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Diálogo de Las Españas

Número 3

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Los vivos muertos

Por D. Aipat                               

     A media ladera, España agoniza: en los montes de El Escorial, última escoria y residuo postrero de la Sierra Guadarrama.

     Todos están muertos en España. Los unos a su pesar, por oponerse a la tiranía. Los otros por consentirla. ¡Oh, pueblo de España, mira pasar a tus enemigos!... Ceniza son. Formados a media ladera de la montaña, avanzan en busca del Valle de los Caídos, oasis fúnebre, del que trasciende un hálito en cierto modo juvenil, sobre todo si se le compara con el que envuelve a la fila de los enterradores. Parecen éstos obstinados termes, que tratasen de horadar la tierra de España. Franquistas, falangistas, monárquicos, requetés... Se les distingue por sus caparazones, en los que cada grupo, cada especie, lleva pintados los colores de su bandera. Penosamente remontan la pendiente las oscuras jerarquías, el ejército de Franco, el otro ejército, el monárquico. Felipe II, despertado por aquel olor a muerto más reciente, alza su palidez para contemplar al nuevo rey. Aquél es. No, aquel otro. O el de más allá: Franco. Son reyes los tres, Franco, Juan y Carlos, sin serlo ninguno. Los tres al mismo tiempo, pues en España otro de los valores que ha dejado de existir es el tiempo, la noción de tiempo. Veinte años después, España está como veinte años antes. Paralizada, yerta, de regreso a la pétrea inmovilidad de sus toros de Guisando. La crisis del franquismo se plantea ahora con las mismas características que en 1939. España sigue soportando un sistema sin sucesión. Al final del franquismo, cerrando el paso, surge ahora la escollera de los muertos. Es el franquismo como un cardo seco y estéril. El aparato estatal de España semeja un cuerpo desollado que cruzase de un extremo a otro la meseta castellana. Nadie sabe qué hacer con este cuerpo insepulto, atravesado en España y que interrumpe todos los caminos. No se ve una solución. O no se ve más que una solución: la que se evade, la más temida por el franquismo. Mientras se tejen y destejen mil combinaciones, el pueblo español mira cómo remonta el entierro la pendiente.

     Van en cabeza los muertos hacia dentro, los desilusionados camisas viejas,

(Pasa a la pág. 34)

Antonio Machado


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La Iglesia y la concordia nacional

Por Mariano GRANADOS                    

     La situación de la Iglesia Católica en España constituye una de las mayores preocupaciones de los hombres que quieren resolver el problema español lo más objetivamente posible, es decir, partiendo de realidades nacionales, sin encerrarse tercamente en ideologías a priori. No cabe duda que la Iglesia en España es uno de los factores que más pueden contribuir a permitir o dilatar la concordia nacional. Ahora bien, ¿cuál es la situación de la Iglesia?

     Un canonista ilustre, el profesor de la Facultad de Derecho de Sevilla don Manuel Giménez Fernández, tan conocido por su catolicidad como por su hombría de bien y su decencia política, describe así la situación de hecho de la Iglesia Católica en España en su obra «Instituciones jurídicas de la Iglesia católica», publicada entre los años 1940 y 1942:

     «I) El espíritu religioso perdura cuantitativamente en la masa del pueblo español como acertadamente reconocen desde Unamuno al cardenal Gomá, y demuestra la vida cotidiana de la gran masa rural y pueblerina. Pero hay que reconocer igualmente su debilitación cualitativa. Nuestro catolicismo se nutre hace ya años en las reservas que nos legaron nuestros cristianos antepasados y hace lustros está en España en franca decadencia. Para muchos españoles entre el agua del bautismo y la cruz del cementerio no existe otro acto religioso; para otros muchos, exclusivamente la casi vespertina misa dominical; no pocos sólo admiran la liturgia, ignorando el dogma y menospreciando la moral; bastantes, en fin, admiten la religión en la familia y la niegan en la política o en la economía. Por otra parte, es lamentable la ignorancia religiosa; se creen compatibles con el catolicismo el odio o prevención contra el clero o el pontífice, o el olvido de la justicia y de la caridad cristiana, o la vida semipagana en fiestas y porte

(Pasa a la pág. 32) [2]



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Editorial

     «Lo que había que decir sobre la situación de España ya está dicho», afirma en carta dirigida a Las Españas un joven español que entre destierro o soterramiento y vida aminorada, optó por el destierro. A continuación, luego de asentar un incuestionable «Ahora hay que hacer», pregunta: «¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por dónde empezar?»

     Le hemos contestado repitiendo una vez más lo tantas veces dicho en estas páginas: que hay que empezar por el principio, parte olvidada entre nosotros españoles cada vez que hemos tratado de construir otra España o de reconstruir la visible. Así, mientras el inhóspito caserón alzado por los Austrias, reparado por los primeros Borbones y encalado por la segunda República pudo tenerse en pie, todo nuestro hacer o rehacer se redujo a cubrir grietas y goterones con doble mano de pintura, sin siquiera quitar las telarañas; o a prenderle fuego pensando cada grupo de la fracción renovadora -o restauradora- un orden arquitectónico distinto para el que habría que levantar más tarde. En puridad, lo pensado tocaba a la fachada sólo que en cómo cimentar humana y hondamente, sobre la plurirrealidad de nuestra España, no se pensaba mucho.

     Ahora, el recuerdo del viejo caserón en pie, cuando no el confundir percales y bayonetas del franquismo con techos y paredes, lleva a creer que puede restaurarse -retejarlo y apuntalarlo al menos-, pero claro está que ya no existe. Lo derrumbamos entre todos durante los años en que nuestra insensatez y nuestra furia hicieron de bárbara manera lo que la razón debió haber hecho en 1931: derruirlo, y no precisamente a cañonazos.

     En aquel instante de incorporación colectiva y en cierto modo, de reagrupamiento nacional, era posible demolerlo con un mínimo de convulsiones y de sangre, porque fue verdad reconocida hasta por los jefes monárquicos que España no cabía en él. Era la gran oportunidad histórica, la presencia del punto en que apoyar la palanca de un pensamiento regenerador para mover a España y reencajarla en el cauce natural perdido; pero faltó a los dirigentes idea clara del momento, concepción arretórica de los problemas y sus claves y, sobre todo, pulso. Les sobraban en cambio, ideas quietas, planas -como de catecismo político-, gusto por el desquite verbal y la palabra arrojadiza, e ingenuidad: tanta ingenuidad como hace falta para esperar que el simple enunciado de justicias, armonías y bienestares, valga por el hecho realizador, y que pueda realizarse algo distinto a canovismo con modos y maneras esencialmente canovistas. Todo ello explica por qué en vez de derribar lo nacionalmente caduco y de lenvantar a escala nacional -forma de nacionalizar la República- lo que debía construirse, se derrocharan cales y estucos jacobinos. Quedó, bajo el blanqueo, la estructura de ayer, y en el adentro de sus muros todas las madrigueras del pasado.

     Cierto que la nueva Constitución abrió anchos, hermosos ventanales de libertad política; cierto, igualmente, que ese lado de la libertad es a la plenitud y dignidad humanas lo que a los procesos vitales el oxígeno, pero no menos cierto que de oxígeno sólo no se vive. El otro lado de la libertad entera y verdadera, el económico, no fue comprendido como lo que en España es en primer término: un problema de raquitismo económico colectivo, nacional, que sólo nacionalmente puede resolverse. Y, sin embargo, a poco mirar se advierte que la dureza de nuestras contradicciones sociales, nuestro tenso vivir, siempre en violencia o bajo violencia, vienen menos del natural choque de intereses que de la desesperada dureza de ese choque; dureza a la que fuerza la dimensión del ámbito económico, asfixiante por su estrechez, y en el que la energía no se ha empleado nunca en ampliarlo y buscar más aire para todos -al modo ejemplar de la Alemania vencida- sino en agrandar o defender la propia bocanada.

     Cierto que en nuestro clima mental -en el de entonces sobre todo-, el quehacer, descartada la violencia, no era fácil, pero entre difícil e imposible hay amplio margen para la acción del estadista verdadero. ¿O es que es lo mismo enfocar esa acción como reivindicadora de un derecho secularmente conculcado, o como dictado por exigencias doctrinales, que concebirla y presentarla como lo que realmente debe ser: la respuesta inteligente a una necesidad nacional de reformas económicas en las que coincide lo práctico y de interés común con el respeto que es debido a los derechos humanos más elementales?

     En 1931 al ¿por dónde empezar? podía haberse contestado que por una reforma agraria tan profunda como ajena a toda demagogia, y que no apuntara sólo a expropiaciones y repartos, sino al planeamiento e industrialización de nuestra agricultura. Vista y planteada como condición previa indispensable al desarrollo económico nacional -aumento de la producción, más

(Sigue en la pág. 27) [3]



       
España por dentro
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Declaración de la oposición democrática española

 


                                                                                                                            La declaración que reproducimos ha circulado profusamente por España. De indudable interés político, sirve para formar concepto de la situación y de los agrupamientos que van perfilándose de manera cada vez más clara.           

     Ante una situación económica catastrófica, unas condiciones de vida más difíciles cada día, una vergonzosa corrupción de la administración pública y una total falta de garantías para los más elementales derechos de la persona humana reconocidos en todos los países de Occidente, el molestar, el cansancio y la indignación se extienden por todo el país. La dictadura no ha mejorado su política, ni ha suavizado sus métodos represivos, continuando sus atropellos y confiada siempre en la eficacia de la consigna «Franco o comunismo». La brutal represión sólo ha sido suavizado a veces por presión del extranjero.

     El pueblo español y la opinión pública del mundo libre se preguntan si responderá o no a la realidad el inadmisible dilema «dictadura de Franco o dictadura comunista» que alega la propaganda franquista. Tanto los franquistas como los comunistas, hacen en su propaganda lo posible por mantener y extender la duda, la confusión y el temor, pudiendo todo ello tener catastróficas consecuencias para España y para la Democracia.

     Hora es ya de terminar con equívocos y confusiones. Para ello será necesario que España y el mundo libre sepan que existen en la nación grupos políticos ANTICOMUNISTAS organizados en la clandestinidad y que constituyen la verdadera oposición democrática. Es necesario que sepan que esos grupos no constituyen una absurda proliferación de pequeños partidos sin fuerza real, sino que responden a las actuales corrientes del pensamiento político europeo, los cuales están intensificando sus contactos que van a culminar pronto en la creación de un organismo que centralice y coordine todo la acción política frente al actual régimen.

     El acuerdo entre los grupos de la oposición democrática estará basado en los siguientes puntos de general coincidencia.

     1.º Oposición radical al actual régimen y la situación política española.

     2.º Aceptación total e inequívoca de la democracia como base del régimen futuro de la nación.

     3.º Repudiación solemne de la violencia como medio de resolver las diferencias políticas, y por ello, superación de la guerra civil y de toda distinción entre vencedores y vencidos, con todas sus consecuencias.

     4.º Independencia total y clara distinción entre la política de la oposición democrática y la del partido comunista.

     5.º Adhesión a la Europa unida que se perfila día a día, y a cuantos pasos en tal sentido se hayan dado y puedan darse.

     6.º Decisión de colaborar unidos, ahora para acelerar la caída de la dictadura, y en un futuro próximo para liquidar serenamente lo que deba ser liquidado, reparar los destrozos causados a la noción por 20 años de irresponsabilidad y, sobre todo, para construir las bases de la definitiva convivencia de todos los españoles en el marco de una auténtica democracia.

     También hay que hacer constar, y por lo que al momento actual se refiere, que el profundo descontento nacional se hace más patente y grave en las clases obreras que vienen sufriendo el aumento constante de los precios acompañado de una congelación de los salarios, e incluso a veces una baja de sus ingresos por la crisis de producción. El Partido comunista, basándose en este descontento y en la desastrosa situación económica, ha convocado una huelga nacional para el próximo día 18 de junio, iniciativa ésta que los grupos democráticos, sin disminuir en nada su firme oposición al régimen, han resuelto NO SECUNDAR por estas razones:

     a) Pese al profundo malestar, sobre todo entre los trabajadores, no se considera el actual momento el más propicio para exteriorizar la protesta del pueblo español, máxime cuando es previsible una agravación de la situación en los próximos meses. El posible éxito parcial de la huelga NO respondería a la verdadera fuerza del partido comunista, sino al deseo de muchos españoles de demostrar cuanto antes su repulsa a la dictadura franquista. El fracaso de la proyectada huelga comunista beneficiará a la dictadura, pero es imposible para la oposición democrática colaborar con los comunistas y facilitarles un éxito que sólo a ellos beneficiaría.

     b) Los grupos democráticos que ahora se abstienen, propondrán al país una acción nacional de protesta pacífica en el momento en que ésta pueda ser más eficaz, pero no pedirán a los trabajadores que arrastren ahora los rigores de la represión y los consiguientes despidos -tan deseados por muchos patrones en difícil situación económica- cuando es dudoso el éxito y poco claros los efectos positivos que de tal acción podrían derivarse.

     c) Los grupos democráticos, por razones obvias, no pueden secundar una iniciativa neta y públicamente comunista. Otra actitud, además, redundaría sólo en daño y desprestigio de la Oposición Democrática Española.

     Los grupos políticos y organizaciones sindicales afines que adoptan esta actitud y suscriben esta declaración son los siguientes:

     Movimento Socialista de Catalunya.- Unión Demócrata Catalana.- Sindicalistas Cristianos.- Partido Socialista Obrero Español.- Unión General de Trabajadores.- Confederación Nacional del Trabajo.- Izquierda Demócrata Cristiana.- Unión Española (derecha monárquica).- Partido Social de Acción Democrática.- Solidaridad de Obreros y Empleados Vascos.- Acción Nacionalista Vasca.- Partido Nacionalista Vasco.- Liberales.- Agrupación Socialista Universitaria.- Madrid, junio 1959. [4]

         
Motivos de diálogo
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Modus vivendi

 

Por Antonio MÁRQUEZ                    

     No sé ciertamente si esto es materia para un diálogo o campo para la conspiración. Me decido a escribir sobre ello porque es posible que reúna ambas cualidades. Hay ciertas formas públicas de conspirar más eficientes que las tramas policíacas. Más aún, creo que hay cierto género de empresas refractarias a las tácticas del detective. A este género de empresas pertenece el presente problema político de España.

     Y con esto, hemos saltado al centro del diálogo: el problema es esencialmente político. Se trata de encontrar no una fórmula doctrinaria, sino un modus vivendi, es decir, -dicho en puro castellano- una manera de no matarse. Esta traducción españolísima del modus vivendi se ha hecho universal hoy. Desgraciadamente. Su fórmula equivalente en el orden mundial (y pronto en el de los espacios siderales) es la coexistencia.

     La alternativa de la coexistencia es la aniquilación. La lógica del odio es la destrucción total. En España, en Europa, en el mundo. Pero a nosotros nos toca resolver nuestro caso, el cual resuelto -dicho sea como quien no quiere la cosa- habremos cooperado grandemente a resolver los problemas de Europa y, con ello, los restantes del mundo. Porque éste es el segundo tiempo de mi tema: que las soluciones verdaderamente tales están de nosotros mismos. Resolver los problemas del mundo debe significar para nosotros concretamente resolver nuestros propios problemas en función de lo que corre por el mundo y en la medida que nosotros somos parte de él. En la misma línea de razonamiento, resolver nuestros propios problemas significa enfrentarse desnudamente con la situación social del pueblo español, entendiendo por tal la calidad moral y técnica de sus hombres frente al prójimo en la comunidad.

     La cosa no tiene vuelta de hoja. La salvación no nos va a venir de aquí o de allá. El reino de Dios está dentro de nosotros mismos. Si nos falta ese pilar, estaremos siempre perdidos. Si con los americanos, los americanos nos tomarán por el pito de un sereno; si con los rusos, haremos en un dos por tres la matemática marxista ley inquisitorial. Nos chuparán la sangre y hasta nos roerán los huesos. Los americanos, los rusos, el Vaticano... ¡Qué más da que sea éste o el otro! El problema no cambia: si no nos respetan es porque no nos damos a respetar. Si nos tratan como a guiñapos, que sólo sirven para aljofifar éste o aquel piso, es porque nuestro tejido ha llegado a deshilacharse de tal manera que sólo sirve para los más viles menesteres.

     Nada de alarmarse. La medida de nuestra humillación y de nuestras desgracias es exactamente la de nuestra degradación moral. ¿Un ejemplo? Dentro de unos días (el 17 de marzo) va a dar comienzo en España la obra más vil y macabra que gobernante alguno haya ideado jamás. Por un decreto -simplemente por una orden- los muertos de nuestra guerra van a ser desenterrados de los lugares donde cayeron para ser puestos bajo los pies del dictador en su tumba. Algunas familias han protestado contra el abuso que esta desacración implica. Entonces el Jefe del Estado, sin el más mínimo respeto por la última voluntad de los muertos ni por los derechos de los vivos (¡y por qué ha de tenerlo!) redondea el decreto de la siguiente manera: todos los muertos serán desenterrados, excepto aquellos que, reconocidos por sus familiares, sean reclamados por éstos. ¡Vaya usted a reconocer a su hijo o a su padre o a su hermano, después de veinte años de estar sepultado en un montón de doce o catorce mil restos humanos!

     Cuando éramos niños, si alguien se cagaba en nuestros muertos, cualquiera sabe lo que sucedía. Si entre los muertos uno tenía a su padre o a su madre o algún otro familiar cercano, la cosa era infinitamente más seria. Ahora Franco, se caga en nuestros muertos en una forma tal que se hace increíble. Pero no pasa nada. El 17 de marzo, las excavadoras llegarán a Paracuellos, y a Brunete y a Belchite, y a otros cientos de lugares más, y comenzarán la Operación Goyesca. En muchos sitios no habrá excavadoras, sino cavadores: picos y palas y curiosos alrededor de la zanja. A la tarde -esa misma tarde de los desenterramientos- los hijos de los muertos se irán de copeo; y a la noche -esa misma noche en que los espíritus desenterrados andarán como locos sueltos por las tierras inhospitalarias de la patria- putas y «pescao» frito. Escribo esto con bascas en el estómago y en el alma.

     Para mí este ejemplo me trae la más aterradora de las evidencias: si España no se levanta, España está no solamente desangrada, sino podrida; diez, cien veces más podrida que sus muertos. Y si esto es así, ¿por qué no echar, España a los perros y dedicarse a coleccionar antigüedades o estrenar muchachas? No crean que hago esta pregunta así porque sí; conozco españoles espléndidos a quienes este espectáculo de España ha producido tal pavor, que han caído en el delirio de corromperse a sabiendas, haciendo suya de una manera peculiarísima la vieja ley: «ojo por ojo y diente por diente». Para mí este hecho es el más significativo, a lo menos el más gráfico, el más goyesco y el más doloroso de cuantos han ocurrido en España desde la misma guerra.

II

     El problema es político; el problema político es moral; el problema moral consiste en la degradación de los españoles; de los emigrados y de los de dentro; de los chicos y de los grandes. Por primera y elemental providencia, somos incapaces de organizarnos cívicamente en torno a un ideal común de justicia, de bienestar y decencia. Eso requiere verdad y nosotros vivimos en la mentira; requiere dedicación, y la gente no va más que a lo suyo, en una manera tan mezquina que ni siquiera logran una diezmilésima parte de lo que quieren; porque quieren cosecha sin sementera, y esto no es posible. Finalmente eso requiere coordinación, y los españoles de hoy, más que los de ninguna otra época, se conducen a la bueno de Dios, a lo que caiga, a lo que vengo...

     Mi angustia comienza aquí, cuando llego a este punto en que lo he dicho todo, y me pregunto: bueno, ¿y qué?; ¿qué debo, qué puedo hacer que no sea golpearme la cabeza contra la máquina, escribir una elegía desesperada o tomar una curda de órdago o cualquier otra chiquillada por el estilo? Porque, después de todo, y a pesar de su espectacularidad masculina, esto no sería [5] más que una rabieta, un pataleo o un histerismo más: cobardía y flaqueza. Lo macho, lo aragonés, lo verdaderamente español es otra cosa. ¿Qué?

     Francamente no veo más que dos salidas: o el terror sistemático o su diametralmente opuesto, la no-violencia. El terror no es una broma: en Rusia, en China y -sin ir tan lejos- en Cuba y en otros santos lugares, el sabotaje continuo, los rifles y las huelgas han dado su resultado. El caso de Cuba, por ser el último y más cercano, es un ejemplo indiscutible y clásico. Por tanto, que no nos vengan con medias verdades y confusiones: el terror es un arma formidable; la violencia rinde resultados estupendos. Si somos incapaces o cobardes, eso es otra cosa. Pero no nos confundamos: el terror es efectivo.

     ¿Qué le pasaría al régimen de Franco si un grupo perfectamente organizado desatase una campaña terrorista contra los elementos que le sostienen táctica o logísticamente? Hablemos con términos estratégicos, puesto que estamos considerando una mera hipótesis militar. ¿Continuaría Franco en su desvergonzada tranquilidad si comenzásemos a matar obispos, poner bombas en el Vaticano, secuestrar a los americanos, etc.? Mi respuesta es que el resultado sería magnífico: Franco caería en unos meses. Pero (¡atención! aquí está el quid) solamente para dar paso a una forma equivalente de humillación y a una mayor cosecha de odio.

     La solución terrorista es inadmisible (sin tener para nada en cuenta aspectos morales) no porque no sea eficiente, sino porque no es adecuado; porque no es lo suficientemente hondo para extirpar la raíz de nuestros males. Nuestro problema es de tipo canceroso. Una operación quirúrgica lo resolvería. Pero, ¿para cuánto tiempo?

     Lo que necesitamos, lo que es infalible es la doctrina y la práctica de la no violencia tal como la aplicó Gandhi a la India y el mundo se la tendrá que aplicar a sí mismo en escala universal, si no quiere perecer en la mismo escala. La lucha es esencial al hombre; pero la violencia no lo es.

     Ahora bien, la doctrina de Gandhi comienza humildemente por el principio: por nosotros mismos, por los autores o abogados de las revoluciones. Es éste uno de los huesos más duros de roer en la invención del viejecito de la sábana blanca y las gafas de zapatero remendón.

     Bueno, pero y de España, ¿qué?; en este momento estoy traduciendo las Obras de Gandhi al castellano y tratando de purificar mi vida. Pueden silbarme este final, este aterrizaje forzoso. Tienen derecho a ello. Pero yo no tengo otra cosa que ofrecer para el diálogo. A no ser que me azucen mucho. Entonces tal vez tendría que volver a escribir otro artículo para probarles que la indecencia del régimen de Franco no tiene más alimento substancial que su indecencia y la mía. Verdad ésta también muy en consonancia con la filosofía política de Gandhi y con la experiencia de españoles a quienes no hay más remedio que creer. Nombremos uno -don Miguel de Unamuno- y acabemos santiguándonos en su nombre.

P.S. La UNESCO acaba de publicar en inglés una selección de los escritos de Gandhi bajo el título: All men are brothers: Life and thoughts of Mahatma Gandhi as told in his own words. Con este motivo se anuncian las ediciones en español y francés. El lector puede pedir este libro a la librería de la UNESCO en su país.

MOTIVOS DE MEDITACIÓN

     DOS SON LAS BASES DE SUSTENTACIÓN DEL RÉGIMEN FRANQUISTA: EL ESPÍRITU DE GUERRA CIVIL, QUE FRANCO PROCURA DESESPERADAMENTE AVIVAR, Y LA FALTA DE UNA OPOSICIÓN QUE EN VEZ DE MIRAR A UNO U OTRO PASADO MIRE DECIDIDA, PATRIÓTICAMENTE, AL FUTURO, PARA, SACRIFICANDO TODO INTERÉS PARTIDISTA, SUSCRIBIR UN PROGRAMA ÚNICO DE REALIZACIONES NACIONALES. A ESA UNIÓN PARA ALGO CONCRETO SÍ RESPONDERÍA EL PUEBLO ESPAÑOL. PARA RECOMENZAR EL JUEGO CANOVISTA NO RESPONDERÁ NUNCA.

     EL FRANQUISMO NETO, ES DECIR, LOS DETRITUS HISTÓRICOS DE ESPAÑA, ACERTÓ A PARTIRLA EN DOS PARA VENCERLA; A UNA PARTE, CON LAS ARMAS, A LA OTRA, CON EL TERROR Y LA CORRUPCIÓN. SÓLO LA REINTEGRACIÓN NACIONAL PUEDE DAR EN TIERRA CON LA DICTADURA SIN MÁS DERRAMAMIENTO DE SANGRE Y ABRIR VÍA HACIA LA LIBERTAD Y LA RECONSTRUCCIÓN DE LA PATRIA. [6]

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Antecedentes de nuestra política de reintegración nacional

 
En la manera de pensar y de sentir Julián Zugazagoitia el drama de España, tiene nuestra posición política uno de sus antecedentes más nobles. En su vida y en su sacrificio el más claro espejo, la actitud en que es menester mirarse si se quiere estar a la altura del deber que todo español bien nacido tiene en esta hora para con la patria. La extradición y fusilamiento de este hombre humanísimo, escritor y socialista ejemplar, es uno de los crímenes más estúpidos, más bestiales, más sintomáticos, cometidos por la dictadura franquista. Fuera el único y bastaría para calificarla; también para desenmascarar a quienes buscan una salida a cualquier precio, incluso al incosteable precio que significaría incidir, ¡otra vez más!, en sucia y trágica mentira a base de «borrón y cuenta nueva».           

     «...Todo hace presumir que ni los triunfadores fecundarán la victoria, ni los derrotados escarmentaremos en el descalabro. No hay peor enemigo del español -y de lo español- que el español mismo. Una parte de esta verdad nos era conocida antes de que la mayoría del Ejército se sublevase contra la República, pero los más agudos no la sospechaban en su integridad. Si alguien escapó a ese reproche de invidencia es don Miguel de Unamuno. La definitiva visión de ese maestro de mi juventud la localizó en una sesión de las Cortes Constituyentes, en la que como se debatiera ásperamente sobre unos sucesos sangrientos ocurridos en Bilbao, don Miguel, irguiéndose en su escaño, interrumpió al orador con voz de profeta:

     -Llegará un día en que nos asesinemos los unos a los otros en nombre de un crucifijo de piedra o por una insignia de barro, con la quijada de un asno.

     Nadie estaba aquella tarde, ni nunca, para escuchar profecías y don Miguel, asordado por los murmullos, se conformaba con agitar sus brazos, aspas del molino de su conciencia española. Asesinándonos hemos vivido los españoles todo este último período. Dispuestos a seguir matándonos, nos acechamos. ¿Cuántos años guardaremos esa pasión cainita? No cabe anticipar ninguna respuesta tranquilizadora. Todos las conjeturas son pesimistas. ¿Vamos a continuar en el mismo escorzo violento más tiempo del que la propia vida nos acuerde, prolongando la desesperación a través de nuestros hijos? Entre los que contesten rotundamente no, me inscribo. Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio, renegado para los que por tal me tengan, escéptico, traidor, egoísta, que todo me parecerá soportable antes de envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas generaciones españolas.

     Encuentro preferible que ellas, a diferencia de la nuestra, se den para su vida, como empresas únicas, las de la razón. Sería abusivo, para no decir criminal, comenzar equivocándolas por lo que se refiere a la guerra. Este hecho, brutal y desmesurado, llamará forzosamente su atención. Para una primera curiosidad quizá les sean útiles los libros que los protagonistas y testigos del drama nos aplicamos a escribir. Éste que yo he compuesto a instancias del doctor Mario Bravo, a quien tanta gratitud debo, se aparta, deliberadamente, de todo propósito polémico y declina toda intención apologética. De haber acertado, una sola verdad resplandeciente se impondrá al lector; el sacrificio del pueblo. Éste es quien, con atuendos diferentes, y a veces sin ellos, tributó su sangre.»

Julián ZUGAZAGOITIA. París, 1940.         

Fragmento del prólogo a su Historia de la guerra de España.

     «¡Qué travesía tan dolorosa la del hombre español por el mar de las pasiones! Conocemos el naufragio del hombre republicano y no hay quien deje de estar a la espera de la tormenta que aniquile a su antagonista. La victoria, en España, es siempre del dolor y de la muerte. En prepararles una apoteosis de Edad Media, hemos trabajado todos, militares y civiles, religiosos y laicos, aldeanos y cortesanos, con un ardimiento que nos prohibimos, como incompatible con nuestra personalidad, para los trabajos de la paz. Al punto de que en el fiscal de hoy se atisba ya el mílite de mañana, que disimula bajo la toga, las mallas de hierro de su peto. Su acusación proyecta nueva guerra. Es trágico, pero así es.»

Julián ZUGAZAGOITIA, 1940.          

Historia de la guerra en España, página 218.



PALABRAS DE UN HOMBRE FUSILADO POR EL FRANQUISMO [7]



Comentarios a un diálogo epistolar

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Entre M. Sánchez Mazas e I. Prieto

                                                     Es norma inquebrantable en Las Españas hacer el examen crítico de hechos y de posiciones políticas con tanto rigor como lo acontecido en España exige, pero sin centrar aquel o éste en sus autores o sustentadores directos, salvo al tratarse de los mandos de la dictadura.
     La razón de que procuremos objetivizar lo humanamente posible nuestra crítica, responde a principios de civilidad, pero, sobre todo, a creer que importa mucho para el futuro de España despersonalizar la lucha política como forma de combatir dos males que entre sí se determinan y nutren: la inhibición esencial y el caciquismo. Así, para lo que abarca el círculo de nuestro interés, ninguno tiene el combatir a este partido o a la figura aquella. Nos importa sólo cuanto beneficio o daño a nuestro pueblo, y ni daño ni beneficio considerables pueden venir ahora de los representantes de una sigla ni de un prohombre -por prestigioso que éste o aquella sean- si tras ellos no hay virtudes o deformaciones colectivas de donde tomen fuerza. Esto, en lo que concierne a quienes merecen consideración por servir o querer servir a España. Más allá de los que reúnen esta condición el sentido de nuestro silenciar es otro.           
     En el caso que nos ocupa no hay más remedio que hacer una excepción, pues el tema importa y las cartas a comentar se han cruzado entre personas, no entre entidades, pero quede entendido que al comentar los escritos del señor Prieto y del señor Sánchez Mazas, nuestro decir se fija en lo que sus conceptos tienen en un caso y pueden tener en otro -acaso lo tengan ya- de representativos.

     En tres partes cabe diferenciar, a juicio nuestro, la carta dirigida por el señor Sánchez Mazas a don Indalecio Prieto.

     La primera, dedicada a mostrar su admiración por el dirigente, puede parecer adjetiva en interpretarse de dos formas. Una, la usual, producto de la malicia peor -que en manera alguno compartimos-, ha dado en suponer el señor Sánchez Mazas un deseo de hacerse grato a la máxima figura socialista, con fines personales. Otra, cree ver intención de ganarla para una política renovadora frente al amaneramiento y al burocratismo. Caso de que en tales alabanzas haya alguna intención, ésta puede ser la certera, pues todo indica en el señor Sánchez Mazas limpieza de propósito y rectitud de ánimo.

     Esa misma malicia preguntará si es que el señor Prieto no merece tales admiraciones, pero la cuestión no es ésa, lo que induce a suponerle algún fin, es la innecesidad de elogios personales en un documento político y el hecho de que el autor de ellos no pueda conocer en detalle el continuo y ardoroso bregar del elogiado.

     Se dirá que el documento era privado y que sólo por razones especiales se le ha dado publicidad. Es cierto hasta cierto punto, ya que el señor Sánchez Mazas tenía interés en que fuese leído en el congreso socialista.

     De cualquier forma, el mucho fervor de sus palabras parece un tanto desmedido, no en relación a esa u otra figura indiscutible, sino al conocimiento que de ellos puede suponerse normal en un hombre de las nuevas generaciones. Por otra parte, uno de los méritos que nadie puede regatear al socialismo español ha sido la sobriedad, no en el cariño, sino en el elogio en vida de sus hombres representativos. El tan nocivo como contrario a las tradiciones proletarias revolucionarias «culto a la personalidad» no es tara de los partidos que pertenecen a la Internacional socialista. Por todo ello se ha buscado intención a esos fervores, acaso, con igual error unos y otros.

     La parte segunda de esta interesante carta constituye una exposición de cómo su autor concibe el socialismo. El que a nosotros nos parezca inadecuado en buena parte el modo que imagina para transformar la sociedad española importa infinitamente menos que la coincidencia en el propósito y que su certera visión de la necesidad de «apertura». Todo la está imponiendo. Desde las nuevas relaciones sociales determinadas por el progreso técnico y científico y su consiguiente repercusión en la economía universal, hasta las realidades españolas que el propio autor apunta.

     Las clases existen tal como el marxismo las señala, pero sus fronteras son menos crudas, menos tajantes -moral y económicamente- que en el tiempo en que fue escrito «Los Tejedores de Silesio». La matización en «capas o sectores» dentro de una misma clase es evidente, sobre todo, en países como España, donde conviven formas de posesión que van desde el parasitismo absoluto al capitalismo dinámico, y en los que se dan desniveles tan grandes en el proletariado como cabe imaginar entre la peonado analfabeta y desnutrida y el obrero especializado.

     Por otra porte, la concepción elemental de partido o de organización sin más mira que la particularidad de los intereses por ellos representados, ha pasado a la historia con el tiempo en que el drama de los tejedores de Silesia era común a la clase obrera en el mundo.

     El que esa concepción subsista como se mantienen en España formas de propiedad semifeudales, no redunda sino en perjuicio de todos.

     Tanto el tiempo en que vivimos como la situación concreta de España exigen partidos que den a su política dimensión nacional, lo que no quiere decir -ni en nada se asemeja- colaboracionismo hipotecador o esos compromisos neutralizadores de los que resultan hibridez, esterilidad, sino coincidencia en el propósito de mantener e ir perfeccionando lo que toda nación tiene, en última instancia de bien común, de cooperativo mal, regular o inteligentemente organizado. La lucha civil, [8] civilizada, inevitable y deseable a la vez, tiene ámbito propio cuyos límites tocan con el interés vital de la nación.

     Porque contra lo que se nos dijo mentirosamente, algo corresponde a cada ciudadano -así sea pésimamente repartido- de la riqueza o la miseria de su patria, oigo, también, de sus dramas y sus desventuras. Es lección de la guerra y de sus consecuencias.

     De todo ello y de mucho más que podría decirse, la necesidad de abrir, no sólo el Partido Socialista a sectores no específicamente obreros, sino la mentalidad política española al tiempo en que vivimos y a la dura realidad de España.

     No diremos, tal como afirma Sánchez Mazas para condicionarlo después reiterada y certeramente, que no haya «otro camino constructivo que el que pasa por el Partido Socialista», pero si es claro que el futuro pertenece al socialismo. Que se llegue a él humanamente, con los hombres y no a pesar de ellos, sin descuajar valores que tardarían siglos en renacer, depende de que los socialista demócratas tengan idea clara de cómo llegar al socialismo. Porque no basta trazar esquemas ideales como muestra de buen deseo. Hace falta, además, saber y decir cómo puede realizarse partiendo de una realidad dada; es decir, hay que tener una política como instrumento propio para hacerlo.

     Sánchez Mazas se ha cuidado, al menos, de pensarla, y el que acierte o no en cada una de sus partes importa menos que el hecho de que esté ahí, como algo vivo susceptible de crecer, de perfeccionarse, de ajustar con la circunstancia española.

     En la tercera parte, cuanto hay en él de ímpetu joven aparece en proposiciones concretas de renuevo.

     La respuesta del señor Prieto es clara, virtud propia de cuanto escribe, a la que añade otra no menos suya e igualmente constante en él: la de fijar la atención del lector desde la primera línea a la última palabra de lo escrito. En esta ocasión añade a lo habitual una lección maestra de cómo contestar a una serie de interrogaciones con la mínima cantidad posible de respuestas frontales. Era la única forma de que la radical diferencia de actitud no ocupase el piano que le corresponde. Para ello, al orden de exposición del señor Sánchez Mazas opone el propio y saca por delante -acaso para llamar a estimación moderada del propio juicio- el error que hubo en la esperanza de que Juan de Borbón pudiera significar algo realmente distinto a una continuación legalizada del régimen franquista.

     Para hombre tan experimentado y agudo como es el señor Prieto, no podía haber duda de que el Borbón era absolutista por naturaleza, es decir, por limitación personal, por falta de bríos y capacidades que le permitieron concebir una gran ambición: la de recrear su reino volviéndolo a los viejos fundamentos de la monarquía mejor, en la que rey y pueblo sometían juntos a los señores feudales. Hoy hubiera cabido algo parecido: rey y pueblo contra las viejas oligarquías. Un sueño grande que sólo en un gran espíritu pudo caber, pero sueño posible dados las circunstancias. Para empezar la acción hubiera bastado con denunciar al dictador como tirano, asumir la regencia del reino con carácter provisional y erigirse en defensor de la soberanía popular secuestrado. Inconcebible en un Borbón, claro. Pero dejemos esto.

     El señor Prieto vio claro al biznieto de Isabel II, pero claro es también que veinte años soportando lo insoportable, sufriendo decepciones y comprobando impotencias explican sobradamente el espejismo. Por otra porte, el señor Sánchez Mazas contribuyó de manera decisiva a disiparlo con su acertada carta al pretendiente.

     Sin otra importancia que la de mero detalle realmente curioso en quien como el señor Prieto dice siempre lo que se propone, cabe señalar una contradicción notoria en esta parte de su carta. Dice el dirigente socialista que nunca ha tenido relación directa ni indirecta con don Juan, para añadir líneas abajo su convicción de que los que negociaron con él en San Juan de Luz estaban expresamente autorizados por el aspirante a monarca. Existiendo tal autorización para un asunto que personalmente le atañía, la relación indirecta es evidente.

     Luego, a requerimiento para que exprese su pensar sobre si en la revolución socialista debe estar comprendida la revolución liberal (1), el señor Prieto, luego de asentir a la doble revolución propuesta, dice a ese respecto: «la mejor manera que hallo para exponer mi pensamiento es reproducir la contestación que días atrás di a la revista de París Le Temps Modernes», etc.

     En esta contestación dice que estima preferible para España, como siempre lo estimó, la República. Confesamos nuestra poca penetración en este punto, pues no acertamos a entender esta «mejor manera» de expresar su pensamiento.

     Suponemos que esa República expresará por sí misma todo cuanto sobre dicho tema piensa don Indalecio, pero como no dice qué República es... ¿Será la de 1931? ¿La del 34? ¿Acaso la de 1936-39? Puede ser otra, desde luego pero, ¡hay tantas Repúblicas posibles! República son Portugal, la Dominicana, Hungría, Polonia, Italia, Yugoslavia, México, Francia... Una alusión en los finales de su carta a la de 1931, permite imaginar que a este tipo de República se refiere. El indicio tiene importancia.

     Seguidamente, dice su opinión sobre el medio teórico de establecer en España un régimen político definido. No hace hincapié en que sea plebiscito o Cortes Constituyentes. De cómo crear o posibilitar la situación que haga insoslayable una consulta electoral, no dice ni una sílaba más que su partido. Es lógico.

     Parte importante es la que contiene su esbozo de socialización. Como esquema ideal de un hermoso deseo, no tiene pero, a nuestro juicio. Ir hacia él es lo que importa, siquiera sea paso a paso, ajustándolos todos a la realidad de España, operando en ella y sobre ella. De cómo operar desde ahora es lo que muchos españoles quisiéramos oír, o leer, claro, porque no hay duda de que al formular el señor Prieto su esbozo de socialización habrá pensado en cómo hacer camino hacia esa meta, y no sólo desde un mañana democrático, sino desde hoy.

     Respetos que el mayor nos merecen le han inducido a no pugnar en el destierro por un programa socialista de fondo, pero sí cree que es menester hacerlo tan pronto como se vuelva a España. Y añade: «Esto no quita para que vayamos estudiándolo en el exilio y desde ahora mismo. (El subrayado es nuestro.) ¿Y por qué precisamente desde ahora? De la preocupación del señor Prieto por un programa de fondo no puede haber duda, pues dicho esbozo de socialización demuestra que existe en él desde trece años atrás, y es de suponer que inquietud y formulación no se dieran simultáneamente. ¡Lástima grande que su preocupación no haya sido compartida, y que toda su autoridad y singulares dotes de convicción no hayan bastado a despertarla! [9]

     Nos es imposible seguir punto por punto los que restan, si interesantes todos, menos ligados al problema que nos ha movido a comentar estas cartas: el de la necesaria renovación de las fuerzas políticas españolas. Pero en las postrimerías de su escrito hay dos aún que es necesario resaltar.

     Dice en uno: «...no participo de su criterio de intentar en el exilio un programa que acepten otras fuerzas antifranquistas. Se iría al fracaso».

     Leyéndolo, chocamos de nuevo con nuestra limitación y nos quedamos viendo visiones. Sin un programa en el que puedan coincidir todas las fuerzas antifranquistas ¿cómo puede lograrse el clima y la situación necesarios para ir a la normalización política por medio de un plebiscito o de Cortes Constituyentes? ¿En torno a qué podrá juntarse la fuerza necesaria para derribar, primero y construir, después, lo preciso? ¿En derredor a un partido que tiene urgencia de abocetar un programa para sí y que habrá de discutirlo y aprobarlo después de la caída de la dictadura? ¿En torno a un NO repleto de cargas explosivas? ¿Será posible entenderse a prisa y corriendo cuando ya no llame al buen sentido el tener la bota del dictador sobre la garganta? Se improvisa un plan de gobierno para ahora, para la situación de ahora, como se componía antaño una declaración de propósitos ministeriales? Confesamos que nuestra limitación nos impide explicarnos el pensamiento del líder socialista en este punto. Quizá -hemos imaginado- piensa en el gobierno transitorio y en que dé tiempo para estudiar, planear y convenir en lo necesario, pero volvemos a las mismas. El carácter, los procedimientos y fines a cumplir por esa provisionalidad ¿habrán de definirse al margen de lo que el antifranquismo es y representa en todos sus matices? ¡Nada, que no acertamos!

     Queda, por último, su actitud ante las sugerencias del señor Sánchez Mazas para la renovación de «El Socialista». Buscaba el joven que fuera un proyector de ideas y orientaciones sobre España y, al mismo tiempo, el medio para sincronizar la mentalidad de los desterrados con la realidad España 1959. Incluso proponía abrir la tribuna libre a todos las tendencias del antifranquismo inequívoco; es decir, quería diálogo en vez de monólogo, «apertura» en vez de encastillamiento, contacto con la realidad en vez de espera a que se anude el hilo roto por el sitio en que se rompió precisamente. Sitio vale por tiempo en este caso.

     En todo lo esencial de estas sugerencias, el señor Prieto aconseja seguir el trámite debido: que sean expuestas al director de «El Socialista». El señor Sánchez Mazas, joven, dinámico, pon el ruidoso silencio de España zumbándole aún en la cabeza, no ha contado con la importancia y la necesidad del trámite para no caer en babelismo. Es pecado de inexperiencia, pero ya irá aprendiendo, ya irá aprendiendo... Tiempo y mimbres no habrán de faltarle.

     Lector amigo (conocido o desconocido, de cualquier punto de España o del destierro): Las Españas, atenta siempre a percibir el pulso de nuestro pueblo en la apreciación de sus problemas fundamentales y propicia al diálogo con todo compatriota a quien preocupen éstos, recibirá con interés tu opinión (favorable o adversa, pero en todo caso sincera y razonada) sobre lo que acabas de leer en estas páginas. [10]



         
En el frente de la verdad
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Tres libros sobre España

 
                                                  Las características de Diálogo no dan lugar a la crítica de libros, pese a que algunos de los recibidos, -como el de Victoriano Crémer, el de Gabriel Celaya, los de Sénder...- tienen- mérito sobrado y atractivo especial para el comentador. El caso de los tres de que hoy damos noticia es otro, por su interés directamente político y por los aportes de información que significan. A estos distingos nos obliga la necesidad de que Diálogo sea ante todo un instrumento dedicado a la necesidad más perentoria; la lucha contra el franquismo neto y la denuncia del estatismo mental que permitió y sigue permitiendo su presencia.           

ANTONIO MÁRQUEZ

     El primero de estos libros, en orden de aparición, es Sobre la situación de España, informe y testimonio, por Antonio Márquez. Este escritor -35 años; ex secretario de la revista «Índice», incorporado voluntariamente a los oficios más duros para conocer la vida española de abajo arriba y de dentro afuera -salió al destierro porque dentro ya no podía más, y con la noble esperanza de que su ímpetu, su pasión y su testimonio, sirvan de algo a la emigración, si viva y llena de dignidad, desorientada y con el ser amenguado por veinte años de ineficacia política y ningún atisbo de renuevo en los dirigentes de ayer.

     Esta obra tiene extraordinario valor por encerrar una acusación irrecusable contra la dictadura, sus accionistas y beneficiarios. Es, por otro parte, un dramático testimonio de cómo está siendo España y de cómo está dejando a chorros de ser.

     Una prosa limpia, apasionada, va fijando el ver de Antonio Márquez ante la realidad directa, y en verdad que impresiona la crudeza implacable con que reproduce, no sólo la arista y los relieves, sino cada matiz humano del silencioso drama español.

FIDEL MIRÓ

     Otro libro de valor auténtico es el escrito por Fidel Miró, luchador incansable en el que la fe en su pueblo, la comprensión inteligente de las exigencias de esta hora y la pasión por la libertad, se igualan en un todo del que resultan su tenacidad y su eficacia.

     En ¿Y España cuándo? El fracaso de una emigración, Miró hace, de manera implícita unas veces, explícita otras, la requisitoria más dura y más justa a la vez que se haya hecho hasta ahora contra los que han determinado el fracaso político de los desterrados. Porque en verdad, a los liberales españoles los han fracasado; escindiéndolos, empujándoles a la pasividad y a la desesperanza.

     Para quien como el autor de este importante libro sigue estrechamente vinculado al padecer de su pueblo, las dilaciones sistemáticas, ese recurrir al reglamento para excusarse de toda acción, produce un huracán de indignaciones que sólo el dominio sobre sí impide que se manifieste en su natural dureza. Trasciende, sin embargo, en la nerviosidad del estilo. Se nota que está harto de callar o de frenarse por si el silencio sirviera aún para esa unión por la que cada día batalla, más fuerte en su fe que todo obstáculo y todo desengaño. ¿Y España cuándo?, debe leerse para ir formando idea de las causas que han determinado la esterilidad política de la emigración republicana española.

MARIANO GRANADOS

     Decir que Mariano Granados es dueño de una prosa limpia, jugosa, matizada, moderna a la vez que llena de regustos clásicos, es abundar en lo sabido. Otro tanto ocurre si se habla de su serenidad de juicio ante los problemas que han levantado mayores torbellinos de pasión en la España de nuestro tiempo.

     En su obra recién aparecida, La cuestión religiosa en España, no se limita a plantear los límites visibles del problema en la hora presente, ni fija sólo la atención en cuanto aporta, ¡con ser tanto!, al desequilibrio de nuestra vida política. Profundo conocedor de tema, ofrece una reseña magistral de su presencia a lo largo de varios siglos y de las reacciones a que dio lugar en destacadas personalidades -seglares y eclesiásticas- en épocas diversas.

     El aspecto no material, no directamente político del problema, es decir, el íntimo, el humano, ese que toca al español que incapaz de mentir y de mentirse choca con la ferocidad dogmática de un clero en su mayor parte sin espíritu, o de espíritu islámico, que no cristiano, lo resume Granados de insuperable manera: «El cura, citando riñe con su feligrés, se venza de él quitándole a Dios, a Cristo y a la Virgen y con ellos la inmortalidad de su alma».

     La parte dedicada al examen de la política adoptada por la República ante el problema indebidamente llamado religioso, pues esencialmente es clerical, constituye un documento político de primer orden, ya que su crítica, por demás ponderada, podría decirse que indulgente, no se limita a señalar errores: dice qué se pudo y qué se debió hacer. Su opinión a este respecto nada tiene de doctrinal, en nada está tocada de prejuicios. Corresponde a una mentalidad civilizada, llena de sentido incomún y sobre todo, de patriota auténtico. De gobernante moderno, podría decirse.

     Libro es éste que puede hacer mucho bien, sobre todo, si es leído con un mínimo de honradez intelectual por clericales y anticlericales desmedidos y, principalmente, por aquellos que, dada su situación, pueden inducir a la Iglesia española a volver a su tradición mejor, que es tanto como volver a lo que para mal de España olvidó hace tiempo: a Cristo.

Juan de MONEGROS                   

REINTEGRACIÓN NACIONAL PARA LA RECONSTRUCCIÓN DE ESPAÑA, NO PAZ EN LA MENTIRA [11]



         
Motivos de diálogo
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En pocas palabras

Por Santiago GARCÉS                   

     El problema político de España deriva de la guerra civil. A su vez, la guerra civil fue la natural consecuencia del infortunado desacierto de la II República; la República pudo y debió evitar la guerra fratricida que ahora impide el progreso político y social de España. Mas como el anhelo de libertad, de popular soberanía y de justicia social son de perenne validez -aún rigiendo el desenvolvimiento de la comunidad-, resulta natural la continuación del esfuerzo que presupone mejor vida social e individual para todos los españoles. Luchando por tan laudables aspiraciones sociales podrá acelerarse la superación del franquismo. En cambio, si nos empecinamos en el «desquite» de la guerra civil que perdimos -no se olvide-, lo único que conseguiremos será mantenerla viva, cosa que, por otra parte, resulta evidentemente contraproducente para la reconstrucción de España y absurdo dada nuestra desventaja en toda clase de medios de combate y acción.

     Entonces, ¿qué podríamos hacer? Si partimos del anhelo de libertad, democracia, bienestar material y justicia social, eso es lo que debemos explicar a nuestros compatriotas a fin de que se movilicen para realizar tales ideales. Y la prueba de que conviene explicar lo que queremos y cómo lo queremos, la damos constantemente cuando afirmamos -¡raro ejemplo de unanimidad española!- que la «crisis económica de España no tiene remedio». Con ello, inconscientes, deshacemos una de las razones principales que apoyan nuestro empeño por derrocar a Franco. Pues, en efecto, cabe preguntarse lógicamente; a la manera estoica: «¿si tu mal no tiene remedio, por qué te afliges?».

     Existe una interrogación constante que toda comunidad plantea tácitamente a cuantos pretendemos beneficiarla mediante la acción política correspondiente. La explicaré a la cubana: ¿qué tú quieres, chiro? Y es lo cierto que los antifranquistas españoles no sabemos lo que queremos, salvo el desquite de la guerra civil, expreso o implícito en fórmulas tramposas, como la plebiscitaria. Mas como la trampa es grosera, por tanto impolítica, resulta impracticable, como lo prueban sus 20 años de inútil y contraproducente vigencia. A propósito: ¿cuánto tiempo habrá que esperar para dilucidar la validez de una fórmula política? Y es que una cosa es la doctrina y otra la realidad. Por ello, claro está, no basta abrir el libro de la doctrina democrática para que la comunidad se adhiera y movilice. De ser así saldrían sobrando los políticos y los estadistas. No. El vestido político que a España conviene ha de hacerse a la medida de sus deseos y posibilidades. Y para ello, claro es, resulta indispensable conocer las medidas, lo que equivale a saber lo que sea prácticamente posible.

     No obstante, debemos y queremos ser sinceros y justos con el prójimo. Hasta el más lince -comprendiendo al padre de la desdichada fórmula plebiscitaria- puede equivocarse, pues no se nos oculta la extrema complejidad del caso español. Empero, no debe cegarnos la pasión ni el personal amor propio hasta el punto de empecinarnos en imposible alguno. En rigor la vida consta de más errores que aciertos, y así hemos de seguir, unos y otros, en la búsqueda incesante de la «utopía del sentido común». Y si esto es o debe ser así, ¿por qué no se reconoce que el plebiscito contra el plebiscito se ha realizado ya en España? Porque a estas alturas, ni los socialistas, ni cuantas formaciones políticas actúan en España consideran que la fórmula plebiscitaria sirva más que para retardar la superación de la tiranía franquista. En cambio, desde que fuera legitimado internacionalmente el régimen franquista, -mediante su admisión en la ONU- lo cual coincide con la aparición de la política de concordia y convivencia, comenzó la desintegración del franquismo. Porque esto aconteció a partir de la confirmación de nuestra derrota, consagrada por la admisión de Franco en la ONU, lo cual desató las contradicciones internas del régimen al desaparecer el común peligro «rojo». Y estimulado por la presencia del anhelo general de concordia y convivencia -del que sólo discrepan Franco y los plebiscitarios- se ha llegado a la formación de poderosísima oposición antifranquista de derechas. Tan poderosa que, aunque parezca paradójico, va desde buena parte de Falange hasta la antigua CEDA, pasando por toda la gama católica. La razón es clara: a virtud del anhelo político de concordar para convivir, comienza la superación efectiva de la guerra civil; y ante el inexorable fin del franquismo, acelerado por su fracaso económico, todas las fuerzas toman posición preventiva para sobrevivirse y para poder configurar o influir en la configuración del futuro político de España. Mas esto produce en los emigrados un peligroso espejismo. El de creer que lo podemos todo al contemplar el «despegue» general del régimen. Y ese espejismo, por otra parte, no puede llevarnos más que a apuntalar la ruina franquista. Nosotros, que creemos que «lo mejor es enemigo de lo bueno», reafirmamos nuestra confianza en la eficacia y bondad de la política de concordia y convivencia. Y en tal sentido decimos a los españoles que renunciamos a la guerra civil como «instrumento de política nacional»; que contribuiremos a consolidar y perfeccionar cuanto socialmente bueno deje el franquismo -como la organización sindical única, desverticalizada, independiente y democratizando su funcionamiento-; que sostendremos el INI (Instituto Nacional de Industria), transformándolo en sociedad mixta de participación estatal al 50% con el capital privado, pero confiando invariablemente su administración a los administradores que propongan los accionistas privados; que ante el peligro de escindir una vez más a los españoles entre monárquicos y republicanos, optamos por un régimen innominado permanente; que la Iglesia podría tener incluso la protección del Estado, siempre que convenga en someter sus relaciones con el Estado a referéndum nacional; que las fuerzas armadas tampoco tienen que «temer» ya que, al igual que con la Iglesia, estamos dispuestos a dilucidar cualquier diferencia mediante referéndum popular, del pueblo al que deben servir y defender; que para garantizar el desenvolvimiento pacífico de la democracia española consentimos en que las elecciones sean escalonadas, para que su convocatoria no equivalga, como antaño, a una especie de guerra civil; que convenimos en descargar de pasión infecunda la política española, tecnificando su funcionamiento; que, como se dice en México, si «lo parejo no es chipotudo», preconizamos un sistema de gobierno nacional colegiado -sin Parlamento- interdependiente, [12] igual para todas las regiones, sin privilegio para ninguna, regido por el principio de que los asuntos que se consideren nacionales competen al gobierno nacional, los regionales a los de las regiones y los municipales a los ayuntamientos respectivos; que para garantizar las reformas necesarias y la consolidación de la convivencia bastaría que toda actividad política se centrase en un Movimiento de Reintegración Nacional dentro del cual se dilucidaran, por los que quisieran aportar algún beneficio público o social, las opiniones contrapuestas, evitando así al país el insano apasionamiento a favor o en contra de los infinitos particularísimos a que tan dados somos los españoles. Y en fin, que contamos con la certeza -lo cual será demostrado oportunamente de que puede superarse con éxito la adversidad económica de España y alcanzarse el grado óptimo de bienestar social, respetando la propiedad y administración privada de todos los medios de producción y cambio, a virtud del hallazgo de lo que denominamos Política Económica de Concordia y Convivencia para España. Tal aportación constituye un «seguro de vida» para la propiedad privada, amenazada por su propia incapacidad y por el comunismo triunfante en escala mundial, y la satisfacción efectiva del bienestar social óptimo que sea posible, de lo que en gran medida depende la paz social, cual lo prueba el fracaso de la autarquía económica falangista, o la vuelta al liberalismo económico auspiciado por el Opus. Y, además, en el futuro, ni las derechas ni las izquierdas que indudablemente -cada una a su manera- se proponen servir a España, cuentan con instrumentos de política económica de validez general. Pues, de seguir funcionando la política económica capitalista que desde hace un siglo impera en España, las cosas irán de mal a peor y, de ensayarse socialismo alguno, tanto a la manera soviética como a la laborista británica, el colapso económico inmediato sería inevitable, de lo que nada más perjuicios cabría esperar, aún dentro de las intolerables condiciones de vida que padecen los españoles.

     ¿Qué falta? Una firme voluntad de redención nacional, mediante la conjunta acción política para desplazar a Franco, primero, y para alcanzar la satisfacción individual y social, después, instaurando la política general de concordia y convivencia.

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Los amigos nos dicen

     He recibido los ejemplares de Diálogo de Las Españas y de los Suplementos. Me han interesado mucho. Ya conocía la Revista de su época anterior, en España. Os adelanto que en general estoy plenamente de acuerdo con vosotros. He conservado un ejemplar de cada publicación; el resto lo he pasado a españoles que lo han acogido con el mismo interés que yo.

(Argentina.- M. L.)          

     Mucho los agradezco, les agradecemos, esos Diálogos, tan necesarios, en que los «bons sentiments» van unidos al interés y la calidad de lo escrito por los dialogantes.

     No pocos somos los que, desde lejos, creemos en lo que ustedes hacen.

(Estados Unidos.- C. G.)          

     Vuestra posición me parece estupenda, tanto en sus líneas generales como en casi todos sus detalles. Lo único que desde mi punto de vista personal quiero señalar es el peligro de la tecnocracia «en el orden económico» es decir, una caída, por prurito de objetividad, en la «apolítica». Porque una cosa es la convivencia y el determinado grado de objetividad que eso impone, y otra en problemas tan graves como los económicos el nefando «apoliticismo». Claro que esto quizás sea pasarme de susceptible. Supongo que en último término la «junta de economistas» se limitará a estudiar, informar y preparar; es decir, sólo controlados por una política pasaría a determinante en la vida nacional.

     Gracias por vuestro envío. Me ha dado una gran alegría ver qué de acuerdo estamos todos.

(España.- De un conocido escritor)           

     He leído el Diálogo de Las Españas juntamente con un grupo de compañeros. Creemos que es verdad pura su contenido, con el cual estamos completamente de acuerdo. Ya es hora de que desaparezcan de nuestra patria los odios de la guerra civil que tanto daño nos hizo a todos los españoles. En verdad, si unos llevamos veinte años fuera de nuestra patria, los que quedaron en ella, aunque fueran del campo adverso -a excepción de un pequeño número de privilegiados-, han pasado por vicisitudes quizás más duras que las nuestras en tierras extranjeras.

(Francia.- J. C.)           

     Por casualidad he encontrado en una librería francesa un ejemplar de su Revista. A cuantos amigos he comunicado el hallazgo les ha interesado tanto como a mí. Viven aquí muchísimos españoles, pero casi todos están huérfanos de publicaciones solventes y sensatas como la suya. A lo más debemos conformarnos con folletos escritos por gentes para las cuales no parecen haber pasado los años; no haber pasado nada desde 1936 hasta hoy.

     No soy refugiado, pienso volver a España y aprovecho la ocasión para enviarles un cordial y alentador saludo.

(Tánger.- X. Y.) [13]           

       
Motivos de diálogo
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Política, convivencia y cultura

Por Arturo SÁENZ DE LA CALZADA                   
                                                   ...esa Españas inferior que ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza.           
                                               Antonio MACHADO

     No parece cierto -al menos para los españoles- que la Historia sea maestra de la vida. Nadie aprende ni escarmienta, que el hacerlo es razonar; y en los momentos críticos de su historia, ha optado siempre el español por el castizo expediente de «liarse la manta a la cabeza» o, lo que es lo mismo, de taparse ojos y oídos voluntariamente, para no atender a razones y dar palos de ciego. No atender a razones para poder desencadenar las fuerzas ciegas de la animalidad, que hunden sus raíces en los dominios del instinto, y se nutren de esa pasión tan terriblemente negativa que es el odio. Dar palos de ciego para tratar de calmar su ansia inconcreta, y siempre insatisfecha, de aniquilación; síntoma externo de una voluntad enferma, por carecer de auténtico objetivo.

     De procedimientos tan insensatos no pueden esperarse más que resultados catastróficos.

     Es falso, y por tanto inaceptable -aún tratándose de grandes ideales- que el fin justifique los medios. El ideal es siempre inalcanzable. No es meta sino aspiración que ennoblece la vida. Toda acción humana es transitoria, y todo pretendido fin iniciación de una nueva acción. Medios y fin se confunden. Quien prostituye los medios prostituye la vida.

     «El orden moral del mundo -ha escrito Whitehead- puede perdurar por la inestabilidad del mal». No hay mal que cien años dure, dice el refrán. Ciento cincuenta lleva España empeñada en inciviles guerras fratricidas, abundantes en sacrificios, tan heroicos como estériles. Sacrificios sin nobleza, muchos de ellos, puesto que, en última instancia, no servían ni a la verdad ni a la justicia.

     Tal asombrosa contumacia con su inevitable secuela de dolorosos desastres, incita a meditar sobre la conveniencia y necesidad de proponer a los españoles un radical cambio de actitud, que tienda a diluir y sublimar sus bárbaras y primitivas pasiones en un elevado ideal colectivo que, identificando su vida con la de su pueblo, acabe, de una vez para siempre, con su prolongado y pernicioso estado de agresiva beligerancia hacia sus instituciones y sus conciudadanos.

     Semejante propósito no puede tener otra base que una firme decisión de concordia y convivencia pacífica, para poder acometer la gran tarea de crear una conciencia colectiva y un espíritu de comunidad.

     Solamente una auténtica y saludable conciencia nacional podrá poner orden, medida y contención en el caos de nuestras relaciones públicas, haciéndolas leales y honestas, es decir, moralizándolas. Moralizar, a fin de cuentas, es dar forma y poner orden.

     Se trata, como ya pedía Ortega y Gasset en el año treinta, de «instaurar la plena decencia en la vida pública española». «Y la decencia en la vida pública -añadía- no consiste en otra cosa que en imponer a todos los españoles la voluntad de convivir unos con otros; que por encima y por debajo de todas las luchas, propias a la natural disensión humana, triunfe la resolución de nacional convivencia; por tanto de respetar la vida pública del enemigo, de no escatimarle, ni discutirle, ni sofisticarle sus derechos de español, sea él quien fuere».

     La falta de libertad, el lamentable descenso del nivel ético, que la brutal perpetuación de la tiranía ha ocasionado en el cuerpo nacional, y su antihumana y anticristiana falta de piedad, han puesto a España en trance de desintegración.

     Sacarla de su presente atolladero es una doble tarea común de cultura y de acción política. De cultura, no como saber erudito, sino como estímulo de vida, como modelo de bien obrar, como capacidad de comprensión. De acción política, no en el sentido militante y partidista de apetencia de poder, sino en la acepción de anhelo del bien que le diera Platón.

     La política de partido no es de esta hora. El pueblo español siente por ella marcado recelo y justificada desconfianza, porque conoce su paradójica incapacidad para resolver los problemas y satisfacer las necesidades que le dan vida. Lo cual tiene su explicación en el hecho de que toda política partidarista, aunque se inicie con los más elevados propósitos -lo que no siempre acontece- actúa en medio de tensiones, posibilidades y limitaciones, y opera con unos elementos de tal naturaleza intrínseca que, a la postre, malogran o, en el mejor de los casos, merman considerablemente los resultados que de ella se esperaban; y es que, una vez propuesta como finalidad primordial el alcanzar y permanecer en el poder, todos los esfuerzos que suceden a este logro se orientan tan sólo a retenerlo y acrecentarlo, con notorio olvido de la inicial significación y sentido de sus principios doctrinales y sus promesas públicas.

     Por ello, se ha desenvuelto siempre la política, en muchos de sus aspectos, en aquel vacío moral de que Maquiavelo hablaba. Lo cual no quiere decir, en manera alguna, que el político carezca de principios, que a veces están profundamente arraigados en su ser individual. Pero en el terreno de la acción, en el que no hay más juicio de valor que el éxito, no se siente vinculado por ellos, y emplea los mismos métodos que el general en campaña y el capitán de industria.

     Tenemos que llegar, pues, al convencimiento de que la vieja política aún al uso, que llenaba una actividad indispensable en toda comunidad organizada, no entraña ya posibilidad alguna de ideal. Los ideales pertenecen a la vida del espíritu, que se desenvuelve en un plano distinto y superior al de las elementales concepciones económicas, políticas, jurídicas y militares. Hay que ser, por consiguiente, muy cautelosos en la cantidad de ilusión y esperanza que en ella depositemos.

     Solamente con una clara comprensión de las verdaderas relaciones existentes entre la acción y el pensamiento y los sentimientos que la originan y orientan, los hombres honrados y capaces que intervengan en política sabrán [14] en lo que intervienen. Inmunes, por consiguiente, a las desilusiones desmoralizadoras y paralizantes con que los entresijos de la política corroen toda fe ingenua y confiada, podrán -con todo entusiasmo y con el apoyo decidido de los hombres de buena voluntad- esforzarse en poner los grandes recursos del poder al servicio del Bien.

     Cuando ya se haya logrado en nuestra patria una situación en que exista un cierto grado de moralidad, continuidad histórica y posibilidad de convivencia, será llegado el momento de que los partidos políticos contiendan entre sí. Pero mientras tanto se precisa, inexorablemente, que nuestra capacidad de solidaridad y disciplina, rebasando los estrechos límites de grupo o partido, adquiera amplitud nacional.

     No basta decir que se desea la unión de todos los españoles de buena voluntad; es necesario sentirla en lo que tiene de trascendente y aceptar, sin vacilaciones ni reservas, la supeditación que impone.

     Hay que llegar, en el campo político, a un entendimiento nacional, sobre la doble base de un programa mínimo de acción, y el compromiso leal e inquebrantable de sacrificar a él todos los intereses de grupo que, si en condiciones normales quizás fueran respetables, ante la ingente magnitud de las circunstancias, sería criminal tratar de hacerlos prevalecer.

     Si este acercamiento -cada vez más ampliamente deseado- ha de fructificar en fecunda colaboración, tendrá que fundarse, necesariamente, en una extremada lealtad y en un elevado espíritu de renunciación.

     Pareja a la acción política -o aún mejor, precediéndola- habrá que desarrollar una intensa labor educadora y formativa, sin la cual todos los intentos de índole política y económica que se hagan están condenados al fracaso. Pues toda reforma, por deseable que en sí sea, producirá, invariablemente, resultados desilusionadores si no existe una cierta y previa preparación mental y una determinada contextura moral en el pueblo que ha de recibirla.

     Grave, pero sublime responsabilidad, que gravita íntegramente sobre el intelectual, como hombre de espíritu, como creador, como contemplativo. En él reside la conciencia de su pueblo.

     «La virtud específica del intelectual, decía Ortega, radica en el esfuerzo continuo por pensar la verdad, y una vez pensada, decirla como sea, aunque lo despedacen».

     El verdadero intelectual no debe estar «comprometido» sino con la verdad y la justicia. No puede incurrir ni en cobardes inhibiciones ni en abyectas sumisiones, so pena de abominable traición.

     La absoluta libertad de pensamiento y expresión, y la completa independencia de criterio, indispensables a su elevada misión, condicionan su intervención directa en la política activa.

     Ahora bien; como alguien ha dicho certeramente, «la política en su sentido máximo es vida, y la vida, política, y todo hombre, quiéralo o no, es miembro de este acontecer militante, ya como sujeto, ya como objeto». Es claro que, el intelectual, al igual que todo ciudadano activo y responsable, no quiera sustraerse a participar en ella, para no ser material inerte de sus manipulaciones y víctima inocente de sus efectos.

     Influir es una manera, a veces egregia, de participar. Casi la única que, en relación con la política, le debería estar permitida al intelectual. Su influencia será tanto más valiosa y decisiva, cuanto más valerosa y coherente sea la fuerza espiritual que acierte a estructurar. Coherencia que, ya se entiende, no quiere decir, ni mucho menos, uniformidad en el pensar (cosa imposible e inconveniente), sino sinceridad de pensamiento y ejemplaridad de conducta que, al par que se practican se reconocen y respetan en los demás, incluso en los más violentos y agudos contradictores; a los que, por otra parte, hay que agradecer la posibilidad de poder contrastar, depurar y completar las propias convicciones.

     Una vida española, de suficiente complejidad espiritual y altura moral bastante, daría tono y elevación a nuestra vida pública impidiendo, por el sólo hecho de su existencia, que ésta pudiera ser nuevamente manejada por los necios, resentidos, incapaces y malvados que la han hundido en el desprestigio y la catástrofe.

     La concreción institucional de esta noble actividad no puede ser otra que la Universidad Española, centro superior de cultura y organismo supremo de enseñanza del país, a quien corresponde, juntamente con todos los organismos culturales de ella dependientes o no, el papel de impulsar los valores del espíritu.

     Un poder activo, incansable, omnipresente que, desde el elevado plano que le corresponde, influya en forma constante y creciente sobre la opinión pública, como informador y rector intelectual y moral de la ciudadanía.

     Pero esto nos lleva al trillado tema de la misión de la Universidad que rebasaría ampliamente nuestro espacio y nuestro propósito.

     NO ES HORA DE PARTIDOS. ESPAÑA NECESITA UNA GRAN SÍNTESIS DE TODAS LAS FUERZAS LIBERALES EN TORNO A UN GRAN QUEHACER: ELIMINAR AL FRANQUISMO DE LA VIDA POLÍTICA ESPAÑOLA Y RECONSTRUIR ESPAÑA. NI LO UNO NI LO OTRO SERÁ POSIBLE SIN UN MOVIMIENTO DE REINTEGRACIÓN NACIONAL. [15]



España por dentro

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Los adentros de la oposición

                                                                                                                Uno de nuestros mejores amigos en España ha conseguido que persona de observación aguda, experiencia larga e información excelente, trazase para Diálogo esta especie de panorama político de las fuerzas que tratan de situarse con vistas al futuro y de las que real y verdaderamente forman la oposición antifranquista. Como información que proyecta luz sobre la zona turbia de la oposición apócrifa, lo creemos de la mayor importancia, pues sabido es el confusionismo que existe en medios que carecen de información adecuada.           

BREVE DESCRIPCIÓN DE LOS GRUPOS COLABORACIONISTAS QUE SE DICEN DE LA OPOSICIÓN

     La aparente paradoja de su postura responde al continuismo, o deseo de que el franquismo continúe después de Franco. Son:

     1. Grupo «Opus Dei». Aunque hoy son los mejores y máximos servidores del Régimen, preparan alguna gente para jugar a otros paños: es el sector dirigido por R. CALVO SERRER y F. PÉREZ EMBID. Se dicen de la oposición desde hace muy poco tiempo.

     2. Monárquicos de ultra-derecha (difunto CONDE DE RUISEÑADA, MARQUÉS DE VALDEIGLESIAS, FERNÁNDEZ DE LA MORA, «Amigos de Maeztu», etc.) Propugnan la monarquía «tradicional, católica social y representativa». Ahora se infiltran en el grupo tradicionalista-juanista (a través de los hermanos ORIOL URQUIJO), convirtiendo a este grupo en continuista. Desde hace más de dos años, muy vinculados (y quizás movidos) por el grupo «Opus Dei».

     3. Tradicionalistas «javieristas» (JOSÉ LUIS ZAMANILLO, JOSÉ Mª. VALIENTE, etc.), prolongación del tradicionalismo cerril y decimonónico, esperan llegar a ministros de Franco y compartir el poder con sus amigos del Opus Dei.

     4. Democristianos colaboracionistas (A. MARTÍN ARTAJO, FEDERICO SILVA, BLAS PIÑAR, OBISPO A. HERRERA,) y de otra parte el grupo J. RUIZ JIMÉNEZ, con cierta influencia en algunos Colegios Mayores Universitarios. Hace años fueron una esperanza dentro del gobierno franquista, por sus atisbos de relativo liberalismo, pero añoran sus ministerios y no son trigo limpio; muy clericales, aunque no tanto como Opus Dei.

OPOSICIÓN DERECHISTA

     1. Tradicionalistas «juanistas»: importante disidencia de la disgregada Comunión tradicionalista, que ha aceptado como rey a D. Juan de Borbón, y que encabeza J. M. ARAUZ DE ROBLES, los ORIOL, CONDE DE LA FLORIDA, etc. Han tratado, sin éxito, de monopolizar el monarquismo juanista. Con infiltraciones del grupo Opus Dei, que juega también esta baza a través de H. ALTOZANO (hoy gobernador de Sevilla) y sus esbirros, algunos universitarios, que están haciendo en esa provincia un acabado experimento de teocracia dictatorial.

     2. Monárquicos juanistas, formado por los siguientes grupos, aún no unificados:

     UNIÓN ESPAÑOLA, integración no muy estable de seis o más grupos:

     Grupo de JOSÉ MEIRAS OTERO «Amigos de Cánovas», de PÉREZ GRIPO «Amigos de Calvo Sotelo», MEZQUITA, ALCALÁ DEL OLMO, etc., muy vinculados al General Aranda. Entraron en Unión Española, pero parecen irse distanciando de ella (¿quizás se han retirado?) por sentirse desplazados de la dirección. MEIRAS y otros tienen hoy como único objetivo entrar en el Consejo Privado de D. Juan.

     Grupo de JOAQUÍN SATRÚSTEGUI («realistas», VICENTE PINIES, JAIME MIRALLES, FANJUL, etc.) Son el verdadero núcleo de Unión Española y tienen influencia sobre D. Juan por medio del secretario PADILLA, sobre la Banca, la aristocracia, etc.

     Individuos que pertenecen a Unión Española, pero que suelen llevar su propio juego político: TELLA, no político, muy activo, aportó a la U. E. los nombres de ARANA y de E. TIERNO GALVÁN; CARBONELL, no político, conspirador experimentado, muy influyente en la C. N. T., muy ligado a TELLA y a MASEDA; MASEDA, influyente en ciertos sectores bancarios, quiere acercarse al grupo de GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, pero haciendo valer su adhesión bajo amenaza de crear un partido agrario y de pequeños contribuyentes, influyente en Carbonell y otros.

     Grupo de JOSÉ DOMÍNGUEZ DE ARANA (antiguos miembros de Acción Nacionalista Vasca, regionalistas vascos anticlericales, apoyan decididamente la monarquía por oposición a los nacionalistas del grupo Euzcadi-AGUIRRE que se inclinan por la república. Parecen tener mucha relación con los Bancos de Bilbao y Vizcaya. Influyen mucho en U. E., muy activos, con influencia en el País Vasco, aunque menor que el Partido Nacionalista Vasco.

     Grupo «funcionalista» de E. TIERNO GALVÁN: neoliberales o neosocialistas, ya nadie sabe con certeza lo que es este pequeño grupo, influyente, de marcado tipo intelectual y cierta influencia sobre algunos jóvenes diplomáticos y profesores. Parece un grupo antirreligioso en sentido amplio, y despierta recelos en otros grupos de la oposición. TIERNO es hoy el hombre más influyente en la U. E., pues los verdaderos monárquicos de ésta le consideran como su posible y futuro enlace con la Izquierda. No debe ser monárquico, si acaso circunstancialmente.

     Grupo de ex republicanos (ZULUETA, SALABART, NAVARRO, DE BENITO, etc.) Muy dinámico, muy influyente en la U. E. y en el Colegio de Abogados de Madrid, muy relacionados con Tierno y Satrústegui, llevando con estos la dirección de la U. E., parecen haberse adherido sinceramente a la Monarquía.

     NO ADHERIDOS A LA U. E.:

     Grupo de FONTANAR (con VALDECASAS, GAMERO DEL CASTILLO Y PABÓN): aristócratas e intelectuales muy derechistas y poco influyentes, de escaso número, muy próximo a la U. E. aunque niegan estar adheridos a ella.

     Grupo de LUIS GARCÍA DE LA RASILLA, con el CONDE DE GUAQUI a su derecha y el CONDE CIFUENTES [16] a su izquierda. Muy opuestos a la U. E., por la animosidad y odio de RASILLA contra Satrústegui. Propugnan la candidatura del INFANTE ALFONSO DE ORLEANS para que represente en España a D. Juan como Regente. Grupo con muchas simpatías entre los jesuitas, tiene claras inclinaciones democristianas, pero muy derechistas comparadas con las de Giménez Fernández.

OPOSICIÓN CENTRO-DERECHA

     1. Grupo de RODRÍGUEZ SOLER, el más derechista de este sector, monárquico pero opuesto a todo compromiso con los demás monárquicos, quizás por considerar más hábil conservar su libertad de acción en el caso que se haga difícil la restauración monárquica. Fue la más clara representación de este sector hasta la primavera de 1958, en que se organiza el

     2. Grupo de GIL ROBLES o Democracia Social Cristiana. Presidido por CARRASCAL Y TOBALINA, ya que Gil Robles se mantiene un poco al margen de la dirección de este grupo, para llegar a ser, como árbitro, verdadero jefe de los dos: éste y el anterior. Este grupo se adhirió a la U. E., pero no decididamente: quieren estar en ella para el caso de una restauración, pero un poco al margen para no complicarse en sus errores.

OPOSICIÓN CENTRO-IZQUIERDA

     Grupos llamados «accidentalistas» por considerar la monarquía aceptable o rechazable sólo como resultado de un plebiscito sincero, y que firmaron el documento llamado de Unión Democrática de mayo 1958.

     1. Grupo de GREGORIO ARRANZ (antiguo grupo de MIGUEL MAURA, liberal). Pequeño pero de gran influencia y prestigio en varias provincias. Tiende a gravitar hacia la Izquierda Democrático Cristiana.

     2. Grupo de DIONISIO RIDRUEJO, o Partido Social de Acción Democrática. Jóvenes intelectuales y artistas unidos sólo por el prestigio y personalidad de Ridruejo, pero que tienden a gravitar hacia el socialismo o hacia la I. D. C. El ideal de Ridruejo sería fundar un partido neosocialista con TIERNO, MADARIAGA y GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, mas no parece viable.

     3. Izquierda Democrática Cristiana. Existe como grupo desde principios de 1956, y luego con el nombre de Unión Democrática Cristiana empieza a ser verdadero partido con proyección hacia el futuro. En enero de 1959 se amplía y reorganiza bajo su actual nombre de I. D. C. Está presidido por M. GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, aunque es el conjunto menos personalista de todos los citados hasta ahora. Pese a la amistad personal y mutuo respeto entre Giménez Fernández y Gil Robles, actúa con absoluta independencia de éste y sobre bases sociales y económicas mucho más avanzadas. A este partido se han adherido ya la UNIÓN DEMÓCRATA CATALANA, la UNIÓN CRISTIANO DEMÓCRATA de Baleares y otras organizaciones similares. En su órbita se hallan los SINDICALISTAS CRISTIANOS y el citado grupo Arranz.

OPOSICIÓN DE IZQUIERDA

     1. Partido Socialista Obrero Español. En el que debe distinguirse:

     La organización exterior (PRIETO, LLOPIS, etc.) con la oposición filo-monárquica de ARAQUISTÁIN. Ha controlado y aún controla la organización del interior. Cierto característico «caciquismo» a la defensiva ante los elementos jóvenes y ante el interior. Decidido anticomunista.

     La organización del interior. Supeditada a la anterior, pero cada vez hay más diferencias entre ambas. Es más dúctil y realista que la exterior-intransigente, que carece de visión del país y de las realidades que impone la dictadura.

     La organización universitaria, o Agrupación Socialista Universitaria de GIRBAU, SÁNCHEZ MAZAS, BUSTELA, etc. Fue grupo independiente, que hace poco se unió al P. S. O. E. Jóvenes en general de la alta burguesía, inteligentes y un poco convencidos de que el mundo es suyo. Influencia grande, pero no decisiva, en Facultades de Derecho y Ciencias Políticas y Económicas.

     2. Confederación Nacional del Trabajo. Gran influencia y prestigio en los medios obreros de algunas regiones, especialmente en Valencia, Barcelona, Zaragoza. Buscan contacto con la Unión Española, también con los grupos de tipo liberal, en los que esperan hallar el apoyo político que les falta por su propia naturaleza sindical. Son el mayor enemigo del comunismo en el campo obrero español.

     3. Frente de Liberación Popular (rama universitaria: Nueva Izquierda Universitaria) dirigida por JULIO CERÓN. Línea pseudo-católico progresista y al parecer fellow travelers del comunismo, por lo que se recela enormemente de ellos en casi todos los ambientes de la oposición, como posibles «infiltradores» y agentes provocadores.

COMUNISTAS

     Son, como en todas partes. Aquí luchan por conseguir a todo precio la unidad de las fuerzas «democráticas» entre las que se cuentan. Se han probado infiltraciones de esta gente (y de agentes franquistas) en el P. S. O. E. y otros grupos. Muy peligrosos por su organización clandestina perfecta y por sus infiltraciones en otros grupos. Explotan con éxito el sentimiento antinorteamericano, medianamente extendido en el país, y dicen favoracer una tendencia neutralista en política internacional.

OPOSICIÓN DEL EXILIO

     Por hoy y hasta el momento en que los exiliados regresasen en bloque, no cuentan nada en el país. Éste es el caso de

     1. Republicanos y gobierno de la República (GORDÓN ORDÁS).

     Cuentan en la medida en que existen en el interior, y en dicho sentido ya han sido mencionados.

     2. Partido Socialista Obreros Español.

     3. Partido Nacionalista Vasco.

     4. Confederación Nacional del Trabajo.

     5. Partido Comunista.

EL FUTURO PREVISIBLE

     Tan pronto exista libertad, todos estos grupos podrán salir de su actual forma clandestina y embrionaria, crecerán enormemente y tenderán a irse fundiendo en los siguientes grandes grupos o partidos:

     1. Una confederación o asociación de derechas, que consolidarán, si pueden, la monarquía. Incluirá a los actuales democristianos de derecha. Clerical.

     2. Un partido centro-izquierda, predominantemente católico, y que muy bien podrá aglutinarse en torno a la actual I. D. C. Republicano, anticlerical moderado. [17]

     3. Una asociación de izquierdas, de seguro signo socialista. Republicano, anticlerical extremo.

     Como tendencias extremas, minoritarias e impopulares, que según las circunstancias se lanzarán a la conquista del poder o quedarán fuera de la ley y quizás aniquiladas:

     4. Los continuistas, ultrarreaccionarios, que mantendrán aunque la oculten su personalidad franquista y que se agruparán en torno a los restos del Opus Dei (la institución más vigorosa y perfecta de la personalidad de la etapa franquista). Teocráticos, se infiltrarán cuanto puedan en los demás partidos.

     5. Los comunistas, que el diablo sabe lo que harán.

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Mirar para ver

Por ABENAMAR                    

NI BORRÓN NI CUENTA NUEVA

     Nuestra esperanza de ayer revivió al hacérsenos visible en la juventud de ahora el nervio inconfundible de la raza: su incontaminable sentido de la dignidad.

     De ahí nuestro afanoso interés por las nuevas generaciones, tan extraño en 1949 a los que en su anclada quietud imaginaban detenido todo y a la misma vida en suspenso.

     Porque saben poco de España hablaban de «las camadas del franquismo»... ¡pero eso es tiempo viejo!

     Lo nuevo es olvidar que nos pusieron de oro y azul por nuestro afán de diálogo con jóvenes «del interior», todos, en su creer, deformados o infectados por la Falange.

     Ahora nos ponen como no digan dueñas desde los campos de Vergara, donde esperan sentados la imposible llegada de Maroto. ¡Bueno, no importa!

     Importa esa juventud en la que empieza a rebrotar España y a la que hay que decir, por ello, la verdad cruda, para que el halago con cuenta y razón y la excesiva fe en sus propias fuerzas no la llave al charcal de donde no se sale.

     Viene esto a cuento del poco afortunado artículo firmado por un joven de valía indudable. ¿Qué le ha empujado a pronunciarse en él por el «borrón y cuenta nueva»? ¿El atropellado fluir de los conceptos en un momento apasionado?

     Tal parece, porque inmediatamente antes habla de «clarificación total», y claro es que nada se clarifica con borrones.

     Pero si no fuera, como queremos y esperamos, simple error de expresión, habría que preguntarle algunas cosas.

     La primera, si ha pensado en que sobre las cuentas de la Historia no hay más posibilidad de echar borrones que sobre las canas y arrugas del otoño.

     Después, sobre qué hay que echar el borrón. ¿Sobre las culpas colectivas? ¡Malo! ¿Sobre los crímenes y las rapiñas del franquismo? Seguro que no es eso lo que ha querido decir.

     Pero imaginemos que los que tienen la plana y el pupitre se prestaran a la emborronadura. Después de ese borrón, ¿cómo se hará la cuenta nueva? ¿A la manera vieja? ¡Pues lucido negocio habremos hecho! ¿En forma verdaderamente distinta? Si es que de veinte años acá dan peras los olmos en España, bueno. ¿O será que los accionistas del régimen se han convertido al cristianismo? En ese caso, mejor, pero debe decirse para que no metamos la pata.

ARROJAR LA CARA IMPORTA...

     Claro está que entre lobo y pastor hay diferencia; pero claro, también, que no se les confunde. ¿O es que hay alguien que haya llamado lobos a los pastores?

     Hasta el más lerdo sabe que su oficio es distinto. El de aquellos es la dentellada. El de estos impedirla cerrándoles el paso y, si se echan encima, rompiéndoles los dientes.

     Ahora bien, si los pastores tocan el caramillo, duermen a pierna suelta o andan a puñadas entre sí mientras la manada acomete, ¿bastará luego con que digan que los lobos eran muy sañudos y que tenían los colmillos largos?

     No, evidentemente. Se les pedirá cuenta más o menos estrecha: ¿Qué hicisteis del rebaño que se os confió?

     Y si por lástima se les dejaba en paz, ¿es concebible que pretendieran seguir de rabadanes?¿No le tendríamos por cínicos y por insensato al amo que perdonara hasta ese punto?

     No vemos, pues, como lo natural tratándose de ovejas y pastores haya de ser distinto si se trata de una nación y de unos dirigentes que tañen la bandurria retórica, roncan o se pelean mientras la manada franquista se reúne y desenfunda los colmillos.

     Pero la cosa no para ahí ni mucho menos. A lo largo de la guerra siguieron dale que le das al divertido juego de la zancadilla, cuando no empujándonos al mutuo coceo en las barbas mismas de los lobos. ¡Lo preciso para ganar la guerra, vamos!

     Y después...

     Después, lo del Campo de Agramante fue una bucólica de Virgilio si se compara al «todos contra todos» armado por los impenitentes máximos.

     Cuando ya no quedó prestigio sano ni partido sin desgarrón, vino el intentar zurcirse para «la reconquista»: cinco años la zarpa en la greña disputándose la piel del lobo vivo...

     Y luego quince años «de nada», yendo y viniendo al cementerio -yendo y no viniendo en algún caso- sin otro plan ni idea que entonar la «seguiriya» plebiscitaria o el bonito romance de las Constituyentes -ahora en Re, claro, tan famoso en el pasado siglo.

     Claro que otra esperanza abrigan y que a ella se confía todo: la de que a lobo mayor le llegue la de vámonos y vaya -o le lleven- para nunca volver a Cuelgamuros.

     Si después de todo hay que callar aún, ¡nones! [18]

       
Católicos cristianos
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Mensaje de François Mauriac

 
                                                                                                                                                                                  Reproducimos a continuación el mensaje que el ilustre escritor francés -miembro de la Academia Francesa y Premio Nobel- y destacado católico envió a los estudiantes españoles en Francia, reunidos en el Colegio de Méjico de la Ciudad Universitaria de París con motivo del homenaje a Machado.           

     Es para mí un profundo pesar no poder unirme esta noche a todos los que han venido a rendir homenaje a la memoria de Antonio Machado. Mi intención no era hablaros de él -tantas otras voces más autorizadas que la mía lo han celebrado estos días-, sino hablarnos de España, de la que él fue un admirable hijo. De ella me hubiera gustado hablaros, de esta España que nosotros tenemos el derecho de considerar como nuestra por muy extranjeros que seamos, porque estamos ligados a ella por lazos espirituales que nada puede romper. Y para mí, bordolés, España tan cercana, ha encarnado desde mi infancia toda la grandeza y toda la poesía.

     Lo que me hubiera molestado para hablaros esta noche es que durante la guerra que os desgarró yo no fui neutral; pero, ¿es que la posición que tomé en aquel momento me condena hoy al silencio? No lo creo. Después de 20 años lo que importa para España es encontrar de nuevo su unidad espiritual, sea cual fuere la pasión que yo pusiera antaño en la política española. Mi única esperanza en lo que me concierne, es que se llegue en España a la reconciliación de los espíritus y de los corazones.

     Pero, ya lo sabéis: soy católico y, evidentemente, los problemas de la católica España son mis problemas. Yo hubiera querido recordaros esta noche lo que me hizo intervenir en la batalla de ideas que se desencadenó en Francia al mismo tiempo que la guerra civil española. Al principio no quise sostener más que la causa del pueblo vasco, mi querido pueblo vasco. Los vascos católicos, que lo son apasionadamente, querían continuar fieles a la República; no creían que la causa de la cristiandad estuviese ligada a un partido. Este mismo principio fue siempre el centro de mi vida: la independencia de la Iglesia con relación al César. Mis amigos y yo hemos luchado por que la Iglesia en Francia no esté enfeudada en las potencias de la derecha y en las fuerzas del conservadurismo social. Me parece que en este aspecto hemos ganado la partida.

     A los hombres de vuestra edad les resulta difícil imaginar lo que era la situación de la Iglesia de Francia entre 1905 y 1910, es decir, cuando yo entraba en la vida. El clericalismo pagaba los vidrios rotos del escándalo de Dreyfus. Se puede decir que la Iglesia en Francia llevó todo el peso de las represalias. La separación de la Iglesia y del Estado, la expulsión de las congregaciones religiosas..., dos terribles lecciones que no se perdieron. Es cierto. Cuando se compara la situación del catolicismo en Francia hace cincuenta años con la de hoy, el progreso realizado parece admirable. La Iglesia, lo mejor de sus miembros, se ha separado de la política y de los intereses materiales. Incluso fracasos como el de los sacerdotes obreros han sido fecundos y la Misión de Francia es de ello la consecuencia. En África del Norte son los católicos, digamos los cristianos, los que estuvieron en la vanguardia de cierta resistencia acerca de la cual no voy a insistir ahora.

     Jamás la situación del catolicismo en marcha ha sido lo que es hoy día, queridos amigos. Comprenderéis por qué evoco aquí el ejemplo de nuestra Iglesia galicana. No es por recitar la oración de los fariseos, no es para deciros: ¿Veis cómo nuestra Iglesia es mejor que la vuestra? Por otra parte, no ignoro que los problemas que se presentan en vuestro país son diferentes: pero una verdad es común a todos los católicos: el porvenir del catolicismo, sus progresos en el mundo estarán en razón inversa de su dependencia del César. El catolicismo político, ése es el enemigo de la verdadera Iglesia de Cristo.

     Esto es lo que hubiera querido desarrollar esta noche ante vosotros. Sobre esto hubiera querido responder a las preguntas que me hicieseis. Lo hubiera hecho como amigo de España y no como extranjero que interviene en cosas que no le incumben, porque, repito, los católicos de Francia y, sobre todo, los franceses del Suroeste como yo, pertenecemos de corazón a España y, en cierto modo, España nos pertenece. Con cariño, con respeto yo la saludo en vosotros, y con una confianza absoluta en vuestros destinos creo que vuestra generación recogerá el fruto de tantos sacrificios y sabrá aprender la lección de la Historia cuya responsabilidad reposa en las gentes de mi edad. Quizá políticamente estéis más avanzados que nosotros porque habéis sufrido más que nosotros, pero éste sería otro debate que hubiera sido necesario iniciar, porque yo mismo tengo de vosotros mucho qué aprender.

EDICIONES DE LAS ESPAÑAS

     Acaba de aparecer La cuestión religiosa en España, por Mariano Granados. Precio, libre de gastos de envío $ 13.00 para toda la República. Extranjero 1.10 dólares.

     La integración nacional de las Españas, por Anselino Carretero. Una aportación tan seria como valiosa para el conocimiento y solución de uno de los problemas básicos de España. $.15.00. Extranjero, 1.25 dólares. Pedidos al Apartado Postal 20921. México (1), Distrito Federal. [19]

       
España por dentro
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El XX aniversario de Machado

Por «Juan de JUANES»                    

     Parece increíble pero es verdad: En la España actual el nombre de Antonio Machado puede convertirse en una piedra de escándalo para sus gerifaltes. Así lo demuestran las diversas maniobras que los medios oficiales han realizado para obstaculizar los homenajes que los escritores y artistas españoles le han rendido con ocasión del XX aniversario de su muerte; y después, cuando comprendieron que esto era imposible, y hasta impolítico, los manejos ya más turbios, con que trataron de tergiversar el sentido de este homenaje. Veamos los hechos.

     A principios de febrero, un grupo de intelectuales franceses de la más alta categoría y del más diverso signo (Picasso, Sartre, Mauriac, Aragón, Cassou, etc.), decidió celebrar un homenaje a don Antonio junto a su tumba en Colliure, y se dirigió a los escritores españoles pidiéndoles su asistencia. El diverso signo ideológico de los franceses que firmaban este llamamiento era como un espejo en el que los españoles veíamos nuestro espíritu de reconciliación nacional. El homenaje a Antonio Machado se convertía así en nuestras conciencias, a la vez que en un emocionante recuerdo del más grande de los poetas españoles del siglo, en una reivindicación de lo que este hombre entrañado en el pueblo, digno y a la vez pacífico, encarnaba de nuestras preocupaciones actuales, y de nuestra necesidad de manifestarnos contra el clima de guerra civil en que quiere mantenernos el franquismo.

     Muchos escritores españoles, y en especial los residentes en Cataluña, por aquello de que les era más fácil y económico el desplazamiento, acudieron a Colliure. Allí, junto a muchos emigrados, pudo verse a Castellet, Blas de Otero, los Goytisolo, Caballero Bonald, Costafreda, Valente, Barral, Gil de Biedma, etc. Pero a la vez, el mismo día y a la misma hora, otros muchos escritores españoles -éstos con residencia en Madrid- se reunían en la casa de Segovia donde Antonio Machado vivió muchos años.

     El hecho de este homenaje segoviano, si se tiene en cuenta que la prensa, la radio y todos los medios de difusión oficiales lo silenciaron, tiene algo de asombroso. ¿Cómo tantos y tantos cientos de personas llegaron a saber de un acto que sólo de boca a boca o de tú a tú fue anunciado, y esto en el brevísimo plazo de cinco días? Indudablemente, sólo porque existe un clima común entre todos los intelectuales españoles.

     No se pueden poner puertas al mar. El franquismo lo sabe. Por lo tanto, decidió reducir el mal que no podía impedir. Y esto por dos medios: prohibiendo que en Segovia se celebraran actos públicos en homenaje a Machado y anunciando a bombo y platillo en toda la prensa, otro acto de homenaje, éste de inspiración oficial, que debía celebrarse, siempre el 22 de febrero y a las doce del día, pero en Soria. La diferencia era clara. En Segovia, concentración de la Policía armada y de la Brigada social. Y por si fuera poco, pistoleros de la Falange que dejaban caer la pistola del bolsillo como al desgaire, y la recogían luego del suelo con un gesto de desafío. En Soria, acto oficial, Muñoz Alonso, flores las autoridades y los poetas vendidos (recordemos sus nombres: Rafael Morales, Manuel Alcántara, Luis López Anglada, Salvador Jiménez y Pérez Valiente, todos poetas de segunda fila, dicho sea por otra parte). En Segovia, cientos y cientos de intelectuales, escritores, estudiantes, pintores y actores que no encontraban un lugar lo bastante amplio para reunirse. En Soria, el elemento oficial, los periodistas y las señoritas de la localidad, y los muchachos arrancados de los colegios para llenar en lo posible la sala en donde se celebraba el acto. En Segovia, la verdad de España y el corazón popular de Machado redivivo. En Soria, la mentira y el fracaso de una maniobra con la que se pretendió desfigurar lo que en verdad había que decir y realmente dijeron los intelectuales españoles. ¿Hace falta otro plebiscito? En lo que respecta a los intelectuales, escritores y artistas, evidentemente no.

     Pocos días después, los estudiantes de Madrid, que acudieron en masa a Segovia por sus propios medios despreciando los autobuses y la excursión pagada que se les había ofrecido para que fueran a Soria, organizaron un acto de homenaje a don Antonio Machado en el Paraninfo de la Universidad. Firmaban la convocatoria cuatro «grandes» (Menéndez Pidal, Marañón, Montero Díaz, Teófilo Hernando) y cuatro de los que los universitarios llaman «jóvenes maestros» (Vivanco, Celaya, Hierro y Figuera Aymerich). Una vez más, encontrábamos así reunidos en torno a don Antonio, a hombres de las más diversas edades y de las más diversas tendencias. Nada más pacífico. Nada más esperanzador. Nada tan hermoso como ver a Antonio Machado ganando a los veinte años de su muerte este espíritu de reconciliación, regeneración y amor de España. Nada más limpio. Pero...

     Cuando ya el acto había sido anunciado, hasta en la prensa, y los estudiantes pletóricos de entusiasmo se agolpaban en el paraninfo, llegó una increíble noticia: el acto había sido suspendido. Unos carteles fijados en las puertas lo anunciaban. Pero con esto nos hallábamos otra vez en las mismas: no se pueden poner puertas al mar. Los estudiantes que abarrotaban la sala decidieron no moverse de allí, y cuando Hierro, Celaya y Figuera Aymerich ocuparon sus lugares en la presidencia, estalló una ovación. Poco después, el rector don Valentín Andrés Álvarez, ante la presión de las circunstancias, revocaba la prohibición y hasta presidía el acto. No podía hacerse otra cosa, so pena de provocar una estrepitosa manifestación estudiantil. Por otra parte, el acto fue planteado en términos académicos. Habló uno. Y luego otro. Y luego otro. Hasta que se levantó Gabriel Celaya y dijo lo que todo el mundo estaba esperando que se dijera y nadie decía por cobardía. Y entonces, el paraninfo se vino abajo de ovaciones. Y se entendió por qué razones las autoridades habían querido suspender el acto.

     Muchas revistas y periódicos españoles han recordado estas últimas semanas el nombre de Antonio Machado. Pero las coerciones que pesaron sobre el homenaje [20] de Segovia y sobre al acto de la Universidad, han gravitado aún más fuertemente sobre ellas. Sólo pondré como ejemplo lo ocurrido con la revista «Acento».

     «Acento» es una revista del «S. E. U.», pero es una revista que, pese a las subvenciones de que vive, viene mostrando, por el ánimo de sus directores y de su consejo de redacción, un gran espíritu de independencia, valentía y amor a la verdad. Cuando invitó a los escritores españoles a que colaboraran en un número de homenaje a Machado, pocos se negaron. Pero... Ya estamos en el pero. El Director general de Prensa, Adolfo Muñoz Alonso, se alarmó: ¿Por qué? El sabrá. Empezó por exigir que al frente del número de «Acento» figurara un texto suyo. Recomendó -es un decir- que no faltaran los poemas que los cinco traidores habían leído en Soria. Prohibió que se hiciera alusión a los homenajes de Colliure, Segovia, la Sorbona y la Universidad de Madrid. Y a última hora, cuando la revista ya estaba tirada, ordenó la supresión de algunas colaboraciones, a pesar de que ya habían pasado por la censura. Así, por la sencilla razón de que entre los colaboradores habían «demasiados rojos» («nos ganan 11 a 5», fue la frase), se tiró al cesto el maravilloso poema a Antonio Machado que Blas de Otero leyó en la Sorbona, una estupenda y completamente apolítica crónica de Carlos Barral, otro poema de Celaya en el que se evoca la habitación de la pensión de Segovia donde vivió don Antonio, etc.

     Varias revistas han publicado o tienen en preparación homenajes a Machado. Y todas han pasado y están pasando por peripecias semejantes a las de «Acento». En el fondo, el juego está claro. El franquismo no puede renunciar a Antonio Machado. Pretende hacerlo suyo, como ha pretendido hacer suyos después de muertos, a todos los grandes españoles que le combatieron y negaron (Unamuno, Falla, Juan Ramón, etc.). Pero esto exige «interpretaciones». Machado tal como fue, tal como se pronunció, y habló, y cantó -y ese Machado en verdad, en verdad, es el que hoy arranca tantos fervores y admiraciones- constituye una piedra de escándalo. Por eso a los veinte años de su muerte siguen sin publicarse en España sus obras completas. Muñoz Alonso le admira, según dice, pero prohíbe, no sólo sus libros, sino hasta los comentarios en prosa, verso o gritos de quienes sabemos lo que significa la verdad y la entereza de nuestro poeta.

     España clama por donde puede. Estas últimas semanas lo ha hecho a través de nuestro don Antonio, y a pesar de todos los pesares de la censura, de la policía y de las intervenciones arbitraria y extralegales, ha conseguido decir lo que quería: Antonio Machado fue pueblo. Y porque fue pueblo estuvo siempre contra lo que el franquismo significa. Antonio Machado fue sencillo y a la vez digno; fue pacífico y a la vez insobornable. Fue ese gran poeta y ese gran hombre que en estos momentos difíciles nos sirve de ejemplo y guía.

(España, junio de 1959).               

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Lección de Antonio Machado

Por José Ramón ARANA                    
 

     Cuando un pueblo calla, falto de voz aún para decirse, o porque le han forzado a callar, su latido sólo percute de manera continua y descifrable en la especie de pulsos que forma la llamada inteligencia y, modernamente, la porción más noble, más vital de las juventudes universitarias. En España se confirmó esta regla en todo tiempo de silencio. El señor de la Torre de Juan Abad ya sacaba los pies de las alforjas cuando el proverbio, ante la Inquisición, ¡chitón!, no caía en España de los labios.

                                              No he de callar por más que con el dedo           
ya tocando a la boca, o ya a la frente
silencio avises, o amenaces miedo.

     Y antes de don Francisco, no faltaron intelectuales con sotana que dijeron al rey verdades como puños, no inventadas por ellos, sino implícitas en el sentir popular y enraizadas en vislumbres y anticipaciones propios de nuestra tradición verdadera.

     De Quevedo a Gaya y Jovellanos, la especie de cordillera de la inteligencia española -ininterrumpidamente liberal, es decir humana antes de todo- baja, ciertamente, de altura, pero se ensancha por momentos para alzarse otra vez con Pi Margall, Costa, Galdós, Cajal, Giner... e inmediatamente, con las grandes figuras del 98.

     Más tarde, fueron contados los hombres de valía en los que la poquedad de ánimo, el egoísmo o el despiste, no dieron plaza a la vergüenza cuando el franquismo pudo contra España. Hoy, por último, con la verdad monda ante los ojos y a la luz cruda que sube la conciencia, cuando nada distrae ni da pretextos íntimos para la evasión o para el quiebro, la casi unanimidad de ayer ha perdido el casi en el sonrojo que la dictadura produce y en las repulsiones que inspira a cuantos significan algo en el campo de nuestra cultura o son firme promesa, lo demás, el verso de sacarina y colorete, la mixtificación, el manierismo, poco tienen que ver con ella.

     Desde que Laín Entralgo perdió la Rectoría por fidelidad a unos principios, la unanimidad se sabía cuajada o inminente, pero faltaba que saliera a luz de manera expresa, frontal, sin lugar para la duda o el equívoco. Ahora no puede haberlos. Los actos celebrados en Segovia y Madrid como homenaje a don Antonio han sido clara, inconfundiblemente políticos, ni más ni menos que la convocatoria. En aquellos, palabras del poeta que no decían esta vez de hondas serenidades, sino de España, de su nuestra España, rompieron veinte años de silencio, pero dentro, en los hombres, no sólo en los oídos. En ésta, se calificaba a Machado de hombre libre, de fiel a su pueblo, a su dolor y a su esperanza, y se caracterizaba el acto organizado por intelectuales franceses como homenaje de exaltación y solidaridad rendido a don Antonio, y por él, al silencioso pueblo español. Más claridad no cabe.

     Con ser tanta que más era imposible, ni siquiera el asustadizo liberal de prosa limpia e historia ya no tanto y los apacentadores de nubes dejaron de decir esta firma es mía.

     Los que se trasladaron a Coilloure, como los seiscientos de Segovia y el millar reunido en la Universidad madrileña -pese a tejemanejes y a una suspensión (2) finalmente imposible- votaron abiertamente contra la dictadura en las barbas mismas de los secuaces de la dictadura. Nada más difícil de enturbiar que la significación de ese voto, comprometedor y denunciador a un tiempo, contundente por colectivo, lleno de resonancias y promesas por la propia heterogeneidad de los votantes. Fue, en verdad, el primer acto de reintegración española, el primer escrutinio ganado en mucho tiempo por España, esta vez, al amparo de un mayorazgo de su espíritu.

     Pierden el tiempo, pues, quienes se empeñan en arrimar al ascua nueva la sardina sin sitio en los rescoldos liberales y algo además del tiempo los que tras de mucho inflar su admiración por el poeta pretenden minimizar ahora un resultado de su entrañamiento en la verdad de España y de la nobleza de su vida. Buen dato este para calar conversos, porque la obra de Machado no es hermosura quieta, al modo de las antiguas catedrales, sino palabra viva, palabra con ánima y con carne de un tiempo que es el nuestro.

*

     El llamamiento para rendir homenaje «al mayor entre los poetas españoles de nuestro siglo», lleva tras la firma de quien acertó a redactarlo -el sabio presidente de la Academia Española, don Ramón Menéndez Pidal- las de setenta y cuatro intelectuales invitados a suscribirlo. Examinarlas, luego de haber pesado los conceptos fundamentales de tan noble convocatoria, da lugar a varios consideraciones.

     La primera, sobre el sentido de esa reunión de conciencias en torno a una sin desviación, sin empañamientos, y a su consecuente actitud ante la tragedia de España.

     Si se piensa en la significación propia o familiar que tuvieron ayer, muchas cosas se aclaran y adquieren el resalte debido: por lo pronto, el poder de la verdad, la igual intención de toda conciencia recta, la inevitabilidad del oscurecimiento y la catástrofe cuando en vez de dialogar se embiste... Porque hasta donde nuestra información alcanza, sólo dos de los setenta y cinco firmantes estuvieron al lado de la víctima secular cuando se alzó el franquismo, y buena parte de ellos, creyendo, sin duda, que combatían por España, combatieron por él.

     Ahora, disipada la niebla hecha de dogmas y de odios, de pasiones desmesuradas y de hábiles mentiras, lo común español reaparece más nítido y rotundo, más sustantivo en las conciencias -política y humanamente hablando- que lo ofuscador de las doctrinas en conjunción con una circunstancia.

     Escarmientos y decepciones han ido abriendo paso [22] a un principio de contrición nacional que empuja a la reintegración, a juntarse más allá de la decrepitud de los bandos, si incapaz el uno de nacionalizar sus victorias cívicas y de resolver los problemas básicos de España, incapacitado el otro incluso para sostenerse en el poder sin violencia y, además, cargado con el inarrojable lastre de los crímenes y de las rapiñas del franquismo.

     Pero la reintegración no puede hacerse sin más que sentimientos e inclinaciones colectivas. Hacen falta ideas claras, hombres que hayan dejado atrás las fangales de la mezquindad y de la inercia y, no menos que esas ideas y esos hombres, hacen fala símbolos, figuras no inventadas que reúnan en sí a los más altos valores de la estirpe el de ser parteros de la España joven

                                             «. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .que se hace           
del pasado macizo de la raza.»

     Tal Antonio Machado, hombre libre porque lo supo ser -...nada os debo, debeisme cuanto he escrito-, político esencial en cuanto su entender y su sentir al pueblo, su cantarle la verdad cruda, su juntarse inseparablemente a él y seguirle en el vencimiento, son valores políticos en curso, fuerzas movilizadoras y demoledoras, especie de matrices para configurar los fundamentos de una nueva mentalidad política.

     José Manuel Caballero, joven, sin duda, ha escrito en Coilloure junto a la tumba de Machado:

                              Con una mano escribo           
y con la otra abro
las páginas de un libro.
Aquí está la palabra
que busqué tantos años.

     Efectivamente, en la obra de Machado, rama y flor de la vida de don Antonio, va reencontrando España palabras que perdió hace siglos.

     Otra de los consideraciones que sugieren las firmas de los convocantes y los actos a que el llamamiento dio origen, es sobre la tremenda fuerza del espíritu.

     No está demás pararse un momento a contemplarla, tanto porque es hora universal de ceguedades -es decir, de unilateralidad idéntica bajo distinto signo-, como porque en España mismo tuvo muy largo eclipse; lógico allí, justificado, fuego de tanta decepción y tanto fraude.

     Faltaba para encender de nuevo sus hogueras algo en qué poder creer, y esa razón de fe en nosotros mismos ha sido hallado en quien no encontraba para el hombre valor más alto que el de serlo; que el de ser hombre enteramente humano en cada instante de la vida.

     Tal era don Antonio. Por serlo estuvo con la víctima secular y padeció con ella sintiendo en sí toda desgarradura. Tan fiel supo serle, que cuando la marejada de la derrota arrojó contra la frontera de Francia a medio millón de vencidos, él era uno. Otro, su sombra tutelar, su madre. Anciana ella, el poeta débil, enfermo, viejo, caminaron bajo la lluvia el último tramo de tierra propia que les separaba de tierra extraña, pero libre, lo cubrieron apoyándose el uno en el otro, menos débil la mujer, por madre, ante el acabamiento del hijo, agotado, herido ya de muerte a fuerza de males y desolaciones don Antonio.

     Nadie más desvalido que el poeta en aquellas horas amaras y, sin embargo, dos décadas después ha podido más que todas las insignias, más que los gigantones de entonces y que la mentira y que el miedo, mucho más que las armas y los esbirros de quienes le empujaron a la muerte al empujarle fuera de su patria.

     Tanto ha podido, que incluso los vencedores de ayer -la taifa señoritil por él puesta al desnudo y combatido con singular dureza- ha tenido que simular en Soria otro homenaje, en inútil intento de desdibujar la derrota que acaba de infligirles.

*

     Jean Cassou ve a don Antonio «caminando, siguiendo a su querida España por todos los caminos de su destino, siguiendo a su pueblo como sigue el pastor a sus ovejas...».

     Así fue ayer. Con «paso pesado y lento de viejo pastor», hizo camino largo por el que lleva al alma de su pueblo. Le tentó con la suya muñones, brasas y secanos, lo opaco como lo que hay tercamente noble en ella.

     Quieto ahora el viejo pastor que vio Cassou y que entrevió Darío -«...fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez»-, sirve como lección de vida a la España por él adivinado. También adivinó nuestro destino, el de la generación del sacrificio, de la pasión y de la culpa:

                               Españolito que vienes           
al mundo, te guarde Dios,
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

     No pudieron helarnos el corazón a todos, pero pararon el de muchos y pulverizaron el sueño mejor de nuestras vidas; ese que empieza a renacer ahora en la generación de la esperanza.

*

     Para cuantos formamos en el grupo de Las Españas, esta integración de los intelectuales españoles en torno a don Antonio y que su nombre haya servido de bandera para reunirse a mirar cara a cara, serena, severamente, a los jerarcas del franquismo, es causa de satisfacción profunda.

     Entrañable para nosotros, su pensamiento y su espíritu han estado presentes en cada número de Las Españas y su Diálogo, que si en aquel tienen nuestras ideas su raíz más esclarecida, de éste hemos tomado fuerza para seguir creyendo.

     La constante presencia suya en toda intención nuestra, llevó a Las Españas a organizar un homenaje al poeta en cada aniversario de su muerte. La importancia del que le fue rendido en 1948 hizo que fueran recogidas las intervenciones en el primer «Suplemento» de nuestra revista. Razones son estos que evidencian cuán fervorosa es nuestra adhesión a los actos celebrados en Segovia, Madrid y Coilloure, y el emocionado agradecimiento que sentimos hacia los intelectuales franceses dignos una vez más de la mejor tradición de Francia. [23]

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Los amigos nos dicen...

     Os felicito, os doy mi enhorabuena y os envío mi adhesión, queridos compañeros de Las Españas. Bajo seudónimo tengo que escribiros, pero estoy en todo identificado con vosotros. Puesto que los largos años pasados en prisiones militares, por el delito de «rebelión militar», me han servido para meditar lo suficiente los errores padecidos «antes, durante y después» de la guerra. Estaba haciendo mucha falta el editorial que habéis publicado; vuestros «propósitos» son los míos y los de muchos españoles que pensamos al unísono con la integración que haga posible el diálogo entre españoles. Debe terminar ya, de una vez, el recelo, la desconfianza, la capillita, que hemos tenido hasta dentro de las prisiones. El pensar de esta forma no me hace abdicar de los postulados de Libertad y Democracia que siempre he defendido, pues ¡bueno faltara! que el simple hecho de intentar el diálogo sirviera para pensar de distinta manera. Estamos en el terreno en que conscientemente debemos aceptar los distintos matices, salgamos de la trinchera, confraternicemos y pensemos serenamente en «las Españas» para llegar a España, la que nos satisfaga en un mínimo a todos los que hemos tenido la dicha de nacer aquí.

     No tengo espíritu evangélico, aunque me gusta admirar a los que lo poseen. Cuatro, a lo más cinco, han sido los seres humanos que pude encontrar lo poseían. Siento a España en el espíritu y la carne, por encima de todo, a ella la pongo; di mi sangre por defenderla y no me mueve ningún interés bastardo al decir lo que digo, ni al hacer lo que hice. Vosotros decís: «Escuchar la verdad y meditar sobre lo oído con voluntad de analizar la otra razón, de contrastar la propia y, sobre todo, de comprender al hombre que la dice, significa haber llegado al escalón más alto de la humanidad». ¿Cuántas meditaciones hemos hecho, unos a través de la reja carcelaria y otros desde el exilio?

     Conservo toda la memoria de los hechos pasados, y me parece lo más noble que se ha podido hacer hasta el presente lo que habéis hecho vosotros. ¡Albricias! el sentido común vuelve a reinar en la mente de algunos españoles QUE FRUCTIFIQUE.

(España.- X. S.)          

     Por casualidad ha caído en mis manos el Diálogo publicado por ustedes. Muy interesante me ha parecido su contenido y muy acertada la posición defendida en él; máxime cuando nosotros, aquí, nos encontramos tan alejados e ignorantes de estas actividades que tanto nos interesan a todos los españoles.

(España.- X. Y.)          

     Muchas gracias por darme la oportunidad de terciar en el Diálogo. No sé si lo que tengo que decir en este momento es cosa para dialogar o para conspirar. Me inclino a esto último. Pero tal vez, aunque parezca inocente y hasta estúpido, la mejor manera de conspirar sea esta de airear la conspiración. Algo de esto hizo Cristo, y con gran resultado.

(Estados Unidos-. A. M.)          

     El segundo número de Diálogo de Las Españas ha causado aquí la mejor impresión y suscitado muy favorables comentarios.

(España.- X. Z.)          

     Les estoy muy agradecido por los envíos de Diálogo y el último Suplemento. Los he enviado a buenas manos. Llegado de España en 1948, conozco bien los esfuerzos que el régimen franquista hace para mantener en la ignorancia a nuestros compatriotas y aumentar en lo posible la confusión y la desconfianza entre ellos.

(Francia.- E. P. P.)          

     Aquí entre nosotros su publicación ha puesto de manifiesto el paralelismo que existe en la evolución espiritual de los peregrinos y de los solariegos -quiero decir de los solariegos con conciencia. Creo que estamos contemplando a España desde un vértice común, que hubiera parecido inalcanzable hace sólo cinco años. De todo lo que se ha hecho fuera, lo de ustedes es sin duda lo más convincente. Ese lenguaje de ustedes es ya el lenguaje común y seguramente aquellos de ustedes que han penetrado en el entresijo de nuestra vida confinada, tiene perfecta conciencia de ello. Creo que el deber de todos es adivinarnos y no inventarnos, aunque la primera cosa sea mucho más difícil.

(España.- De un escritor, falangista en su juventud.) [24]          



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El fuego, tema del nuevo mural de José Vela Zanetti

     Una de las características que da la pauta sobre un pintor es el estilo. Estilo, palabra tantas veces cambiada, disfrazada o enmascarada bajo nombres de escuelas o ideologías, cuando poco o nada tiene que ver con éstas, ya que es individual y propio, se desenvuelva en el ámbito en que se desenvuelva. Se podría decir que el estilo está en razón directa de la personalidad del pintor.

     El caso de Vela Zanetti es el de un pintor con estilo. Su principal característica es un trazo pleno de vigor. No hay concesiones. La línea sigue su inspiración en forma directa y por lo tanto inconfundible. El mural que comentamos representa un tema tan antiguo como la humanidad, el fuego. El fuego tema universal visto a través de la lente de la mitología mexicana.

     Fácil hubiera sido a Vela Zanetti, recurrir con tema semejante a efectos fáciles de llamas y reflejos plasmados en forma teatral, y destinados al halago y la comprensión del espectador medio, pero haciendo caso omiso de tales consideraciones, ha evitado todo lo que significase caer en efectismos estereotipados, carentes de veracidad.

     Por otra parte, aunque el muralista ha utilizado un tema ajeno a cualquier representación de tipo social, tan corriente en la pintura mural mexicana, sí ensalza en forma angustiosa el eterno problema del hombre: sacrificio, resurrección y triunfo, que es en sí medula de cualquier movimiento social.

     El respeto al muro es otra característica fundamental en la pintura de Vela. No hay escorzos ni trucos de perspectiva; todas las líneas y todas las formas resbalan sobre la perpendicular por el muro establecida.

     Este mural, compuesto de dos secciones, nos deja entrever en la primera, por medio del color, toda la enorme energía que es capaz de desencadenar el fuego, llevando así un singular paralelismo con el sacrificio de Quetzalcoatl. En la segunda parte se conserva ese paralelismo entre hombre y elemento: el fuego se libera en forma de soles y Quetzalcoatl hombre se libera también convirtiéndose en Quetzalcoatl dios.

     En virtud de la maestría en el tratamiento, el mural alcanza homogeneidad y vigor difíciles de conseguir con el tema de lo efímero y lo perdurable en conflicto y fusión eternas.

*



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Nazarín

     El triunfo de «Nazarín» en Cannes ha sido motivo de doble satisfacción para quienes haremos Diálogo de Las Españas: por significar un nuevo y ahora rotundo, reconocimiento internacional del talento de Luis Buñuel, y porque triunfo tan resonante ha sido logrado para México, único país que permanece inconmovible en su actitud de repudio a la tiranía franquista y de noble amistad hacia quienes defendieran y defienden las libertades españolas.

     Sobre esta singular película poco o nada puede decirse sin reacuñar algo de lo dicho. Subrayaremos, sólo, que la rotunda discrepancia de crítica y comentadores al apreciar el sentido, es decir, la consecuencia que cabe sacar de «Nazarín», no estorba a la coincidencia casi común en el elogio. Ese margen para que el espectador cree o recree sobre posibilidades distintas, dice más de la calidad de esta obra que cualquier serie de adjetivos.

     Prenda de realidad humana en esta criatura de Galdós, recreada por Buñuel en imágenes, es la existencia de lucha íntima, nudo y razón de «Nazarín». Porque cuando la realidad saca a empellones de la especie de cielo a la medida que es toda fe no puesta al yunque, nada más lógico que el encontronazo brutal entre la desesperación y la esperanza, y el que ambas se mantengan tensas, en avances y retrocesos alternos, entre paréntesis de duda.

     Por último, ya de manera marginal, vale la pena remarcar las confusiones que originan cuanto de tramposo e hipócrita hay en el clericalismo español. Porque confusión y bien notoria es la que lleva a Bardem a considerar que esta película muestra lo inútil de la caridad cristiana. Esta inutilidad, cierta si se refiere a lo más anticristiano que pueda darse, la limosna para enmascarar terribles injusticias sociales o para satisfacer la vanidad más monstruosa -la íntima-, nada tiene que ver con la caridad verdadera, que no es otra cosa sino amor esencial por toda criatura, ese que se sobrepone a cualquier antipatía, a toda diferencia, a cuanto nos divide y nos separa por sobre nuestra común naturaleza.



Notas de Juan ARANA

EL OLVIDADO

BENITO PÉREZ GALDÓS, por Bagaria [25]


     
Motivos de diálogo
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Carta de don Manuel de Irujo

 

     Queridos amigos de Diálogo:

     «Para que tú respondas» canta uno de los números que llego a mis manos ahora. Pues, respondo, correspondiendo muy a gusto a su invitación. La España monárquica, a partir del siglo XVI fue monólogo. La República, aparte de ser el régimen de la democracia, fue diálogo. Y hablando se entienden los hombres. Ustedes son diálogo permanente. Aunque no hubiera otro motivo, serían ustedes mis amigos, por aquel solo. Pero van a permitirme una observación, una sola.

     En su Programa, contenido en las páginas tres y siguientes del número dos, entre los puntos de orden político afirman ustedes: «Respeto absoluto a la lengua y a las peculiaridades culturales de Cataluña, Euzkadi y Galicia (partes integrantes de la cultura española)». Y yo me pregunto: ¿por qué respeto a las peculiaridades «culturales» y no a las restantes?; ¿por qué el orden político se reduce en ese texto a lo «cultural»? Dentro de poco dirá eso mismo Franco. ¡Ya han comenzado a practicarlo sus criaturas! La Diputación de Navarra, a través de «Príncipe de Viana» ha subvencionado las escuelas -los escolares que hablan lengua vasca- con 250000 pesetas anuales. ¿Es que «eso» satisface a un demócrata, hecho para el diálogo constructivo y creador? Mis queridos amigos ¡hagan el favor de suprimir de ese texto el calificativo de «culturales» dejando el sustantivo de «peculiaridades», que no tiene gran hidalguía, pero que, al menos, no es excluyente! Porque, mis amigos, lo excluyente por sistema, se parece bastante a lo sectario y a lo intransigente, y nada de esto puede ser aceptado como demócrata.

     Muy suyo,

Manuel de IRUJO.»              



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Respuesta de A. de la Sierra

     Mi querido amigo:

     Las Españas me ha encargado la respuesta de la Redacción a la carta que usted nos escribió a propósito del artículo «Para que tú, español, respondas» y del Llamamiento a la razón «Concordia y Convivencia Nacional», publicado en el segundo número de este Diálogo.

     Lo hago, con gusto especial en este caso por tratarse de usted, y comienzo por darle, en nombre de la Revista, las gracias por sus líneas, breve colaboración que añadir a las más extensas prestadas por usted a Las Españas y a sus Suplementos en ocasiones anteriores.

     Hace usted la observación de que en el programa claro y concreto que, en principio, proponemos para el derrocamiento del franquismo y el gobierno provisional de «concordia y convivencia nacional» que inicie la reconstrucción material y moral de España y lleve la vida política de nuestra patria a cauces democráticos, incluimos un punto que establece el «respeto absoluto a la lengua y a las peculiaridades culturales de Cataluña, Euzkadi y Galicia -partes integrantes de la cultura española»-; y protesta usted por este calificativo de «culturales», que te parece excluyente, excluyente de lo «político».

     Somos diálogo, en efecto, y vamos a dialogar, lo que en este caso será por mi parte hacer algunas «aclaraciones» a nuestras palabras y a su «Observación».

     En primer lugar, el adjetivo cultural, por lo menos para quienes lo hemos puesto en el número de Diálogo a que usted se refiere, no excluye lo político, ni mucho menos. Y por ello al «respeto a la lengua» hemos añadido «y a las peculiaridades culturales» de Euzcadi (Acepto gustoso el nombre que ustedes dan al País Vasco y precisamente por ello -porque lo acepto e incorporo a mi vocabulario- lo escribo con ortografía castellana. La K, que para escribirlo en vascuence han adoptado los vasquistas, con igual indiscutible derecho que podían haber adoptado cualquier otra, es letra extraña al castellano moderno, aunque en documentos de la primitiva Castilla -la primitiva Castilla vascocántabra- se escribía a veces K en lugar de C). Las formas políticas propias de un pueblo pertenecen a su cultura; a la antigua cultura vascongada pertenecieron sus formas políticoeconómicas de democracia foral, tan semejantes a las de la democracia comunera de la vieja Castilla. No ha estado, pues, en nuestro ánimo establecer exclusiones, sino todo lo contrario: dejar puertas abiertas a más amplias salidas.

     Sabe usted que para quienes hacemos Las Españas -el nombre de por sí ya es bien significativo, y más inequívoco el hecho de que las páginas literarias de la Revista han sido plurilingües en la medida de nuestras posibilidades- nuestra patria es una comunidad o familia de pueblos -que no excluye a Portugal- a ninguno de los cuales corresponde el calificativo de español con más propiedad que a cualquiera de los restantes, porque España -o Iberia, que para mí es lo mismo- es el conjunto de todos ellos, o el vocablo -bien definido geográficamente- carecería de sentido nacional, y para nosotros lo tiene muy hondo.

     Por otra parte, y fundamentalmente, el programa, que usted comenta en un punto, no es, no puede serlo en modo alguno, un programa definitivo, al que tengamos que aspirar como meta final todos los que en este momento preconizamos una política liberal -en el original sentido español de la palabra, no en el mercantil inglés- y democrática de concordía y convivencia -no borrón y cuenta nueva- o reconciliación a ultranza -según se aclara en otro lugar de estas páginas- para sacar a España del trágico atolladero en que el franquismo la ha sumido; sino un compromiso mínimo entre todos los españoles de buena voluntad para una etapa definida de transición.

     A este respecto me permito copiarle el siguiente párrafo del artículo «Concordia fraternal» publicado en el mismo segundo número de Diálogo:

                Para llevar a cabo una política de concordia y convivencia es fundamental que todos nos demos cuenta de las limitaciones de su programa, que no puede ser el de ninguno de los individuos [26] o grupos que lo suscriban, sino terreno común de coincidencia entre todos los españoles de buena voluntad. Para llegar a esta coincidencia (mínima común del mayor número posible de compatriotas) será preciso que mientras tal política esté en vigor (es decir, hasta la total realización de su programa) unos y otros transijamos, cediendo temporalmente parte de nuestros respectivos programas e idearios para limitarnos a derrocar la actual tiranía y llevar la vida nacional hacia cauces democráticos. Todos tenemos que poner en esta obra el mayor empeño y la mejor voluntad... para colaborar sin reservas en la política de concordia y convivencia, en espera de hacer triunfar nuestras ideas en el terreno constitucional. Pensemos que no están en juego tales o cuales opiniones sino la vida misma de España entera.           

     Sí, todos tenemos que transigir en bien de todos, para llegar a esa «coincidencia mínima común al mayor número posible de compatriotas», reservando para nuestro personal ideario -o el de nuestro grupo o partido- las metas máximas del propio programa político. Sin esta transigencia, la política de concordia y convivencia que España perentoriamente requiere no tendría el menor sentido.

     Usted y yo somos federalistas, creemos que mientras el Fuero constitucional de España no la declare una Federación de Pueblos (regiones o países -como la República federal alemana-, estados -como EE. UU. de Norteamérica y Méjico- o repúblicas -como Yugoeslavia-, que el nombre poco importa) autónomos, el estado español se vestirá con «ropa de bazar» y no cortada a la medida, según expresión de nuestro ilustre colaborador y amigo don Luis Nicolau d'Olwer. Sin embargo, no podemos pretender que un programa de concordia y convivencia comience por declarar la República federal, punto de vista que -seguramente por desconocimiento de nuestra verdadera tradición política- hoy no comparten millones de españoles bien intencionados. Unos y otros tendremos que transigir de momento con una actitud liberal, como la del punto que motiva estas líneas, que además de un reconocimiento de la personalidad peculiar de Cataluña, Euzcadi y Galicia (implícitamente de la de los restantes pueblos ibéricos), es un desagravio explícito para la inmensa mayoría de los catalanes, y en menor proporción numérica para vascos y gallegos, en lo que para ellos es particular ofensa -en todo lo demás han sufrido idéntica opresión todos los pueblos de España-: la prohibición del uso en el ámbito regional de sus respectivas lenguas vernáculas; para mí tan españolas -cualesquiera que sean su marco geográfico y su desarrollo literario como la llamada castellana- nacida y hablada espontáneamente en Cantabria y parte del país vascongado antes que en el resto de la Península, cuando al oeste del río Pisuerga se hablaban bables leoneses y al sur del Duero romances mozárabes-, y desde el punto de vista de la estirpe el vascuence más que ninguna, como idioma empleado en nuestra península desde muy remotos tiempos prerromanos.

     Muchos españoles son, como usted, creyentes católicos; otros, como yo, no lo somos. Dentro de una política de concordia y convivencia, acorde con la presente realidad de España, tan insensato sería que los católicos pretendieran hacer de su credo religión oficial del estado, como que los no creyentes implantáramos de golpe y a rajatabla un laicismo radical con absoluto desconocimiento de los sentimientos religiosos de una gran parte de España: habrá que llegar inicialmente a una transacción, más o menos parecida a la del punto diez del programa político de referencia.

     Usted y yo somos demócratas; pero yo, como algunos otros amigos de Las Españas -no todos-, soy además socialista. Tengo el firme convencimiento de que los problemas económicos que la humanidad tiene planteados en su actual etapa de desarrollo sólo pueden encontrar justa y cabal solución dentro de un socialismo democrático y liberal -repito que en la acepción española y profundamente humana del vocablo, de generoso respeto y atención al prójimo, pues en la mercantil inglesa sería un contrasentido- que, con la propiedad colectiva de los medios de producción y cambio, haga imposible la explotación económica de unos hombres por otros. Sin embargo, no se nos ocurre, ni remotamente, incluir en el programa de una política de concordia y convivencia la socialización inmediata de la tierra, la banca, la gran industria y los transportes; tampoco podemos pasar por alto la tremenda miseria en que vive una gran parte de nuestro pueblo y la inicua explotación de que es objeto por parte de las minorías privilegiadas del régimen franquista. Tendremos que aceptar una fórmula, en términos parecidos a los propuestos por Diálogo «en el orden económico», como punto común de arranque para una reconstrucción económica de España y una más justa distribución del ingreso nacional entre todos los ciudadanos.

     Sí, nuestro buen amigo, todos tenemos que transigir en aras de la concordia y convivencia; situarnos en ese terreno de coincidencia mínima común que la salud de España reclama. Lo excluyente hoy son los «maximalismos» intransigentes, que no pueden favorecer en esta hora a vascos ni a castellanos, ni a ningún pueblo de nuestra patria; ni a católicos ni a agnósticos; ni a socialistas ni a demócratas partidarios de la empresa privada... ni a ningún español de pro; las intransigencias programáticas, al mantener nuestra dispersión en las actuales circunstancias, sólo benefician al franquismo, y contribuyen por tanto a la mayor ruina y envilecimiento de la España de todos.

     Veo que esta respuesta ha resultado desmesuradamente larga. Le ruego que me disculpe y que lo achaque a los siguientes motivos: mi voluntad de contribuir a la política de concordia y convivencia que defiende Diálogo de «LAS ESPAÑAS»; mi interés, siempre vivo, por la rica variedad nacional de España, que estimo como parte importante de nuestro tesoro espiritual; y la personal consideración que usted nos merece.

     Le saluda muy cordialmente.

A. de la SIERRA.                    

     A quienes desde España nos preguntan por la manera de ayudar a Las Españas les decimos que siempre hemos creído que la edición y mantenimiento de la Revista corresponde a la emigración democrática y que los amigos del interior bastante hacen con difundirla. Pueden, sí, decir a sus amigos y parientes del extranjero que nos ayuden económicamente. [27]



         
  
Editorial
(Viene de la pág. 2)
 

capacidad adquisitiva del campesinado, incremento de las transacciones comerciales, ensanchamiento para la industria del mercado interior, la resistencia a vencer se hubiese circunscrito a exigua minoría, más insignificante aún si se compara con el volumen de intereses y de voluntades que pudo haber movilizado una reforma agraria concebida y hecha entender como verdadera empresa nacional; como la primera en una serie de grandes empresas nacionales regeneradoras.

     Con esa y otras dos reformas de orden económico -una que hubiera permitido canalizar el crédito hacia actividades creadoras; otra en materia impositiva, para una distribución más equitativa de las cargas fiscales- se hubiera dado sólida base a la República.

     En vez de una política firme, clara, objetiva, capaz de nacionalizar al régimen, el quiero y no puedo del empacho jurídico y del contrario tirón de las clientelas políticas. De ahí el jugar a la escaramuza en todos los frentes a la vez sin atacar en ninguno; ni desde concepciones estrictamente apegadas al interés y a las posibilidades nacionales, según era debido, ni como conjunto de fuerzas acordes en realizar quirúrgicamente la revolución democrática.

     Y es que «el fracaso como constante durante siglo y medio en todo nuestro hacer político» no fue tema que inquietara nunca al jacobinismo español ni a los que se creyeron a su izquierda, pese a que la fugacidad de nuestros logros liberales a lo largo del ochocientos nos lo metía por los ojos. ¿No acertó nadie a sospechar que el triunfo de los vencedores lo fabrican en todo caso los vencidos? No parece probable. Más bien pudiera ser que por sospecharlo se eludiera el riesgo de topar en el análisis con culpas e insuficiencias propias. Dar con ellas obligaría a discurrir, forzaría a reconocer alguna brizna de razón en el contrario, exigiría menos escolástica y mayor conocimiento de las realidades humanas, sociales y económicas.

     Así, cuando la gran posibilidad del 31 se coló de rondón por las puertas republicanas, no había más concepto de lo que se debía hacer que el lineal de los principios doctrinales, ni otra idea de cómo hacerlo que la de regateo entre afines, batalla verbal y votación al canto. En consecuencia, no se empezó por los cimientos como tratándose de edificar parece lógico. Se empezó por el fin, por el estucado y el moblaje, y renovamos los de la casa vieja -en la que España no cabía desde muchos años atrás- con una Constitución sin más defecto, acaso, que el de no responder en los años 30 a la realidad de España. Por otra parte, hacía resaltar de manera más cruda los anacronismos, fallos y podredumbres de la estructura austro-borbónica y ello concitaba contra la República encontradas exasperaciones: la de los que sentíanse amenazados y al desnudo y la de quienes, pues habíamos alcanzado una parte de la libertad, creíamos fácil completarla. De todo ello, y de la desgarradura, además, que un habilísimo dilema --«fascismo o comunismo»- producía en Europa, el que nuestra joven Constitución -¡tan cándida y libresca!- hubiera de ser defendida de amigos y enemigos enfundándola a toda prisa en leyes de excepción que acabaron siendo lo contrario: las leyes nuestras de cada día hasta el momento de su muerte.

*

     Esta especie de ojeada crítica parecerá innecesaria vuelta sobre el ayer a quienes no advierten que ayer es hoy aún en nuestros calendarios políticos, y que el pasado, o de manera más precisa, lo que hay en él de circunstancia inerte, no acaba de pasar mientras no pasamos de él. 1933, 1934 y 1936-39 vinieron a probar que én 1931 no habíamos sobrepasado, sino al volar de las palabras, maneras, y concepciones objetivamente caducas. Pasado sin pasar siguieron siendo, son, como lo prueba el hecho de que haya de formularse tal pregunta en 1959, y no por un español solo, no por los encanecidos fuera, en las hambres diarias de volver, sino prácticamente, por España

     No fuera así -¡ni tantas cosas que están siendo!- si a la derrota hubiera seguido la autocrítica que el instinto de conservación, cuando no imperativos de conciencia, debía haber exigido. Ni ésta ni aquel dijeron esta boca es mía. Sin embargo, ni la traición ni las intervenciones explicaban que los que todo lo tuvieron en 1931 no tuvieran en 1939 ni tierra propia en que pisar, y se dieron al bonito juego de explicarlo. Fue un frenético, unánime, barrer de todos hacia todos la propia aportación de culpas y de errores a la inextricable maraña en que incubó el franquismo. Así, claro, no hubo manera de entenderse ni de poner en limpio nada.

     Con todo en turbio, sin haber intentado entender algo ni modificar siquiera un engranaje, un modo, algún concepto, los veinte años de esterilidad son naturales, la confusión y la apatía nacional lógicas, lógico, perfectamente lógico, que al ¿por donde empezar? se conteste a la manera de los sordos: por aproximación a veces, otras, sin congruencia.

     Por eso hay que volver y revolverse contra la presencia de un pasado inerte que reencarna en cada generación desde hace siglos: quizá, desde que las tumefacciones mentales producidas por el imperio fueron petrificándose en estrías de abulia, de intolerancia, de arbitrismo, de picardía...

*

     Porque el ayer, quieto en los calendarios de la dictadura, es hoy aún en las capitanías «del destierro», se oye y se lee con frecuencia que «lo primero es derribar a Franco». ¿Primero la realización que el medio de conseguirla? Cierto que, a renglón seguido, se habla de unidad, de unión, de elecciones, de plebiscito... incluso de «generales con redaños», pero ignorando -¿voluntaria, involuntariamente?- que antes hay que crear las condiciones necesarias para que el medio teórico pueda materializarse. Veinte años tocando «de oído» el violón de las uniones y poco menos el de las consultas de alguna manera electorales, demuestran que el orden es otro.

     ¿Se considera -por ejemplo- que un plebiscito es el medio mejor para salir del atasco? Pues antes habrá que crear dentro y fuera de España las condiciones capaces de imponerlo -de imponerlo, decimos, y no hay que razonarlo-, y antes, antes aún, habrá que formular una política capaz técnicamente de crearlas. [28]

     Ése es el orden. Siguiéndolo se llega al por dónde empezar genérico, que es, en todo caso, por ajustar una política rigurosamente adecuada a lo que hay propósito de hacer. El por dónde empezar concreto depende, pues, de para qué se quiera derribar a Franco.

     Así, si por cualquier prisa de tipo subjetivo o por falta de fe en España se quieren el zurcido y la componenda, lo primero son varias cosas: esconder a cuantos murieron en la guerra bajo montañas de basura... suscribir la Marcha de Cádiz como programa de gobierno... conseguir un Aviraneta 1959... Si se da con él, quedará por lograr una minucia: convencer a los accionistas del régimen de que nos necesitan para algo.

     ¿Se pretende, por el contrario, «dar vuelta a la tortilla» a fuerza de bombazos, guerrilleros y sabotajes o montando algún pronunciamiento? En ese caso... lo primero es contratar un regimiento de psiquiatras, porque será evidente la perdida del juicio.

     ¿No se trata de lo uno ni de lo otro, sino de reandar el atajo frecuentado ayer por los empeñados en la posibilidad de lo imposible, y por algún que otro granuja? Entonces no hay orden que guardar. Se empieza por donde se acaba, es decir, por la capitulación que entraña todo «posibilismo».

     Queda, aún, lo que pudiera llamarse «caza a la espera», por similitud en el modo. El por dónde empezar en este caso consiste en sentarse como el árabe de marras a esperar que pase el cadáver del enemigo, y en cuidarse, en cuidarse lo más posible...

*

     Al margen de los senderos circulares -tensión, guerra, «paz en la mentira» para tomar aliento y... vuelta a empezar-, está el camino que marca la razón. Es largo y nada fácil, pero lleva derechamente a lo debido: rehacer a España.

     Viejo lugar común, esto de rehacer a España, con el que nos ensordecieron ayer y con el que pretende aún, ¡a estas alturas!, ensordecernos el franquismo, pero las mismas palabras significan en nuestro tiempo valores sin relación posible. Nosotros no hablamos de rehacer ésta o aquella España subjetiva, sino España a secas; España como ámbito físico y espiritual habitable por todos y cada uno de sus hombres. Habitable con plena dignidad.

     Claro es que este concepto excluye el absurdo de rejuntar al bando que desbandó la derrota para volver contra el que la victoria ha deshecho o para pactar treguas con él. Significa y busca lo contrario: un NO rotundo, categórico a cuanto lleva otra vez al punto de partida: un inconmoviblea la política de reintegración nacional para la reconstrucción de España.

     Reintegración decimos; reintegración y no sutura por medio de reconciliaciones imposibles entre víctimas y verdugos; no por renegar de algo que se considere válido en conciencia; no por prestidigitaciones de las viejas oligarquías políticas; no por recaer en eso de borrón y cuenta nueva que implica voluntario olvido -deleznable, simulado olvido- de culpas o de crímenes, sino, al revés, por llevar grabado en la memoria el mapa objetivo de todo aquel horror y cuenta honrada de cuantos hechos e inhibiciones fueron menester para montarlo. Porque sólo con memoria que abarque el panorama entero de ese ayer como lo que fue realmente -la peor y más sonrojante página de nuestra Historia- puede serenarse el juicio y, hecho cabal, comprender que ni el exterminio ni el sometimiento de media España son posibles sin la ruina y la esclavitud de la otra media.

     Si en verdad se piensa a España como entraña de que se ha nacido y a su pueblo como carne propia, hay que rechazar la reconciliación en la mentira y el emborronamiento de lo que es menester que quede claro como la luz: nuestros grandes errores nacionales, la significación histórica del franquismo neto, la caducidad del caciquismo como forma de vertebración política, el fracaso de todos los calcos extranjeros en la gobernación de nuestro país...

     Antes que otro barullero abrazo de Vergara, la no paz. Continuar en guerra hasta que el tiempo la lleve a irreversible término será menos dañino que tapar la podredumbre otra vez y dejar que vuelva a corroer impunemente las vísceras, los ligamentos, todo lo que es España.

*

     Nuestros por donde no se debe empezar pueden parecer determinados por apreciaciones subjetivas sin otro fundamento que una estimación simplista de las experiencias registradas desde principios del siglo XIX. Verdad es que una constante de triunfo o de fracaso tiene gran contundencia argumental, pero cabría, por nuestra parte, error al apreciar su causa. Cabe, desde luego, pues la inefabilidad es don exclusivo de dictadores, pero es posible, también, que por tal lo tengan las generaciones recién incorporadas sin pararse a pensarlo mucho, ya que es propio de la juventud creer a pies juntillas que su generosidad, su inteligencia y su ímpetu, son, por sí solos, capaces de vencer lo que sus padres no vencieron. Ese fue uno de los errores en que cayó la generación de los que sí fuimos a la guerra, como, en general, toda generación dinámica.

     Nuestra experiencia directa, la de los que hemos tenido que respondernos a todo lo que no aprendimos en Costa, en Machado, en Unamuno... en la guerra misma, dice que el problema de España es, ante todo, de enfoque, no sólo de talento a integridad política en sus dirigentes.

     Maura -por no citar sino un ejemplo irrecusable- tuvo capacidad e integridad. Mucho indica que vio tan claro como su circunstancia permitía, y que quiso ajustar su hacer a su visión, pero hubo de actuar DENTRO de la especie de pantano en que todo intento renovador chapotea, se atasca y, finalmente, es engullido. Machado alude a una parte de él llamándole «conjunto pútrido». Costa acertó a verlo en «Oligarquía y Caciquismo». Tiene como fondo el tremedal de las viejas oligarquías, al que se agregó el nuevo caciquismo originado en las reformas liberales -muy a la francesa, claro- aplicadas por Mendizábal con daño grave para la vida y libertad de comunidades y municipios. Pero no es eso sólo, como han creído las izquierdas. Lo forman, también, sus contaminaciones caciquiles, su incapacidad para entender la política en términos nacionales y, en parte que a ninguna cede, la falta de espíritu de ciudadanía, su ausencia del deber cotidiano para irrumpir de pronto, o permitir que se irrumpa, en furibundas oleadas. Nunca hay en ella el necesario equilibrio. O aguantarlo todo, o no soportar ni los mandatos de la ley legal, es decir, democrática y, por tanto, modificable sin necesidad de violencia. 1932, 1933, 1934 y 1936, por un lado, y veinte años de sometimiento nacional, por otro, lo demuestran.

     Todo este girar y regirar en esa especie de pantano, habla de total desconcierto entre realidad humana, estructura económica, mecánica política y tiempo. No hay espacio para intentar un examen del complejo de causas que determinan este [29] desconcertado vivir, pero dos son claras y pueden decirse escuetamente: la estrechez del ámbito económico y nuestro estancamiento en una etapa histórica que acaba objetivamente el 98 con la liquidación del imperio y la presencia efectiva del proletariado en escena.

     Esa etapa se prolonga subjetivamente, por cansancio y anemia nacional, hasta fines de la primera década del siglo. De 1909 a 1923 todo es tensión y forcejeo. Se derrumba el primer tinglado canovista.

     La dictadura, enmascarada de justicias purificadoras, fue vano intento de contención; vano, porque no se puede vivir indefinidamente fuera de tiempo histórico ni nadar continuamente contra él. Al resquebrajarse aquel modesto dique se intentó el retroceso, la vuelta a la mixtificación constitucional y al turno de partidos, pero la propia dictadura había deshecho ambas ficciones. Lógicamente, lo insostenible en 1923 no pudo ser rehecho en 1930 y al reanudarse el libre fluir histórico advino la República. Ya hemos dicho que no hubo acierto en sus dirigentes y que la circunstancia internacional procuró al franquismo pretextos y ayudas suficientes para dinamitar cuanto, al derrumbarse, podía cegar el somero cauce que acababa de abrirse.

     La mina hizo volar: los fundamentos del Estado, como estructura en alguna medida nacional; los partidos, como instrumento de gobierno y de oposición civilizada; la Iglesia, como entidad con fines no estrictamente temporales; la tolerancia -precaria anémica, pero tolerancia al fin- como posibilidad de convivencia voluntaria; el principio de autoridad, como fuerza moral fundamentada en la ley; el respeto a la vida y dignidad humanas, como principio básico de la sociedad en contraste con la manada...

     Sólo así era posible detener la corriente histórica por segunda vez, e incluso hacerla volver atrás.

     Como puede verse, no queda margen ya para la huida. Al déficit histórico heredado hemos añadido los españoles actuales aún mas ruinas, más disgregación nacional, más oportunidades perdidas. Esto ha creado un cerco de realidades pavorosas del que no es posible salir por la cloaca pactista ni por los lados de siempre, sino hacia adentro, hacia la dura verdad, y dispuestos a apechugar con ella.

*

     Después de cuanto queda dicho con el doble propósito de eliminar todo posible equívoco y de fundamentar la posición que viene manteniendo Las Españas, no es probable que exista duda sobre por dónde entendemos que es inexcusable empezar. Sin embargo, menester son algunas concreciones que descarguen hasta de la más mínima necesidad de deducción. Todo lo aconseja. Tanto porque las fuscaciones son muchas y el tema por demás complejo, como porque importa hacer lo más posible por desvanecer la ilusión casi común de que alguien pueda sacarse de la manga una fórmula evitadora de lo inevitable: meter el lomo, el alma y las entendederas si es que se quiere tener patria.

     Para tenerla hay que rehacer lo deshecho. Ya hemos dicho que el franquismo dinamitó todo lo esencial: el Estado, la Iglesia, los partidos y organizaciones, etc. Su Estado es suyo: una especie de aparato aterrorizador y succionador montado contra su propio país. La Iglesia, como entidad de contenido espiritual, está en ruinas y no convertida en polvo, gracias a la ejemplaridad cristiana de los sacerdotes vascos, la una exigua minoría que dentro y fuera de España dio testimonio de su fe y a los jóvenes eclesiásticos que permiten hoy concebir alguna esperanza de que la Iglesia española vuelva a Cristo.

     De todo lo demás -partidos, organizaciones, tolerancia, principio de autoridad, respeto a la vida y dignidad humanas...-, quedan poco más que solares o restos en descomposición. En cambio, hay odio, mares de odio que pueden anegar lo que nos resta, porque no se asesina y se tortura fríamente en balde.

     Para rehacer todo lo deshecho a escala nacional, humana, no de oligarquía o de secta y para neutralizar el odio, queremos liquidar políticamente, no sólo al dictador y a sus secuaces, sino las causas mismas de la dictadura. Entendámonos: las causas, que no son técnica y principalmente los factores directamente visibles tenidos como tales, es decir, como causas.

     Empeño tan vasto, claro está que es irrealizable por un partido o coalición de partidos a la vieja usanza. Hace falta más, más infinitamente. Es obra para la nación en pleno. Por eso habíamos de reintegración nacional, de reintegrar España y no de corcusirla.

     La reintegración sólo es posible en torno a un quehacer común; común por responder incuestionablemente a necesidad de todos. Ahora bien, es menester concordar en cómo hacerlo. Aquí está lo difícil y el por qué nuestro decir sobre decir que hay que empezar por los cimientos. Los cimientos ahora, luego de haber deshecho todo, son el hombre español. A él tenemos que ir, empezando por nosotros mismos; bien con la verdad trabajosamente encontrada -o por tal tenida-, bien con la duda, con inquietud de si los problemas y los conceptos que nos dividen y atrabancan serán o no como los ha pintado el desconocimiento o la malicia.

     Largo me lo fiáis...

     Sí, largo lo fiamos, pero menos largo de lo que parece. La duda lo ha penetrado todo, incluso el cuarzo mental de los extremos, y las nuevas generaciones sienten angustiosa necesidad de aire nuevo, limpio, respirable. Además, veinte años perdidos contemplando las avutardas del rencor cuando no los círculos del miedo, no dan derecho a la impaciencia que, por otra parte, no resuelve nada. Pero volvamos a cómo concordar.

     Los problemas básicos de España son grandes en su realidad objetiva pero los desmesura y hace prácticamente insolubles cuanto de envenenado y bronco ponen nuestra pasión, nuestra ignorancia, nuestra pereza mental, nuestro espíritu intolerante, nuestro esencial reaccionarismo... y esa especie de «flamenquería» ibérica que a la sinrazón inicial contesta con sinrazón y media para enzarzarse así hasta el punto en que la cuestión original es lo de menos y lo de más, lo verdaderamente insalvable, el añadido.

     No es ocasión ésta para intentar un deslinde entre la realidad objetiva de cada problema y su gigantesca envoltura pero si tomamos uno de los más enconados, el catalán, por ejemplo, podrá apreciarse la razón que en este punto nos asiste.

     En él -ya está dicho magistralmente por Luis Carretero y Nieva, uno de los hombres a quien más debe el pensamiento de Las Españas-, se igualan separatistas periféricos y separadores centralistas. Para éstos, como para cuantos ignoran nuestro pasado histórico mejor y el ser real de España -plurinacional y supranacional a un tiempo- el derecho legítimo, doblado de necesidad vital (3) que llevó a los catalanes a luchar por su autonomía, es tomado como insulto, como reniego de la madre común y como propósito deliberado de deshacer a España. Y lo bueno es -lo malo, lo malísimo-, que en esa actitud coincidían de manera tácita o gritona hombres y partidos de significación contrapuesta. Ello descubre los estragos que hizo el borbonismo en España y, por otra parte, nuestro reaccionarismo esencial. Sí, porque en vez de buscar por el examen qué podía haber de justo en la aspiración de todo un pueblo, se recurrió al trancazo verbal, con incongruencia notoria en los separadores liberales: en primer término, porque liberalismo, en su sentido español, significa permeabilidad humana, respeto a la opinión ajena y pasión por la libertad. En segundo, porque si los catalanes son el colmo de la zafiedad y del egoísmo, además de malos españoles, [30] no había por qué retenerlos. Lo lógico era formar el partido separatista español que, por otra parte, y sin licencia al humorismo, pudo templar los ánimos de los pocos separatistas periféricos empeñados en mostrar su esencial naturaleza española.

     Pero si esto era así -¿era?- por el lado no catalán, los catalanes no se quedaban cortos. A las falsificaciones históricas de los centralistas respondieron buena parte de sus historiadores retorciendo aquí y estirando allá, cuando con la verdad escueta tenían de sobra para justificar su derecho, y en último extremo, bastaba con su voluntad.

     Por otra parte, a la coz verbal respondieron poniéndose a la misma altura y añadiendo un menosprecio insultante hacia los pueblos hermanos de inferior nivel cultural y económico.

     Cataluña, tan legítimamente pagada de sí, no entendió su misión. Pudo y debió haber sido, por derecho ganado a ley, capitana civil de los pueblos de España; la hermana adulta y fuerte que tira de los demás hacia su altura. Le faltó generosidad y, cosa extraña, por esta vez sentido práctico.

     De la guerra para acá, el responder a la injusticia con lo mismo ha crecido mucho entre los catalanes salidos al destierro. Hasta quienes amamos a Cataluña hemos sentido vacilar a veces nuestro creer en ella y ha sido menester decirnos que el destemple de alguna voces no significa todo. Se han escrito juicios sobre España y definiciones de su ser que se califican negramente por sí, sobre todo, después de nuestra guerra, pues sus autores no pueden ignorar que los pueblos atrasados de España lucharon contra el franquismo -recordad a los campesinos del Tiétar, por no citar sino una cima- como no ha superado nadie. Sin embargo, se dice generalmente y se escribe demasiado a menudo, no la dictadura franquista, sino la dictadura española. ¿Cuál es la razón de esa mentira indignante? Desde luego, no en todo caso la mala intención, sino la caída en el lugar común acuñado por propagandas envenenadoras.

     Tan catalana es la dictadura franquista como castellana, gallega o de cualquier otro de los pueblos de España, porque todos lucharon contra ella y en todos tuvo partidarios. De catalanes se nutrió un Tercio, el de Montserrat, y si se repasan los colaboradores inmediatos del dictador, se encontrarán, acaso, con más ministros y ex ministros catalanes que de ninguna otra región o nación de España.

     Verdades son éstas no gratas de decir, pero sólo poniéndonos unos a otros el espejo de la verdad delante para que nos veamos la cara, nuestra verdadera cara, será posible que los venenos vayan disolviéndose en una misma sensación de torpeza cuando no de culpa.

     Sobre los términos reales del problema catalán, el entendimiento, la concordancia por tanto, son infinitamente más fáciles que enzarzados en su descomunal envoltura de incomprensiones y de enconos. Dejarlo escueto, limpio, en su proporción verdadera, depende en buena parte de que el político, el escritor, el hombre, en fin, que opina, no tema a ser calificado de «españolista» en Cataluña y de «catalanista» en el resto de España.

     Como el problema catalán, tomado por ejemplo, ocurre con los otros, si no de manera exacta, parecida. Se trata, pues, de no empeñarse en que las cosas sean como no son, porque la realidad -social, política, humana o económica- es más fuerte incluso que la capacidad ibérica de embestir continuamente contra ella.

*

     Dicho queda por dónde creemos que se debe empezar. Para la prisa personal no será tentador este principio, ¡tan de lejos, tan de lo hondo!, pero aquí viene como anillo al dedo aquello de «vísteme despacio, que tengo prisa». Por otro lado cualquiera que se empiece será empezar en falso, ya que la raíz de los problemas están en conformaciones y deformaciones de la mentalidad española. Puede haber el clásico paréntesis, la vuelta a «la paz en la mentira» preparadora de la guerra, y así, hasta llegar al polvo entrevisto por León Felipe, o hasta que Gibraltar crezca y acabe por llamarse España.

     Las Españas agradece a todos sus amigos la ayuda económica que le han prestado desde la aparición del número anterior de este Diálogo, cuya vida depende del apoyo financiero que siga recibiendo.

*

     Las Españas, atenta siempre al pulso de nuestro pueblo y deseosa de percibirlo con toda claridad, invita a los españoles del interior a opinar en nuestras páginas sobre problemas concretos, firmando con su nombre o con seudónimo, no importando cual sea su significación o tendencia política. Nuestra revista aspira a ser un órgano de expresión de la España amordazada y un instrumento de diálogo regenerador, reintegrador y constructivo. [31]



     
Hechos y actitudes
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Los republicanos y la república

Por Daniel TAPIA                     

     Los partidos políticos republicanos han tomado el acuerdo de disolverse. Acertada medida, digna a todas luces de ser imitada por aquellos grupos, escisiones de partidos o minúsculas capillas en que quedó fragmentado el campo antifranquista al término de la guerra civil.

     Error y de los más graves fue, por parte de todos los partidos políticos, entregarse, finalizada la contienda, cuando no antes, a una implacable disputa interior, pugna que debilitó la oposición dentro de España y que hizo disminuir la consistencia y brío de la emigración. Perdieron los partidos de vista el volumen del hecho que se había producido en España, su grandeza. Se olvidó que cuando un pueblo es capaz de luchar heroicamente durante tres años, es porque algún motivo elevado le mueve. No se lucha así por determinada ideología encarnada en determinada directiva o en determinado matiz o persona de un partido determinado. El pueblo español luchó por su libertad, luchó por sacar a flote un afán incumplido de justicia, por entrar en la anchurosa senda del progreso. Luchó por unas cuantas ideas básicas, cuya encarnación veía representada en la República. Son estas mismas ideas las que hoy sostienen al pueblo del interior de España y las que han dado entereza moral y vida a la emigración republicana.

     Bien pronto se advirtió, por lo menos en la emigración, y suponemos que en España haya pasado lo mismo, que los partidos supervivientes de la guerra no eran el instrumento adecuado para oponer una resistencia seria al franquismo. Se había perdido, además de la guerra, la noción de la proporción, el sentido de lo que había pasado en España y de lo que fatalmente habrá de suceder.

     El transcurso del tiempo parece, por fortuna, haber hecho más clara la visión, y se advierten síntomas, como éste que comentamos, que pueden ser el inicio de una nueva y más acertada manera de afrontar la realidad. Se trata de crear ese ancho cauce en que desembocará a la postre la estrechez e insolubilidad del franquismo. Se trata, en suma, de remontar la limitada dimensión en que hemos estado y de advenir a otra más amplia. De Franco no se saldrá sino a la República. Nueva República. Explanada donde el estado llano acampa. Liberalismo. Democracia, Justicia. Progreso. Ése y no otro es el anhelo de España. No el de reconstruirse con material de derrumbe, sino el de ser edificada de nuevo. Hora es ya de que, tanto en el interior de España como en la emigración, se forme un frente capaz de ofrecer garantías para la sustitución de la actual tiranía. Para ello no se requiere -dicho sea de paso- la amnistía de quienes no delinquimos. Sobre no haber delito, hay por nuestra parte decidido propósito de que no se malogre esta Tercera República que está por venir, y que para tener consistencia habrá de implicar una renovación total o revolución.

     Disuélvanse en buena hora los partidos políticos, que eso no supondrá condena de los mismos, sino reconocimiento de que sus respectivas misiones han concluido. Queda a quienes a ellos pertenecieron, nos queda a todos los demás, la suprema misión de crear grandes grupos inspirados en dos o tres ideas fundamentales, casi diríamos en una sola, es más, en un solo sentimiento, en una sola fe.

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Corrientes renovadoras

Sobre el gobierno provisional que debe sustituir inmediatamente al de Franco, y la unión de los pueblos de España

     La convocatoria de Cortes Constituyentes debe ser precedida de un amplio período de retorno a las libertades fundamentales, que podrían establecerse progresivamente por un gobierno provisional merecedor de la confianza de las fuerzas democráticas de derecha y de izquierda. Previamente a las constituyentes podría haber elecciones municipales, buen ejercicio democrático en estas células vivas de la sociedad española, quizás las únicas vivas de dicha sociedad.

     Durante el período provisional, Cataluña (como Euzkadi) debe estar regida por su propio gobierno sumido igualmente del acuerdo de las fuerzas democráticas de mi pueblo, y según normas que se acordarían entre las demás fuerzas democráticas españolas y las catalanas y vascas.

     Una consulta electoral libre en Cataluña sobre sus propias instituciones nacionales y las perspectivas de solución peninsular, garantizará realmente la convivencia de los ciudadanos del Estado Federal español, porque daría una inmensa mayoría en favor de esta estructura federativa, a cuya consolidación colaboraríamos con entusiasmo los catalanes, al lado de los demás pueblos de España, libres también del corsé centralista a la francesa.

Josep Pallac, en «Endavant», órgano del «Moviment socialista de Catalunya».          

Sobre el resurgimiento de España

     El problema fundamental de la época es tratar de resolver la aparente antinomia de la libertad con la obligada ordenación del trabajo, de la producción. La economía puede unirnos; la pasión política, no. Y para crear, ordenar y regular el beneficio se necesita tener la mente clara y la inteligencia enfocada hacia lo posible.

     Lo importante es tener buena voluntad de hacer algo que convenga a todos. El solar español está a la

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La Iglesia y la concordia nacional

externo. Urge pues el apostolado sacerdotal y laical, la instrucción religiosa y el fomento de la moralidad pública.

     »II) El clero secular, ya escaso antes de la guerra última, ha disminuido de modo pavoroso; no abundan las vocaciones ni los medios para mantener decorosamente los seminarios, algunos de los cuales como el de Comillas es modelo entre todos los del universo. Por otra parte, las oposiciones a curatos denotan una muy imperfecta preparación; la abundancia de vicarías ecónomas perjudica la labor parroquial; y las formas regalistas de provisión de los beneficios mayores ha merecido censuras por su poco lisonjeros resultados, habiendo contribuido, más que ninguna otra causa, a crear un tipo de Iglesia oficial burocratizada, que censuran desde los más altos dignatarios eclesiásticos hasta pensadores agnósticos como Ortega y Gasset.

     »III) Las órdenes y congregaciones religiosas, demasiadamente polarizadas en los centros urbanos, no han logrado una trascendencia efectiva de su labor docente, quizás por no habérseles exigido una más estrecha capacitación de su personal dedicado a la enseñanza.»

     A esta enumeración añadiremos nosotros la siguiente, que tal vez la prudencia política del señor Giménez Fernández eludió consignar en su libro:

     a) La Iglesia Católica, como entidad, ha sido beligerante en la última guerra civil y sigue siendo, a través de sus jerarquías, uno de los principales sostenes del régimen franquista, al cual apoya hasta el extremo de identificarse y confundirse con él. Su posición de beligerante no ha variado, y al perdurar en ella constituye uno de los más firmes obstáculos para llegar a la concordia nacional.

     b) La Iglesia oficial, la Iglesia Católica se entiende, pesa a través de las cláusulas del nuevo Concordato y de la libertad que para moverse dentro de ellas le ha concedido el régimen franquista, de una manera decisiva en la vida española. Su actividad es absorbente y tan ilimitada que podría afirmarse sin error, que en ninguna otra época, a lo largo de la historia de España, tuvo más amplias facultades ni disfrutó más amplio, pujante y efectivo poder. La Iglesia, a cambio de estas ventajas o conquistas, sostiene al régimen actual y ha sido y es uno de sus puntales más decididos, firmes y devotos.

     c) Dada la imposibilidad de que en España se exterioricen corrientes de opinión, se ignora si la actuación de los altos dignatarios de la Iglesia oficial, perfectamente comprometidos en la aventura franquista, es compartida por la mayoría de los católicos españoles o si responde solamente a criterios individuales. El silencio de la Santa Sede podría prestarse a la interpretación de que el Sumo Pontífice, cabeza visible de la Iglesia, comparte el criterio de sus representantes en España. De todo ello podría desprenderse, a menos de que rectificara este criterio una clara determinación de la Santa Sede, que la Iglesia Católica en España desea ligar sus fines eternos y extratemporales a la persistencia de un régimen político encarnado en un hombre que, por esencia, es temporal y perecedero.

     d) Cierto número de católicos practicantes, algún obispo muerto en el destierro y un número estimable de sacerdotes, muestran oposición al régimen existente en España. Estos católicos, que se hallan perseguidos o expatriados, sin protección alguna de la Iglesia oficial y muchas veces perseguidos por ella, podrían ser tal vez el puente para establecer relaciones de concordia y respeto; pero lo cierto es que en las más altas jerarquías de la Santa Sede no se vislumbra el menor movimiento de simpatía hacia estos acendrados católicos, ni se formula la más leve objeción a las actividades de los representantes de la Iglesia oficial en España; actividades que van desde la famosa pastoral colectiva de los obispos españoles hasta la diaria actuación de prelados y párrocos, tanto en la vida social como en su participación política en las llamadas Cortes Españolas. Muchos de estos católicos antifranquistas entienden que la actuación de los obispos españoles responde a criterios personales, independientes de la política general de la Santa Sede, y que, por ser así no comprometen los fines permanentes de la Iglesia en España; pero lo cierto es que el contumaz silencio de la Santa Sede podría interpretarse, con mayor o menor malevolencia, como asentimiento, o cuando menos como complicidad. En ausencia de cualquier solución inteligente, puede correrse el riesgo de que los católicos antifranquistas, disidentes de las jerarquías españolas, pudieran llegar a ser utilizados con habilidad y al amparo de un cambio de régimen previsible dada la temporalidad de las cosas humanas, la fuente de una posible disidencia. Pensemos en Hungría y en Checoeslovaquia.

     e) Grupos católicos organizados dentro de España empiezan ya a manifestarse con criterios opuestos a los manifestados por la Iglesia oficial. Sus posiciones, tanto en el campo social como en el político, las consideran con respeto los antifranquistas españoles (liberales, republicanos, socialistas, etc.). Se trata de unas nuevas generaciones con las cuales tal vez pueda llegarse a una general y deseable coincidencia.

EN BUSCA DE UNA SOLUCIÓN

     ¿Cómo puede encauzarse la solución del problema católico español? Sin conocer por signos exteriores cuál será en lo futuro la posición de la Iglesia Católica en España, es muy difícil, por ahora, anticipar por nuestra parte una posición definitiva. Porque la táctica a emplear dependerá fundamentalmente de la respuesta a estos interrogantes:

     1.- ¿Abandona la Iglesia su posición beligerante y se decide a colaborar con la mayoría de los españoles en un gran movimiento de concordia nacional? La exteriorización de este propósito requeriría alguna actuación en pro de la paz civil, la condenación de la violencia política, la mitigación del dolor de los perseguidos, el fin de las medidas de excepción, la reincorporación a la vida civil española de cuantos se encuentran separados de ella y la rehabilitación de los que sufren. Una primera manifestación podría ser abocarse a la defensa y rehabilitación de cuantos católicos sufren persecuciones por razones políticas.

     2.- ¿Estima la Iglesia que el régimen franquista no es consustancial con la vida española y está dispuesta a colaborar con cualquier otro que garantice la libertad de todos los españoles?

     3.- ¿Está dispuesta a prescindir del Concordato de 1953 y aceptar otra fórmula legal de convivencia, dentro o fuera del Estado que, sin perjuicio de sus fines espirituales, permita al propio Estado desenvolverse como una auténtica sociedad civil?

     4.- ¿Se compromete a prescindir, como entidad, de toda actuación política, toda intervención en la vida del Estado, a cambio de gozar de amplia libertad de acción en la vida social y espiritual? Ello no significa que deban inhibirse de toda intervención política los partidos católicos, siempre que actúen al margen de la Iglesia oficial. Los ejemplos de Francia, México, Italia y Alemania, así como la actuación del difunto arzobispo de México en la política mexicana, podrían servir de analogía.

     5.- ¿Se compromete a remover a todas las autoridades eclesiásticas que por ser hoy la cabeza visible de la Iglesia en España han identificado a Franco [33] con la Iglesia y a la Iglesia con Franco? La presencia física de estas personas al frente de la Iglesia en España dificultaría todos los movimientos de concordia.

     Por nuestra parte hemos de reconocer que existen en España, en general, arraigados sentimientos cristianos que se exteriorizan en la conducta moral incluso de los indiferentes o no católicos; que existe también una gran masa de católicos, si bien un poco amorfa en su mayoría, y que el español, en general, posee un fondo religioso más o menos agnóstico y una actitud pareja ante la vida, como demuestra, por ejemplo, con su conducta estoica. Privar al español de esas riquezas de su espíritu significaría amputarle lo más puro y más fuerte de su alma y crearía en ella una oquedad que, como está ocurriendo, intentaría llenar con dogmas esotéricos sociales o políticos que, aunque útiles a veces para obtener con ellos ciertas ventajas prácticas, no bastan por sí mismos para llenar con plenitud toda una vida espiritual.

     Al confundirse el catolicismo como religión con el catolicismo como bandería política, se ha producido en España el hecho monstruoso de que todo disidente político se haya transformado en un disidente religioso. Y como la conveniencia política de la Monarquía tradicional impuso en nuestra patria un solo credo religioso, el español políticamente disidente del catolicismo se vio precipitado en la nada, en el ateísmo o en el indiferentismo, porque carecía de otra confesión religiosa que pudiera acogerle. España es el país donde el ateísmo tiene mayor densidad, y los españoles disidentes causan asombro en todas las fronteras, porque los empleados de inmigración de no importa qué Estados, católicos, protestantes, musulmanes o budistas, o simplemente neutros, no llegan a comprender cómo esa masa de hombres, al preguntarles por su religión responden con absoluta sencillez: ninguna. Sería necesario dar cursos especiales de Historia de España contemporánea a todos los aduaneros del mundo para que comprendieran que esa respuesta del español disidente quiere decir, sencillamente, que ha reñido con el cura de su pueblo o que, cuando más, se ha separado, por motivos políticos, de la Iglesia Católica española.

     Si la actitud de la Iglesia Católica correspondiera a la respuesta afirmativa de los interrogantes anteriores, habría la posibilidad de entenderse con ella, ya fuera en una colaboración delimitada, ya en una distinción coordinada. No habría, en tales supuestos, ningún inconveniente en aceptar la fórmula del señor Giménez Fernández: «Huir tanto del arcaico regalismo que quiere poner lo eterno al servicio de lo temporal, como del neopaganismo traspersonalista, subvertidor de valores que transforma la religión en una fórmula vacía, pragmática y temporal al servicio de valores respetables en el orden humano, pero desnaturalizados y divinizados con monstruosa idolatría».

     Si la actitud de la Iglesia fuera distinta, habría que arbitrar otra fórmula que pusiera a cubierto al futuro Estado español de influencias políticas no coordenadas con sus fines, y permitiera al mismo tiempo al espíritu religioso políticamente disidente polarizarse hacia otras formas espirituales de rendir culto a la divinidad. La experiencia de la República, en ese respecto, habría de tenerse muy presente para orientar la actividad del nuevo Estado en relación con la Iglesia Católica oficial y las restantes confesiones religiosas. El Estado español, si tal caso llegara, no puede ser, como se lo propuso la República, un Estado neutro, sino trazarse y seguir una línea política religiosa que permitiera, por los medios normales, equilibrar el peso de todas las confesiones religiosas, disminuir la influencia del catolicismo en la vida social y erradicarlo definitivamente de la vida política.

     En cuanto a los partidos políticos españoles de signo o nombre católico, algunos, los que representan la vieja mentalidad, son ya tan anacrónicos como nuestro anacrónico anticlericalismo y nuestros pintorescos banquetes de promiscuación; pero hay otros que merecen nuestra atención, y otros en fin, los más identificados con el signo de nuestro tiempo, a los que saludamos con profundo respeto. Hay una juventud católica española con ideas modernas, espíritu netamente cristiano y posiciones contemporáneas en el campo político y social, que merece tenerse en cuenta porque revela una nueva mentalidad. No conocemos todavía, porque no ha habido lugar para ello, el desarrollo de sus ideas políticas y sociales, pero a través de los escritos y actitudes que llegan hasta nosotros creemos haber captado su fondo más fundamental. Pasaron ya las épocas de intransigencia y van abriéndose paso unas nuevas etapas de comprensión. Hay que desterrar, tanto en la derecha como en la izquierda, todo lo podrido y caduco y sobre todo lo inactual. Si se pudiera trasladar a España el espíritu, por ejemplo, de los partidos Demócratas Cristianos de Italia, Francia y Alemania, habría muchas posibilidades de inteligencia entre los partidos católicos españoles y los grupos políticos liberales disidentes del falangismo [...] quismo para actuar coordinadamente en la vida española, aun conservando cada uno de ellos sus peculiaridades especiales. Amitori Fanfani, el secretario del Partido Demócrata Cristiano italiano, le declaraba a un periodista hace no mucho tiempo: «Nuestra meta es un partido católico completamente divorciado de la Iglesia Católica. Vamos forjando nuestra política con arreglo a la de Adenauer en la Alemania Occidental: él es un gran católico que ha conservado su gobierno completamente divorciado de la Iglesia». Un grupo distinguido de profesores católicos españoles, todos ellos sacerdotes y encabezados por el sabio profesor-sacerdote señor Zaragüeta, se dirigió recientemente al ministro de la Defensa del régimen franquista protestando por la persecución de los estudiantes universitarios que habían incurrido en la fatal manía de pensar. La Agrupación de Católicos independientes, grupo político reciente, dirigió un escrito a los arzobispos de Barcelona, Valencia y Burgos y a los obispos de Madrid y León, todos ellos miembros de las llamadas Cortes Españolas, denunciando «el carácter dictatorial del régimen que está gobernando a España» y exponiéndoles la extrañeza con que se mira la participación de esos prelados en una institución «tan inútil como las llamadas Cortes Españolas». El escrito añade que «en su visión simplista, el pueblo considera a la Iglesia española como un cómplice de las inmoralidades que ha cometido y comete el régimen».

     Para la vida española, la solución o buen encauzamiento del problema político religioso es de trascendental importancia. Pero jamás podrá lograrse ni con el espíritu del siglo XVI ni con los rencores del XIX. Hay que liquidar definitivamente todos los anacronismos, y si ello no es posible, cegar, definitivamente también, poniendo en práctica inteligentes y bien adoptadas medidas, las tradicionales fuentes que los producen. Somos hombres de nuestro tiempo, nos dirigimos a hombres de nuestro tiempo que, aun en campos opuestos, sabemos que militan en España, y les invitamos, como tales, a buscar una solución contemporánea comprensiva y cordial, de coordinación y bien intencionada. ¿Es la Iglesia capaz de andar ese camino? ¿Lo son, en su defecto, los incipientes partidos católicos que bullen por España? Los liberales españoles están dispuestos a dar el primer paso. [34]

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Los vivos muertos

que pretendían a su modo revolucionar a España. ¿Qué fue de tanta invención?... Les siguen los que hicieron la apología del franquismo, o los silenciadores de tal iniquidad. Son los intelectuales. Tan apergaminados varones representan la capa más externa y vanidosa del cuerpo muerto, la dermis, todavía sensible. Algunos se rezagan, se hacen los desentendidos, simulan no tener nada que ver con el difunto. Otros se han adelantado, han traspuesto la serranía y han llegado hasta Segovia. Sus siluetas alargadas, temblorosas, de fugitivos, han cruzado bajo los arcos del Acueducto -Jordán en vilo-, creyendo hallar al otro lado la salvación. Se han acordado ahora de Antonio Machado. Otro día se acordarán de García Lorca, de ellos mismos, de lo que fueron en vida.

     Los hay que están más íntimamente ligados al organismo agónico, mayormente contaminados. En lo profundo del cuerpo difunto, donde la escarlata sangre se coagula y se hace pegajosa, está el Opus Dei. En el centro de la sombría osamenta está Franco. Un Franco entre azulino y blancuzco, tal como lo ha pintado de mano maestra el pintor Rodríguez Luna.

     España incide en la muerte. Mas otra España nace como dijera el poeta. La España al margen, la inmortal e imperecedera. No necesita esta España que el muerto se salve. Le urge, por el contrario, librarse de su pesadumbre, recobrar su libertad. Una España es la que muere. Una España la que habrá que enterrar definitivamente. El cuerpo que parecía tan descomunal, como que se encoge y enjuta al morir. A lo último quedará del franquismo lo que de un cardo requemado y seco, lo que de un sarmiento. Quedará la cripta, la oquedad en el valle. Todo el franquismo es oquedad.

     Si la vida se pierde al no afrontarla, España no deberá dejar de afrontar resueltamente la circunstancia que se avecina. Que nada caduco interfiera la vida de la España naciente. El error más grave que podría cometer España sería no consumar la muerte que toda resurrección exige.



 
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Portugal, otro motivo de esperanza

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     Ninguna lucha por la libertad y por la soberanía populares nos es ajena. Menos puede serlo, claro es, para nosotros españoles, la que, ayunos de solidaridad internacional, sostienen los demócratas portugueses bajo la jefatura del general Humberto Delgado. Saludamos por ello con entusiasmo y esperanza el heroico e inteligente esfuerzo que realiza este pueblo hermano contra la odiosa dictadura de Oliveira Salazar y por la instauración de la libertad y la democracia.

     El «prestigio» que ampara al tirano Oliveira Salzar, basado en el supuesto enderezamiento de la administración pública de su país, se revela absurdo por el estado de miseria intolerable en que vive uno de los pueblos potencialmente más ricos en recursos naturales, contenidos en sus inmensos territorios ultramarinos especialmente en Angola y Mozambique. Por ello cabe afirmar que no hay ejemplo de incapacidad administrativa comparable al del dictador portugués, ya que su pueblo podría alcanzar en plazo corto, niveles de vida iguales o mejores a los de los países más desarrollados: como EE. UU., sin hipérbole. Por tanto, sobre la razón primera, el recobro de la libertad, también en función de la redención material, para la que existe posibilidad tan singular, debe acelerarse la liquidación de tan desdichada dictadura.

     Oliveira Salzar hizo armas contra el pueblo español al ayudar a Franco desde el comienzo de nuestra guerra. Si no hubieran razones de hermandad, bastaría ésta para considerar como propia la lucha del pueblo portugués. Por otra parte, el destino de la libertad es inseparable en los pueblos ibéricos.

     Diálogo de Las Españas así lo entiende y lo practica. De ahí nuestro vivo deseo de que lo antes posible se logre un estrecho y fraternal entendimiento con la nación portuguesa, entendimiento que sin menoscabo de ambas soberanías sería, de seguro, ampliamente beneficioso para los pueblos peninsulares. Podría comenzar tal entendimiento por la implantación de la doble nacionalidad común a portugueses y españoles y proseguir a su debido tiempo con medidas de amplia cooperación económica que podrían permitir un impulso decisivo a las posesiones portuguesas ultramarinas, así como conciertos aduaneros, monetarios y para la financiación económico del desarrollo industrial, etc., etc.

     Pero mientras llega a Portugal la libertad, podemos y debemos apoyar a nuestros hermanos portugueses, ya sea ayudándoles en su lucha de manera directa, bien canalizando hacia ellos una parte de la solidaridad internacional que nos ha sido acordada en nuestra lucha contra el franquismo.

     Pues la causa de la libertad peninsular es una, nuestro deber de españoles liberales es ayudar con todas nuestras fuerzas a la libertad portuguesa. Pedimos por ello a todos los antifranquistas desparramados por el mundo y a los amigos de nuestro pueblo, que en todas sus futuras acciones incluyan la causa de la libertad portuguesa en plano idéntico al de la liberación de España.

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Noticiario

     Don Ramón Menéndez Pidal ha cumplido noventa años. Vida larga dedicada al estudio y a la investigación, y fecunda como pocas para la cultura española, especialmente en los campos de la historia y de la filología. Las Españas une la suya a las muchas felicitaciones que con este motivo ha recibido nuestro ilustre compatriota que en incesante actividad creadora continúa su obra admirable.

     Al cumplirse el primer aniversario de la muerte del gran poeta Juan Ramón Jiménez, muerto en el destierro, se celebró un acto en Moguer, ante su tumba. Asistieron el cura, los niños de las escuelas y el alcalde, que recitó unos versos. Como puede verse, todo un poema de falsificación y ramplonería. Por algo quería Juan Ramón ser enterrado en Puerto Rico.

     En la prensa auténticamente liberal de muchos países -Suecia, EE. UU., Bélgica, Noruega, Francia, Italia...- e incluso en el diario más importante de Inglaterra, no muy liberal que digamos, se han publicado balances de los veinte años de dictadura franquista. Leerlos, llena, como españoles, de amargura y de bochorno, por la terrible realidad que describen. [35]



Del acontecer en España

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¿Amnistía o borrón y cuenta nueva?

     Primero fue la noticia escueta: «Varios centenares de intelectuales y estudiantes han firmado en España una petición de amnistía a los presos y desterrados políticos.»

     Se nos dijo después que el texto de tal petición circulaba sin ningún recato por Madrid, e impreso nada menos, en razón de que contaba con autorización oficiosa luego de haber sido examinado y discutido en dos consejos de ministros. Como es lógico, pusimos este informe en cuarentena, pero registrándolo como otro indicio más de que no todo lo que se estaba cociendo era visible.

     Dos días más tarde aparecieron en la prensa amplias informaciones fechadas en Madrid. Decían los nombres que encabezaban la lista de firmantes, el número de éstos y la detención de algunos jóvenes dedicados a propagar el escrito. Citaban, además, a Fray Justo Pérez de Urbel -acérrimo franquista, notorio fariseo e historiador no desdeñable como dispuesto a presentar la solicitud pacificadora al encargado de regir el ministerio de Justicia de la dictadura. La aparición de este implacable religioso como embajador de reconciliaciones y piedades, convertía en certidumbre la sospecha de que había gato encerrado y de los gordos.

     Veinticuatro horas más tarde apareció rotunda negativa oficial de que hubiera existido semejante tejemaneje, y el antiguo capellán de Falange, es decir, Fray Justo, dijo no tener qué ver ni lo más mínimo con toda esta historia de firmas, embajadas y pacificaciones.

     Sin embargo, el documento existe, las firmas no son falsas y los jóvenes detenidos estudiantes son de carne y hueso. Cabe preguntarse, por tanto, para qué y quienes han movido los hilos de esta intriga.

     Inicialmente, es decir, sin más elementos de juicio que la noticia escueta, cabía pensar que el buen deseo y la inadvertencia de los intelectuales habían sido sorprendidos por quienes buscan en la política de «borrón y cuenta nueva» campo más amplio de maniobra y las grandes posibilidades que otra decepción nacional, mayor descomposición y más desesperaciones colectivas habrían de ofrecerles.

     La versión de que el gobierno franquista no veía la solicitud con malos ojos, obligaba a tener en cuenta que entre improbable e imposible hay algún trecho, es decir, que la coincidencia de fuerzas divergentes, en un momento dado, no constituiría novedad, caso de producirse.

     A juzgar por las informaciones aparecidas en la prensa, así había ocurrido, pero apreciábase otra presencia, inadvertida hasta el momento: la de un sector de cuya actitud equívoca y sutil estrategia poco hay que no pueda esperarse.

     El mentís oficial vino a oscurecerlo todo, excepto la existencia y la peligrosidad de la maniobra. ¿Fue preparado ésta en previsión de que tuviera resultados la demostración que organizaban -y luego suspendieron- las fuerzas liberales? ¿Tratábase de una confabulación de fuerzas católicas colaboracionistas con otra de igual signo -no colaboracionista ahora- montada por sugerencia externa para presionar a Franco, revalorizarse políticamente y propiciar una salida emborronadora? Tampoco es posible descartarlo: aunque leve, parece haber indicio de ello.

     Cabría aventurar otras hipótesis, ya que en la confusión actual -republicanos juanistas, tradicionalistas enemigos de Franco, falsos opositores, opositores sin nada que oponer, etc.-, hay pocos imposibles totales en lo que viene llamándose política española.

     Sea como fuere, lo importante es resaltar el significado esencial de la maniobra -que no ha de tardar en repetirse-, y que sobre tanta turbiedad quede algo completamente en limpio. Concretamente, la firme decisión nacional de no permitir que esta coyuntura histórica sea también frustrada; su inconmovible propósito de imponer rectificaciones profundas, capaces de fundamentar sólidamente la convivencia española y la reconstrucción moral, económica y política de la patria. En resumen: es menester que se haga explícita la negativa nacional a recomenzar el viejo drama, a incubarlo de nuevo en los grandes focos de putrefacción que la guerra y sus consecuencias han ido dejando a la intemperie y que los partidarios del zurcido a base de «borrón y cuenta nueva» quieren recubrir con talcos de paces mentirosas y de falsas reconciliaciones.

     La paz en la mentira significa proporcionar salida a lo que no la tiene -el franquismo- y dejar intactas las causas que nos llevaron -y que volverían a llevarnos- a la guerra y a la dictadura. Ése es el propósito de quienes buscan con intención política la incorporación de los desterrados a lo condicionado o predeterminado por el franquismo.

     Porque bien está que se pida -y aun mejor que se exija serena, virilmente, pues ya es hora de hacerlo- la más amplia amnistía para los presos y los perseguidos políticos a merced -a ferocidad, debiera decirse- de la dictadura, pero no para los desterrados. No para los desterrados, porque su sola presencia fuera del solar, justificada por razones morales y de conservación de su libertad e incluso de su vida, mantienen al régimen franquista reducido a parecer lo que es: una situación de hecho, ilegal, interina forzosamente, con más de trescientos mil opositores que han soportado veinte años de destierro y que recuerdan al mundo que su patria es un país ocupado pero imposible de someter y con derecho pleno a decidir pacífica y libremente su destino.

     Si la oposición en libertad fuese legalmente desmontada, la causa, no de la República, sino de la libertad y de la dignidad de España, que es lo que importa realmente, habría sufrido rudo golpe. Y si los desterrados, cuyo valor y significación mayor viene de ser el único trozo de España en libertad, aceptasen [36] la capitulación que se les busca, al hacerlo, pese al no convencimiento interior, reconocerían justas las matanzas y persecuciones, legítima la dictadura y necesario cuanto el franquismo ha hecho, pues gozando de libertad se sometían e integraban en los resultados de tal obra.

     Nada de eso será.

     Si ha de haber paz, ha de ser en la rectificación de todos, en una gran rectificación nacional que permita la reintegración de los españoles en el interés y la necesidad de España y, a la vez, en la decisión unánime de eliminar políticamente cuando el franquismo neto es y representa; de manera absoluta y para siempre.

     Ahí, fuera del viejo cenagal, en ese terreno limpio, honrado, auténticamente español, sí es posible la paz y la reconstrucción de la patria. En la ignominia del presente, o en la vuelta a cualquier pasado, nunca.

     Pero entiéndase bien: este nunca no es de Las Españas sólo, ni sólo de los desterrados liberales a quienes en este punto concreto estamos absolutamente seguros de interpretar: lo dicta algo más fuerte que los fusiles y los dogmas, incluso que el cansancio o la náusea de las multitudes: una necesidad vital en conjunción con un imperativo histórico insoslayable.

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Corrientes renovadoras

espera de una sólida construcción. Los materiales han de ser probados, asegurados, sin defectos fundamentales que comprometan el edificio. Es cosa de técnica, de lucidez, no de apasionamiento, no de política determinada. Se hará lo que se pueda a la vista de las condiciones del solar. Cada partido, cada doctrina, tiene su proyecto arquitectónico; pero no es cosa de empezar varios proyectos a la vez. Uno solo. Para ello, hay que unirnos, sin gritos, sin denuestos, con la sana intención de estudiar lo conveniente y colaborar. Entiéndase bien: colaborar. Pues no colabora quien va con la intención artera de aprovecharse de la caballerosidad y buena fe del conjunto para avasallar, a la postre, al virtuoso desarmado. El que pretende aherrojar, confundir, y llevar las aguas a su molino no tiene cabida en esta comunidad noble. Ni el monstruo colectivista, con sus determinismos discutibles y fallidos, ni el monstruo individualista, con exaltaciones potenciales y cercos insolidarios. Después de todo, no puede edificarse en el vacío de las teorías, sino en la concreta realidad. La única condición es el buen deseo de trabajar y de aceptar lo que pueda salir de lo posible. Un cimiento falso da al suelo con el edificio; un material deficiente cuartea la estructura.

     La resurrección de España no es obra de místicos ni de fanáticos de las ideas. España debe aprovechar lo que de bueno hay en su historia; pero, también, salirse de sí misma, del fanatismo y de la intransigencia, y ponerse a tono con su resurrección.

Marín Civera, en «C. N. T.».                     

Sobre los fines, la orientación y el ideario de un nuevo partido republicano democrático

     Los principios fundamentales del movimiento republicano español han sido y son la Libertad y la Democracia; la lucha contra el sectarismo en todas sus formas, contra el oscurantismo y contra todas las cortapisas al libre conocimiento y circulación de las ideas y a la expansión de la cultura como instrumento de liberación y elevación del hombre; su sentido de la Ética y su culto al Derecho y a la Justicia -de tan honda raíz española- en todos los órdenes y sin claudicaciones ni condescendencias.

     El republicanismo español no ha tenido nunca espíritu de clase, sino espíritu nacional, por encima de las clases. Por eso, su sentido de la justicia y de la democracia le han colocado siempre al lado de los trabajadores en las luchas sociales. Por eso ha sido siempre el aliado natural del socialismo obrero y del sindicalismo, y en su seno ha germinado y se ha ido afirmando cada vez más una corriente neosocialista o de un socialismo liberal, que no se acomoda de la concepción de los partidos de clase.

     No se trata, por consiguiente, de adscribir nuestro movimiento a una determinada escuela económica, empezando, desde luego, por rechazar una eventual identificación de nuestro liberalismo político esencial con un liberalismo económico que no puede ser un programa para hoy ni menos para mañana.

     Nuestra aspiración más cara es que el nuevo movimiento republicano sea la expresión auténtica de voluntades coincidentes del interior y del exilio.

     Porque hemos comprendido que no puede pedirse a las nuevas generaciones que se afilien a los viejos partidos, estamos dispuestos a superar esos partidos y a cooperar con ellas en la edificación de una fuerza republicana nueva.

     Porque hemos comprendido que nuestros programas, válidos para 1931-36, están hoy anticuados, nos disponemos a renovar nuestra doctrina y nuestros métodos en perfecta inteligencia con los republicanos del interior.

Emilio Reinares, sobre el proyecto de fundación de un nuevo partido de «Acción republicano democrática».[37]               



       
Motivos de diálogo
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Carta abierta a don Emilio Reinares

 

Distinguido compatriota:

     Muy vivamente le agradecemos su amable carta y la invitación que en ella nos hace a ingresar en «Acción Republicana Democrática». Significa para nosotros un honor que estimamos en mucho por proceder de ustedes.

     Nuestra simpatía por el republicanismo español, originada en larga tradición familiar y hecha lógica por la comprobación de afinidad tan esencial como es tener por medio indispensable a la dignidad humana la libertad, y a ésta como bien supremo de los hombres, fue ahondándose a lo largo de nuestra guerra. Patente fue en aquellos treinta y dos meses su ilimitada abnegación política, incluso cuando el turbión de la circunstancia borró de manera casi total la fisonomía del régimen.

     Estas razones, unidas a la de proporcionar a nuestros jóvenes amigos del interior elementos válidos de juicio y a nuestro deseo de diferenciar claramente la crítica rigurosa que -por falta general de autocrítica- hemos creído necesario hacer, de la consideración que la rectitud y la consecuencia viva nos merecen, movió al consejo director de Las Españas a pedir a nuestro compañero de Redacción, señor Daniel Tapia Bolívar, un artículo para Diálogo en el que se subrayaran los valores morales que han dado carácter a nuestro republicanismo y, por tanto, a los partidos próximos a fundirse.

     Esa su limpia significación de ayer ha vuelto a confirmarse en el destierro con muestras continuas de dignidad y de firmeza. En lo que a la segunda concierne -más meritoria cuanto más escasa, por lo contagiosos que son abulia y desfallecimiento- es buena prueba el señor Gordón Ordás, como lo son usted, nuestro particular amigo Mariano Joven y cuantos republicanos tratan de servir a España haciendo más noble y menos amargo su futuro.

     Comprenderá usted, por cuanto antecede, cómo estimamos su invitación y en qué medida nos es grato que hayan recogido en un punto concreto de las bases doctrinales de «Acción Republicana Democrática» la esencia misma de una de las concepciones más importantes que nosotros defendemos. Pero independientemente de simpatías, de afinidades y de comunidad de deseos, cabe, como en el caso presente, una apreciación distinta de cómo y dónde servir mejor a nuestro pueblo.

     Estimamos, por lo pronto, que nuestra adhesión personal nada añadiría a las posibilidades de A. R. D. y que habría de mermar, en cambio, la influencia conseguida por Las Españas en diversos medios políticos, intelectuales y sociales del interior, sobre todo, y entre elementos del destierro sin otro signo aún, a ahora, que el de su antiguo antifranquismo y la voluntad más decidida de sincronizar su acción o su actitud con lo que están pidiendo, las actuales realidades españolas.

     No hemos de ocultarle que la posición a que nos han llevado nuestros contactos con el interior, el análisis de lo ocurrido y la toma en cuenta de los factores en juego, dista mucho de compaginar con la creación fuera de España de nuevos partidos o la refundición de los de ayer en otro, así sea, como en el caso de ustedes, reuniendo a tan limpia tradición tantos valores personales. A juicio nuestro, el ejemplo que ustedes dan ahora hubiera tenido extraordinaria significación e incalculable importancia pocos meses después de la terminación de nuestra guerra. Cierto que los veinte años transcurridos no restan valor moral al hecho, pero sí aminoran su posible eficacia política. Desgraciadamente, buena parte de las fuerzas que pudo galvanizar y reorientar ayer y de aquellas a las que hubiera dado ejemplo, no existe o está prácticamente aniquilada por los años, los sufrimientos y las decepciones.

     Humana y psicológicamente hablando -usted lo sabe-, España difiere mucho de la que hubimos de dejar en 1939. Hay que añadir cambios profundos en la relación de fuerzas, falta de alguna formación política positiva en la parte inmensamente mayor de las nuevas generaciones, desmesurado crecimiento del volumen y complejidad de los problemas básicos y una situación económica irremontable sin paz verdadera y estrecha colaboración nacional.

     Cierto que la primera etapa consiste en derribar a Franco, cabeza visible del franquismo, pero ha de ser al empujón de España, para no provocar otra catástrofe y descuajar, al mismo tiempo, la vieja y poderosa raíz del felipismo, hecha franquismo ahora. Sin este descuaje o esterilización, el ciclo de nuestras guerras seguirá abierto, y claro es que la polarización en grandes bandos sólo al felipismo beneficia.

     De todo ello y de mucho que podría añadirse, la necesidad de reintegración nacional, lo forzoso de juntar en una ley un único propósito a cuanto de vital hay en nuestra patria.

     Para nosotros no hay duda de que la política de partidos -así se conciba de manera distinta a la de ayer- no es adecuada para la consecución de estos fines. En vez de servir para disgregar al bando que aglutinaron el miedo, la cerrilidad, el egoísmo y... nuestros ingentes errores, servirá para rejuntarlo bajo otra divisa y otro jefe.

     Creemos firmemente que hoy, y durante algunos años, cuanto signifique diferenciar, trazar fronteras verbales entre sectores de la oposición al felipismo y repintar los viejos mojones -izquierda, derecha, centro- con idea de utilización inmediata, no puede hacer sino empujarnos de nuevo a recomenzar el drama que lleva siglo y medio en nuestra cartelera histórica.

     Esto no quiere decir que cada sector, grupo o individuos no conserve su peculiar fisonomía política y que una vez en España no trabajemos por dotar a la futura democracia española de los instrumentos indispensables a la vida de toda democracia verdadera; es [38] decir, de organizaciones y partidos aptos para el gobierno y la oposición responsable, pero entonces y allí podrán responder, no a concepciones doctrinales sólo, no sólo a apreciaciones o deseos -éstos, puramente subjetivos, aquellas, hechas a ojo de buen cubero- sino a la dura realidad presente y potente que exige de manera insoslayable cambiar toda retórica por frío rigor en el estudio de los problemas y sus soluciones.

     Por otra parte, los términos izquierda y derecha más sirven en España como divisas peleonas que para definir con verdad corrientes de pensamiento lógicas en sí mismas, es decir, en armonía esencial con una concepción filosófica del hombre y de la vida, en el orden político.

     Así tenemos carlistas que están muy a la izquierda de socialistas y republicanos (de algunos, naturalmente) en lo que toca a un problema fundamental de España: el de las nacionalidades ibéricas; como hay infinidad de anticlericales -e incluso de ateos- con un sentido incomparablemente más puro de Cristo y religiosidad más honda que la mayor parte de los que andan con el Ave María a flor de labio. Y si entramos en lo que toca a la llamada justicia social, hallaremos fuerzas de la actual oposición a Franco muy a la derecha de otras que colaboran aún con el franquismo.

     Antonio Machado escribía en 1912 despectivamente: «...eso es juego de izquierdas y derechas». Juego trágico, añadimos nosotros, sin mucho sentido y con ninguna eficacia.

     En consecuencia, creemos que lo verdaderamente definidor son las soluciones concretas a cada problema concreto.

     En torno a una solución sin apellido ni configuración forzada por él, si objetivamente sirve al propósito, cabe juntar a gentes de muy diversa situación y pensamiento político, descoyuntando así los viejos bandos al mismo tiempo que se rehace a España y se enseña a la ciudadanía española que la política también tiene tres dimensiones.

     Y para terminar: si alguna de las fuerzas de ayer ha dado muestras de poseer la abnegación necesaria para renunciar a todo excepto a la eliminación política de los enemigos de España y de sus libertades, esa fuerza es la representada por ustedes. Por eso lamentamos más que en vez de la fusión en un nuevo partido no haya estimado oportuno el republicanismo español reorganizarse en torno a unos propósitos que, sin negar ni entorpecer sus finalidades propias y por ser de validez común, pudieran servir de base para la creación de un amplio Movimiento de Reintegración Nacional para la eliminación del franquismo y la reconstrucción moral, económica y política de España.

     Esos puntos básicos pudieran ser la restauración inmediata de las libertades esenciales, la liquidación efectiva de la guerra civil y la reconstrucción económica. Sobre ellos podría elaborarse un programa nacional; el del gran Movimiento de fuerzas nacionales que venimos propugnando.

     Un gesto así, no sólo calaría en las conciencias y devolvería la ley a las multitudes; significaría para ustedes, o para quien sea capaz de hacerlo de manera orgánica, un fabuloso acrecimiento de autoridad política y, por otra parte, un medio de presión tremenda sobre cuanto, franquista o no, está cerrando el paso hacia el futuro.

     Y nada más, sino nuestros mejores deseos de que A. R. D. pueda servir eficazmente a la causa de la libertad y reiterarle el testimonio de nuestra consideración más distinguida.

           Anselmo CARRETERO                                                            José Ramón ARANA      

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     Los trabajos firmados que aparecen en estas columnas son de la responsabilidad personal de sus autores. La opinión de Las Españas viene expresada en los artículos editoriales y en las notas de Redacción. [39]



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El diálogo

Por ABENAMAR                    

     No cuenta el diálogo entre las muchas y muy peregrinas invenciones de nuestro tiempo. Contra lo que puedan decir los rusos, fue descubierto en el ayer más remoto, cuando en vez de razones se esgrimían quijadas de mamut y otros axiomas semejantes. Con ellos dialogaban los cromañones que daba gusto verles. Axiomazo va axiomazo viene, el más dialéctico llenábale la cabeza al otro de irrefutables evidencias, hasta dejársela igual que una alcachofa.

     Luego, uno y otro fueron evolucionando hasta llegar al milagro de la Grecia antigua; milagro no prestidigitado por sus dioses -más dados a la trapisonda que al prodigio-, sino, precisamente, por el diálogo. Allí, en aquella Grecia tan cara a Alfonso Reyes, un hombre decía su pensar, lo razonaba; escuchaba el otro como natural manera de enterarse -de hacer entera su razón- y antes de responder meditaba sobre lo oído.

     Tal manera de dialogar significó el nacimiento en el hombre de lo verdaderamente humano, que, por otra parte, por la de lo verdaderamente imperativo, ni para atrapar gorriones sirve.

     Los romanos, que no se andaban por las ramas de la razón, sino por recios troncos de codicia, empezaron a taponarse los oídos y a dar voces atronadoras: «¡Media vuelta a la derecha!... ¡De frente!... ¡Mar... chen!

     Cristo trajo otra forma de diálogo: la del hombre con su alma o con su sueño, pero detrás vinieron Atila, Mahoma, los cruzados, Calvino, Felipe II... ¡un diluvio de sordos vociferantes! Pese a todos, fue tirando el diálogo a trancas y barrancas hasta que maese Guillotín discurrió un instrumento excelente para abrirle vía. Desde entonces empezó a extenderse, distinto, en general, a como fuera en tiempo de Pericles, pero bueno para que las cabezas no acabaran por turno convertidas en alcachofas.

     Sin embargo, el diálogo siempre tendrá enemigos, al menos, mientras haya pueblos que estercolen con errores, epilepsias o cobardías el campo en que proliferan los tiranos. Así en la Alemania de Hitler, en la Italia encamisada de Mussolini y en la embermellonada Rusia de Stalin. ¿Y en España? En España es distinto, pues si hubo culpas de las gordas, no faltó cruzada que de todas nos redimiera. Por eso hay diálogo en la patria de José M.ª Pemán y de Arburúa, no, ciertamente, a troche y moche y con palabras como cantos, según querrían los viejos sacamuelas políticos, sino entre quienes, además de ser iguales entre sí, saben el buen acuerdo que es menester para el manejo de una democracia. Porque en España hay democracia. Franco lo ha dicho, EE. UU. lo confirma y Rusia no lo desmintió en la ONU, así que... ¡Pero volvamos a lo nuestro!

     En la patria de Calvo Serrer y Lola Flores, se dialoga cuanto hace falta, y no precisamente Franco con el Caudillo, como nuestro dibujante imagina, sino muchos más: toda la jerarquía eclesiástica con la jerarquía financiera en pleno, si bien, enmascarada la una de Caudillo y la otra de Francisco Franco. Si no se les oye, es porque todo lo dicen en susurro, para que nada raye la superficie del silencio. De esta manera, el grito nacional -¡¡¡gol!!!- estalla en él -en el silencio- con estruendo indecible, sube, choca contra los cielos y rebota para caer hecho millones de quijadas que si no convierten en alcachofas las cabezas, sí hacen de las seseras nesfarina.

     Por otra parte, y para que no falte ninguna, el diálogo español a la vieja usanza -no a la antigua, entendámonos- alcanza nuevo esplendor en los cafés de México. ¿Qué es diálogo «sui géneris»? De acuerdo. Pero con apariencia de multílogo y trasfondo monologal, pese a que el argumento definitivo lo suministran el gesto y la laringe -sobre toda la última-, no deja de reunir en sí plasticidad y sonoridad insuperables, la virtud de la lección política que encierra. A saber: que el español necesita grandes palabras unificadoras y que en nuestro viejo solar, sólo la derecha cromañona ha sabido y sabe dar con ellas. En el ayer lejano, «¡Santiago y cierra España!», algo más tarde, ¡Imperio!, y ahora la más ibérica de todas: ¡¡¡¡¡Goool!!!!!...

DIBUJOS DE JUAN ARANA [40]                    

         
Motivos de meditación
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El eco tras la voz

 
                                                                                                      «Con verdad se dice que cada loco con su tema, y usted conoce el mío. No espero casi nada de la japonización de España, y cada día que pasa me arraigo más en mis convicciones. Lo que el pueblo español necesita es cobrar confianza en sí, aprender a pensar y sentir por sí mismo, y no por delegación, y sobre todo, tener un sentimiento y un ideal propios acerca de la vida y su valor.»           
     Fragmento de una carta de Miguel de Unamuno a Azorín en 1897.

     Hay tal olvido de nuestra verdadera tradición -tolerancia religiosa, comunidades, fueros, municipios con vida y medios propios-, o lo que es lo mismo, hay tal olvido de nuestro verdadero ser nacional -nacional entre nosotros españoles vale por plurinacional y supranacional a la vez-, que tropezamos con él y no lo vemos, nos grita y no lo oímos, lo llevamos dentro y se nos confunde con mirajes de poder pretérito o con cualquier reciente polvareda. Ni el constante caer entre desastres y luchas fratricidas o a vueltas de interinidades, pronunciamientos, dictaduras y amenazas de separatismos nos avivan el seso y la memoria. Así, los que se creen fieles a la tradición tienen por tal al centralismo borbónico y al absolutismo de los Austrias, extranjeros ambos. Por contra aparente, los innovadores dan en calcar formas e instituciones francesas, así sienten a España como las pistolas a los santos, o pretenden japonizarnos un día, germanizarnos otro, rusificarnos o cubanizarnos más tarde. Por lo visto, cualquier cosa es preferible a utilizar la cabeza en algo mejor que la embestida: hasta el caer tan hondo y en tan absoluta impotencia que haya de gobernarnos un Alto Comisario en nombre de Norteamérica o de Rusia.

                                                                                             «Hoy es preciso sacar ascuas de la ceniza y hacer hoguera con leña nuevo.»           
     Fragmento de una carta de Antonio Machado a Miguel de Unamuno en 1912.

     Difícil sería encontrar algún español con pero que poner a tan certera fórmula. ¿Por conformidad real con ella? Entre los de la España civil, civilizada, sustantivamente española, desde luego, pero no así entre los que acampan más allá de sus límites. De éstos, cuantos creen que arte y ciencia de gobernar consisten en imponer la ley del embudo y en mantenerla a base de garrotazo y tente tieso, porque entenderán, sin duda, que las cenizas a que el poeta alude son las de los Austrias, la hoguera, inquisitorial, y la leña enteramente verde, para mejor purificar al réprobo. Entre cuantos forman la horda del rencor, epileptóide y furibundo, por imaginar que las ascuas y las cenizas de que habla Machado, son las de nuestras guerras civiles; la hoguera, otra más alta que la de 1936-1939, y la leña, esa que piensan repartir ellos en cuanto dé vuelta la tortilla y... haya menos peligro. De esperar es que la España civil, civilizada, sustantivamente española, haya aprendido algo. Por lo menos, a no dividirse y a descargar inexorablemente el puño de la ley contra quienes no tienen otra que la de su egoísmo o su barbarie.

                                                                                                        «...para plantear el dilema o partido nacional o disolverse; después, repito, de decidido eso y comunicarlo al país, callar, trabajar en silencio, prepararse, allegar materiales de gobierno, ir haciendo gacetable lo más esencial y urgente del programa nacional; y luego de cumplida la hipótesis, fenecido aquel plazo sin que los políticos hayan satisfecho aquel imperativo, aquellos anhelos de la opinión neutra, reunirse todos, declarar solemnemente fracasados a los partidos gobernantes y a sus hombres, y a los hombres desprendidos de ellos y ahora sueltos, acordar constituir un organismo apto para la gobernación, constituirlo seguidamente, recabando el concurso de los hombres extraños a la política, ajenos a la catástrofe y la decadencia de España...».           
     Joaquín Costa en 1899; fragmento de Lo que se debió hacer.

     Costa, escribió lo que antecede en 1899. Sesenta años más tarde, con sólo cambiar algo, no todo, de lo puramente adjetivo podría creerse escrito para hoy. Más si partimos de 1899 para remontarnos tiempo arriba, iremos encontrando en cada década del ochocientos la mismo interinidad, igual proceso de desintegración y podredumbre, caos igual o semejante; es decir, que lo escrito por Costa al acabar el siglo XIX pudo haber sido expresión certera de la realidad y necesidad de España en sus comienzos y durante más de la mitad del siglo XX. Cosa sabida, se dirá, pero no es cierto, no es multitudinariamente cierto; que al cambiar actores y decorados cree hallarse el español común en otro acto del drama o, como ahora y tantos veces antes, en un negro entreacto. Siglo y medio perdido en girar como mula de noria en torno a idénticos errores mientras los demás avanzan, tenía que producir este presente: una dictadura sonrojante, un rápido proceso de desintegración interna, un caer a nuestra actual situación de pueblo semicolonial abocado a definitivo coloniaje.

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