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ArribaAbajoRamón Vía

Por J. Herrera Petere


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                          «Lloraba la voz, lloraba,
lloraba y anochecía
y en Málaga iba la noche
desangrando a Ramón Vía.
Le mataron sin sentencia
porque estorbaba la tinta
la palidez de la muerte
apagó todas las risas.
Cantaba la voz, cantaba,
cantaba y anochecía».


(Copla anónima)                


Cuando Madrid sea Madrid y España, España, se recordará su vida inmensa y silenciosa como la mar lejana. El Puente de Vallecas no será entonces desolado arrabal de ruinosos tugurios, será el barrio de Ramón Vía, o por lo menos allí estará su calle y su monumento entre modernas casas, limpias avenidas, escuelas y parques.

Entonces el pueblo español será dueño de sus destinos, propietario de España, y los rivereños del Abroñigal venerarán la memoria de quien tan altamente supo, hasta la muerte, defender la causa de los oprimidos, de los hambrientos entre montones de polvo y basura, tricornio y amenaza de la Guardia Civil.

Todo lo que hoy ocurre parecerá pesadilla, lóbrega fantasmagoría que el soleado puño español habrá aplastado para siempre.

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Nació Ramón Vía en 1910, bajo el signo de aquella escoria de caciquil feudalismo. Se sucedían crisis tras crisis de Gobiernos formados por condes, marqueses y marrulleros jurisconsultos, sangraba la guerra de África y comenzaba la rebeldía obrera a tomar cuerpo y forma.

La vida para Ignacio Vía, carpintero del Puente de Vallecas, no era muy placentera con sus siete hijos por sacar adelante y su jornal exiguo.

Ramón, el menor, apenas pudo ir a la escuela. Desde los once años tuvo que trabajar, y a los quince era ya metalúrgico.

Se enardecía la lucha de clases, y aquellos adolescentes, hoy hombres, sentían en sus venas el ardor irresistible de una época nueva, de un batallar antiguo que iba a resucitarse y a tomar nuevas formas. Se proclamó la República. El pueblo, ¿no era acaso lo más fuerte, lo único honesto y fuerte del país?

A los veintiún años ingresó Ramón en el Sindicato Metalúrgico de la UGT «El Baluarte». A los veintidós años fue elegido miembro de un comité de huelga.

Entonces comenzó a conocer por su propia experiencia lo que era la ira de los patronos y lo que la «democracia» dirigida por la burguesía significaba. Pedían los metalúrgicos trabajar cuarenta horas por semana. Madrid se llenó de guardias y de policías secretos o montados a caballo.

Durante tres meses que duró la huelga anduvo Ramón disfrazado de estudiante, con los libros bajo el brazo, huyendo de la policía que lo buscaba.

En el año 1934 los enemigos del pueblo presentaban ya un frente unido y un jefe. Se declaró en España la huelga general y comenzó a combatirse en diversos puntos de España.

Militaba Ramón en el Partido Socialista y le tocó actuar en las Vistillas.

En aquella clara noche de octubre el Seminario parecía una fortaleza inexpugnable. Patrullaban los obreros armados, comunistas, socialistas y anarquistas, prestos a socorrerse.

Detrás del negro edificio se divisaba la luz de un arenal iluminado a ratos por la luna. Más abajo la estación, el río y la casa de campo.

Los portales estaban cerrados, los comercios y las tabernas. Había un silencio de muerte en la capital de España.

De pronto estalló un tiroteo como furioso ladrar de perros. Un compañero fue herido.

Hubo que protegerlo y esconderlo, mientras goteaba sangre, por las callejuelas oscuras.

Al ir a visitarlo encañonaron a Ramón de lejos, con un máuser a ras de tierra. Así conoció por primera vez lo que son las prisiones.

Cuarenta y ocho días estuvo preso. Cuando salió a la calle se encontró despedido del trabajo.

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Pero la actividad política de Ramón se redobló. Formó parte de una comisión de metalúrgicos para recoger huérfanos de mineros. Lo eligieron vocal del comité directivo del sindicato. Actuó en la campaña electoral del Frente Popular.

¡Con qué alegría debió festejar el triunfo de las elecciones! Aquella primavera fue para él como para tantos otros obreros españoles la época más feliz de su vida. Azuleaban alegremente las lejanas montañas durante las excursiones domingueras. Era Ramón «muy castizo», según propia confesión. Boxeaba y cantaba.

En aquellos ríos castellanos, turbios y sumidos entre campos amarillos, se formaban sin embargo, de vez en cuando, extraños y lóbregos remansos que ensombrecían el ánimo, cuevas y socavones. Parecían, a veces, de sangre misma los crepúsculos.

Ramón, como tantos otros, sabía lo que iba a ocurrir. Por eso «lo que ocurrió» no le cogió desprevenido ni militar ni ideológicamente. Estuvo en La Montaña, Carabanchel y Vicálvaro, organizó la instrucción militar de millares de afiliados del sindicato, marchó a Somosierra, se alistó en la Primera Compañía de Acero e ingresó en el Partido Comunista de España.

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Esperarían algunos refugiados españoles que viajaban en el «Stambruck» que al tocar Orán pisarían tierra, pero no: iban a la arena, a la arena de los campos de concentración del desierto, a la piedra de las canteras del trabajo forzado.

Les esperaban allí también hambre, castigos corporales, desesperación, división política, desmoralización y trabajo de zapa del enemigo. Contra estas calamidades luchó Ramón.

No era solamente el obrero consciente y combativo: era además un militante templado del Partido Comunista, responsable político del campo. Tenía veintinueve años y la experiencia había prendido en sus ideas.

Organizó clases de francés y de historia del movimiento obrero, partidos de fútbol, fabricación y venta de esculturas. Gracias a él la vida del campo se hizo menos insoportable. Abrasábanse muchos de pasión discutiendo los acontecimientos militares y políticos del   —50→   mundo, y la razón que sentían palpitándoles en el pecho les daba fuerza para soportar los sufrimientos.

Cuando el Partido lo ordenó, fugose Ramón del campo y marchó a Argel. Allí comenzó una nueva vida de emigrado político con todas sus complejidades y heroísmos.

Por aquel entonces Argel era un pozo de agentes de la Gestapo. Estaba Ramón tres veces condenado a muerte, en Argel, en Orán, en Marsella. A pesar de eso, estableció y mantuvo la ligazón con los campos, el contacto entre los Partidos Comunistas español y argelino y... se enamoró de María.

Dos veces le detuvieron y otras tantas logró escapar.

María, vestida de mora, le servía de enlace con los argelinos y le ayudaba en el trabajo de impresión.

En medio de aquella calma aparente, el terror y la alarma continua los iba poco a poco endureciendo.

Un día divisaron un fogonazo en el horizonte.

-Son cañones -dijo María.

Era el desembarco norteamericano.

-¡La liberación!

Y... al poco tiempo, el 18 de diciembre, las autoridades norteamericanas detuvieron a María. La tuvieron un mes presa; al cabo la soltaron diciendo: «Dejadla, que es comunista y no hablará».

Cuando la liberación de París, organizó Vía una manifestación de españoles residentes en Argel, con transparentes que decían: «¡Después de París, Madrid!».

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Aquella noche llovía.

Abrazó Ramón a María.

-Vamos a separarnos por algún tiempo. Tú eres capaz de comprenderlo.

Por la calle abajo perdiose Ramón Vía. Iba con un hombre de zamarra negra: un guerillero del grupo que había organizado.

La sombra de los fuertes cerró la vista de María. ¿Cuándo volvería a verlo?

Atravesaron el Mediterráneo. Negro como la tinta del mar, España era una giba que se teñía de blanco.

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Temblaban de frío y ansiedad los guerrilleros. Allá en lo alto estalló una bala de cañón. Crepitaban las ametralladoras. Bajaban los carabineros a todo correr por el acantilado.

Ramón saltó a tierra, apuntó su fusil y pudo contenerlos mientras los demás desembarcaban.

En las sierras de Málaga organizó el Sexto Batallón de guerrilleros. Inmediatamente comenzaron las acciones contra los falangistas, la guardia civil y los bandoleros de las contrapartidas que, dirigidos por los franquistas, aterrorizaban la comarca. En el pueblo de Cómpeta eran especialmente graves esas depredaciones.

Desplegose el Sexto Batallón entre Cómpeta y las montañas que le sirven de fondo.

Tras los olivos es fácil ocultarse, y en los arroyos secos rodeados de zarzales y pitas.

Se adelantó Ramón con otros tres. Por detrás de una casa de labor, llegaron hasta la misma plaza de Francisco Franco.

Tocaron la campana sobre la torre blanca, frente al azul del cielo y de los montes.

Llenose la plaza de amplios sombreros y de gorras negras.

-¡Compañeros de Cómpeta...! -comenzó Ramón.

Repartió luego ejemplares de Por la República.

-...Y ya sabéis -dijo despidiéndose-, si vienen los bandidos de las contrapartidas o los falangistas, aquí estamos nosotros.

Llegaron, como era de temer, los bandidos, y los del Sexto Batallón ejecutaron un castigo ejemplar en defensa del pueblo.

En una ocasión el Sexto Batallón tuvo que hacer frente a 6.000 soldados de regulares apoyados por artillería de campaña.

Ramón Vía dirigió las actividades del Sexto Batallón hasta el 15 de noviembre de 1945. Ese día le detuvieron en las calles de Málaga, a consecuencia de una delación.

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Por la detención de Vía felicitaron al Inspector.

En la Comisaría de Málaga le sometieron a tormento para que delatara a sus compañeros.

-¿En dónde vives?

-En ningún lado -respondía Ramón.

Le tenían tendido boca abajo en un banco y le torturaban golpeándole con un vergajo de piel de loro la planta de los pies.

Los dedos se le habían reventado. El dolor le hacía morderse los labios aun antes de que le pegaran.

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Veía las botas de los guardias, el ángulo que formaba la pared y el suelo, la pata de una mesa de roble, la raya negra debajo de la puerta...

El martirio duró tres días y tres noches.

Trató de abrirse las venas sirviéndose de la hebilla del cinturón. Con la mano empapada en sangre escribió en la pared de la celda: «Hago esto no por miedo al terror, sino porque no quiero servir de juguete de escarnio a mis verdugos. ¡Viva la República!».

En vista de que no podían hacerle hablar lo llevaron a la cárcel provincial de Málaga. Allí redactó su famoso documento «Yo acuso», que fue difundido clandestinamente por toda España.

Atravesando las negras bóvedas de la crujía central resonaban los pasos de los guardias. Sintió Ramón despertarse su orgullo, había resistido al tormento.

-Éste a la enfermería -oyó decir.

Pero le dolían atrozmente los pies infectados.

La enfermería era un caluroso cuchitril comido de chinches, adosado al depósito de cadáveres.

Había allí un hombre herido, de la CNT. La demacrada cabeza hundida en la almohada, desnudo el velludo pecho.

-Tenemos que trabajar juntos -dijo Ramón.

-Justamente... -respondió el de la CNT.

Decidieron actuar de común acuerdo, comunistas, cenetistas, cavar una galería subterránea para escaparse.

El suelo de las celdas era de piedra; pero después, levantados los sillares, había tierra húmeda, negra y fangosa.

A pesar de la vigilancia especial, cavaron un túnel de treinta metros.

A las tres y media de la madrugada del día 1.º de mayo de 1946 se fugaron por la galería 30 presos: doce de la CNT, doce comunistas y seis sin partido.

Ramón salió el primero para abrir paso.

Comenzaba a amanecer. Allá al oriente surgía dibujándose la silueta de la costa.

Trató Ramón de huir; le esperaban las sierras azules tras de las torres blancas, las torrenteras de pinabetes, el combate, la guerrilla...

Pero los pies le dolían atroz, horrible, cruelmente. No podía andar.

Observó cómo se fugaban los compañeros, y marchó él a refugiarse, por el momento, en casa de un camarada, en Málaga misma.

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Era el tercer piso. Desde la ventana se veía el mar andaluz, la tierra rojiza.

¡El mar, el mar, la tierra, España, la vida!

A los pocos días llamaron a la puerta. Eran, sí, los falangistas.

Ahorcaron en el dintel a quien había dado refugio a Ramón. Y a Ramón le asesinaron en plena calle.

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En ese mismo día, junio de 1946, hacía probablemente en el Puente de Vallecas mucho calor. Jugaban los niños hambrientos junto a las negras, pestilentes aguas del arroyo Abroñigal sin sospechar que Ramón Vía, que había conocido la tristeza de aquella negra miseria, moría en lucha por una vida mejor...

La noticia del vil asesinato de Ramón Vía conmovió al pueblo, que lleva su recuerdo en el corazón seguro en que llegará el día en que Vallecas, Madrid y España entera rendirá público honor a la memoria de Ramón Vía, abnegado militante comunista, intrépido revolucionario y ardiente patriota.

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Portada de la edición en ruso de la biografía novelada de Casto García Roza,
de la que es autor nuestro colaborador Jesús Izcaray.



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ArribaAbajo14 de abril de 1931

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La inmensa mayoría del pueblo español votó por la República el 14 de abril de 1931.

En aquel hecho histórico culminaba una serie de luchas, sangrientas en muchos casos, llevadas a cabo por el pueblo español, para abrir caminos de libertad y progreso al país.

1909, 1917 y 1930 son, entre otras fechas, antecedentes políticos del 14 de abril y sin las cuales no puede explicarse el acontecimiento histórico de la proclamación de la República.

El pueblo español había vertido su sangre para cambiar el régimen semifeudal de la monarquía. Torrentes de sangre derramó después en defensa de la República e innumerables sacrificios realiza hoy por restablecer en España un régimen republicano democrático.

La clase obrera ha sido, de entre todos los sectores del pueblo español, la que ha dado y da el mayor número de héroes y mártires en defensa de la República, y en el futuro régimen republicano español será garantía de que la marcha de España, por vías de democracia y de progreso, quedará garantizada para siempre.



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ArribaAbajoEl franquismo, elemento disolvente de la familia

Por Luis Valera


Uno de los temas favoritos de la demagogia social de Falange es «la familia», que, junto al sindicato y al municipio, fue declarada piedra angular del régimen franquista. Batiendo este parche del tambor de la propaganda oficial, el jerarca José Luis Arrese, en su libro Capitalismo, Comunismo, Cristianismo, afirma, muy en serio, que la sociedad española se basa en «familias de productores, jerárquicamente escalonadas, enlazadas por una comunidad de destino representada por el Estado».

¿Qué objetivo persiguen los inquisidores falangistas con semejante embrollo?

El franquismo, como todo régimen fascista, pretende aparecer ante el pueblo como un Poder por encima de las clases. Por esto, al declararse representante y «unificador de la familia», trata de velar el carácter de clase de la familia y con ello su propio carácter de clase.

¿Puede ser la familia, en general, la base de un régimen como el franquista? Indudablemente no. Una cosa es la familia del gran capitalista, del terrateniente, del explotador, y muy otra la familia del obrero, del trabajador, del explotado. Estos dos tipos de familia son antípodas y no tienen nada de común, ni por sus intereses económicos, ni por las bases de su moral. Las familias de los explotadores y las de los explotados actúan en la sociedad como clases hostiles en continuo forcejeo y lucha en defensa de intereses totalmente opuestos. Por esto, el franquismo, dictadura terrorista de los más rapaces explotadores, no representa, ni puede representar, los intereses de la familia en general. Por el contrario, basta echar una ojeada al panorama que ofrece la sociedad española para percatarse en el acto que el franquismo interviene como el representante de los privilegios de clase de un puñado de familias acaudaladas, de magnates financieros y señores de la tierra, de los jerarcas de Falange, de los príncipes de la Iglesia y de la casta militar.

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Estas familias, cuyo número no sería difícil establecer, juegan en España un papel parecido al de las «60 familias» de los Estados Unidos o a las famosas 200 de un otro país. Constituyen un coto cerrado, una poderosa oligarquía que posee la inmensa mayoría de las riquezas del país acumuladas de generación en generación a base del despojo desenfrenado del pueblo trabajador y transmitidas por medio de dotes y de herencias. En la formación y reproducción de estas familias el amor juega un papel secundario, en la mayoría de las veces nulo. El novio o la novia pertenecientes a las «familias doradas», que conciertan el matrimonio de antemano, se aprecian según la cantidad que aportan o la que esperan percibir por herencia del padre, de la madre, del hermano o del pariente, cuya muerte anhelan y a veces precipitan, para recibir la herencia cuanto antes. Esta moral de la propiedad privada, basada en la explotación del hombre por el hombre, llamada por el franquismo «fundamento de la familia cristiana», encierra en sí el fermento de la progresiva putrefacción y descomposición de la familia capitalista. En ella, la forma monogámica del matrimonio no es más que la cortina de la hipocresía que encubre el adulterio, el concubinato y la depravación. La escandalosa degeneración que reina en el seno de muchas de las «familias históricas» que hoy se cobijan bajo el franquismo dan fe de ello.

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Las realidades del «hogar» de que habla la demagogia falangista: miseria y desolación.

Polo opuesto de la corrompida familia franquista es la familia obrera de nuestro país. Precisamente en los medios proletarios se suele dar en España el tipo más sólido de familia, surgida del mutuo sentimiento cimentado en sus intereses comunes de explotados, en la moral del trabajo, en la solidaridad de camaradas de sufrimientos y de lucha por una vida mejor. Sin embargo, este tipo de familia, que está llamado a prevalecer en el futuro con el triunfo de la clase obrera y del socialismo, se encuentra hoy bajo el franquismo sometido a ruda prueba, viéndose obligada a defender su existencia en cruenta lucha contra el terror, la explotación, el paro, el hambre, la miseria y la podredumbre del régimen en descomposición, que ejerce una influencia disolvente   —57→   sobre millones de hogares y familias modestas.

La familia trashumante

     Millares de familias trabajadoras deambulan por todos los ámbitos de España en busca de pan y trabajo. A este respecto el gobernador falangista de Madrid, el 16 de marzo, declaró lo siguiente:

«Diariamente caen sobre la capital centenares de familias enteras que proceden de distintos puntos de la nación. Éstas, aparte de agravar el problema de la vivienda, acrecientan diversos problemas que tiene Madrid, como el del paro, el de la mendicidad y el de la salud pública».

 El diario Pueblo trata de indagar las causas que dan origen a esta especie de familia trashumante y reproduce las siguientes preguntas y respuestas:

-¿Por qué abandonó el campo?

     -Porque después de mucho trabajar nadie garantiza las cosechas.

     -¿Cuánto ganaba usted?

     -Algunos días 8 pesetas, la mayoría del tiempo nada.

     -¿Tiene la vida de su familia asegurada?

     -Es difícil tener la vida de la familia asegurada cuando no se poseen tierras propias.

Otro: -Sí, claro, lo que está asegurada es una vida de infierno de trabajo y de privaciones.

     -¿Por qué vino a Madrid con su familia?

     -En busca de pan y de trabajo.

     -¿Lo consiguió?

     -No.

     -¿De qué vive?

     -De la limosna.



Todo el odio secular que las familias de casta de las clases dominantes sentían hacia el pueblo cayó como una maldición sobre la inmensa mayoría de los hogares españoles cuando el franquismo asaltó el poder. A las familias destruidas por la guerra, por él provocada, se unieron nuevos centenares de miles de familias desgarradas por su furioso terror. Apenas se encuentra hoy una familia humilde española que no haya sido mutilada en uno o varios de sus miembros por los fusilamientos, por las «sacas» y la ley de fugas, por el encarcelamiento, la separación forzosa y la emigración obligada. Por si fuera poco esta forma de exterminio físico de numerosas familias demócratas, el franquismo recurrió a la provocación   —58→   y a la diversión ideológica, pretendiendo transformar a multitud de esposas e hijos en delatores del esposo y del padre, tratando de inculcar en la mente de los jóvenes sometidos a su control ideológico desde la más tierna infancia el odio hacia las ideas democráticas que profesaron y profesan sus mayores.

           Amparo a la familia           

     El diario Pueblo, en su número del 18 de marzo, presenta el siguiente cuadro que constituye hoy el cuadro de centenares de miles de familias trabajadoras:

     En una cueva del arroyo Abroñigal vive una familia humildísima. Está compuesta por la madre, cuatro hijos de 12, 7, 4 y 2 años y una anciana. El marido no está en casa y nadie les ayuda.

     Los dos hijos menores están tuberculosos, así como la anciana. La mujer tiene que mantener a todos con lo poquísimo que gana como asistenta. El día que no trabaja, y son muchos, los hijos no comen. Hace tiempo que la madre solicitó plaza para sus hijos enfermos en un preventorio, pero no la han respondido. Seguramente porque no hay plaza.

     La pobre mujer, aunque sólo posee dos camas para toda la familia, se conformaría con que alguien la regalara una manta..., aunque fuera vieja.



     Pero la acción disolvente del franquismo sobre la familia no se para aquí. La desenfrenada explotación de los trabajadores por parte de las clases dominantes, el carácter rapaz, de ocupación, del régimen, hacen que multitud de familias sin pan, lumbre, ni hogar, abocadas a una muerte cierta por inanición, se vean obligadas a disgregarse, saliendo padre, madre e hijos, cada uno por su lado, en busca del sustento, para caer en muchos casos en la indigencia, en la mendicidad, en el crimen o en la prostitución. El incremento de todas estas lacras sociales, el desarrollo inusitado de la tuberculosis, de las familias sin hogar, de los niños abandonados, de las madres que con sus hijos, famélicos y harapientos, piden limosna, son otros tantos exponentes de la acción corrosiva que el franquismo ejerce sobre la familia.

Por centenares de miles se cuentan hoy los campesinos, cabeza de familia, que abandonan desesperados la aldea y van en busca de trabajo, es decir, de pan para los suyos, de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad; los obreros parados, que por las mismas causas deambulan por las aldeas acosados siempre como perros por la guardia civil. Los jóvenes que huyen del hogar sombrío en pos de trabajo y no de aventuras, como dice la prensa del régimen al comentar la trágica muerte de muchos de los que perecen aplastados en los topes y techos de los trenes o asfixiados en las calas de los barcos.

Es el franquismo, que convirtió en un infierno la vida en España, quien fomenta la destrucción de millares de familias de emigrantes que en estos días son embarcados como reses para Venezuela, Argentina y otros países   —59→   de América Latina adonde, vendidos como esclavos, van a dejar sus huesos en las plantaciones de los trusts y monopolios yanquis.

Y al lado de esto está la tragedia de la juventud que ve pasar los años sin posibilidad alguna de crear una familia por impedírselo la miseria que la acosa por doquier y la brutal legislación falangista. La angustia de la muchacha amenazada por la ley con ser arrojada automáticamente del trabajo el mismo día que contraiga matrimonio. La desesperación del joven trabajador condenado a un salario de hambre, que apenas da para mal vivir, cuando menos para crear un hogar y mantener una familia.

           El seguro a la vejez

     Diálogo aparecido en el diario Pueblo del 25 de marzo de este año.

     -¿Se llama usted?

     -Encarnación Callejón. Mi marido, Ramón Serrano Peña, tiene 66 años y va a la estación todos los días a ver si lleva maletas.

     -¿Y las lleva?

     -No. Como le ven viejo, nadie le da trabajo.

     -¿Vive usted?

     -En las cuevas de las Ventas.

     -¿Qué la gustaría que la socorrieran?

     -Alguna ropa de abrigo, pues no tenemos ni una manta, y algunos alimentos.

     -¿Dónde trabajaba antes su marido?

     -Durante 45 años estuvo abriendo sepulturas en el Cementerio Municipal de Madrid, pero le echaron.

     -¿Cuándo le corresponde la jubilación?

     -Yo creo que ya le corresponde, pero como no tenemos dinero para arreglar los papeles, no conseguiremos nada.



     No. El franquismo no es protector de la familia sino su destructor. Las rosas florecen en el jardín, pero no en el muladar. De un régimen podrido y corrompido hasta la médula, como el suyo, no puede surgir el reforzamiento de la familia, sino su desintegración. Prueba de ello es el tipo de familia falangista que Carmen Laforet retrata en su novela Nada, galardonada con un premio oficial, testimonio de que los falangistas encontraron bello y natural su retrato familiar. Allí se reza y se admira al caudillo y, al mismo tiempo, el marido colma de soeces insultos y apalea a la mujer, pone en duda la paternidad de su hijo y trata a puntapiés a su madre. La esposa, entre paliza y paliza, contempla sus encantos en el espejo y sueña con la carrera que aún pudiera hacer si tuviera el valor de lanzarse a la «mala vida». El hermano odia al hermano, acosa lascivamente a la cuñada y está a punto de seducir a su joven prima. La hermana, histérica, beata y moralista, es la barragana de un fabricante, ricachón y falangista, cuya esposa la acusa de «destruir la santidad de su hogar». Y como medio de vida de esta familia de militantes falangistas, la fullería, el parasitismo y el estraperlo...

Tal es la familia, si esto se puede llamar así, que el tipo   —60→   franquista de bestia humana puede crear. Nadie puede sorprenderse de ello. Su moral, basada en el parasitismo, en la más desenfrenada explotación, en el lucro cuya consecución justifica el estraperlo, el robo y el crimen, no puede dar otro resultado. Y mientras transforma su propia familia en una repugnante gusanera, aterroriza al pueblo, le condena al hambre y a la miseria, propaga toda suerte de lacras sociales, apareciendo como un elemento disolvente de la familia, cuya creciente crisis y descomposición es el resultado directo de la crisis y descomposición del bárbaro régimen de las castas dominantes que él representa.

De una crisis tal de la familia, sólo se podrá salir mediante la destrucción de las causas económicas y sociales que la engendran. Es decir, mediante el derrocamiento del régimen franquista, representante de los intereses de clase de un puñado de corrompidas familias de parásitos y explotadores, y la instauración de la República Democrática que, bajo la dirección de la clase obrera, representante de la moral del trabajo que encarna un tipo de familia superior, dará a todos los trabajadores posibilidades para crear y mantener, en condiciones dignas, una familia y un hogar.

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Una de las famosas cuevas en las que viven
miles y miles de familias en la España franquista.

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