Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Desarrollo y sustentabilidad: ¿cuánto, para quiénes, hasta cuándo?

Homero Aridjis





Lo dijo Mahatma Gandhi: «En la Tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos». Vale la pena indagar cuántos somos «todos» y quiénes son «algunos».

La población mundial no cesa de crecer. De los 2.5 mil millones de 1950 ha saltado a los actuales 6.8 mil millones, y según proyecciones de las Naciones Unidas puede llegar a 9.2 o aún hasta los 10.5 mil millones para 2050, dependiendo de las tasas de fertilidad.

Hoy día pasan hambre 1.2 mil millones de personas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), y el número sube cada año. Los hambrientos (que también suelen ser sedientos y carecer de atención médica) se encuentran casi todos en países en desarrollo (donde parece que lo único que se desarrolla es la miseria), aunque esta calificación engloba desde las naciones más pobres del planeta -Malí, Níger, Guinea-Bissau, Burkina Faso, Sierra Leona-, hasta China (desde 2007 es el principal país emisor de bióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, por su auge industrializador).

¿De quién depende donde se sitúa un país en la escala de la prosperidad? De acuerdo con la Organización Mundial de Comercio (OMC), son los mismos países que deciden si prefieren pertenecer al campo de los «desarrollados» o al grupo «en desarrollo». Y muy atrás viene la tercera categoría: la de «los países menos adelantados», que son identificados como tales por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés) y que reciben concesiones especiales en el comercio multilateral, condiciones preferenciales en el financiamiento para el desarrollo y prioridad tratándose de asesoría técnica. Hasta el último pase en revista, a finales de 2007 fueron 49 países menos adelantados reconocidos por la OMC; la mayoría en África, algunos en Asia o el Pacífico, y uno sólo en el continente americano: Haití.

Desde que estuve involucrado, como presidente del ambientalista Grupo de los Cien, en las reuniones de las organizaciones no gubernamentales previas a la primera Cumbre de la Tierra, que en junio de 1992 reunió en Río de Janeiro a 108 jefes de Estado o gobierno y sus séquitos, y a 20.000 representantes de la sociedad civil (aunque cuidadosamente los dos grupos fueron alojados y tuvieron sus juntas y eventos a 30 kilómetros de distancia unos de otros), acostumbraba hacer notar que dentro de cada país del «tercer mundo» existían enclaves del «primer mundo», incorporados por líderes y altos funcionarios y sus parientes, los amigos de éstos a quienes se les habían pasado los negocios más suculentos, y miembros de la jerarquía reinante de los cuerpos militares.

El mayor resultado de la Cumbre de la Tierra fue la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el precursor del Protocolo de Kioto, que termina en 2012 y cuyo sucesor se viene debatiendo en vísperas de la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático, que tendrá lugar en Copenhague del 7 al 18 de diciembre. Estarán presentes representantes de 192 naciones. La meta expresada de la reunión en Copenhague es nada menos que llegar a «un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el clima, válido en todo el mundo, que se aplica a partir de 2012».

A finales de octubre, los 27 países de la Unión Europea (UE) declararon que para 2020 el monto anual necesario para ayudar a las naciones en desarrollo a reducir sus emisiones de carbono ascendería a unos 150.000 millones de dólares, dinero que vendría en parte de los gobiernos y en parte del sector industrial. No se pusieron de acuerdo sobre quién pagaría cuánto, por las desigualdades económicas que existen dentro de la UE. Los países menos prósperos de Europa oriental y central se preguntan por qué han de subsidiar el desarrollo en Brasil o China, para citar unos ejemplos, cuando estas grandes economías emergentes son considerablemente más ricas que ellos, pero se resisten a comprometerse a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Brasil quiere que se le pague por no talar el Amazonas. ¿Quién va a garantizar el cumplimiento de un acuerdo de esta naturaleza, y a través de qué mecanismos? Los países de la UE han puesto cantidades y fechas a sus prometidos recortes de emisiones de CO2, pero Estados Unidos -que nunca firmó el Protocolo de Kioto- todavía no se ha comprometido a algo en concreto, a pesar de las buenas intenciones externadas por el presidente Obama. Ya sólo los necios y los deshonestos se atreven a negar que existe el cambio climático, que hemos llegado a donde estamos por la actividad humana y que es imprescindible actuar ahora.

Para el año 2050 podría haber 200 millones de refugiados climáticos, según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas. Los desastres ambientales provocarán catástrofes sociales e impulsarán nuevos conflictos dentro de un país o entre los países. El cambio climático magnifica penurias de agua, comida y tierra cultivable y crea nuevas fuentes de violencia. El huracán Katrina, tal vez la tormenta más devastadora en la historia de Estados Unidos, desplazó a unas 150.000 personas. Muchos científicos aseguran que el cambio climático aumenta la fuerza de los huracanes. Me hace pensar en lo dicho por Eliú en el libro de Job: «La tempestad proclama su ira contra la iniquidad».

De aquí en adelante el deterioro del medio ambiente será factor causante de guerras. A medida que avanza la desertificación por el mal uso de la tierra, la deforestación, las sequías y las inundaciones, se agrava la rivalidad entre grupos sociales, como es el caso de Sudán, donde los nómadas ganaderos se pelean los recursos contra agricultores de otras etnias. Aquí, algunos funcionarios atribuyeron al cambio climático las recientes lluvias intensas en la ciudad de México, y las inundaciones consecuentes. En el Himalaya, en el techo del mundo, los glaciares tibetanos están derritiéndose, y se pronostica que dentro de los próximos 40 años perderán las dos terceras partes de su masa, ocasionando una enorme falta de agua y propiciando conflictos entre los países que compiten por el agua de los ríos que siempre se han alimentado de glaciares.

Personalmente, no creo que el hombre descansará hasta que haya extraído la última gota de petróleo del planeta, sea de las vastas reservas de Arabia Saudita, del lecho profundo del Golfo de México a 3.000 metros debajo del nivel del mar o de las arenas bituminosas de Canadá. Tampoco va a dejar de utilizar el carbón, el cual suministra 25% de la energía consumida en el mundo, y cuyas reservas se estiman podrán satisfacer la demanda por al menos los próximos 133 años.

China ahora está armando seis vastos parques de energía eólica bastante mayores que los existentes en otras partes del mundo. También está impulsando la energía solar, y a menos escala, fuentes alternas como la quema de desechos agrícolas. Sin embargo, 70% de su energía viene de la quema de carbón, y aunque el país está cerrando viejas plantas de carbón y remplazándolas con otras menos contaminantes, va siempre en aumento la capacidad china para la quema de carbón. Además, las granjas eólicas vendrán acompañadas de nuevas centrales de carbón para tener en reserva cuando el viento no sopla. Así seguirá aumentando la contaminación atmosférica, y son las regiones más ricas en carbón, como la provincia de Shanxi -donde por su abasto de carbón se concentran industrias altamente contaminantes-, en donde ocurren las tasas más altas de defectos en los recién nacidos. El carbón no sólo es mortal para el clima, sino una gran amenaza para la salud humana.

Estamos en un momento crítico para la Tierra. El cambio climático, la pérdida vertiginosa de la biodiversidad, el declive de los recursos hídricos, forestales y pesqueros amenazan la sobrevivencia de la vida tal como la conocemos. Algunos pretextan que para combatir la pobreza hay que sacrificar los recursos, pero esto sería malgastar el presente para que no haya futuro.

«El crecimiento por sí solo es la ideología de una célula de cáncer», dijo Edward Abbey, escritor y ambientalista estadounidense. El crecimiento no puede ser infinito. No se trata de parar la inversión con fines de desarrollo, pero sí de asegurar que se haga con respeto para la sustentabilidad auténtica de los recursos naturales y consiguiendo un reparto justo de los beneficios -que sea un crecimiento horizontal, que se extiende a los más pobres, y no vertical, que sólo enriquece más a los más ricos-. Ninguno de los dos será factible si no se puede controlar la corrupción. Y esto se aplica tanto a países del G-20 (19 de las economías más importantes y UE) como a los países menos adelantados. Las negociaciones son extremadamente complicadas, pero su resolución es urgente. Sin embargo, es mi convicción de que para frenar la carrera desastrosa de la humanidad hacia las catástrofes ambientales que han comenzado a azotar a los ecosistemas y a los habitantes animales y vegetales de la Tierra, la única esperanza reside en un cambio colectivo de conciencia y de comportamiento. Lograrlo requiere convencer a la sociedad civil de que los trastornos ambientales nos afectan a todos, pero que la gente tiene el poder de efectuar este cambio; cada individuo a través de su propia vida y conjuntamente presionando a los gobiernos para actuar. Es crucial que se eduque a los niños desde la edad más temprana para que entiendan las consecuencias de sus actos, y para que sean los mismos niños quienes cuestionen las acciones de sus padres, de sus maestros, de sus sociedades y les pidan que dejen de despilfarrar recursos (si es que tienen acceso a ellos) y de consumir ciegamente (si es que tienen dinero).





Indice