrecían, y quiso oponérsele el Parlamento, gran corte a la cual pertenecía resolver las apelaciones, y registrar los edictos reales, después de haber examinado si estaban conformes con las leyes. Pero los reyes podían llamar al Parlamento alredor de su trono (lit de justice) donde mandaban que se registrase el edicto en cuestión. Con esto el Parlamento hacía la misma oposición que antes habían hecho los feudatarios; incitábale el cardenal de Retz, que formó una fracción llamada La Fronda, a la cual dieron importancia, además de las intrigas de los políticos, las personas de talento y las mujeres. Fue combatida con libelos y epigramas sin pasiones fuertes; todo se tomaba por lo ridículo; pero el Parlamento hizo un tratado con España, cuyo gobierno intentó una invasión y Luis de Condé bloqueó a París. Mazarino fue aplaudido como restaurador de la paz; el desorden hizo desear el despotismo, y lo ejerció Luis XIV.
Mazarino
 
 
 
 
 
La Fronda
 
 
1652
Luis XIV      Este, de pronto, humilló al Parlamento, y destruyó las libertades políticas y municipales. En la paz de Westfalia apareció como conciliador de los intereses europeos, con lo cual tuvo un pretexto para intervenir en los negocios de Alemania. Continuó la guerra con la España, y en la batalla de Rocroy destrozó a la acreditada infantería española; pero durante la Fronda perdió a Barcelona, a Casal de Monferrato, y a Dunkerque. Recuperada esta última por los Franceses, fue entregada a Inglaterra. Las victorias se debían principalmente al mariscal de Turena, que compartió con el príncipe de Condé la gloria de realizar grandes hechos de armas con pequeños ejércitos. Finalmente se concluyó con España la paz de los Pirineos, que dio a la Francia una frontera de fácil defensa y el primer grado en Europa.
       El cardenal Mazarino, árbitro de los consejos de Luis XIV, demostró que las relaciones entre los Estados son independientes de la religión y de la forma de gobierno. Murió a los 59 años, habiendo acumulado más de cien millones. Dejó al Papa 70 mil liras para la guerra contra los Turcos, y al rey diez y ocho diamantes llamados los Mazarinos, cuadros, tapices y su magnífica biblioteca.
1661
       Luis lo lloró, y ya no tuvo ningún ministro general; se daba trazas de hacerlo todo por sí, y de hacerlo despóticamente hasta decir: «El Estado soy yo». Pudo gobernar fácilmente de este modo, porque el país estaba abatido por las guerras civiles; ejerció su despotismo sobre el parlamento, sobre la nobleza, sobre el clero, sobre la literatura, que llegó entonces a su apogeo, sin ningún mérito por parte del rey. La hacienda fue organizada por Juan Bautista Colbert (1619-82), que dio impulso a todos los elementos de la prosperidad nacional, exigió severa probidad en la administración, comprendió que el mejor medio de elevar la fortuna pública era aumentar la privada, y fue por esto contrario al gravamen de los impuestos. Dio nombre al Colbertismo, sistema de economía que favorece las manufacturas interiores excluyendo las exteriores, considerando el dinero como riqueza, y teniendo por útil exportar mucho e importar poco. Para esto se necesita el despotismo y una sobrada ingerencia del Gobierno. En tanto aumentó prodigiosamente la industria francesa; a la Academia fundada por Richelieu se añadió la de Bellas Artes, la de Inscripciones y la de Ciencias. Organizáronse los correos; se reformaron las leyes, dándoles el carácter de generalidad; se introdujo la Policía, y se prohibió severamente el duelo.
Colbert
 
       Con sus miras económicas, Colbert se hallaba siempre en pugna con las espléndidas de Luis, magnífico en todo, y con los gastos de la guerra. A ésta era inclinado Luis por su ministro Louvois, que impulsaba la Francia a trocarse en conquistadora, diciendo que «Engrandecerse es la más digna y grata ocupación de un soberano». Había cambiado la táctica durante la guerra de los Treinta Años. Condé y Turena habían hecho creer en la superioridad de los Franceses; Vauban, excelente en la economía y en la estrategia, perfeccionó el sistema de las fortalezas, como hicieron con las escuadras Bernardo Renau y Juan Bart. Alentado por tales incrementos, Luis hizo muchísimas guerras, contra España, contra el Papa, contra Holanda y contra Génova. Dos naciones le hacían sombra, España que era su enemiga por herencia y parte de cuyo territorio quería usurpar, y Holanda a la que deseaba igualar en el mar. Cuando murió Felipe IV reclamó parte de los bienes de aquel a nombre de su mujer María Teresa. Viendo rechazadas sus pretensiones, se obstinó en conquistar los Países Bajos y humillar a Holanda. La guerra fue larga, inhumana, desastrosa para el comercio de esta activísima nación; los Franceses la hicieron con salvaje ferocidad por mar y por tierra; combatieron los grandes generales Turena, Montecuccoli, Bart y Duquesne, hasta que con la paz de Nimega la Francia cedió a la Holanda todas las conquistas hechas, tuvo de España el Franco Condado y muchas plazas de Flandes, y del emperador adquirió a Friburgo. Fueron mejor determinadas las fronteras del reino, provistas de colosales fortalezas, principalmente Estrasburgo. Para interponer el desierto entre la Francia y sus enemigos Luis XIV hizo devastar el Palatinado, entregando a las llamas floridos países y bellas ciudades a lo largo del Rin, y prohibiendo sembrar en un trecho de cuatro leguas a cada lado del Mosa.
 
 
 
 
1679
 
 
 
       Muerto Colbert, que le contenía, Louvois impulsó a Luis XIV a nuevas pretensiones y usurpaciones. Aprontada una escuadra e inventadas las bombas, no solo se reprimió a los Berberiscos de Trípoli y Argel, sino que también se bombardeó a Génova. Catinat y Luxemburgo llevaban armas victoriosas por Italia y Alemania; la paz de Ryswick (458) (1697) reconcilió a Francia, Inglaterra y Holanda, asegurando la independencia de los pequeños Estados, amenazados antes por las pretensiones de Luis XIV.
1697
     Este fue llamado el Grande porque él mismo tenía y sabía inspirar a los demás el concepto de la superioridad. Sus palabras y sus hechos eran repetidos con admiración por la Europa, celebrados por los poetas y gacetistas, con los cuales era en extremo dadivoso. Encontrose casualmente en el momento más espléndido de la literatura francesa, y los elogios tributados a ella se reflejaban en el rey, que en todas partes era objeto de encomios y apoteosis. Construyéronse magníficos edificios; floreció la industria; había frecuentes fiestas; la Corte era fastuosísima, y modelo de finura y buen tono. El rey entendía poco y se cuidaba menos de los negocios, pero tenía el arte de hacer ver que todo lo hacía él. Rodeado de insignes prelados, practicaba las devociones; sin embargo se abandonaba a voluptuosos amores (la Vallière, la Montespan, la Maintenon), y su regla de conducta obedecía en todo al egoísmo de quien se considera superior a los demás.
     Admirole su siglo; los príncipes quisieron imitarlo; las costumbres se modelaron según las de su Corte, como los trajes, las grandes pelucas y los inmensos guardainfantes; pero en ninguna parte brilló aquel espíritu de conversación vivaz, agudo y culto que fue el carácter de los Franceses, y que aparece hasta en las cartas (la Sévigné), y en las memorias (Saint-Simon, la Motteville). Aquella cultura cubría vicios, como el juego, la disolución (la Longueville, la Ninon, la Mancini), la superstición, y el crimen (la Brinvillière, la Voisin).




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236.- Controversias religiosas

     Durante la Liga, el púlpito se había convertido en tribuna de declamaciones e invectivas, hasta el extremo de excitar a las armas. La oratoria sagrada conservó luego el mal gusto que se desfogaba en metáforas y chocarrerías. Mas surgieron pronto grandes oradores, que no tuvieron rivales en los demás países. Mascaron, Flechier, Massillon, Bourdaloue, Bossuet, Fénelon, además de predicar a la alta sociedad, tomaron parte en las grandes controversias y contendieron entre sí por el quietismo, doctrina según la cual creíase poder adquirir por intuición verdades inaccesibles a la razón y a la dogmática, y en una quietud pasiva permanecer superiores al pecado, aniquilando al hombre ante la Gracia. Combatida por Bossuet, esta doctrina fue condenada por Roma, y Fénelon se retractó públicamente de ella.
       La Iglesia francesa había hecho siempre alarde de independencia frente a la romana. Pero los reyes, soberanos absolutos, no querían ahora hallar limitado su poder por los privilegios del clero, sino que deseaban reducir la Iglesia a un ramo de la administración. Muchas obras se publicaron a propósito de esto (Dupin) y fueron confutadas por Roma, mayormente con ocasión de la regalía, es decir el derecho que pretendían los reyes de Francia, de administrar los obispados y disfrutar de sus rentas y derechos durante las vacantes. En 1652 se reunió el clero francés y firmó la Declaración de la libertad galicana, en la cual se sentaban los siguientes principios: 1º. La Iglesia recibió de Dios el poder sobre las cosas espirituales, mas no sobre las civiles; 2º. El poder de la Santa Sede sobre las cosas espirituales está limitado por los decretos del Concilio de Constanza (cap. 165), a pesar de no estar aprobados; 3º. El ejercicio de la autoridad apostólica debe estar siempre ajustado a las leyes y costumbres del reino; 4º. El juicio del Papa no es irreformable, sino cuando interviene el consentimiento de la Iglesia.
Declaración de 1652
     Dedúcense de esto el placet y el exequátur, es decir que las bulas papales no eran valederas sino después de ser aprobadas por el parlamento. Luis ordenó que aquella Declaración fuese ley del Estado, y no se pudiese enseñar lo contrario. Por último se pensó en la institución de un patriarca francés, con lo cual se hubiera introducido un nuevo cisma. Bossuet era campeón de la libertad galicana, pero distaba mucho de quererse separar de la unidad.
       Siendo Luis omnipotente en los asuntos religiosos, mal podía soportar que en su reino, y en virtud del edicto de Nantes, los Protestantes tuviesen su constitución propia, iglesias y fortalezas, y formasen un verdadero Estado dentro del Estado. Por lo mismo, ordenó que los Protestantes se convirtiesen, y con los misioneros mandó a sus dragones para que prendiesen a los reacios; como resistiesen, se les sometió con las armas, y por último fue revocado el edicto de Nantes. Los Hugonotes emigraron a bandadas, con gran perjuicio para Francia, y con provecho para Holanda e Inglaterra, pues los emigrantes eran laboriosos e industriosos. Algunos Protestantes se refugiaron en las Cevenas,[sic] donde se sostuvieron a mano armada, dando lugar a deplorables estragos.
Revocación del edicto de Nantes
Jansenistas      Otra cuestión importante había quedado por ventilar en el Concilio de Trento, la de la naturaleza de la Gracia. El español Luis [de] Molina (459) (1535-1601) y Cornelio Jansenio, holandés (1585-1638) dieron nombre a dos doctrinas diferentes sobre dicha materia. Intervinieron luego decisiones pontificias, y como los reprobados quisieron desviar el golpe, la cuestión recayó sobre la autoridad del Papa, si es infalible de por sí o solo con el Concilio, si éste le es superior; y además se discutió sobre lo que el príncipe y el Estado pueden en los asuntos religiosos.
1649      Cinco proposiciones del Augustinus de Jansenio fueron condenadas, pero los Jansenistas, entre los cuales había franceses ilustres (San-Cirano (460), Quesnel, Nicole, Sacy, Arnauld...) discutieron la sentencia. Luis XIV quiso mezclarse en la contienda, hasta perseguir a los disidentes. Estos atacaron con violentos escritos a los Jesuitas sus adversarios (las Provinciales de Pascal), tachándoles de sobrado indulgentes en absolver los pecados, y acusándoles de contribuir a las debilidades humanas. La sociedad culta tomó parte en estas polémicas, y, naturalmente, las embrolló. Se inventaron milagros; la bula Unigenitus especificó las proposiciones erróneas, pero la confusión duró largo tiempo. Puede decirse que fue éste el único campo abierto a la controversia bajo el absolutismo de Luis XIV.
     Los Protestantes se reían al ver divididos a los Católicos, cuyo argumento principal consistía precisamente en su unidad de doctrina. En tanto aquellos llevaban la libre interpretación hasta el punto de negar la divinidad de Cristo, como Leclerc en Holanda, y los Socinianos en Polonia. En Inglaterra Presbiterianos y Anglicanos interpretaban de distinto modo la Escritura; discutíanse puntos supremos de creencia, y se llegaba a una religión natural (Tallotson, Wilkins) y a la negación del cristianismo (Locke, Hobbes, Spinoza (461)). De igual manera procedían en Alemania, criticando las sagradas escrituras (Simon, Grocio); y algunos de los Franceses emigrados por la revocación del edicto de Nantes, mandaban a su patria escritos de atrevidísima crítica (Jurieu, Barnage, Bayle). Si la intolerancia había producido innumerables víctimas en los años anteriores, ahora a título de tolerancia se introducía la indiferencia, que llevaba a confesar que todas las religiones son igualmente buenas, no siendo más que diversos modos de expresar el sentimiento religioso.
     Opusiéronse a la indiferencia los Católicos, con gran acierto, mayormente Pascal, Huet y Bossuet. También algunos Protestantes combatían por las verdades fundamentales, como hicieron Claude y el gran Leibniz. Son memorables las tentativas de conciliación que se hicieron, máxime por obra del genovés Cristóbal Spinola y de Bossuet obispo de Meaux (1627-1704).




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237.- Literatura

     Aquel fue el siglo de oro de la literatura francesa. Malherbe había empezado la reacción en la poesía, volviendo a la pureza y a la sencillez, como Balzac (1594-1655) hizo con la prosa, aligerándola de la ampulosidad española. Tanto Balzac como Voiture fueron los astros de la sociedad Rambouillet, de donde salía la reputación de los escritores; admirábase allí lo convencional, exagerado y gracioso, que marcó el tono de la sociedad elegante. Chapelain (1595-1674) compuso un poema sobre la Doncella de Orleans, el cual, después de haber sido largo tiempo aguardado, y ensalzado luego, cayó pronto en el olvido. El gusto se pronunció por las novelas, afectaciones de sentimientos y pedantesca galantería, tales como la Astrea de Urfé, novela pastoril de 5500 páginas; la Casandra, en doce volúmenes; y en diez cada una la Clelia y el Gran Ciro, de la Scudery. Perrault, autor de los Cuentos de las hadas, tuvo muchos secuaces. Bergerac sobresalió en el género fantástico como El viaje a la luna y la Historia cómica del imperio del sol. Llegó por último el Telémaco de Fénelon, verdadero poema en prosa.
     La sociedad Rambouillet fue útil a la lengua con querer que se escribiese como en ella se hablaba. La Academia Francesa, fundada por Richelieu, se ocupó especialmente en perfeccionar el idioma haciendo su gramática y su diccionario, al estilo de la Crusca, pero sin ejemplos. De este modo el francés se purgó de la escoria, adquirió unidad, fue una lengua progresiva, clara y natural; tanto que se decía: lo que no es claro no es francés.
     No por esto se habían descuidado las lenguas antiguas ni la crítica de los clásicos. En Alemania, particularmente, se señalaron Scioppio, Vossio y Lipsio. Los Jesuitas tuvieron muchos escritores latinos, tales como Famiano Strada, y el padre Maffei.
Periódicos      Los periódicos eran el novísimo género de literatura. El 5 de enero de 1665, Dionisio de Sallo publicó el primer número del Journal des Savans, que vive todavía, y que daba cuenta de las obras que se imprimían. Siguiéronle, en Roma Il Giornale de' letterati (1668); en Alemania Las Actas de Leipzig, en latín (1682); y en breve aumentaron y adquirieron importancia las publicaciones periódicas. El culto que se rendía a los antiguos produjo una polémica acalorada sobre quiénes eran más dignos de encomio, los antiguos o los modernos; multiplicáronse escritos en ambos sentidos, limitándose con sobrada frecuencia a la forma y a las palabras.
     Además de Salmasio, Gronovio y Lefèvre, obtuvieron nombradía los esposos Dacier, encomiadores y traductores de los clásicos. Luis XIV mandó hacer ediciones de los clásicos, expurgadas y anotadas ad usum Delphini. El culto a los antiguos contribuía a refinar la forma, si bien perjudicaba a la originalidad.
     Sirviéronse del francés excelentes ingenios, favorecidos por la pasión con que la Corte y la buena sociedad se dedicaban a los estudios. Las fábulas de La Fontaine (1621-93) no tienen rival por su naturalidad maliciosa. Boileau (1636-1711) fue dictador del Parnaso y distribuidor de gloria o censura en las sátiras y en la didáctica de buen sentido, sin grandeza. Saint-Évremond, La Rochefoucauld, La Bruyère, son moralistas agudos y profundos. Las Memorias de Saint-Simon son un modelo de este género, en que la Francia abunda. Fontenelle (1656-1757) hizo los elogios de los académicos, escribió chispeantes diálogos, y pudo decir: -Nací francés, viví cien años, y muero con el consuelo de no haber ridiculizado en lo más mínimo la más pequeña virtud.
     En otro capítulo hemos hablado de los grandes oradores y controversistas sagrados. Gran fortuna fue para Francia la coincidencia de que sus mejores escritores fuesen también sus mejores pensadores.
     El teatro gustaba, pero no era común. Las compañías cómicas, aun en Francia, eran de italianos, y cada teatro se limitaba a un género particular, sin aparato escénico. Se preferían las farsas italianas, especie de comedias en que el autor no trazaba más que el argumento, y los actores improvisaban los parlamentos y los diálogos.
     Algunos autores imitaron a los antiguos, con más o menos acierto, hasta que Pedro Corneille (1606-84) hizo dar un gran paso al teatro con el Cid y otras tragedias de más vigor y elevación de ideas que perfección. En cambio Racine (1639-99) las hizo graciosas, exquisitas, y trató con éxito los asuntos bíblicos (Ester, Atalia). Siguiéronles de lejos Rotrou y Crébillon.
     La comedia fue llevada a la perfección por Molière (1622-73) que tomó mucho de las italianas, pero que dio a las obras unidad, interés, carácter, lenguaje familiar y culto, y situaciones oportunas. Siguieron Regnard, Quinault, y otros de mérito inferior.




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238.- Inglaterra

     Los barones ingleses obedecían al rey como jefe del ejército conquistador, y las leyes eran un acuerdo entre él y sus pares, sin contemplación alguna hacia los conquistados. La Magna Carta trataba de los nobles solamente. El pueblo era solo convocado para que dijese cuánto podía pagar; sin embargo, esto bastó para que poco a poco adquiriese representación y derechos; así se llegó a dar a Inglaterra una constitución histórica, donde están en acuerdo el rey, representante de la unidad; una aristocracia hábil en los negocios, y los Comunes industriosos y ricos. Del derecho divino impenetrable se pasaba, pues, a un derecho humano discutible, y pronto chocaron el rey y los Comunes. Pero Enrique VIII, uniendo el poder eclesiástico al poder real, mató como impíos a los que le negaban obediencia. Luego Isabel, con más tacto, consolidó la prerrogativa monárquica, exigiendo la misma obediencia que se debe a Dios.
   
       De igual autoridad pretendieron hallarse investidos los Estuardos que le sucedieron en el trono. Jacobo I, hijo de María Estuardo, a ejemplo de Enrique e Isabel, proclamó dogmas absolutísimos. Repugnaba a los reyes la libertad introducida por la Reforma, que bajo el manto religioso realzaba la libertad política, mientras que los Comunes, cuya riqueza había aumentado por el comercio, prevalecían sobre los propietarios de las tierras. Conquistadores y conquistados venían a confundirse en la nueva división de Católicos y Reformados, de Realistas y Liberales. Jacobo I fue asesinado, y el trono pasó a Carlos I, que tenía los instintos despóticos de su casa, y era inclinado al catolicismo por su mujer Enriqueta de Francia. En tanto la Reforma se extendía, y de su seno nació la secta de los Puritanos o Santos, inflexibles consigo mismos y con los demás, que interpretaban la Escritura en el sentido más riguroso, aniquilándose en presencia de Dios para ser inexorables con los hombres; sumamente fanáticos, no reparaban en los medios para llegar al fin que creían inspirado por Dios. Este rigor de ideas y su odio al papado les hacía poderosos entre el pueblo y en el Parlamento, que entonces realizó actos de importancia; efectivamente, aunque concedió cinco subsidios, formuló antes una Petición de derechos de las garantías ofrecidas por la Constitución, y a las cuales quería que se sometiese la monarquía. El rey no estaba dispuesto a ceder, y se apoyaba en Buckingham (462), en Strafford (463), en Land y en la reina; pero las libertades religiosas servían de pretexto para la reclamación de las políticas. En Escocia los Presbiterianos luchaban con el rey, por igual motivo; se sublevaron contra los Episcopales y formaron una confederación (Covenant) obligándose a defender la religión, la libertad y las leyes, y se concluyó con la abolición del episcopado. Pronto estalló la guerra civil: fue procesado Strafford, y Carlos tuvo que firmar su sentencia de muerte, con la cual perdió toda su autoridad.
Carlos I
 
1641
       La Irlanda se había mantenido católica, y entonces empezaron en ella terribles persecuciones; irritados de ellas, los Irlandeses se sublevaron y fueron víctimas de una espantosa matanza. Carlos se envilecía cada vez más. La Escocia se fundió con Inglaterra. Formose una nueva secta de los Independientes, cuya doctrina sentaba que todo cristiano reciba con el bautismo el sacerdocio; la libertad de conciencia era aplicada a todas las creencias, excepto a la católica, y de ahí se pasaba a querer la igualdad de grados y de fortuna; su única ley era la Biblia, interpretada según el criterio de cada cual.
1643
 
Cromwell      Creció entre estos Oliverio Cromwell, que excitó el entusiasmo con la exageración; púsose al frente de un regimiento de Hermanos rojos, que rechazaban toda moderación, convencidos de que combatían por inspiración divina. Hicieron presentar un bill de abnegación, por el cual los miembros de las dos cámaras se declaraban excluidos de casi todas las funciones civiles y militares. Todo el poder pasaba de este modo, a los sectarios. El rey tomó las armas, fue derrotado y se refugió entre los Escoceses que lo tuvieron prisionero. Triunfan los Presbiterianos; y habiendo cesado la lucha entre el ejército y el Parlamento, Cromwell se hace dueño del Parlamento y del rey, el cual es procesado y condenado a muerte.
 
1648
1649      Entonces se proclama la república; se hace la guerra a los católicos de Irlanda con armas y procesos; se da la muerte a unos, y se confina a los demás a una sola provincia, matándoles si huyen, y su esclavitud se ha continuado hasta nuestros días. La Escocia es unida a la república inglesa. Cromwell, orgulloso del éxito, se titula protector de la república, elige el Parlamento, gobierna despóticamente con frases bíblicas, y se impone a la Europa con la grandeza marítima que da a Inglaterra.
20 de enero
 
 
   
1658      A su muerte le dan por sucesor a su hijo Ricardo, hombre retraído, sin experiencia en los negocios ni valor guerrero; trata de hacerse popular y se hace despreciable; de aquí que los soldados se abroguen el poder y le hagan abdicar. Monk, como defensor de las antiguas libertades, con el ejército se apodera de Londres, convoca al Parlamento y hace llamar a Carlos II, que es proclamado como restaurador del antiguo gobierno nacional. Pero éste quiere ser déspota como sus abuelos, sin tener bastante fuerza para ejercer la tiranía, y recurre a la arbitrariedad, en tanto que se abandona a los placeres y a los vicios. Se inclina hacia los católicos, pero sin vigor; en Irlanda toma parte en el despojo de ellos. A las muchas sectas ya existentes se añadió la de los Cuáqueros, o tembladores ante la palabra de Dios; fanáticos benévolos que no querían guerra, ni gastos de cultos, ni distinciones de grados, ni juramento; negaban acatamiento a los magistrados, llamando de a los dignatarios, y sin querer quitarse el sombrero delante de nadie. Jorge Fox fundó la secta, en la cual se hizo célebre Guillermo Penn (1644-1718), quien habiendo comprado el país americano del Delaware, fundó en él la Pensilvania, con un sabio Código basado en la ilimitada libertad religiosa y la seguridad contra todo poder arbitrario, sin juramentos, ni soldados, ni iglesia dominante.
Carlos II
Cuáqueros
 
       Entre tantos disturbios, mal podía gobernar con éxito el frívolo Carlos, que declaró la guerra a Holanda por ultrajes inferidos a los Ingleses en África y en las Indias. La victoria de Dunkerque inmortalizó a los almirantes Ruyter y Tromp.
1666
1666      Estalló en Londres un terrible incendio, que fue atribuido a los católicos, los cuales sufrieron muchos suplicios y una obstinada persecución; también se proyectó excluir de la sucesión al duque de York que los favorecía. Los oficiales y el mismo rey se obligaban a jurar el test, profesión de fe política y religiosa. Se proclamó el Habeas Corpus, tercera ley fundamental en virtud de la cual es castigado cualquier funcionario público que no presente al preso la orden y los motivos de la prisión, o no lo conduzca al juez dentro del término de veinticuatro horas. Entonces se principiaron a oír los nombres de Whig y Tory (innovadores y conservadores). Todo era exacerbado por la prensa libre.
1685      York subió al trono con el nombre de Jacobo II, aunque era católico, y se hizo amar. Pero luego, apoyado por Luis XIV, trató de ampliar la prerrogativa real.
Guillermo de Orange      Guillermo, príncipe de Orange, nacido de la familia de Carlos I, y yerno de Jacobo II, se había mezclado siempre en las contiendas inglesas. En aquella época se hizo abiertamente protector de los protestantes; se proveyó de dinero y de tropa, y se dirigió a Inglaterra para conseguir que hubiese un Parlamento libre y legítimo, para restablecer las leyes y los magistrados antiguos, y para asegurar la Religión. Jacobo fue declarado desposeído, y excluidos para siempre del trono los católicos. Al mismo tiempo fue proclamada la declaración de los derechos como ley fundamental.
 
 
 
1688
     Quedaba, pues, reformado el gobierno, sustraída la justicia al rey, establecida aquella Constitución que dura todavía a través de tantas revoluciones europeas.
     Muchos fueron fieles al rey caído, y perseguidos con el nombre de Jacobitas. Se confirmaron las usurpaciones en Irlanda, donde Jacobo desembarcó, pero fue derrotado en la batalla de Boyne. Los Orangistas ejercieron en la isla una persecución pacífica contra los católicos, prohibiéndoles toda publicidad de cultos, obligándoles a trabajar en días festivos, poniendo la industria en manos de corporaciones protestantes privilegiadas. Los católicos tenían que ceder su mejor caballo por cinco libras esterlinas, no podían casarse con mujeres protestantes ni heredar bienes de protestantes; ninguno podía entrar en la Cámara sin haber abjurado de la Iglesia romana; no tenían más escuelas que las protestantes, y habían de sufrir las injurias de los más fuertes y de la prensa. De aquí la miseria y la agitación de la Irlanda.
     Guillermo III resistió siempre a Luis XIV en Holanda y en Inglaterra; era hábil en la guerra y en los negocios, pero no sabía hacerse querer, lo cual redundó en beneficio de la libertad, pues el Parlamento se acostumbraba a negar al rey lo que le hubiera concedido en caso contrario. Los Whigs, que lo habían elevado al trono como un medio de pasar a la república, pretendían restringir cada vez más sus facultades, por lo cual tuvo que entregarse a los Tories (464), sus adversarios, e iba con frecuencia a consolarse de tantas contrariedades en medio de sus Holandeses.
       Ana, su cuñada y sucesora, nombró generalísimo y almirante a su marido Jorge de Dinamarca; pero el verdadero señor fue Marlborough, famoso por sus victorias sobre los Franceses y los Españoles en las batallas de Schellemberg y Höchstädt, y por la toma de Gibraltar. Gran protector de los Tories, halló medio de unirse a los Whigs y contrariar a la reina, la cual enviudó, vio reanudada la paz con la Francia, en virtud del tratado de Utrecht, y pudo emanciparse de Marlborough y de los Whigs.
1702
 
       Guillermo no había dejado hijos varones; los diez y siete hijos de Ana murieron; la única descendiente de Jacobo I que quedaba, era Sofía, viuda del primer elector de Hannover, y el Parlamento la reconoció por heredera con sus descendientes no católicos, rodeando la prerrogativa real de nuevas restricciones. A la muerte de Ana, la buena reina, fue proclamado Jorge I de aquella casa. Bajo el reinado de Ana, la Inglaterra se había hecho señora de los mares y de la diplomacia; conquistó a Gibraltar y Menorca, adquirió el comercio exclusivo de Portugal y la trata de negros por treinta años. Entonces comenzó una deuda pública, con empréstitos no pagaderos, cuyos intereses pagaba el Estado. Empezaron los juegos de Bolsa; luego se fundó el Banco de Inglaterra, que recibe y paga las anualidades y rentas del Estado, y pone en circulación los bonos del Tesoro, garantizándolos. La compañía de las Indias Orientales dio principio a su grandeza. La Escocia se fundió con Inglaterra, formándose el Reino Unido de la Gran Bretaña, con un solo Parlamento, aunque con la condición de que el presbiterianismo seria el único gobierno de la Iglesia Escocesa.
Casa de Hannover
1714
 
 
 
 
 
 
 




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239.- Literatura y filosofía inglesas

     En medio de tan graves trastornos, prosperaron la filosofía y la literatura en Inglaterra. La sociedad real dio incremento a las ciencias experimentales. Boyle, Napier, Harvey, Wren, Wallis, Barrow y otros, cultivaron parcialmente el campo que por completo abarcó Newton. Milton (1608-74) (465), después de haberse dedicado a varios géneros de poesía y a la prosa en sentido democrático, cantó el Paraíso Perdido, disponiendo admirablemente su asunto, y dándole colorido con lo mejor que le ofrecían sus predecesores y la Biblia; en el lenguaje, tratado con gran libertad, hizo prevalecer el elemento latino sobre el sajón, y supo sugerir al lector más de lo que él expresa. El mérito de este autor no fue conocido hasta muy tarde; por esto obtuvo menos aplausos que Waller, poeta de fácil elocuencia, y que las sátiras del conde de Rochester; Dryden (1631-1701), satírico, descriptivo, didáctico, lírico, narrador, crítico, traductor y dramático, se atuvo, según la moda, a las imitaciones francesas, sin dejar de ser original, con su expresión familiar y fluidez de estilo.
     Compusieron buenas tragedias Johnson, Otway y Rowe. Congreve hacía comedias al estilo de Molière, y en general la corrección de forma suplía la falta de genio. Todos leyeron los Viajes de Gulliver de Swift (1667-1745), llenos de alusiones maliciosas, y el Robison Crusoe de Daniel De Foe (1663-1731), cuya sencillez contrastaba con la ampulosidad de las novelas francesas. Prevalecía la literatura política y periodística. El Espectador, de Addison, se convirtió (466) en una potencia, y éste fue el primero que llegó a ministro por el periódico. Pope (1688-1744) fue considerado como el primer poeta inglés, por la perfección artística de sus obras.
     La Oceana, de Jacobo Harrington, es una alegoría política en la que admira la república de Venecia, y sienta que «la bondad y duración de una Constitución dependen del equilibrio de las fortunas de los súbditos, cualquiera que sea el gobierno». Filmer contrarió a los republicanos, siendo refutado por Algernon Sidney. Tomás Hobbes de Malmesbury, (1588-1679), en el Leviathan supone que Dios, para probar a Job su poder, le hizo ver a Behemot y Leviatán (467), monstruos fantásticos; en el segundo personifica al Estado, animal enorme, creado por los ardides del arte, y que ha de quitar la libertad a cada uno en particular, ya que los hombres son naturalmente enemigos entre sí, lo mismo que las naciones; así es que se necesita fuerza y fiereza para conservar el orden material, y los gobiernos lo pueden todo, hasta cambiar la religión.
       El obispo Cumberland, en cambio, predicaba la ley moral, que consiste en buscar el bien común de todos los agentes racionales, en vista del bien de nosotros mismos; con la escuela utilitaria confutaba el egoísmo de Hobbes. La libertad, hollada por éste, tuvo por reparador a Locke, quien distingue la autoridad paterna del gobierno político, y supone un estado de naturalidad en que todos los seres son iguales; y la sumisión no puede proceder sino del consentimiento, al menos tácito, de todos, para gozar con seguridad de los bienes. Eran teorías imperfectas, pero basadas en el amor al hombre y a la humanidad. Predicó también la tolerancia, a la cual creyó llegar con una nueva secta (Cristianismo racional); reducía los dogmas a la mínima expresión, de modo que cada cual podía o no creer lo que halla en el Evangelio. Era un síntoma del deísmo que se introducía y que fue predicado por Herbert, por Blount, por Toland y por Bury, y preparó a los enciclopedistas de Francia.
Locke
 
 




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240.- Alemania

     La paz de Westfalia ponía término a una guerra que en treinta años había destruido dos terceras partes de la población; Alemania dejó de ser la primera nación de Europa y no progresó al mismo paso que los demás. El predominio de los emperadores cesaba ante la independencia de muchos tratados, garantizada por Francia y Suecia. El imperio comprendía más de 350 soberanías de distinta especie y grandeza, que podían aliarse entre sí y con el extranjero. Las ciudades imperiales perdían su antiguo esplendor. Los principados eclesiásticos hacían llamar al Rin la calle de los Clérigos. El ejército, de 40 mil hombres, había de tener un general católico y otro protestante. Los príncipes, orgullosos de su independencia, querían darse importancia e imitar al rey francés, abrumando con impuestos a sus súbditos.
     El emperador se hallaba reducido a tenues prerrogativas, y no podía ejercer los verdaderos derechos soberanos sino de acuerdo con los Estados, que débiles o fuertes, tenían asiento en la Dieta, dividida en tres colegios: de electores, príncipes y ciudades, cada uno con asambleas distintas, pero las discusiones eternizaban las causas.
     Muchas iglesias servían alternativamente para los dos cultos tolerados, entre los cuales surgieron otras sectas, como la de los Hermanos Moravos, los cuales, habiendo salido de Bohemia y permanecido largo tiempo ocultos, se alzaron con Zinzendorf, proclamando la fraternidad y la sencillez, teniendo por único dogma la redención.
1721      Alemania tuvo grandes pensadores, como Kepler, que determinó las leyes de la naturaleza; Otto de Guerrik (468), que halló el vacío, Hervetius y Stalh, matemáticos y químicos; los eruditos Goldast, Conring, Schilter y Moldof; los filósofos Grocio, Leibniz, Wolf y Tommasio (469). Faltaban poetas; pues la poesía, como la literatura ingenua, había perecido en las luchas religiosas. Únicamente se puede citar a Opitz (1597-1639), que fijó el estilo práctico y la prosodia.
1657      La casa de Austria no podía ya dominar, teniendo a su lado otras de igual poder, particularmente la de Brandeburgo. Muerto Fernando III, quince meses y medio estuvo vacante el imperio, pues lo pretendía Luis XIV. Por último fue elegido Leopoldo de Austria, rey de Hungría, con la obligación de restituir el Monferrato a la Saboya y no reconocer a los Españoles contra la Francia, la cual se alió con todos los príncipes, halagándoles con títulos, pensiones y embajadas, siempre en detrimento del Austria. Leopoldo, aunque débil, ayudó a Alemania a levantarse, y con el apoyo del príncipe Eugenio de Saboya y del modenés Montecuccoli, pudo hacer frente a Luis XIX.




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241.- Los Turcos

1595      Selim II, sucesor del gran Solimán, sufrió la derrota de Lepanto, con la cual cesó la preponderancia marítima de la Turquía y la opinión de que ésta era conquistadora irremediable. Los sucesores de Selim estuvieron encerrados en sus serrallos, más bien que al frente de sus ejércitos. De los 102 hijos de Amurates III, vivían 47 cuando él murió; y su sucesor Mahomet III hizo estrangular a 19 y echar al mar 10 mujeres encintas (470). El estandarte del profeta, que se había conservado en Damasco primero, y en Constantinopla después, fue desplegado contra la Hungría, aunque sin efecto; sin embargo continuaban las correrías, y para reprimirlas se fundó a Carlstadt.
1795
 
     Redundaban en provecho de Turquía las discordias civiles de la Hungría y la repugnancia de los príncipes alemanes a dar soldados y dinero al emperador. Pero en la paz de Situatorok (471), la Hungría trató de igual a igual con los Turcos, y su embajador entró en Constantinopla a son de música y con bandera desplegada, sobre la cual había un águila y un crucifijo. Las intrigas de serrallo y los trastornos de los jenízaros llenan la historia del Imperio Otomano, en la cual lo que más sobresale es la ferocidad de los sultanes. Dícese que Amurates IV hizo 100 mil víctimas.
     De las provincias que poco a poco habían ido ocupando los Musulmanes, se refugiaron algunos prófugos en Clissa de Dalmacia, con el nombre de Uskoki, es decir desertores, y de allí infestaban las tierras de los Turcos, y también las de Cristianos.
       Los católicos del Líbano conservaban, con el nombre de Maronitas, la independencia civil y religiosa, bajo el mando de un patriarca, y de acuerdo con los Drusos, aunque de religión diferente. Fakr-eddyn, dueño de gran parte de la Siria, pudo hacer frente al gran señor; pasó a Italia y ofreció su Estado a los príncipes cristianos; ayudáronle a sostenerse Toscana y Nápoles, pero habiendo ido a Constantinopla para procurar un acuerdo, fue asesinado. Sus descendientes conservaron el dominio, como aún duran en Italia las colonias fundadas por ellos.
1613
Koproli      Bajo Mahomet II (472), el gran visir Mehmet Koproli (473) sacó al imperio de aquel débil y cruel gobierno de mujeres, dio muerte a los jefes de facción, ahorcó al patriarca, y se dice que en cinco años hizo morir a 36 mil personas. Estas son las reformas de Turquía. Alcanzó sangrientas victorias sobre los Rusos y los Húngaros. Estalló con Venecia la guerra de Candía, cuyo sitio fue memorable por las brillantes acciones de las flotas venecianas y por las intrigas de las Cortes europeas, en las cuales apareció Luis XIV aliado con la Puerta. En San Gotardo, Montecuccoli obtuvo contra Koproli (474) la más insigne victoria; pero no siendo sostenido, tuvo que hacer la paz. Koproli llevó entonces mayores fuerzas al tercer sitio de Candía, donde en el espacio de veintiocho meses los Venecianos perdieron 30905 hombres, y los Turcos 118754; a pesar del valor del intrépido Morosini, se tuvo que ceder la plaza.
 
Guerra de Candía
1644
1664
1669
1676      Koproli pasa el Danubio, impone vergonzosos pactos a la Polonia; Juan Sobieski anima a los suyos, y en la paz que se concierta queda suprimido el tributo que se pagaba a la Turquía.
       Muerto Koproli, su yerno Kara Mustafá llevó la guerra a los Rusos, no temidos aún, y de allí se volvió contra el Austria, instigado por los Húngaros; sitió a Viena, y seguramente la hubiera tomado si Sobieski no hubiese acudido con los Polacos. Luis XIV, que había fomentado aquella guerra, y esperaba que, vencida el Austria, podría ser nombrado emperador, sintió la liberación y los nuevos triunfos de Sobieski. Buda, que había permanecido ciento cuarenta y cinco años en poder de los Turcos, fue recuperada lo mismo que Belgrado. Los cristianos obtuvieron una nueva victoria en Mohacz, y tan desastrosos acontecimientos causaron la ruina de Kara Mustafá y de Mahomet.
Sobieski
1683
 
 
1687
 
       Su hermano Solimán II dio el sello a Mustafá Koproli, que restauró la disciplina y la hacienda, y después de haber reunido un formidable ejército, empezó la guerra de Morea. Aquí aparece Eugenio de Saboya, que alcanzó en Zante una victoria con la pérdida de 25 mil Turcos y 17 bajaes, y continuó venciendo a pesar de los obstáculos del Consejo áulico.
1697
       Los Venecianos, mal sostenidos por las potencias, habían tenido que usar de muchos miramientos con los Turcos; pero apenas se hallaron éstos en lucha con el Austria y la Polonia, atacaron ellos la Morea, y Morosini fue el Sobieski del Archipiélago; se apoderó de Nápoles, Navarino y Atenas, y fue aclamado Peloponesiaco. La paz de Carlowitz, firmada por los Turcos, el emperador, la Polonia, la Rusia y Venecia, puso fin al humillante tributo que pagaban la Transilvania y Zante. La Turquía, cediendo la Hungría, la Transilvania, la Ucrania, la Dalmacia y la Morea, quedó limitada por el Dniéper, el Saya y el Unna. El Austria adquirió la Esclavonia, la Transilvania y quince condados de la Hungría. La Polonia recibió el Kaminiech con la Podolia y la Ucrania del lado de acá del Dniéper. A la Rusia se cedió Azov. Venecia conservó la Morea, abandonando la tierra firme y las islas del Archipiélago.
 
Morosini
1688
 
 
Carlowitz
 
Ragusa      Ragusa, república que se había salvado poniéndose bajo la protección de Turquía, y gobernado con sus nobles, permaneciole adicta. La Turquía dejó de ser temible; aceptó y envió embajadores con los presentes de costumbre, y pronto tuvo que combatir con la Rusia, con la cual se alió después para repartirse la Persia.
Persia      La Persia era gobernada por débiles emperadores; cada nuevo gobernante estrangulaba a sus hermanos, y luego se enervaba con el opio y las mujeres. Amurates III pensó someter a la Persia, pero la reanimó Abbas Mirza, el cual, enardecido por las ideas religiosas, extendió sus conquistas y las conservó en la paz; trasladó a Isfahan la sede del imperio; obligó a los Persas a venerar a los imanes y a no hablar mal de Aisha la Casta, y acrecentó la gloria de Alí. Alzó pirámides de cabezas de rebeldes; fue amigo del emperador de Delhi (475); protegió las factorías inglesas, francesas y holandesas; destruyó a Ormuz, y las embajadas que mandó a Europa propagaron la fama de las riquezas del país.


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