Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

11

Le Mexique - Paris, 1830.- Lettre XI, tom. 2, pág. 203. (N. del A.)

 

12

La inscripción que tiene abajo dice a la letra: Puso este santo crucifijo por su devoción en este Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición Sebastián de Arteaga notario de él. Año 1643 F.º

Por no recargar el diálogo, no he hablado en él de algunas pinturas que erradamente pudieran tomarse por primitivas en la historia del arte en México. Son las siguientes:

1.ª En el presbiterio de la iglesia de Guadalupe hay un cuadro de algún mérito, que representa una procesión en que es conducida la imagen a su templo. Veytia dice que probablemente fue pintado hacia 1531, y que aquella procesión es en la que se llevó la Virgen a la primera ermita que se le construyó (Baluartes de México, págs. 23, 24 y 25). A los ojos de los profesores la obra presenta los rasgos característicos de la escuela mexicana a mediados del siglo siguiente. Además, en el cuadro hay dos inscripciones, una española y otra mexicana. Al pie de ésta se lee: A devoción de Diego de la Concepción y José Ferrer: año 1653. Ésta es la letra que se ponía en obras de esa clase para señalar a las personas que las habían mandado hacer. De las dos inscripciones, han hablado Cabrera, Escudo de armas de México, § 703, el mismo Veytia en el lugar citado, D. Juan B. Muñoz en el § 21 de su Memoria sobre las apariciones, y el Dr. Alcocer en el cap. XI, § 2 de su Apología. Hoy aparece en el cuadro una tercera inscripción que dice que en mil setecientos noventa y tantos un cura de allí los hizo limpiar y aceitar. Las tres leyendas parecen ahora de un tiempo, y en la vieja española está corregido el anacronismo de dar tratamiento de excelencia al Sr. D. Sebastián Ramírez de Fuenleal: sólo se le llama Illmo.

2.ª De las colecciones de retratos que hay en los edificios públicos de la capital, las más completas y más importantes son sin duda dos: 1.ª, la de los Virreyes, de que existen dos juegos, uno en el Museo nacional, y es el mismo que estuvo en Palacio hasta la independencia, y otro en las Casas consistoriales. 2.ª, la de los Arzobispos en el salón de sínodos del Arzobispado. Ambas son de bastante interés para la historia civil; lo serían igualmente para la del arte en México, si todos los retratos hubieran sido hechos aquí, y tomados inmediatamente de los originales; pero tengo el sentimiento de creer que no reúnen esa doble calidad. He examinado de cerca la del Museo, gracias a la bondad de su sabio conservador el Sr. D. Fernando Ramírez, y daré sobre ella algún pormenor. Consta de 62 cuadros, todos de tamaño uniforme, las figuras de medio cuerpo en pie, y sin otra cosa al fondo, en los dos primeros siglos, que el escudo de armas de cada Virrey. Empieza la colección por el conquistador D. Fernando Cortés, y acaba en el teniente general D. Juan O'Donojú que celebró en 1821 el tratado de Córdoba. D. Luis de Velasco el 2.º está duplicado, por haber sido dos veces Virrey; pero el segundo retrato es simple copia del primero, con leves variaciones en cosas accesorias. En el de Cortés se recortó alrededor del rostro el lienzo en que primero estuvo, y sobre el pedazo que se agregó de nueva tela, se escribió el letrero y se pintó el escudo, que por cierto no es el que concedió Carlos V al Conquistador, y usaron los Marqueses del Valle. El retrato en sí mismo tiene semejanza con el que hay en el hospital de Jesús, y ambos parecen copias regulares de un original, cuyo paradero ignoramos. Los de los diez primeros virreyes hasta D. Luis de Velasco el 2.º, que acabó en 1611, son en lo general de mérito; algunos de ellos lo tienen muy señalado, como el de D. Martín Enríquez, el del Conde de la Coruña, y el del joven Marqués de Montes-Claros. Pero ninguno presenta rasgos de la escuela mexicana, si no es acaso el del Sr. D. Pedro Moya de Contreras, en que asoman tintes semejantes a los que luego usó Luis Juárez. No es remoto que alguno de sus maestros lo hubiera hecho. Desde el 12.º Virrey, D. Fr. García Guerra, hasta el Duque de Veraguas que fue el 26.º, la colección baja infinito como obra de arte; sólo hay regular el del Marqués de Cadereita; en muchos de los otros se ve el último punto de impericia y desaliño a que puede llegar la pintura; y de seguro no se empleó para hacerlos a los buenos maestros que había entonces en México, como los Echaves, Arteaga, José Juárez, etc. Un poco mejora en los del Duque de Veraguas, y Conde de Paredes, más todavía en el del Sr. D. Fr. Payo de Rivera Enríquez, y por último en el del Conde de Moctezuma hay individualidad. Todos los que he mencionado hasta aquí son anónimos. El del 33.º Virrey, Duque de Alburquerque, está firmado por Nicolás Rodríguez Juárez; se nota en la ejecución cierta timidez, que no hay en otras obras del mismo maestro. Su sucesor el Duque de Linares fue retratado de cuerpo entero por el otro Rodríguez Juárez (Juan) en el lienzo que existe en el Carmen, y de que hablaré adelante. La media figura de la colección me parece una réplica de ése, hecha por el mismo autor, con más valentía pero con menos detención en el rostro, aunque quizá con más esmero en las ropas; buen retrato y de bastante carácter. Superior es todavía el del Marqués de Casa-fuerte, que está firmado por aquel distinguido artista y ciertamente es de lo mejor y más digno que hay en toda la serie. Viene en seguida la escuela de Ibarra, Cabrera, etc., y en verdad que no es el retrato el género de pintura que la honra, pues lo que produjo en esta línea dista infinito de sus cuadros religiosos. De Ibarra hay allí el del Sr. Vizarrón, lánguido y relamido, el del Conde de Fuenclara en que la riqueza de los paños no resarce la pobreza del rostro, y el del Duque de la Conquista peor que los otros. Cabrera retrató al primer Conde de Revilla Gigedo, y da pena leer escrito el nombre de tal artista al pie de semejante lienzo. Mejor se desempeñó Juan Patricio Morlete Ruiz en los del Marqués de las Amarillas y D. Francisco Cagigal (una misma figura con distintas cabezas), y sobre todo en el del Marqués de Croix, que es positivamente bueno. Los que siguen hasta D. Juan O'Donojú (si se exceptúa acaso el de Marquina) son muy pobre cosa, y en muchos se ve descender el arte, aunque por distinto camino, al puesto en que se hallaba un siglo atrás. Los nombres de sus autores no merecen repetirse. Si entre nuestros pintores conocidos se ha de hacer juicio comparativo respecto del arte del retrato, el primer lugar toca de justicia a Juan Rodríguez; el segundo pudieran pretenderlo su hermano Nicolás y Juan Patricio. Al lado del primero estarían los que copiaron a los virreyes del siglo XVI, si sus retratos se hubieran hecho aquí; pero vuelvo a decir que no tienen sabor de obra mexicana, y pertenecen a un periodo en que el arte empezaba a introducirse entre nosotros, y no contaba aún profesores (al menos que conozcamos) capaces de ejecutar aquello. Yo sospecho que en época posterior se formó el proyecto de hacer la colección, y entonces se suplieron los virreyes anteriores de la manera que fue posible, quizá pidiéndolos a España.

Ésta, que en cuanto a la colección de que he hablado, es simple conjetura, tratándose de los arzobispos es un hecho que está a la vista. Los retratos de los primeros prelados evidentemente son hechos después que los posteriores. (N. del A)

 

13

«Aluntur intra monasteriorum ambitum per suas classes et contubernia, per scholas et doctrivia, ex ditioribus trecenteni, quadrigenteni, quingenteni, et sic de singulis ordinalim secundum magnitudinem civitatum et oppidorum... Jam vero ingenii docilitas supra modum, seu cantare jubeas, seu legere, scribere, pingere, fingere, caeteraque id genus liberalium artium et aliarum, ad rudimenta omnia perspicaces etc.», Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la Provincia de Santiago de México de la orden de Predicadores, lib. 1.º, cap. 42, trae íntegra la carta. La versión española que pone en seguida, me parece que no siempre expresa con fidelidad y exactitud lo que dice el original latino, como sucede en el pasaje que acabo de copiar. (N. del A.)

 

14

Vetancurt, Crónica de la Provincia del Santo Evangelio de México, Tratado 2.º, cap. 3, núm. 63. (N. del A.)

 

15

Monarquía indiana, lib. 17, cap. 2, y lib. 20, cap. 19. (N. del A.)

 

16

Vetancurt, Menologio franciscano, en el día 29 de junio. Valadés, Rhet., p. 4, cap. 23. El mismo Vetancurt en la Crónica (Tratado 5.º, cap. 4, núm. 81) habla de una copia de la Virgen de los Remedios, hecha de piedra por el padre Gante para ponerse en el convento de México, del cual se trasladó al de Xochimilco, y luego a Tepepam. Aunque el padre no trabajara materialmente en ella, dirigiría el trabajo. (N. del A.)

 

17

«Nullius enim nescius erat», Valadés. (N. del A.)

 

18

Sariñana, Noticia de la deseada y última dedicación del templo metropolitano de México, en 22 de diciembre de 1667, pág. 26 vuelta. (N. del A.)

 

19

Véase sobre todo esto la excelente oración pronunciada por el señor Jovellanos en la Academia de San Fernando de Madrid el año de 1781 (tom. 2.º de sus obras, pág. 120, edición de D. León Amarita, Madrid, 1830), y a Ceán Bermúdez en la introducción del Diccionario histórico de los Profesores de Bellas Artes en España, y en los artículos de los artistas del siglo XVI; en el tomo 6.º hay catálogos cronológicos de todos. (N. del A.)

 

20

Lib. 17, cap. 1.º de la Monarquía indiana. (N. del A.)