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Nació en 13 de noviembre del año 354.
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Los antiguos, según dice San Isidoro (lib. II, Oríg. cap. 2), dividían la vida del hombre en seis edades, esto es, en infancia, puericia, adolescencia, juventud, varonía o gravedad y vejez. La infancia comprendía los siete primeros años desde que nace el hombre y la puericia los siete siguientes. La adolescencia comprendía otros catorce años y se extendía hasta los veintiocho. La juventud se concluía a los cincuenta años. La varonía o gravedad (que es la edad media entre juventud y vejez) duraba hasta los sesenta años. Y últimamente la vejez, que no tiene más término que la muerte.
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Es doctrina del santo doctor, y la repite muchas veces, que de los mismos pecados de los hombres se suele Dios servir, ya para castigo de otros antecedentes, ya para humillar a los soberbios, ya para otros fines de su ocultísima y justísima Providencia. Así, en el capítulo XII de este mismo libro, dice el Santo: Tu vero... errore omnium utebaris ad utilitatem meam: meo autem (scit. utebaris ad poenam meam). Ita de non bene facientibus tu bene faciebas mihi. Jussisti enim, et sic est, ut poena sua sibi sit omnis inordinatus animus: pero del error que cometían todos aquellos, os servíais para mi provecho y del que yo cometía..., os valíais para mi castigo. Así, Señor, de los que no hacían bien, hacíais bien para mí: y de mi mismo pecado formabais justamente mi castigo. Porque Vos habéis dispuesto (y se cumple puntualmente la orden) que todo corazón desordenado sea verdugo de sí mismo.
También en el libro II de La Ciudad de Dios, cap. 17, dice el Santo: Deus sicut naturarum bonarum optimus Creator est, ita malarum voluntatum justissimus ordinator: así como Dios es óptimo Criador de todas las cosas buenas, así es también justísimo ordenador de todas las voluntades malas; de donde se infiere que la mente de San Agustín en este capítulo X de las Confesiones es la misma que en los lugares citados, y en otros muchos que pudieran citarse; y en todos enseña constantemente el Santo que de las cosas buenas es Dios no solamente ordenador, sino también autor y criador; pero de los pecados, errores y vicios solamente es ordenador: peccatorum tantum ordinator; no porque los mande, sino porque primeramente los permite y luego los ordena a los fines que tiene determinadas su altísima Providencia, que tuvo por mejor sacar de los males bienes, que dejar de permitir que hubiese males: Melius judicavit de malis bene facere, quam mala nulla esse permittere, que dice el santo doctor en el Enquiridión, caps. 29 y 27.
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No era permitido a los catecúmenos hacer ellos sobre sí la señal de la cruz, ni tampoco tomar por sus manos la sal que se les daba durante el estado de catecúmenos; sino que esto lo recibían de mano de los ministros catequizantes. Tampoco se les permitía aprender ni rezar el Símbolo de la fe, ni la oración del Padre nuestro; solamente se les cantaba uno y otra, y se les explicaba algunos días antes de recibir el Bautismo; pero se les daba la sal misteriosa y bendita siempre que se les examinaba; y antes y después de recibirla, les hacía muchas veces la señal de la cruz con este orden: En primer lugar el padrino y la madrina, en segundo un acólito, en tercero el padrino, en cuarto otro acólito, en quinto el padrino, en sexto otro tercer acólito, en séptimo el padrino, en octavo un presbítero y en noveno lugar el padrino. La Iglesia romana había establecido fuesen siete estos exámenes o escrutinios que se hacían de los catecúmenos, en reverencia de los siete dones del Espíritu Santo: comenzaban el miércoles de la tercera semana de Cuaresma y se acababan en uno de los días de la Semana Santa; y solamente después del séptimo y último escrutinio era cuando se les explicaba la primera vez el símbolo de los catecúmenos, y desde entonces se les llamaba Competentes.
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Como se dijera: Esto nacía de lo caduco y frágil de mi vida, porque siendo el hombre compuesto de alma y cuerpo, tiene diversas y contrarias inclinaciones. Y, como dice el padre J. M., carne y espíritu aquí se deben tomar en el mismo sentido que cuando dijo nuestro Salvador: El espíritu está pronto, pero la carne es flaca: Spiritus quidem promptus est, caro autem infama. (Matth. XXVI, 41).
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Esto que dice aquí San Agustín se vio claramente cumplido, con gran provecho de los estudiantes cristianos, en tiempo del emperador Juliano Apóstata. Sintiendo éste y deseando impedir que los profesores cristianos, explicando a sus discípulos el poeta Homero y otros autores gentiles, les hiciesen ver lo ridículo de la religión pagana, publicó dos leyes: por la una excluyó de toda cátedra y enseñanza a los cristianos; y en la otra prohibió a los cristianos estudiantes no solamente la entrada en los colegios públicos, sino también la lectura de los autores profanos. Entonces los hombres más hábiles y sabios entre los cristianos, como San Gregorio Nacianceno, Apolinar, Orígenes y algunos otros que estaban muy versados e instruidos en toda clase de letras, compusieron en prosa y verso infinidad de tratados sobre todas materias, y los pusieron en manos de los jóvenes cristianos, por donde ellos aprendían todo cuanto era necesario y conducente para pulir e ilustrar su entendimiento, para ejercitar la memoria y para formar su corazón, sin el riesgo de beber con la doctrina la ponzoña del vicio. Pues esto mismo que consiguieron entonces los cristianos, compelidos de la persecución, se pudiera conseguir mejor en todo tiempo, como dice aquí San Agustín.
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Prosigue quejándose de la costumbre de enseñar a la juventud por aquellos autores profanos y peligrosos; explicando la fuerza de la costumbre en la metáfora de un río, que con su impetuosa corriente lo arrastra todo: pues también todos los hombres se dejan llevar de la costumbre, sin poder resistir el ímpetu y fuerza de su corriente.
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Continúa la metáfora de un río, que hace ruido con las piedras que conmueve dándose unas contra otras; y así también los hombres que se llevan de la costumbre de enseñar y leer aquellos poetas, dan voces y claman diciendo que allí se aprende a hablar bien, etc.
Esto es, alborotados los hombres, que siguen tu corriente.
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De aquí puede colegirse el perjudicial engaño que padecen los que juzgan que son cosas leves, de poca consideración y consecuencia, las mentiras, los engaños, los hurtos y otros delitos que suelen hacer los muchachos, pues como dice San Agustín, estos mismos vicios crecen también con ellos, y los practican en materias más importantes y dañosas cuando son mayores.
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Esta interrupción comenzó en las vacaciones del año 369 y acabó en las del año 370.