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140.       Jean-Paul Borel piensa que «la obra es particularmente interesante en el sentido de que contiene en germen todo lo que desarrollado ofrecerán sus obras posteriores», (El teatro de lo imposible, Madrid, Guadarrama, 1966, p. 230).

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141.       Véanse, por ejemplo, las de Alfredo Marqueríe (ABC, 15 octubre 1949), Sánchez-Camargo (El Alcázar, 15 octubre 1949), Díez Crespo (Arriba, 15 octubre 1949), Graciella (Dígame, 18 Octubre 1949), Cristóbal de Castro (Madrid, 15 octubre 1949), E. Morales de Acevedo (Marca, 15 octubre 1949), B[ayona], (Pueblo, 15 octubre 1949), Jorge de la Cueva (Ya, 15 octubre 1949), y las entrevistas de José Antonio Bayona (Pueblo, 17 y 25 octubre 1949).

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142.       «Itinerario patético de una generación de dramaturgos españoles», Ínsula, 224-225, julio-agosto 1965, p. 3.

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143.       Pérez Minik ha escrito que «toda una generación se ha nutrido de este primer sainete patético», refiriéndose a Historia de una escalera (art. cit., p. 3). Entendida de modo amplio no ofrece dudas su afirmación. El teatro de Buero ejerció una necesaria, aunque quizá no directa, influencia en determinadas obras de dramaturgos posteriores, desde El grillo, de Muñiz, a La camisa, de Olmo, pasando por Cerca de las estrellas, de López Aranda.

     El término «realismo» posee en este contexto un fuerte contenido ético, oponiéndose a evasión de la realidad. Véase, por ejemplo, el artículo de David Ladra: «Tres obras y una utopía. (En torno a la generación realista)» (Primer Acto, 100-101, noviembre-diciembre 1968, pp. 36 ss.). Monleón ha escrito: «Piensa él [Casona] que éste es un problema puramente artístico, una opción entre 'fotografía' y 'fantasía' por parte del escritor. Así no podíamos entendernos, porque el 'realismo' no ha representado exactamente eso entre nosotros, sino una opción entre 'verdad' y 'mentira', entre 'revelación' o 'enmascaramiento'; es, decir, una posición ética ante todo. El que luego ese 'realismo' acierte o no en sus formulaciones estéticas es otra cuestión...» (Treinta años de teatro de la derecha, Barcelona, Tusquets, 1971, pp. 124-125). Por otra parte, hay en la literatura española una acusada preocupación ética desde la generación del 98, que también es constante en la literatura europea, sobre todo a partir de la segunda guerra mundial.

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144.       Esta oposición está muy presente en el teatro unamuniano. Recordemos, por ejemplo, Sombras de sueño o, incluso, una obra vinculada por más de un motivo a la que ahora comentamos: El pasado que vuelve. Ricardo Doménech (El teatro de Buero Vallejo, Madrid, Gredos, 1973, pp. 67 y ss.) habla de contemplativos y activos. Con los nombres de «soñador» y «hombre de acción» queremos destacar lo incompleto de ambos aspectos, porque, aunque es claro que los primeros suelen tener un comportamiento recto, en oposición a los segundos, nos parece que es al sintetizar ambos, no necesariamente en la misma proporción, cuando el personaje adquiere su perfección.

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145.       Quizá por esto no se refiere Martha T. Halsey a Historia de una escalera en su artículo «The Dreamer in the Tragic Theater of Buero Vallejo» (Revista de Estudios Hispánicos, II, 2, noviembre 1968).

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146.       «A propósito de Brecht», Ínsula, 200-201, julio-agosto 1963, p. 14.

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147.       Como dice Farris Anderson («The Ironic Structure of Historia de una escalera, Kentucky Romance Quarterly, XVIII, marzo 1971, p. 232): «Again, however, the visible changes prove to be an ironic device, for any advancement which they might suggest is inmediately negated».

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148.       Buero Vallejo, Sastre y el teatro de su tiempo, New York, Las Américas Publishing Company, 1971, p. 84.

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149.       Por otra parte, no carece de importancia que Carmina hija sea presentada como «una atolondrada chiquilla» y que de Fernando hijo se diga que es «arrogante y pueril».

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