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121

Aquí no se toma la continencia por la castidad, que hace que el hombre se abstenga de toda delectación venérea, sino más generalmente por aquella virtud que es, según Santo Tomás (2.ª, 2.ª, q. 155, a. 1 c.), por la cual resiste el hombre a todos los deseos malos y desordenados. Lo cual todavía no es virtud perfecta, sino como un principio e incoación de las virtudes, y por eso es propia de los que comienzan a servir a Dios.

 

122

San Agustín refiere en el libro De dono perseverantiae que leyendo en Roma un obispo en presencia de Pelagio estas mismas palabras de San Agustín: Da quod jubes, et jube quod vis, y admirándolas como un excelente modo de pedir a Dios, Pelagio se alteró tanto contra el obispo, que estuvo cerca de perderle el respeto. Pero ello es cierto que contienen un método fácil, pronto, sólido y cristiano de hacer oración a Dios en cualquiera dificultad que hallemos en la observancia de la ley diciendo con humildad y fervor: Dadme, Señor, lo que me mandáis y mandadme lo que queréis. Porque hemos de estar en que nosotros somos suficientes por nosotros mismos para lo malo, pero para lo bueno y para cumplir los preceptos de Dios, no somos suficientes por nosotros mismos sin la gracia de Dios que lo intima. Así como puede cualquiera cerrar sus ojos cuando quiere y dejar de ver; pero aun con ellos abiertos no podrá ver si no le ayuda y le acompaña la luz, como dice el mismo Santo doctor en el libro De gestis Pelagii.

 

123

Da motivo a esta versión el leer aquí San Agustín Cum absorpta fuerit mors in victoriam, y no en el sexto caso in victoria, conforme a la Vulgata.

 

124

Esto es lo que propiamente significa la voz crapula en este pasaje de San Agustín, y en el de San Lucas, cap. XXI, 34, a que alude el Santo. Y deba distinguirse entre lo que es ebrietas y lo que es crapula, como el Santo las distingue, diciendo: que la primera está lejos de él, y pide a Dios que no se le acerque; la segunda está cerca, y pide a Dios que se la retire, aleje y aparte de él.

 

125

Solamente a San Agustín se debe esta noticia que nos da del grande Atanasio, obispo de Alejandría, y que prueba la pureza grande de intención que deseaba aquel Santo que tuviesen los que asistían a los divinos oficios en la iglesia.

 

126

Para que Jacob bendijese a sus dos nietos Manasés y Efraím, hijos de José, los puso éste de modo que Manasés, que era el mayor, quedase a la derecha de Jacob, y Efraím, que era el menor, a la izquierda. Pero Jacob, cruzando las manos, puso su derecha sobre Efraím y la izquierda sobre Manasés, no obstante que José, padre de ambos, le advertía lo contrario. Esto fue porque Jacob, ilustrado con la luz de profecía, vio que el menor debía ser antepuesto y preferido al mayor, según la voluntad de Dios.

 

127

Hace alusión al himno de San Ambrosio que comienza así: Deus creator omnium, que se cantaba al acabarse la luz del día y a la entrada de la noche. También cita este verso en el cap. XXVII del libro X*, y refiere las dos primeras estrofas del mismo himno en el cap. XII del libro IX.

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* [«libro XI» en el original (N. del E.)]

 

128

San Agustín entiende por concupiscencia de los ojos la curiosidad, o el excesivo y desordenado deseo de ver y conocer cualesquier cosas, y claramente explica cómo la concupiscencia de la carne, que comprende todos los deleites de los sentidos, se distinga de esta otra concupiscencia o curiosidad, que no solamente apetece conocer y experimentar las cosas suaves y hermosas, sino también las cosas feas, ásperas y horrendas. También Santo Tomás (1.ª, 2.ª, q. 77, a. 5) dice que se entiende por esta concupiscencia, ya el deseo de un saber y conocer desordenado, ya el deseo de las mismas cosas que exteriormente se proponen a la vista.

 

129

Alude primeramente al texto de Isaías, que dice de Luzbel que intentó poner su trono a los lados del Aquilón, y como éste es el aire que hay más frío entre todos, porque viene del Septentrión, por donde nunca anda el sol ni puede andar (sino en la fábula de Faetón), allí todo es oscuridad y frío, y así metafóricamente significa el reino de las tinieblas y a su príncipe el demonio; y por eso dice aquí con hermosa alegoría San Agustín, que los soberbios que siguen al demonio en el Aquilón, están sin luz de fe en el entendimiento, y sin calor de caridad en la voluntad, pues ni hay luz ni calor en el Aquilón o Septentrión.

 

130

Siguiendo el ejemplo y fundamentos del padre J. M. de la Congregación de San Mauro, de los caps. XXXVII y XXXVIII, de otras ediciones, hemos formado uno solo, porque así lo pide la conexión de la materia.