Escena II
|
|
Dichos,
CROMWELL, con sencillo traje militar, con casaca de búfalo,
gran tahalí bordado con sus armas, del que pende
una espada larga; WHITELOCKE, lord comisario del sello, con
larga toga de satín negro rodeada de armiño
y con gran peluca; el conde de CARLISLE, capitán de
la guardia del Protector, con su uniforme particular; STOUPE,
secretario de Estado para los negocios extranjeros. Durante
toda la escena, el conde de CARLISLE está detrás
del sillón del Protector, de pie y con la espada desnuda.
WHITELOCKE a su derecha y STOUPE a su izquierda con un libro
abierto en la mano. Cuando entra CROMWELL, los asistentes
se forman en dos filas y permanecen inclinados hasta que
el Protector llega a su sillón.
|
CROMWELL.-
(Ante el
sillón.) ¡Paz y salud a los corazones de buena voluntad!
Doy audiencia en nombre del pueblo inglés a cada uno
de los diputados que a mí se dirigen. (Se sienta y
se quita el sombrero.) Duque de Créqui, hablad.
|
|
(CRÉQUI
con MANCINI y su acompañamiento se acercan hasta CROMWELL,
haciéndole las mismas reverencias que a un rey. Los
demás asistentes se retiran al fondo de la sala.)
|
CRÉQUI.-
Monseñor, la alianza que os asegura
el apoyo del rey Cristianísimo va a estrecharse hoy
con nuevos lazos. El señor Mancini os va a leer la
carta que su eminente tío dirige a vuestra alteza.
(MANCINI se aproxima al Protector, dobla una rodilla y le
presenta sobre el almohadón la carta del cardenal.
CROMWELL rompe el sobre y se la entrega a MANCINI, diciéndole) :
Leed la carta del cardenal Mazarino. |
MANCINI.-
(Leyendo.)
«A su Alteza el Protector de la República de Inglaterra.
»Monseñor: »La parte gloriosa que el ejército
de vuestra Alteza ha tomado en la guerra actual de Francia
contra España, el útil socorro que ha prestado
al ejército del rey mi señor en las campañas
de Flandes, redoblan la gratitud de su majestad hacia un
aliado tan poderoso como vos y que le ayuda tan eficazmente
a reprimir la soberbia de la Casa de Austria. Por eso el
rey ha querido enviar como embajador extraordinario en vuestra
corte al duque de Créqui, encargado por su majestad
de participar a vuestra Alteza que la plaza fuerte de Mardike,
que recientemente hemos tomado, queda a disposición
de los generales de la República de Inglaterra, esperando
que Dunkerque, que poseéis aún, se nos entregue,
según los tratados estipulados. El duque de Créqui
lleva además la comisión de entregar a vuestra
Alteza una espada de oro, que el rey de Francia os envía
como testimonio de su estimación y de su amistad.
M. de Mancini depositará a los pies de vuestra Alteza
un pequeño presente, que me atrevo a añadir
al del rey; consiste en una tapicería de la nueva
manufactura real llamada de los Gobelinos. Deseo que esta
muestra de mi adhesión sea agradable a vuestra Alteza.
A no haber estado enfermo en Calais, hubiera yo mismo pasado
a Inglaterra a rendir mis respetos a uno de los más
grandes hombres actuales. No pudiendo tener este honor, envío
a la persona de mi más próximo parentesco para
que exprese a vuestra Alteza la veneración que le
profeso, y que estoy resuelto a mantener, entre el Protector
y mi rey, amistad eterna. »Soy de vuestra Alteza con entusiasmo
obediente y respetuoso servidor, Julio Mazarino «Cardenal
de la Santa Iglesia Romana.» |
|
(MANCINI, haciendo una profunda
reverencia, entrega la carta a CROMWELL, que se la pasa a
STOUPE. A una señal del duque de CRÉQUI, los
pajes que llevan librea real depositan sobre la mesa de CROMWELL
el almohadón que contiene la espada de oro; y a otra
orden de MANCINI, los pajes que llevan la librea de MAZARINO
desenrollan a los pies del Protector un rico tapiz de los
Gobelinos.)
|
CROMWELL.-
De los ricos presentes que me envía
dad las gracias a su eminencia, y decid al rey que la Inglaterra
será siempre hermana de la Francia. (Bajo a WHITELOCKE.)
El cardenal, que me adula y se arrodilla ante mí,
llamándome en alta voz grande hombre, dice en voz
baja que soy un loco afortunado. (Volviéndose bruscamente
hacia los enviados de Vaudois.) ¿Qué es lo que deseáis
vosotros? |
ENVIADO 1.º-
Con gran tristeza venimos a pedir
que nos socorra vuestra alteza. |
CROMWELL.-
¿Quién
sois? |
ENVIADO 1.º-
Diputados de los Vaudois. |
CROMWELL.-
¡Ah!
(Con benevolencia.) |
ENVIADO 1.º-
Tiránicas leyes pesan
sobre nosotros; nuestro príncipe es romano y nosotros
somos calvinistas, y a sangre y fuego pretende que nuestras
ciudades piensen como él. El país, afligido,
nos envía para que remediéis semejantes males.
|
CROMWELL.-
(Con indignación.) ¿Quién se atreve
a oprimiros? |
ENVIADO 1.º-
El duque de Saboya. |
CROMWELL.-
(A1
duque de CRÉQUI.) Señor embajador de Francia,
ya lo oís. Decid al cardenal de parte mía,
que por el afecto que me profesa que trate de terminar el
conflicto de que es víctima ese pueblo. La Francia
tiene gran influencia sobre ese duque serenísimo;
que le haga ceder. Es contrario al precepto divino oprimir
por medio de la fe; por otra parte, yo sigo las doctrinas
de Calvino. De todos modos contad conmigo, Vaudois. ¿Cómo
os llamáis? (Al enviado sueco.) |
ENVIADO.-
Filippi;
soy hijo de Terracina y vengo a depositar a los pies de un
héroe este presente que le manda la reina Cristina.
(Deposita ante CROMWELL un cofre pequeño con muelles
de acero, y le entrega una carta que el protector pasa a
STOUPE. Bajo a CROMWELL.) La carta de la reina os dirá
por qué orden y por quién Monaldeschi fue asesinado
en Fontainebleau. |
CROMWELL.-
Por orden de la reina, que quiso
vengarse de su antiguo amante. |
ENVIADO.-
Mazarino permitió
que mi reina ultrajada exterminase a ese hombre en el seno
mismo de la Francia. |
CROMWELL.-
(Se le dio hospitalidad para
que le asesinaran.) |
ENVIADO.-
Mi reina, que por su voluntad
se separa del trono, solicita un asilo cerca del gran Protector.
|
CROMWELL.-
(Sorprendido y disgustado.) ¿Cerca de mí?
No hay aquí palacio digno de una reina. |
D. LUIS.-
(Pronto
lo habrá para un rey.) |
CROMWELL.-
Que se quede en
Francia. Es funesto el aire de Londres para los reyes caídos.
(No quiero en mis dominios una reina de tan malas costumbres.)
¿Qué más queréis? |
FILIPPI.-
Para terminar
mi misión, deseo que vuestra alteza se sirva abrir
ese cofrecillo. |
CROMWELL.-
¿Qué encierra? |
FILIPPI.-
Abridle,
monseñor. |
CROMWELL.-
¿Qué misterio es ése?
|
FILIPPI.-
Aquí está la llave. (Presentándole
una llave de oro.) |
CROMWELL.-
Dadme. |
|
(Toma la llave; FILIPPI
pone el cofrecillo sobre la mesa; CROMWELL se dispone a abrirlo,
pero WHITELOCKE se lo impide.)
|
WHITELOCKE.-
(Bajo a CROMWELL.)
Deteneos, milord; puede encerrar el cofre uno de esos venenos
sutiles de la alquimia o rayos del infierno; no es la primera
vez que un traidor ha asesinado de ese modo a su víctima.
Tenéis enemigos, y ese hombre mira traidoramente;
temedle. Al abrir ese cofre podéis aspirar la muerte.
|
CROMWELL.-
(Bajo a WHITELOCKE.). En lo posible cabe, y ya
que lo creéis así abridle vos mismo. |
WHITELOCKE.-
(Espantado
y balbuceando.) Mi abnegación por vos es grande, pero...
|
CROMWELL.-
(Sonriendo.) (Le conozco y voy a acabar de juzgarle.)
|
WHITELOCKE.-
(Se necesita valor para ser cortesano, porque
hay que elegir entre la muerte o la desgracia, que es también
otra clase de muerte... Muramos, pues.) (Abre el Cofrecillo
con las precauciones del hombre que espera una explosión
violenta, y después de haberlo abierto, grita) : ¡Una
corona! |
CROMWELL.-
(Asombrado.) ¡Una corona! (WHITELOCKE
la saca del cofrecillo.) |
CROMWELL.-
(Frunciendo el entrecejo.)
¿Qué quiere decir esto? |
FILIPPI.-
Señor...
|
CROMWELL.-
¿Es de oro de ley? |
FILIPPI.-
No debe dudarlo vuestra
alteza. |
CROMWELL.-
(A WHITELOCKE.) Pues bien, hacedla fundir
y entregadla en metal al hospital de Londres. No puedo hacer
mejor uso de esas joyas, de esos adornos de mujer y de esos
dijes reales. |
D. LUIS.-
(Quizá se obstine en permanecer
siendo Protector.) |
MANCINI.-
(Bajo al duque de CRÉQUI.)
Podría en cambio enviar a Cristina una cabeza de rey.
|
CRÉQUI.-
(Bajo a MANCINI.) En efecto, ese presente
uniría más al vasallo regicida y a la reina
asesina. |
CROMWELL.-
(Despidiendo a FILIPPI bruscamente.)
Adiós, señor sueco, natural de Terracina. Flamencos,
¿qué esperáis? Las treguas han terminado ya.
|
EL JEFE DE LOS ENVIADOS HOLANDESES.-
Los Estados generales
de las provincias unidas, libres como vos y como vos protestantes,
os demandan la paz. |
CROMWELL.-
(Con rudeza.) Ya no es hora.
El Parlamento de esta República cree que vuestra política
es demasiado mundana y no quiere firmar tratados de fraternidad
con aliados tan vanos y tan carnales. (Con un gesto despide
a los flamencos, que se retiran. Entonces CROMWELL parece
ver a D. LUIS DE CÁRDENAS y le dice) : ¡Buenos días,
señor embajador de España! ¡No os había
visto!... D. LUIS.-¡Dios guarde a vuestra alteza! Por asuntos
de alto interés de Estado venimos a solicitar de vos
una entrevista secreta. Nos separan las guerras de Flandes,
pero el Rey Católico puede entenderse con vos, y para
manifestaros el afecto que os profesa, ofrece a vuestra alteza
el Toisón de Oro. |
|
(Los pajes que llevan dicha insignia
se aproximan a CROMWELL.)
|
CROMWELL.-
(Levantándose
indignado.) ¿Por quién me tomáis? ¿Creéis
que el jefe austero de los antiguos republicanos de la antigua
Inglaterra es capaz, por sostener vanidades, de manchar su
corazón con un símbolo pagano? ¿Colgaría
del cuello del vencedor de Sodoma un ídolo griego
junto al rosario de Roma? ¡Lejos de mí esas tentaciones,
esas pompas y ese collar! |
D. LUIS.-
(Es un herético.)
El Rey Católico es el primero que os reconoció
por jefe de la República. |
CROMWELL.-
¡Ofrecerme el
Toisón de Oro! Dejo a los idólatras sus sacerdotes
cristianos y sus templos teatros, y que busquen en el infierno
sus dioses y su tesoro, y que encuentren allí el Toisón,
que es el becerro de oro. Pero a mí no se me ultraja
en vano. De mi cólera no pudo sustraer a su hermano
don Luis, el enviado portugués, ¿y vuestro señor
se atrevería a insultarme en la cara por medio de
su embajador? Esto sería una injuria demasiado solemne.
Partid. |
D. LUIS.-
Pues bien, guerra, y guerra eterna. (Sale
con todo su acompañamiento.) |
MANCINI.-
(Bajo al duque
de CRÉQUI.) Ha insultado al embajador castellano.
|
CRÉQUI.-
(A MANCINI.) Hubiera yo deseado recibir esa
afrenta. |
CROMWELL.-
(Bajo a STOUPE.) Me era conveniente romper
esta conferencia con España ante los enviados de Francia;
pero seguid a don Luis de Cárdenas, tratad de apaciguarle
y procurad averiguar qué es lo que viene a proponerme.
(STOUPE sale.) (Se abre la gran puerta del fondo de par
en par y un ujier anuncia): -¡Milady Protectora! |
CROMWELL.-
(¡Ah,
Dios mío! ¡Es mi mujer!) Dejadnos solos, señores.
|
|
(Salen todos por la puerta de un lado; el conde de CARLISLE
y WHITELOCKE acompañan ceremoniosamente al embajador
de Francia. Entran por la puerta del foro Elisabeth Bourchier,
mujer de CROMWELL. MISTRESS FLETWOOD, LADY FALCONBRIDGE,
LADY CLEYPOLE, LADY FRANCISCA y sus hijas.)
|
Escena III
|
|
CROMWELL, ELISABETH BOURCHIER, MISTRESS FLETWOOD, vestidas
de negro, la última con la sencillez puritana; LADY FALCONBRIDGE, vestida con gran riqueza y elegancia; LADY
CLEYPOLE, tapada, como persona enferma, y LADY FRANCISCA,
muy joven, vestida de blanco y con velo.
|
CROMWELL.-
Parece
que estuvieras sufriendo; ¿no has dormido esta noche? |
ELISABETH.-
Apenas
he cerrado los ojos; decididamente me fastidia el fausto.
La cámara de la reina donde me acuesto es demasiado
grande. El lecho blasonado que perteneció a los Estuardos
y a los Tudores, con su dosel de tela de plata y con sus
cuatro pilares de oro; la alta balaustrada, que me retiene
cautiva en el real estrado; los muebles de terciopelo, las
lámparas de plata sobredorada, todo esto me produce
el efecto de un ensueño que no me deja dormir. Además,
es muy difícil andar por este palacio: me confunde
andar por tantas habitaciones y corredores; me pierdo en
este inmenso White-Hall y estoy mal sentada en el real sillón.
|
CROMWELL.-
Veo que no puedes soportar la fortuna; todos los
días te quejas. |
ELISABETH.-
Siento que te sepa mal,
pero te confieso que a vivir en el palacio de los reyes prefiriera
vivir en la casa donde ha nacido la familia. Echo de menos
los felices tiempos en que íbamos desde el amanecer
a pasear por el jardín y por el parque, dejando a
los niños que jugasen en la pradera, los tiempos en
que tú y yo después nos entrábamos en
la cervecería. |
CROMWELL.-
¡Milady! |
ELISABETH.-
¡Felices
tiempos aquellos en los que Cromwell no era nada, en los
que yo vivía tranquila y dormía bien! |
CROMWELL.-
Acostúmbrate
a no tener esos deseos tan ordinarios. |
ELISABETH.-
¿Y por
qué, si he nacido con ellos? He pasado mi infancia
lejos de la grandeza, y no me puedo acostumbrar al aire de
la corte; estos vestidos con cola no me dejan andar. Estuve
hipocondriaca en el banquete que dio el lord Corregidor,
porque tuve que pasar por el fastidio de comer con la ciudad
de Londres. Tú también parecías estar
fastidiado. ¿Te acuerdas qué alegremente cenábamos
en otro tiempo en nuestro hogar? |
CROMWELL.-
Pero mi nuevo
rango... |
ELISABETH.-
Recuerda que tu grandeza incierta y
efímera entristeció los últimos días
de tu pobre madre, y que la condujeron al sepulcro, más
que los años, los disgustos y los sobresaltos. Calculando
los peligros que te rodeaban, mientras ascendías,
tu pobre madre medía la altura de tu caída;
y cada vez que abatías a tus rivales y Londres solemnizaba
tus nuevos triunfos, si llegaba a sus oídos el ruido
sordo de los cañones y de las aclamaciones del pueblo,
se despertaba sobresaltada y temblorosa, exclamando: ¡Gran
Dios! ¡Si habrá muerto mi hijo! |
CROMWELL.-
Ahora duerme
mi madre en el panteón de los reyes. |
ELISABETH.-
¡Vaya
una satisfacción! ¿Se duerme allí mejor el
sueño eterno? ¿Sabe ella acaso si tus despojos mortales
reposarán al lado de los suyos? ¡Quiera Dios que esto
suceda muy tarde! |
LADY CLEYPOLE.-
(Con voz débil.)
Padre mío, yo os precederé en el lecho mortuorio.
|
CROMWELL.-
¡Siempre tienes esos lúgubres pensamientos!
|
CLEYPOLE.-
Porque mis fuerzas debilitadas se extinguen; me
hace falta tomar el sol y respirar el aire del campo; para
mí, este palacio sombrío es semejante a un
sepulcro. En sus largos corredores y en sus vastas salas
reinan los temblores que producen el miedo y las noches glaciales.
Aquí moriré muy pronto. |
CROMWELL.-
(Besándola
en la frente.) Calla, hija mía, calla, que no tardaremos
en volver a nuestros hermosos valles: hoy es necesario que
permanezca aquí algún tiempo. |
MISTRESS FLETWOOD.-
(Alegremente.)
Sed sincero, padre mío, ¿no es cierto que queréis
subir al trono, que deseáis ser rey? Mi marido lo
estorbará. |
CROMWELL.-
¿Quién? ¿Mi yerno? |
FLETWOOD.-
Sí,
no quiere andar por caminos oblicuos, y dice que una República
no debe tener rey; en esto yo me uniré con él
contra vos. |
CROMWELL.-
¡Tú! ¡Mi hija! |
LADY FALCONBRIDGE.-
Verdaderamente
no comprendo cómo piensa mi hermana; mi padre es libre
y si alcanza el trono será para nosotras. ¿Por qué
no ha de ser rey? ¿Por qué no hemos de gozar del placer
embriagador de ser altezas reales y princesas de la sangre?
|
FLETWOOD.-
A mí no me halaga la vanidad, y sólo
me preocupo de la salvación del alma. |
FALCONBRIDGE.-
Pues
a mí me gusta mucho la corte, y no veo por qué,
siendo mi esposo lord, no ha de ser rey mi padre. |
FLETWOOD.-
Hermana
mía, el orgullo de Eva perdió al primer hombre.
|
FALCONBRIDGE.-
(Bien se ve en su modo de pensar que no es
gentilhombre su esposo.) |
CROMWELL.-
(Impaciente.) ¡Callaos
las dos! De vuestra hermana más joven mitad la modestia,
la calina y la dulzura. ¿En qué estás pensando,
Francisca? |
LADY FRANCISCA.-
Me desespera, padre mío,
el aspecto de estos sitios venerables. Me educó vuestra
hermana, a cuyo lado he pasado toda la vida, enseñándome
a reverenciar a los que se destierra para siempre, y desde
que vivo entre estas paredes sombrías creo ver constantemente
vagar por ellas tristes sombras. |
CROMWELL.-
¿De quién
son esas sombras? |
FRANCISCA.-
De los Stuardos. |
CROMWELL.-
(¡Siempre
ese nombre resonando en mis oídos!) |
FRANCISCA.-
¡Aquí
murió el rey mártir! |
CROMWELL.-
¡Hija mía!
|
FRANCISCA.-
(Señalando a la ventana del fondo.) Padre
mío, ¿no es aquella la puerta-vidriera por donde Carlos
I salió la última vez de White-Hall? ¡Ah! ¡Thurloe!
|
Escena V
|
|
CROMWELL,
y THURLOE; mientras éste extiende sobre la mesa los
papeles de la cartera, aquél queda absorbido unos
momentos, hasta que al fin rompe el silencio con esfuerzo.
|
CROMWELL.-
¡No soy dichoso, Thurloe! |
THURLOE.-
Pues esas
señoras adoran a vuestra alteza. |
CROMWELL.-
¡Cinco
mujeres! Prefiriera gobernar por medio de decretos absolutos
cinco ciudades, cinco condados o cinco reinos. |
THURLOE.-
¡Pero
si vos gobernáis la Inglaterra y la Europa!... |
CROMWELL.-
¡Estar
casado con una plebeya el dueño del mundo! Soy un
esclavo. |
THURLOE.-
Milord, porque queréis. |
CROMWELL.-
No.
De mi destino está roto el equilibrio; la Europa está
a una parte, pero mi mujer está a la otra. |
THURLOE.-
Si
pudiera, como vos, cambiar de posición, una mujer
no... |
CROMWELL.-
(Con severidad.) Sois muy atrevido haciendo
esa suposición. |
THURLOE.-
(Intimidado.) Lo que he
dicho es que... |
CROMWELL.-
Basta. Dejemos ese asunto. ¿Qué
tenéis que comunicarme? (Se sienta en el sillón.)
|
THURLOE.-
(Tomando uno de los papeles.) Escocia. El gran
Preboste quiere rendirse, y todo el Norte se somete al Protector.
|
CROMWELL.-
Adelante. |
THURLOE.-
Flandes. Los españoles
se disponen a capitular, y entregarán Dunkerque muy
pronto al Protector. |
CROMWELL.-
Seguid. |
THURLOE.-
Londres.
Acaban de entrar en el Támesis doce bajeles grandes,
cargados de millones que Blake cogió a tres galeotes
portugueses. |
CROMWELL.-
Seguid. |
THURLOE.-
El duque de Holstein
envía al Protector ocho caballos grises. |
CROMWELL.-
Continuad.
|
THURLOE.-
Los catedráticos de Oxford, que fueron vuestros
émulos, os nombran canciller de la Universidad, y
aquí tenéis el diploma. |
CROMWELL.-
¿Qué
más? |
THURLOE.-
(Con una carta en la mano e inquieto.)
Milord, me advierten por bajo mano que mañana piensan
asesinar a vuestra alteza. |
CROMWELL.-
¿Qué más?
|
THURLOE.-
Hay una conspiración tramada por los jefes
puritanos unidos a los caballeros. |
CROMWELL.-
Seguid. |
THURLOE.-
¿No
deseáis saber ningún detalle sobre esto? |
CROMWELL.-
Será
alguna fábula. Terminemos el despacho. |
THURLOE.-
El
mariscal de la Dieta de Polonia... |
CROMWELL.-
(Interrumpiéndole.)
¿De Colonia no hemos recibido cartas? |
THURLOE.-
(Buscando
entre los despachos.) Una nada más. |
CROMWELL.-
¿De
quién? |
THURLOE.-
De Manning, vuestro agente cerca
de Carlos. |
CROMWELL.-
Dádmela. (Toma la carta y rompe
precipitadamente el sobre.) Está fechada del 5. ¡Tiene
veinte días de fecha! ¡Qué poco activos son
mis mensajeros! (Lee la carta y dice leyéndola) : ¡Ah,
señor Davenant! ¡La astucia es delicada! La entrevista
de noche y a oscuras... Capituláis con vuestro juramento...
¡Para eso es preciso ser papista! «Irá el real mensaje
oculto en el sombrero...» ¡Prudente precaución! Thurloe,
participa al señor Davenant que deseo verle. Habita
en la Sirena, cerca del puente de Londres. (THURLOE sale
para ejecutar esta orden.) Vamos a ver cuál de los
dos será más astuto. No os valdrán vuestras
arterías; porque en la oscuridad donde os ocultáis
sé yo encender una luz para conocer a los traidores.
(Entra THURLOE.) Continuemos. ¿Has visto al embajador de
España? |
THURLOE.-
Milord, os ofrece entregaros Calais,
si en a guerra empeñada socorréis a Dunkerque
sin retardo. |
CROMWELL.-
(Reflexionando.) La Francia me ofrece
a Dunkerque y la España a Calais; pero lo que quita
algo de valor a su común oferta es que Dunkerque pertenece
a España y Calais a Francia. Cada uno de sus dos reyes
me da a elegir una ciudad del reino vecino, y para que yo
la prefiera en este debate, me da en hipoteca una conquista
por hacer. Con el rey de Francia debo quedar acorde; no tengo
por qué hacerle traición. El otro ofrece menos
todavía. |
THURLOE.-
Como los Vaudois, los oprimidos
protestantes de Nimes reclaman vuestro apoyo magnánimo.
|
CROMWELL.-
Escribid al cardenal-ministro en su favor, no
hay que esperar que sea tolerante. |
THURLOE.-
Devereux acaba
de tomar por asalto a Armagh la católica, en Irlanda,
y he aquí la carta evangélica del capellán
Paters sobre este acontecimiento: «Dios se ha mostrado clemente
con el ejército de Israel. Por fin nos hemos apoderado
de Armagh. El hierro y las llamas han exterminado hasta a
los viejos, las mujeres y los niños; han perecido
lo menos dos mil; la sangre corre por todas partes, y yo
vengo de la iglesia de dar gracias a Dios.» |
CROMWELL.-
(Con
entusiasmo.) ¡Peters es un gran santo! |
THURLOE.-
¿Debemos
perdonar a los que queden de aquella raza? |
CROMWELL.-
No;
no haya perdón para los papistas. En Armagh hay un
sitial vacante en el coro; démoselo a Peters. |
THURLOE.-
El
emperador desea saber por qué aprestáis nuevos
y grandes armamentos. |
CROMWELL.-
Que nos deje hacer la guerra
y que guarde para sí las fiestas. ¿Qué pretende
de mí el emperador con su cámara áulica
y su águila de dos cabezas? ¿Pretende asustarme? ¿Cree
que tengo miedo al buen emperador germano, porque los días
solemnes empuña un globo de madera pintada que llama
mundo? ¡Bah! Es rayo que nunca hiere, aunque siempre gruñe.
|
THURLOE.-
El coronel Titus, encarcelado por haber escrito
un libelo... |
CROMWELL.-
¿Qué quiere? |
THURLOE.-
Milord,
conseguir su libertad. Hace ya nueve meses que está
encerrado en un calabozo horrible. |
CROMWELL.-
¡Nueve meses!
No puede ser. |
THURLOE.-
Se le encerró en octubre,
y estamos en junio; contad, milord. |
CROMWELL.-
Sí...,
eso es. |
THURLOE.-
El pobre hombre ha permanecido allí
durante todo este tiempo solo, desnudo y helado. |
CROMWELL.-
¡Nueve
meses! ¡Cómo se pasa el tiempo! (Pausa.) Decidme,
¿qué hace el comité secreto del Parlamento
respecto al proyecto presentado? |
THURLOE.-
Están contra
vos Pirretoy, Goffe, Pride, Nicholas, y sobre todo Garland.
|
CROMWELL.-
(Con cólera.) ¡El regicida! |
THURLOE.-
Pero
lucharán en vano contra la corriente; la mayoría
vota con nosotros, y siguiendo a lord Pembroke, que sabe
sobrenadar en todas las épocas, la corona os pertenece
de derecho. Únicamente el coronel Birck, aunque se
inclina a la mayoría, fundado en un vano escrúpulo
en la Biblia, mantiene indecisa a la Cámara. |
CROMWELL.-
Le
deben algo en la oficina del impuesto sobre bebidas, y pagándole
se le quitará el escrúpulo, si el cajero no
se equivoca a su favor. |
THURLOE.-
Jage está excitado
contra vos, porque dice que sois ambicioso. |
CROMWELL.-
Pues
le nombraré jefe de policía. |
THURLOE.-
Lo demás
corre de mi cuenta, si se digna milord dejar este asunto
a mi cargo. En nombre del Parlamento os suplicarán
hoy encarecidamente que aceptéis la corona. |
CROMWELL.-
¡Ah!
¡Por fin empuñaré el cetro! |
THURLOE.-
Hace
ya tiempo, milord, que reináis. |
CROMWELL.-
No, no;
poseo la autoridad, pero me falta el nombre. ¡Te sonríes,
Thurloe! No sabes qué vacío abre en el corazón
la avidez de la ambición; no sabes cómo ella
desafía al dolor, al trabajo, al peligro, a todo,
por conseguir un objeto que parece pueril. Es triste poseer
la fortuna incompleta; además, no sé qué
brillo, en el que el cielo se refleja, rodea a los reyes
desde los tiempos antiguos. Son palabras mágicas las
palabras rey y majestad. Ser árbitro del mundo sin
ser rey, poseer el poder sin el título, es faltar
algo; el imperio y el rango deben ser una misma cosa. No
sabes qué sentimiento da cuando se ha salido de la
muchedumbre y se palpa el acontecimiento, no sentir algo
encima de la cabeza; no será más que una palabra,
pero entonces esa palabra lo es todo. |
|
CROMWELL, que se ha
abandonado hasta posar familiarmente el codo en el hombro
de THURLOE, se vuelve como despertándose con sobresalto
y que se abre lentamente una pequeña puerta secreta
en uno de los tapices de la sala. MANASSÉ-BEN-ISRAEL
se para en el umbral.
|
Escena VIII
|
|
THURLOE, WHITELOCKE,
WALLER, poeta de la época; el alguacil MAYNARD, JEPHSON,
el coronel GRACE, WILLIAM MURRAY, WILLIAM LENTHALL, LORD BROGHILL y CARR.
|
|
CARR llega el último y se para en
el fondo, arrojando a su alrededor miradas escandalizadas,
mientras los otros hablan sin verle.
|
WHITELOCKE.-
(A THURLOE.)
¿Su alteza está ausente? |
THURLOE.-
Sí, milord.
|
LENTHALL.-
Vengo a recordarle mis derechos |
MAYNARD.-
Vengo
al palacio por un asunto urgente. |
JEPHSON.-
Importante negocio
me trae aquí. |
MURRAY.-
En el memorial que a milord
entrego solicito un empleo en su futura corte. |
WALLER.-
Tengo
por costumbre no importunar a su alteza, pero... |
CARR.-
(Con
voz fuerte y con los ojos fijos en la bóveda.) ¡Esto
es una nueva Sodoma! |
|
Todos se vuelven sorprendidos y contemplan
a CARR, que se ha quedado inmóvil y con los brazos
cruzados sobre el pecho.
|
MURRAY.-
¿Quién será
este extraño animal? |
CARR.-
(Con gravedad.) Comprendo
que el hombre venga disfrazado a este antro, en el que Baal
enseña la cara desnuda, en el que se encuentran lobos,
histriones, falsos profetas, buitres, dragones de mil cabezas,
serpientes aladas y basiliscos que llevan por cola un dardo
de fuego. |
WALLER.-
(Riendo.) Si ésos son nuestros
retratos, os damos las gracias. |
CARR.-
(Animándose.)
¡Convidados de Satanás! La manzana encierra ceniza;
comed. El pueblo ha muerto: ¡vampiros de Israel, comeos su
carne, la carne de los santos elegidos! ¡Reíd, bocas
del infierno! |
WALLER.-
(Riendo.) Me gusta su urbanidad.
|
TODOS.-
¡Echémosle fuera! |
LENTHALL.-
Buen hombre, idos,
porque si entra su alteza... |
CARR.-
No saldré yo,
que saldréis vosotros. |
WHITELOCKE.-
Es un santo.
|
WALLER.-
Es un loco. |
CARR.-
¡Llamáis locura a mi sabiduría!
|
BROGHILL.-
Pensad en que va a venir su alteza. |
CARR.-
Le
estoy esperando. |
BROGHILL.-
¿Queréis decirnos para
qué? |
CARR.-
Porque tengo que hablarle. |
BROGHILL.-
Enteradme
de vuestros deseos y yo se los comunicaré; tengo mucho
crédito con su alteza... soy lord Broghill. |
CARR.-
(Amargamente.)
¡Qué cambiando está Oliverio! El republicano
viejo tiene que ir a la cola de su cortejo y un caballero
como Broghill tiene que protegerle! |
THURLOE.-
(Que ha estado
contemplando a CARR mucho rato.) (No me es desconocido este
hombre; no es claro lo que dice, pero, por loco que sea,
parece que más que en Bedlam debe estar en la Torre
de Londres. Vamos a buscar a milord.) (Se va.) |
Escena X
|
|
CARR y CROMWELL.
|
CROMWELL.-
El Parlamento largo os hizo encarcelar; ¿quién
os hizo salir de la prisión? |
CARR.-
(Tranquilo.) ¡La
traición! |
CROMWELL.-
¿Qué decís? |
CARR.-
Sí;
yo ofendí a los santos de la suprema Asamblea y tu
ley nos proscribió a todos; yo por ellos fui culpable,
y ellos por ti son inocentes. |
CROMWELL.-
Pues aprobáis
la sentencia que pesa sobre vos, ¿quién quebró
vuestros hierros? |
CARR.-
La traición, que hacia un
nuevo crimen, ciego me arrastraba, pero vi la red a tiempo.
|
CROMWELL.-
¿Qué decís? |
CARR.-
Que Baal renace.
|
CROMWELL.-
Explicaos. |
CARR.-
(Sentándose en el gran
sillón.) Escucha. Se trama una gran sublevación...
Siéntate, Cromwell, cúbrete y sobre todo no
me interrumpas. |
CROMWELL.-
(En otra ocasión me pagarías
cara tu insolencia.) |
CARR.-
Aunque Oliverio Cromwell no cuente
sus crímenes, aunque no le causen remordimiento las
víctimas que sin cesar encadena, aunque... |
CROMWELL.-
(Levantándose
indignado.) ¡Carr!... |
CARR.-
No me interrumpas. (OLIVERIO
se sienta con aire de resignación forzada.) Aunque
Oliverio habite en la tierra de Egipto con el morabita, con
el babilonio, con el pagano o el arriano; aunque él
lo haga todo para sí y nada para Israel; aunque rechace
a los santos y aunque adore a Dagón, Astarot y Elini
y la antigua serpiente sea su mejor amiga; a pesar de tantos
delitos, no creo que Dios tenga el corazón tan duro
y el alma tan negra que dé al pueblo inglés,
tan lleno ya de miserias, la mayor de sus dichas, Cromwell,
tu muerte. |
CROMWELL.-
(Retrocediendo.) ¡Mi muerte dices!
|
CARR.-
No cesas de interrumpirme: ten buena fe; deja que
por un momento no te embriague el incienso de la bajeza y
hablemos sin incomodarnos. Convén conmigo en que tu
muerte sería una gran felicidad. |
CROMWELL.-
(Colérico.)
¡Temerario! |
CARR.-
(Imperturbable.) Tan convencido estoy
de ello, hermano, que con ese objeto llevo siempre un puñal,
esperando que llegue ese día. Saca un puñal
y se lo enseña al Protector. |
CROMWELL.-
¡Asesino!
¡Hola! (Por fortuna llevo la coraza.) |
CARR.-
No tiembles,
Cromwell, y no llames a nadie, que cuando se va a matar a
un tirano no se le enseña antes el puñal. Vive
tranquilo; tu hora no ha sonado aún. Por el contrario,
vengo a arrebatar una cabeza condenada a muerte de un acero
vengador menos puro que el mío. |
CROMWELL.-
(¿Qué
es lo que me irá a descubrir?) |
CARR.-
Vuelve a sentarte.
|
CROMWELL.-
(Vuelve a sentarse y dice aparte.) (Tendré
paciencia para oírle hasta el fin.) |
CARR.-
Escucha.
Te amenaza una sublevación, y debes comprender que
si sólo te amenazase a ti no perdería el tiempo
en enterarte; pero aquí se trata de salvar a Israel,
y si te salvo de paso, tanto peor. |
CROMWELL.-
¿Pero existe
esa conspiración? ¿Sabes dónde se reúnen
los conjurados? |
CARR.-
Salgo ahora de la reunión.
|
CROMWELL.-
¿Quién te ha abierto la puerta de la Torre
de Londres? |
CARR.-
¡Tiembla! Barksthead. |
CROMWELL.-
¡Me fue
traidor! Firmó, sin embargo, el decreto de muerte
del rey. |
CARR.-
Lo ha comprado la esperanza de conseguir
el perdón. |
CROMWELL.-
¿Restableciendo en el trono
a Carlos II? |
CARR.-
Escucha. Cuando al amanecer llegué
a la reunión de los conjurados, creí que se
trataba en primer lugar de emancipar al pueblo, dándote
la muerte... |
CROMWELL.-
¿Eso creías? |
CARR.-
Después
que se trataría de devolver todo su poder al Parlamento
único, que le quitó tu inicuo despotismo. Pero
apenas entré vi a un filisteo, con casaca de terciopelo
acuchillada de satín, que conversaba con otros dos.
El jefe de los confabulados vino a leerme breves madrigales
y bulas. |
CROMWELL.-
¿Madrigales? |
CARR.-
Así se llaman
los salmos paganos. Pronto entraron los santos, los ciudadanos
religiosos; pero fascinados por extraños encantos,
estaban en connivencia con los demonios que allí se
confundían con los ángeles. Los demonios exclamaban:
¡Muera Cromwell! Pero en voz baja se decían: Aprovechándonos
de sus sangrientos debates, haremos que Babilonia suceda
a Gomorra, los techos de madera de cedro a los techos de
sicomoro, la piedra al ladrillo, el yugo al freno y el cetro
de hierro a la vara de bronce. |
CROMWELL.-
¿Quiere decir que
Carlos II suceda a Cromwell? |
CARR.-
Éste es su deseo;
pero Jacob no quiere que con su propia espada inmolen el
buey sin darle su parte, ni que se derribe a Cromwell en
provecho de Stuardo, porque entre dos desgracias, debe temerse
la peor. Por malvado que seas, prefiero tu imperio al de
un Stuardo, que es un Herodes, un príncipe corrompido,
un muérdago parásito de la antigua encina arrancada.
Desenmascaremos, pues, estos dos complots. |
CROMWELL.-
(Thurloe
no se equivocaba.) ¿Luego los dos partidos del rey y del
Parlamento se han coligado contra mí? ¿Quiénes
son los jefes del partido realista? |
CARR.-
¿Crees que me
han dado la nota? Me tiene eso sin cuidado; pero sin embargo,
si me acuerdo te los iré diciendo; Rochester..., lord
Ormond... |
CROMWELL.-
¿Estás seguro?¡Han entrado en
Londres! (Escribe esos nombres en un papel y dice a CARR:)
A ver si recuerdas los demás; haz un esfuerzo. |
CARR.-
Sedley...
|
CROMWELL.-
Bien. (Escribiendo.) |
CARR.-
Drogheda, Roseberry,
Clifford... |
CROMWELL.-
¡Liberticidas! ¿Y los jefes populares?
|
CARR.-
Eso no; no te delataría nuestros santos si me
ofrecieras mil siclos de oro por cada uno; aunque dieras
la orden a un eunuco de que ensayara el filo de su sable
en mi garganta; no, eso no; aunque tú me enviaras
como a Daniel a la cueva de los leones. |
CROMWELL.-
Cálmate.
|
CARR.-
Eso no; aunque tú me dieras los campos de Tebas
y los que están detrás y el Tiger y el Líbano
y la ciudad de Tyro; eso no, aunque me hicieras coronel de
tu ejército. |
CROMWELL.-
Carr, querido Carr, somos
dos antiguos amigos, somos como dos señales que Dios
ha puesto en el mismo campo, y te has portado conmigo tan
fraternalmente, que me libras de inminentes peligros; eso
nunca lo olvidaré. El salvador de Cromwell... |
CARR.-
(Bruscamente.)
¡No me injuries! Carr sólo salva a Israel. |
CROMWELL.-
(¡Tener
que acariciar a quien me hiere, estando a mi altura y a mi
edad!) Sólo soy un gusano. |
CARR.-
Es verdad; para
el Eterno sólo eres un gusano como Atila, pero para
nosotros eres una serpiente. ¿No deseas ser rey? |
CROMWELL.-
(Casi
llorando.) ¡Qué mal me conoces! Me cubre la púrpura,
pero tengo ulcerado el corazón. ¡Compadéceme!
|
CARR.-
(Con risa amarga.) Eres un Nemrod que tomas el aspecto
de Job. |
CROMWELL.-
Siento en el alma merecer de los santos
esos reproches. |
CARR.-
El Señor Dios te castiga por
medio de tus parientes cercanos. |
CROMWELL.-
(Sorprendido.)
¿Qué quieres decir? |
CARR.-
Que puedes añadir
otro nombre a la lista que acabo de darte. Pero no; ¿por
qué revelártelo? El vicio castiga al crimen.
|
CROMWELL.-
Dime, por Dios, quién es; por semejante
servicio pídeme todo lo que quieras. |
CARR.-
(Como
herido por una idea súbita.) ¡De veras! ¿Me cumplirás
tu promesa? |
CROMWELL.-
Mi palabra vale tanto como un juramento.
|
CARR.-
Pues voy a revelártelo. |
CROMWELL.-
(Que se
les adule o que se les pague, todos los republicanos son
lo mismo en el fondo, y su virtud es cera que al sol se funde.)
¿Qué desea mi hermano? ¿Un título heráldico?
¿Un grado? ¿Un dominio? ¿Qué quieres? Pide. |
CARR.-
Que
abdiques. |
CROMWELL.-
(¡Es incorregible!) No siendo rey, no
puedo abdicar. |
CARR.-
Eso es un subterfugio para faltar a
tu promesa. |
CROMWELL.-
No... |
CARR.-
Estás titubeando.
|
CROMWELL.-
(Suspirando.) ¡Ay de mi! No sabes qué violencia
tengo que hacerme para conservar el poder; el poder es una
cruz. |
CARR.-
Tú no te enmiendas, Cromwell. Creo que
es mas difícil que un camello pase por el ojo de la
aguja, que un rico y que un poderoso entren por la puerta
de los cielos. |
CROMWELL.-
(¡Fanático!) |
CARR.-
(¡Hipócrita!)
Con palabras capciosas no me convencerás. |
CROMWELL.-
(Con
aire contrito.) Convengo contigo, hermano, que mi poder es
injusto y arbitrario; pero no hay nadie en Judá, en
Gad ni en Issachar a quien apure tanto como a mi. Odio las
vanidades; pero no debo rechazar bruscamente la autoridad
suprema, que mi pueblo adora, antes de la hora que vengan
a reinar en nuestras aldeas los veinticuatro Viejos y los
cuatro animales. Ve y consulta con Saint-John y Selden, que
son jurisconsultos, jueces en materia de leyes y en materia
de cultos doctores, y proponles que tracen un plan de gobierno
que me permita salir de él pronto. ¿Te satisface esta
idea? |
CARR.-
No mucho. Los doctores que invocas pronuncian
a veces un oráculo equívoco; pero de todos
modos, yo sí que quiero dejarte completamente satisfecho.
|
CROMWELL.-
Dime, pues, el nombre de ese pariente enemigo.
¿Cómo se llama? |
CARR.-
Ricardo Cromwell. |
CROMWELL.-
(Dolorosamente
sorprendido.) ¡Mi hijo! |
CARR.-
Tu hijo. ¿Estás contento,
Cromwell? |
CROMWELL.-
(Absorbido en un estupor profundo.)
(El vicio y la blasfemia le han llevado lentamente hasta
el parricidio. ¡Castigo del cielo! Asesiné a mi rey;
mi hijo matará a su padre.) |
CARR.-
La víbora
engendra víboras. Es muy cruel ver que nuestro hijo
es un felón y encontrar un Absalón no siendo
un David. En cuanto a haber muerto a Carlos, que tú
crees que es un crimen, es el único acto santo, virtuoso
y legítimo que puede absolverte de todos tus pecados.
|
CROMWELL.-
(Abstraído.) (Sólo creía
que Ricardo era frívolo y ligero, pero nunca pude
pensar que llegara a desear mi muerte.) ¿Es cierto, hermano,
lo que me has dicho? ¿Mi hijo...? |
CARR.-
Asistió a
la reunión de los conjurados esta mañana.
|
CROMWELL.-
¿Dónde se ha celebrado esa reunión?
|
CARR.-
En la taberna de las Tres Grullas. |
CROMWELL.-
¿Y qué
dijo allí? |
CARR.-
Muchas cosas que yo no recuerdo;
rió mucho, loqueó, juró haber pagado
las deudas de Clifford... |
CROMWELL.-
(No me engañó
el judío.) |
CARR.-
También brindó a la
salud de Herodes. |
CROMWELL.-
¿De qué Herodes? |
CARR.-
Y
a la salud de Baltasar. |
CROMWELL.-
¿Cómo? |
CARR.-
Y
a la salud de Faraón. |
CROMWELL.-
¿Quieres explicarte?
|
CARR.-
Y a la salud del Anticristo, al que llamó rey
de Escocia, o sea Carlos II. |
CROMWELL.-
(Pensativo.) (¡Brindar
a su salud es brindar a mi muerte!) Mi hijo es un parricida
loco, y no sé si un día, sobre su frente pálida,
se escribirá Caín o Sardanápalo. |
CARR.-
Las
dos cosas. |
|
(Entra THURLOE, que se aproxima con aire misterioso
a CROMWELL.)
|
THURLOE.-
(En voz baja a CROMWELL.) Milord Ricardo
Willis os está esperando. |
CROMWELL.-
(En voz baja
a THURLOE.) Él me aclarará todo esto. |
THURLOE.-
¿Los
gentileshombres que están agrupados a la puerta, pueden
entrar? |
CROMWELL.-
Sí, ya que es necesario que yo
salga. (Repongámonos; sienta siempre bien estar serenos.
Si mi corazón es de carne, que sea mi rostro de cobre.)
(Entran los cortesanos conducidos por THURLOE. Saludan a
CROMWELL, que les hace un signo con la mano y se dirige a
CARR.) Gracias, hermano; sed de los nuestros, y yo os pondré
delante de los demás. (Sale con THURLOE.) |
CARR.-
(Que
permanece en el proscenio.) ¡Así es como él
abdica! ¡Condenado usurpador! |
Escena XIII
|
|
CROMWELL y RICARDO WILLIS.
|
CROMWELL.-
Ya se han marchado, salid. (RICARDO WILLIS aparece
envuelto en una capa y cubierto con un sombrero que le tapa
la cara; no conserva el aspecto de sufrimiento, anda con
ligereza y tiene la voz clara.) ¡Ya no lo puedo dudar! Mi
hijo Ricardo... |
WILLIS.-
Ha brindado por la salud de Carlos
II, y este brindis les ha parecido temerario a los demás
sublevados. |
CROMWELL.-
¡Es un ingrato! Cuando pudiera sucederme
en el trono... Repetidme los nombres de los puritanos. |
WILLIS.-
El
primero de todos es Lambert. |
CROMWELL.-
La conspiración,
pues, tiene por jefe a un cobarde; el imperio lo conquistan
menos los genios que la casualidad. Han reinado muchos Vitelios
por cada César. Seguid. |
WILLIS.-
Ludlow. |
CROMWELL.-
Buen
hombre, que no hará carrera. |
WILLIS.-
Syndercomb,
Barebone. |
|
(A medida que WILLIS los nombra, CROMWELL los
lee en una lista que tiene desplegada.)
|
CROMWELL.-
Ése
es mi tapicero, si la memoria no me es infiel. Un necio.
|
WILLIS.-
Joyce. |
CROMWELL.-
Un adulador. |
WILLIS.-
Overton.
|
CROMWELL.-
¡Vaya un talento! |
WILLIS.-
Harrison. |
CROMWELL.-
Un
ladrón. |
WILLIS.-
Widman. |
CROMWELL.-
Un loco. |
WILLIS.-
Un
individuo llamado Carr. |
CROMWELL.-
Ya le conozco. |
WILLIS.-
Garland,
Plinlimmon y Barksthead, uno de los verdugos del rey. |
CROMWELL.-
(Como
despertando sobresaltado.) ¿Sabéis con quién
estáis hablando? |
WILLIS.-
Perdonadme, milord, esta
antigua costumbre, que adquirí sirviendo a la otra
raza. Esto no debe ofender a vuestra majestad. |
CROMWELL.-
Basta.
¿Están en esta lista los nombres de todos los jefes
puritanos? |
WILLIS.-
Sí, milord. |
CROMWELL.-
¿Y los jefes
de los caballeros? |
WILLIS.-
Vuestra alteza me permitió
que me callara sus nombres. Son antiguos amigos a los que
sentiría mucho perder; además, yo los vigilo,
y en caso de necesidad no se escaparían. |
CROMWELL.-
Bien.
(Todos los cobardes tienen escrúpulos.) Os permito
que respetéis el secreto acerca de vuestros compañeros.
(Porque sé quiénes son.) |
WILLIS.-
Espero, milord,
que no reciban la muerte por castigo, porque esto sería
un remordimiento para mí. Les presto inmenso servicio
excitando sobre ellos vuestra clemencia. |
CROMWELL.-
Vuestros
gajes ascienden a doscientas libras. (Éste es el precio
de la sangre de los tuyos que me entregas.) Tomad, esto es
lo estipulado. (Abriendo su portamonedas y entregándole
un papel.) |
WILLIS.-
¿Pagadero en la caja secreta? |
CROMWELL.-
Sí.
¿Habéis visto a Davenant después que vino del
continente? |
WILLIS.-
No, alteza. |
CROMWELL.-
Trae una letra
misteriosa para Ormond. |
WILLIS.-
No vi que nadie entregara
ninguna carta al marqués, y yo estaba cerca de él.
No creo que Davenant estuviese entre los conjurados. |
CROMWELL.-
(Ya
le veré yo mismo.) |
|
(ROCHESTER, en traje de sacerdote
puritano, aparece en el fondo.)
|
Escena XV
|
|
CROMWELL y ROCHESTER.
|
CROMWELL.-
El
hombre propone y Dios dispone: creí haber llegado
tranquilamente al puerto y estar al abrigo de las olas, y
de repente me veo envuelto en el mar alborotado de las sublevaciones.
Afrontemos, pues, la última tempestad, dándoles
el último golpe que los aterre. Rompamos todo lo que
se me resista. El pueblo necesita rey. |
ROCHESTER.-
(Detrás
del pilar.) (No encontraré otro realista tan ardiente
como él.) |
CROMWELL.-
¡Que mueran todos! |
ROCHESTER.-
(¡Todos!
Al menos perdona a tu hija Francisca.) |
CROMWELL.-
(Se acerca
a la ventana de Carlos I) El aire libre y la luz del sol
quizá me tranquilicen. |
ROCHESTER.-
(Parece que esté
en su casa.) |
|
(CROMWELL trata de abrir la ventana, que se
resiste.)
|
CROMWELL.-
¡No quiere abrirse; la cerradura está
oxidada, quizá por la sangre de Stuardo!... ¡Desde
aquí voló al cielo! Quizá si fuera rey
la abriría más fácilmente. Si deben
expiarse todos los crímenes, debo temblar. Fue un
atentado impío: jamás frente tan noble se apoyó
en el dosel real; Carlos I fue justo y bueno... ¿pero podía
yo impedir el furor del pueblo? Mortificaciones, vigilias
y rezos, todo lo empleé para salvar a la víctima;
todo en vano... el cielo había decretado su muerte...
Siento remordimientos. ¿Qué pensarán de nosotros
los que han muerto ya? |
ROCHESTER.-
(El remordimiento le perturba
la razón.) |
CROMWELL.-
¡Desconocidos males nos revela
el crimen! ¡Por volverte a la vida, Carlos, vertería
cien veces mi sangre! |
ROCHESTER.-
(Voy a salir de mi escondite
y a asustarlo.) (Avanzando bruscamente hacia CROMWELL.) ¿Qué
hacéis aquí? |
CROMWELL.-
(Asombrado.) ¿A quién
habláis? |
ROCHESTER.-
A vos. (Representemos el papel.)
¿Sabéis, buen hombre, dónde estáis?
|
CROMWELL.-
¿Tú sabes a quién hablas? |
ROCHESTER.-
Yo
sé a quién hablo. |
CROMWELL.-
¿Será algún
asesino pagado por el rey Carlos?) (Saca del pecho una pistola
y apunta a ROCHESTER.) No te acerques. |
ROCHESTER.-
(¡Diablo!
Seamos prudentes, que vive muy prevenido.) No vengo a perderos,
al contrario, vengo a daros un buen consejo. Estáis
diciendo palabras muy sediciosas. |
CROMWELL.-
¿Yo? |
ROCHESTER.-
Vos.
Salid, señor, o pido socorro. |
CROMWELL.-
(Debe ser
un loco.) ¿Quién eres tú para hablarme de esa
manera? |
ROCHESTER.-
Pensad que estáis en casa de milord
Protector. |
CROMWELL.-
¿Quién eres tú? |
ROCHESTER.-
Soy
el último servidor de su alteza; soy su capellán.
|
CROMWELL.-
¡Mientes! ¡Tú no eres mi capellán!
¡Debía arrastrarte a mis pies de rodillas, miserable
impostor! |
ROCHESTER.-
Milord, altera... perdonadme. Mi equivocación
nace de tener gran odio a vuestros enemigos, de palabras
mal entendidas. |
CROMWELL.-
¿Mas por qué mentir? |
ROCHESTER.-
Sacrificarme
por vos era mi sueño de oro, y por eso me atreví
a solicitar en vuestra casa el empleo de capellán.
|
CROMWELL.-
¿Cómo te llamas? |
ROCHESTER.-
(¡Maldita
memoria! ¡No me acuerdo ya cuál es mi nombre de santo!)
Es un nombre desconocido... |
CROMWELL.-
No importa; el manantial
puede saltar del fondo de un pozo. |
|
(ROCHESTER mete la mano
en el bolsillo, saca una carta y se la presenta a CROMWELL,
haciendo una profunda reverencia.)
|
ROCHESTER.-
Esta carta,
milord, os enterará de quién soy. |
CROMWELL.-
¿De
quién es la carta? |
ROCHESTER.-
Del señor Juan
Milton. |
CROMWELL.-
Hombre ilustre y digno, que es lástima
que esté ciego. (Lee algunas líneas.) Te llamas
Obededom. |
ROCHESTER.-
Eso es. (¡Vive Dios, qué nombre!
Davenant me ha bautizado de tal modo que no se puede pronunciar
mi nombre sin hacer muecas.) |
CROMWELL.-
Un santo de gran
importancia, como es Milton, os recomienda. (Aunque parece
que tenga por mí gran adhesión, es prudente
desconfiar.) Debo, sin embargo, someteros a una prueba y
haceros sufrir un examen sobre la fe, antes de nombraros
mi capellán. |
ROCHESTER.-
(Inclinándose.) Amén.
(Llegó el momento crítico.) |
CROMWELL.-
Contestadme
a estas preguntas. ¿En qué mes empezó Salomón
la construcción del templo? |
ROCHESTER.-
En el mes
de Zio, segundo del año sagrado. |
CROMWELL.-
¿Cuándo
lo acabó? |
ROCHESTER.-
En el mes de Bul. |
CROMWELL.-
¿Dónde
tuvo Tharé los tres hijos? |
ROCHESTER.-
En Ur, en Caldea.
|
CROMWELL.-
¿Quién vendrá a reformar el mundo
degradado? |
ROCHESTER.-
Los santos, que reinarán mil
años completos. |
CROMWELL.-
¿Quién cumple mejor
con los santos deberes? |
ROCHESTER.-
Todo creyente nace con
la gracia suficiente, y puede predicar presentándose
en el púlpito, con tal que sepa, en lugar de decir,
A, B, C, decir: Aleph, Beth y Ghimel. |
CROMWELL.-
Muy bien.
Continuad. |
ROCHESTER.-
(Con entusiasmo.) El Señor
se aparece a todos en espíritu, y cada uno puede,
sin ser sacerdote, ministro ni doctor, haber recibido de
las alturas un rayo creador. Sin la fe el hombre se arrastra,
pero con su lámpara se alumbra el alma. El alma es
un santuario y todo hombre es un sacerdote. Al hogar común
aportad vuestros rayos; los profetas predicaban en las plazas
públicas y el templo santo tenía las ventanas
oblicuas. (Consiento que me ahorquen si entiendo una palabra
de lo que acabo de decir.) |
CROMWELL.-
(Es un anabaptista.)
Basta. Fundáis en base falsa vuestro edificio; pero
de esto ya volveremos a hablar. Ahora contestadme a la última
pregunta. Según los santos discursos, ¿debe llevarse
el cabello largo o corto? |
ROCHESTER.-
Corto, muy corto.
|
CROMWELL.-
¿De dónde deducís eso? |
ROCHESTER.-
De
que llevar cabellera es una vanidad, y Absalón fue
ahorcado por llevar el cabello largo. |
CROMWELL.-
Sí,
pero mataron a Sansón en cuanto le cortaron el pelo.
|
ROCHESTER.-
(Mordiéndose los labios.) (¡Diablo!)
|
CROMWELL.-
Para aclarar todo lo que sea posible este punto
grave, voy a buscar la Biblia. (Vase.) |
Escena XVII
|
|
LORD ROCHESTER y RICARDO CROMWELL.
|
ROCHESTER.-
(Viendo entrar
a RICARDO.) (¡Ricardo Cromwell! Si me reconoce soy perdido.)
|
RICARDO.-
(Examinándolo.) (Me parece que he visto
esa cara en alguna parte... Estoy seguro.) |
ROCHESTER.-
(¡Mal
presagio!) |
RICARDO.-
(Este hombre no es un doctor puritano;
entre los caballeros estaba con nosotros bebiendo esta mañana;
ya adivino quién es.) |
ROCHESTER.-
(¡Cómo me
mira!) |
RICARDO.-
(Indudablemente es algún espía
de mi padre que viene a palacio a darle cuenta de mis actos.
Procuraré atraérmelo para evitar que estalle
la tempestad. Llevo algunas monedas de oro en la bolsa...
) (Metiéndose la mano en la bolsa.) |
ROCHESTER.-
(Se
prepara para atacarme. ¿Me sacará también alguna
pistola?)
|
|
(RICARDO se aproxima a ROCHESTER, risueño.)
|
RICARDO.-
Buenos días, caballero. |
ROCHESTER.-
Milord,
que el cielo os guarde. Soy un miembro desconocido del clero
militante, que rezaré a Dios por vos. |
RICARDO.-
Sin
embargo, yo os he visto en otra parte no rezar, sino jurar
como un carretero. |
ROCHESTER.-
¡Os engañáis,
milord! ¡Jurar yo!... |
RICARDO.-
Sí, por San Jorge
y por San Pablo. |
ROCHESTER.-
No, no. |
RICARDO.-
Juradme que
no habéis jurado. |
ROCHESTER.-
¡Yo!... |
RICARDO.-
No
sois lo que aparentáis ser; tras la mascarilla del
santo se ven los ojos del traidor. |
ROCHESTER.-
(Soy perdido.)
Milord... |
RICARDO.-
Lo sé todo... Pero tomad y no
me denunciéis. (Presentándole unas monedas.)
|
ROCHESTER.-
(¿Qué es lo que dice? ¿Qué es lo
que hace?) |
RICARDO.-
A mí me complace la vida aventurera,
tengo amigos en todas partes y esta mañana he estado
bebiendo con los caballeros, lo mismo que vos, señor
puritano; ¿qué sacaréis de ir a relatar a mi
padre que su hijo estuvo bebiendo en una taberna y que por
un trago de mal vino me haga una mala chanza? |
ROCHESTER.-
(Me
he salvado.) |
RICARDO.-
En seguida he conocido que erais uno
de sus espías. |
ROCHESTER.-
(Debo representar muy mal
mi papel de santo, porque éste me toma por espía
y el otro me tomó por ladrón.) Milord, me hacéis
demasiado honor. |
RICARDO.-
Prometedme no decirle al Protector
dónde me habéis visto esta mañana.
|
ROCHESTER.-
Os lo prometo. |
RICARDO.-
(Presentándole
una gran bolsa bordada con sus armas.) Tomad, pues, esta
bolsa, que soy rico y no soy ingrato. |
ROCHESTER.-
(La toma
después de vacilar un momento y dice aparte) : (¡Bah!
¡Éste siempre es un recurso! Cuando se conspira es
menester dinero; además, la avaricia sienta bien a
mi disfraz.) Milord es muy generoso... |
RICARDO.-
Bébetela
a mi salud. |
ROCHESTER.-
(Esto termina mejor de lo que yo
creía.) |
RICARDO.-
¿Cuánto vienes a ganar en
tu oficio, sin contar con la horca?... |
ROCHESTER.-
Un pobre
doctor puritano... |
RICARDO.-
No como sacerdote, sino como
espía. |
ROCHESTER.-
No merezco esa calificación...
|
RICARDO.-
La filosofía adopta todos los estados y
no debe haber ninguno que la ruborice. |
ROCHESTER.-
Milord...
|