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Entre los ensayos que a continuación se reseñan, figuran no pocos que constituyen obras de amplio desarrollo. Me permito esta aclaración para que no se les estime a muchos de ellos como estudios breves o bosquejos de estudio. En realidad, bastantes son obras cuya proyección, método y desarrollo desbordan los límites de lo que habitualmente se entiende por ensayo. Como puede verse, no se ha intentado una ordenación de ellos conforme a tema. Los que se reseñan son una pequeña parte de los publicados, si bien creo que entre ellos figuran casi todos los importantes. El orden de su reseña o transcripción parcial corresponde al de su lectura. Mis mejores deseos son los de que la breve noticia que aquí se da de ellos sirva para incitar a leerlos a los que todavía no hayan tenido la oportunidad de hacerlo. Indudablemente, en la selección influyeron no poco mis preferencias por autores, temas y tono de las obras. Sin embargo, dicha selección estuvo orientada, en buena parte, a destacar aquellas creaciones que pudieran bosquejar mejor el pensamiento de la colectividad intelectual emigrada, en su conjunto.

De los escritores de la emigración que más han sobresalido en el campo del ensayo figura Guillermo de Torre. Entre sus obras figura una titulada Problemática de la literatura (Ed. Losada, Buenos Aires, 1951). Hojeándola, antes de ponerme a su lectura atenta, me pareció que muy bien pudiera llevar el título de filosofía de la literatura. Esta misma idea la expresa el autor en algún lugar del libro al declarar que éste es, en cierto modo,   —268→   una introducción a dicha filosofía. Entre los aspectos de la problemática literaria a los que se enfrenta De Torre figuran el del irracionalismo y el ilogismo en la literatura, el de la incomunicabilidad y obscuridad de mucha de la poesía y no poca de la prosa moderna, el de las opiniones, cambiantes que acerca del arte que cultivan tienen los propios escritores, el de los ataques que desde diversos campos se hacen al arte literario, el problema del arte por el arte, o el del arte por ésta o aquella finalidad política, social, religiosa y, finalmente, los de la literatura comprometida y dirigida. Estos dos últimos aspectos los trata De Torre extensamente, refiriéndose a la situación del arte y de los artistas, bajo las dictaduras nazista y comunista. Finalmente, se ocupa de los escritores desilusionados, decepcionados -rehúye el empleo del vocablo renegados- o sea los que simpatizantes o francamente adictos al comunismo ruso, se volvieron más tarde sus enemigos y tremendos acusadores. En el epílogo del libro se pregunta De Torre: «¿A dónde va la literatura? Hacia su pérdida de sustancia por falta de contenido o hacia su desnaturalización estética por exceso de intención. ¿Llegará a alcanzar la síntesis integradora?» A estas preguntas contesta: «No han de entenderse como una invitación a las profecías fáciles, son simplemente una consecuencia lógica de los análisis y reflexiones hechas en estas páginas sobre las vicisitudes múltiples que en las últimas décadas vino sufriendo el concepto de literatura y de las pugnas establecidas en el espíritu de los creadores. Algunos, desde lejos, imaginarían que tras los últimos ataques y embestidas sufridos por dicho concepto, tras las descargas del irracionalismo, las desfiguraciones sectarias y otros excesos incriminados, la literatura propiamente dicha haya acusado igualmente el contragolpe, hundiéndose en un yermo; pero en rigor no es así, sino más bien todo lo contrario. La literatura sin aditamentos adjetivales está viva, tiene una vitalidad a prueba de las sacudidas más rudas, y la única consecuencia inmediata de tales asedios, viene a ser una ampliación, no un estrechamiento de sus límites y posibilidades. Frente a las almas impresionables y a los agoreros de siempre que griten: ‘La literatura   —269→   ha muerto’, el contragrito clásico, que aseguraba a la muerte de cada rey la continuidad dinástica, se impone: ‘¡La literatura ha muerto; viva la literatura!’ Hay ciertas especies que llevan dentro su propia palingenesia; la resurrección está al otro extremo de la muerte, en el ondular permanente del péndulo cósmico, y la literatura goza de semejante privilegio». Más adelante señala De Torre: «Los productos del espíritu pueden permitirse impunemente todos los excesos y licencias: en el seno de los más audaces y disolventes yace muchas veces el germen de nuevas encarnaciones». De Torre termina así su ensayo: «¿A dónde va la literatura: hacia su disolución en otros géneros, hacia su atomización espiritual, o contrariamente marcha hacia una rehabilitación esplendorosa, hacia un resurrexit integrador, conciliando calidad y extensión, en armonía con la sociedad, sin dar las espaldas al mundo? Pero no sería más cuerdo preguntarse antes: ¿Podrían seguir planteándose estas cuestiones en ese posible mundo futuro, reino de la cibernética, donde las ‘máquinas de pensar’ y los ‘cerebros artificiales’ se incauten también del dominio literario, aprestándose a la producción en masa de literatura para las masas? ¿Acaso la desnaturalización sectaria de las letras impuesta por los rabcors de un lado, y la vulgarización aplanadora practicada por los re-writers y extendida por los digestos en el otro extremo, no son ya peligros más tangibles que las dudas de los escritores sobre su función, y superiormente destructoras? He aquí una cadena de interrogaciones arduas; he ahí una imbricación de problemas en perspectiva que escapa a toda tentativa de análisis racional. ¿Por qué? Porque se encuentran ligados al destino de las fuerzas irracionales que siguen gravitando sobre el mundo. Mientras tales fuerzas no decaigan y desalojen el primer plano, mientras los hombres no recobren su supremacía pensante y atajen los torrentes aniquiladores, la literatura, como la vida toda, seguirá experimentando nuevas crisis y desfiguraciones. Atrevámonos a desear únicamente que trocando la negatividad en positividad, la literatura pueda seguir extrayendo de tales transformaciones principios de continuidad, refuerzos de independencia y acierte a vencer, con su extraordinario   —270→   espíritu de perduración, todos los riesgos de extravío y las amenazas de servidumbre que asedian hasta los últimos reductos de su ser».

De Guillermo de Torre es también el ensayo titulado Menéndez Pelayo y las dos Españas (Rhac. B. Aires, 1943). De este ensayo dijo Calvert J. Winter (B. A.): «‘Las dos Españas’ es una expresión significativa de la lucha de las dos tendencias antagónicas que forman el carácter nacional español: de una parte los partidarios de una España regida por la inquisición, en lucha con la ilustración europea; de la otra la tendencia iniciada por los erasmistas, deseosos de abrir la puerta a la cultura europea, y contraria al fanatismo. La sólida visión de muchos ensayos sociales y escritos literarios publicados desde el siglo XVI hasta nuestros días que ofrece Guillermo de Torre, muestran que este antagonismo ha enfrentado a las mejores mentes españolas. Una exposición imparcial de las opiniones de Menéndez y Pelayo justifica su inclusión en la línea de la tradición conservadora. Que el futuro de España depende, no de la destrucción de una u otra de las tendencias en pugna, que constituyen el alma de España, sino de su integración en un único ideal social, es la conclusión del ensayo. El libro es recomendable no sólo por la valiosa información que contiene acerca de la cultura española, y las obras de Menéndez Pelayo, sino también por la extraordinaria imparcialidad de su autor».

En La aventura y el orden (Ed. Losada, Buenos Aires, 1943) se ocupa De Torre de dos tendencias siempre en pugna en arte y literatura; la discusión pudiera extenderse a otros dominios. Aventura y orden, o en otras palabras, la pugna en arte entre autoridad y libertad, disciplina y fantasía, clasicismo y romanticismo: «un debate eterno que si conducido con honradez es siempre provechoso. Las dos tendencias son inseparables y lo, más fructífero, señala De Torre, es su integración».

Acerca de otro ensayo de Guillermo De Torre: Valoración literaria del Existencialismo, escribió Albert Guerard (B. A.) lo que sigue: «Guillermo de Torre nos brinda la mejor exposición que conozco del existencialismo y de su lugar en la historia   —271→   literaria». Lo mismo que Ortega, De Torre cree que: «la claridad es la cortesía del filósofo». El ensayo es una excelente introducción al existencialismo, pero su principal propósito es el de situar la escuela en la evolución general de la literatura. De Torre da la debida preeminencia de Heidegger, Kafka y Kierkegaard, e insiste, como lo hace también Sartre, en la influencia de Hemingway, Dos Passos, Faulkner y Steinbeck. Rinde tributo al adelantado Benjamín Fondane; nos recuerda que Unamuno fue existencialista avant la lettre y más allá de Unamuno, Pascal. La lectura del ensayo de Guillermo de Torre inspira el siguiente comentario a Guerard: «Envidio a nuestros amigos latino-americanos, especialmente a los de México y Argentina. Tienen un público literario cosmopolita, muy pequeño pero muy compacto. Aquí -en Norteamérica- los graduados pueden contarse por millones; pero los hombres que no consideran el pensamiento como ‘una actividad no americana’ se pierden en la masa. Es casi un milagro que un libro inteligente encuentre audiencia. Y las pequeñas ciudadelas del pensamiento no convencional se vuelven convencionales en la lucha, refugio de cliques esotéricas y herméticas. El público bien informado, que se autorrespeta, existe, pero no está organizado. El resultado es que nosotros y la U. R. S. S. debemos someternos a la dictadura del proletariado espiritual».

El volumen, que lleva por título el del primer ensayo que en él figura, o sea, La aventura y el orden, contiene además uno sobre Picasso y el cubismo, al que ya me referí en el capítulo dedicado a la pintura, y otros sobre los poetas Julio Herrera y Reissig, León Felipe, Walt Whitman, Jules Supervielle, Rainer María Rilke, así como unas páginas de homenaje a Freud.

En Tríptico del sacrificio, libro cuyo contenido apareció originalmente reunido con el material de La aventura y el orden, y que fue después publicado con aquel título en 1948 (Ed. Losada, Buenos Aires), se ocupa De Torre de tres autores: Unamuno, García Lorca y Antonio Machado. De Unamuno, alude De Torre a los rasgos peculiares de su personalidad humana y literaria y a sus relaciones con Ortega y las generaciones jóvenes.   —272→   En relación con lo primero no cabía que De Torre nos ofreciera nada realmente nuevo; la personalidad de Unamuno, pese a sus constantes agonías, no permite muchas variantes en su enfoque, porque ellas, aunque trascendentales, no dejan de ser tratadas -quizá la afirmación sea irreverente- algo machaconamente. En cuanto a las relaciones de Unamuno con Ortega, De Torre destaca las discrepancias y las relativas coincidencias en las distintas cuestiones que entre los dos se plantearon, especialmente: españolismo -europeísmo, irracionalismo- racionalismo o raciovitalismo. Al final de su ensayo, De Torre, al mismo tiempo que declara no tener pretensiones de profeta, insinúa interrogatoriamente la posibilidad de una mengua de la influencia de la obra de Ortega sobre las nuevas generaciones, y un crecimiento de la de Unamuno.

Otra de las imágenes del Tríptico es la de Federico García Lorca, bosquejada en un ensayo que se inicia con datos biográficos del poeta, sus rasgos personales distintivos, la evocación de sus días de la Residencia, el itinerario de sus obras y, finalmente, su muerte. De Torre destaca la «síntesis victoriosa»: la del popularismo y la del cultismo, llevada a cabo por Federico en su obra: «Nunca alabaremos bastante el acierto genial de Federico García Lorca al haber conseguido llevar cierta poesía elemental -y por ello universal más que popular- a un subido plano de estilización artística; nunca le agradeceremos bastante que haya sabido verterla en una lengua normal, tan de Castilla como de Andalucía, tan española como americana, en último término, tan campesina como urbana, sin la menor concepción a vulgarismos, regionalismos, tipismos y demás enemigos del arte verdadero».

De Antonio Machado escribe que: «Murió en su ley, acorde con las normas de su vida y con el espíritu de su poesía, unificando hasta el final patético, con una ejemplaridad excepcional, obra y conducta. Así murió, fiel a su destino, a sus raíces y a su pueblo, este poeta profundamente español: confundido, como uno más, entre la caravana trágica e innumerable de los españoles expulsados de España». Después subraya De Torre que, si bien Machado hizo en ocasiones poesía militante, cívica,   —273→   podría decirse, la hizo con aliento sustancialmente poético. Se refiere más adelante al sentimiento del tiempo, tan fundamental en la obra de Antonio Machado, así como al de España, y alude al elemento existencialista en su poesía. El Tríptico termina con estas frases: «El sacrificio de dos poetas abre y cierra la guerra de España: Federico García Lorca y Antonio Machado. Ambos murieron en su ley, en su línea. En medio de ellos, Unamuno, con la conciencia en carne viva, dubitativo, tironeado por corrientes opuestas, prolongando hasta el último momento sus patéticas contradicciones, y pagando con sangre el rescate de sus paradojas».

Los ensayos de José Bergamín son difíciles de reseñar, por lo menos para mí. Ello se debe, a mi juicio, a su especial estilo birlibirloquesco -para calificarlo con un adjetivo, al que él ha dado vida- y también a sus muchos ismos: catolicismo, unamunismo, misticismo, comunismo, casticismo, gongorismo, joselitismo y ramonismo. Es difícil que de todo esto junto pueda salir algo claro; al menos para ciertas entendederas -seamos modestos. No es fácil llegar a la almendra de sus ensayos, pero todos la tienen, y sabrosa muchas veces, sólo que envuelta en demasiadas cáscaras.

Fueron muchos los ensayos publicados por Bergamín. Bastantes aparecieron en la colección: El pasajero. Peregrino español en América (Ed. Séneca, México), serie de pequeños volúmenes numerados. En los tres tomos que aparecieron figuran los siguientes, además de otros trabajos: Musaraña de la pintura. La mirada fija; este ensayo trata del sentimiento de envidia en los españoles. La estrella nunca vista. Las cuatro esquinas del sueño. El pícaro y su puñalada. Oído avizor; ensayo sobre el arte, los artistas y la revolución, con particular referencia a Rusia. En él se pinta a un Stalin exquisitamente sensible...; Españolidad y catolicismo. Laberinto de la novela y monstruo de la novelería, es un magnífico ensayo aparecido en Disparadero español, N.º 3, Ed. Séneca, 1940, México. De él entresaco unos cuántos conceptos que, aun cuando aislados del conjunto, informan acerca de su riqueza en ideas: «La generación clásica de la novela   —274→   y su realización con nuestro Cervantes es generación popular, y, por consiguiente, revolucionaria, como la del teatro de Lope». «Los tres enemigos del alma de la novela son estos tres: la moral, la psicología y la historia. La novela moderna se engendra y corrompe por la historia, por la psicología, por la moral».

«La aproximación de la novela a nuestra vida cotidiana, denunciada por Ernest Hello, no es una invención infernal del romanticismo novelesco. Es todo lo contrario. Es una invención o una pretendida invención celeste y rosa del realismo inglés del XVIII».

«La novela, el mundo de la novela, no puede ser juzgado moralmente. Porque mundo humano, juzgarlo es matarlo. El novelista que prejuzga su novela, moralmente la hace abortar».

«El personaje de la novela psicológica no tiene alma; no suele tener alma: porque tiene psicología. Tiene psicología en lugar de alma. Esto puede comprobarse mejor en los malos novelistas psicológicos, en los novelistas, no ya corrompidos, sino fracasados: en los mediocres. Por ejemplo en nuestro Valera o en Paul Bourget».

«El costumbrista espejismo de la vida humana, el psicologista estudio o análisis de las motivaciones que entrañan la actividad social, el historicista propósito de desentrañar de todo ello la generación real de las ideas, he aquí los tres principios científicos del genial novelista Balzac. Fácilmente comprendemos hoy que con tan ridículas trampas diabólicas no se cazan monstruos novelescos».

«Lo que sí es arte en la novela de Dostoyewski, y arte verdaderamente genial, es haber vuelto a dramatizarla, a teatralizarla tan profundamente. Lo que llamaríamos la revelación de la voz, del espíritu subterráneo, puede que no haya sido más que esto: el darse cuenta Dostoyewski de la situación infrateatral en que la novela se encontraba a consecuencia de sus desviaciones estéticas».

«El hombre y su novela -en Cervantes y Dostoyewski- esto es, su mundo, escapan a nuestro juicio y esto fácilmente se comprende   —275→   que era inevitable consecuencia de la superación de la moral por el amor, por la religión del amor, que es el cristianismo. Religioso y cristiano, como el de Cervantes, es el punto de vista novelesco de Dostoyewski».

Salvador Madariaga es, sin duda, un intelectual decidido y valiente. Es ya tradicional en España la cuestión de si debemos europeizarnos, abrirnos a las corrientes de fuera, o enconcharnos a tejer inacabablemente la tela de nuestros sueños, o de nuestro delirio, mientras la realidad nos maltrata despiadadamente. Pues bien, Madariaga, superando ambas actitudes, se dio desde muy mozo, pertrechado de innegables dotes de penetración psicológica y de un buen saber histórico, a la tarea de realizar la disección espiritual de Europa y a cantarles con desparpajo y agudeza las cuarenta a ingleses, franceses y a cuantos se le pusieron por delante. Esta actitud dio como fruto primero y magnífico el famoso Ingleses, franceses, españoles, libro penetrante, de brillante lógica, de delicados y sutiles matices de percepción, que alcanzó difusión amplísima y que puede decirse que es ya clásico en la materia.

En Bosquejo de Europa (Portrait of Europe) -Hollis Carter, London 1952- del que no conozco más que la versión inglesa, con tono en el que se mezcla la admiración entusiasta y la certera consideración crítica, se ocupa Madariaga de los rasgos que él cree distintivos de Europa y de lo europeo. Sería vano pretender condensar en unas cuantas líneas este libro complejo, a menudo cambiante en sus enfoques, lleno de interesantes paralelismos entre diferentes países. Para Madariaga, Europa es ante todo: voluntad e intelecto, unidad y diversidad, rica mezcla de sangres que expresan su genio a través de individualidades. En la historia y la vida europeas, la voluntad y el intelecto predominan sobre todas las demás formas del espíritu humano. Esta estructura mental se refleja en las artes: culminación del arte pictórico europeo en el retrato, sentido del orden y el equilibrio en las creaciones arquitectónicas, supremacía en las musicales, pues «voluntad e intelecto están emparentados con el tiempo presente más estrechamente que el instinto, que actúa desde   —276→   el pasado, o la intuición que tiende hacia el futuro... y la música es el arte del tiempo». La música es para Madariaga la suprema manifestación del espíritu europeo: «Grande es Shakespeare, pero en sus impulsos creadores traspasa las lindes del intelecto. Grande es Goethe, pero en él las lindes del intelecto impiden el libre desbordamiento del impulso creador. Grande es Leonardo, pero su intelecto parece paralizarlo a veces al borde de la creación. Sólo los maestros de la música Bach, Mozart, Beethoven, han dominado el torrente de su lava creadora moldeándolo en formas bellas. Bach, particularmente; la perfecta síntesis del poeta y del matemático, se levanta sobre Europa como el auténtico exponente de su genio».

Madariaga señala cuatro dioses en el Olimpo Europeo: don Juan, don Quijote, Hamlet y Fausto que: «aunque siempre europeos, son en verdad universales, con ese específico género de universalidad que al espíritu europeo le viene de su cerebro socrático y de su corazón cristiano». Tras unos interesantes paralelismos entre Hamlet y don Quijote, y Fausto y don Juan, Madariaga proclama a los cuatro símbolos de Europa: «Hamlet, encarnación del inglés, hombre de acción al que las normas y tradiciones sociales le impiden actuar; don Quijote, encarnación del español, hombre de pasión, viviendo en una sociedad rarificada, impaciente de todas las tradiciones, reglas e instituciones, cuya vida es, por tanto, un pasear solitario en el desierto, con libertad para poblarlo con sus fantasías. Fausto encarna al alemán de voluntad perezosa, pero de mente activa, hábil en el manejo de la materia muerta, pero torpe al enfrentarse a los seres humanos, fácilmente tentado por el egoísta goce del poder, pronto a seguir al diablo sin vacilación ni miedo si esto le proporciona el objeto de su deseo, gustoso de las ideas y los ideales, como le gusta a uno el cielo azul, mientras come jamón en una tarde de campo».

Madariaga da fin a su libro con estas palabras: «Así es Europa. Una tierra más de calidad que de cantidad, rica en matices y en tensiones, donde los hombres han adquirido netos perfiles, no sólo individuales sino también nacionales, tan claramente   —277→   definidos que la intuición puede expresarlos en palabras símbolos: el inglés, una isla; el francés, un cristal; el español, un castillo; el alemán, un río; el italiano, una daga. Todos tan concretos, que cualquier forma de vida, como rayo de luz que se refracta en cristales, toma en ellos aspectos diferentes. Una palabra es un instrumento para el inglés; una etiqueta del objeto para el francés; un proyectil mental para el español; una enciclopedia de la idea que ella expresa, para el alemán; un exquisito bocado para ser saboreado, para el italiano. El amor, una indulgencia para el inglés, tiene para el francés una significación física; es para el italiano un juego inteligente; para el español fuego; un torrente para el alemán; una perversión mística para el ruso. El pensamiento, una afectación para el inglés; una función natural para el francés; un placer para el italiano; una especialidad para el alemán; un vicio en el ruso y una tortura para el español. Un continente dotado con la riqueza de espíritu que éste, aparece siempre intacto, proyectado hacia el futuro como ansioso de adelantarse a sus propios destinos. Desde las vastas llanuras rusas, un mar sin puertos, se pone en marcha hacia el oeste pasando por la turbulenta Polonia, para deslizarse más tarde a lo largo del caudaloso río del alma germánica; desde el Mar Negro otra corriente trae a su centro las obscuras pasiones balcánicas, a las que Hungría presta su vigoroso ritmo, y estas dos corrientes, encontrándose en Viena, dotan al mundo con los tesoros de Mozart, Beethoven y Schubert. Del Mediterráneo, al espíritu de Europa se incorpora la divina luz de Grecia e Italia; del Báltico y el Mar del Norte, la luz más tranquila y fría del Norte; de Flandes y los Países Bajos, la luz familiar de los hogares, resplandeciente de calor humano, y así, con las luces de bosques, trigales, viñedos y prados, el espíritu de Europa más y más preciso, llega al oeste ramificándose en sus tres pueblos mejor definidos: de acción: Inglaterra; de pensamiento: Francia; de pasión: España».

De otro ensayo de Madariaga, Ojo, vencedores (Ed. Sudamericana, 1945) se publicó en la revista Books Abroad, la siguiente reseña: «Leer a Madariaga es siempre buen ejercicio   —278→   a causa de la gran cantidad de material informativo de que acompaña sus argumentos de viejo liberal español. ¡Ojo, vencedores! es una revista precisa de la historia europea durante los últimos veinte años. Los problemas más obscuros -los Balcanes, los países Bálticos, Polonia en la órbita de los alemanes y la Rusia Soviética- se aclaran y hacen comprensibles en la pluma de este profesor que expone estos problemas con algo de espíritu ginebrino, que en él queda tras sus años de representante de España en la Liga de las Naciones. En el libro se nota una tendencia polémica que hace que tenga un aliento de juventud».

Albert Guerard hace una muy breve reseña de otro libro-ensayo de Madariaga, De la angustia a la libertad (Ed. Hermes, Buenos Aires, 1955): «Don Salvador es un liberal a la manera tradicional de Burke: orgánico, creyente de la sabiduría del prejuicio, jerárquico. Le preocupan mucho las libertades y rechaza la igualdad mecánica y antinatural. Rechaza el comunismo por ateo, dice del jacobinismo que también es ateo -y quién más jacobino que el teísta Robespierre-; desprecia igualmente el modo americano de la vida: igualdad, individualismo -inorgánico-, sufragio universal -estadístico-, producción en masa, pensamiento rebañego. Lo acusa de propalar el divorcio, la delincuencia juvenil, el suicidio y la homosexualidad. Su ideal: una jerarquía de comunidades, a su vez agrupación de familias, medio artesanas, medio labriegas, que casi se realizó durante el mando del Mariscal Petain».

En el prefacio a una obra teatral en un acto y en verso, Don Juan y la donjuanía (Ed. Sudamericana, 1950), Madariaga diverge de la concepción de Marañón sobre don Juan, y lo presenta como viril, sin complicaciones, indominable como un toro.

En Juan Ramón Jiménez en su obra (El Colegio de México, 1944), Enrique Díez Canedo reunió una serie de conferencias sobre el gran poeta, sustentadas en la Universidad Nacional de México. Canedo califica a J. R. Jiménez de poeta esencial cuyos Sonetos espirituales: «tienen, con toda la economía estricta del soneto, la novedad de entonación, en la que revive la inspiración   —279→   genuina de los primeros sonetistas españoles, sin la complicación los del XVII ni las sonoridades del XIX. Es decir, en una aspiración a la pureza prístina». Subraya Canedo la sencillez, la pasión de justeza y la libertad de la poesía de Juan Ramón y lo defiende de los que lo tachan, como a otros poetas, de oscuridad, cosa que proviene de la falta de decisión para explorar el sentido de su poesía: «la oscuridad que se atribuye a la poesía de Juan Ramón viene de su concentración misma. Pero esa misma oscuridad es luz en cuanto se sitúa la poesía en su atmósfera». Respecto a la prosa de Juan Ramón, dice Canedo: «la consideración de que una parte, una gran parte, de la obra poética de Juan Ramón está escrita en prosa, nos ha llevado a esta discusión con la que quisiéramos eliminar ese desdén por la literatura, originado en una expresión semi-humorística y exaltado por un endiosamiento de la Poesía y de sus inspirados intérpretes del más seguro abolengo romántico. Juan Ramón vuelve verso la prosa. El poema de Platero está vivificado por la presencia de todas las grandes dotes del poeta, en cuyo espíritu se equilibran la emoción y la gracia, y por la ausencia de los tranquillos del novelista. El personaje principal de Platero es otro: es un héroe colectivo, es todo un pueblo, un pueblo blanco de Andalucía, el pueblo natal del poeta. El propio Platero, el burrito tierno y mimoso, es el más grande episodio sentimental de esa vida de Moguer, combinado en la vida juvenil del poeta. En Platero y yo hay paisaje y figura, hay visión y adivinación. Hay, además, una prosa tan nueva y tan distinta de las demás prosas de su tiempo, tan ‘prosa’, es decir, tan perfecto instrumento, que hasta se diferencia de la primera de Juan Ramón. Este libro marca una de las cumbres del poeta».

Para acabar su bello ensayo del que doy aquí sólo una pobre idea, se refiere Canedo a Juan Ramón como crítico, y dice que su conducta crítica la formuló repetidamente el poeta así: «Alentar a los jóvenes, exigir, castigar a los maduros, tolerar a los viejos». Y en relación con la autocrítica: «Mi mejor obra es mi constante arrepentimiento de mi Obra». Por último, señala Canedo, que todo poeta es una caja de resonancias, y que   —280→   en Juan Ramón se dejaron sentir la influencia de Becquer, que califica de central, y las de Rubén Darío, Salvador Rueda, Heine, Poe, Rossetti, Moreas, Maeterlinck, Paul Fort, Laforgue, Francis Jammes y Rabrindranath Tagore.

Segundo Serrano Poncela publicó en el exilio dos ensayos interpretativos, que se distinguen por su claridad de exposición y la inteligente actitud crítica. Uno de ellos es Antonio Machado, su vida y su obra (Ed. Losada, Buenos Aires 1954). En él se considera la figura de Machado desde distintos ángulos: el hombre, con las influencias y afinidades que en su personalidad intelectual se dejaron sentir y entre las que destacan las de Unamuno, Bergson y Heidegger, por lo que se refiere a su rigurosa formación filosófica; los principios rectores de su poética, entre los que subraya su concepto de la poesía como intuición, que trasciende las cosas; su constante inquietud ante la significación de la vida y la muerte, con curiosas afinidades con el pensamiento heideggeriano, expresadas antes, según nos comunica Poncela, de que el poeta trabase conocimiento con dicha filosofía y, finalmente, su concepto de Dios y de la religión. En otros capítulos del libro se trata de Machado en relación con su posición frente a España y su historia; su actitud regeneracionista, común a los hombres del 98, en la que se entremezclan sentimientos de desesperanza, con otros de fe en las virtudes de la raza, «una raza de hombres que ponen sobre todo la dignidad de la persona, con capacidad de ocio, a la que le está reservado un alto destino». Subraya Poncela que en esta actitud regeneracionista se observa claramente la influencia del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, en la que Machado se formó. Finalmente, nos habla Poncela de los dos alter ego de Machado: Abel Martín y Juan de Mairena, de los que se sirvió para exponer lo que no quiso decir directamente. Todos los temas tocados por Serrano Poncela en su libro van ejemplificados con trozos de poemas de Machado. Señala Serrano Poncela la actitud crítica de lo social e histórico, con un fondo conceptual, de parte de la obra poética de Machado, cosa que está en contradicción con su propia concepción de la poesía como lenguaje   —281→   expresivo de intuiciones, la poesía pura, no entendida como estricto ejercicio verbalista, sino aquella despojada de cualquier propósito no estrictamente poético.

De Serrano Poncela es también El pensamiento de Unamuno (Ed. Fondo de Cultura Económica, 1953). Acercarse a la persona y a la obra de don Miguel de Unamuno es hacerlo a una contradicción viviente, dramática, contagiadora de desazón y angustia. Filósofo hostil al imperio de las ideas; creyente que necesita crear su dios tanto como creer en él, al que no satisfacen ninguna de las relaciones con la divinidad que le ofrecen las distintas religiones; titubeante entre la razón y la fe, transido de ansia de inmortalidad. A esta atormentada personalidad se acercó en actitud interpretativa Segundo Serrano Poncela en este interesante ensayo del que apenas puedo señalar aquí más que el enunciado de sus capítulos. El inicial es biográfico y de situación de don Miguel en su «circunstancia generacional»: años mozos de Bilbao y Madrid, su contacto con «los otros»: Trueba, Valera, Ganivet, Clarín, se cierra con una referencia a la relación entre Unamuno y Ortega, de la que Serrano señala que ofreciendo aspectos de una incompatibilidad irreductible escondía, bajo tales apariencias, coincidencias esenciales. En los siguientes capítulos se ocupa Serrano Poncela de las formas de expresión del pensamiento en Unamuno, entre las que la poética y la novelesca son preferidas a la filosófica técnica -cosa no extraña en un pensador que cree en la fundamental afinidad de poesía y filosofía-; de las influencias que contribuyeron a la formación filosófica de don Miguel: Pascal, Kirkegaard, principalmente, así como la de Carlyle; de don Miguel como precursor de la filosofía existencial y, en relación con ella, de lo que Serrano llama su «meditation mortis» o posición ante el gran misterio, posición equidistante entre la representada por el existencialismo cristiano y la de Heidegger. El libro se termina con un capítulo «El quijotismo» como filosofía de la Vida, que tal sería, según Serrano Poncela, la médula del pensamiento filosófico de Unamuno en relación con su concepción del mundo. «Una interpretación integral de la vida humana, si bien vital, existencial   —282→   y no especulativa, una filosofía que enseña a vivir, a adoptar una actitud y no a tender un pensamiento científico, teórico, en torno a la vida. Debemos anticipar que el quijotismo unamuniano es más bien una cuestión de actitud vital del yo ante los grandes temas de la existencia, que un sistema de soluciones teoréticas, planificadas, de carácter ontológico o moral. La moral unamuniana sería cristiana en cuanto sitúa sobre él a priori de una inmortalidad de la conciencia, una tendencia irrefrenable en el individuo a comunicarse con Dios; pragmatista en cuanto descansa en el yo, como voluntad de ser y hacer; racionalista en cuanto acepta al hombre como centro de la concepción de la vida y del universo. El lema del obrar quijotesco y unamuniano podría ser éste: vivo mis obras, no las razono. Deja que la vida te trace un plan, no traces planes a la vida. Esta acción es una de las formas que presenta el ansia de inmortalidad e indistintamente opera sobre vidas terrenales o divinales. Las hazañas de don Quijote, la peregrinación de Santa Teresa, la conversión activa de San Ignacio de Loyola y su Constitución de la Orden, ¿no son acciones derivadas del gran impulso a la pervivencia y a la inmortalidad, motor de toda filosofía, de toda mística, de toda postulación vital, en suma?»

José Ferrater Mora escribió, con anterioridad al de Serrano Poncela, otro ensayo sobre don Miguel de Unamuno, titulado Unamuno. Bosquejo de una Filosofía (Ed. Losada, Buenos Aires, 1944). El título de la obra se presta a interpretaciones, pues muy bien puede estimarse al leerlo, o bien que el autor bosqueja en él una filosofía propia, tomando como pie el pensamiento filosófico de don Miguel, o que va a bosquejar la filosofía unamuniana. Esta impresión equívoca no se desvanece a todo lo largo del ensayo, pues no siempre se percibe distintamente cuándo Ferrater Mora habla por sí y cuándo lo hace para comentar las ideas de Unamuno. Así, por ejemplo, en el capítulo dedicado al sentimiento de España en don Miguel: intrahistoria, España eterna, europeización, que inventen ellos, etc., etc., Ferrater Mora que parece hablar en nombre propio, sobrepasa a Unamuno en agonismo y exaltación. El ensayo es un testimonio más   —283→   de lo buen escritor y sagaz pensador que es Ferreter Mora, cualidades que brillan en todas las obras de su creación, que ya va siendo copiosa. Se divide en cinco capítulos que llevan por título y subtítulo: «Unamuno y su generación»; «El hombre de carne y hueso»; «La idea del mundo»; «La idea de Dios»; «La inmortalidad»; «La tragedia del cristianismo y la idea de la historia»; «El idealismo de los ideales»; «El ideal hispánico de Europa»; «El quijotismo»; «La palabra»; «La hora literaria». Ferrater Mora va contrapunteando, en forma que suena más a apologética que a puramente crítica, la línea del obsesivo discurrir de don Miguel acerca de las dos o tres cuestiones, ¡y qué cuestiones!, que lo atormentaron toda su vida: la conciliación de la razón y de la fe, el ansia de inmortalidad, la lucha por encontrar un dios o crearlo a su imagen o semejanza, la quijotización, con algo de sanchificación -de un Sancho a su vez quijotizado- de Europa.

No todo fue apología en torno a Unamuno por parte de los escritores exilados. Hay otras versiones del maestro. Por ejemplo, la de Ramón J. Sender. Figura en un pequeño libro en el que se reúnen cuatro ensayos y titulado Unamuno, Valle Inclán, Baroja y Santayana. Ensayos críticos. (Colección Studium N.º 10, México, 1955). Como en él se dicen cosas un tanto fuertes y realmente disonantes en el concierto de voces laudatorias de la obra y de la personalidad de Unamuno, voy a transcribirlas literalmente. Si bien extraídas de un contexto más amplio que las relaciona entre sí, su aislamiento no creo que modifique en lo más mínimo el pensamiento del autor: «Casi todo el poema -‘El Cristo, de Velázquez’- es una acumulación de lugares comunes. En la mayor parte de su obra, Unamuno se limita a hacer preguntas que no contesta y a ofrecer cosas que no llega a dar. He leído sus novelas, confesando que no pude llegar al final de Niebla ni de Paz en la guerra. Su poesía, si de veras consigue cristalizar una idea o una sugestión poética, es más ascética que mística, más conceptual que lírica y más prosaica que poética. Unamuno está pasando ahora por la prueba del silencio post mortem. Los veinticinco años siguientes al fallecimiento   —284→   suelen ser de aparente olvido para los escritores. Después llega el momento de la revaloración y es la generación siguiente la que entierra definitivamente o resucita al escritor. Los síntomas son funestos para Unamuno dentro y fuera de España. Los autores del 98 que tienen más posibilidades de sobrevivir, son Valle Inclán y Baroja. Lo bueno de Unamuno estaba en su persona y con ella morirá. Tenía Unamuno una cabeza hermosa, pero casi todo lo que prometía aquella hermosura era falso. El resentimiento era su obsesión. La posteridad suele ser implacablemente justa. Lo mismo que la tierra reduce a huesos nuestro cuerpo, el tiempo consume y disuelve la hojarasca de nuestra obra para dejarla desnuda y escueta en su esqueleto. Los huesos de Unamuno no son fuertes y el escritor está siendo olvidado a pesar de los esfuerzos de algunas casas editoriales. Sus novelas son insubstanciales, su poesía es especulativa y conceptuosa. De todos los del grupo del 98 el menos filosófico, aunque parezca extraño, era Unamuno. La obsesión de Unamuno en sus escritos y en su vida era la discrepancia. Quería ser el arguyente de todos los dogmas y el hereje de todas las iglesias. Pero de todo eso trataba de obtener dividendos literarios. En el fondo de su actitud había una tremenda frivolidad. En sus pretendidas novelas o ‘nivolas’ -truco con el cual don Miguel trata de ‘salvar la cara’ y disfraza su frustración- vemos la incapacidad de Unamuno para cualquier género de emociones que no dependan de la sensación inflada del yo». Al final del ensayo, Sender trae a cuento a Joyce y a Simone Weil: «Estoy citando a Simone Weil -dice Sender- porque es precisamente en su obra breve y densa donde se manifiesta la claridad de mente (genio) que Unamuno anhelaba y también la clave de santidad que el pobre don Miguel buscaba».

José F. Montesinos es el autor de Estudios sobre Lope (Ed. Colegio de México). En esta interesante colección de estudios figuran el del personaje gracioso en la obra de Lope, en el que el autor contrapone el carácter y, concretamente, los sentimientos de amor y de honor en los caballeros y sus escuderos; otro sobre lo culterano y lo popular en dicha obra; uno, muy erudito,   —285→   en el que se precisan fuentes y fechas de varias de sus producciones y algunos más muy ilustrativos de diversos aspectos de Lope. Para el lector no especializado lo más atractivo del libro de Montesinos son dos breves ensayos que van al final del mismo. Del primero, titulado: Lope de Vega, Poeta de circunstancias, selecciono los siguientes trozos: «Por ser el poeta de las circunstancias españolas, de sus propias circunstancias, Lope llega a ser toda España. Ninguna otra encarnación de nuestro espíritu ha conseguido expresar con análoga evidencia, lo que España aspira a ser; nadie ha formulado con igual autenticidad la palabra y gesto de la justificación histórica de España como este poeta cuya mejor obra lírica es una dolorida, afanosa justificación de sí mismo. El gran poeta sabe que su pueblo sólo por ministerio de la poesía ha creado cosas duraderas, que España es una conducta poética cuyo exponente es la hazaña y un conocer poético cuya expresión es el cantar. Lope conoció que su pueblo no vibra ante las formas de un arte impracticable en la vida, que no reconoce otras que las que emanan limpiamente de una honda razón vital y tuvo el heroísmo de renunciar al arte razonable y europeo, el de la belleza indiferente». Refiriéndose a la pretendida inmoralidad de Lope, Montesinos escribe que: «Nada tan ajeno a Lope de Vega como un frívolo donjuanismo. El donjuanismo no se caracteriza por la frecuencia y muchedumbre de las aventuras, sino por la índole de los apetitos. Las fuertes y sanas pasiones de Lope nacen, natural y espontáneamente, de su vitalidad increíble. En su conducta de enamorado no hay temores ni alusiones ni cautelas; ni se hurta la responsabilidad, ni apenas disimula. Lope, al revés de don Juan, es la capacidad de amar». El segundo ensayo se titula: Lope y su tiempo y se subdivide en dos capítulos: «La vida literaria» y «La vida popular». En el primero estudia Montesinos las influencias culteranas en Lope y señala cómo supo conjugar maravillosamente lo culterano con lo popular: «Hay en el español, en profusión quizá más extremada que en el hombre de la restante Europa, una doble mentalidad, y es en esa doblez de su espíritu donde se originan todas las tragedias, todos los conflictos   —286→   internos. Hay en el español algo que da a la vida, a un pleno entregarse a turbios impulsos vitales, al puro sentirse ser y actuar, el primado sobre todas las cosas. Pero al lado de este español exultante, vive siempre un intelectual tan preocupado de cómo debe ser la vida, que es incapaz de vivir. Es el hombre español de las fórmulas, de los esquemas, de las normas y de las reglas, que mira al otro con torvo ceño, y le teme y le envidia. Como en todos los grandes artistas nuestros, no fue la supresión de una de las dos mentalidades, víctima de la otra, lo que determina la perfecta madurez del artista y de su arte, sino la equilibración de ambas».

En el segundo capítulo de este ensayo, titulado «La vida popular», Montesinos señala cómo Lope hizo teatro popular, entrañablemente popular, renunciando al arte con vigencia universal, según lo que por universalidad se entendía en su tiempo, y añade: «El mismo sentimiento del destino heroico que ha cristalizado en el romancero, va a animar ahora la comedia de Lope, heredera de todo el viejo tesoro de las leyendas tradicionales españolas. Si, a menudo, en las comedias que Lope dedicó al regalo de la sociedad más distinguida de su tiempo -comedias para ‘ingenios y señores’- sorprendemos actitudes que sólo las experiencias esteticistas y narcisistas de su juventud pueden explicarnos, en general, el sentido heroico de su teatro tiene honda raigambre en esa conciencia nacional española, formada en largos siglos de contemplación legendaria. Lope, el intérprete más agudo y fiel del espíritu de España, nos plantea en su teatro innumerable este angustioso tema de meditación: el de las tendencias divergentes del alma española, su carnalidad y este sentido del heroísmo que es sumisión al destino».

De Montesinos es también un muy interesante estudio titulado Introducción a la Historia de la novela en España en el siglo XIX.

En Autores como actores (Ed. Colegio de México, 1951), agrupó Moreno Villa una serie de artículos y pequeños ensayos sobre temas muy varios. Se inicia el libro con las semblanzas de Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Valle Inclán y Ortega y Gasset,   —287→   en las que se hacen resaltar más los rasgos personales de carácter que los propiamente intelectuales, rasgos que contribuyeron, naturalmente, a perfilar su figura de hombres de pensamiento. Moreno Villa que los trató con asiduidad, y a alguno de ellos con confianza, da acerca de ellos datos muy certeros. En la evocación de Federico García Lorca, «el del alma musical», según nos dice Moreno, es donde éste pone más viva emoción. Yo que viví en la Residencia de Estudiantes por los años que Moreno Villa recuerda, puedo juzgar de la fuerza y la justeza de la evocación de Federico: desbordante impulso juvenil, alegría, señorío, maneras campechanas; rasgos de carácter que establecían, según Moreno Villa, un marcado contraste entre García Lorca y sus coetáneos compañeros en la creación poética, que a su lado aparecían resecos, faltas de la exuberante vibración humana del malogrado poeta granadino. En el mismo libro hay un capítulo dedicado a Manuel Machado, el «manolesco», el de lo s cambios y quiebros poéticos, ejemplificados con la transcripción de sus cantares, lo más vivo y auténtico, según Moreno, de la obra de un poeta que se distinguió en el movimiento modernista de fines de siglo y comienzo del actual, pero que dio su nota más verdadera, encontrándose realmente a sí mismo, en la interpretación poética de lo popular de su tierra sevillana.

En otro de los ensayos Moreno Villa nos habla con la autoridad que le daba su calidad de pintor, de los pintores que él llama de la España negra: Zuloaga, Solana y, hasta cierto punto, Regoyos, comparándolos con Moreno Carbonero, Chicharro y algún otro. Señala la actitud crítica de los primeros en su interpretación de lo que les rodeaba: hombres, tierras y cosas de España, con la superficial, blanda y pintoresquista de los otros.

En la parte intermedia del libro figura lo que pudiera llamarse un pequeño tratado de quirosofía o ciencia del estudio de las manos, como denunciadoras de los rasgos de carácter y la personalidad; las manos en su total volumen, sus contornos, forma de los dedos, etc. Los comentarios de Moreno Villa van debajo de los dibujos de manos de algunos escritores mexicanos,   —288→   magníficamente trazados por él mismo. El libro se cierra con unos estudios acerca de Tirso de Molina, Lope de Rueda, Juan de Valdés y Espronceda.

Emilio González López escribió un libro de crítica sobre Emilia Pardo Bazán (Hispanic Institute, New York, 1944). De este ensayo escribió Aubrey F. G. Bell (B. A.): «Un estudio de Galicia y de la novelista cuya grandeza radica en sus obras de ambiente gallego y no en las que tienen por escenario Madrid u otros lugares. La Condesa hizo por su región nativa lo que Pereda por la Montaña, Palacio Valdés por Asturias, Valera por Andalucía y Blasco Ibáñez por Valencia. La distinción entre el realismo español y el naturalismo francés está bien planteada, la figura literaria de doña Emilia, bien trazada. Se hacen resaltar sus limitaciones y sus dotes. Capaz de una apasionada concentración, tanto en su estilo, como en el trazado de los caracteres, hombres y mujeres, circunscribió su aguda observación a su propia clase y tierra, excluyendo la vida de los pescadores y los aldeanos gallegos. Esta falta de simpatía popular priva a su estilo de esa nobleza que en las páginas de Pereda, como en las de sir Walter Scott y Thomas Hardy, surge de la percepción de la esencial dignidad y heroico carácter del aldeano. Por ello, a pesar de las vivas, inolvidables escenas de Los pazos de Ulloa y el magistral retrato de Primitivo, el labriego, y de la obra de Valle Inclán, los aldeanos gallegos esperan todavía su épica auténtica».

De Pedro Salinas es el ensayo titulado Aprecio y defensa del lenguaje (Universidad de Puerto Rico, 1944) reseñado así por Gastón Figueira (B. A.). Recuerda Pedro Salinas cómo después de haber pasado varios años en los Estados Unidos, llegó un día a San Juan de Puerto Rico, donde se encontró rodeado de «su propia atmósfera lingüística, respirando español en las calles de San Juan y en los pueblos de la isla». Confiesa que se llenó de gratitud, al pasado y al presente, a todo y a nada en particular, con gratitud hacia la lengua que fue su herencia al nacer. La disertación es sólida, delicada y seria. Salinas es impresionado por las potencialidades de la palabra, por su fuerza   —289→   de expansión y multiplicación, por sus irradiaciones. Describe en forma magnífica las maravillas de la palabra: «La lengua es como un lago en cuyo fondo yacen joyas preciosas, oculto tesoro misterioso; si se cala lo suficientemente hondo no es posible sacar la mano vacía». Se ocupa de los neologismos y barbarismos del lenguaje en el siglo XX, que sufre de la «psicosis de la prisa», del lenguaje epistolar y de la conversación, de sus manifestaciones gráficas y visuales, de los autores clásicos, del teatro. Hacia el final recuerda el proverbio: «Hablando se entiende la gente» y señala que Hitler, al desorganizar la lengua alemana, la redujo a gritos histéricos, al bramido y rugido de los animales. Declara que: «hay razón de esperar que cuando los hombres aprendan a hablar mejor, coincidirán más y aprenderán a comprenderse mejor, pues es sólo cuando el hombre pierde la confianza en el poder persuasivo de la palabra, en su capacidad de convencer a sus opositores, que recurre a las armas y a la violencia». Y concluye con este llamamiento: «Cuando legamos nuestra lengua a nuestros hijos, no les debemos dejar una lengua empobrecida, desfigurada o emasculada; ésta es una obligación que recae sobre nuestra generación con honor lingüístico».

De La poesía de Rubén Darío (Ed. Losada, Buenos Aires, 1948), otro ensayo de Salinas, escribió en B. A. un crítico: «No es, lo que se nos ofrece en este libro, un análisis frío e impersonal de la técnica de un poeta, sino una interpretación llena de simpatía, de un poeta de rica sensibilidad, por otro; interpretación rica en alusiones y en estimulantes comentarios sobre artistas y teoría artística. El vocabulario de Salinas es poético, lleno de expresión y colorido, profunda su penetración psicológica, el material bien organizado; las conclusiones van ilustradas con citas de casi ochenta poemas. De la periferia de la vida multinacional de Darío, Salinas se traslada a su centro, a su corazón: lo erótico fatal, lo erótico agónico, lo erótico trágico, lo erótico trascendente. Este tema recorre enteramente el libro. Pero el erotismo de Darío es un refinado erotismo de todos los sentidos. Quizá la mejor del libro sea el análisis que Salinas hace   —290→   de la relación entre los tres diferentes aspectos de la obra de Darío: el erótico, el social y el de la teoría artística. El erotismo de Darío era una insatisfecha sed de paz: la paz que puede lograrse a través de la creación artística. Nosotros, acostumbrados al elogio casi unánime de Darío, que se tipifica en el comentario de Enríquez Ureña: ‘Rubén Darío no es aquí (Cantos de vida y esperanza) solamente un poeta exquisito, como en Prosas profanas, sino que también es el poeta de una generación y de todo un Continente’, no deberíamos olvidar, cómo Torres Rioseco señala, que: ‘Para la generación de 1924, Rubén Darío era un poeta artificial, afrancesado, totalmente ajeno a la vida de este continente; las críticas recientes le han sido crecientemente adversas’. El libro de Salinas es una cálida y generosa defensa del poeta que: ‘ha sido sufrida víctima de críticas impresionistas y juicios inconexos’».

Otra de las obras de Pedro Salinas: Literatura española del siglo XX, publicada primeramente por la editorial Séneca y posteriormente por Robredo, es una colección de ensayos, algunos aparecidos previamente en diversas publicaciones y reunidas ahora en un volumen. De este libro escribió Edwin S. Mosley (B. A.): «Ningún libro más oportuno que éste. Una era de literatura española ha terminado con una guerra y la muerte de personajes tan representativos como Valle Inclán, Unamuno, los Quintero, Machado, Lorca, y en el exilio Juan Ramón Jiménez, Salinas, Bergamín, Guillén, Alberti y otros. La recapitulación es natural. La sección primera del libro se ocupa del modernismo y los escritores del 98. Este estudio sirve de fondo para encuadrar figuras posteriores: Guillén, Alberti, Cernuda, Aleixandre. El período se caracteriza, según Salinas, por su lirismo. En escasos cuarenta años surge un asombroso número de auténticos poetas y el espíritu lírico domina con fuerza en el teatro, en los versos de prosistas, como Unamuno, Pérez de Ayala, Miró, Gómez de la Serna y Bergamín. Aún en Baroja se revelan más resplandores de lirismo que en volúmenes enteros de Campoamor».

Joaquín Casalduero escribió Sentido y forma de las Novelas   —291→   Ejemplares. Instituto de Filología. Universidad de Buenos Aires, 1943, reseñado por Aubrey F. J. Bell (B. A.) en los siguientes términos: «Entre las cuestiones tratadas en este estudio figura la del realismo en Cervantes. Casalduero dice que Cervantes está siempre lejos de la realidad, del sentido real y que es más bien cultivador de inverosimilitud y fantasía. Los caracteres están idealizados; Marcela y la Gitanilla son tan ideales como Maritornes o la Argüello. Esta idealización es atribuida por Casalduero al barroco que creó un ideal de belleza y fealdad. Pero lo notable es que Cervantes construye con elementos artificiales un cuadro de asombrosa naturalidad. El autor no comparte la parcial predilección de los críticos del siglo XIX por las Novelas Ejemplares, en las que domina la picaresca, pues cree que todas son joyas de alto precio. Subraya que el encanto y la profundidad de Cervantes se apoyan firmemente en la tierra». Casalduero produjo una importante obra de investigación y crítica literaria. Su libro Galdós (Ed. Losada, Buenos Aires) es, a mi modo de ver, una de las mayores y más inteligentes contribuciones al conocimiento de la obra de nuestro máximo novelista, de la que Casalduero hace un estudio completo, pese a la no mucha extensión del libro. «Este estudio, escribe Casalduero, se propone mostrar la unidad interior de la obra galdosiana y el desarrollo orgánico del mundo de Galdós, que va de la Historia a la Mitología, de la Materia al Espíritu, de España a la Humanidad». Otras obras publicadas por Joaquín Casalduero son: La composición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Buenos Aires, 1946. Composición y significación de las Novelas Ejemplares. Instituto de Filología de Buenos Aires. Contribución al estudio del tema del Don Juan en el teatro español. Northampton, 1938.

Francisco García Lorca es autor de un ensayo sobre Ángel Ganivet, que lleva este título y el subtítulo de Su idea del hombre (Ed. Losada, Buenos Aires, 1952). Genaro Art les hizo del libro la siguiente reseña: «Lorca logra sistematizar el tortuoso pensamiento de Ganivet. El menos sistemático de los escritores españoles, espíritu errabundo y difícilmente sometible a ley, es   —292→   reducido por Lorca a normas. En efecto, Lorca nos señala una línea directriz orientadora a través de la aparente confusión y el cambiante pensamiento de Ganivet en torno a sus cuestiones predilectas. Gozamos de la lectura de Ganivet dejando a nuestra mente saltar de aquí a acullá, siguiendo la zigzagueante línea de su razonamiento. Acaso sería mejor el dejarnos a solas con el pensador para que cada uno extrajera por sí mismo la sustancia de sus mensajes de la entraña de sus escritos. Por otra parte, puede ser una ventaja este ordenamiento de lo que es, casi por definición, una inagotable cantera de donde muchos han extraído elementos para sus propias concepciones políticas, sociales y literarias. Lorca organiza las ideas de Ganivet en tres grupos muy lógicos, tras de dedicar una amplia introducción a la vida y escritos de Ganivet y a su alma tan compleja: la materia circundante; el hombre y los valores morales y sentimentales, el hombre y su destino. Este último se simboliza en el acróstico latino hecho del nombre Arimi que Pío Cid hace suyo en La conquista del reino del maya: Artis initium, doloris; Ratio initium erroris, Initium sapientiae vanitas, Mortis initium amores; Initium vita libertaes».

Literatura española contemporánea, 1898-1950, de Juan Chabás; Ed. Cultural, La Habana, 1952. Obra admirable de forma, llena de sagacidad en los juicios críticos, denotadora de una profunda comprensión de los movimientos literarios de los que se ocupa, en poesía, novela, ensayo, crítica literaria e, incluso, filosofía. No es Chabás de los historiadores de la literatura que, con un pretendido espíritu de absoluta objetividad, terminan haciendo de su función cosa yerta, sin vibración. Las afinidades o los desvíos se traslucen claramente en su obra prestándole una gran vitalidad. Considero que no pocos de los capítulos de este extenso libro son de lo más logrado en historia de la literatura española, que se haya publicado en España o fuera, hasta ahora. Esta obra de Chabás constituye una fundamental y valiosa aportación al conocimiento de una época literaria que se tiende, cada día más, a conceptuar, con plena justificación por otra parte, como nuestro nuevo Siglo de Oro.

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Jorge Guillén es el autor de una introducción a las Obras completas de Federico García Lorca, modelo de finura de percepción y en la que, a pesar de su no mucha extensión, se tocan los fundamentales aspectos de la obra y la personalidad de García Lorca con inteligencia y emoción.

De Ángel del Río es una Historia de la literatura española, en dos volúmenes (Ed. Dryden, New York), reseñada así en Books Abroad: «Aun cuando el autor declara modestamente no tener la pretensión de imponer sus propios cánones críticos, ha puesto en esta obra más independencia de pensamiento de la que es habitual en las de su naturaleza. Del Río utiliza en sus estudios el sistema plutarquiano de los paralelismos: Ganivet y Unamuno, Miró y Gómez de la Serna, Jorge Guillén y Pedro Salinas. El índice glosario de la obra ofrece más información y cubre más terreno que ningún otro de los que el reseñados recuerde». De Ángel del Río es también un extenso ensayo escrito como prólogo a la versión inglesa de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, ensayo rico en observaciones y conceptos interpretativos, no sólo del poema aludido, sino de la obra toda del poeta.

Max Aub escribió un ensayo titulado Discurso de la novela española (El Colegio de México, 1945), del que escribió Aubrey F. G. Bell lo siguiente: «No era fácil hacer caber en las cien páginas de este volumen el estudio crítico de los novelistas españoles de los últimos cien años, más aún, si se tiene en cuenta que varios de ellos son de gran importancia en la literatura europea. El favorito del autor es Pérez Galdós, cuya comedia humana es digna de parangonarse con la de Balzac. Un prejuicio anticlerical parece haber distorsionado algo las proporciones de este ensayo. Debido a esto, Ricardo León, un estilista de raro encanto, es ignorado, lo mismo que Picón y Concha Espina. Peseda, es descrito como ‘pequeñamente retrógrado’ y sus novelas calificadas de ‘fotografías desvaídas’; considerablemente inferior a Emilia Pardo Bazán, que no es una novelista de primer orden. Ahora bien, piénsese lo que se piense de las ideas de Pereda (quizá sea para desgracia de la España moderna el que no se   —294→   le conceda la debida importancia) es imposible negar su grandeza como escritor de una prosa magnífica y creador de caracteres que vivirán mientras perdure la lengua española. Es incumbencia de un crítico español hacer justicia a Pereda, a causa de que para la mayoría de los extranjeros ha sido siempre un libro cerrado, casi tan intraducible como los más recónditos pasajes de Cervantes. El autor, ha omitido igualmente llamar la atención hacia los pocos, pero notables caracteres, creados por la Pardo Bazán y por Palacio Valdés. Muestra más simpatía por los deliciosos e incisivos bosquejos de caracteres de Baroja, aprecia el delicado encanto de Azorín, la melindrosa magia de Valle Inclán y el exquisito estilo de Valera. Y aun cuando parezca contradictorio en un crítico que censura a Pereda por su provincialismo, elogia calurosamente la obra primera de Blasco Ibáñez, señalando su contraste con sus novelas cosmopolitas de su última época».

De Max Aub también son dos ensayos que van como prólogo a una antología de escritores del siglo XIX: La prosa española del siglo XIX; algunos de ellos muy poco conocidos o leídos.

Mucho hay que agradecer a Max Aub que nos haya acercado a esas figuras del siglo XIX que la mayoría de los españoles, aun los que leen, conocen sólo de oídas. Para un exilado, recorrer estas páginas es sentir una melancólica emoción, pues casi todos ellos hicieron su obra en el exilio al que fueron lanzados por causas parecidas o iguales a las que sigilo y medio después hicieron emprender el camino de la emigración a otros hombres de letras, en unión de españoles de toda condición.

En páginas anteriores me ocupé de un ensayo de Ferrater Mora sobre Unamuno, adelantando la referencia al mismo a la de otros suyos a fin de agrupar los referentes a la obra y a la persona de don Miguel.

Variaciones sobre el espíritu (Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1945), de Ferrater Mora, contiene cinco ensayos cortos: Del intelectual y su relación con el político, en el que el autor considera que la no interferencia de sus respectivas actividades es la base de la libertad humana: «al usurpar la función intelectual,   —295→   al pretender dominarla, el político suprime la posibilidad de una auténtica crítica. La ligereza del político y la gravedad del intelectual, constituyen el contrapeso que hace posible marchar al mundo sin estancarse y sin estrellarse». Ferrater aconseja una separación limpia entre unos y otros. En De la probable condición del espíritu, Ferrater, tras de caracterizar el espíritu como aquello que trascendiendo de continuo todo lo natural se aleja cada vez más del terreno del hecho para adentrarse en la zona del sentido, previene contra «la gratuita opinión de que las ideas subsisten inalterables y acaban por triunfar con desconcertante facilidad sobre cualesquiera adversarios. El hombre deberá estar siempre alerta y no descansar, aguardando que el espíritu mismo dé cuenta de toda oposición y acabe con toda resistencia». Sin embargo, Ferrater expresa su confianza en la vitalidad del espíritu que renace más poderoso cuando parece que va a sucumbir, y termina subrayando la parte que la tradición toma en su subsistencia: «Hubo un tiempo en que se quería hacer tabla rasa de todo, en que se olvidaba que ser verdaderamente tradicional es una de las pocas maneras de ser auténticamente innovador».

El hombre en la encrucijada (Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1952), es un importante ensayo de José Ferrater Mora en el que éste trata de penetrar el sentido de la crisis de nuestro tiempo a través del estudio de otra gran crisis: la del fin del mundo antiguo. Señala Ferrater la coincidencia de la crisis antigua y el nacimiento del pensar filosófico que colocó en soledad, adentrándolo en sí, al hombre. Este ensimismarse lo atribuye Ferrater a la fuerza sobrecogedora que envuelve al hombre en las grandes crisis: «tenemos la impresión de que el destino histórico se nos escapa de las manos y de que el mundo -el planeta entero, y no ya sólo fragmentos de él- marcha impulsado por una gran ola que se nos antoja ineluctable». Viene después un estudio de la actitud de los filósofos cínicos, estoicos y platónicos, que se propusieron hacer frente a la crisis acogiéndose a la contemplación; la de los judíos, la de los «poderosos» -los políticos- que tratan de encaramarse sobre la ola y, finalmente, la   —296→   del hombre cristiano. Ferrater escribe que el cristianismo logró algo que parecía imposible: que la libertad de la persona coincida con la libertad de la sociedad y viceversa. En la segunda parte de la obra se ocupa Ferrater de la crisis que comenzó en la época moderna y que llega actualmente a su clímax, crisis, que según él, irrumpe en forma de oleadas: una entre los siglos XIV y XVII: Descartes; a ésta la denomina crisis de los «pocos»; la del siglo XVIII: crisis de los «muchos», y, finalmente, la crisis de «todos» que es la que estamos viviendo. Ferrater estudia, finalmente, dos aspectos de la crisis actual: la técnica y la organización de la sociedad, y trata de buscar lo que pueda ser una solución. Nos dice cómo el hombre occidental ha erigido sucesivamente cuatro creencias: en la naturaleza, en Dios, en el hombre y en la sociedad, y añade que la tragedia se desenlazará mediante un hecho renovador: renovación del cristianismo, o una revolución mundial de los oprimidos, o algo no previsto. Esta renovación, dice, será «tarea infinita que habrá de atender en suma a Dios, a la sociedad, al hombre y a la naturaleza, sin entregarse exclusivamente a uno solo de ellos».

Luis Cernuda es autor de Pensamiento poético en la lírica inglesa (siglo XIX). Imprenta Universitaria, 1958. México. Este excelente estudio abarca desde William Blake hasta Gerard Manley Hopkins. Cernuda trata los poetas de este siglo glorioso de la lírica inglesa desde el punto de vista de su reacción frente a las ideas filosóficas, políticas y la vida social prevalecientes en sus respectivas épocas. Subraya el desvío de los poetas hacia el medio en que vivieron. Cernuda divide su libro en dos partes: 1800 a 1830, y desde esta segunda fecha hasta finales de siglo. De los poetas de la primera época -los más rebeldes-, se ocupa de Blake, William Wordsworth, Coleridge, Shelley y Keats; en la segunda parte estudia Cernuda a Tennyson, Browning, Mateo Arnold, Swinburne y Hopkins. Estos bosquejos son ejemplo de sagacidad interpretativa.

En Las mujeres en la historia, Gustavo Pittaluga traza un panorama de la historia universal a través del relato de la participación en ella -tanto individual como colectiva-, de la mujer.   —297→   La obra, de vasta proyección, abarca no sólo los hechos y vicisitudes políticas sino también los de la vida cultural y social, en general, de todas las épocas. El apoyo bibliográfico es verdaderamente impresionante. Las mujeres en la historia es una extraordinaria historia universal, sin antecedentes recientes, y hasta me atrevería a decir que ni remotos, en la creación histórico-literaria de ningún país.

Entre las obras publicadas por Tomás Navarro Tomás en el exilio figura una a la que los especialistas han concedido unánimemente fundamental importancia: Métrica española, reseña histórica y descriptiva. Ed. Centro de Estudios Hispánicos de la Universidad de Syracusa. «Esta hermosa métrica -escribe Andrés Iduarte- es el fruto maduro de una larga vida de estudio y meditación. Abarca desde el siglo XII hasta el XX. No es un tratado de métrica a la manera corriente, no es un conjunto de reglas y preceptos sobre la técnica de versificación. Atiende juntamente a la naturaleza del verso y a la evolución de sus múltiples formas a través de la poesía en lengua española. Basta abrirla y hojearla para saber que se trata de un positivo acontecimiento en el mundo de la cultura hispánica».

La Universidad de Syracusa ha preparado también la publicación de una obra que Navarro Tomás tenía en curso de impresión en Madrid, cuando estalló la guerra civil: Documentos lingüísticos del Alto Aragón.

Andrés Iduarte termina así su artículo sobre Navarro Tomás: «Fiel a su pueblo y a su cultura, en su matriz que es la lengua, la acrisoló en su corazón y en sus libros, como todos los hijos buenos, que aman más a la madre cuando está distante y mucho más cuando es infeliz. Leal a su pensamiento e íntegro por abolengo y convicción, pasa por los setenta y tres años con la misma serenidad con que dejó su España en las últimas horas de la tremenda guerra, acompañado de don Antonio Machado, bajo la metralla enemiga, y sigue sirviéndola con la misma emoción domeñada con que entonces sirvió a sus compatriotas de los campos de concentración de Francia. Ni una palabra ha dicho que pueda enturbiar su credo liberal, ni por un momento ha   —298→   dudado que se puede vivir la vida entera sin traicionarse. De tal templanza, de tal virtud nace la felicidad bien ganada de este hombre sin vacilaciones ni estridencias, sin cambios de paso, ni desmayos».

Rendición de espíritu. Este libro de Juan Larrea es extraordinario por muchos conceptos. A la pregunta ¿qué es Rendición de espíritu? no es fácil contestar. Pero allá van unas cuantas respuestas: es una utopía de arranque apocalíptico que se anuncia llamada a convertirse en realidad en el Continente americano: utopía del triunfo de la libertad y del espíritu; es una filosofía de la historia; tiene bastante de libro cabalístico; ofrece una penetrante exégesis de alguno de los libros bíblicos. Hay en Larrea una increíble capacidad de relacionar hechos históricos, o legendarios, y conceptos -los más aparentemente dispares-, incorporándolos en una unidad de insospechada riqueza significativa, que se ajusta asombrosamente al acaecer histórico contemporáneo; acaecer de una historia considerada poéticamente. Muchas de las prefiguraciones que Larrea descubre en el Apocalipsis son enteramente aplicables a la posición española en la tremenda crisis por la que ha pasado y sigue pasando el ideal de libertad en el mundo.

La filosofía de la historia y filosofía en general que inspira el libro de Larrea es de tipo dialéctico y la concreta él en los siguientes términos: «Tesis: Moisés. Antítesis: Cristo. Síntesis: reino del Hombre. T: Asia. A: Europa. S: América, exponente universal. T: Tierra. A: Cielo. S: nuevo mundo de las alas. T: espiritualismo. A: materialismo. S: realidad unitaria. T: Cristo. A: germanismo, guerra. S: paz plenaria. T: catolicismo. A: protestantismo. S: conjugación de ambos en un más allá. T: sindicalismo. A: colectivismo. S: equilibrio del Ser».

Para terminar diré que las especiales cualidades de este libro hacen imposible su reseña, aun aproximada, por lo que me limito a recomendar vivamente su lectura.

A Eugenio Imaz se debe, entre otros, el ensayo titulado El pensamiento de Dilthey -Evolución y sistema (Colegio de México, 1946). «La imponente estructura intelectual de la obra de   —299→   Wilhelm Dilthey en todas sus complejas ramificaciones no es fácilmente accesible -señaló Kurt F. Reinhardt al reseñar la obra- debido al modo asistemático y fragmentario con el que este pensador alemán ofrece sus ideas. Esto puede explicar en parte el por qué no se ha traducido al inglés ni una sola obra suya y que sólo contemos en lengua inglesa con la breve monografía de H. A. Hodges. Imaz, el intelectual español, editor de las principales obras de Dilthey, está especialmente calificado como su intérprete, por su familiaridad íntima con el pensamiento alemán, por una parte y, por la otra, con las tradiciones intelectuales y los problemas actuales de Europa y América. Lo que Martín Heidegger pide a un auténtico estudioso de Dilthey -conocimiento completo de los múltiples aspectos de su obra monumental- lo posee Imaz en grado notable. El capítulo final del libro, en el que Imaz valora críticamente el historicismo y el relativismo de Dilthey y relaciona la sustancia de sus ideas con pensadores contemporáneos como Husserl, Heidegger, Jaspers, Weber, Troeltsch, Dewey y Collingwood, es muestra de originalidad en el método y de gran vitalidad de pensamiento».

España vista por los españoles. En esta obra, Ceferino Palencia, después de una introducción en la que estudia el sentimiento de la naturaleza en autores de distintas épocas de la literatura española, especialmente en los de la llamada generación del 98, ofrece copiosas y bien ordenadas transcripciones de trozos de la obra de muchos de ellos en los que se describen paisajes, ciudades y pueblos españoles. Los enlaces prestan unidad al conjunto y abundan en observaciones inteligentes acerca del carácter de la obra de cada autor, su significación y el fondo histórico de su época. Todo ello hace de España vista por los españoles, no sólo una valiosa antología de la prosa española, sino también un espléndido libro guía que nos ofrece en vivas y expresivas visiones la fisonomía material de España, tan estrechamente ligada a su panorama espiritual.

De Alberto Jiménez es Juan Valera y la generación de 1868 (Dolphin, Oxford, 1956). «Rara vez -escribe Madelin W. Nichols- una serie de conferencias reunidas dan a un volumen   —300→   tanta unidad como la que muestra este estudio sobre Valera y su posición en la literatura española. En tres capítulos introductorios se trata del Romanticismo como inspiración de la literatura española y reflejo de la vida de España en el siglo XIX. Ofrecen una interesante historia de la novela española, en la que se sitúa a Valera en unión de Alarcón, Pereda y Galdós. Tras un capítulo biográfico y bibliográfico sobre Valera, viene un estudio de su obra como poeta, ensayista y novelista. Después de hacer resaltar en las novelas de Valera dos elementos siempre presentes: el dato autobiográfico interno y externo y el marco cordobés dentro del cual se desarrolla la acción, Jiménez selecciona tres caracteres ‘simbólicos’ ilustrativos de hasta qué punto Valera se revela en su obra. El libro es una valiosa contribución a la literatura crítica del siglo XIX español».

De Francisco Ayala es Ensayo sobre la libertad (Ed. El Colegio de México, Jornadas 20, 1944), reseñado así en Books Abroad: «Se divide en tres capítulos: ‘Principio y práctica de libertad’. ‘La libertad en la historia’ y ‘El problema de la libertad en el presente’. El autor sostiene que el grado de libertad de que goza un individuo dado está en razón inversa a lo numeroso de su grupo social. Un tirano que gobierna un grupo pequeño tendrá menos poder que un dictador de un grupo numeroso, en tanto que los individuos de ambos grupos no disfrutarán de libertad alguna. En las agrupaciones democráticas, los miembros del grupo pequeño disfrutarán de más libertad que los del grupo grande. Si los grupos se asocian en confederación de estados o naciones las libertades individuales irán disminuyendo al hacerse necesarias restricciones internacionales antes inexistentes. El desarrollo técnico del mundo impulsa la formación de grupos cada vez mayores, con lo que las libertades individuales se restringen cada vez más. Bajo estas condiciones los grupos maduran para la tiranía y la dimisión de sus libertades en favor de los héroes: Lenin, Juan Vicente Gómez, Mussolini, Hitler».

De Francisco Ayala es también el ensayo titulado Razón del mundo: un examen de conciencia intelectual (Ed. Losada, 1945). De este ensayo escribió Albert Guerard: «El problema del que   —301→   este libro trata es el de la responsabilidad de la elite intelectual en el caos presente. El autor hace observar -quizá no con suficiente énfasis- que la intelligentsia es objeto de desconfianza y odio proyectados desde todas partes. No se debe a los intelectuales el que se haya caído en esta confusión, pues los intelectuales nunca han sido los conductores. Es indudable que han vuelto su poder intelectual contra el intelectualismo, pero al hacerlo sólo racionalizaron, como es su oficio, un hecho preexistente y manifiesto. Odiamos a los intelectuales a causa, principalmente, de creer que en un momento dado pueden dañar a nuestros queridos fetiches: marxismo, afán de lucha, cesarismo, determinismo materialista, fe budista. Algunos los odian porque los intelectuales como clase forman parte de la burguesía y sostienen los fetiches burgueses. Ayala cuida de señalar que el profesional intelectual, homo theoreticus, puede no ser inteligente. En la última parte, titulada La perspectiva hispánica, atribuye la aparente decadencia del espíritu español, no al hecho de haberse rehusado a aceptar España la Reforma, sino a haber apoyado la Contrarreforma, que considera como movimiento puramente negativo y regresivo. Su esperanza es un retorno al gran ideal, progresivo y dinámico de la catolicidad».

Los escritos de Luis de Zulueta se distinguieron siempre por su aliento humanístico, una gran serenidad y un optimismo fundado en la fe nunca desfalleciente en los valores del espíritu. Esa fue la tónica de su hermoso libro La edad heroica, editado por la Residencia de Estudiantes, no estoy bien seguro si recién terminada, o en curso todavía, la primera guerra mundial. Espíritu idéntico anima su otro libro La nueva edad heroica escrita durante la segunda. El profundo arraigo en Luis de Zulueta de los ideales humanísticos lo pone de relieve el que le inspiren obras tan llenas de serenidad y de esperanza como las dos mencionadas, en trances como los de las dos guerras mundiales en las que era difícil negarse a la creencia en la quiebra de los valores más sustanciales de la vida civilizada. La juventud española de hoy y, sobre todo de mañana, cuando llegue la hora de la reconstrucción espiritual de España, tendrá, deberá tener,   —302→   en esos libros una fuente de altos ideales con los que hacer frente a las crisis, inevitables, del porvenir.

A Eduardo M. Torner se debe un libro titulado Ensayos sobre estilística española (Dolphin Oxford). Esta obra consta de cuatro ensayos relacionados entre sí acerca de los efectos estilísticos determinados por el uso, en gran parte inconsciente, de las estructuras rítmicas y las combinaciones de vocales. El autor presenta abundantes ejemplos del empleo, por tres escritores modernos: Valle Inclán, Azorín y Ortega y Gasset, de tales ritmos y combinaciones. Su interpretación del efecto de tal uso es francamente subjetiva, a pesar de la profusión de datos estadísticos. Una de las teorías que Torner desarrolla extensamente es que a causa de que los sonidos de las vocales se relacionan con el color, el predominio de ciertas de ellas evoca sensaciones de claridad, obscuridad, etc.

Otro estudio importante de Eduardo Torner es el que con el título de Índice de analogías entre la lírica española antigua y la moderna, publicó Symposium, excelente revista de la Syracuse University, N. Y.

De Luis A. Santullano es el ensayo titulado Las mejores páginas del Quijote. Estas páginas, así estimadas por el autor del libro, van precedidas de unos modestamente denominados comentarios sobre la personalidad de Cervantes y sobre El Quijote. A propósito de la primera, Santullano incurre, aunque no sea nada más que para referirse a opiniones de otros autores, en la actitud, muy propia de los eruditos, de ponerse a escudriñar en la formación intelectual de Cervantes, a investigar si sabía de esto o de aquello de las corrientes del pensamiento de su época, como si deslumbrados ante la fuerza cósmica del genio necesitaran acogerse a los horizontes más estrechos de la erudición. Repito que Santullano no acomete personalmente esta peregrina tarea, sino que se limita a hacer referencia a alguna de las más extremosas afirmaciones de algunos exégetas. Por lo demás, a lo largo de estos inteligentes estudios de Santullano, se trasluce su profundo y emocionado conocimiento de la obra cervantina.

Álvaro de Albornoz. Tuvo Albornoz excepcionales cualidades   —303→   como hombre, como intelectual y como político: un gran espíritu de tolerancia, abierta disposición a reconocer lo bueno de sus adversarios, haberle sido absolutamente ajenos el resentimiento y el rencor, una identificación fraternal, cálidamente humana, con los humildes, los menoscabados en sus derechos, las víctimas de la arbitrariedad y la fuerza, una gran generosidad espiritual, una vasta cultura literaria, histórica y jurídica y una insaciable curiosidad intelectual que lo acompañó hasta las postreras horas de su vida, y lo incitaba a mantenerse al tanto del movimiento literario, filosófico y artístico, en sus manifestaciones últimas. Y sobre todo esto, un admirable señorío que campeó en todas las proyecciones de su vida. La obra de don Álvaro, no por dispersa en artículos periodísticos escritos a lo largo de más de cincuenta años, deja de tener una coherente unidad de la que son espíritus animadores los sentimientos de libertad y de justicia y un alto e inquebrantable fervor de español enamorado de su Patria. Don Álvaro, no bien llegado a Cuba, su primer lugar de exilio, fundó una revista: Nuestra España. Desde ese momento continuó, como lo había hecho siempre, colaborando en periódicos y revistas. Los temas de sus trabajos fueron muy variados, pero dominaron los de historia española, preferentemente la del siglo XIX, que él conocía tan bien. Colecciones de tales ensayos y artículos fueran publicados en el exilio en forma de libro y bajo diferentes, títulos. El último volumen, editado por sus amigos como homenaje a don Álvaro, que apareció pocos días antes de su muerte -creo que no lo alcanzó a ver- se titula Semblanzas españolas (México, 1954). En él se recoge una numerosa serie de trabajos dedicados a Goya, Argüelles, Flórez Estrada, Riego, Calomarde, Manuel Cortina, Espartero, Narváez, O’Donnell, González Bravo, Prim, Salmerón, Pi y Margall, Castelar, Cánovas, Balmes y Vázquez de Mella. Aunque estas figuras son tratadas aisladamente, los ensayos van entrelazados de modo tal, que constituyen un magnífico bosquejo de la historia española del pasado siglo, no sólo en el aspecto político, sino también en el del pensamiento. Algunos de dichos ensayos son bastante extensos y, entre ellos, el dedicado a Galdós, a quien   —304→   Albornoz llama el novelista de la guerra civil, y en el que examina preferentemente el pensamiento político del genial autor, es muestra del profundo conocimiento y de la fina comprensión que de su personalidad y de su obra tenía don Álvaro. El libro termina con unas semblanzas contemporáneas: Costa, «Clarín», el maestro Altamira, Pablo Iglesias, Roberto Castrovido, Marcelino Domingo, Luis Santullano, Alcalá Zamora y Azaña. Si se quiere un ejemplo definitivo de noble serenidad al referirse a hombres de los que disintió en más de un aspecto y que parece habían tenido para él conceptos que quisieron ser desdeñosos, aquí están estas líneas entresacadas de las páginas que don Álvaro dedicó a los dos presidentes de la segunda república española. Alcalá Zamora: «La España contemporánea ofrece ejemplos de estos desterrados insignes. Y uno de los últimos que resplandece como dechado de las virtudes más excelsas, es el del ex presidente de la República Española don Niceto Alcalá Zamora. Su vida de trabajo y de sacrificio en Buenos Aires merece ser divulgada para edificación de todos. Cuando llegó a la capital de la Argentina, el vicepresidente de aquella república, señor Castillo, le ofreció un cuantioso crédito en el Banco de la Nación, como se había hecho con otros desterrados ilustres, y el gran español lo rehusó porque aceptarlo lo colocaría en una situación de privilegio, y él no era ni quería ser sino un refugiado más. Y trabajó duramente, escribió, dio conferencias, produjo diversas obras jurídicas. Y cuando amigos y deudos le escribieron desde España, invitándole a volver con toda suerte de halagos y ofreciéndole la restitución de todos sus bienes, contestó con esta frase lapidaria: ‘Se puede volver para recuperar una patria, pero no para recuperar un patrimonio’. Alcalá Zamora fue en el destierro uno de esos solitarios irreductibles tras la coraza espiritual de un mundo interior. La inmensa desgracia de quedar completamente ciego no le quitó la luminosidad de las ideas y el resplandor de las visiones íntimas. Le sirvió, en cambio, para fortalecerse en su aislamiento. Políticamente había hecho desde su llegada a Buenos Aires una vida aislada; no quiso ser socio de ningún centro republicano, ni tomó parte en   —305→   ningún acto político. Pero dejó dispuesto que le enterraran envuelto en la bandera republicana, que él había sabido hacer compatible con la enseña de Cristo. Su cadáver fue acompañado a la tumba por una muchedumbre silenciosa y conmovida de más de cien mil almas. Iba pobre, sin patrimonio, pero iba envuelto en la aureola de la Patria. Magnífica lección que no osaría ofrecer la humildad de un cristiano, pero que es digna de un compatriota de Séneca. La elocuencia del gran creador, que brilló en tantos aplaudidos discursos, no rayó nunca a la altura de esa frase trazada en una carta en vez de ser esculpida en mármol: ‘se puede volver para recuperar una patria; pero no, para recuperar un patrimonio’. Palabras inolvidables de consuelo, de fortalecimiento y de esperanza, para las almas en el destierro».

Manuel Azaña: «Recia estirpe castellana y egregia estirpe intelectual. Azaña levanta una política achicada y emplebeyecida hasta darle el timbre y el corte de gran política española. En él se continúa, tras unos lustros de apicaramiento parlamentario, la insigne tradición intelectual de los grandes políticos españoles. Por encima de la anécdota y del escarceo, tan caros a nuestros improvisadores y guerrilleros parlamentarios. -¡Oh, manes de Romero Robledo!- podía elevarse y se eleva a los temas permanentes de la vida española. En lenguaje muy diferente, con toda la distancia que va del romanticismo al neoclasicismo de que él gustaba como escritor, sus síntesis recuerdan las de Castelar. Pero recordaba, sobre todo, el espíritu analítico de Cánovas, al que se parecía por la cultura, por el ingenio y por un cierto escepticismo elegante. Como orador, su estilo tenía más bien parentesco con el de Canalejas, cuya gran figura, verdaderamente extraordinaria, se ha ido desvaneciendo en la vertiginosa sucesión de crisis de la política española contemporánea. El destino le eligió para pilotear un buque de débiles cuadernas en medio de escollos bravíos surgidos de una erupción revolucionaria, cuando hubiera podido ser un restaurador y un pacificador de alto bordo. Porque unía a la inteligencia aguda y penetrante una sensibilidad exquisita. Buen gusto en las letras, y en las relaciones humanas tolerancia. Tolerancia contra la intolerancia española.   —306→   Sin ser un liberal de escuela, de doctrina, tenía del viejo liberalismo eterno el más profundo y delicado respeto a la personalidad humana. Era tal vez, de todos los grandes políticos españoles, el menos contagiado de la pasión nativa, el más refractaria a la arbitrariedad y al desorden. Sus nervios finos y pulidos rechazaban la violencia, todavía más que como una injusticia, como un absurdo. Quiso también el destino, además de asignarle una función revolucionaria, a él que era un conservador en el más alto y noble sentido de la palabra, que le tocara sufrir, en medio de la salvaje violencia, torturas capaces de abatir el corazón más empedernido. La reacción española, de fondo cavernario y ancestral, le odiaba precisamente por estas cualidades excelsas: la inteligencia, la finura, la tolerancia. No creía tener, porque así lo sentía, nada de común con él. Podía reconocerse en otros adversarios, incluso en los jacobinos más turbulentos; en él, no. Le parecía un monstruo precisamente por la humana excelsitud. Humana excelsitud que culmina en las palabras finales del gran discurso del Salón del Consejo de Ciento, de Barcelona: el último que pronunció. Con hondo temblor de emoción, con esa emoción de los hombres fríos que conmueve hasta las piedras, dijo las tres palabras que son a la vez un testamento y un programa para España: ¡Paz! ¡Piedad! ¡Perdón!, palabras dignas de ser esculpidas como el más glorioso epitafio: sobre una tumba que algún día España honrará y bendecirá».

Florentino M. Torner. Su labor en el exilio fue múltiple, destacando como ensayista y traductor. Sé que tiene, inédita, una historia de la literatura española que, conocidos su perspicaz y seguro juicio crítico, su fina sensibilidad de lector y sus vastos conocimientos de la historia de nuestras letras, tiene que ser una obra llena de interés. Los prólogos-ensayos que encabezan las antologías poéticas que, en colección ya muy nutrida, está publicando una casa editorial en México, son modelo de sagacidad interpretativa y de honda comprensión de los autores tratados. Entre los ensayos publicados por Torner figuran: Rousseau, La realidad y el arte, Leopoldo Alas «Clarín», El espíritu alemán,   —307→   La estética de Ortega y Gasset. Uno muy interesante fue el aparecido en Cuadernos Americanos, la importante revista mexicana, titulado La cuestión de la historia. La lectura de libros de historia, de ensayos sobre temas históricos y de biografías, comienza diciendo Torner, se acrecienta cada día, al mismo tiempo que se avivan las polémicas y se multiplican las explicaciones en torno al concepto de la historia. ¿Ciencia? ¿Arte? Torner comienza pasando revista a las tesis en apoyo de la categoría científica de la Historia: Rickert, Ermatinger y Huizinga, demostrando, tras apretado análisis no exento de ironía, el fracaso de los tres autores citados en su intento de probar que la historia es una ciencia. Spengler, señala Torner, elaboró una filosofía de la historia, fundándola en la concepción de que las culturas son organismos vivientes y, como éstos, nacen, crecen, llegan a la culminación de su desarrollo y terminan muriendo. Llega a más Spengler. Llega a afirmar la posibilidad de la profecía en la historia. Las distintas fases en la evolución de las diferentes culturas se repiten. Viendo lo que siguió a la fase de una cultura periclitada, equivalente a aquella en medio de la cual el historiador viva, estará éste en posibilidad de predecir el porvenir. Parecería lógico, por lo tanto, que Spengler, que ve en la historia un proceso de casualidad sujeta a ley formulable, hubiera sostenido la condición científica de la historia, nos dice Torner. Pues no; llegada la hora de pronunciarse acerca de esta cuestión, casi equipara la historia a la poesía; sólo mediante la intuición, sostiene Spengler, se podrá penetrar en el sino, en la verdadera significación del acaecer histórico. Desorientado en medio de esta tajante disparidad de las opiniones sobre la historia como ciencia y la historia como arte, declara Torner que se dio a discurrir sobre el problema con el intento de esclarecerlo. Y discurre así: el hombre vive inmerso en un ambiente hecho de naturaleza y espíritu (ideas, creencias, canciones, etc.; el espíritu objetivo de Hegel). En la mente del hombre hay dos clases de elementos que Torner denomina subjetivos individualizadores y subjetivos generalizadores. Los primeros: sensibilidad, sentimiento, son creadores de arte cuando operan sobre formas   —308→   limitadas del ambiente espiritual, y dan lugar a religiones cuando actúan sobre su totalidad. Los elementos subjetivos generalizadores, aplicándose a la naturaleza, van elaborando conceptos y relaciones entre los mismos, mediante los cuales, asociados a la observación y a la experiencia, se establecen leyes. Es decir, los elementos generalizadores al actuar sobre la naturaleza crean ciencia. Ahora bien, ¿cabe equiparar la historia decididamente a uno de los procesos citados? Torner afirma que no. En historia no se da el elemento objetivo sobre el que trabaja el poeta y el pintor, aunque sea para escamotearlo, para «desnaturalizarlo». Un movimiento histórico, una batalla decisiva de las que cambiaron el rumbo de la historia no se ofrece al historiador como un todo sobre el que actúe el sentimiento y la sensibilidad dando lugar a una obra de arte (se exceptúa, naturalmente, la condición artística adjetiva de la belleza estilística de la prosa del historiador). En relación con los argumentos de los que sostienen la categoría de ciencia de la historia, Torner, después de analizarlos, especialmente los de R. G. Collingwood, dice que todos son de una puerilidad extremada y que los campeones de la cientificidad de la historia no han alcanzado su objetivo en un solo caso. Termina Torner su interesante ensayo, del que no doy más que una ligera idea, con estas palabras: «Si la historia no es arte ni ciencia, quiere decirse que no es sino esto: historia, y esto significa que el conocimiento histórico es un conocimiento sui generis, o sea, una manera especial de conocer la realidad. Parece ésta una solución a lo Perogrullo, y sin embargo, es posible que no haya otra. Hemos de reconocer, por lo demás, el que en este caso el buen Perogrullo va de la mano de un pensador tan eminente como Croce. ¿Pero qué realidad conoce la historia? ¿Toda la realidad, una realidad especial o un determinado aspecto de la realidad total? La historia no es arte ni ciencia, es un tercer conocimiento de la realidad; pero no es un híbrido de arte y ciencia, sino una cosa distinta de una y otra, con valor propio y substantivo. Y lo que ya va importando mucho es que, dejando a una parte empeños estériles, un talento filosófico de gran jerarquía se emplee en descubrir y manifestar   —309→   su ontología, la lógica y la metódica sobre las cuales y según las cuales se constituye ese tipo especial de conocimiento qué es el conocimiento histórico».

El vicio del modernismo en la historia antigua. En este ensayo aparecido en el número 6-1957 de Cuadernos Americanos, Wenceslao Roces arremete contra la que señala como una arbitrariedad no permisible en historiografía: la aplicación de categorías y conceptos con validez y sentido en la historia moderna al acaecer histórico de la antigüedad. Entre los conceptos cuya utilización abusiva denuncia Roces, figuran los de capitalismo y proletariado, manifiestamente inaplicables, por ejemplo, a la historia griega y romana y mucho menos a la de épocas anteriores, como han hecho muchos historiadores en el pasado y también en la actualidad. Esta tendencia, según Roces apunta, obedece al propósito de presentar el capitalismo, modalidad de organización económica relativamente reciente en el desarrollo materialista dialéctico de la historia -concepción que Roces sostiene abiertamente-, como la forma, diríase permanente, de la economía de los pueblos desde las épocas más remotas, soslayando o pretendiendo soslayar su antepasada la esclavitud, ascendencia que, según Roces, no les hace la menor gracia a los historiadores reaccionarios. Denuncia Roces, asimismo, la irrupción del irracionalismo y el intuicionismo en el campo de la historiografía. Construcciones historiográficas del tipo de la de, por ejemplo, Toynbee, le merecen un completo y enérgico rechazo por lo arbitrarias y artificiosas.

Roces expone, de pasada, su creencia en la cientificidad de la historia, y como marxista ortodoxo, en el absoluto determinismo materialista de la misma a lo largo de un proceso dialéctico, así como en la posibilidad de formulación de leyes de su desarrollo, y en la de su tratamiento con arreglo a categorías y conceptos bien definidos.

Rechaza el concepto de la historia como conjunto de acaecimientos confusos, inconexos, fortuitos, sin estructura y sin ley, aureolados por el mito, la leyenda, la poesía, la exaltación romántica, carlyliana, de los héroes, etc., etc.

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El ensayo, como salido de la pluma de hombre tan versado en la disciplina histórica, como Roces, abunda en sugestiones diversas que hacen su lectura muy interesante, se esté o no de acuerdo con lo esencial de sus tesis.

Isidoro Enríquez Calleja publicó Las tres celdas de Sor Juana (Col. Aquelarre, México, 1956). Naturaleza, amor, conocimiento, he aquí las tres celdas de Sor Juana Inés de la Cruz, que Isidoro Calleja descubre y aquilata en el certero estudio de la personalidad de Juana de Asbaje. Para Calleja: «la poetisa es más interesante que sus mejores poemas, y su personalidad creadora como tal, nos atrae y la creemos más alta que sus creaciones». Cree Calleja que el estilo gongorino de Sor Juana le sirvió para velar su verdadero fondo temperamental. El libro va prologado por Luis Rius y es una valiosa contribución al conocimiento de la egregia poetisa mexicana.

Mariano Granados. Hombre de letras injertado en jurista, o al revés, hizo de la dolorosa escisión española, de su crónica guerra civil, tema frecuente de su producción, bastante copiosa, si a los libros se suman los artículos que publicó en periódicos y revistas. Entre las obras que produjo en el exilio figuran: España y las Españas (Almendros, 1950); Mendizábal (México, 1949). El crimen: causas, psicología, investigación (Ed. Alameda, 1954). En este libro estudia Granados las bases psicológicas del crimen, el factor hereditario y los aspectos médico-biológicos del mismo en lo que se refiere especialmente al endocrino y al psiquiátrico. A continuación, trata el crimen desde el punto de vista sociológico. Finalmente, se ocupa de lo referente a las pesquisas, la confesión del criminal, el narcoanálisis y el detector de mentiras, para terminar refiriéndose a las falsificaciones. Una de las últimas obras de Mariano Granados es el Nuevo retablo, libro de un género totalmente distinto de los anteriores, pues en él abandona la gravedad del ensayista para desperezarse y salirse por greguerías, algunas bien logradas. Se dejaría no bien perfilada la figura de Mariano Granados si no subrayáramos su constante preocupación por el problema español, especialmente proyectada hacia un futuro en el que se liquiden definitivamente   —311→   las causas de la crónica lucha interna española y se asiente la vida de España sobre fundamentos de libertad, de derecho y de justicia. Valora mucho Granados el papel que a la juventud española le está reservado en esta gran obra de conciliación: «no piensan los que hablan de restauración que, además de nosotros, los que en el dolor hemos clarificado nuestras opiniones y reajustado nuestros juicios sobre los hombres y sobre los hechos, amasándolos con nuestras propias lágrimas, en el crisol de nuestro corazón en carne viva, han entrado en la escena varias generaciones que sufren hoy las consecuencias de nuestras torpezas, con las que se sienten insolidarias, y esas generaciones nos miran todavía con los ojos atónitos, buscando la oportunidad de decir su palabra, esa palabra inédita que será la condenación más formidable del pasado común, del mezquino y estrecho pasado que ha venido a desembocar en las angustias y en los horrores del presente».

Marín Civera es el autor de una trilogía: Encuesta sobre el hombre, formada por: Presencia del hombre, libro bastante desesperanzado, amargo, en el que el autor declara sentir la angustia ante la vida inauténtica -páginas de tono claramente existencialista- y la falta de vislumbre de cualquier ideal verdadero; Rebelión del hombre (el hombre ante las ideologías y credos liberales), y finalmente, El hombre visto por los grandes hombres. De este libro escribió César Alvajar, en Cuadernos, entre otras cosas, lo siguiente: «Marín Civera no esconde su opinión tras las opiniones de los grandes hombres. Discretamente suele dejar ver la suya, y se advierte que su sentir no es de un irremediable pesimismo; que palpita en él, al lado de la preocupación social y política, una noble preocupación religiosa, libre de dogmatismo. Su actitud ante la vida es, en definitiva, la de la compasión hacia los hombres, añadiéndole -dice él- unas gotas de benévolo escepticismo. Señala al final del libro el desconsolador desequilibrio que se advierte hoy entre la verdadera cultura, que es tanto elevación moral como intelectual, y la mera civilización material, el mecanismo, el progreso técnico y maquinista. En este desequilibrio estriba para Civera el mayor motivo   —312→   de desconsuelo cuando se examina el panorama humano actual: ¿Remedio?... No es éste un libro de remedios. El autor no los propone. Señala el mal, lo apostilla con otras autorizadas voces de alarma».

Germán Somolinos D’Ardois se dio con inquebrantable entusiasmo a la incitante, si bien ardua tarea, de aclarar, rectificar y descubrir nuevos datos acerca de la interesantísima figura del doctor Francisco Hernández, nombrado por Felipe II, Protomédico General de las Indias, Islas y tierra firme del Mar Océano. Al cabo de varios años de pacientes investigaciones, el doctor Somolinos nos dice que está «en condiciones de poder presentar una imagen de Francisco Hernández bastante diferente y más completa de lo que se conocía no hace más de diez años». Felipe II encargó a Francisco Hernández el estudio de la flora medicinal de México. Somolinos, coincidiendo en ello con otros investigadores, insinúa la posibilidad de que entre los impulsos que movieron a Francisco Hernández, ya en plena madurez, a lanzarse a la aventura -que tal era en aquellos tiempos- de un viaje a América, fue su incómoda posición en la Corte, por su significación humanista, liberal con fuerte tendencia erasmista. «De ser cierta esta hipótesis, de la que no podemos hacernos solidarios por falta de datos concretos que lo afirmen, tendríamos entonces que admitir que el viaje de Fernández a México y su fructífera expedición enmascaraban la realidad de uno de tantos exilios españoles como ha tenido que acoger la generosa tierra de América y que, desde entonces hasta hoy, se han venido repitiendo entre los intelectuales españoles, con una dolorosa periodicidad». Como datos biográficos de Hernández, nos da Somolinos los de que era toledano, de Puebla de Montalbán, que estudió en Alcalá, que tenía una buena formación de cultura clásica y, desde luego, médica, esto último demostrado por sus obras entre las que figura un tratado de medicina que Hernández escribió en su retiro extremeño del Monasterio de Guadalupe. Más tarde es llamado a la Corte y desde ella enviado a América a estudiar su botánica. «Un día retornó a España apremiado por el rey y las enfermedades; en llegando a Madrid   —313→   creyó morir e hizo testamento. Sin embargo, no había llegado su hora, aún sobrevivió nueve años más en la Corte, dedicado a cuidar la salud del príncipe heredero mientras veía desvanecerse todos sus sueños. La obra era olvidada y archivada. Otros autores entraban a saco en sus escritos sin que él pudiera impedirlo y una fría mañana del enero madrileño de 1587 desapareció de entre los vivos sin ruido, inadvertidamente, no obstante haber logrado una obra inmortal y fundamental en el conocimiento de América». Sus investigaciones hicieron posible al doctor Somolinos aclarar cómo la iconografía botánica de las obras de Hernández fue utilizada por el Padre Nieremberg en su Historia naturae maximae peregrinae. Asimismo le permitieron llegar a relativas precisiones en lo que se refiere a materia tan confusa como la de los itinerarios seguidos por Hernández a través de México en sus viajes de estudio y exploración botánica. Somolinos ha levantado mapas de tales expediciones, que figuran en su interesante monografía: El viaje del doctor Francisco Hernández por la Nueva España, publicada en los Anales del Instituto de Biología de México. En otro trabajo titulado La desventurada aventura del doctor Francisco Hernández, aparecido en la Revista de la Universidad de México, dice Somolinos: «Los que nos hemos acercado a escudriñar su vida, no hemos podido pasar del umbral, sabemos alguna fecha más, sospechamos tal o cual rasgo, pero continuamos ignorantes de la casi totalidad de su existencia, y la leyenda puede seguir envolviendo con su tenue nebulosa, que amplía lo grande y desvanece lo cotidiano y ruin, la vida de nuestro héroe». El doctor Somolinos es el principal inspirador del propósito de llevar a cabo una edición de la obra de Hernández, que será realizada bajo los auspicios de la Universidad Nacional Autónoma de México y bajo su orientación.

Miguel Servet. En este hermoso ensayo biográfico de la dramática figura de la ilustre víctima del, para mí, odioso Calvino, Jaume Aiguadé, dejó escrito también, indeliberada pero espontáneamente, su autobiografía espiritual de la que son rasgos salientes la mística populista, un romántico sentimiento de la nacionalidad,   —314→   un exaltado humanismo, la pasión por la libertad y un sentido trascendentalista de la ciencia.

Los episodios de la vida de Servet, su pensamiento religioso, sus concepciones filosóficas, el descubrimiento de la circulación menor, son proyectados por Aiguadé sobre el fondo de las concepciones del mundo y del hombre que prevalecían en tiempos de aquel. Esto le da pie para muy certeras consideraciones en torno al Renacimiento, el Humanismo, la Reforma y la Contrarreforma, consideraciones inspiradas por un criterio que rehúye los fáciles lugares comunes estereotipados y que denotan una vasta y bien dominada cultura histórica.

Aiguadé exalta en Servet el ansia insaciable de verdad, la avidez intelectual, su mística panteísta, y trata de situarlo -como él mismo declara al final de su libro- en un punto equidistante de la apología entusiasta y la condenación apasionada. El libro de Aiguadé, excelentemente escrito, es de muy interesante lectura.

Fernando Vázquez Ocaña es autor de un certero y brillante estudio biográfico y crítico sobre Federico García Lorca (Ed. Grijalbo). La persona y la vida del poeta son inteligentemente analizados, así como la repercusión de ellas en su obra. Vázquez Ocaña logra ofrecernos una penetrante visión del sentido de ésta, a través de las motivaciones psicológicas, educacionales, ambientales, que en su creación intervinieron. Biografía y crítica literaria se entrelazan felizmente en este estudio en el que se evitan los inconvenientes de lo puramente anecdótico, en que puede caer la primera y la de la sequedad técnica, en la que en no pocos casos desemboca la segunda. A estas valiosas cualidades, el libro suma la de estar excelentemente escrito. Numerosas y bien seleccionadas transcripciones de la obra de Lorca sirven a Vázquez Ocaña para buscar apoyo a sus conceptos interpretativos de la obra del poeta. La obra de Vázquez Ocaña es, a mi juicio, una de las más logradas entre la ya abundante bibliografía lorquiana.

Fernando Valera es el autor de diversos ensayos. Figuran entre ellos: Reivindicación de la civilización mediterránea -Mediterrani   —315→   México, 1944- y Vida y obra de Maimónides -Orión México, 1946. En el primero señala lo inadecuado y artificioso de las concepciones nacionalistas en historia de la cultura y, subraya la función civilizadora del Mediterráneo, cuenca de entrecruzamiento de culturas que califica como «morada del hombre como hombre» y de la que son rasgos distintivos «la variedad, la libertad, la república y el derecho». En la Vida de Maimónides, lo mismo que en Reivindicación, Valera se lamenta de la restricción creciente de los ámbitos espirituales e intelectuales en que el mundo se divide cada vez más y que contrasta con la universalidad y comunicabilidad de otros tiempos. Denuncia Valera la paradoja: «anacronismo político absurdo», de la creciente dificultad de la comunicación entre los pueblos en la época en que, precisamente, los medios de comunicación material son llevados a un punto de fantástico desarrollo por la técnica moderna. En todos los escritos de Valera se trasluce su formación humanística y liberal, enraizada en un profundo conocimiento de los clásicos griegos y latinos. Fernando Valera termina así uno de sus ensayos: «como Bernanos, entiendo que el destino no se sufre, se hace. Más para hacer el destino la inteligencia necesita liberarse antes de la superstición totalitaria en sus dos modalidades, fascista y comunista. En esencia, esta superstición bicéfala representa la renuncia del hombre a su propia condición de ser libre, moral y responsable; la dispersión de la energía o fuerza intrínseca del entendimiento para dar forma y vida a los acontecimientos y a las cosas».

Liberales y románticos (El Colegio de México, 1954). En el libro que lleva este título, Vicente Llorens Castillo estudia de manera muy completa los diversos aspectos de la emigración que siguió al movimiento reaccionario español de 1823. Llorens ofrece una interesante descripción de la vida de los emigrados liberales acogidos a la hospitalidad de Inglaterra, de sus actividades políticas, literarias y profesionales. Traza semblanzas muy vivas de los principales personajes que formaron parte de aquella emigración a la que envolvió el aire novelesco y romántico propio de la época. La información bibliográfica acerca de todos los   —316→   temas tratados en el libro es copiosísima. Esto hace de la obra de Llorens una contribución muy importante al conocimiento de un interesante hecho de la vida española, hasta ahora muy poco estudiado.

Liberales y románticos contiene capítulos sobre las cuestiones siguientes: geografía de la emigración, vida de los refugiados en Londres, actividades políticas, traducciones, actividades literarias, periodismo. El capítulo final está dedicado al estudio de la emigración en relación con el movimiento romántico. Es figura central de dicho capítulo la de Blanco White cuyas ideas sobre literatura son inteligentemente analizadas por Llorens. Señala éste que: «Blanco y Alcalá Galiano vieron en el romanticismo la posibilidad de una renovación, la única capaz de vivificar con espíritu moderno la raíz de la tradición española. La desilusión romántica -escribe Llorens- era tan inevitable como el desengaño liberal que la acompaña. Si la libertad política no produjo la regeneración soñada, la emancipación literaria tampoco alcanzó su alta meta; ni siquiera mantuvo exentas a las letras españolas de nuevas servidumbres».

José Aralar publicó en la Colección Biblioteca de Cultura Vasca, de la editorial Ekin, de Buenos Aires: Los adversarios de la libertad vasca. Desde 1794 a 1829. Es un libro muy bien escrito y de agradable lectura. Abundan en él las pruebas documentales en apoyo de la realidad de la soberanía política de Euzkadi desde los tiempos más antiguos. Pero la finalidad de la obra, como su título lo declara, es el estudio y la refutación de los fundamentos en que se apoyaron los adversarios de las libertades vascas durante los años citados, para justificar su merma y su final anulación por parte del gobierno central. Entre los adversarios que de estas libertades desfilan por el libro, figuran Godoy, Vicente González Arnao, escolapio, Joaquín Traggia, José de Vargas Ponce y, finalmente, el adversario número uno: Juan Antonio Llorente, el de la Historia de la Inquisición. Aralar demuestra la inanidad de sus argumentos, su mala fe, su ignorancia, su falta de escrúpulos como historiador, su apasionamiento, y ridiculiza, con gracia por cierto, sus pretensiones de   —317→   crítico de historia. El libro logra en forma convincente su finalidad.

Del padre José de Ariztimuño se publicó en la misma Colección: La democracia en Euzkadi. Tras un capítulo en el que se ocupa de democracia y catolicismo, vienen otros sobre la doctrina política del padre Vitoria, las instituciones jurídicas de la democracia vasca, la democracia en Guipuskoa, la democracia en Bizcaya, la democracia en Araba, Nabarra y Euzkadi. Las materias están tratadas con rigor de historiador y apoyadas en numerosas fuentes histórico-jurídicas.

Jesús de Galíndez publicó La aportación vasca al Derecho Internacional, Los vascos en el Madrid sitiado y un estudio sobre Hispanoamérica. Arturo Campion: El genio de Nabarra. Enrique de Gandía: Primitivos navegantes vascos. Cecilia G. de Guilarte es autora de un penetrante estudio biográfico-crítico: Sor Juana Inés de la Cruz, claro en la selva.

Los decepcionados. La desilusión de los un día comunistas y hasta stalinistas convencidos, y que después vieron derrumbarse su fe ante la realidad de la vida en la URSS, inspiró varias obras. Fueron unos cinco o seis libros de esta índole los aparecidos en el exilio. Entre ellos: La vida y la muerte de la URSS, de Valentín Campa, El campesino; Yo fui ministro de Stalin, de Jesús Hernández; Mi fe se perdió en Moscú, de Enrique Castro Delgado y En los dominios del Kremlin, de José Antonio Rico. Todos están cortados por el mismo, patrón, no formal, sino temático. Estos ayer entusiastas comunistas coinciden en señalarnos la fe que los animaba al llegar a la Rusia staliniana y en cómo, poco a poco, dicha fe se fue enfriando hasta extinguirse por completo. De la lectura de estos libros se obtiene una impresión bastante precisa, creo yo, de lo que es la vida en la URSS para el que no esté completamente engranado en ella y no carezca de un mínimo espíritu crítico -valga el eufemismo. Por ellos nos enteramos del meticuloso, rígido y al mismo tiempo complicado mecanismo del funcionamiento del Partido Comunista en la URSS, así como el del Cominform; de la fantástica jerarquización del primero; del denso ambiente de mutua   —318→   desconfianza, de delación, que prevalece en todas las instituciones oficiales, de la tajante diferencia de clases reinante: arriba la alta burocracia, abajo los demás. Nos enteran también estos libros de los maquiavelismos de la señora Ibarruri a la que todos los autores citados pintan con colores nada atrayentes, lo mismo que al señor Antón. En contraste, la figura de José Díaz no sale malparada, sino con perfiles románticos. Estas obras no sólo se ocupan del aspecto político de la vida en la URSS, sino de la vida en general. El tono de todas estas descripciones es sombrío y verdaderamente deprimente.

He leído muchos libros escritos por españoles en el exilio. Me es imposible hacer la reseña de todos. Pero han sido mucho más aquellos de los que sólo conozco el título. Para dar una idea de tan copiosa producción, transcribo a continuación una lista de lo publicado solamente en Argentina y durante los diez primeros años, aproximadamente, de exilio. Echar una ojeada a esta apretada lista es percatarse de qué pocas cosas se sustrajeron a la atención del intelectual español emigrado. Desde la fecha abarcada por esta relación, muchísimas obras más de españoles exilados han visto la luz. Esta lista fue publicada con motivo de una exposición de libros escritos por refugiados, que tuvo lugar en Buenos Aires.

Abad de Santillán, Diego: Por qué perdimos la guerra; La crisis del capitalismo y la Misión del proletariado organizado; Historia y significado del movimiento confederal español; Una civilización del trabajo y de la libertad. Adán Cañadas, Francisco (N. Moratalla, Murcia, 1897): A orillas de la música. Alberti, María Teresa León de: Contra viento y marea; Morirás lejos; La Historia tiene la palabra. El gran amor de Gustavo A. Bécquer. El lobito de Sierra Morena. Alberti, Rafael: Pleamar; Entre el clavel y la espada; Poesía 1924-44; A la pintura; De un momento a otro; ¡Eh, los toros! El adefesio; Imagen primera de... la amante; El poeta en la España de 1931; Églogas y fábulas castellanas; El alba del alhelí; Marinero en tierra; Antología poética; El hombre deshabitado; El trébol florido y La gallarda; Romancero general de la guerra española (selección y   —319→   prólogo). Alcalá Zamora y Castillo, Niceto: Ensayos de derecho profesal; Derecho profesal penal. Alcalá Zamora y Torres, Niceto: Cuatrocientos cuarenta y un días; Un viaje azaroso entre Francia y la Argentina; Lo contencioso-administrativo; Nuevas reflexiones sobre las Leyes de Indias; Régimen político de convivencia en España: lo que no debe ser y lo que debe ser; Represión jurídica en el siglo XX; Paz mundial y organización internacional; Dudas y temas gramaticales. Almazán, Ángel: Recopilación metódica, compilada por orden alfabético, de las disposiciones en rigor sobre el comercio de exportación en 1943 (Exportación). Lo referente a importación (con los mismos subtítulos). Álvarez Angulo, Tomás: Dos mundos (oriente contra occidente). Astigarraga y Larrañaga, Andoni D. las obras: Riqueza y economía del País Vasco; Historia documental de la guerra en Euzkadi. Ayala Francisco: La invención del Quijote; La cabeza del cordero; El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo; Razón del mundo; Tratado de sociología (3 tomos); Histrionismo y representación; Los políticos; Historia de la libertad.

Baeza, Ricardo: El centenario de Emilio Zola. Balanzat de los Santos, Manuel: Introducción a la matemática moderna. Barcia Trelles, Augusto: San Martín (6 volúmenes); El genio político de Inglaterra; La política de no intervención; Las ideas económicas de Wagemann; Un golpe de estado internacional; Jovellanos político; El pensamiento vivo de Jovellanos. Basaldúa, Pedro de: Ignacio de Loyola y Francisco Xavier; Situación religiosa en España; Con los alemanes en París; En España sale el sol. Bergós Ribalta, Francisco: Luis Companys; Manual del tratamiento de las intoxicaciones; El servicio sanitario en campaña. Blasco Garzón, Manuel: Evocaciones andaluzas; Gloria y pasión de Antonio Machado; Jovellanos literato; Continuación de la histeria de César Cantú desde 1870 hasta nuestros días. Borrás, Eduardo: Chiang Kai Sheck; Un tal Adolfo Hitler.

Candel López, Daniel: Los derechos del niño. Carranza, Carlos: El mundo del futuro. Casona, Alejandro: Una misión pedagógico-social en Sanabria; Teatro estudiantil; Prohibido suicidarse en primavera; Otra vez el diablo; La dama del alba;   —220→   Los árboles mueren de pie; La molinera de Arcos; Sinfonía inacabada; Retablo social; La barca sin pescador. Castelao, Alfonso R.: Siempre en Galiza; As cruces de pedra na Galiza; Cincuenta hombres por dos pesos. Cimorra, Clemente: El bloqueo del hombre; Gente sin sueldo; España en sí; La simiente; Timoshenko; El cante jondo; Los gitanos; Historia de la tauromaquia; Los capitales de Rojas; Cervantes; Vida de Mahoma; Quevedo, Far West; Don Quijote de la Mancha; Godoy en la España de los magos; Vida y naufragio de Cabeza de Vaca; Rockefeller y su tiempo; Ricardo Corazón de León; Alejandro Nevsky; Galdós; Stanley; Historia del periodismo; Espejo de la raza de los varones de Indias. Corominas Vigneaux, Juan: Ensayos de etimología hispánica. Espigueo del latín vulgar. Los nombres de la lagartija y del lagarto en los Pirineos. Indianorománica. Estudios de lexicología hispanoamericana. Accidentalismos americanos. Cuadrado, Arturo: Heredia. Antología de la poesía medieval gallega. Veinte cuentos gallegos (Antología). Cuatrecasas, Juan: Camprodón. Reumatismo cardio-articular. Lecciones de fisiopatología endocrina. Biología y democracia. La endocrinología del porvenir en el mundo de la postguerra.

Díaz Doin, Guillermo: Cómo llegó la falange al poder. Entre dos fuegos. Inglaterra, Rusia y Hitler. Madrid, Londres, Moscú: las tres resistencias, Diccionario político de nuestro tiempo. El pensamiento político de Azaña. Biografías sintéticas. Los estados soberanos y la paz. Dieste, Rafael: Rojo farol (poesía). Colmeiro. Breve discurso acerca de la pintura con el ejemplo de un pintor. Historia e invenciones de Félix Muriel. Viaje, duelo y perdición. Tragedia, humorada y comedias. Luchas con el desconfiado.

Fagoaga, Isidoro de: Pedro Garaf, el Orfeo de Francia. Farías, Javier: Historia de la arquitectura. Historia del teatro. Literatura italiana. Literatura universal. Velázquez. Fernández Suárez, Álvaro: Cosas vistas y oídas. Hermano perro.

Gárate Arriola, Justo: Glucogenias endógenas. Cultura biológica y arte de traducir. Viajeros extranjeros en Vasconia. Etiología y clínica de la colecistitis. Una epidemia weiliana.   —321→   El viaje español de Guillermo de Humboldt. García Gerpe, Manuel: Alambradas. Mis nueve meses en los campos de concentración de Francia. La configuración constitucional de la postguerra a través del profesor Posada. Las Naciones Unidas. Garma, Ángel: Psicoanálisis de los sueños. El psicoanálisis; Presente y perspectivas. Sadismo y masoquismo en la conducta. Gil, Joaquín: La biblioteca de don Quijote. Gómez, Mariano: Jornadas republicanas en Valencia. Jovellanos, magistrado. Grandes discursos (selección de textos, estudio preliminar y notas). Para publicar: Nuestra civilización (aportaciones a la Historia universal del hombre y de sus culturas). La judicatura en la guerra española (testimonios y comentarios de un juez). Empresas políticas de los Papas. Gómez Guillamón, Juan: Defensa pasiva. Grau Delgado, Jacinto: Barcelona, 1877: Entre llamas. El burlador que no se burla. La casa del Diablo. El hijo pródigo. Estampas. Unamuno y la España de su tiempo. El dominio del mundo y otros diálogos. Gurrea, Manuel: Los mil años de Roma. Irujo y Ollo, Andrés María de: Los vascos y la república española. Contribución a la Historia de la Guerra Civil. Los vascos y las cruzadas.

Jiménez de Asúa, Luis: Anécdotas de las Cortes Constituyentes. La constitución política de la democracia española. Libertad de amar y derecho a morir. Psicoanálisis criminal. Reflexiones sobre el error de derecho en material penal. El código penal argentino y los proyectos reformadores ante las modernas direcciones del derecho penal. Defensas penales. Problemas de derecho penal. Doctrina técnica del delito. El criminalista. Crónica del crimen. Tratado de derecho penal.

López Gento, José: El hombre y la riqueza (Síntesis comparativo de doctrinas económicas). López Rey, Manuel: Introducción al estudio de la criminología. Lluesma Uranga, Estanislao: Heridas de guerra de las arterias. Los fundamentos de la cirugía estética. Patología quirúrgica del peritoneo. Neurovegetativo: aforismos. Organización sanitaria.

Madrid, Francisco: Las últimas veinticuatro horas de Francisco Layret. Genio e ingenio de don Miguel de Unamuno. La   —322→   vida altiva de Valle Inclán. Cine de hoy de mañana. Cincuenta años de cine. Mediano, Juan Manuel: Leyes penales comentadas de la República Argentina (en colaboración con Jiménez de Asúa y José Peco). Merli, Joan: Picasso. Mira y López, Emilio: Problemas psicológicos actuales. Manual de psicoterapia. Fundamentos del psicoanálisis. Instantáneas psicológicas. Manual de psiquiatría. Psychiatry at War. Manual de psicología jurídica. Psicología evolutiva del niño y del adolescente. El niño que no aprende. Cómo estudiar y cómo aprender. Muñoz Dieste, Carmen: La Edad Media.

Navarro, María Luisa: El método de trabajo por equipos. Antología de Rousseau. Nogués, Agustín: Los problemas de la producción agrícola española.

Ossorio, Álvaro: Los viajes a través de los tiempos. Ossorio y Gallardo, Ángel: Cartas a una señora sobre temas de Derecho político. El contrato de opción. Orígenes próximos de la España actual. La España de mi vida. Autobiografía. La reforma del Código Civil argentino. El alma de la toga y cuestiones judiciales de la Argentina. Anteproyecto del Código Civil boliviano. El mundo que yo deseo. Vida y sacrificio de Companys. Los fundamentos de la democracia cristiana. Matrimonio, divorcio y concubinato. Nociones de Derecho político. La palabra y otros tanteos literarios. Diccionario político español, histórico y biográfico. Perfiles jurídicos de Felipe IV. Lisandro de la Torre. Los derechos del hombre, del ciudadano y del estado. Diálogos femeninos. Mujeres. Rivadavia. La gracia. Mis memorias. Otero Espasandín, José: El cortejo solar. Narraciones mitológicas. Nuestro planeta. Roma: El Imperio. Roma: La República. Sociedades de insectos. Pobladores del mar. Animales viajeros. Maravillas de las regiones polares. Prodigios de las aves. Los seres microscópicos. Gigantes marinos. Un paseo por el cielo. Prodigios de las plantas. Los átomos. El mundo de los reptiles. Animales viajeros. La civilización del Nilo. La Grecia heroica. La Grecia clásica. Mesopotamia. Los grandes ríos. El gran tablero de la política mundial.

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Pacheco, Isaac: Se necesita un primer actor. Manos arriba. El hijo de su padre. Pablo Iglesias. Ginebra S. A. Perla, Mariano: Oliverio Cronwell. MacArthur. Las ciudades antiguas. Los pieles rojas. Europa siglo XIX. Hay que saber quién es quién. Pi Calleja: Introducción al álgebra vectorial. Prados Amante, Jesús: Jovellanos, su vida y su obra. Cooperación financiera interamericana. Argentina and the Marshall Plan. Régimen de las entidades reguladoras. Planes económicos de la postguerra. Comentarios a los proyectos de estabilización monetaria internacional. La inflación en América. Proceso y triunfo del capitalismo norteamericano. Jovellanos economista. Teoría del desenvolvimiento económico. Prieto, Ramón: Los misterios del Amazonas. Historia de la industria.

Rojo Lluch, Vicente: Alerta los pueblos. España heroica. La seguridad colectiva en el mundo de la postguerra. Estrategia y conducción de la guerra. Lecciones de historia de la guerra. Ruiz Añibarro, Víctor: Vascos... sí, sí. Ruiz del Toro: Luces azules (Matices de Europa).

Salinas, Constantino: Allá en la Patagonia. Sánchez Albornoz: El régimen de la tierra y la organización militar de la España musulmana, durante el siglo VIII. En torno a los orígenes del feudalismo. Fuentes latinas de la historia romana de Rasiss. De Carlo Magno a Roosevelt. España y el islam. El senatus visigodo. Frente al mañana. Ruina y extinción del municipio romano en España e instituciones que lo reemplazan. El «Aybar Maymuca», cuestiones historiográficas que suscita. El estipendium hispano-godo. Otra vez Guadalete y Covadonga. Serie de documentos inéditos del reino de Asturias. Una crónica asturiana perdida. Dónde y cuándo murió don Rodrigo. Último rey de los godos. La sucesión al trono de los reinos de León y Castilla. Una ciudad hispano-musulmana hace un milenio: la España musulmana. Jovellanos y la historia. Sánchez Guisando, Santiago: Historia de la medicina. Santaló, Luis A.: La matemática y el lenguaje. La probabilidad y sus diversas aplicaciones. Geometría integral. Historia de la aviación. Sayé, Luis: Doctrina y práctica de la profilaxis de la tuberculosis.   —324→   La tuberculosis traqueo-bronquial (en colaboración con los doctores D. F. Luna y A. Bence). Seoane, Luis: Homenaje a la torre de Hércules. Muñeira. Cuatro grabados medievales. Pocin. Tres hojas de ruda y un ajo verde. Serra Moret, Manuel: La reconstrucción económica de España. La economía de postguerra. Los fundamentos de la historia y de la filosofía. La carta de L’Atlántic. Diccionario económico de nuestro tiempo. Serrano Plaja, Arturo: Del cielo y del escombro. Los místicos. España en la Edad de Oro. Antonio Machado. Antología de los místicos españoles. Manuel Ángeles Ortiz. Ávila Camacho. El Greco. El libro del Escorial. Grandes figuras de Grecia. Grandes poetas. Don Manuel de León. El Realismo español. Versos de guerra y de paz. El poeta en la España de 1931. Escultura española.

Torre, Guillermo de: La aventura y el orden. Menéndez Pelayo y las dos Españas. Guillaume Apolinaire; su vida, su obra y las teorías del Cubismo. Atilio Rossi. Problemática de la literatura. Toryho, Jacinto: Stalin (Análisis espectral).

Uron, Angustias G.: Napoleón.

Varela, Lorenzo: El Renacimiento. Torres de amor. Baudelaire. Murillo. Cuatro poemas. Venegas López, José: Sobre inmigración. Las elecciones del Frente Popular. Andanzas y recuerdos de España. Problemas de postguerra. Dulcinea y Sancho. Vera Fernández de Córdoba, Francisco: Puntos críticos de la matemática contemporánea. Evolución del pensamiento científico. Breve historia de la matemática. Breve historia de la geometría; Psicogénesis del razonamiento matemático. Matemática para ingenieros. La matemática de los musulmanes españoles. Los judíos españoles y mi contribución a las ciencias exactas. La matemática en el Occidente latino-medioeval. Historia de las matemáticas modernas. Teoría de conjuntos. Villegas Hoper, Manuel: Charles Chaplin, el genio del cine. El cine. Cine francés. Cine de medio siglo.

Zúñiga, Guillermo: Anuario del cine argentino.



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ArribaAbajoLos jóvenes

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En México nació a la vida de las letras una generación de escritores españoles. A mí me dan la impresión, hasta en sus maneras externas, de un equilibrio y una contención no habituales en el español. ¿Influencia apaciguadora del medio mexicano, un medio en el que, por lo general, las cosas se hacen a la «chita callando»? Sorprende el contraste, no raramente observado, entre la mesura de las reacciones de los jóvenes exilados o aquí nacidos y la exaltación de las de sus padres. La incorporación a la vida española de unos centenares -millares sería mejor- de jóvenes de este temperamento creo que constituiría un indudable factor de estabilidad para España. Para dar una idea de este grupo de jóvenes escritores exilados, cedo la palabra a uno de ellos dotado de indudable talento crítico.

Arturo Souto Alabarce, en un ensayo titulado Nueva poesía española en México, aparecido en los números 6, 7 y 8 de la revista Ideas, de México, dijo de estos jóvenes, entre otras cosas, las siguientes que yo entresaco de un contexto general, procurando no desvirtuar su significado: «Los poetas de que tratamos no son ciertamente mexicanos radicalmente, pero tampoco españoles. Sus vivencias españolas son dudosas. Llegados a México, los más; cuando eran niños, sus recuerdos son plásticos, anecdóticos, fragmentarios. Su visión de España, que, paradójicamente; es muy clara, ha sido realizada de lejos, columbrándola, sometiéndola a todo el análisis que permite una mayor perspectiva. Sin lugar a dudas, hablan y a veces sienten y piensan como españoles,   —326→   pero a ello se añaden otras cosas. Si aquí se nota su acento, en España se notaría el bajo tono de su voz, los modismos que constante e inconscientemente emplean a cada paso. Pero lo más importante es que han adquirido una visión de la vida y del mundo diferente, casi opuesta. En verdad, ‘su España’, es una idealidad, algo que han abstraído de sus más íntimas lecturas. Si queremos comprenderlos hemos de recurrir no a una patria educadora, sino a la soledad. Es curioso advertir cómo, en la obra de los poetas desterrados, alienta algo más que la pura oposición política: en ella alienta, en el fondo, una desesperada nostalgia. Así permanece ensimismada. Y como la situación tiene estrecha salida, ya empiezan a sufrir los estragos del enclaustramiento de la almeja: se repiten, se obsesionan, se amargan. Los tonos sombríos y -melancólicos dominan esta nueva poesía. Añoran y muy sinceramente a España, sin darse cuenta de que vueltos allá, seguirían con su añoranza, que es nostalgia de idealidad. Se ven sometidos, verso tras verso a una melancolía enfermiza, comparable a la faceta negativa del romanticismo. La generación que tratamos de explicar, se halla en un estado excepcional. Ha aprendido mucho sin sacrificios, ha escarmentado en cabeza ajena; en las cabezas de sus mayores. A ello se debe, por ejemplo, su notable resistencia a participar en la lucha de partidos, actividad predilecta del intelectual español. Ese estado, si se aprovecha, si se resuelve en cualquier dirección, siempre que lleve un sentido, es magnífico, extraordinario. Hay en él una oportunidad, una pureza y perspectiva que muy pocos jóvenes pueden gozar actualmente. Pero si se resuelve, como hasta ahora en el ensimismamiento, en el purismo poético, acabará en la obscuridad, en el conformismo gris de las generaciones perdidas». Arturo Souto enfoca aquí su crítica exclusivamente hacia la creación poética de estos jóvenes. Ahora bien, la realidad es que varios de ellos están dando ahora su mejor nota no en tal creación, sino en el campo de la crítica literaria, la novela o el cuento como lo demuestran los casos de Tomás Segovia, Carlos Blanco y Manuel Durán, entre otros.

De algunos de los jóvenes poetas dice, en juicio que resumo,   —327→   Arturo Souto Alabarce: «Luis Rius es, a mi juicio, el nuevo poeta español que ha alcanzado mayor difusión y mayor perfección en su obra. Tiene hoy 24 años -esto está escrito en 1954- edad que podemos aceptar como promedio para esta generación y, sin embargo, su nombre figura en importantes antologías. Hasta hoy ha publicado dos libros: Canciones de vela y Canciones de ausencia. Además, ha escrito numerosos poemas y artículos en distintas publicaciones. Su poesía, directa, sencilla, emotiva, que desde su primer libro se caracteriza por su diafanidad y perfección formal, se hace más honda, más trascendente, de día en día, sin perder nunca su estilo claro y sencillo. Su segundo libro, Canciones de ausencia, contiene indudables joyas poéticas a las que se une no sólo la metáfora precisa sino una gran inquietud, un afán de expresión cada vez más maduro. Tomás Segovia, ama la soledad y hasta cierto punto revela un exceso de aislamiento. Ha publicado dos libros: La luz provisional y un relato: Primavera muda. Segovia, desde sus primeros versos, aparece como un poeta exacto, preciso, matizado. De una gran sensibilidad, quizá excesivamente ‘espiritual’ la poesía de Tomás Segovia representa en esta generación, la antigua corriente ‘culta’ de la poesía española, que señala y ejemplifica Menéndez Pidal, y que Juan Ramón Jiménez simbolizó en su famoso ‘a las minorías, siempre’. Inocencio Burgos es dentro de la generación el caso ‘terrible’. Poeta innata, sin educación universitaria (quizá por eso más sano y directo), escribe sin cesar y suele perder todos sus poemas. Es él el de más atormentada vida interior, inconsciente en muchos casos, y expresa sus inquietudes en poemas de enorme gravidez metafórica, musicales y quizá confusos. Su poesía, muy barroca, por exceso de imágenes, comparaciones, etc., es una interesante vuelta desde el punto de vista estilístico a la profusión imaginativa del romanticismo decadente. José Pascual Buxó, aún siendo sus preocupaciones íntimas, personales, líricas, las que ocupan el primer plano de su poesía, ésta muestra un interés creciente ante el mundo. Alienta en sus poemas una gran inspiración, y en verdad nos parece el primero que sin olvidar lo ‘lírico’ salta   —328→   de su torre de marfil y entra, o empieza a entrar de lleno en los compromisos, en la responsabilidad de nuestra situación y de nuestra época. Rodríguez Chicharro, se distingue de los demás por su verso impersonal, enérgico, de imagen y metáfora exacerbadas, duras, violentas a veces. Desde el primer momento se diferencia por su rebeldía y entusiasmo agresivo. En su poesía hay audacias de estilo que en realidad no son sino experimentales. Se acerca a lo surrealista, al estridentismo, y con cierto afán por lo moderno, por lo que es vanguardia, cae en rompecabezas de aristas hirientes, casi desagradables al oído y a la vista. José Miguel García Ascot, de gran cultura y buen gusto, escritor inquieto, no ha publicado libro alguno de versos, sino un meditado ensayo sobre Baudelaire, considerándolo como poeta existencial. Se interesa por los movimientos más recientes de la literatura europea. La angustia de la vida moderna, el caos kafkiano, burocrático, de colmena, en que se agitan los hombres, ha sido uno de los motivos de su poesía. Manuel Durán, culto, un poco intelectual, quizá demasiado, su poesía tiene mucho, de acuarela y no acaba de convencernos como expresión directa, sólida, vigorosa. Excesivamente fina, ligera, posee un dejo de ironía que la asemeja a ciertos poetas ingleses que nunca quieren, o pueden entregarse por entero, emocionalmente, a lo que escriben. Ciudad asediada, es un libro de Durán que, a nuestro juicio, no revela sino un talento prudente, algo frío que no desea, por el momento, sino una expresión muy medida, muy controlada, del mundo interior y exterior del poeta. Se trata en el fondo de una moderna descripción poética de las cosas, de cuadros más o menos amables. José Luis González Quirós: su primer libro de versos nos lo descubre como un poeta de gran sinceridad. Su lírica apasionada revela entusiasmo y una salud espiritual que nos hace pensar en nuevos derroteros. Aunque a veces se deja llevar por la melancolía acostumbrada de la generación, su voz es la que nos parece más directa y natural».

Max Aub, al presentar a uno de estos jóvenes escritores en acto verificado en el Ateneo Español en México, pronunció las siguientes palabras: «Estos jóvenes españoles que llegan hoy a   —329→   la orilla de su hombría, empezaron a aprender en España, muchos de ellos continuaron sus estudios en Francia y los han terminado, o los están acabando en México, al azar de los destinos patrios y paternos. Es un caso nuevo, en cuanto al número. La impronta francesa es muy de notar en muchos de ellos por varias razones que no tengo tiempo de examinar. Baste recordar que los jóvenes de su edad, residentes todavía en Francia, son hoy escritores bilingües, si no decididamente gabachos, y, desgraciadamente, las artes francesas fueron siempre -y desde hace cien años más- terriblemente artificiales, de una artificialidad muy varia, de Racine a Sartre. Un arte decididamente convencional, muy distinto del español. La generación del 98, en lo que tenía de mejor, parecía haberse sacudido ese yugo. Viene esto a cuento porque quisiera intentar, en este brevísimo tiempo que les tomo, fijar algunas de las características de estos jóvenes escritores españoles crecidos en México. Forman dos grupos, no muy distintos. Los unos de dieciocho a diecinueve años, toman su nombre conjunto de una revista que publicaron, Clavileño; los demás son algo mayores y creo que el más viejo ronda los veintiocho y se agrupan también alrededor del título de su revista, Presencia. Como es natural, en el primer grupo abundan los poetas, mientras en el segundo despuntan ya algunos ensayistas. Reúnense en el primero: Luis Rius, Arturo Souto, Juan Espinosa, Víctor y Fernando Rico, Alberto Gironella, Inocencio Burgos y Enrique Rivas. En el segundo: José Miguel García Ascot, Carlos Blanco, Ángel Palerm, Jacinto Viqueira, Ramón Xirau, Manuel Durán, Roberto Ruiz, Claudio Esteva, Lucinda Urrusti, Francisco Aramburu, Rodríguez Bretaña. Este grupo cuenta con algunos jóvenes americanos: Remy Bastien, haitiano; Brown, cubano; Porras, panameño, con María Teresa Silva, Enrique Echeverría y Martínez Baca, mexicanos. Sin pertenecer decididamente a ninguno de los dos grupos, Tomás y Rafael Segovia colaboraron con ambos y se les halla a la base de otra publicación más moderna: Hoja. Cogidos entre dos mundos, sin tierra firme bajo sus pies, influenciados por un movimiento filosófico irracionalista, con una España de segunda mano,   —330→   no acaban de abrir los ojos a la realidad. Esa misma vaga disparidad hace que su posición política sea inestable. El comunismo los repele por lo que de dictado moral contiene, el capitalismo no es hermoso y los liberales, hacia quienes sin duda van sus simpatías, se empeñan en hacerse los muertos. Tampoco tienen idioma propio, a veces, en lo más castizo, asoman, como es natural, los americanismos. Están prensados, además, entre el romanticismo de todas las escuelas extravagantes de nuestro medio siglo y el clasicismo que empieza a apuntar como fruto de las escuelas materialistas. En esta lucha, que presencian sin tomar partido, por no tenerlo, indecisos, deslavazados, buscando en la historia soluciones que sólo el presente puede dar, se agarran a lo subjetivo, y van cantando mejor o peor, sus pequeños sinsabores. No se trata sólo de ellos, como es natural, pero en ellos se ve más claro por las condiciones personales antes apuntadas. Por otra parte, sus gustos van exactamente hacia los autores gustados no sólo por la generación anterior, sino por la nuestra: Proust, Kafka, Joyce, Dos Passos, Hemingway, Faulkner. Lo mismo sucede en poesía: Juan Ramón, Apollinaire, Eliot. Es probable que la razón de su preferencia resida en el vacío artístico que de entonces acá se ha producido. En cambio, desprecian lo que a su edad no apreciábamos y luego, aprendimos a estimar firmísimamente: Galdós, pongamos por ejemplo. No se han podido librar de la heterodoxia donde la burguesía confinó a los artistas. Las grandes épocas fueron, por lo general, resultado de tiempos tranquilos, de servidores dóciles del orden establecido. Con el triunfo de la burguesía las minorías se convirtieron en detractoras de la sociedad. La burguesía no necesitaba de los artistas. Al colocar al artista al margen de la sociedad (aún admitiéndolo en sus salones) ésta se vengó forjando un arte crítico y subjetivo. En general, este hecho ha llevado a estos jóvenes escritores españoles a ignorar el mundo que los rodea. Y, sin embargo, no hay duda que, a pesar de tantos males, la suerte los ha tratado mejor que a muchos. tienen el mundo abierto en la mano, y lo contemplan desde una atalaya como no hay dos. Si los dejaran, creo que México sería prácticamente   —331→   invadido por un alud de escritores de todos los países. Veo a estos mozos contentarse con poco, con ir tirando, influenciados en esto por sus familiares que todavía sueñan con una calle de Alcalá que, a estos muchachos, habría seguramente de parecer angosta y provinciana. Es una generación terriblemente respetuosa, que se conforma con que el mundo los vaya rodando. Les falta empuje, o, como lo dicen mejor los catalanes: empenta.

‘Soy tuyo, España, porque siempre llevo a la muerte a mi lado...’


dice Rius                


‘Hueco es el cielo y obscura la esperanza...’


dice García Ascot                


‘Es inútil la sonrisa...’


dice Durán                


Son notas tomadas al azar del N.º 4 de Presencia. Estos jóvenes lo ven todo negro, por la moda; flacos, templados, desfallecidos, acobardados. Yo desearía ardientemente que apetecieran desordenadamente la hermosura, como dice Fray Luis, que tuvieran sed de bien, furia y fuego, manifiestos deseos del algo grande, verlos encendidos sin freno y que vivieran sin pena. Porque este es el quid: que como no la tienen verdadera, las que cantan suenan a poca cosa. Además, ¡qué caramba! a pesar de lo que dicen los periódicos, todavía sale el sol cada día, a la hora convenida. Y tienen veinte años, y se acuerda uno de Ronsard, y de Lope, y de Goethe y, si se quiere, de Alberti, y de mil más. Daría cualquier cosa por verlos enfrentarse y confundirse con la vida, con la energía de su juventud, y sacudirse ese polvo romántico y existencialista, que nosotros recibimos, hace veinticinco años, a través de la Revista de Occidente.

Entre ellos tengo cierta predilección por Roberto Ruiz, aquí a mi izquierda, madrileño, de veinticuatro años, de trece al salir   —332→   de España, estudiante de filosofía, que gusta de un realismo roto y pequeño, de recomponer amontonando, buscando descubrir por acumulación, sin vertebrar su cuento; intentando que el hálito de la verdad salga del hacinamiento inconexo de sus elementos, de los despojos del recuerdo. Un arte de boceto, de notas sueltas, con una dramática necesidad íntima de claridad clásica. Una manera de hacer todavía anárquica, que él cree hija de Sartre y Dos Passos, pero cuya raíz encontraría, sin molestarse, mucho más cerca. Sabiéndolo o no, la influencia es de Azorín. Yo no me podía negar, de ninguna manera, a presentar así fuera tan severamente, a un joven escritor español, aunque fuera aquí, en el Ateneo, donde tiene poco que hacer. No es frente al pasado, o como se dice ahora ‘de cara a España’, es decir, de espaldas al mundo que nos rodea donde está la faena que les espera, a él y a los suyos, sino frente a la vida de un mundo cada día más uno en su patente divergencia».