Francesa |
Los Franceses aprendieron de Italia el amor al saber y a los libros.
Luis XII y Francisco I favorecieron a los literatos y artistas. Mucho
ayudaron a la lengua Calvino adoptándola para sus controversias, y
Amyot con la traducción de Plutarco. Marot compuso poesías alegres
como su vida; de igual género las escribieron Francisco I y su hermana
Margarita, hasta que una pléyade francesa quiso sustituir la poesía de
sentimiento con la imitación de las odas, de la epopeya, de la tragedia
clásicas. En este género sobresalía Ronsard (1524-85), sin genio ni
conceptos, y con formas triviales. Jodelle compuso la tragedia Cleopatra,
Malherbe (1555-1628) llevó a cabo una reacción hacia el buen sentido,
comprendiendo mejor la índole de su propia lengua. Eran más originales
los escritores satíricos, mayormente los siete autores de la Sátira
Menippea, que pusieron en ridículo a la Liga. Regnier creó la sátira
regular, y Agripa de Aubigné la política. Rabelais (1483-1553) dio nuevo
giro a las novelas licenciosas; aparece lleno de originalidad y de gracejo
en su Gigante Gargantúa y Pantagruel su hijo, cuyo objeto era
ridiculizar las novelas caballerescas de la corte de Francisco I. |
Española |
En España cobró gran impulso la prosa antes y mejor que en toda otra
lengua neo-latina; empleada en la legislación y en los negocios, se vio
que tenía viveza, claridad y flexibilidad, y al mismo tiempo que era
regular. Juan Boscán quiso embellecerla; tomó por modelo a Petrarca, y
suplió la escasez de inventiva con la tersura y elegancia del estilo.
Garcilaso de la Vega, a imitación de Virgilio y Sannazaro, describió la
vida campestre, e introdujo el endecasílabo, el soneto, la canción, la
octava y el terceto. Diego Hurtado de Mendoza (1575), profundo
conocedor de las lenguas orientales y eminente filósofo, sirvió en
embajadas, hostilizó a Siena en unión de Cosme de Médicis, y contribuyó
a destruir los restos de la pasada independencia italiana. Escribió las
aventuras del Lazarillo de Tormes, primera novela del género picaresco,
que tanto gusta a los Españoles. Escribió la historia del levantamiento de
los Moros de las Alpujarras, a la manera antigua. Como poeta, por su
dulzura puede colocársele al lado de Boscán y Garcilaso, pero les supera
en la elección y elevación del asunto. Muchísimos imitaron a estos
autores, hasta que se llegó al estilo culto y amanerado. Citemos al divino
Fernando de Herrera, y a Jorge de Montemayor, portugués, que escribió
en castellano la Diana. Les siguió Gil Polo. Fray Luis de León buscó
espacio a su poderoso genio en la religión; tradujo a los clásicos, y con
especialidad a Horacio, que era su ídolo. Es el poeta más correcto y
menos afectado de España. Ginés Pérez de Hita pintó la corte de Boabdil
en sus Guerras civiles de Granada. Mateo Alemán con su Guzmán de
Alfarache ofreció un bello tipo del género picaresco y una amarga sátira
de las costumbres de la época. |
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Ninguno comprendió toda la grandeza de su lengua patria como
Miguel de Cervantes Saavedra. Escribió la primera parte de Don Quijote
en la prisión que sufrió por deudas. Una sátira sin hiel, un libro que hace
reír sin atacar a las costumbres, a la religión ni a las leyes; tal es Don
Quijote, obra que a la sencillez de la fábula, reúne la verosimilitud de los
sucesos, en que se ofrece una pintura exacta de las costumbres españolas.
Propúsose Cervantes curar a su patria de la fanática afición a la lectura de
libros de caballería. También compuso dramas, en cuyo género, de origen
popular, España fue verdaderamente original. Proponerse un fin, un
sentimiento, un hecho y desarrollarlos bajo todos los aspectos posibles,
tal es el arte de los dramáticos españoles. Dividíanse las comedias en
divinas y humanas y las primeras en vidas de santos y en autos
sacramentales. Las humanas eran heroicas, históricas, mitológicas o
comedias de capa y espada que describían la sociedad. |
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Lope de Rueda (1500-64) comprendió que el lenguaje de la comedia
debía imitar al natural, y se sirvió de la prosa. Antes que él, habían
compuesto obras escénicas el marqués de Villena, el marqués de
Santillana, Juan de la Encina, Torres Naharro y algunos otros. |
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Gracias a Cervantes, dejaron la tragedia y la comedia de ser un tejido
artificioso, convirtiéndose en una pintura, tomada del natural, de los
padecimientos o de las ridiculeces humanas. La mayor parte de sus
dramas son históricos y patrios. |
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Lope de Vega Carpio (1562-1635) compuso 1800 comedias, 400
autos sacramentales, poemas épicos y poesías varias, en número tan
extraordinario, que apenas se concibe que tuviese tiempo para escribirlas.
No se distingue por la corrección y delicadeza, ni por la pureza de arte y
sentimientos; pero aquellas intrigas, aquellas situaciones terribles o
extrañas, aquellas catástrofes inesperadas encantaban a sus
contemporáneos. |
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Calderón de la Barca (1601-87), soldado como Cervantes, buscó tipos
ideales, por lo cual dio a menudo en lo falso, sobre todo en materia de
honor, que es el fondo de casi todos los dramas españoles, además del
cristianismo. Muchos dramas produjo Tirso de Molina. Bajo el reinado
de Felipe IV, había más de cuarenta compañías dramáticas. El esplendor
de aquel arte concluyó con Antonio de Solís, cuya Historia de la
conquista de Méjico fue admirada. |
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En el transcurso de medio siglo, aparecen más de 25 poetas épicos, la
mayor parte de cuyas composiciones versan sobre recientes hazañas,
mayormente de Carlos V. Es digna de figurar en primer término La
Araucana de Alonso (455) de Ercilla (1525-1600), que cantó su propia
expedición contra los Araucanos. Es extraño que el espectáculo de las
grandiosas empresas realizadas por la nación, no inspirase la idea de
escribir verdaderas historias, mucho más interesantes y poéticas que
todas las ficciones. |
Portuguesa |
La lengua portuguesa propende a lo tierno y gentil, más que la
castellana, y los autores compusieron con frecuencia poesías amorosas,
como Macías el enamorado, Bernardino Ribeiro, Gil Vicente, Saa de
Miranda y Antonio Ferreira. A todos aventajó Luis Camoes (1517-79) (456),
quien habiendo peleado contra los Marroquíes y los Indios, y siendo
víctima de continuas desventuras, cantó los Lusiadas, es decir las glorias
de los Portugueses en sus descubrimientos: primera epopeya regular
moderna con unidad y pensamiento dominante. Es casi el único poema de
aquella nación que se conoce en el extranjero. Sin embargo, brillaron en
este género Rodrigo Lobo, llamado el Teócrito portugués; Jerónimo
Cortereal, y Juan de Barros, que narró los descubrimientos de los suyos
con calor y evidencia. Más tarde, el conde de Ericeyra (1614-99), trató de
restablecer el buen gusto con su Enriqueida, cantando al fundador del
reino de Portugal. Es más correcto y más puro que Camoes. |
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Los furores de la Reforma distrajeron a los Alemanes de la literatura,
pero se adoptó su lengua en las controversias y en las diatribas. Son
verdaderas poesías los himnos de la Iglesia, de los cuales se cuentan
hasta 50 mil. Sin embargo la Holanda produjo algo original, por más que
la lengua fue ayudada por traducciones y por las Cámaras de retóricos,
especie de academias, donde con la sátira, la canción y el epigrama
ayudaban a la espada del soldado. El más ilustre de aquellos académicos
fue Erasmo (1465-1536), sin que dejaran de serlo los eruditos Grocio,
Heinsio y Barleo. |
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En Hungría fue una gran traba para la literatura la imperfección de la
lengua, en la cual se escribieron algunas crónicas. |
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La Reforma fue de gran provecho para la lengua en Escandinavia,
merced a las versiones y a las polémicas; reducíase casi todo a teología.
Juan y Olao Magno escribieron en buen latín absurdas historias; las
escribieron mejores Olao y Lorenzo de Pietro. |
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En Inglaterra dominó un frenesí mitológico que rayaba en
extravagancia; se continuó imitando a los Italianos y a los Griegos, hasta
que Eduardo Spenser (1553-98) desarrolló el genio nacional en la Virgen
Una, composición escrita en elogio de Isabel, llena de alegorías y
pintorescas imágenes. Fuese corrompiendo el gusto hasta que Lilly, con
su Historia de Eufus, introdujo toda clase de antítesis, juegos de palabras,
afectaciones, eufemismos y perífrasis. |
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Gloria inglesa es el teatro, de vivacidad cómica y fiereza trágica. El
Fausto de Marlowe es el primero donde se poetiza la leyenda del Fausto,
que personifica al hombre en busca de su destino por medio de la ciencia
y de la magia. Eran pobres y ridículos los teatros, y vulgares los actores.
Sin embargo, con tan pobres recursos produjo Inglaterra el mayor genio
dramático, Shakespeare (457) (1563-1616), a quien nadie iguala en fuerza
creadora, en vigor y variedad de imaginación, rica pintura de todas
edades, tiempos y condiciones. Sus graves defectos hacen resaltar sus
incomparables bellezas. En sus obras hay una mezcolanza de sublimidad
y rudeza, de ciencia y preocupaciones, de historia y fantasía, como
conciencia viva de la humanidad y de las interiores luchas de las
pasiones. El actor Garrik (1716-78), vistiendo con propiedad los
personajes de Shakespeare, hizo comprender toda su grandeza. |
Shakespeare |
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Los Ingleses y los Españoles tuvieron, pues, un teatro romántico
original, falto de las unidades académicas, con mezcla de lo trágico y lo
cómico, dominando el espíritu moderno. Los imitadores de Shakespeare
se distinguieron en el arte de caracterizar originalmente los personajes, y
de producir efecto. Perfeccionáronse los teatros, y muchos gremios tenían
cada uno su compañía cómica. Pero la severidad puritana lo ahogó todo
en la austeridad. |
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De la guerra de los Treinta Años surgió un nuevo sistema político. El
catolicismo vio levantarse a su lado otro culto. Quedaron debilitadas las
dos naciones católicas, España y Austria. Las ideas religiosas se vieron
sacudidas por las mundanas, a pesar de no introducirse la tolerancia.
Como contrapeso del Austria aparecía la Prusia. La unidad nacional, que
se consolidaba en varios países, quedaba rota en Alemania, dividida entre
muchos principados, aunque formando una confederación en la cual cada
uno era soberano, había libertad de cultos e igualdad entre las diversas
comuniones, una dieta y relaciones bien determinadas entre los miembros
con el Estado y con el emperador. Era un modelo, aunque imperfecto, de
lo que debiera ser la sociedad europea. La complicación produjo lentitud,
y para contener al emperador se apeló a Suecia y a Francia. |
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La España, que había parecido aspirar a la monarquía universal,
apenas podía domar a los Portugueses. |
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Las Provincias Unidas se reducían a una oligarquía federativa; en ellas
florecía el comercio, al cual la paz de Westfalia había quitado muchos
obstáculos. |
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Habiendo perdido los pontífices su primacía en las cosas temporales,
la Italia contaba en poco y era dominada por las Potencias extranjeras. |
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Suiza y Suecia era partidarias de Francia, que pareció llegar entonces
al colmo de su grandeza. Hiciéronse poderosos los reyes, con gran
eficacia sobre la opinión. |
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En cambio, en Inglaterra el poder quedaba dividido entre el príncipe y
la aristocracia, y fueron necesarias dos revoluciones para ponerlos en
equilibrio. |
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La Escandinavia, que no tuvo feudalismo, ni la influencia del derecho
romano, careció de las instituciones por ellos producidas, y las clases
superiores llegaron a ser un orden del Estado, como en Rusia y en
Polonia. |
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Los soberanos eran absolutos entre los Musulmanes, sin más freno
que el código sagrado, siendo todos los súbditos iguales bajo la tiranía. |
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Las relaciones entre Estado y Estado, y entre el Estado y la Iglesia no
se habían establecido en las luchas habidas entre la tiara y la espada,
entre el catolicismo y la reforma. Se introdujo, pues, un derecho público
sin simbolismo y de pura habilidad práctica, deduciendo la reforma
política de la religiosa, sin unidad y sobre condiciones arbitrarias, donde
se buscaba el equilibrio sin conceptos superiores, atendiendo al hecho y
no a la razón; de tal modo que la católica Francia se consideró tutora de
los Protestantes. Los usos tradicionales sucumbían a las nuevas
convenciones. Los doctos se ingeniaban en buscar algún derivado del
antiguo derecho, y solo podían proclamar algunos cánones que por
vergüenza nadie se atrevía a violar. |
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El ponderado sistema de equilibrio vacilaba cada vez que aparecía
algún gran personaje. La paz descansaba en las armas y en el miedo
recíproco; los pueblos fueron equiparados a cosas, desde que el último
lazo que hubo entre ellos fue el derecho hereditario de los príncipes. Algo
lo remediaba la opinión, cuya autoridad crecía, e impedía que la fuerza
fuese árbitra absoluta de los destinos de todos. Pero los impulsos venían
de las Cortes, y no del pueblo, el cual buscaba los bienes materiales, que
habían aumentado con los nuevos descubrimientos. Los Gobiernos
procuraban aumentar las rentas, y equilibrar hasta el comercio.
Aumentaban las pasiones, si bien se revestían de cultas formas; las
ciudades prevalecían sobre el campo; el pobre contraía los vicios del rico,
y se envilecía para alimentarse. |
1610 |
Asesinado Enrique IV, su mujer María de Médicis fue regente del
reino durante la menor edad de Luis XIII, y quizá vio en la unidad
católica el único apoyo de la unidad política. Se amistó con España;
reprimió a los príncipes de la sangre y a los grandes feudatarios, y se
confió a Concino Concini, florentino, que fue mariscal de Ancre. Este era
odiado de los demás ambiciosos, mayormente del duque de Luynes, que
logró hacerlo asesinar, relegar a María en un castillo, y hacerse poderoso.
Mas no tardó María en recuperar el poder, con la ayuda del cardenal de
Richelieu (1585-1642). |
Richelieu |
Este se opuso principalmente a la tendencia de los Comunes, que a
ejemplo de los Holandeses, y fomentados por las guerras religiosas como
por los privilegios obtenidos por los Hugonotes (cap. 223), tendían a
descomponer la centralización parisiense y a formar una república
federativa. Los Comunes del Norte estaban en inteligencia con Inglaterra,
y los meridionales con España. Los Hugonotes se alzaron a favor de la
independencia, dividiendo en ocho círculos sus 700 iglesias, y fue preciso
dominarlos con las armas. Richelieu, aunque odiado de la regente y del
rey, se hacía cada vez más necesario; venció a los Protestantes y se
apoderó de La Rochela, su fortaleza, pero les concedió la paz. Llevó la
guerra a Italia, por la Valtelina y por la sucesión de Mantua, y aseguró a
la Francia el Piñerol, que le ofrecía una puerta por donde penetrar en
Italia. Humilló a los grandes, prohibiendo los duelos y hasta mandando al
suplicio a los rebeldes. Destruyó las causas de turbulencias y sediciones,
dio impulso a las compañías comerciales; introdujo reglas y prontitud en
la administración, y supo mantenerse en el poder entre incesantes
amenazas e intrigas de innumerables adversarios. Fue el hombre más
grande de su época, si no se tiene en cuenta la moralidad de los medios.
También protegió las letras, y bajo su gobierno se fundó la Academia
francesa, principalmente aplicada a la lengua. |
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ilegible |
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1643 |
Luis XIII murió a la edad de 42 años, dejando un hijo bajo la regencia
de Ana de Austria, que fue ayudada por el cardenal Mazarino (1602-61),
hábil en el manejo de las armas y en la intrigas palaciegas, disimulado y
sagaz, perseverante y cauteloso. Reunía, en fin, todas las cualidades
necesarias para continuar la obra de Richelieu. Los Franceses lo
aborrecían, y quiso oponérsele el Parlamento, gran corte a la cual
pertenecía resolver las apelaciones, y registrar los edictos reales, después
de haber examinado si estaban conformes con las leyes. Pero los reyes
podían llamar al Parlamento alredor de su trono (lit de justice) donde
mandaban que se registrase el edicto en cuestión. Con esto el Parlamento
hacía la misma oposición que antes habían hecho los feudatarios;
incitábale el cardenal de Retz, que formó una fracción llamada La
Fronda, a la cual dieron importancia, además de las intrigas de los
políticos, las personas de talento y las mujeres. Fue combatida con libelos
y epigramas sin pasiones fuertes; todo se tomaba por lo ridículo; pero el
Parlamento hizo un tratado con España, cuyo gobierno intentó una
invasión y Luis de Condé bloqueó a París. Mazarino fue aplaudido como
restaurador de la paz; el desorden hizo desear el despotismo, y lo ejerció
Luis XIV. |
Mazarino |
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La Fronda |
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1652 |
Luis XIV |
Este, de pronto, humilló al Parlamento, y destruyó las libertades
políticas y municipales. En la paz de Westfalia apareció como
conciliador de los intereses europeos, con lo cual tuvo un pretexto para
intervenir en los negocios de Alemania. Continuó la guerra con la
España, y en la batalla de Rocroy destrozó a la acreditada infantería
española; pero durante la Fronda perdió a Barcelona, a Casal de
Monferrato, y a Dunkerque. Recuperada esta última por los Franceses,
fue entregada a Inglaterra. Las victorias se debían principalmente al
mariscal de Turena, que compartió con el príncipe de Condé la gloria de
realizar grandes hechos de armas con pequeños ejércitos. Finalmente se
concluyó con España la paz de los Pirineos, que dio a la Francia una
frontera de fácil defensa y el primer grado en Europa. |
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El cardenal Mazarino, árbitro de los consejos de Luis XIV, demostró
que las relaciones entre los Estados son independientes de la religión y de
la forma de gobierno. Murió a los 59 años, habiendo acumulado más de
cien millones. Dejó al Papa 70 mil liras para la guerra contra los Turcos,
y al rey diez y ocho diamantes llamados los Mazarinos, cuadros, tapices y
su magnífica biblioteca. |
1661 |
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Luis lo lloró, y ya no tuvo ningún ministro general; se daba trazas de
hacerlo todo por sí, y de hacerlo despóticamente hasta decir: «El Estado
soy yo». Pudo gobernar fácilmente de este modo, porque el país estaba
abatido por las guerras civiles; ejerció su despotismo sobre el parlamento,
sobre la nobleza, sobre el clero, sobre la literatura, que llegó entonces a
su apogeo, sin ningún mérito por parte del rey. La hacienda fue
organizada por Juan Bautista Colbert (1619-82), que dio impulso a todos
los elementos de la prosperidad nacional, exigió severa probidad en la
administración, comprendió que el mejor medio de elevar la fortuna
pública era aumentar la privada, y fue por esto contrario al gravamen de
los impuestos. Dio nombre al Colbertismo, sistema de economía que
favorece las manufacturas interiores excluyendo las exteriores,
considerando el dinero como riqueza, y teniendo por útil exportar mucho
e importar poco. Para esto se necesita el despotismo y una sobrada
ingerencia del Gobierno. En tanto aumentó prodigiosamente la industria
francesa; a la Academia fundada por Richelieu se añadió la de Bellas
Artes, la de Inscripciones y la de Ciencias. Organizáronse los correos; se
reformaron las leyes, dándoles el carácter de generalidad; se introdujo la
Policía, y se prohibió severamente el duelo. |
Colbert |
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Con sus miras económicas, Colbert se hallaba siempre en pugna con
las espléndidas de Luis, magnífico en todo, y con los gastos de la guerra.
A ésta era inclinado Luis por su ministro Louvois, que impulsaba la
Francia a trocarse en conquistadora, diciendo que «Engrandecerse es la
más digna y grata ocupación de un soberano». Había cambiado la táctica
durante la guerra de los Treinta Años. Condé y Turena habían hecho
creer en la superioridad de los Franceses; Vauban, excelente en la
economía y en la estrategia, perfeccionó el sistema de las fortalezas,
como hicieron con las escuadras Bernardo Renau y Juan Bart. Alentado
por tales incrementos, Luis hizo muchísimas guerras, contra España,
contra el Papa, contra Holanda y contra Génova. Dos naciones le hacían
sombra, España que era su enemiga por herencia y parte de cuyo
territorio quería usurpar, y Holanda a la que deseaba igualar en el mar.
Cuando murió Felipe IV reclamó parte de los bienes de aquel a nombre
de su mujer María Teresa. Viendo rechazadas sus pretensiones, se
obstinó en conquistar los Países Bajos y humillar a Holanda. La guerra
fue larga, inhumana, desastrosa para el comercio de esta activísima
nación; los Franceses la hicieron con salvaje ferocidad por mar y por
tierra; combatieron los grandes generales Turena, Montecuccoli, Bart y
Duquesne, hasta que con la paz de Nimega la Francia cedió a la Holanda
todas las conquistas hechas, tuvo de España el Franco Condado y muchas
plazas de Flandes, y del emperador adquirió a Friburgo. Fueron mejor
determinadas las fronteras del reino, provistas de colosales fortalezas,
principalmente Estrasburgo. Para interponer el desierto entre la Francia y
sus enemigos Luis XIV hizo devastar el Palatinado, entregando a las
llamas floridos países y bellas ciudades a lo largo del Rin, y prohibiendo
sembrar en un trecho de cuatro leguas a cada lado del Mosa. |
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1679 |
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Muerto Colbert, que le contenía, Louvois impulsó a Luis XIV a
nuevas pretensiones y usurpaciones. Aprontada una escuadra e
inventadas las bombas, no solo se reprimió a los Berberiscos de Trípoli y
Argel, sino que también se bombardeó a Génova. Catinat y Luxemburgo
llevaban armas victoriosas por Italia y Alemania; la paz de Ryswick (458)
(1697) reconcilió a Francia, Inglaterra y Holanda, asegurando la
independencia de los pequeños Estados, amenazados antes por las
pretensiones de Luis XIV. |
1697 |
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Este fue llamado el Grande porque él mismo tenía y sabía inspirar a
los demás el concepto de la superioridad. Sus palabras y sus hechos eran
repetidos con admiración por la Europa, celebrados por los poetas y
gacetistas, con los cuales era en extremo dadivoso. Encontrose
casualmente en el momento más espléndido de la literatura francesa, y
los elogios tributados a ella se reflejaban en el rey, que en todas partes era
objeto de encomios y apoteosis. Construyéronse magníficos edificios;
floreció la industria; había frecuentes fiestas; la Corte era fastuosísima, y
modelo de finura y buen tono. El rey entendía poco y se cuidaba menos
de los negocios, pero tenía el arte de hacer ver que todo lo hacía él.
Rodeado de insignes prelados, practicaba las devociones; sin embargo se
abandonaba a voluptuosos amores (la Vallière, la Montespan, la
Maintenon), y su regla de conducta obedecía en todo al egoísmo de quien
se considera superior a los demás. |
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Admirole su siglo; los príncipes quisieron imitarlo; las costumbres se
modelaron según las de su Corte, como los trajes, las grandes pelucas y
los inmensos guardainfantes; pero en ninguna parte brilló aquel espíritu
de conversación vivaz, agudo y culto que fue el carácter de los Franceses,
y que aparece hasta en las cartas (la Sévigné), y en las memorias
(Saint-Simon, la Motteville). Aquella cultura cubría vicios, como el
juego, la disolución (la Longueville, la Ninon, la Mancini), la
superstición, y el crimen (la Brinvillière, la Voisin). |
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Durante la Liga, el púlpito se había convertido en tribuna de
declamaciones e invectivas, hasta el extremo de excitar a las armas. La
oratoria sagrada conservó luego el mal gusto que se desfogaba en
metáforas y chocarrerías. Mas surgieron pronto grandes oradores, que no
tuvieron rivales en los demás países. Mascaron, Flechier, Massillon,
Bourdaloue, Bossuet, Fénelon, además de predicar a la alta sociedad,
tomaron parte en las grandes controversias y contendieron entre sí por el
quietismo, doctrina según la cual creíase poder adquirir por intuición
verdades inaccesibles a la razón y a la dogmática, y en una quietud pasiva
permanecer superiores al pecado, aniquilando al hombre ante la Gracia.
Combatida por Bossuet, esta doctrina fue condenada por Roma, y
Fénelon se retractó públicamente de ella. |
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La Iglesia francesa había hecho siempre alarde de independencia
frente a la romana. Pero los reyes, soberanos absolutos, no querían ahora
hallar limitado su poder por los privilegios del clero, sino que deseaban
reducir la Iglesia a un ramo de la administración. Muchas obras se
publicaron a propósito de esto (Dupin) y fueron confutadas por Roma,
mayormente con ocasión de la regalía, es decir el derecho que pretendían
los reyes de Francia, de administrar los obispados y disfrutar de sus
rentas y derechos durante las vacantes. En 1652 se reunió el clero francés
y firmó la Declaración de la libertad galicana, en la cual se sentaban los
siguientes principios: 1º. La Iglesia recibió de Dios el poder sobre las
cosas espirituales, mas no sobre las civiles; 2º. El poder de la Santa Sede
sobre las cosas espirituales está limitado por los decretos del Concilio de
Constanza (cap. 165), a pesar de no estar aprobados; 3º. El ejercicio de la
autoridad apostólica debe estar siempre ajustado a las leyes y costumbres
del reino; 4º. El juicio del Papa no es irreformable, sino cuando
interviene el consentimiento de la Iglesia. |
Declaración de
1652 |
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Dedúcense de esto el placet y el exequátur, es decir que las bulas
papales no eran valederas sino después de ser aprobadas por el
parlamento. Luis ordenó que aquella Declaración fuese ley del Estado, y
no se pudiese enseñar lo contrario. Por último se pensó en la institución
de un patriarca francés, con lo cual se hubiera introducido un nuevo
cisma. Bossuet era campeón de la libertad galicana, pero distaba mucho
de quererse separar de la unidad. |
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Siendo Luis omnipotente en los asuntos religiosos, mal podía soportar
que en su reino, y en virtud del edicto de Nantes, los Protestantes
tuviesen su constitución propia, iglesias y fortalezas, y formasen un
verdadero Estado dentro del Estado. Por lo mismo, ordenó que los
Protestantes se convirtiesen, y con los misioneros mandó a sus dragones
para que prendiesen a los reacios; como resistiesen, se les sometió con las
armas, y por último fue revocado el edicto de Nantes. Los Hugonotes
emigraron a bandadas, con gran perjuicio para Francia, y con provecho
para Holanda e Inglaterra, pues los emigrantes eran laboriosos e
industriosos. Algunos Protestantes se refugiaron en las Cevenas,[sic]
donde se sostuvieron a mano armada, dando lugar a deplorables estragos. |
Revocación del
edicto de Nantes |
Jansenistas |
Otra cuestión importante había quedado por ventilar en el Concilio de
Trento, la de la naturaleza de la Gracia. El español Luis [de] Molina (459)
(1535-1601) y Cornelio Jansenio, holandés (1585-1638) dieron nombre a
dos doctrinas diferentes sobre dicha materia. Intervinieron luego
decisiones pontificias, y como los reprobados quisieron desviar el golpe,
la cuestión recayó sobre la autoridad del Papa, si es infalible de por sí o
solo con el Concilio, si éste le es superior; y además se discutió sobre lo
que el príncipe y el Estado pueden en los asuntos religiosos. |
1649 |
Cinco proposiciones del Augustinus de Jansenio fueron condenadas,
pero los Jansenistas, entre los cuales había franceses ilustres
(San-Cirano (460), Quesnel, Nicole, Sacy, Arnauld...) discutieron la
sentencia. Luis XIV quiso mezclarse en la contienda, hasta perseguir a
los disidentes. Estos atacaron con violentos escritos a los Jesuitas sus
adversarios (las Provinciales de Pascal), tachándoles de sobrado
indulgentes en absolver los pecados, y acusándoles de contribuir a las
debilidades humanas. La sociedad culta tomó parte en estas polémicas, y,
naturalmente, las embrolló. Se inventaron milagros; la bula Unigenitus
especificó las proposiciones erróneas, pero la confusión duró largo
tiempo. Puede decirse que fue éste el único campo abierto a la
controversia bajo el absolutismo de Luis XIV. |
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Los Protestantes se reían al ver divididos a los Católicos, cuyo
argumento principal consistía precisamente en su unidad de doctrina. En
tanto aquellos llevaban la libre interpretación hasta el punto de negar la
divinidad de Cristo, como Leclerc en Holanda, y los Socinianos en
Polonia. En Inglaterra Presbiterianos y Anglicanos interpretaban de
distinto modo la Escritura; discutíanse puntos supremos de creencia, y se
llegaba a una religión natural (Tallotson, Wilkins) y a la negación del
cristianismo (Locke, Hobbes, Spinoza (461)). De igual manera procedían en
Alemania, criticando las sagradas escrituras (Simon, Grocio); y algunos
de los Franceses emigrados por la revocación del edicto de Nantes,
mandaban a su patria escritos de atrevidísima crítica (Jurieu, Barnage,
Bayle). Si la intolerancia había producido innumerables víctimas en los
años anteriores, ahora a título de tolerancia se introducía la indiferencia,
que llevaba a confesar que todas las religiones son igualmente buenas, no
siendo más que diversos modos de expresar el sentimiento religioso. |
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Opusiéronse a la indiferencia los Católicos, con gran acierto,
mayormente Pascal, Huet y Bossuet. También algunos Protestantes
combatían por las verdades fundamentales, como hicieron Claude y el
gran Leibniz. Son memorables las tentativas de conciliación que se
hicieron, máxime por obra del genovés Cristóbal Spinola y de Bossuet
obispo de Meaux (1627-1704). |
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Aquel fue el siglo de oro de la literatura francesa. Malherbe había
empezado la reacción en la poesía, volviendo a la pureza y a la sencillez,
como Balzac (1594-1655) hizo con la prosa, aligerándola de la
ampulosidad española. Tanto Balzac como Voiture fueron los astros de la
sociedad Rambouillet, de donde salía la reputación de los escritores;
admirábase allí lo convencional, exagerado y gracioso, que marcó el tono
de la sociedad elegante. Chapelain (1595-1674) compuso un poema sobre
la Doncella de Orleans, el cual, después de haber sido largo tiempo
aguardado, y ensalzado luego, cayó pronto en el olvido. El gusto se
pronunció por las novelas, afectaciones de sentimientos y pedantesca
galantería, tales como la Astrea de Urfé, novela pastoril de 5500 páginas;
la Casandra, en doce volúmenes; y en diez cada una la Clelia y el Gran
Ciro, de la Scudery. Perrault, autor de los Cuentos de las hadas, tuvo
muchos secuaces. Bergerac sobresalió en el género fantástico como El
viaje a la luna y la Historia cómica del imperio del sol. Llegó por último
el Telémaco de Fénelon, verdadero poema en prosa. |
|
La sociedad Rambouillet fue útil a la lengua con querer que se
escribiese como en ella se hablaba. La Academia Francesa, fundada por
Richelieu, se ocupó especialmente en perfeccionar el idioma haciendo su
gramática y su diccionario, al estilo de la Crusca, pero sin ejemplos. De
este modo el francés se purgó de la escoria, adquirió unidad, fue una
lengua progresiva, clara y natural; tanto que se decía: lo que no es claro
no es francés. |
|
No por esto se habían descuidado las lenguas antiguas ni la crítica de
los clásicos. En Alemania, particularmente, se señalaron Scioppio,
Vossio y Lipsio. Los Jesuitas tuvieron muchos escritores latinos, tales
como Famiano Strada, y el padre Maffei. |
Periódicos |
Los periódicos eran el novísimo género de literatura. El 5 de enero de
1665, Dionisio de Sallo publicó el primer número del Journal des
Savans, que vive todavía, y que daba cuenta de las obras que se
imprimían. Siguiéronle, en Roma Il Giornale de' letterati (1668); en
Alemania Las Actas de Leipzig, en latín (1682); y en breve aumentaron y
adquirieron importancia las publicaciones periódicas. El culto que se
rendía a los antiguos produjo una polémica acalorada sobre quiénes eran
más dignos de encomio, los antiguos o los modernos; multiplicáronse
escritos en ambos sentidos, limitándose con sobrada frecuencia a la
forma y a las palabras. |
|
Además de Salmasio, Gronovio y Lefèvre, obtuvieron nombradía los
esposos Dacier, encomiadores y traductores de los clásicos. Luis XIV
mandó hacer ediciones de los clásicos, expurgadas y anotadas ad usum
Delphini. El culto a los antiguos contribuía a refinar la forma, si bien
perjudicaba a la originalidad. |
|
Sirviéronse del francés excelentes ingenios, favorecidos por la pasión
con que la Corte y la buena sociedad se dedicaban a los estudios. Las
fábulas de La Fontaine (1621-93) no tienen rival por su naturalidad
maliciosa. Boileau (1636-1711) fue dictador del Parnaso y distribuidor de
gloria o censura en las sátiras y en la didáctica de buen sentido, sin
grandeza. Saint-Évremond, La Rochefoucauld, La Bruyère, son
moralistas agudos y profundos. Las Memorias de Saint-Simon son un
modelo de este género, en que la Francia abunda. Fontenelle (1656-1757)
hizo los elogios de los académicos, escribió chispeantes diálogos, y pudo
decir: -Nací francés, viví cien años, y muero con el consuelo de no haber
ridiculizado en lo más mínimo la más pequeña virtud. |
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En otro capítulo hemos hablado de los grandes oradores y
controversistas sagrados. Gran fortuna fue para Francia la coincidencia
de que sus mejores escritores fuesen también sus mejores pensadores. |
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El teatro gustaba, pero no era común. Las compañías cómicas, aun en
Francia, eran de italianos, y cada teatro se limitaba a un género particular,
sin aparato escénico. Se preferían las farsas italianas, especie de
comedias en que el autor no trazaba más que el argumento, y los actores
improvisaban los parlamentos y los diálogos. |
|
Algunos autores imitaron a los antiguos, con más o menos acierto,
hasta que Pedro Corneille (1606-84) hizo dar un gran paso al teatro con
el Cid y otras tragedias de más vigor y elevación de ideas que perfección.
En cambio Racine (1639-99) las hizo graciosas, exquisitas, y trató con
éxito los asuntos bíblicos (Ester, Atalia). Siguiéronles de lejos Rotrou y
Crébillon. |
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La comedia fue llevada a la perfección por Molière (1622-73) que
tomó mucho de las italianas, pero que dio a las obras unidad, interés,
carácter, lenguaje familiar y culto, y situaciones oportunas. Siguieron
Regnard, Quinault, y otros de mérito inferior. |
|
Los barones ingleses obedecían al rey como jefe del ejército
conquistador, y las leyes eran un acuerdo entre él y sus pares, sin
contemplación alguna hacia los conquistados. La Magna Carta trataba de
los nobles solamente. El pueblo era solo convocado para que dijese
cuánto podía pagar; sin embargo, esto bastó para que poco a poco
adquiriese representación y derechos; así se llegó a dar a Inglaterra una
constitución histórica, donde están en acuerdo el rey, representante de la
unidad; una aristocracia hábil en los negocios, y los Comunes
industriosos y ricos. Del derecho divino impenetrable se pasaba, pues, a
un derecho humano discutible, y pronto chocaron el rey y los Comunes.
Pero Enrique VIII, uniendo el poder eclesiástico al poder real, mató como
impíos a los que le negaban obediencia. Luego Isabel, con más tacto,
consolidó la prerrogativa monárquica, exigiendo la misma obediencia
que se debe a Dios. |
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De igual autoridad pretendieron hallarse investidos los Estuardos que
le sucedieron en el trono. Jacobo I, hijo de María Estuardo, a ejemplo de
Enrique e Isabel, proclamó dogmas absolutísimos. Repugnaba a los reyes
la libertad introducida por la Reforma, que bajo el manto religioso
realzaba la libertad política, mientras que los Comunes, cuya riqueza
había aumentado por el comercio, prevalecían sobre los propietarios de
las tierras. Conquistadores y conquistados venían a confundirse en la
nueva división de Católicos y Reformados, de Realistas y Liberales.
Jacobo I fue asesinado, y el trono pasó a Carlos I, que tenía los instintos
despóticos de su casa, y era inclinado al catolicismo por su mujer
Enriqueta de Francia. En tanto la Reforma se extendía, y de su seno nació
la secta de los Puritanos o Santos, inflexibles consigo mismos y con los
demás, que interpretaban la Escritura en el sentido más riguroso,
aniquilándose en presencia de Dios para ser inexorables con los hombres;
sumamente fanáticos, no reparaban en los medios para llegar al fin que
creían inspirado por Dios. Este rigor de ideas y su odio al papado les
hacía poderosos entre el pueblo y en el Parlamento, que entonces realizó
actos de importancia; efectivamente, aunque concedió cinco subsidios,
formuló antes una Petición de derechos de las garantías ofrecidas por la
Constitución, y a las cuales quería que se sometiese la monarquía. El rey
no estaba dispuesto a ceder, y se apoyaba en Buckingham (462), en
Strafford (463), en Land y en la reina; pero las libertades religiosas servían
de pretexto para la reclamación de las políticas. En Escocia los
Presbiterianos luchaban con el rey, por igual motivo; se sublevaron
contra los Episcopales y formaron una confederación (Covenant)
obligándose a defender la religión, la libertad y las leyes, y se concluyó
con la abolición del episcopado. Pronto estalló la guerra civil: fue
procesado Strafford, y Carlos tuvo que firmar su sentencia de muerte, con
la cual perdió toda su autoridad. |
Carlos I |
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1641 |
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La Irlanda se había mantenido católica, y entonces empezaron en ella
terribles persecuciones; irritados de ellas, los Irlandeses se sublevaron y
fueron víctimas de una espantosa matanza. Carlos se envilecía cada vez
más. La Escocia se fundió con Inglaterra. Formose una nueva secta de los
Independientes, cuya doctrina sentaba que todo cristiano reciba con el
bautismo el sacerdocio; la libertad de conciencia era aplicada a todas las
creencias, excepto a la católica, y de ahí se pasaba a querer la igualdad de
grados y de fortuna; su única ley era la Biblia, interpretada según el
criterio de cada cual. |
1643 |
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Cromwell |
Creció entre estos Oliverio Cromwell, que excitó el entusiasmo con la
exageración; púsose al frente de un regimiento de Hermanos rojos, que
rechazaban toda moderación, convencidos de que combatían por
inspiración divina. Hicieron presentar un bill de abnegación, por el cual
los miembros de las dos cámaras se declaraban excluidos de casi todas
las funciones civiles y militares. Todo el poder pasaba de este modo, a
los sectarios. El rey tomó las armas, fue derrotado y se refugió entre los
Escoceses que lo tuvieron prisionero. Triunfan los Presbiterianos; y
habiendo cesado la lucha entre el ejército y el Parlamento, Cromwell se
hace dueño del Parlamento y del rey, el cual es procesado y condenado a
muerte. |
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1648 |
1649 |
Entonces se proclama la república; se hace la guerra a los católicos de
Irlanda con armas y procesos; se da la muerte a unos, y se confina a los
demás a una sola provincia, matándoles si huyen, y su esclavitud se ha
continuado hasta nuestros días. La Escocia es unida a la república
inglesa. Cromwell, orgulloso del éxito, se titula protector de la república,
elige el Parlamento, gobierna despóticamente con frases bíblicas, y se
impone a la Europa con la grandeza marítima que da a Inglaterra. |
20 de enero |
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1658 |
A su muerte le dan por sucesor a su hijo Ricardo, hombre retraído, sin
experiencia en los negocios ni valor guerrero; trata de hacerse popular y
se hace despreciable; de aquí que los soldados se abroguen el poder y le
hagan abdicar. Monk, como defensor de las antiguas libertades, con el
ejército se apodera de Londres, convoca al Parlamento y hace llamar a
Carlos II, que es proclamado como restaurador del antiguo gobierno
nacional. Pero éste quiere ser déspota como sus abuelos, sin tener
bastante fuerza para ejercer la tiranía, y recurre a la arbitrariedad, en tanto
que se abandona a los placeres y a los vicios. Se inclina hacia los
católicos, pero sin vigor; en Irlanda toma parte en el despojo de ellos. A
las muchas sectas ya existentes se añadió la de los Cuáqueros, o
tembladores ante la palabra de Dios; fanáticos benévolos que no querían
guerra, ni gastos de cultos, ni distinciones de grados, ni juramento;
negaban acatamiento a los magistrados, llamando de tú a los dignatarios,
y sin querer quitarse el sombrero delante de nadie. Jorge Fox fundó la
secta, en la cual se hizo célebre Guillermo Penn (1644-1718), quien
habiendo comprado el país americano del Delaware, fundó en él la
Pensilvania, con un sabio Código basado en la ilimitada libertad religiosa
y la seguridad contra todo poder arbitrario, sin juramentos, ni soldados, ni
iglesia dominante. |
Carlos II |
Cuáqueros |
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Entre tantos disturbios, mal podía gobernar con éxito el frívolo
Carlos, que declaró la guerra a Holanda por ultrajes inferidos a los
Ingleses en África y en las Indias. La victoria de Dunkerque inmortalizó a
los almirantes Ruyter y Tromp. |
1666 |
1666 |
Estalló en Londres un terrible incendio, que fue atribuido a los
católicos, los cuales sufrieron muchos suplicios y una obstinada
persecución; también se proyectó excluir de la sucesión al duque de York
que los favorecía. Los oficiales y el mismo rey se obligaban a jurar el
test, profesión de fe política y religiosa. Se proclamó el Habeas Corpus,
tercera ley fundamental en virtud de la cual es castigado cualquier
funcionario público que no presente al preso la orden y los motivos de la
prisión, o no lo conduzca al juez dentro del término de veinticuatro horas.
Entonces se principiaron a oír los nombres de Whig y Tory (innovadores
y conservadores). Todo era exacerbado por la prensa libre. |
1685 |
York subió al trono con el nombre de Jacobo II, aunque era católico, y
se hizo amar. Pero luego, apoyado por Luis XIV, trató de ampliar la
prerrogativa real. |
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Guillermo de
Orange |
Guillermo, príncipe de Orange, nacido de la familia de Carlos I, y
yerno de Jacobo II, se había mezclado siempre en las contiendas inglesas.
En aquella época se hizo abiertamente protector de los protestantes; se
proveyó de dinero y de tropa, y se dirigió a Inglaterra para conseguir que
hubiese un Parlamento libre y legítimo, para restablecer las leyes y los
magistrados antiguos, y para asegurar la Religión. Jacobo fue declarado
desposeído, y excluidos para siempre del trono los católicos. Al mismo
tiempo fue proclamada la declaración de los derechos como ley
fundamental. |
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1688 |
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Quedaba, pues, reformado el gobierno, sustraída la justicia al rey,
establecida aquella Constitución que dura todavía a través de tantas
revoluciones europeas. |
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Muchos fueron fieles al rey caído, y perseguidos con el nombre de
Jacobitas. Se confirmaron las usurpaciones en Irlanda, donde Jacobo
desembarcó, pero fue derrotado en la batalla de Boyne. Los Orangistas
ejercieron en la isla una persecución pacífica contra los católicos,
prohibiéndoles toda publicidad de cultos, obligándoles a trabajar en días
festivos, poniendo la industria en manos de corporaciones protestantes
privilegiadas. Los católicos tenían que ceder su mejor caballo por cinco
libras esterlinas, no podían casarse con mujeres protestantes ni heredar
bienes de protestantes; ninguno podía entrar en la Cámara sin haber
abjurado de la Iglesia romana; no tenían más escuelas que las
protestantes, y habían de sufrir las injurias de los más fuertes y de la
prensa. De aquí la miseria y la agitación de la Irlanda. |
|
Guillermo III resistió siempre a Luis XIV en Holanda y en Inglaterra;
era hábil en la guerra y en los negocios, pero no sabía hacerse querer, lo
cual redundó en beneficio de la libertad, pues el Parlamento se
acostumbraba a negar al rey lo que le hubiera concedido en caso
contrario. Los Whigs, que lo habían elevado al trono como un medio de
pasar a la república, pretendían restringir cada vez más sus facultades,
por lo cual tuvo que entregarse a los Tories (464), sus adversarios, e iba con
frecuencia a consolarse de tantas contrariedades en medio de sus
Holandeses. |
|
Ana, su cuñada y sucesora, nombró generalísimo y almirante a su
marido Jorge de Dinamarca; pero el verdadero señor fue Marlborough,
famoso por sus victorias sobre los Franceses y los Españoles en las
batallas de Schellemberg y Höchstädt, y por la toma de Gibraltar. Gran
protector de los Tories, halló medio de unirse a los Whigs y contrariar a
la reina, la cual enviudó, vio reanudada la paz con la Francia, en virtud
del tratado de Utrecht, y pudo emanciparse de Marlborough y de los
Whigs. |
1702 |
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Guillermo no había dejado hijos varones; los diez y siete hijos de Ana
murieron; la única descendiente de Jacobo I que quedaba, era Sofía,
viuda del primer elector de Hannover, y el Parlamento la reconoció por
heredera con sus descendientes no católicos, rodeando la prerrogativa
real de nuevas restricciones. A la muerte de Ana, la buena reina, fue
proclamado Jorge I de aquella casa. Bajo el reinado de Ana, la Inglaterra
se había hecho señora de los mares y de la diplomacia; conquistó a
Gibraltar y Menorca, adquirió el comercio exclusivo de Portugal y la
trata de negros por treinta años. Entonces comenzó una deuda pública,
con empréstitos no pagaderos, cuyos intereses pagaba el Estado.
Empezaron los juegos de Bolsa; luego se fundó el Banco de Inglaterra,
que recibe y paga las anualidades y rentas del Estado, y pone en
circulación los bonos del Tesoro, garantizándolos. La compañía de las
Indias Orientales dio principio a su grandeza. La Escocia se fundió con
Inglaterra, formándose el Reino Unido de la Gran Bretaña, con un solo
Parlamento, aunque con la condición de que el presbiterianismo seria el
único gobierno de la Iglesia Escocesa. |
Casa de Hannover |
1714 |
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En medio de tan graves trastornos, prosperaron la filosofía y la
literatura en Inglaterra. La sociedad real dio incremento a las ciencias
experimentales. Boyle, Napier, Harvey, Wren, Wallis, Barrow y otros,
cultivaron parcialmente el campo que por completo abarcó Newton.
Milton (1608-74) (465), después de haberse dedicado a varios géneros de
poesía y a la prosa en sentido democrático, cantó el Paraíso Perdido,
disponiendo admirablemente su asunto, y dándole colorido con lo mejor
que le ofrecían sus predecesores y la Biblia; en el lenguaje, tratado con
gran libertad, hizo prevalecer el elemento latino sobre el sajón, y supo
sugerir al lector más de lo que él expresa. El mérito de este autor no fue
conocido hasta muy tarde; por esto obtuvo menos aplausos que Waller,
poeta de fácil elocuencia, y que las sátiras del conde de Rochester;
Dryden (1631-1701), satírico, descriptivo, didáctico, lírico, narrador,
crítico, traductor y dramático, se atuvo, según la moda, a las imitaciones
francesas, sin dejar de ser original, con su expresión familiar y fluidez de
estilo. |
|
Compusieron buenas tragedias Johnson, Otway y Rowe. Congreve
hacía comedias al estilo de Molière, y en general la corrección de forma
suplía la falta de genio. Todos leyeron los Viajes de Gulliver de Swift
(1667-1745), llenos de alusiones maliciosas, y el Robison Crusoe de
Daniel De Foe (1663-1731), cuya sencillez contrastaba con la
ampulosidad de las novelas francesas. Prevalecía la literatura política y
periodística. El Espectador, de Addison, se convirtió (466) en una potencia,
y éste fue el primero que llegó a ministro por el periódico. Pope
(1688-1744) fue considerado como el primer poeta inglés, por la
perfección artística de sus obras. |
|
La Oceana, de Jacobo Harrington, es una alegoría política en la que
admira la república de Venecia, y sienta que «la bondad y duración de
una Constitución dependen del equilibrio de las fortunas de los súbditos,
cualquiera que sea el gobierno». Filmer contrarió a los republicanos,
siendo refutado por Algernon Sidney. Tomás Hobbes de Malmesbury,
(1588-1679), en el Leviathan supone que Dios, para probar a Job su
poder, le hizo ver a Behemot y Leviatán (467), monstruos fantásticos; en el
segundo personifica al Estado, animal enorme, creado por los ardides del
arte, y que ha de quitar la libertad a cada uno en particular, ya que los
hombres son naturalmente enemigos entre sí, lo mismo que las naciones;
así es que se necesita fuerza y fiereza para conservar el orden material, y
los gobiernos lo pueden todo, hasta cambiar la religión. |
|
El obispo Cumberland, en cambio, predicaba la ley moral, que
consiste en buscar el bien común de todos los agentes racionales, en vista
del bien de nosotros mismos; con la escuela utilitaria confutaba el
egoísmo de Hobbes. La libertad, hollada por éste, tuvo por reparador a
Locke, quien distingue la autoridad paterna del gobierno político, y
supone un estado de naturalidad en que todos los seres son iguales; y la
sumisión no puede proceder sino del consentimiento, al menos tácito, de
todos, para gozar con seguridad de los bienes. Eran teorías imperfectas,
pero basadas en el amor al hombre y a la humanidad. Predicó también la
tolerancia, a la cual creyó llegar con una nueva secta (Cristianismo
racional); reducía los dogmas a la mínima expresión, de modo que cada
cual podía o no creer lo que halla en el Evangelio. Era un síntoma del
deísmo que se introducía y que fue predicado por Herbert, por Blount,
por Toland y por Bury, y preparó a los enciclopedistas de Francia. |
Locke |
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|
|
La paz de Westfalia ponía término a una guerra que en treinta años
había destruido dos terceras partes de la población; Alemania dejó de ser
la primera nación de Europa y no progresó al mismo paso que los demás.
El predominio de los emperadores cesaba ante la independencia de
muchos tratados, garantizada por Francia y Suecia. El imperio
comprendía más de 350 soberanías de distinta especie y grandeza, que
podían aliarse entre sí y con el extranjero. Las ciudades imperiales
perdían su antiguo esplendor. Los principados eclesiásticos hacían llamar
al Rin la calle de los Clérigos. El ejército, de 40 mil hombres, había de
tener un general católico y otro protestante. Los príncipes, orgullosos de
su independencia, querían darse importancia e imitar al rey francés,
abrumando con impuestos a sus súbditos. |
|
El emperador se hallaba reducido a tenues prerrogativas, y no podía
ejercer los verdaderos derechos soberanos sino de acuerdo con los
Estados, que débiles o fuertes, tenían asiento en la Dieta, dividida en tres
colegios: de electores, príncipes y ciudades, cada uno con asambleas
distintas, pero las discusiones eternizaban las causas. |
|
Muchas iglesias servían alternativamente para los dos cultos
tolerados, entre los cuales surgieron otras sectas, como la de los
Hermanos Moravos, los cuales, habiendo salido de Bohemia y
permanecido largo tiempo ocultos, se alzaron con Zinzendorf,
proclamando la fraternidad y la sencillez, teniendo por único dogma la
redención. |
1721 |
Alemania tuvo grandes pensadores, como Kepler, que determinó las
leyes de la naturaleza; Otto de Guerrik (468), que halló el vacío, Hervetius y
Stalh, matemáticos y químicos; los eruditos Goldast, Conring, Schilter y
Moldof; los filósofos Grocio, Leibniz, Wolf y Tommasio (469). Faltaban
poetas; pues la poesía, como la literatura ingenua, había perecido en las
luchas religiosas. Únicamente se puede citar a Opitz (1597-1639), que
fijó el estilo práctico y la prosodia. |
1657 |
La casa de Austria no podía ya dominar, teniendo a su lado otras de
igual poder, particularmente la de Brandeburgo. Muerto Fernando III,
quince meses y medio estuvo vacante el imperio, pues lo pretendía Luis
XIV. Por último fue elegido Leopoldo de Austria, rey de Hungría, con la
obligación de restituir el Monferrato a la Saboya y no reconocer a los
Españoles contra la Francia, la cual se alió con todos los príncipes,
halagándoles con títulos, pensiones y embajadas, siempre en detrimento
del Austria. Leopoldo, aunque débil, ayudó a Alemania a levantarse, y
con el apoyo del príncipe Eugenio de Saboya y del modenés
Montecuccoli, pudo hacer frente a Luis XIX. |
1595 |
Selim II, sucesor del gran Solimán, sufrió la derrota de Lepanto, con la
cual cesó la preponderancia marítima de la Turquía y la opinión de que
ésta era conquistadora irremediable. Los sucesores de Selim estuvieron
encerrados en sus serrallos, más bien que al frente de sus ejércitos. De los
102 hijos de Amurates III, vivían 47 cuando él murió; y su sucesor
Mahomet III hizo estrangular a 19 y echar al mar 10 mujeres encintas (470).
El estandarte del profeta, que se había conservado en Damasco primero, y
en Constantinopla después, fue desplegado contra la Hungría, aunque sin
efecto; sin embargo continuaban las correrías, y para reprimirlas se fundó
a Carlstadt. |
1795 |
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|
Redundaban en provecho de Turquía las discordias civiles de la
Hungría y la repugnancia de los príncipes alemanes a dar soldados y
dinero al emperador. Pero en la paz de Situatorok (471), la Hungría trató de
igual a igual con los Turcos, y su embajador entró en Constantinopla a son
de música y con bandera desplegada, sobre la cual había un águila y un
crucifijo. Las intrigas de serrallo y los trastornos de los jenízaros llenan la
historia del Imperio Otomano, en la cual lo que más sobresale es la
ferocidad de los sultanes. Dícese que Amurates IV hizo 100 mil víctimas. |
|
De las provincias que poco a poco habían ido ocupando los
Musulmanes, se refugiaron algunos prófugos en Clissa de Dalmacia, con
el nombre de Uskoki, es decir desertores, y de allí infestaban las tierras de
los Turcos, y también las de Cristianos. |
|
Los católicos del Líbano conservaban, con el nombre de Maronitas, la
independencia civil y religiosa, bajo el mando de un patriarca, y de
acuerdo con los Drusos, aunque de religión diferente. Fakr-eddyn, dueño
de gran parte de la Siria, pudo hacer frente al gran señor; pasó a Italia y
ofreció su Estado a los príncipes cristianos; ayudáronle a sostenerse
Toscana y Nápoles, pero habiendo ido a Constantinopla para procurar un
acuerdo, fue asesinado. Sus descendientes conservaron el dominio, como
aún duran en Italia las colonias fundadas por ellos. |
1613 |
Koproli |
Bajo Mahomet II (472), el gran visir Mehmet Koproli (473) sacó al imperio de
aquel débil y cruel gobierno de mujeres, dio muerte a los jefes de facción,
ahorcó al patriarca, y se dice que en cinco años hizo morir a 36 mil
personas. Estas son las reformas de Turquía. Alcanzó sangrientas victorias
sobre los Rusos y los Húngaros. Estalló con Venecia la guerra de Candía,
cuyo sitio fue memorable por las brillantes acciones de las flotas
venecianas y por las intrigas de las Cortes europeas, en las cuales apareció
Luis XIV aliado con la Puerta. En San Gotardo, Montecuccoli obtuvo
contra Koproli (474) la más insigne victoria; pero no siendo sostenido, tuvo
que hacer la paz. Koproli llevó entonces mayores fuerzas al tercer sitio de
Candía, donde en el espacio de veintiocho meses los Venecianos
perdieron 30905 hombres, y los Turcos 118754; a pesar del valor del
intrépido Morosini, se tuvo que ceder la plaza. |
|
Guerra de
Candía |
1644 |
1664 |
1669 |
1676 |
Koproli pasa el Danubio, impone vergonzosos pactos a la Polonia;
Juan Sobieski anima a los suyos, y en la paz que se concierta queda
suprimido el tributo que se pagaba a la Turquía. |
|
Muerto Koproli, su yerno Kara Mustafá llevó la guerra a los Rusos, no
temidos aún, y de allí se volvió contra el Austria, instigado por los
Húngaros; sitió a Viena, y seguramente la hubiera tomado si Sobieski no
hubiese acudido con los Polacos. Luis XIV, que había fomentado aquella
guerra, y esperaba que, vencida el Austria, podría ser nombrado
emperador, sintió la liberación y los nuevos triunfos de Sobieski. Buda,
que había permanecido ciento cuarenta y cinco años en poder de los
Turcos, fue recuperada lo mismo que Belgrado. Los cristianos obtuvieron
una nueva victoria en Mohacz, y tan desastrosos acontecimientos causaron
la ruina de Kara Mustafá y de Mahomet. |
Sobieski |
1683 |
|
|
1687 |
|
|
Su hermano Solimán II dio el sello a Mustafá Koproli, que restauró la
disciplina y la hacienda, y después de haber reunido un formidable
ejército, empezó la guerra de Morea. Aquí aparece Eugenio de Saboya,
que alcanzó en Zante una victoria con la pérdida de 25 mil Turcos y 17
bajaes, y continuó venciendo a pesar de los obstáculos del Consejo áulico. |
1697 |
|
Los Venecianos, mal sostenidos por las potencias, habían tenido que
usar de muchos miramientos con los Turcos; pero apenas se hallaron éstos
en lucha con el Austria y la Polonia, atacaron ellos la Morea, y Morosini
fue el Sobieski del Archipiélago; se apoderó de Nápoles, Navarino y
Atenas, y fue aclamado Peloponesiaco. La paz de Carlowitz, firmada por
los Turcos, el emperador, la Polonia, la Rusia y Venecia, puso fin al
humillante tributo que pagaban la Transilvania y Zante. La Turquía,
cediendo la Hungría, la Transilvania, la Ucrania, la Dalmacia y la Morea,
quedó limitada por el Dniéper, el Saya y el Unna. El Austria adquirió la
Esclavonia, la Transilvania y quince condados de la Hungría. La Polonia
recibió el Kaminiech con la Podolia y la Ucrania del lado de acá del
Dniéper. A la Rusia se cedió Azov. Venecia conservó la Morea,
abandonando la tierra firme y las islas del Archipiélago. |
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Morosini |
1688 |
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Carlowitz |
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Ragusa |
Ragusa, república que se había salvado poniéndose bajo la protección
de Turquía, y gobernado con sus nobles, permaneciole adicta. La Turquía
dejó de ser temible; aceptó y envió embajadores con los presentes de
costumbre, y pronto tuvo que combatir con la Rusia, con la cual se alió
después para repartirse la Persia. |
Persia |
La Persia era gobernada por débiles emperadores; cada nuevo
gobernante estrangulaba a sus hermanos, y luego se enervaba con el opio y
las mujeres. Amurates III pensó someter a la Persia, pero la reanimó
Abbas Mirza, el cual, enardecido por las ideas religiosas, extendió sus
conquistas y las conservó en la paz; trasladó a Isfahan la sede del imperio;
obligó a los Persas a venerar a los imanes y a no hablar mal de Aisha la
Casta, y acrecentó la gloria de Alí. Alzó pirámides de cabezas de rebeldes;
fue amigo del emperador de Delhi (475); protegió las factorías inglesas,
francesas y holandesas; destruyó a Ormuz, y las embajadas que mandó a
Europa propagaron la fama de las riquezas del país. |