21
Entiende por Babilonia el mundo, que por la mucha confusión de sus errores, pecados y miserias es una Babilonia.
22
Llama San Agustín nada al hurto, a la mala compañía y a todo lo que es pecado y malo, porque en doctrina del Santo, el mal no es cosa positiva, sino privación del algún bien, y toda privación es nada.
23
Llegó a Cartago hacia final del año 370.
24
Alude en esto a la amistad que tomó con una mujer al año siguiente de su llegada a Cartago, teniendo él diecisiete años de edad, y en este mismo año murió su padre, Patricio.
25
Éstos eran los maniqueos, cuyo jefe fue un persa, que antes se llamaba Urbico o Cúbrico y después tomó el nombre de Manés: cuyo nombre daba a entender su locura (pues Manés en griego quiere decir furioso); pero sus discípulos, como dice San Agustín en el libro de las Herejías, herejía 46, duplicando la n de su nombre, le llamaron manniqueo, para que significase el que vertía manná: Mannichoeum, quasi manna fundentem.
Cayó Agustín en manos de los maniqueos el año de 374 y estuvo enredado en sus errores por espacio de nueve años, como él mismo repite en varias partes. Pero a los veintiocho años de su edad, que era el año de 383, fue cuando le acabó de disgustar su doctrina, y los dejó y despreció.
26
El primero y principal error de los maniqueos era acerca de la naturaleza divina. Lo primero que enseña Manés era que había dos principios entre sí contrarios y coeternos, y que eran dos sustancias: una del bien y otra del mal. 2.º Que cuando ambas sustancias pelearon entre sí, se mezcló el mal con el bien. 3.º Que de esta mezcla fue de donde Dios, o la naturaleza del bien, fabricó y formó el mundo. 4.º Que esta luz corporal, que se extiende infinitamente, mezclándose en todas las cosas luminosas y lúcidas (entre las cuales también cuentan a nuestras almas), es la misma sustancia y naturaleza de Dios. De donde se sigue que ya nuestras almas, ya las demás cosas lúcidas y luminosas, eran trozos de la sustancia divina.
De los elementos enseñaba también varias extravagancias fabulosas. Lo primero, que los elementos eran dobles, cinco buenos y cinco malos. 2.º Que los cinco primeros fueron producidos por la naturaleza del bien y los cinco segundos por la del mal. 3.º Que de aquellos buenos habían dimanado las virtudes santas y de estos otros malos los principios de las tinieblas. 4.º Que los elementos malos eran éstos: El humo, las tinieblas, el fuego, el agua y el viento, a los cuales se oponían los cinco buenos, de este modo: al humo el aire, a las tinieblas la luz, al fuego malo el fuego bueno, al agua mala el agua buena, al viento malo el viento bueno. 5.º Que para pelear con los elementos malos, fueron enviados desde el reino y sustancia de Dios los elementos buenos, y en aquella pelea se mezclaron los unos con los otros. 6.º Que en el elemento del humo nacieron los animales de dos pies y, entre ellos, también los hombres: en las tinieblas los que andan arrastrando; en el fuego los cuadrúpedos; en las aguas los animales que nadan; y en el viento los que vuelan.
27
En este enigma entiende aquí San Agustín la secta maniquea, en que cayó engañado por las razones que refiere en este capítulo y en el siguiente, y por otras que se pueden ver en Tillemont, tomo 13, capítulo VIII.
28
Entre los innumerables desvaríos de la doctrina de los maniqueos era uno el atribuir a las plantas vida sensitiva; y que así no se podía cortar o arrancar fruto, rama u hoja de algún árbol o planta sin que se les causase algún dolor o sentimiento, y que tampoco era lícito el arrancar las espinas o hierbas malas de una heredad, por lo cual abominaban la agricultura, con ser la más inocente de las artes, porque era rea de muchos homicidios y hacía muchas muertes. San Agustín en el libro De Haeresib., haer. 46.
29
Se distinguían en dos clases los maniqueos: los unos se llamaban electos o santos, los otros auditores u oyentes. Los primeros eran aquéllos que habían adelantado tanto en su locura, que pudieran ser ya maestros de ella y estaban firmes y constantes en su error. Los segundos eran los que, no hallándose todavía instruidos en aquella doctrina, estaban como vacilantes y dudosos en ella, y eran discípulos u oyentes de los otros, y como catecúmenos de aquella secta: en esta clase y orden estuvo San Agustín, sin haber pasado nunca a la otra clase de los efectos.
30
Habiéndose mezclado entre sí el bien y el mal en aquella batalla que tuvieron, decían que era necesario limpiar y purificar el bien separándole del mal, con quien estaba mezclado. Y esta purificación y separación fingían ellos que se hacía de diversos modos: 1.º Por la virtud divina en todo el mundo y sus elementos. 2.º Por los ángeles de luz se purificaba la sustancia del bien que estaba mezclada y como atada en la sustancia del mal en los demonios. 3.º Por los electos, que comiendo, libertaban una parte de la sustancia buena y divina que estaba mezclada con la mala, y como atada a los manjares y bebidas, las cuales partículas de la sustancia divina, mediante la masticación y digestión hecha en el estómago del electo, se libertaban y desataban, y ellos exhalaban o respiraban aquellas partículas, que unas eran ángeles y otras eran almas. 4.º Esta purificación del bien no la podían hacer sino los electos. 5.º A los auditores u oyentes se les perdonaban aquellas muertes (que precisamente habían de hacer en las plantas, siendo labradores), porque daban de comer a los electos, que purificaban la divina sustancia. Y así los electos ni labraban los campos ni cogían los frutos, sino que era la obligación de los oyentes el traerles todo lo necesario. 6.º Pero esta purificación no la hacían comiendo carnes, porque decían que cuando mataron a aquel animal, huía de la carne la divinidad que había antes en ella, fuera de que aquella carne muerta, decían, no era digna de purificarse en el estómago de los electos, los que también se abstenían de todo vino y mosto, porque era la hiel del príncipe de las tinieblas. 7.º Decían, por último, de sus delirios, que todo cuanto de divina sustancia se purificaba en todo el universo lo recogían y juntaban los ángeles y lo ponían en dos naves, que eran el Sol y la Luna, y lo llevaban al reino de Dios, a quien pertenecía.
Todos esos desatinos me ha parecido conveniente declararlos, porque sirven para entender mejor algunos lugares del Santo en esta obra; de los mismos y de muchos más trata el Santo en el libro que intituló: De los errores de los maniqueos.