Escena
I
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VISITACIÓN,
PAQUITA, DON NICOMEDES y DON ANSELMO. Aparecen sentados en
mecedoras o butacas y formando dos grupos. VISITACIÓN y PAQUITA, a un lado; al otro,
DON ANSELMO y DON NICOMEDES. Puede darse movimiento
a la escena levantándose y paseando alguno de los caballeros
de cuando en cuando, o agrupados de varios modos los personajes,
según indique el diálogo.
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DON
NICOMEDES.- Conque, querido Anselmo, francamente, dime
lo que piensas de nuestro hotel.
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DON
ANSELMO.- Pues pienso, querido Nicomedes, todo lo
bueno imaginable; nada malo. Un lugar de delicia, sin mezcla de mal
alguno. (Con tono algo
burlón.)
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DON
NICOMEDES.- Bien dicho: un paraíso; ésa
es la palabra. ¿Y el jardín? ¿Y las vistas al
mar? Pues ¿y la situación?
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VISITACIÓN.- Hombre, ni que pusieras en
venta la finca tendrías mayor empeño en cantarnos sus
alabanzas.
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DON
NICOMEDES.- Es que lo merece, y si no, que lo diga tu
hermano. Dilo tú, Anselmo; repítelo, que
Visitación no te ha oído.
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DON
ANSELMO.- ¿Yo?
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DON
NICOMEDES.- Sí, tú, que eres persona de
gusto, y que lo has probado, ¡vaya si lo has probado!
¿Verdad, Paquita? Al escoger a usted por compañera
demostró mi hombre que sabía escoger, y que es, tan
esforzado militar como artista de alto sentido estético y
varón de prudencia y juicio.
(Inclinándose con galantería ante
PAQUITA.) Y
ahora atrévete a llevarme la contraria, según
costumbre, mujer de Dios. (A VISITACIÓN.)
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VISITACIÓN.- Pero ¿qué
tiene que ver la boda de Anselmo con las excelencias o
imperfecciones de nuestra modestísima vivienda?
(Dirigiéndose siempre a su
marido.) La prueba de que Paquita le gustó es
que se casó con ella, a pesar de sus años (los de
Anselmo) (DON
ANSELMO se mueve con impaciencia.) y de sus
viudeces (las de mi señor hermano, valeroso brigadier en
situación de retiro) (DON ANSELMO se levanta y
pasea.) y a pesar de tener un hijo como Carlos, mi
sabio, severo y simpático sobrino.
(DON ANSELMO
se pasea más aprisa.)
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DON
NICOMEDES.- Visitación, que descarrilas.
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VISITACIÓN.- El que va a descarrilar, si
no modera la marcha, eres tú. Echa los frenos, hermano.
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DON
ANSELMO.- Esos te pondría yo, y con uno bueno
me bastaría si era de serreta. (Aparte. Se
sienta con enojo.)
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VISITACIÓN.- Bueno, pues, como iba
diciendo, le gustó Paquita y se casó; pero no le
gusta tu hotel, casa de campo o lo que fuere, y se marcha.
(A DON
NICOMEDES.)
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DON
NICOMEDES.- ¡Defiéndete, Anselmo, y
defiéndeme! ¿Es verdad que nos dejas? ¡Pues si
no hace ni mes y medio que estás con nosotros! ¡Si
apenas empieza el verano! ¡Vamos, di algo!
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DON
ANSELMO.- Pero ¿qué he de decir,
señor, si no me dejan ustedes poner palabra en su sitio?
(Con todo de mal humor.) El hotel me
parece encantador, ¿estás contento? (A
DON
NICOMEDES.) Vuestra compañía me
es sumamente agradable, ¿oyes tú? (A
VISITACIÓN.)
Pero tengo asuntos en Madrid, y son de importancia, y me voy.
(Pequeña pausa.) ¡Toma,
toma! ¡Corno que hay novedades! ¡El amigo íntimo
de mi Carlos, su compañero de colegio, el acaudalado
marqués de Vega-Umbrosa, le presenta diputado. ¡Ya
veréis, ya veréis!
(Restregándose las manos.) El
chico tiene ambición; pero, entendámonos:
ambición noble y digna. Nada; que siente con bríos y
dice: «¡Yo he de hacer algo muy grande!»
¡Vaya, mi Carlos vale mucho! ¡Cuando yo digo que vale
mucho! ¿Verdad, Paquita?
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PAQUITA.- Carlos es hijo tuyo.
¿Qué más puede decirse?
(Sonriendo.)
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DON
ANSELMO.- ¡Qué buena eres!
(Haciéndole una caricia.)
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VISITACIÓN.- ¡Hola, hola!
¿Arrullos conyugales?
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DON
ANSELMO.- Me parecen preferibles a conyugales
arañazos.
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DON
NICOMEDES.- ¿Y tu viaje a Madrid se relaciona
con esos planes políticos de Carlos?
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DON
ANSELMO.- Casi, casi; pero no del todo. La
política corre de su cuenta. Yo soy espectador entusiasta;
aunque seré, si es preciso, severísimo censor.
¡Oh! Carlos no se me ha de separar ni una línea del
camino recto! ¡Ya sabe él lo que soy, y que en
cuestiones de dignidad y de honra no transijo con nadie ni por
nada!
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VISITACIÓN.- Por sabido; en efecto, eres
un puerco espín o un espino silvestre, a escoger.
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DON
ANSELMO.- Eso quiero ser para muchos.
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DON
NICOMEDES.- Pues hagamos un trato. Te vas cuando
quieras, pero nos dejas a tu hijo.
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VISITACIÓN.- Y a tu mujer.
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DON
ANSELMO.- Si ellos quieren... (Mirando a
PAQUITA.)
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VISITACIÓN.- Yo respondo de que no se
aburren. Vendrán a vernos todos los amigos de Madrid; ya
llegaron a San Sebastián las de Linares, los de Aguilar, el
marqués de Casa-Fuente, y también su amigo de
ustedes, Víctor Cienfuegos, tan gallardo y tan impetuoso
como de costumbre.
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PAQUITA.- No, Anselmo; yo no te dejo.
(Con cierta precipitación y abrazando con mimo
a su esposo.) Yo, contigo.
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DON
ANSELMO.- Sí, Paquita; los dos nos iremos, y
que se quede Carlos.
(Cariñosamente.)
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VISITACIÓN.- ¿Empiezan otra vez
los mimos? ¡El espino silvestre sólo guarda sus
flores, para Carlos y para Paquita!
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DON
ANSELMO.- Para quien las busca con cariño.
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DON
NICOMEDES.- Pero, en fin, has dicho que nos dejas a
Carlos.
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DON
ANSELMO.- No tengo inconveniente ninguno.
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VISITACIÓN.- Pues trato hecho. Nos
quedamos con tu hijo. Y así conocerá a nuestra Lola,
que ha salido del colegio y que llegará uno de estos
días.
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DON
ANSELMO.- ¿Cuántos años tiene
ya?
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DON
NICOMEDES.- Dieciocho años.
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VISITACIÓN.- Catorce años.
(Casi al mismo tiempo que su marido.)
¡Catorce, hombre! Tú nunca sabes lo que te dices
(Incomodada.) ¡Y qué
niña! ¡Un ángel, hermano, un ángel.
(A DON
ANSELMO.) ¡No hay nada parecido! Una
criatura, lo dicen todos, que no ha nacido para este mundo.
(Enterneciéndose algo y secándose los
ojos.) ¡Si sabré yo lo que vale mi
Lolilla!
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DON
NICOMEDES.- ¡Vamos, mujer! Más
modestia.
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VISITACIÓN.- ¡Modestia! La que
tuviste tú hace rato, y la que tuvo ése hace poco.
¡Toma, toma! Cada cual alaba lo suyo: tú la finca;
Anselmo, a su Carlos, y yo, a mi Lola. ¡Y qué
educación, Anselmo! Ella sabe francés, ella sabe
inglés, ella sabe tocar el piano, ella sabe dibujar...
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DON
ANSELMO.- ¡Vamos, ella lo sabe todo!
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VISITACIÓN.- Como que ha estado ocho
años en uno de los primeros colegios de París,
¡digo si sabrá! Y aquí en confianza, ya que
estamos en familia y que ninguno nos oye... ¡Una preciosidad!
(Bajando la voz.) Y talento...,
¡tanto como tu Carlos!
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DON
ANSELMO.- ¿Saben ustedes que si alguien nos
oyese quedaba en cinco minutos enterado de toda la familia, con sus
accesorios, rústicos y urbanos? Nada: una exposición
de comedia. Dos matrimonios: primer matrimonio, vosotros, Nicomedes
y Visitación, con su hija Lolilla en lontananza; personajes
secundarios, el coro de la tragedia griega.
(Riendo.) Segundo matrimonio,
ésta y yo, y, además, mi hijo Carlos; personajes
principales. ¡Hola, hola!...
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PAQUITA.- Mucho enumerar personajes, como
decía Anselmo, y olvidan ustedes el más
interesante.
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VISITACIÓN.- ¿Cuál?
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DON
NICOMEDES.- ¿Quién?
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PAQUITA.- La pobre Adelina.
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VISITACIÓN.- (Con cierto
despego.) ¡Ah!
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DON
NICOMEDES.- (Lo mismo.)
Sí.
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DON
ANSELMO.- Dice bien mi mujer: la pobre Adelina.
(Como buscando camorra.)
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VISITACIÓN.- ,¿Pobre? ¡Ya lo
creo! Por caridad la recogimos; que sin nosotros,
¿qué hubiese sido de ella?
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PAQUITA.- ¡Y tan linda!
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DON
NICOMEDES.- No es fea.
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VISITACIÓN.- ¡Pchs! Buen cuerpo,
como todas las flacas. Y un palmito regular. No hay dieciocho
años feos.
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DON
NICOMEDES.- Pues yo he conocido algunos.
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VISITACIÓN.- ¡Qué has de
conocer tú! Tú nunca conoces nada.
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PAQUITA.- ¡Y tan cariñosa, tan
dulce, tan humilde!
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VISITACIÓN.- Hija, la que está en
su situación no puede hacer alardes de soberbia. A saber lo
que haría si fuese dueña de su casa.
|
ANSELMO.- Pues a mí me parece muy
simpática y muy buena.
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VISITACIÓN.- Sí, tienes
razón: es simpática; la desgracia lo es siempre. Y,
hasta el día, tampoco es mala.
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DON
ANSELMO.- ¿Por qué dices hasta el
día? ¿Por qué supones...?
|
VISITACIÓN.- Por nada. ¡Pobre
chica! ¡Dios no lo quiera! Y con la educación que ha
recibido en mi casa, y estando muy a la mira...
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DON
ANSELMO.- (Con
impaciencia.) Pero ¿por qué has de
estar a la mira?
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VISITACIÓN.- Porque la cabra tira al
monte, y de casta le viene al galgo...
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DON
ANSELMO.- ¿Qué quieres decir con todo
eso, que yo no lo entiendo?
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DON
NICOMEDES.- ¿Tú no sabes la historia de
Adelina; mejor dicho, de su familia?
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VISITACIÓN.- ¿Nunca te hemos
contado en qué circunstancia la recogimos?
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DON
ANSELMO.- Algo he oído..., pero
vagamente...
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VISITACIÓN.- Pues oíd, oíd.
Aquí, más cerca, no sea que entre de pronto y nos
sorprenda. (Todos rodean a VISITACIÓN en actitudes
diversas.) Pues, señor... Pero... no..., no
puedo. Cuenta tú, Nicomedes. A mí, estas cosas...,
como en mi casa, jamás..., en buena hora lo diga... Vamos,
tú tienes la palabra.
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DON
NICOMEDES.- Habéis de saber que érarnos
muy amigos de los padres de Adelina.
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VISITACIÓN.- No; de su madre, no.
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DON
NICOMEDES.- De su padre quise decir.
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VISITACIÓN.- Eso es distinto.
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Escena
II
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Dichos y DON
PRUDENCIO, por el fondo.
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DON
PRUDENCIO.- ¿Secretos tenemos? ¿Consejos
de familia? Entonces me retiro prudentemente.
(Deteniéndose. Todos se
levantan.)
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VISITACIÓN.- ¡Don Prudencio!
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DON
NICOMEDES.- ¡Hola, don Prudencio! Entre usted,
entre usted.
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DON
PRUDENCIO.- Mi señora doña
Visitación... Paquita... ¡Conque tan bueno...!
(A DON
NICOMEDES.) Don Anselmo, siempre suyo...
(Saludando a todos.) Lo dicho: si son
asuntos reservados, por donde vine me voy.
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DON
NICOMEDES.- ¡Calle usted, por Dios!
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VISITACIÓN.- Con usted no hay secretos;
usted es como nuestro. ¿Verdad, Nicomedes?
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DON
NICOMEDES.- ¡Ya lo creo! Es usted como de la
familia.
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VISITACIÓN.- Conque, siéntese
usted; aquí, a mi lado.
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DON
PRUDENCIO.- Pues si no estorbo... (Todos
se sientan.)
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VISITACIÓN.- ¡Estorbar usted! Al
contrario. Precisamente viene usted muy a punto para pedirle un
favor.
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DON
PRUDENCIO.- Es, que vengo a despedirme. Parto ahora
para mi quinta; pero no quise marcharme sin cumplir deberes
sagrados de amistad. (DON PRUDENCIO habla siempre con cierto
énfasis y en todo solemne.)
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VISITACIÓN.- Pues precisamente por
eso.
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DON
PRUDENCIO.- Y ese favor...
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VISITACIÓN.- Se relaciona con el asunto
de que tratábamos.
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DON
PRUDENCIO.- ¿Y de qué trataban
ustedes...? Ya que he de saberlo, que de otro modo, yo no me
permitiría...
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VISITACIÓN.- De Adelina.
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DON
PRUDENCIO.- Ya. ¡Pobre chica! Bien, pues
continúen ustedes tratando de esa joven.
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DON
NICOMEDES.- Como Anselmo no estaba al corriente... Por
eso...
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VISITACIÓN.- Por eso le contábamos
la historia de los padres de Adelina.
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DON
PRUDENCIO.- Ya. Una triste historia la de esa familia,
y una tristísima herencia la de esa niña.
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DON
ANSELMO.- ¿Heredó algo?
|
VISITACIÓN.- (A
DON
PRUDENCIO.) ¿Pregunta si
heredó? ¡Qué inocente!
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PAQUITA.- ¿Por qué?
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DON
PRUDENCIO.- ¿Nunca oyó usted hablar del
naturalista, del gran naturalista Darwin, ni de sus admirables
experiencias sobre palomas y otras aves? ¿No sabe usted
cómo de padres a hijos se transmiten las cualidades y los
defectos; en suma, los rasgos característicos de cada
individuo? ¿No le explicaron a usted la gran ley de la
herencia, ni llegó a su noticia, mi simpática y
respetable amiga, la fuerza incontrastable con que lo que
pudiéramos llamar la fatalidad orgánica circula por
toda la escala biológica. a través del tiempo?
¿Eh?
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PAQUITA.- ¡Ay, no señor! Yo no
sé nada de eso, ni Dios lo permita.
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DON
PRUDENCIO.- ¿Por qué?
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PAQUITA.- Porque me dan miedo esas cosas.
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DON
ANSELMO.- Pues a mí no me dan miedo; pero el
diablo me lleve si he comprendido una palabra.
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VISITACIÓN.- Pues más claro: que
la madre de Adelina fue... ¿Cómo diré yo?...
Una desdichada.
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DON
ANSELMO.- Ya; eso está más claro.
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PAQUITA.- Sí; que su esposo la hizo
desdichada.
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DON
NICOMEDES.- No, al contrario: que ella hizo a su
esposo todo lo desdichado que puede ser un hombre de honor en
ciertos casos.
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DON
PRUDENCIO.- Precisamente; porque, fíjese usted,
Paquita: doña Visitación, hablando con la exactitud
que le es propia, no ha dicho «fue desdichada», sino
«fue una desdichada», ¿eh?
|
VISITACIÓN.- Más clara
todavía: la madre de Adelina empezó por tener un
amante..., y luego..., Dios lo sabe.
|
DON
ANSELMO.- Ahora sí que está
perfectamente claro.
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PAQUITA.- ¡Jesús! ¡Qué
tristezas!
|
DON
PRUDENCIO.- La ley de herencia, señora
mía. La madre de Adelina tuvo varios extravíos
amorosos; Pues la madre de esta madre, es decir, la abuela de
Adelina, no tuvo menos; y la bisabuela, célebre en los
círculos galantes de fines de siglo próximo pasado,
padeció varias veces esta misma enfermedad, o, mejor dicho,
este exceso de salud; y subiendo por la línea femenina,
siempre encontramos en todos sus individuos este mismo
carácter filogenético, llamémoslo
así.
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VISITACIÓN.- ¡Conque
figúrense ustedes qué catástrofe cuando se
supo! ¡Un escándalo monumental! ¡Un
desafío a muerte! ¡Ella que huye y se hunde más
en el fango! ¡El padre de Adelina que rechaza a su hija! Y en
fin, la pobre niña que hubiera ido al Hospicio si nosotros,
que debíamos grandes favores a su familia, no nos
hubiéramos hecho cargo de la pequeñuela.
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DON
ANSELMO.- ¡Muy bien hecho!
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PAQUITA.- ¡Rasgo generoso!
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VISITACIÓN.- Se hace lo que se puede.
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DON
PRUDENCIO.- Esa es la verdadera fórmula: se
hace lo que se puede, en los límites de la prudencia. La
caridad, el altruismo diría yo...
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DON
ANSELMO.- ¿El qué?
|
DON
PRUDENCIO.- El altruismo...
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DON
ANSELMO.- ¡Ah, sí!
(Aparte.) ¿Qué
será eso?
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DON
PRUDENCIO.- Pues bien: la caridad, si usted prefiere
esta palabra, debe practicarse en todo mundo civilizado, sin duda
alguna; pero sin exageraciones. Creo que ustedes opinarán
como yo.
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VISITACIÓN.- Justamente a eso vamos, y he
aquí el consejo que Nicomedes y yo pedimos a ustedes, y el
favor que esperamos de usted, amigo don Prudencio.
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DON
ANSELMO.- Pues no comprendo qué relación
pueda haber...
|
DON
PRUDENCIO.- Yo..., algo vislumbro. Siga usted, siga
usted, mi buena amiga. Usted es mujer de juicio, y algo por toda
manera discreto va usted a decirnos.
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VISITACIÓN.- Pues me cuesta mucho trabajo
decirlo. Porque yo tengo buen corazón, aunque esto sea
alabanza propia, y al fin y al cabo, hemos tenido a nuestro lado a
Adelina doce años! Pero las circunstancias..., con la venida
de Lolilla..., de mi hija..., van a cambiar dentro de poco
totalmente.
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DON
PRUDENCIO.- Totalmente, es decir, en totalidad. Muy
bien pensado y muy bien dicho.
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DON
NICOMEDES.- No es decir que Adelina nos pese.
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VISITACIÓN.- ¡Ah!, eso, no; pero la
infeliz niña tiene un pasado lastimoso.
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PAQUITA.- ¡Ella no!
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VISITACIÓN.- Su familia he querido decir.
La opinión pública es muy severa; y cuando llevemos a
sociedad a nuestra hija, preguntarán todos:
«¿Quién es esa que va con Lola?»
«¿Es su hermana?» No. «¿Es su
prima?» Tampoco. «¿Pues cómo vive con los
señores de Espejo?» Porque la sociedad es muy
preguntona; y el caso es que siempre hay quien conteste a tales
preguntas. Y preguntando aquí y escudriñando
allá se sabrá toda la historia, y, créanme
ustedes, no faltará quien diga con asombro, y quizá
con razón: «¿Cómo dejan los
señares de Espejo que su hijá tenga tales
amigas?»
|
DON
PRUDENCIO.- Muy bien. No dirán «tal
amiga», sino «tales amigas». ¡Oh!, la
sociedad tiene gran potencia generalizadora.
|
DON
ANSELMO.- ¡Bah!, sueñan ustedes. Nadie
dirá eso, ni se le ocurrirá a nadie culpar a una
niña inocente por los antiquísimos regocijos de unas
cuantas abuelas.
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Ah!, no conoce usted el
carácter mortífero que afectan todas las luchas
morales en los que pudiéramos llamar ocultos senos del medio
social, señor Anselmo.
|
VISITACIÓN.- En fin, ¿qué
quieren ustedes que les diga? Serán exageraciones de una
madre...
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DON
ANSELMO.- Exageraciones; tú lo has dicho.
|
DON
NICOMEDES.- No son exageraciones.
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DON
PRUDENCIO.- No lo son. La tradición del vicio
es tan incontrastable como la ley física que determina la
transmisión del movimiento de unos cuerpos a otros.
|
PAQUITA.- Pues yo no entiendo de todo eso; pero
digo que Adelina es muy buena.
|
DON
ANSELMO.- Y lo mismo digo yo, señor don
Prudencio, a pesar de todas sus leyes, transmisiones y herencias,
zarandajas que no valen un comino cuando una mujer dice: «Soy
buena porque soy buena», y un hombre agrega: «Soy
honrado porque sí»
|
DON
PRUDENCIO.- Dispense usted, señor don Anselmo.
Usted discurre como militar; yo, como hombre de estudio. Son
discusiones muy delicadas. (A VISITACIÓN.)
Conque vengamos a la conclusión, amiga mía.
|
VISITACIÓN.- Pues la conclusión es
que habíamos pensado éste (Por
DON
NICOMEDES.) y yo en alejar a Adelina de
nuestro lado antes que viniese Lola.
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DON
NICOMEDES.- ¿Comprende usted bien? Alejarla...
Abandonarla, no.
|
VISITACIÓN.- ¡Jesús,
María y José!... ¡Abandonarla! ¡Eso,
nunca!
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DON
PRUDENCIO.- Muy bien pensado, amigos míos. No
se abandona a esa niña, pero se la aleja. Algo así
como el aislamiento moral: el gran remedio contra todo elemento
infeccioso.
|
VISITACIÓN.- Es el caso que en la aldea,
cerca de su quinta de usted, don Prudencio, tenemos una casita muy
mona...
|
DON
PRUDENCIO.- Lo sé; deliciosísima en su
sencillez primitiva.
|
VISITACIÓN.- Pues en ella vive la nodriza
de Lola con su rnarido; gente muy honrada y de toda, confianza.
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DON
PRUDENCIO.- ¿Y bien?
|
VISITACIÓN.- Que allá pensamos
enviar a Adelina.
|
DON
ANSELMO.- ¿Por mucho tiempo?
|
VISITACIÓN.- No. Mientras Lolita se
colocase; cinco o seis o siete años. Casada que fuese
nuestra hija, probablemente recogeríamos de nuevo a Adelina,
a no ser que, comprendiendo su especialísima y triste
situaeión, prefiriese entrar en un convento. Conque ustedes
dirán qué les parece nuestra idea.
(Pequeña pausa.)
|
DON
PRUDENCIO.- A mí, muy acertada. Esta es mi
opinión en puridad de verdad.
|
DON
ANSELMO.- Pues a mí, detestable. Dicho sea con
tanta puridad y tanta verdad como don Prudencio.
|
PAQUITA.- ¡Pobre Adelina! ¡Parece
tan buena!
|
VISITACIÓN.- ¿Quién no lo
es a los dieciocho años?
|
DON
PRUDENCIO.- Deje usted, deje usted que los
gérmenes se desarrollen. ¡Triste verdad!
¿Quién sabe? Quizá en ese cuerpo tan bello
estarán ahora mismo en su período de
incubación las repugnantes larvas del vicio.
|
PAQUITA.- ¡Por Dios, no diga usted esas
cosas! ¡Adelina tiene un fondo excelente, y su
carácter es tan dulce, y la pobre niña es tan
dócil.
|
DON
PRUDENCIO.- Dócil, a veces, quiere decir
débil. ¡La debilidad, ¡Otro peligro!
|
PAQUITA.- ¡Y está siempre tan
triste!
|
VISITACIÓN.- Pues nosotros nada le
hacemos que pueda entristecerla. Es que Adela es mimosilla y tiene
sus pretensiones de Poética. Yo la quiero mucho, pero hay
días en que no se la puede tolerar.
|
DON
ANSELMO.- Pero ¿qué mal ha hecho esa
criatura, ni qué culpa tiene de lo que pudieran hacer sus
ascendientes?
|
VISITACIÓN.- ¿Y qué culpa
tenemos nosotros ni tiene mi hija de su desgracia? Porque la hemos
recogido y la hemos criado, ¿hemos de sacrificar a sus
conveniencias el porvenir de Lola?
|
DON
NICOMEDES.- Eso, de ningún modo; yo no sufro
que se perjudique a mi hija por una persona extraña a
nuestra familia.
|
DON
ANSELMO.- Pero ¿en qué perjudica a tu
hija la pobre Adelina?
|
VISITACIÓN.- ¡En todo!
|
DON
PRUDENCIO.- En todo, digo yo también: La sombra
de lo pasado pesará fatalmente sobre ambas jóvenes,
si la previsión maternal no las separa, y esto no
sería justo. Y digo más: si andando el tiempo, cuando
lazos encantadores de amistad unan sus almas inexpertas, llega a
ser Adelina lo que la imperiosa ley de su organismo tradicional
exige, tal amistad y tal ejemplo, podrán ser
funestísimos para nuestra querida niña. Pero,
entrando en otro orden de ideas, digo más todavía: yo
observo que Adelina es... ¡una preciosidad!, y pudiera ser...
un entorpecimiento..., para la colocación ventajosa de Lola.
¿Me explico? ¿Me comprenden ustedes? Este es un punto
delicado, en que tal vez no ha pensado usted, mi señora
doña Visitación.
|
VISITACIÓN.- Sí, señor; he
pensado, porque una madre debe pensar en todo y debe mirarlo todo,
Sí, señor; hablando en plata, yo no quiero que
Adelina le quite novios a mi hija. ¡Ea, ya lo dije!
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Encantadora ingenuidad!
|
DON
ANSELMO.- Pues ya no suelto palabra. Allá
ustedes. Pero esto no quita para que me parezca inicuo lo que van
ustedes a hacer con esa infeliz criatura.
|
VISITACIÓN.- Si tanta lástima te
inspira, cásala con tu hijo.
|
DON
ANSELMO.- ¿Qué?¡Con mi hijo!
¿Una mujer de tales antecedentes, en su familia? ¡Pues
no faltaba otra cosa! Para mi Carlos, la mujer más honrada,
y más hermosa, y más rica, y de familia más
noble, y de línea masculinas y femeninas más limpias
hasta la centésima generación. ¡Pues ya lo
creo! ¡Tú no sabes lo que es mi Carlos ni lo que
merece! (A VISITACIÓN.)
|
VISITACIÓN.- No es más que mi
hija. Y lo que no es bueno para tu Carlos, no lo es para mi
Lola.
|
DON
ANSELMO.- ¡Está por ver!
|
VISITACIÓN.- ¡Está
visto!
|
PAQUITA.- Vamos, Anselmo...
|
DON
NICOMEDES.- Por Dios, Visitación...
|
DON
PRUDENCIO.- Calma, señoras y señores,
calma. Esta animada discusión prueba que, en el fondo,
están ustedes conformes que la verdad, al fin, por su propia
fuerza, se impone, y que don Anselmo, a pesar de sus instintos
generosos, que yo alabo como deben ser alabados, en el terreno de
la práctica opina como nosotros. ¿No es esto?
¿Hay duda? ¡Yo creo que no! Pues, entonces, estamos
conformes, como antes dije, y perdonen ustedes la
repetición. (Aparte, a VISITACIÓN.) Me
parece que le he cogido, ¿eh?
|
DON
ANSELMO.- (En voz alta.)
Pues no, señor; no estamos conformes; y si llegara el caso,
ya veríamos... (Aparte.)
¡Diablo de hombre!
|
DON
PRUDENCIO.- Conque ahora, vamos...
|
VISITACIÓN.- Al favor que tenemos que
pedirle.
|
DON
PRUDENCIO.- Ustedes dirán.
|
VISITACIÓN.- A mí me gusta pensar
las cosas y hacerlas. Yo soy así.
|
DON
PRUDENCIO.- Madurez en la concepción. En la
ejecución, rapidez. Perfectamente.
|
VISITACIÓN.- Quiero decir que, sin que
Adelina lo sepa, lo tengo todo preparado para su viaje. Y ya que
usted va a su quinta, y que está tan cerca de la de usted
nuestra casa...
|
DON
PRUDENCIO.- Comprendido.
|
VISITACIÓN.- Podría usted dejar a
Adelina, si no le causase gran molestia, en poder de Juana.
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Ah señores! Coadyuvar a una
buena obra fue siempre cosa de sumo agrado para mí.
|
VISITACIÓN.- Pues manos a la obra, y
llamemos a Adelina. (Toca un timbre y aparece un
criado.) Antonio, que venga al momento la
señorita Adela.
|
DON
ANSELMO.- Pues, señor, digan ustedes lo que
quieran, la despedida será muy triste.
|
VISITACIÓN.- Ya lo creo; para todos.
|
DON
ANSELMO.- Pero repartidas esas tristezas entre muchos,
toca menos a cada cual, ¿no es esto? Aritmética del
egoísmo.
|
VISITACIÓN.- Aritmética del
sentido común.
|
DON
PRUDENCIO.- Ley universal de los seres, cuantitativos,
que lo son todos para el caso que tratamos.
|
DON
ANSELMO.- Todo eso está muy bien: pero lo que
yo veo es que nos reunimos aquí cinco personas de edad y
respeto, y caritativos por añadidura, para buscar la mejor
manera de poner en conocimiento de una pobre niña que la
vamos a sacrificar sin compasión.
|
DON
NICOMEDES.- Silencio, que ella viene.
|
DON
ANSELMO.- (Sentándose junto a
PAQUITA.)
Veamos qué maña se dan ustedes para consumar con mimo
y dulzura el sacrificio.
|
Escena
III
|
|
Dichos y ADELINA,
por el fondo.
|
VISITACIÓN.- Ven aquí, hija
mía. (Con mucho
cariño.)
|
ADELINA.- ¿Me llamaban ustedes?
(Con timidez.)
|
VISITACIÓN.- Sí, querida; ven,
acércate.
|
ADELINA.- Buenas tardes, don Prudencio.
|
DON
PRUDENCIO.- Muy buenas, Adela.
|
DON
NICOMEDES.- Siéntate aquí, a nuestro
lado.
|
VISITACIÓN.- Entre los dos.
(ADELINA se
sienta entre DON NICOMEDES
y VISITACIÓN.)
¡Qué cara tan risueña traes! ¡Tan
animada! ¡Tus mejillas son dos rosas!
|
ADELINA.- Estaba en el jardín..., y el
calor...
|
VISITACIÓN.- ¿Te paseabas?
|
ADELINA.- Sí, señora.
|
VISITACIÓN.- ¿Solita, como
siempre? ¿Meditando? ¿Allá con tus
fantasías?
|
ADELINA.- No, señora.
|
VISITACIÓN.- ¿No meditabas?
|
ADELINA.- ¡Yo! ¿En qué
había de meditar? (Algo
asustada.)
|
DON
NICOMEDES.- No te apures; si no te vamos a
reñirte.
|
ADELINA.- ¡El jardín estaba tan
hermoso!
|
DON
NICOMEDES.- ¿Te gusta la soledad?
|
ADELINA.- A veces..., sí..., mucho. Pero
también me gusta estar con ustedes, que son tan buenos para
mí. (A DON
NICOMEDES y VISITACIÓN.)
|
VISITACIÓN.- ¿Lo estás
oyendo, Anselmo? ¡Que tan buenos somos para ella!
|
DON
ANSELMO.- Sigue, sigue, que ya veo que tienes buen
pulso para cirujano.
|
VISITACIÓN.- Es decir, ¿que
estabas a tus solas en el jardín?
|
ADELINA.- No; sola, no.
|
VISITACIÓN.- Pues ¿con
quién, hija mía?
(Pausa.) Responde, hija; no seas tan
encogida.
|
ADELINA.- Con Carlos.
|
DON
ANSELMO.- ¿Eh? ¿Con mi hijo?
|
ADELINA.- Sí, señor. Bajé
sin saber que iba a encontrarle..., pero le encontré..., y
luego paseamos juntos..., como otras veces.
|
DON
ANSELMO.- (Aparte.)
¡Diablo!
|
VISITACIÓN.- Oye, hermano,
¿quieres tú explicarle el asunto...? Porque yo..., la
verdad, me da mucha pena. (Con cierta sorna en la
primera parte.)
|
DON
ANSELMO.- ¿Yo?... ¡Bah!.. Eso es cuenta
tuya.
|
ADELINA.- (Muy
alarmada.) ¡No comprendo! ¿Ocurre
algo?... ¿Quizá una desgracia?...
|
VISITACIÓN.- No, por cierto.
¿Desgracia? Ninguna.
|
ADELINA.- Hablan ustedes de penas..., y yo...,
la verdad..., creí...
|
VISITACIÓN.- Penas, sí. Tenemos
mucha pena. Vamos Paquita, explícale tú... Ella te
quiere mucho..., y en tus labios, la vez de la razón...
¿No es verdad, don Prudencio?
|
DON
PRUDENCIO.- Ciertamente, la voz de la razón...
¡Gran voz!
|
ADELINA.- ¡Ay Dios mío! ¡Algo
ocurre! ¡Me miran ustedes de un modo! ¡Vamos, Paquita,
la verdad!
|
PAQUITA.- Pero yo..., ¿cómo he de
decirle? Mira, Adelina, yo siento muchísimo separarme de
ti.
|
ADELINA.- (Sin poder
contenerse.) ¡Ah!... ¡Se va usted!...
¿Y don Anselmo también,? ¿Y también
Carlos?
|
VISITACIÓN.- (Con
malicia.) ¡Anda, anda! Ya se fueron aquellas
rosas que trajiste. Al jardín se han vuelto.
|
DON
NICOMEDES.- (Aparte.) A
buscar a Carlos.
|
VISITACIÓN.- Sí, Paquita y Anselmo
nos dejan; pero se queda su hijo.
|
ADELINA.- (Sonriendo; ya le
pasó la tristeza.) ¡Ah!... Conque
ustedes... ¡Tan pronto!
|
PAQUITA.- Dentro de tres o cuatro
días.
|
DON
PRUDENCIO.- Más rápida es, o, mejor
dicho, más próxima está mi marcha, querida
Adelina.
|
ADELINA.- (Con toda la
indiferencia que permite la cortesía.)
¿Sí?
|
DON
PRUDENCIO.- Yo parto ahora mismo.
|
ADELINA.- (Como
antes.) Ya... Cuánto lo siento... Pues nada,
don Prudencio... Feliz viaje.
|
VISITACIÓN.- No, Adelina; de don
Prudencio es inútil que te despidas.
|
ADELINA.- ¿Por qué?...
¿Pues no dice que ahora mismo?
|
VISITACIÓN.- Sí..., pero
tú...
|
DON
NICOMEDES.- Tú, hija mía...
|
ADELINA.- ¿Qué?
|
VISITACIÓN.- Tú..., ¿sabes,
monina?... Tú acompañas a don Prudencio.
|
ADELINA.- (Sin comprender
todavía.) ¿Hasta dónde?
|
VISITACIÓN.- Hasta que encontréis
a Juana, a quien ya hemos anunciado tu viaje.
|
ADELINA.- (Muy
acongojada.) Pero ¿cómo?...
¿Voy a separarme de ustedes?... ¿Y ahora?... Dios
mío, ¿por qué?
|
VISITACIÓN.- (Con
severidad.) Vamos, vamos... Una niña bien
educada no pregunta ni a sus padres ni a sus bienhechores los
motivos que tengan para resolver en este o en aquel sentido.
¡Vaya!
|
DON
NICOMEDES.- (Con cierta
dureza.) Se trata de tu bien, de tu porvenir; en
fin, lo hemos resuelto.
|
ADELINA.- ¡Ay madre mía!... Ya lo
veo claramente: están ustedes enfadados conmigo... Pero
¿qué hice?... ¡Yo no sé!... ¡Yo no
adivino!...
|
VISITACIÓN.- (Aparte, a
ADELINA, con
severidad.) Mira que hay gente extraña;
modérate.
|
DON
PRUDENCIO.- (Aparte, a DON ANSELMO.) Estas
escenas de familia hay que abandonarlas a sí mismas,
¿eh? (En voz alta.) Pues yo...,
si ustedes me lo permiten, voy a despedirme de Carlos. Entre
tanto..., ustedes resuelven.
|
VISITACIÓN.- Sí, vaya usted. En el
jardín ha dicho Adelina que estaba.
|
DON
PRUDENCIO.- Unos instantes no más..., y al
punto soy de ustedes... (Aparte.)
¡Oh, esta niña..., esta niña!
|
Escena
VII
|
|
ADELINA y
CARLOS.
|
CARLOS.- ¿Por qué lloras?
|
ADELINA.- ¿Y tú me lo preguntas?
¡Ingrato! ¡Olvidarme por otra mujer!
|
CARLOS.- ¡Olvidarte yo!
|
ADELINA.- Sí, por ella.
|
CARLOS.- Pero ¿quién es?
|
ADELINA.- Todavía no se sabe quién
será. ¿Cómo quieres que se sepa? Pero yo lo
sabré cuando llegue el caso.
|
CARLOS.- Tú sueñas.
|
ADELINA.- ¡Ojalá
|
CARLOS.- Adelina, vuelve en ti. No llores.
Mírame.
|
ADELINA.- ¿De qué sirve que te
mire, si ya no te veré más?
|
CARLOS.- ¿Por qué?
|
ADELINA.- ¿No lo sabes? Porque me llevan.
Así lo han dispuesto.
|
CARLOS.- (Con
ironía.) Lo sé todo; tanto como
tú; más que tú, pobre niña. Don
Prudencio acaba de hacerme relación circunstanciada del
suceso y de las causas.
|
ADELINA.- ¡Y te veo alegre! ¡Casi
risueño! ¡Cuando a mí me ahoga la pena! Bien ha
dicho: ¡soñaba! ¡He despertado!
¡Adiós!
|
CARLOS.- ¿Adónde vas?
|
ADELINA.- A donde mis protectores han dispuesto.
Estoy sola en el mundo, y, claro está, cualquiera dispone de
mí. Adelina nació para obedecer, y obedece.
|
CARLOS.- ¡No, no es verdad! ¡Adelina
nació para quererme, y no me quiere como yo la quiero!
|
ADELINA.- ¿Que yo... no...? ¡Ahora
sí que reiría yo también, si no tuviese tantas
ganas de llorar! ¡Yo, más! ¡Mil veces
más! Sólo que tú sabes decir esas cosas y yo
no acierto a explicarlas; las siento, me ahogan, me enloquecen...,
pero se quedan aquí..., en el corazón!
|
CARLOS.- Mal se conoce.
|
ADELINA.- ¿Por qué?
|
CARLOS.- Porque tú te resignas, y yo no
me resigno; porque tú consientes en dejarme, y yo no te
dejo; porque tú sólo tienes lágrimas, y yo
tengo amor; porque yo te digo: «Ven a mí», y
tú, con don Prudencio te vas. ¡Buena prueba de
cariño! Porque tú murmuras lánguidamente:
«Suframos», y yo te respondo con gritos del alma:
«Luchemos»; porque tú piensas que voy a ser de
otra mujer, y yo quiero hacerte mía para siempre; porque
tú, gimiendo como una niña, me mandas un
adiós, muy desconsolado, eso sí, pero muy terminante,
y yo loco, como un hombre que ama, te sujeto aquí, a mi
lado, entre mis brazos, contra mi corazón, por siempre y
para siempre, ¡mi bien, mi ilusión, mi esposa, mi
todo, mi Adelina!
|
ADELINA.- ¡Calla, calla..., que pierdo el
juicio! ¡No hasta que me echen de aquí por
mísera; será preciso que me arrojen por demente, si
me hablas de ese modo...! ¡Pero, no; sigue, sigue, Carlos,
que si esto es la locura, más vale, mucho más, que la
razón!
|
CARLOS.- Y ahora, ¿les obedecerás
a ellos o a mí? A ver: escoge.
|
ADELINA.- (Se acerca a él y
le abraza.) Ya está.
|
CARLOS.- ¿Cómo está?
|
ADELINA.- Estando en tus brazos. ¿No
estoy en ellos?
|
CARLOS.- Pues así, así. Y ahora,
calma, calma, mucha calma; finge que te resignas; prepárate
para el viaje... Sonríe..., y goza de antemano..., y ponte
alegre...
|
ADELINA.-
(Sonriendo.) Sí..., ya lo
estoy... Acaba.
|
CARLOS.- (Enumerando con cierta
sorna.) Porque vendrán todos, y delante de
todos, de doña Visitación, de don Nicomedes...
|
ADELINA.- (Con espontáneo
regocijo.) Sí...
|
CARLOS.- Y de don Prudencio, ¡tan
sabio!
|
ADELINA.- (Riendo.)
¡Y tan grave!
|
CARLOS.- Y de Paquita, y de mi padre,
diré yo: «¡Adelina es mi esposa...!»
|
ADELINA.- (Abrazándose a
él.) ¡Carlos...
|
CARLOS.- Y mañana, delante de quien vale
más que todos ellos, delante de nuestro Dios, diré
otra vez: «¡Adelina es mi esposa...!» Y
después a ti sola, también te diré:
«¡Adelina, al fin eres mi esposa! ¡Di ahora que
tu Carlos mentía!»
|
ADELINA.- (Separándose de
él y cubriéndose el rostro con las
manos.) ¡Ay Dios mío, y qué
bueno eres para mí! ¡Ay Virgen mía, y
qué dichas tan grandes hay en el mundo!
|
Escena
IX
|
|
VISITACIÓN,
CARLOS, DON NICOMEDES y DON PRUDENCIO.
|
VISITACIÓN.- Pero ¿ha visto usted
este cambio, don Prudencio?
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Ya, ya!
|
DON
NICOMEDES.- ¡Qué cabeza!
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Qué volubilidad!
|
VISITACIÓN.- ¡Antes, una Magdalena,
y ahora, contenta como unas pascuas!
|
DON
PRUDENCIO.- Falta de carácter; seres
insustanciales: ésta es la palabra: insustanciales.
¿No cree usted?
|
VISITACIÓN.- Lo mismo que usted, don
Prudencio.
|
DON
PRUDENCIO.- Algo le habrá consolado el ir
conmigo; porque Adelina «me distingue mucho», para
emplear la frase usual.
|
DON
NICOMEDES.- Puede ser, porque Adelina es muy rara.
(Sin saber lo que dice.)
|
VISITACIÓN.- ¿Qué diecs,
hombre...?
|
DON
NICOMEDES.- Quiero decir que por cualquier cosa...
(Algo aturdido.)
|
DON
PRUDENCIO.- Bueno. Ahora lo que importa es que
despache pronto y que salgamos en seguida, porque la hora pasa.
(Mirando el reloj.) A poco que nos
entretengamos, perdemos el tren.
|
CARLOS.- ¿Tiene usted mucha prisa, don
Prudencio?
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Ya ve usted! Son las cuatro; el
tren pasa a las cinco... Una hora para ir a la estación...
Lo preciso... ¡Al segundo!
|
CARLOS.- Pues, entonces, lo mejor que puede
usted hacer es irse sin esperar a Adelina.
|
VISITACIÓN.- No; eso, no. Ya que hemos
andado lo peor del carrino, hay que concluir de una vez.
|
DON
NICOMEDES.- Precisamente: de una vez.
|
DON
PRUDENCIO.- Es lo mejor, en mi concepto: de una vez;
un, último impulso...
|
CARLOS.- Pues por eso: entra usted «de una
vez», en su coche, sacude firme a sus potros varias veces,
toma usted «impulso..., ¿eh...?, y camino adelante...
¡Hala, hala! Al tren..., y a su preciosa quinta..., y a
descansar tan ricamente..., y a meditar en las evoluciones del
cosmos, ¿eh?
|
VISITACIÓN.- Pero ¿y Adelina?
|
CARLOS.- ¡Ah, sí! Pues Adelina se
queda con nosotros.
|
DON
NICOMEDES.- ¡Carlos, por Dios...! Yo creo...,
que tú no estás enterado.
|
CARLOS.- De todo. Pero no se alarmen ustedes:
Adelina se queda en esta casa por muy poco tiempo. Hasta el
día de la boda.
|
DON
PRUDENCIO.- ¿De qué boda habla?
(A VISITACIÓN.)
|
VISITACIÓN.- No sé.
|
CARLOS.- Y luego, ella, a su casa, y todos
contentos. Contentos ustedes, a quienes ya pesaba la pobre
niña... Vaya, no lo nieguen; sería inútil...
Contento su marido, que la espera con ansias de amor. Contento el
mismo cielo, que se ensanchará de placer con la dicha de ese
ángel. Y contenta Adelina, que, con toda esta
máquina, ya no va a esa encantadora aldea que ustedes le
propinaban.
|
DON
NICOMEDES.- ¿Qué dice este chico?
|
VISITACIÓN.- ¡Qué sé
yo! ¡Tonterías!
|
DON
PRUDENCIO.- Dijo su «marido». Hay que
fijarse en esta palabra.
|
VISITACIÓN.- ¿Qué
estás hablando de un marido para Adelina? (A
CARLOS.)
¿Dónde está ese ser misericordioso?
|
CARLOS.- Quizá muy cerca.
|
VISITACIÓN.- ¿Eh...? ¿Muy
cerca...? ¡Tú bromeas!
|
CARLOS.- No, queridísima tía; ya
sabe usted que mi carácter no es bromista. Digo que muy en
breve pedirán a usted, con la solemnidad que corresponda, la
mano de Adelina.
|
VISITACIÓN.- ¿Qué?
|
DON
NICOMEDES.- ¿Cómo?
|
DON
PRUDENCIO.- ¡A ver, a ver!
|
CARLOS.- Pues vamos allá.
(Adelantándose con solemnidad
cómica.) Don Carlos Ferrer Mendoza, hombre de
honor, de veintiocho años cumplidos, con carrera acabada y
decidida voluntad, tiene la honra de pedir la mano de Adelina, a
sus protectores respetabilísimos. Ahí tienen
ustedes.
|
VISITACIÓN.- Pero, ¿has
oído, Nicomedes? (Con
asombro.)
|
DON
NICOMEDES.- ¿Oye usted, don Prudencio?
¿Comprende usted esto? (Lo
mismo.)
|
DON
PRUDENCIO.- Vamos despacio. Lo que este joven dice
podrá apreciarse de esta o de aquella manera en cuanto a sus
fundamentos y consecuencias; pero, en mi concepto, la idea es
perfectamente clara: Carlos pretende casarse con Adelina. Digo, me
parece.
|
CARLOS.- Justamente. No hay como tener talento
para comprenderlo todo al primer golpe. ¡Digo, si don
Prudencio penetra las cosas!
|
VISITACIÓN.- ¿Pero tu padre lo
sabe? (A CARLOS.)
|
DON
NICOMEDES.- ¿Y consiente tu padre?
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Ah! Eso ya es otra cosa. Su padre
ni lo sabe ni consiente; ya lo verán ustedes.
(Aparte, a VISITACIÓN y a DON NICOMEDES.)
|
CARLOS.- Mi padre es un hombre de honor y un
corazón nobilísimo. Me quiere con toda su alma, y
cuando se convenza de que yo no puedo ser feliz sin Adelina,
consentirá. Sobre todo, pronto saldremos de dudas, porque
hacia aquí viene.
|
VISITACIÓN.- Pero ¡qué
resuelto! (A DON
NICOMEDES, refiriéndose a CARLOS.)
|
DON
NICOMEDES.- Con el geniecito de papá, sus ideas
sobre el honor y los antecedentes de Adelina, buena se prepara.
(A VISITACIÓN.)
|
DON
PRUDENCIO.- De todas, maneras yo agradecería
que ustedes resolvieran pronto. (Consultando el
reloj.)
|
Escena
X
|
|
Dichos y DON
ANSELMO, por la derecha.
|
DON
ANSELMO.- ¿Pasó la tempestad?
|
VISITACIÓN.- Aquélla pasó;
pero no es mala la que te espera.
|
DON
ANSELMO.- ¿A mí?
|
VISITACIÓN.- A ti precisamente; a cada
cual le espera su turno. Acércate y oye lo que dice tu
hijo.
|
DON
NICOMEDES.- Vamos, sobrino. ¿No estabas tan
resuelto?
|
VISITACIÓN.- Repite a tu padre lo que nos
decías hace poco.
|
DON
NICOMEDES.- Ya ves tú: nosotros, no podemos
resolver sin que él reitere en debida forma la
petición.
|
DON
ANSELMO.- A fe que no entiendo una palabra. Hablan
ustedes en griego. Usted, don Prudencio, que todo lo sabe,
¿quiere usted traducirme este intrincado pasaje?
|
DON
PRUDENCIO.- Es traducción peligrosa, amigo
mío, y, sobre peligrosa, innecesaria. Como le hable a usted
su hijo con tanta claridad como a nosotros, ya le entendera, usted
sin necesidad de intérprete.
|
DON
ANSELMO.- Pues habla tú, Carlos, que soy hombre
de poca paciencia, y antes acabaron estos señores con toda
la provisión del día.
|
CARLOS.- ¡Padre!
|
DON
ANSELMO.- ¿Qué aire de doctrino es
ése? ¿Qué temes de mí? ¿Tan poca
fe te inspira mi cariño que necesitas medianeros y
recomendaciones? ¿Pues no sabes que soy tuyo con alma y
vida? (Con arranque de
cariño.)
|
CARLOS.- ¡Sí, padre mío; lo
sé! ¡Dame los brazos! (Se abrazan
estrechamente.)
|
DON
ANSELMO.- ¡Diablo! ¡Me voy alarmando!
¿Es cosa seria? ¡Pronto, hijo mío,
ábreme tu corazón!
|
CARLOS.- ¡Padre mío!
|
DON
ANSELMO.- ¿Has hecho alguna calaverada?
Imposible. Pues ¿por qué nos miran todos así,
con cierto aire de burla?
|
CARLOS.- ¿Deseas mi felicidad?
|
DON
ANSELMO.- ¡Vaya una pregunta! ¿Qué
es mi fortuna, qué mi vida, ante tu felicidad? Menos la
honra, pídemelo todo, que todo es tuyo.
|
CARLOS.- ¡Sí, padre! ¡Y yo,
todo por ti, hasta mi propia honra! ¡Tú verás,
tú verás, si llega la ocasión!
|
DON
ANSELMO.- ¡Eh! No se dice eso. A la honra no se
toca; lo demás, bueno.
|
CARLOS.- ¡Todo, todo por ti! No hay que
reírse... (A los demás.)
No hay que mirarme con aire burlón; no hay que pensar:
«Ya está engañando con mimos a su
papá.» Déjalos, déjalos a ellos..., y
entendámonos los dos. Tú me crees. ¿Verdad que
me crees?
|
DON
ANSELMO.- ¡Pues no! Pero ¿adónde
vamos a parar con estos preámbulos?
|
VISITACIÓN.- ¿Conque no adivinas
adónde conducen esos tortuosos caminos?
|
DON
ANSELMO.- ¡Qué demonio he de
adivinar!
|
VISITACIÓN.- ¡Pues a la
Vicaría, caro hermano!
(Riendo.)
|
DON
ANSELMO.- ¿Qué...? ¿Tú...?
¿Pensabas...? ¿Era eso...?
|
CARLOS.- Sí, padre; eso era.
|
DON
ANSELMO.- ¡Caramba, qué idea!...
¡Vaya con el chico!... ¿Conque casarte?
|
VISITACIÓN.- Sí, hermano
mío; se casa tu Carlos.
|
DON
NICOMEDES.- Sí, querido Anselmo; y muy
pronto.
|
VISITACIÓN.- ¡Qué sorpresa!
¿Eh?
|
DON
ANSELMO.- ¿Y qué? ¿Qué
tiene de extraordinario? ¿No me he casado yo dos veces? Pues
justo es que se case él, al menos una..., por el pronto.
|
CARLOS.- ¡Padre del alma!...
|
DON
ANSELMO.- Ven acá; no hagas caso de esos
zumbones, y hablemos los dos como viejos amigos. ¿Es
buena?
|
CARLOS.- ¡Un ángel!
|
DON
ANSELMO.- ¿Es hermosa?
|
CARLOS.- ¡Un Cielo!
|
DON
ANSELMO.- ¿Es rica?
|
CARLOS.- Es pobre.
|
DON
ANSELMO.- ¡Qué lastima!
|
CARLOS.- ¿Qué importa?
|
DON
ANSELMO.- Importar..., no importa mucho; pero,
tratándose de mi Carlos, no estaría de más una
fortunita...
|
CARLOS.- ¡Padre!...
|
DON
ANSELMO.- Bueno, no insisto. ¿Y su familia?
|
CARLOS.- No la tiene.
|
DON
ANSELMO.- ¡Menos malo!
|
VISITACIÓN.- Pero la tuvo.
|
DON
ANSELMO.- ¿Y qué?
|
VISITACIÓN.- Nada; por nuestra. parte,
nada.
|
DON
ANSELMO.- Vamos, clarito: ¿quién es la
novia?
|
VISITACIÓN.- Carlos..., ¿a
qué esperas?... ¿Te da miedo pronunciar su
nombre?
|
CARLOS.- ¡Miedo! ¿A mí?...
No. Padre, la mujer a quien amo es Adelina.
|
DON
ANSELMO.- ¡Ella!... ¡Adelina!...
¡Ave María Purísima!
|
VISITACIÓN.- Ni más ni menos.
|
DON
ANSELMO.- Pero eso que dice no es verdad.
|
DON
PRUDENCIO.- Verdad incuestionable, amigo mío.
Conque decida usted, porque la urgencia de mi partida es cada vez
mayor. (Mirando el reloj.)
|
DON
ANSELMO.- Carlos..., hijo mío..., yo no puedo
consentir... Esa boda es una locura.
|
DON
PRUDENCIO.- ¿No lo dije yo?
(Aparte, a VISITACIÓN.)
|
CARLOS.- ¿Por qué?
(Con voz sorda.)
|
DON
ANSELMO.- ¿Por qué? Un hijo..., un buen
hijo, no pide a su padre la razón de sus mandatos. Los oye,
los respeta, los cumple.
|
CARLOS.- Un hijo, a quien su padre hiere en el
corazón, se deja herir y abre los brazos para que la herida
sea más honda. No resiste, no. No lucha tampoco. Pero cuando
siente la agonía, pregunta: «Padre, ¿por
qué me matas?» ¡Pues no he de preguntarlo!
¡Lo preguntó el Impecable, el Augusto, el Hijo de
Dios, sobre la Cruz!... ¡Y- no he de preguntarlo yo!
¡No tanto padre no tanto!
|
DON
ANSELMO.- ¡Ah! ¡Te me rebelas!
|
CARLOS.- ¡Eso no!
|
DON
ANSELMO.- ¿Quieres saber por qué no
consiento en la boda?
|
CARLOS.- Sí.
|
DON
ANSELMO.- Pues bien: porque esa mujer no es digna de
ti.
|
CARLOS.- ¡Padre!
|
DON
PRUDENCIO.- Muy bien dicho. (Estas
frases se las dicen unos a otros. pero en voz
alta.)
|
DON
NICOMEDES.- Muy bien pensado.
(Ídem.)
|
VISITACIÓN.- Esa es la verdad.
(Ídem.)
|
CARLOS.- ¡Ah! ¡No..., callad!
¡Ni una palabra que la ofenda. ni una sola palabra! Porque
Adelina es mi vida, mi alma, mi única dicha... ¡Con
ella, todo! ¡Sin ella, nada!
|
DON
ANSELMO.- ¡Ah! ¿Qué es esto?
¿Me prohíbes que diga lo que pienso de Adelina?
¿Tú me lo prohíbes?
|
CARLOS.- No..., no era a ti... Era a ellos.
Tú puedes decirlo todo..., porque tú puedes golpearme
en el rostro..., y arrojarme a tus pies..., y pisotearme el
corazón...
|
DON
ANSELMO.- ¡No, hijo mío, no!...
¡Eso nunca!... (Queriendo abrazarle y
enternecido.)
|
CARLOS.- ¿Nunca? ¡Ahora mismo! Todo
eso has hecho con una sola palabra. ¡Adelina, indigna de
mí! ¡No, padre; no la conoces!... ¡Te digo que
no la conoces! ¡A la pobre Adelina! (Cae en una
silla, desesperado y lloroso.)
|
Escena
XI
|
|
VISITACIÓN,
CARLOS, DON NICOMEDES, DON PRUDENCIO y DON ANSELMO, ADELINA, por la derecha.
|
ADELINA.- Ya estoy... Ustedes
dispondrán... Pero ¿que es esto? ¡Carlos!
|
CARLOS.- ¡Adelina!
|
ADELINA.- ¡Ah! ¡Qué
palidez!... ¡Qué dolorosa contracción!...
¿Quién ha sido?
|
DON
ANSELMO.- Yo; yo he sido, señorita.
|
ADELINA.- ¡Usted!... ¡Su padre!...
¡Y decía usted que le quería tanto! ¡Dios
mío, y yo que pensé que los padres no hacían
nunca llorar!
|
DON
NICOMEDES.- Y parecía tímida y
miedosa... ¡Anda, anda!... (Formando
grupo.)
|
VISITACIÓN.- ¡El tigrecillo afila
las uñas! (Ídem.)
|
DON
PRUDENCIO.- ¡El instinto de raza!
¡Encuentra condiciones de lucha en el medio biológico!
¡Y la energía latente hace explosión!
(Ídem.)
|
VISITACIÓN.- ¡Su madre! ¡Como
su madre!
|
DON
ANSELMO.- Valerosa es la niña. Casi me va
gustando. (Aparte.)
|
ADELINA.- Perdone usted, don Anselmo; no supe lo
que decía. Perdone usted, Carlos; yo no quiero que sufra
usted por mí. Ustedes tenían razón; yo no
sé por qué, pero soy funesta para todos... Don
Prudencio, si a usted le parece... Adiós, don Anselmo; no me
guarde usted rencor... Hace usted bien... Es natural...
¿Qué soy yo? A ustedes sólo gratitud les
debo... Seré mala, muy mala, ya que ustedes lo dicen...;
pero ingrata, no... ¡Adiós, Carlos..., adiós!
(Acercándose a él y en voz muy
baja.) ¡Cuánto te quería!
¡Adiós para siempre!
|
CARLOS.- (Levantándose y
sujetándola.) ¡No!
¡Déjarme tú! ¡Arrancarte de mis
brazos!... ¡Nadie!...
|
DON
ANSELMO.- ¿Ni yo tampoco?
(Adelantándose.)
|
ADELINA.- ¡El, sí, Carlos!
¡Obedece!
|
CARLOS.- ¡Tú, sí, padre
mío!
|
VISITACIÓN.- ¡Pues no faltaba otra
cosa!
|
DON
NICOMEDES.- ¡Resistir a su padre!
|
DON
ANSELMO.- ¡Si no resiste! ¿No lo
estáis viendo?... Llego, y los separo..., y nada..., entre
mis manos..., como cera... (Separando a ADELINA de CARLOS.)
|
DON
NICOMEDES.- Así; muy bien hecho. Y ahora,
Adelina, sal inmediatamente.
|
VISITACIÓN.- ¡Y tú, Carlos,
cuidado con faltar a tu padre!
|
CARLOS.- ¡Padre!... ¡Padre
mío!
|
VISITACIÓN.- ¡Basta, Carlos!
|
DON
ANSELMO.- ¿Qué es eso? ¡Yo no
necesito que nadie me hostigue contra mi hijo! ¡Ni necesito
curadores! ¡Hola, hola! ¡Yo haré lo que me
plazca!... ¿Quiero separarlos? Los separo. ¿Quiero
unirlos? Los uno... Adelina, tenga usted la bondad de no marcharse.
¡Carlos, haz el favor de faltarme y de desobedecerme!
|
CARLOS.- ¡Padre!...
|
DON
ANSELMO.- ¿No te estoy mandando que me
desobedezcas?... ¿Qué es eso? ¡Pronto!...
¡Abraza a Adelina!
|
CARLOS.- ¡Adelina! (Se
abrazan estrechamente.)
|
ADELINA.- ¡Carlos!
(Ídem.)
|
VISITACIÓN.- ¡Por Dios,
hermano!
|
DON
ANSELMO.- Y no la dejes marchar. (A
CARLOS, con terquedad, al
verse contrariado.)
|
DON
NICOMEDES.- Pero ¿lo has pensado bien?
|
DON
ANSELMO.- ¡Y cásate con ella!
(Como antes.)
|
DON
PRUDENCIO.- ¡Don Anselmo!
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DON
ANSELMO.- ¡Y ahora mismo, a buscar los papeles!
(Cada vez más terco y
decidido.)
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CARLOS.- ¡Ay padre mío, qué
bueno eres!
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ADELINA.- ¡Ay don Anselmo, yo... no
sé explicarme... lo que siento!... ¡Dios mío,
qué bueno es usted!
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DON
PRUDENCIO.- ¡Acabóse!
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