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Diálogo sobre la historia de la pintura en México

José Bernardo Couto



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Una mañana de los últimos meses del alto de 1860, entrábamos en la Academia de San Carlos mi primo D. José Joaquín Pesado y yo. El director de pintura, D. Pelegrín Clavé, que nos encontró acaso, aprovechó la ocasión de devolverme un papel que le había yo prestado, con apuntes de fechas y citas relativas a los antiguos pintores mexicanos. Informado mi primo de lo que era, picó aquello su curiosidad, y nos propuso que con el papel en la mano visitáramos la sala donde se van poniendo los cuadros que de esos pintores adquiere la Academia. Muy de grado aceptamos la propuesta el Director y yo; y subido que hubimos a la sala, después de dar una ojeada por mayor a los cuadros, comenzó entre los tres esta conversación.

  —4→  

PESADO.-  Sea enhorabuena. Veo que está adelantado el pensamiento de juntar aquí una colección de obras de los maestros nacionales de más nombre, para que su memoria florezca, y nuestros jóvenes alumnos tengan más modelos que estudiar. Mala vergüenza era para la Academia que no se encontrase en ella recuerdo alguno de la antigua escuela mexicana, en la que por cierto no faltaron hombres de mérito. Ahora lo que importa es que esta colección, que empieza a reparar esa falta, no sólo se conserve, sino que se enriquezca cada día con nuevas adquisiciones.

COUTO.-  Sólo enriqueciéndola y completándola, llenará el propósito que se tuvo al poner mano a su formación, que fue presentar, por medio de una serie de cuadros, la historia del arte en México. En esta sala esa historia no se lee, sino que ella misma va pasando delante de los ojos.

PESADO.-  El pensamiento lo tuve por acertado desde la primera vez que de él me hablaste; pero en cuanto a la ejecución, creo que les faltan a vdes. algunos   —5→   capítulos del principio de la historia; de manera, que la galería se parece hasta ahora a aquellos códices antiguos de que se han perdido las primeras hojas. Si no he visto mal, el cuadro más viejo que hay aquí, es de Baltasar de Echave, es decir, del primer tercio del siglo XVII. Así es que se echa menos todo lo anterior.

CLAVÉ.-  ¿No me diría el Sr. D. Joaquín a qué llama lo anterior? ¿Alude acaso a las pinturas de los mexicanos?

PESADO.-  No querría tanto. Sé que esas pinturas, de grande interés para la arqueología y la historia, no lo son igualmente para el arte, que es lo que en esta casa se profesa. En ellas no hay que buscar dibujo correcto, ni ciencia del claro-oscuro y la perspectiva, ni sabor de belleza y de gracia. Parece que a sus autores llamó poco la atención la figura humana que a nuestros ojos es el prototipo de lo bello; así es, que no la estudiaron, ni conocieron bien sus proporciones y actitudes, ni acertaron a expresar, por los medios que ella misma ofrece, las cualidades morales y los afectos del ánimo. Además, se nota en sus autores cierta propensión a observar y copiar de preferencia los objetos menos   —6→   gentiles que presenta la naturaleza, como animales de ingrata vista. Todo indica que en las razas indígenas no estaba despierto el sentido de la belleza, que es de donde procede el arte.

COUTO.-  El sentido de la belleza ha sido dado a pocos pueblos en la tierra. Los griegos entre los antiguos, y los italianos entre los modernos lo han tenido en grado superior. Sin embargo, en la Grecia misma fue necesario el transcurso de siglos, y la concurrencia de mil circunstancias felices, para que se desenvolviera y afinara. En cuanto a los defectos de dibujo de las obras mexicanas, algunos son propios de la infancia del arte en todas partes; v. g.: el poner de frente los ojos a las figuras que están trazadas de medio perfil; dicen que lo mismo se observa en los bajo-relieves asirios desenterrados últimamente de las ruinas de Nínive, en los egipcios, y aun en los de los primitivos griegos; de suerte que es ésa una piedra en la que todos han tropezado al principio. Pero además de las causas generales, creo que puede señalarse otra especial, si bien común a los mexicanos con algunos otros pueblos, la cual ha de haber influido para que no adelantaran en las artes del dibujo. Discurriendo un filósofo de nuestro siglo sobre los dos sistemas de escritura que se han usado, el jeroglífico o simbólico   —7→   que expresa inmediatamente la idea, y el fonético que copia la palabra, sostiene que cuando en la primera edad de un pueblo se introduce por malaventura el sistema simbólico, ese pueblo queda para siempre condenado a un grande atraso mental, pues la dificultad que el tal sistema tiene para aprenderse, y lo encogido y embarazoso que es luego para usarse, serán siempre causa de que ni los conocimientos adelanten mucho, ni lleguen a derramarse en la generalidad del pueblo. Cita como ejemplo a los chinos1. Pero lo notable y lo que hace a nuestro propósito, es que la adopción del sistema de jeroglíficos, que ordinariamente son figuras humanas, o de brutos, o de objetos naturales, no sólo engrilla el entendimiento, sino que ahoga en su cuna el arte del dibujo. El que traza una figura para expresar con ella una idea, no se fija en la figura misma, sino en la idea que tiene que expresar; así es que la mano va de prisa y dibuja al ojo y sin atención: dibuja como amanuense, y no como artista. Así todo el mundo se acostumbra a ver y a trazar malas figuras, y el arte, o no llega a nacer, o bastardea luego.

PESADO.-  No me descontenta esa doctrina. Donde se pinta para escribir, y donde es artista todo escritor, temo que no ha de haber verdaderos pintores. Y tal   —8→   debió suceder a los mexicanos, puesto que no tenían otro sistema de escribir, que el de jeroglíficos y pinturas.

COUTO.-  Champollion el menor explica por este mismo principio la imperfección de las obras egipcias. El arte no tuvo allí por objeto propio la reproducción durable de las formas hermosas de la naturaleza, sino la notación de las ideas; de suerte que la escultura y pintura no fueron nunca sino ramos de la escritura. La imitación del natural no debió, pues, llevarse sino hasta cierto punto: una estatua no era en realidad sino un signo, y como una letra escrita. Así es, que luego que el artista lograba sacar con verdad la parte esencial y determinativa del signo, que es la cabeza, sea reproduciendo la fisonomía del personaje cuya idea se trataba de recordar, sea imitando de un modo resuelto la del animal que era símbolo de alguna divinidad, había llenado su objeto, y descuidaba los brazos, el torso, las piernas, que no se consideraban sino como partes accesorias. El concluirlas y acabarlas con precisión, ni daría más estima al signo, ni le añadiría claridad2.

PESADO.-  Ahora hago memoria de que en Clavijero he leído algo semejante a eso con aplicación a los mexicanos.   —9→   Si mal no recuerdo, en el libro en que explica sus artes, dice que la historia y la pintura son dos cosas que no pueden separarse en las antigüedades mexicanas, porque no había otros historiadores que los pintores, ni más escritos que las pinturas para conservar la memoria de los sucesos. Los dogmas y ritos religiosos, los reyes y hombres distinguidos, las peregrinaciones de las tribus, las guerras y vicisitudes que tuvieron, sus leyes, sus noticias astronómicas y cronológicas, las poblaciones, los distritos y costas, los tributos, los títulos de dominio, todo estaba representado en pinturas de formas desproporcionadas e irregulares; lo cual provenía, en su juicio, de la prisa que se daban en pintar, y de que atendiendo sólo a la fiel representación de las cosas, es decir, de la idea o pensamiento, descuidaban la perfección de la imagen, contentándose a veces con dar únicamente el contorno3.

CLAVÉ.-  Ya supondrán vdes. que la regularidad y belleza de la figura es lo primero para un artista, y que a sus ojos serán siempre repugnantes las pinturas deformes, aunque puedan hallarse ingeniosas explicaciones del origen de la deformidad. Esas explicaciones dirán por qué existe, pero no la hacen desaparecer. Mas lo que ahora querría yo saber,   —10→   es si quedan noticias de la traza que los mexicanos se daban para pintar.

COUTO.-  Lo hacían sobre tejidos de filamentos de maguey o de iztle4, sobre pieles adobadas, y sobre papel fuerte. Este último lo fabricaban también de iztle y de maguey, de algodón y de algunas otras materias. Para los colores se servían de tierras minerales, palos de tinte y yerbas. Por ejemplo: el negro lo sacaban del humo de ocote5, el azul del añil, el purpúreo de la grana, etc. Trazaban la composición sobre una tira larga de lienzo o papel, que luego plegaban en partes, o arrollaban sobre sí misma, como hacían los antiguos con sus volúmenes6. Una cosa se observa, casi sin excepción, en sus dibujos, y hace honor a sus sentimientos; y es que siempre presentaban cubierto en las figuras de uno y otro sexo lo que el pudor quiere que se oculte.

PESADO.-  Mas sea lo que fuere de las obras de los indios, ellas nada tienen que hacer con la pintura que hoy usamos, la cual es toda europea, y vino después de la conquista. Si los mexicanos pintaban (y en efecto   —11→   pintaron mucho), ése es un hecho suelto que precedió al origen del arte entre nosotros; pero que no se enlaza con su historia posterior. Cuando decía yo que a la que vdes. van formando en esta sala, le falta el principio, aludía a que no veo cuadros del siglo XVI, que fue cuando entraron a la tierra los hombres y las artes de Europa. ¿Se ha logrado averiguar quién fue el primer maestro que pasó a Nueva España?

COUTO.-  Nuestro difunto amigo el Conde de la Cortina escribió que fue un Rodrigo de Cifuentes, nacido en Córdoba año 1493; que en 1513 ayudaba en Sevilla a su maestro Bartolomé de Mesa a pintar la sala capitular; que diez años después, el día 2 de octubre, cuando se ajustaban apenas dos años de ganado México, llegó a Veracruz en compañía de algunas familias españolas, y se puso bajo los auspicios de Hernán Cortés, a quien siguió en su expedición de Honduras; que pintó cuadros para la iglesia que los franciscanos fundaron en Tehuantepec, para otros muchos templos, y para la casa del conquistador: que retrató a éste en 1538, a D.ª Marina en Coatzacoalco, al padre Fr. Martín Valencia, al primer virrey D. Antonio de Mendoza y a Alvar Núñez de Guzmán. Estos dos últimos retratos dice que eran de cuerpo entero, y que los   —12→   poseyó Boturini, según una de las partidas del inventario que se formó de los objetos que le quitaron. Añade que acaso la mejor pintura de Cifuentes es una que representa el bautismo de Magiscatzin, donde están retratados éste y D.ª Marina; y que ese cuadro se salvó del incendio en que perecieron muchos otros en la casa de los Marqueses del Valle el año 1652, por haberlo antes regalado Cortés a los padres de San Francisco de Tlaxcala, en cuyo convento asegura que está. Dice, por último, que el artista era disipado y que perdía en el juego cuanto ganaba con sus pinceles7.

PESADO.-  ¿De dónde tomaría nuestro amigo tan curiosas noticias?

COUTO.-  Dos ocasiones se lo pregunté: la primera me señaló como fuentes el archivo de la Casa de Contratación de Sevilla, si bien a mí me pareció cosa extraña que en los documentos de aquella oficina se encontrasen todos los particulares que acabo de referir. La segunda, me dijo que los había sacado de unos apuntes del erudito padre Pichardo, que un amigo suyo le había regalado. Aun me agregó que la marca o cifra con que firmaba sus cuadros Rodrigo de Cifuentes, era ésta: una R, cuyo trazo delantero   —13→   inferior, muy prolongado, llevaba inscritas una o y una c, y arriba una s; en esta forma:

Firma.

CLAVÉ.-  Paréceme que vd. tiene algún empacho en admitir de plano las noticias del Conde.

COUTO.-  Meses pasados platicaba sobre ellas con el Sr. D. Fernando Ramírez, a quien también dieron en rostro por su novedad, y me ofreció que las aquilataría. En efecto, en un buen artículo biográfico que luego ha escrito del padre Fr. Diego Valadés, nota que ni en los autores impresos que tenemos de aquella época, y son hartos en número, ni en la multitud de manuscritos de todas clases que en el espacio de largos años han pasado por sus manos, encontró jamás referencia ni alusión al artista sacado a luz por el Sr. Cortina; que el hecho de haber acompañado a Cortés en su jornada de las Hibueras, sufre la grave objeción de que no aparece su nombre en la menuda lista que nos da Bernal Díaz8 del cortejo que llevaba el conquistador, y en la cual se hace mención hasta de farsantes, juglares y otras gentes de menos valía que un pintor de cámara; que es poco verosímil que hubiera retratado   —14→   en Coatzacoalco a D.ª Marina, porque sólo se detuvieron allí seis días, y para entonces había ella roto sus relaciones con Cortés, habiéndose casado durante el viaje, en un pueblezuelo cerca de Orizaba, con Juan de Xaramillo, uno de los capitanes de la expedicion9; que no pueden haberse pintado cuadros para iglesia fundada por franciscanos en Tehuantepec, por la sencilla razón de que aquellos padres no hicieron fundación en ese lugar entonces ni después; y que en el inventario de los objetos secuestrados a Boturini, el cual está en su proceso, no hay la partida referente a los retratos de D. Antonio de Mendoza y Alvar Núñez de Guzmán, siendo además este último persona desconocida en la historia de América10. Concluye con que a su juicio la biografía de Cifuentes es una ficción. A mí solamente me detiene para creerlo así, el que siendo el Sr. Cortina hombre de honor, no puedo concebir que vendiese al público como verdad un cuento inventado de cabeza.

CLAVÉ.-  Yo he leído en el viaje del italiano Beltrami, que estuvo acá por los años de 24 y 25, que el primer pintor europeo que ilustró a México después de la conquista, fue un tal Arteaga, y que tras él vino Cristóval de Villalpando; y dice que del primero   —15→   vio una Visitación de la Virgen en Santa Teresa la Antigua, y del segundo soberbias pinturas en San Francisco y San Agustín11.

COUTO.-  No son ésas las únicas ni quizá las mayores equivocaciones del viajero piamontés. El pintor Arteaga que conocemos en México, es Sebastián de Arteaga, de quien hay en esta sala ese excelente cuadro del Desposorio de la Virgen, estimado por vdes. como una de nuestras mejores joyas. Pero le recuerdo, que en una imagen de Cristo crucificado, que juntos examinamos vd. y yo en la sacristía de la Colegiata de Guadalupe, hace ya algún tiempo, leímos que había sido hecha por Sebastián de Arteaga el año de 164312. No pudo, pues, ser el primer pintor europeo venido a Nueva España. Respecto del segundo, supongo que Beltrami quiso referirse a Cristóval Villalpando, de quien hay porción de pinturas en la ciudad. Pero por los cuadros de la Pasión, que están en los corredores altos de San Francisco, y (entre nosotros sea dicho) nada tienen de soberbio, consta que pintaba en 1710. No es, pues, el segundo en el orden cronológico de nuestros pintores. A Beltrami debemos estar agradecidos por la estima que hizo de nuestra escuela de pintura, y porque lejos de dejarse llevar, con   —16→   respecto a ella, del espíritu de murmuración que sobre todas materias es tan común en los viajeros que nos visitan, más bien haya pecado de largo y fácil en elogios. Pero no puede ponerse gran confianza en sus noticias, porque generalmente son inexactas.

CLAVÉ.-  Estoy notando que vd. se conforma con contradecir los orígenes del arte que se le indican, y se guarda de mostrarnos cómo cree que tuvo principio en México.

COUTO.-  Yo pienso que quienes trajeron acá el arte de la pintura, y empezaron a enseñarlo a los indios, fueron los misioneros. El documento más antiguo que conozco en el particular, es la carta del primer Obispo de Tlaxcala, D. Fr. Julián Garcés, al papa Paulo III, que debió escribirse cuando más tarde en 1537. En ella habla de las escuelas que en los conventos se habían establecido para los indios, y solían contener hasta trescientos, cuatrocientos y aun quinientos discípulos, según la holgura de cada población; y entre los ramos de enseñanza que menciona, cuenta expresamente la pintura y escultura13.   —17→   De aquellas escuelas, la más célebre fue la que puso en México Fr. Pedro de Gante en la capilla de San José, que él mismo edificó.

CLAVÉ.-  ¿Se sabe dónde estuvo esa capilla?

COUTO.-  Advierta vd. que aunque se le dio tal nombre, era un edificio vasto, sin puertas, de muchas naves, que luego se redujeron a cinco. Estaba en el convento de San Francisco, a la banda de Oriente del atrio actual, hacia la parte que ocupa ahora la capilla de Servitas, antiguo sitio de la casa de recreo de Moctezuma, de que hablan los conquistadores14. Fue en México la primera parroquia de españoles e indios; allí se les enseñaba la doctrina, y se celebraba la misa; fue también el primer seminario y escuela de todo linaje de artes y oficios en Nueva España. El padre Gante que la estableció y gobernó por largos años, puso allí en sendos departamentos talleres de sastres, zapateros, carpinteros y herreros. Puso también escuela de pintura; y el padre Torquemada recordaba que él había alcanzado a ver en la fragua de los herreros, y en otra sala grande algunas cajas donde estaban   —18→   los vasos de los colores de los pintores; si bien al tiempo que escribía no quedaba ya rastro de aquello15.

PESADO.-  ¡En qué materia no tendremos los mexicanos que ir a buscar la primera cuna de nuestra civilización en el convento de San Francisco! El historiador Gibbon decía que Francia era una monarquía creada por los obispos; en menor escala México fue realmente una sociedad formada por ellos y por los misioneros.

CLAVÉ.-  ¿Pero vd. cree que el mismo padre Gante enseñaba a los indios a pintar?

COUTO.-  Así parecen indicarlo los términos en que se explican los escritores antiguos16. Y no es cosa en que pueda ponerse reparo, porque aquel insigne religioso era persona de gran disposición para todo género de artes, hasta llegar a decir alguno de sus contemporáneos que ninguna ignoraba17. Observe vd. por otra parte que la enseñanza que en aquella época empezó a darse a los indios, naturalmente no tendría la extensión y plenitud que tiene la   —19→   que ahora se da en una Academia como ésta. Parece ser que estuvo limitada a la simple copia de los cuadros y esculturas que por entonces se traían de España, Italia y Flandes. El estudio del modelo natural, y sobre todo la composición original, que es el ápice del arte, no es verosímil que entrasen en los primeros ensayos que aquí se hicieron, y que seguirían la ley a que se sujetan los principios de todas las cosas humanas. Sin embargo, aprovechando la facilidad de imitar, que a falta de talento de invención, es común en las razas indígenas; haciéndoles notar las incorrecciones de dibujo en que antes caían, y ministrándoles los instrumentos y los procederes del arte europeo, se logró a poco que muchos de ellos adquirieran soltura y acierto en la copia, y empezaron a cubrir con sus obras la necesidad que había de cuadros y estatuas, ya por la multitud de templos que en todas partes se levantaban, ya por el método de catequización que con los indios se usó.

PESADO.-  Bien veo a qué aludes en lo último que acabas de decir. Una parte de la enseñanza, especialmente en lo que mira a la historia sagrada, se les dio presentándoles los hechos en pintura, que un predicador explicaba desde el púlpito, señalando los personajes   —20→   con una vara, como se ve en la estampa que sirve de portada a la obra de Torquemada. También se les hacían representar dramáticamente los sucesos, ya por medio de hombres vivos, ya con santos de talla, de lo cual quedan vestigios en las funciones de la Semana Mayor, que se hacen en los pueblos. Casi todos los misterios cristianos se les enseñaron de esta manera, pues no se encontró otra más pronta para doctrinar a gentes rudas, que no sabían leer, y a quienes era preciso meter las cosas por los ojos. Pero ese método de catequizar exigía la producción de mayor número de obras artísticas, y debió contribuir a que la pintura y escultura tomaran desde temprano mucho vuelo.

CLAVÉ.-  Reducido al principio el arte a la simple copia, aunque se produjeran bastantes obras, no podía hacer adelantos de importancia en sus partes esenciales; el dibujo y la composición. Fuera de que yo me figuro que al principio no vendrían a las Américas cuadros y modelos de primera clase.

COUTO.-  Alguna muestra de lo que venía se ha conservado hasta nuestro tiempo, y por ahí puede juzgarse.   —21→   El Santo Cristo de bulto, que está en el retablo principal de la capilla que llaman de reliquias en Catedral, contigua a la sacristía, fue un presente de Carlos V a la Iglesia metropolitana18.

CLAVÉ.-  Decía yo que no vendrían en los primeros tiempos obras muy importantes, porque en España misma empezaba entonces a introducirse el arte que ha prevalecido en los tres últimos siglos. Alonso Berruguete, discípulo de Miguel Ángel, volviendo de Italia, nos traía los primeros destellos de la escuela llamada del renacimiento, cabalmente a la sazón que Hernán Cortés guerreaba en México por conquistar este imperio. Creció luego aquella luz en manos de su discípulo Gaspar Becerra, pintor, escultor y arquitecto, que fue como Berruguete a estudiar en Italia. Tras él porción de españoles volaron a la culta península, y de regreso a la patria esparcieron entre nosotros la doctrina que allí habían cogido. Así lo hicieron el mudo Navarrete, Vicente Joannes, el célebre Pablo de Céspedes, Francisco Ribalta, Pedro de Villegas, mi paisano el catalán Mingot, y otros. Además, algunos artistas extranjeros de alto mérito, como el Ticiano, vinieron a trabajar en España, atraídos de la regia munificencia de Carlos V y Felipe II. De esa manera   —22→   se formó dentro del siglo XVI la esclarecida escuela española que en el siguiente tuvo hombres como Velásquez, Murillo y Rivera, y de la cual procede y es una rama ésta de México19.

COUTO.-  Lo que es el arte de copiar, o sea reproducir fielmente en la obra que se hace, la obra que se toma por dechado, parece cierto que había adelantado bastante en manos de los alumnos mexicanos de aquella época. Torquemada asegura que si bien en tiempo de la gentilidad no sabían hacer hombres hermosos, después que fueron cristianos y vieron los cuadros que se traían de Europa, no había retablo ni imagen por prima que fuese, que no la retrataran y contrahicieran20. Lo mismo había escrito el padre Motolinía21. Y nuestro buen Bernal Díaz del Castillo no sólo dice que los lapidarios y pintores que aquí se iban formando, eran muy extremados oficiales, sino que según se le significaba, a su juicio, ni aquel tan nombrado pintor como fue el muy antiguo Apeles, ni los de su tiempo, que se decían Berruguete y Micael Ángelo, ni otro moderno, natural de Burgos, que se decía que era otro Apeles y tenía gran fama, harían con sus muy sutiles pinceles las obras que ejecutaban tres indios mexicanos, grandes maestros del oficio, llamados   —23→   Andrés de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo22. Éstos son los primeros nombres propios que conocemos de artistas nacionales. Muy posible es que si en Europa se hubiesen visto sus obras, los pintores y aficionados no hubieran juzgado como el amable y valiente historiógrafo de la conquista, el cual probablemente era persona más entendida en pasos de armas que en negocio de bellas artes. Sin embargo, por mucho que se cercene de su juicio, así como del de los misioneros, pienso que queda siempre lo bastante para que creamos que algunos de nuestros paisanos eran, a lo menos, regulares copistas.

CLAVÉ.-  Pero todavía eso no es el arte; es apenas el principio de su aprendizaje.

COUTO.-  Mas antes de acabar el siglo XVI se había ya aquí salido de la estrechez de la copia, y empezádose a practicar la pintura en su propia extensión. Ustedes me preguntaban antes si queda noticia del primer maestro español venido a México. La única que he encontrado en testimonios antiguos, es la que nos da el pintor D. José de Ibarra, que parece   —24→   haber conservado las tradiciones históricas de su arte. Escribiendo a D. Miguel Cabrera, su amigo, le dice que con anterioridad a Echave, Arteaga, los Juárez, Becerra, etc., es decir, antes de los artistas del siglo XVII, pasó a este reino Alonso Vásquez, insigne pintor europeo, quien introdujo buena doctrina, que siguieron Juan de Rua y otros23. Por D. Carlos de Sigüenza y Góngora sabemos que las pinturas del altar mayor de la capilla de la Universidad, dedicada a Santa Catalina mártir, eran de mano del «excelentísimo pintor Alonso Vásquez»; que fueron su última obra; y que con ellas hizo un presente a la Universidad el Virrey Marqués de Montes-Claros, quien gobernó desde 1603 hasta 160724. Si el Virrey mismo las había mandado hacer, entonces Vásquez coexistió en sus últimos años con Baltasar de Echave todavía joven. Aquellas obras han desaparecido; y yo hasta ahora no he logrado ver ningún otro cuadro que lleve el nombre de nuestro primer pintor, ni el de su discípulo Rua. Tampoco he visto nada de Andrés de Concha, celebradísimo de sus contemporáneos, entre otros de Bernardo de Valbuena en la Grandeza mexicana. Consta que hizo las pinturas del túmulo erigido por la Inquisición para las exequias de Felipe II en 1599, y el retablo que poco antes se había puesto en San Agustín25, y que si estuvo en la antigua iglesia, probablemente perecería en el incendio de la noche del 11 de diciembre   —25→   de 1676. Mas para juzgar en globo como Ibarra, Valbuena y los demás, quiero decir, para creer que hubo ya en el siglo XVI pintores bien aleccionados en México, me basta un hecho: el punto en que al romper el siglo siguiente encuentro la pintura en manos de Baltasar de Echave. Y como al mismo tiempo que él florecían aquí otros pintores de mérito, tenemos ya en esa época, es decir, de 1600 para adelante, una escuela formada, la cual forzosamente ha de haber tenido sus precedentes naturales. Para llegar adonde aquellos hombres estaban, ha debido antes trabajarse mucho.

PESADO.-  No puede causar extrañeza que la pintura hubiese andado largo camino en el tiempo corrido desde la conquista hasta 1600, porque en todas las artes y en todas las cosas sucedió lo mismo. Paréceme que nosotros ni estudiamos ni apreciamos cual debiéramos aquel periodo clásico de nuestra historia, que fue en el que se formó la nación a que pertenecemos. Es necesario recordar que lo que se llamó imperio mexicano, corría poca tierra desde la capital hacia el norte y poniente, es decir, hacia las fértiles, ricas y dilatadas regiones que componen la mejor porción de nuestro territorio. Túxpam en el litoral del golfo, Tulancingo y Tula en   —26→   la tierra de acá formaban la barrera que lo ceñía por la banda del norte; hacia poniente, partía términos en Tajimaroa con el pequeño reino de Michoacán; y sobre la costa del Pacífico no avanzaba más allá de Colima26. Dentro de estos lindes estaba encerrado lo que podía llamarse civilización indiana; en todo el resto del país vagaban tribus bárbaras, «sin gusto de humanidad», al decir del cronista Herrera, parecidas a los salvajes que talan ahora nuestra frontera; gentes sin artes, sin gobierno, sin sombra de cultura, tal vez hasta sin domicilios fijos. La bizarra entrada que con un puñado de hombres hizo Cortés en 1521, que es lo que nosotros acostumbramos llamar la conquista, y forma sin disputa uno de los hechos más señalados de la historia del mundo, produjo el efecto de dar en tierra con el poderío de los emperadores de México, y de los régulos sus aliados y tributarios, sometiendo los distritos que regían o tiranizaban, al mando militar de la raza conquistadora. Pero esa entrada no podía ella misma hacer la civilización de la tierra. A la toma de la ciudad de México siguió inmediatamente un periodo de nueve años de iniquidad, desconcierto y anarquía, en que no se obró sino el mal. Mas contando desde la venida de la segunda Audiencia en 1530, y particularmente desde el establecimiento del Virreinato, las cosas fueron por otro camino; trabajose con tino, con justicia y con rara diligencia; y en los setenta años   —27→   que pasaron hasta cerrarse el siglo, se hizo tanto, que de verdad causa admiración, en especial cuando se considera que el gobierno y el pueblo de la metrópoli tenían que obrar al mismo tiempo en casi toda la extensión del continente americano, y que era aquella la época en que en Europa pesaba sobre España la suma de todas las cosas en política, en religión y en guerras. Nuestras fronteras se avanzaron hasta los departamentos de Coahuila, Nuevo León, Nuevo México, Durango y Sinaloa. Los salvajes que aún había dentro y fuera de ellas, si bien causaban harto mal a las propiedades particulares, no podían ya inspirar temor a la autoridad establecida, la cual de verdad era señora de la tierra, y la tenía organizada según el plan que se propuso. El suelo se había repartido en dominios privados; habíanse traído de Europa, de África y de las islas, las semillas, las plantas, los animales que faltaban; con estos auxilios la nueva agricultura solicitaba y explotaba la feracidad de nuestra tierra. Se habían enseñado al pueblo las artes de la vida civil, y establecídose con regularidad el comercio de Europa por Veracruz, y el de la China por los puertos del Pacífico. Nuestras grandes poblaciones, Oaxaca, Mérida, Campeche, Veracruz, Puebla, Querétaro, Valladolid, Guadalajara, Culiacán, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, el Saltillo, deben su primer origen a ese periodo, durante el cual se las sacó de planta, y llegaron ya   —28→   algunas a bastante altura. La minería, bajo cuya sombra se creó todo entre nosotros, no sólo estaba plantificada, sino que había adquirido gran desarrollo en una zona tan extensa como la que corre desde Culiacán hasta Tasco y Pachuca, que fue donde Bartolomé de Medina inventó en 1557 el beneficio de metales por azogue en grandes patios; invento de inmensas consecuencias en el arte minero y que hoy mismo no es todavía reemplazado por otro mejor. La capital se había renovado en su mayor parte, y era ya la primera ciudad del Nuevo Mundo; emporio del tráfico que por ambos mares se hacía, centro de los negocios, foco de ilustración y de ciencia para todo el país. Existía en ella la Universidad, primera escuela de enseñanza general en el reino, dirigida por maestros tan hábiles como Cervantes Salazar en las humanidades, y el padre Veracruz en ciencias sagradas. Había además otros tres colegios para la juventud estudiosa. La imprenta, de la que México fue cuna en las Américas, trabajaba desde 1536; y para fin del siglo había habido siete u ocho impresores, de los cuales nos quedan cerca de cien ediciones conocidas27. La animación en las letras no debía ser corta, cuando en uno de los certámenes poéticos que por entonces hubo, se presentaron hasta trescientos autores, aspirando al premio28. Yo bien sé que no habría en México trescientos poetas que mereciesen tal nombre; pero siempre será cierto que había   —29→   ese número de personas que cultivaban la poesía, y se ocupaban en ella. México bajo todos aspectos era para aquellos tiempos una ciudad animada, lujosa, galana, que daba golpe a quien llegaba a verla, y que merecía que un contemporáneo, uno de los que descollaban en esas justas poéticas, la dirigiera en 1603 este saludo:



   «¡Oh ciudad bella, pueblo cortesano,
Primor del mundo, traza peregrina,
Grandeza ilustre, lustre soberano,

   Fénix de galas, de riquezas mina,
Museo de ciencias, y de ingenios fuente,
Jardín de Venus, dulce golosina,

   Del placer madre, piélago de gente,
De joyas cofre, erario de tesoro,
Flor de ciudades, gloria del poniente,

   De amor el centro, de las musas coro,
De honor el reino, de virtud la esfera,
De honrados patria, de avarientos oro,

   Cielo de ricos, rica primavera,
Pueblo de nobles, consistorio justo,
Grave senado, discreción entera,

   Templo de la beldad, alma del gusto,
Indias del mundo, cielo de la tierra!
Todo esto es sombra tuya, ¡oh pueblo augusto!
Y si hay más que esto, aún más en ti se encierra»29.

COUTO.-  Galán por extremo se portaba Bernardo de Valbuena, cuando en su gentil aunque desarreglada   —30→   poesía requebraba a México de esa manera. Pero volviendo a nuestro asunto de la pintura, al amanecer del siglo XVII la encontramos con el vigor y lozanía que se nota en los cuadros que hay aquí de Baltasar de Echave el viejo, o sea el primero...

PESADO.-  ¿Por qué le das esos nombres?

COUTO.-  Porque así le llamaron nuestros antiguos escritores30, sin duda para distinguirlo de otro pintor del mismo nombre, que existió después, y de quien más adelante te enseñaré alguna cosa. Estos dos cuadros del viejo, que representan la Visitación de Santa Isabel, y una aparición del Salvador y la Virgen a San Francisco, pertenecían al retablo del altar mayor de la iglesia de Santiago Tlaltelolco. Torquemada cuenta que el altar se concluía y estrenaba a la sazón que él escribía en 1609, y que la obra de pincel había sido hecha «por un español vizcaíno llamado Baltasar de Echave, único en su arte»31. De manera que se le consideraba entonces el primer pintor de México. En el retablo, monumento histórico de bastante interés para formar idea de la escultura, la talla y la arquitectura monumental del siglo XVII entre nosotros, pintó en   —31→   tabla catorce cuadros, de los cuales cedieron los padres a la Academia estos dos, que se han reemplazado con copias fieles, colocadas en los sitios mismos que los originales ocupaban.

PESADO.-  Buenas pinturas, ahora que las veo atentamente. Esta Virgen de la Visitación, en el acto de ser recibida por su prima Isabel, es una figura noble, hermosa y radiante con la luz del cielo, que parece que se la oye improvisar el glorioso Magnificat. Y Santa Isabel no es una vieja puesta en el cuadro solamente para dar realce a la figura principal, como suelen hacerlo los pintores en tales casos. Si bien por la edad forma cierto contraste con la Virgen, es sin embargo una matrona que no queda desairada al lado de la visita.

CLAVÉ.-  Yo, sin embargo, quiero dar la preferencia a esotra Virgen del cuadro de la aparición de San Francisco. Buena es la persona del Salvador que está a su izquierda; pero la Virgen es tan modesta, tan acabada, que aun tiene para mí cierto sabor de escuela rafaelesca.

  —32→  

PESADO.-  ¿Y estos dos cuadros de la adoración de Reyes, y la oración del huerto?

COUTO.-  Son del mismo Echave: ahí tienes su firma en el primero. Nos los cedieron los padres del Oratorio de San Felipe Neri, en cuyos claustros estaban. Probablemente pertenecieron a otro retablo como el de Tlaltelolco, compuesto según la moda de aquel tiempo; y no es remoto que fueran de la antigua iglesia de los jesuitas en su casa profesa, y se hubieran quitado de allí cuando Tolsa hizo el nuevo altar mayor que hay ahora.

PESADO.-  Pues a fe que la Virgen de la adoración de Reyes no cede a las otras. Y el niño que tiene en el regazo, y el Rey que le besa el pie son excelentes figuras. ¡Qué suavidad, qué empaste de carnes! ¡Qué buenos paños, tan ricos y tan bien plegados! Y luego ese colorido tan brillante y tan bien entendido.

CLAVÉ.-  Pero aquí, Sr. D. Joaquín, sí que es decidida la superioridad del otro cuadro que está a la derecha,   —33→   el de la oración del huerto. Confieso a vd. que no he encontrado en México figura más resignada, más celestial que la del Salvador orando; creo que el mismo Overbeck con gusto lo prohijaría por suya. Es cosa notable encontrar cuadros como ese pintados aquí, antes de la época en que Velásquez y Murillo florecieran en España. Aquél del martirio de San Ponciano, comprado por nuestro D. Bernardo a un particular, muestra la habilidad de Echave en el desnudo. El torso del cuerpo del mártir, aunque en actitud violenta, y éste del sayón que figura en primer término con una tea en la mano, están modelados con pericia; pero noten vdes. aquella cara que asoma abajo, cerca del ángulo derecho del cuadro; es un soldado que conversa con el que está vuelto de espaldas. Señores, la mano que pintó esa cara, de tanta verdad y tanto carácter, era una mano maestra.

PESADO.-  No tenía yo de Baltasar de Echave, a quien apenas conocía de oídas, el concepto que estos cuadros me hacen formar. Lo reputo ahora uno de nuestros más aventajados artistas, y creo que en cualquier país donde hubiera existido, se habría hecho un distinguido lugar. ¿Quedan muchas pinturas suyas en México?

  —34→  

COUTO.-  No escasean, si bien debe cuidarse de no confundirlas con las del segundo pintor del mismo nombre que antes mencioné. Del viejo he visto encima de la puerta grande del convento de San Francisco un San Cristóval colosal, pintado en 1601, y que por desgracia retocó en 1776 un José Mariano Albo desconocido para mí; en los claustros de la Profesa, una gloria de San Ignacio, un martirio de las Vírgenes de Colonia, y el de San Apronio; aquél de 1610, y estos otros dos de 1612, cuadros de gran tamaño y ejecución; en el del martirio de San Apronio son notables las figuras de dos cautivos cristianos y de algunos soldados que hay abajo: un San Francisco de Paula del tamaño natural, de 1625, en una de las piezas de la sacristía de la Colegiata de Guadalupe: en el claustro de Santo Domingo, el martirio de Santa Catarina pintado en 1640. En los corredores de abajo del primer patio de San Francisco hay la vida del santo, que un Cronista de la Provincia menciona como «del pincel famoso de Baltazar de Echave»32, y efectivamente alguno de los cuadros está firmado con su nombre. A primera vista yo los atribuía más bien al segundo Echave; pero como el texto del cronista, que debió ser contemporáneo de éste, parece referirse al viejo, habrá que decir o que la obra se trabajó originalmente   —35→   con menos cuidado que otras, o que ha sufrido más por el desabrigo del lugar donde está, o finalmente que algún retocador puso en ella su mano indocta. En poder de particulares hay también pinturas de Echave, de que he visto algunas. Por último, si (como lo creo) son suyas una Santa Cecilia que hay en San Agustín, y una Sacra familia en la Profesa, aunque no tienen su nombre, serán de las mejores obras de nuestra antigua escuela, por la graciosa invención y la pureza de estilo que en ambas resplandecen. Santa Cecilia, con un rico vestido, está arrodillada mirando a los cielos; un ángel baja a ceñirle una corona de rosas blancas; otro gallardísimo ángel al lado opuesto, le da música sentado delante de un órgano; arriba hay un rompimiento de gloria, en el cual se descubre una devota Virgen con el niño en los brazos, puesto en pie y de frente. En la Sacra familia está arriba el Eterno Padre. Abajo, en primer término, la Virgen y San José, cuya figura es muy gentil, llevan por las manos al niño, vestido no con los pobres paños del hijo de un artesano, sino con magnífico ropaje, como un príncipe real. Su semblante, de fina lindeza y expresión singulares, recuerda el cantar de Fr. Luis de León:


   «Traspasas en beldad a los nacidos».

Está mirando a lo alto, y fija sus ojos en la paloma blanca, símbolo del Espíritu Santo, que baja   —36→   por los aires, trayendo en las garras una corona de espinas. ¡Qué emblema! Otros pintores nuestros habrán, si se quiere, igualado a Echave en la ejecución; en la invención, en los pensamientos, creo que ninguno.

PESADO.-  ¿Y de su persona has recogido noticias?

COUTO.-  Todos dicen que era vizcaíno, y algunos señalan por lugar de su nacimiento, a Zumaya, en la provincia de Guipúzcoa33. Trabajó en México, al menos desde los primeros años del siglo XVII hasta 1640. No era simple artista, sino filólogo y escritor. En 1607 imprimió en casa de Enrico Martínez (el insigne y desgraciado ingeniero del desagüe de Huehuetoca) un tratado sobre la antigüedad de la lengua de Cantabria, no escaso de saber y de doctrina, según dice el Sr. Eguiara34. Echave no era en su familia el único artista; también su mujer pintaba, y sospecho que una hija, y quizá un hijo suyo.

PESADO.-  Ahora recuerdo que Valbuena alude sin duda a   —37→   eso, cuando al hablar de los artistas de la ciudad, dice que aquí se goza



   «Del celebrado Franco la viveza,
Del diestro Chávez el pincel divino,
De hija y madre el primor, gala y destreza

   Con que en ciencia y dibujo peregrino
Vencen la bella Marcia y el airoso
Pincel de la gran hija de Cratino;

   Y otras bellezas mil que al milagroso
Ingenio de ambos este suelo debe,
Como a su fama un inmortal coloso»35.

COUTO.-  Si dejamos a Pesado decir versos, nos relatará de coro toda la Grandeza mexicana, y por añadidura algunos libros del Bernardo. Volviendo a la mujer de Echave, se le atribuye el cuadro de San Sebastián que sirve de remate al altar del Perdón en Catedral; cuadro que por la altura a que está, y por el cristal que tiene delante, no puede estudiarse; si bien la figura del mártir, que en sustancia es una academia, parece trazada con despejo. Pero lo que hay verdaderamente notable, es una antigua tradición que corre en México, de que ella fue quien enseñó la pintura a su marido36.

PESADO.-  Si tal hubiera sido, merecería esa artista dos coronas:   —38→   una por haber ella manejado los pinceles, y otra por haberlos puesto en manos de Echave.

CLAVÉ.-  Juzgando yo por simples reminiscencias, y después de no pocos años de ausencia de mi país, la filiación que creo reconocer en las obras de este hábil pintor, es la del valenciano Vicente Joannes; bien sea que de su escuela hubiese recibido inmediatamente la doctrina antes de venir a México, o que aquí la hubiera tomado por medio de su mujer, o de otro. Desde la primera vez que vi con atención sus cuadros, y los de algunos de sus contemporáneos, me asaltó la idea.

COUTO.-  Tengo presente que me la comunicó vd. hace tiempo. Y debiéramos darnos el parabién en México, si nuestra escuela se derivara de la del insigne Joannes, de quien decía Jovellanos, que «sus obras no parecen pintadas con la mano, sino con el espíritu. ¡Pero qué espíritu, tan sabio, tan devoto, tan profundo!»37.

PESADO.-  ¿De quién son estos cuadros que han puesto vdes. en seguida de los de Echave?

  —39→  

COUTO.-  De Luis Juárez, el primero de los cuatro pintores mexicanos que llevaron ese apellido. D. Carlos de Sigüenza y Góngora refiere que hacia el año 1621 se hizo el retablo grande que hubo en la iglesia de Jesús María, y costó nueve mil pesos; precio, añade, que no parecerá excesivo a quien haya regalado la vista con «la inimitable suavidad de sus pinturas, en que se excedió a sí mismo el mexicano Luis Juárez, pintor excelente, y uno de los mayores de aqueste siglo»38. Desde algunos años antes ejercía ya el arte, pues ese cuadro que esta ahí, de la aparición del niño Jesús a San Antonio, tiene fecha de 1610. Es un presente que hizo a la Academia la comunidad de San Diego. De los otros tres que tenemos aquí, el primero y segundo representan la anunciación y la aparición de la Virgen a San Ildefonso, el otro la leyenda del desposorio de Santa Bárbara con el niño Jesús; este último se adquirió de los religiosos de Santo Domingo, en cuyo noviciado estaba. En el mismo convento hay porción de obras de Juárez, artista de estilo y manera tan marcados, que un solo cuadro suyo bien autenticado, sirve de ejecutoria a todos. Y en ese caso está no sólo el San Antonio que nos vino de San Diego, sino más particularmente el lienzo de la Ascensión del Señor que hay en el Colegio de San   —40→   Ildefonso, en la sala que llaman General chico. Quien lo haya visto, no pondrá duda en que estos otros son de la misma mano.

CLAVÉ.-  Aun en ellos se nota bastante la identidad de estilo. Las cabezas de los ángeles, las de las vírgenes, el plegar de los paños, todo parece sacado de un solo molde; también el tono del colorido es idéntico. Por lo demás, Luis Juárez es pintor digno de memoria; se conoce que pertenecía a la escuela de Echave, aunque no llegara a la altura de éste. Observen vdes., por ejemplo, en el desposorio de Santa Bárbara la actitud humilde y expresiva de la santa, en la primer flor de su edad, al momento en que el niño la pone en el dedo el misterioso anillo; y luego esa anciana que está al lado y la sostiene y parece animarla. Es de las buenas figuras que he visto pintadas acá. Lo mismo digo de una oración del huerto, que hay en el convento del Carmen, y me parece suya, aunque no tenga el Juárez fecit. Mi difunto amigo D. Manuel Vilar y yo tomamos empeño en que ese cuadro viniera a la Academia, antes de que se formase aquí ningún proyecto sobre pinturas mexicanas, y cuando no podíamos considerarlo sino bajo el respecto de su mérito artístico. El semblante del Salvador   —41→   en aquella tremenda hora, es de una expresión singular.

PESADO.-  ¿Decías que hubo varios artistas Juárez?

COUTO.-  Ahí tienes luego al segundo, que se llamó José, y es autor de ese cuadro grande apaisado, que presenta una visión celestial de San Francisco. La Virgen llega a visitarlo, trayendo a su divino Hijo, acompañada de un numeroso cortejo de ángeles que le dan música. El santo la recibe arrodillado, y parece prepararse a tomar en sus brazos al niño.

PESADO.-  Lástima que ese lienzo haya sufrido, o del tiempo, o de mano de los limpiadores. Sin embargo, ofrece rasgos que descubren un autor inteligente.

CLAVÉ.-  Por solo él no puede estimarse a José Juárez en lo que vale. En los claustros de la Profesa hay dos cuadros suyos, uno de San Alejo y otro de los dos   —42→   niños mártires, San Justo y San Pastor, que estarían bien en cualquier museo de pinturas en que se pusieran. Tal es la nobleza de las figuras, su excelente traza, el color muy bien entendido, y un total en que descansa regaladamente la vista. Tengo también por de José Juárez, aunque no están firmados, los tres grandes lienzos que hay en San Francisco en la escalera que sube de la sala de Profundis y representan milagros del santo fundador y del beato Sebastián de Orta. El estilo me parece todo de este pintor. Aquellos cuadros son de bastante mérito39.

PESADO.-  ¿Sabes la época precisa en que pintaba?

COUTO.-  En la portería de San Diego hay un cuadro apaisado, del niño Jesús y San Juan, firmado de su mano, y con fecha 1642. Los de San Alejo, y San Justo y Pastor, de que habló el Sr. Clavé, son de 1653. En el convento de San Francisco he visto otro de la visión que tuvo el santo, cuando un ángel le presentó un vaso de agua cristalina, símbolo de la pureza sacerdotal, y es de 1698. De manera que trabajó en la ciudad al menos por espacio de 56 años.

  —43→  

PESADO.-  Creo que has dicho antes que hacia el mismo tiempo florecía Sebastián de Arteaga, a quien Beltrami supuso el más antiguo pintor de México; y que de él es ese desposorio de la Virgen que tenemos a la vista.

COUTO.-  Dije, en efecto, que por el Santo Cristo que está en la sacristía de la Colegiata de Guadalupe, consta que trabajaba en 1643; y ahora añado que era Notario de la Inquisición. Esta circunstancia puede explicar la escasez de pinturas suyas; los quehaceres del empleo no le dejarían tiempo para ejercitar el arte, pues cabalmente existió en la época en que el Tribunal desplegaba más que nunca su temible actividad40. Además, no necesitaría, como otros, subsistir de la pintura. Yo no he logrado ver más obras suyas, bien auténticas, que esa que está ahí, la de la sacristía de Guadalupe, y un insigne Santo Tomás, metiendo la mano en la llaga del costado de Cristo, que hay en el presbiterio de la iglesia de San Agustín, sobre la puerta que da a la sacristía.

PESADO.-  Pues a fe que si por esta del desposorio hemos de juzgar de su habilidad, debemos sentir que el   —44→   señor notario no se hubiera dejado los procesos, los expedientes y toda la balumba de papeles de la notaría, para darse exclusivamente al pincel y los colores.

CLAVÉ.-  La composición, aunque sencilla, está bien ideada. Un pontífice, colocado en el centro, toma con una de sus manos la de la Virgen, y con la otra la de San José, para unirlas. Algunos ángeles animan la escena, y se muestran oficiosos en servir a su reina; como ese que por atrás le recoge la larga vestidura. El pontífice es un personaje grave y respetable, pero al que no faltan dulzura y bondad. Mas donde naturalmente apuró su arte el pintor, fue en la figura de la Virgen. Vea vd. qué doncella tan esbelta, tan bien parada; y al mismo tiempo tan modesta y ruborosa, que se percibe el encogimiento con que tiende la mano para tocar la del esposo. Bueno es también éste, y sobre todo los paños. Nuestro amigo Cavallari nos decía una vez, que esa capa amarilla de San José le recordaba los grandes coloristas de la escuela veneciana; y que el cuadro, en su conjunto, le parecía el mejor de los que aquí hay. Sin extenderme a tanto, creo que es de los buenos, y que debe merecer a su autor uno de los primeros puestos entre los pintores mexicanos. El de Santo Tomás, de que habló el   —45→   Sr. Couto, confieso a vdes. que yo lo tomaría por de algún boloñés de la escuela de Caracci, si la firma de Arteaga, escrita al pie, no asegurara a éste la gloria de haber ejecutado tan excelente pintura. Está hecha con un vigor y una fuerza desconocidos en la escuela mexicana, cuyo rasgo característico es la blandura y suavidad. Frente a él está colgado otro cuadro de los discípulos de Emaús, sumamente estropeado, y sin nombre de autor; pero que parece venir de la misma mano, pues campean en él las mismas dotes. Por último, he oído decir que en un convento, no recuerdo cuál, hay de Arteaga una adoración de los Reyes, en que se nota su estilo fuerte y resuelto.

PESADO.-  Allí sobre la puerta veo un gran lienzo del entierro del Salvador, con el nombre de Baltasar de Echave, y la data de 1665. Pero no parece del mismo autor que los que vimos antes.

COUTO.-  Es en efecto del segundo pintor de ese nombre, así como el martirio de San Pedro de Verona, que está al lado, y los cuatro evangelistas chicos que hay abajo. El entierro se adquirió de la iglesia que   —46→   llaman del hospital de Texcoco; los demás nos vienen de la Colegiata de Guadalupe, cuyo cabildo los donó a la Academia. Sospecho que este pintor pudo ser hijo del primer Baltasar de Echave, no sólo por llevar su nombre según el uso de las familias entre nosotros, sino porque algún biógrafo del padre, dice positivamente que no sólo su mujer, sino también sus hijos eran pintores41.

CLAVÉ.-  La diferencia del estilo entre los dos se echa de ver luego. El viejo atildaba y concluía perfectamente sus obras, en las cuales resplandece por otra parte un excelente gusto y buena ciencia del arte. Este segundo era pintor de efecto, que daba golpes fuertes, y no se cuidaba mucho de acabar. Aún se observan incorrecciones de dibujo, que con un poco de atención se hubieran evitado, como la que hay en este brazo que cuelga, del Salvador muerto. Sin embargo, la obra en totalidad hace impresión, y manifiesta venir de una mano franca, capaz de ejecutar buenas cosas, cuando se detenga a estudiarlas. Hay aquí rasgos que recuerdan la pintura grasa y vigorosa de Arteaga en el Santo Tomás de la iglesia de San Agustín.

COUTO.-  Otro tercer Echave (Manuel) hubo hacia el mismo tiempo, de quien conozco un cuadro apaisado,   —47→   con figuras del Niño, la Virgen y San José, de medio cuerpo; y si no hacía cosas mejores que ésa, no merecería que se le mencionara, a no ser por el apellido que lleva, y que acaso atestigua su deudo de sangre con los dos de quienes hemos hablado.

PESADO.-  De suerte que entonces pudiera aplicársele en el Nobiliario de las Artes el dicho del poeta latino:


      «... periit omnis in illo
Nobilitas, cujus laus est in origine sola».

COUTO.-  Aquel cuadro más chico, que queda acá a la izquierda, y es un Santo Obispo dando limosna a unos pobres, es de Antonio Rodríguez que lo pintó en 1665. Poco interés tiene en sí; pero a los ojos de los peritos presenta ciertos rasgos de la escuela de José Juárez, o quien quiera que sea el autor de los milagros de San Sebastián de Orta. Del mismo Antonio Rodríguez he visto en San Camilo una Santa Teresa, de 1663, y en Belem un San Agustín, escribiendo, que me pareció de más mérito. Por aquel tiempo florecían otro Rodríguez (José) y Antonio Alvarado que pintaron el arco triunfal, que erigió la ciudad para el recibimiento del Virrey   —48→   Conde de Paredes en 1680, y cuya pomposa descripción nos ha dejado D. Carlos de Sigüenza en el Teatro de virtudes políticas. De José Rodríguez dice que sólo era inferior a los antiguos en la edad, y que a retratos hechos por él no faltó quien los saludara como vivos. Igual le parece Alvarado en la valentía del dibujo, y en la elegancia del colorido42. Pero hay que recordar que aquel erudito escritor era inclinado como pocos a la hipérbole. También debieron existir hacia la misma época José Torres y Manuel Orellano, a quienes sólo de nombre conozco. De un Diego Casanova he visto una Purísima de 1664, mediana; de Juan de la Plaza, sin fecha, varias obras, un poco extravagantes; y de Nicolás Correa una Santa Rosa de 1691. Por aquel mismo tiempo, o muy poco después, debió vivir Manuel Luna, de quien se dice que tenía alguna franqueza de ejecución, y regular dibujo. Yo no he visto obras suyas.

PESADO.-  Ahí enfrente tienen vdes. otro Correa, Juan, en aquella Santa Bárbara que no carece de agrado. La figura es digna, el colorido templado, y el dibujo no parece malo.

COUTO.-  Ese cuadro nos viene de la Profesa, donde queda otro que de buena gana habría yo traído también,   —49→   y representa a San José llevando de la mano al niño. De cuantas obras de Juan Correa han pasado por mis ojos, dentro y fuera de la ciudad, que han sido bastantes, tal vez sean estas dos las mejores. Correa pintó mucho; suyos son entre otros los dos cuadros del purgatorio que están a los costados del altar del Perdón en Catedral, y tienen fecha de 1704; si bien debió trabajar en México desde antes de concluirse el siglo precedente. También hay obras de su mano en Santo Domingo y la Merced; una de las que vi en este último convento, es copia del desposorio de la Virgen de Arteaga. A Correa le hace más honor alguno de sus discípulos que sus pinturas. Hablo de D. José Ibarra, quien en su carta a Cabrera, que cité antes, le llama su maestro. Por cierto que cuenta que para hacer las Vírgenes de Guadalupe, se valía de un papel aceitado, en el cual se habían tomado al trasluz los perfiles de la imagen. Mezquina traza para un artista.

PESADO.-  El estudio de Nuestra Señora de Guadalupe, creo que fue cosa que ocupó mucho a los pintores de aquel tiempo.

COUTO.-  Desde que en 1648 publicó el presbítero Miguel Sánchez la primera historia de la aparición, se fijó   —50→   la atención en la imagen, y empezaron a multiplicarse las copias; pues antes de esa época, no había en la ciudad más que una, que estaba en Santo Domingo, según asegura un analista contemporáneo43. En 1666 se hizo el reconocimiento facultativo del lienzo, en que intervinieron siete pintores, que fueron el licenciado Juan Salguero, clérigo, el Br. Tomás Conrado, hombre de letras, Sebastián López de Ávalos, Nicolás de Fuenlabrada, Nicolás de Angulo, Juan Sánchez y Alonso Zárate; sus obras, escribía el autor del Escudo de armas de México, hacia mediados del siglo último, aún nos están diciendo sus aciertos44. Yo no he visto hasta ahora de todos ellos, sino unos cuadros apaisados del Ávalos, que están en el altar de la testera de la capilla de San Cosme en Catedral, y son poca cosa a juicio de los inteligentes. Por cierto que en la misma capilla hay en el altar de la izquierda seis cuadros, sin nombre de autor, pero que parecen de escuela mexicana, y llaman justamente la atención, por la armonía de entonación que al Sr. Clavé le recordaba la de la escuela de Murillo. El del centro representa a San Agustín, encima hay una Anunciación, y de los cuatro de los lados, uno es San Ignacio, y otro San Felipe Neri. El retablo en que están, no carecería de gracia, y es lástima que no se conserve con más aseo.

  —51→  

CLAVÉ.-  Recuerdo a vd. que en una pieza de abajo tenemos un lienzo de gran tamaño, que representa el nacimiento del Salvador, pintado por Pedro Ramírez, artista un poco grotesco, aunque no careciera de ejecución, y en el que vd. ha creído reconocer semejanza con algunos de los cuadros de la sacristía de la Merced. Si por éste del nacimiento hemos de conjeturar la época en que existió el autor, debemos suponerlo contemporáneo de los Echaves y Juárez45.

PESADO.-  Pues por lo que veo, hubo en México no corto número de pintores en el siglo XVII.

COUTO.-  Aún nos falta mostrarte algo de los dos Rodríguez Juárez, que lo cerraron dignamente, y que dieron principio a una nueva edad de la pintura entre nosotros. Pero antes quiero decirte, que del mismo siglo XVII conozco además de otros oscuros, algunos que por su mérito te nombraré. Sea el primero Juan de Herrera, a quien nuestros antepasados   —52→   llamaron el divino, como en España a Luis Morales, o porque sólo se ejercitaba en asuntos sagrados, o por la perfección con que los desempeñó. En la capilla de reliquias de Catedral, que mencioné atrás, hay en el altar principal doce cuadritos firmados de su nombre, con fecha de 1698, que representan santos mártires, bien acabados y de bastante gusto.

CLAVÉ.-  Tengo muy presente que cuando los vimos, nos dejaron algún sabor de estilo holandés.

COUTO.-  El segundo es Fr. Diego Becerra46, lego franciscano, connovicio del padre Vetancurt, que le llama insigne, y por quien sabemos que en la segunda mitad del siglo pintó varias obras para su convento, las cuales se quitaron de la portería por lo que allí sufrían, y se distribuyeron en otras partes del edificio47.

CLAVÉ.-  Ése ha de ser el Becerra franciscano, de quien ahora dos años vi en su convento de Puebla, en la   —53→   escalera, tres grandes lienzos de asuntos de la Orden que me pluguieron bastante.

COUTO.-  El tercero es otro Becerra, Nicolás, de quien hay en el hospital de terceros un cuadro grande de San Luquecio, pintado en 1693, y que parece una anticipación del estilo que años adelante usó Cabrera. El cuarto es el padre Manuel, jesuita, de cuya vida no he podido alcanzar noticia, a pesar de haberla buscado con diligencia. Beltrami, que lo coloca (ignoro sobre qué dato) en el siglo siguiente, dice que pintaba admirablemente con ambas manos, y que él vio una bella muestra de su talento en un cuadro de la Cena en el refectorio de San Fernando. Bien hace quince años que yo busco la tal Cena en aquel convento, y no doy con ella, ni hay padre de los antiguos que la recuerde. La que allí enseñan, y está ahora en un claustro de arriba, junto a la puerta de entrada de la sala de recibir, es obra de Pedro López Calderón, ejecutada en 1728, y firmada de su mano; de mediano mérito. Donde realmente había una pintura del padre Manuel, era en la escalera del Colegio de San Gregorio, que se conservaba como estuvo en tiempo de los jesuitas. Es un cuadro apaisado, firmado del autor, y que representa la sacra familia. Yo he visto   —54→   pocas pinturas de México que me hayan parecido de tanta gracia y perfección. Si así trabajaba siempre el padre, sin duda que rayó bien alto en el arte. El cuadro se habría trasladado hace tiempo a esta sala, si hubiese yo podido dominar la ira que me causaba la temeridad de no sé qué audaz restaurador, que quiso retocar, como ellos dicen, varias de las figuras, y las echó a perder del modo más lastimoso. Quedan sólo algunas intactas, y por ellas puede juzgarse de lo que era la obra en su estado original. El rancio de los colores me hace creer que fue anterior al siglo pasado. Nuestro amable amigo D. Urbano Fonseca, más paciente que yo, ha influido para que esa bellísima ruina (que así puede llamársele) pasara a la Escuela de Medicina, donde actualmente se halla.

CLAVÉ.-  Lo que vd. cuenta de ese cuadro, me recuerda el dicho de un inteligente: más obras han estropeado los restauradores que la mano del tiempo.

PESADO.-  Ibas a enseñarme algo de Rodríguez Juárez. A uno de ellos conozco desde que en años pasados vimos juntos tú y yo alguna cosa de su mano que   —55→   nos llamó la atención, en el colegio de Tepozotlán, antiguo noviciado de jesuitas. Del otro no tengo noticia.

COUTO.-  Pues comenzaré por esotro. Era presbítero y se llamaba Nicolás. Esta Santa Gertrudis que ves aquí, ofreciendo su corazón al Cristo crucificado que está sobre el altar, fue pintada por él en 1690, según consta de la firma que se lee abajo. En los claustros de la Profesa hay obras suyas, que no abundan mucho en la ciudad, quizá porque siendo clérigo, no tenía de oficio la pintura, y sólo la ejercitaba por afición. Era también hábil retratista. He visto de su mano un niño, sobrino del Sr. Santa Cruz, Obispo de Puebla, ejecutado no sin gracia.

CLAVÉ.-  En este cuadro de Santa Gertrudis es notable la dificultad que presentaba el pensamiento que sirvió de tema a la composición. La santa tenía que estar arrodillada delante del altar; y era preciso sacrificar, o la vista de éste, que el espectador naturalmente espera encontrar al frente, o la figura de la santa que es el protagonista, poniéndola de espaldas. Nicolás Rodríguez salió del embarazo cogiendo al soslayo la escena, pero de manera   —56→   que conservando del altar lo bastante para que se comprenda el asunto, la santa en el rostro y cuerpo se presente más que de medio perfil. En cuanto a la ejecución, la masa del altar mismo hace efecto por su sencillez y regularidad; la santa ofrece un buen total en los paños, en las carnes, y en la expresión; y el tono del fondo, y el conjunto de la composición dan a la obra cierto aspecto de seriedad y alteza, en que se detiene no sin miramiento el espectador.

PESADO.-  Las pinturas que en Tepozotlán nos llamaron la atención, son de Juan Rodríguez Juárez, y consistían en una serie de cuadros que representan la Vida de la Virgen. Por cierto que delante de alguno, el de la huida de Egipto, nos detuvimos largo rato. La composición es graciosa, y la ejecución excelente. Nunca olvidaré una media tinta que hay sobre el rostro de la Virgen, y expresa la sombra que le forma el tocado que lleva en la cabeza. En el conjunto de los cuadros nos pareció notar alguna desigualdad. Después vi en los claustros de San Francisco de Querétaro una vida del santo, y otra de San Antonio, ambas de su mano, justamente celebradas. Pero de su persona no tengo noticias: supongo que algo habrás tú averiguado.

  —57→  

COUTO.-  Dícese que era hermano del presbítero Nicolás, y ambos sobrinos de José Juárez . Debió nacer el año de 1675 o 76, pues consta que murió el 14 de enero de 1728, a la edad de 52 años48. Acaso ningún artista hasta su tiempo había alcanzado tan alta reputación en México, donde fue conocido con el nombre de Apeles mexicano. Aquí tenemos de él ese San Juan de Dios de cuerpo entero que está arriba; y estos dos bocetos (si bocetos pueden llamarse estando tan acabados) de los dos cuadros, la Asunción y la Epifanía, del altar de Reyes en Catedral. Sospecho que son también de su escuela los otros doce cuadros que están repartidos en los dos altares de los lados, así como un San José y una Santa Teresa que hay a bastante altura. Cotejados los de la Asunción y Epifanía con esos bocetos, se observan las variaciones que iba haciendo el artista en su primer pensamiento; variaciones que, o nacían de las mejoras que le iban ocurriendo, o eran precisadas por los tamaños de la tabla sobre que pintaba. Hay la tradición de que se retrató a sí mismo en este caballero que está aquí a la izquierda de este espectador en el cuadro de la Epifanía, armado de cota, y con una faja azul que baja del hombro a la espalda. Y paréceme que en efecto hay semejanza entre la tal figura y aquel   —58→   retrato suyo de medio cuerpo, con casaca azul, que hace tiempo posee la Academia.

CLAVÉ.-  Para conocer el mérito de ese pintor, es necesario ver en la iglesia de San Agustín, en la puerta del costado, los dos grandes cuadros que allí dejó, y serán perenne monumento de su gloria. El uno es un San Cristóval colosal, trazado con vigor e inteligencia; el otro representa una visión de Santa Gertrudis, que está arrodillada en la parte inferior, contemplando a San Agustín que aparece arriba en gloria. Tal vez hasta su tiempo no se había hecho en México pintura que le sacara ventaja. Sin meterme en las comparaciones que hace Beltrami, sin decir que en Rodríguez Juárez hay mucho de Caracci, y que acaso le excede en el colorido y el dibujo, sí creo que el nombre del primero no acabará, mientras su cuadro de Santa Gertrudis exista. En los ángulos del corredor alto de San Francisco hay otras obras suyas, del año de 1702, y entre ellas una del juicio de San Lorenzo, en la cual llama la atención no menos la noble figura del santo diácono, que el grupo de mendigos que lo acompañan. También se distinguió en el retrato, como su hermano Nicolás. En el convento del Carmen hay uno del Virrey Duque de Linares, de cuerpo entero, ejecutado por él, de bastante mérito. Sospecho   —59→   que son también de su mano algunos otros que allí he visto, como el del Marqués de Altamira, notable por el carácter y la verdad del rostro.

COUTO.-  En las obras de este célebre maestro me ha parecido observar dos tonos distintos correspondientes a dos épocas de su vida. En la primera siguió el colorido que habían usado nuestros pintores del siglo XVII; quiso luego darle esplendidez, y adoptó otro que es el que se ve en los cuadros de la segunda época. El cambio fue grande; y como lo siguieron los pintores posteriores, puede decirse que es jefe de una nueva escuela mexicana que duró por todo el siglo XVIII. En lo poco que de él tenemos en esta galería, observarán vdes. que el San Juan de Dios pertenece a la época primera, y los bocetos a la segunda. La diferencia de entonación en el color salta luego a la vista.

PESADO.-  Efectivamente, el San Juan de Dios recuerda bastante la manera de los pintores de quienes hemos venido mirando cuadros hasta aquí, al paso que los bocetos parecen marcar el punto de partida de la escuela de Ibarra, Cabrera, etc.

  —60→  

CLAVÉ.-  Todavía la diferencia se haría más sensible, si pudiéramos cotejar el mismo San Juan de Dios con otras pinturas de Juan Rodríguez, v. g.: algunos pasajes del Evangelio que hay en los corredores altos de la Profesa, como la Transfiguración, y la Tempestad en la barca. Si no constara que todas son de un autor, yo diría que entre aquélla y éstas había mediado un siglo, según lo que varía el colorido.

COUTO.-  Yo no sé si la novedad hecha por Juan Rodríguez deba atribuirse, al menos en parte, a inspiración venida de fuera; esto es, al deseo de imitar las obras que desde el siglo XVII pudieron empezar a llegar de pintores sevillanos, y señaladamente del gran Bartolomé Murillo. Sabemos que éste en su primera época, antes de ir a Madrid, se mantenía en Sevilla «pintando de feria», como dice Palomino, y que aun «hizo una partida de pinturas para cargazón de Indias, con la cual adquirió un pedazo de caudal» para costear el viaje. Muy probable es que algo de ello viniera a México. Además, se cree que la hermosísima Virgen que llaman de Belem, y está en el coro de Catedral, fue un don que viviendo   —61→   todavía el pintor hizo a este cabildo un obispo que pasó para las Filipinas, y se consagró aquí. Si la tradición es fiel, Juan Rodríguez debió ver aquel egregio cuadro, que en un hombre de su talento bastaba para que nacieran nuevas ideas sobre el arte. Por último, consta que de los dos hijos de Murillo, el mayor D. Gabriel, sujeto de grande habilidad en la pintura, y de mayores esperanzas, vino a Indias, y en ellas murió bien mozo, si bien vivía todavía al tiempo del fallecimiento de su padre, acaecido en Sevilla el año 1682. ¿No puede ser la Nueva España el punto adonde viniera? Algunos lo han creído así, y aun sospechan que varias de las pinturas que entre nosotros corren con nombre de Murillo, son del hijo y no del padre49. En esa hipótesis éste habría sido otro medio para que a Rodríguez Juárez y sus contemporáneos se comunicara algo del estilo de aquel célebre maestro y de su escuela, especialmente en el color. Pero sea lo que fuere de estas conjeturas, que de tales no pasan, el hecho cierto es, que en Juan Rodríguez encontramos una verdadera novedad, una revolución (como ahora dicen) en la pintura.

CLAVÉ.-  Un maestro, sin embargo, conozco que no la siguió, y era de aquel tiempo, según vd. me ha dicho: Cristóval Villalpando.

  —62→  

COUTO.-  En efecto, hay pinturas de él, a lo menos desde 1683 hasta 1710.

CLAVÉ.-  Villalpando se me ha hecho notable, en primer lugar, por la gran desigualdad de sus obras. En algunas se detiene la vista por su mérito, al paso que en otras la mano del artista cae hasta parecer menos que mediano. Tales son, por ejemplo, las de la Pasión en los claustros de San Francisco, de que hablaba vd. antes; en segundo lugar, tratándose de valentía y rasgo de imaginación, tal vez en México ninguno ha tenido más que él. Básteme citar en prueba los grandes lienzos que cubren las paredes de la sacristía de Catedral, y representan la Asunción de Nuestra Señora, la gloria de San Miguel, su lucha con el Dragón, el triunfo de la Eucaristía o de la fe, etc. Aquel hombre manejaba el lápiz y el pincel a grandes tajos.

PESADO.-  Alguna vez he considerado esos cuadros, y me ha parecido que su autor concebía como un poeta.

  —63→  

COUTO.-  Sí, como un poeta, pero del tiempo de Góngora y Villegas. Por lo demás, de Villalpando he visto obras más chicas, cuadros de caballete, en que me ha parecido encontrar juicio y mejor gusto; por ejemplo, uno que hay en la Encarnación y representa a San Francisco orando en el desierto; la figura del santo es sumamente devota y expresiva. Respecto del colorido, tiene razón el Sr. Clavé; Villalpando no adoptó el de Juan Rodríguez y sus secuaces, sino que usó siempre el suyo propio. Ignoro si sería de la misma familia otro Villalpando, el Br. Carlos, de quien tenemos aquí ese cuadrito de perspectiva que presenta el interior de la iglesia de Belem. Suyo es también un medio punto grande que está en la iglesia de San Agustín, sobre la puerta que queda frente a la del costado, y tiene por asunto la predicación de San Javier a los indios. En éste se nota algo del nuevo colorido que se iba introduciendo en nuestra escuela, y que fuera del Cristóval, adoptaron como he dicho, todos los pintores de la época. Pertenece a ese número, un tercer Correa (Miguel) de quien vi en el comulgatorio de la iglesia de San Francisco, en Texcoco, una mala Purísima del año 1704; Juan de Aguilera, superior a él, que pintó hacia 1714 algunos cuadros del apostolado que hay en el noviciado de   —64→   Santo Domingo, en que también trabajó Ibarra; Francisco de León que dejó un valiente cuadro de la gloria de la Virgen del Rosario en el corredor de la escalera del mismo convento, el año 1727; Antonio Torres, nombrado en 1721 con los dos Rodríguez Juárez para reconocer el lienzo de Nuestra Señora de Guadalupe, y de quien he visto una Asunción, de regular mérito, con fecha de ese mismo año, y en San Francisco alguna cosita con la de 1715; Francisco Martínez, notario de la Inquisición, como Arteaga, de quien hay allí mismo en el antecoro un cuadro alegórico de la gloria del santo y de su Orden, en San Diego todos los que cubren las paredes de los corredores bajos del primer patio, en el muro exterior del coro de Catedral dos del martirio de San Lorenzo a los lados de su altar, pintados en 1736, y aquí en esta galería esos dos Evangelistas que nos regaló la escuela de Medicina, y fueron ejecutados en 1740; Fr. Miguel de Herrera, agustino, de bastante rasgo en la ejecución, autor del gran lienzo que se colocó en la portería del Carmen durante las fiestas que para solemnizar la canonización de San Juan de la Cruz hizo la Orden el año 1729, y que pintaba todavía en 1742; finalmente, Nicolás Enríquez, de quien posee D. Manuel Escandón algunos cuadros chicos de la historia de Alejandro, la Universidad una Purísima grande, adorada por los siete arcángeles, que le dimos en cambio de aquélla de Cabrera, y   —65→   acá conservamos este cuadrito en que la Virgen y el Salvador se dejan ver de algunos santos, fundadores de órdenes religiosas.

CLAVÉ.-  Las figuras de estos últimos son lindas y sacan bastante ventaja al Cristo y la Virgen.

PESADO.-  Parece que con estudio han colocado vdes. ese cuadrito cerca de los de Ibarra, a quien mencionabas hablando de Aguilera. En el colorido noto que Enríquez e Ibarra se parecían mucho, y que los dos caminaron sobre las pisadas de Juan Rodríguez.

COUTO.-  En efecto, D. José Ibarra entró a toda vela en la novedad introducida por aquel célebre maestro, y acaso hasta la exageró en algunos puntos, como en la predilección del color rojo y azul que prodigaba en sus obras. Obsérvalo por ejemplo en esas laminitas de la vida de la Virgen, en las cuales, por otra parte, hay figuras bellas, como la del joven que está encendiendo una hacha, en el pasaje de la presentación al templo.

  —66→  

CLAVÉ.-  Pero mucho mejor que ése es aquel otro cuadro de la Circuncisión que tenemos enfrente, y está pintado en lienzo. La escena toda la alumbra el nombre del Salvador, que aparece en lo alto entre resplandores. El grupo de las personas que intervienen en la ceremonia está formado con inteligencia; y la figura de la Virgen, que con ternura maternal aparta el rostro para no ver el acto, es interesante. En los otros cuadros suyos que están ahí a los lados, se nota igual pericia y gusto.

COUTO.-  Lo más importante que de Ibarra conozco en México, son los dos lienzos que cubren las testeras del aula mayor, o general del Colegio de San Ildefonso, y fueron pintados en 1740. El uno, que es el que queda a la derecha como entramos, ofrece una especie de alegoría, no muy feliz a la verdad, en que se registran el Padre Eterno en la parte superior, San José con el niño en medio, y abajo los dos santos mártires San Josaphat arzobispo, y San Juan Nepomuceno, ya muertos. El de la izquierda, que en mi juicio le saca mucha ventaja, es de perspectiva; representa la parte central del interior de un templo; bajo la cúpula se levanta un templete, dentro del cual San Luis Gonzaga adora arrodillado   —67→   a la Virgen que aparece con el niño entre nubes; en los remates superiores están a los lados San Ildefonso y Santa Catarina; por último, en dos columnas de delante se ven las estatuas de Santo Tomás de Aquino y un santo obispo que acaso será San Agustín. Las figuras son buenas, la perspectiva esta formada con arte, y la obra toda en su conjunto aunque pertenece a un género que los peritos reputan algo extravagante (no obstante haberlo usado maestros como el padre Pozzo) hace efecto. Otro cuadro suyo encontramos en Texcoco el Sr. Clavé y yo, que nos llamó la atención, y que su dueño, que era un pobre, no quiso vender para la Academia, a pesar de las propuestas que le hicimos. Es un Calvario que exhala un perfume de devoción que se comunica al espectador. Y tiene la particularidad de haber sido probablemente la última obra grande que ejecutó Ibarra, pues lleva fecha de 1756, y consta que él murió el 22 de noviembre de ése año50.

CLAVÉ.-  A juzgar por la porción de obras que ha dejado dentro y fuera de la capital, su vida debió ser larga y laboriosa, pues acababa bien lo que hacía, y no era de los artistas que buscan el efecto en unos cuantos toques dados con bizarría.

  —68→  

COUTO.-  Frescamente se ha escrito que nació en 1688, aunque no se señala la fuente de donde se tomó la noticia51. Su amigo y colega D. Miguel Cabrera aseguraba en el mismo año de su muerte que había llegado a una edad respetable, y que había conocido no sólo a los célebres pintores de su siglo, sino a muchos de los que florecieron en el anterior52; lo cual no sé si pueda decirse con propiedad de un muchacho de 12 años, que eran los que debía tener al concluirse el siglo XVII, si efectivamente había nacido en 1688. Pero sea de ello lo que fuere, lo que no tiene disputa es que en una vida más o menos prolongada adquirió maestría en el arte, y ganó merecida reputación que conserva hasta nuestros días. Decían que era el Murillo de México, y que aun en la figura se asemejaba al sevillano. A vuelta de algunos años no se creía que sus obras hubieran sido hechas aquí, y se atribuían a artistas extranjeros. Había, por ejemplo, quien porfiaba haber visto desencajonar, traída de Roma, la imagen de Nuestra Señora de la Fuente que está en el convento de Regina; cuando el presbítero D. Cayetano Cabrera recordaba con zumba la prisa que había visto darse a Ibarra para concluirla y entregarla el día que lo tenía ofrecido, y que aun había trabajado aquella noche con luz artificial para pintar   —69→   en el cuadro las candelas que alumbran a la imagen, y era lo que le faltaba53.

PESADO.-  De esas preocupaciones hay en todos tiempos y en todos los países. Acuérdate del Cupido que Miguel Ángel tenía que enterrar, para que excavándolo luego como un antiguo, recibiera los aplausos que no se le habrían dado, si desde el principio se hubiera sabido que era suyo. Y eso en la ciudad y en el siglo más cultos en materia de bellas artes, en la Roma de Julio II y León X.

COUTO.-  No daría poco que reír a Ibarra la disputa de los que habían visto llegar del extranjero su cuadro, si bien aquello debía por otra parte lisonjearle. Algunos chistes se le escaparían en la ocasión, porque parece que era hombre decidor, de cierta vena, y que aun cultivaba la poesía.

PESADO.-  No recuerdo haber visto nada suyo en ese género.

COUTO.-  La muestra que conozco, es de versos según la moda de su época en México; versos de conceptos   —70→   y agudezas. Este resabio había quedado del siglo precedente, y era lo que entonces privaba54.

CLAVÉ.-  Ibarra nos conduce como por la mano al taller de Cabrera, con quien tuvo buena amistad según ha dicho vd.

COUTO.-  Juzgo que Ibarra era un poco mayor en años que Cabrera. De las relaciones de ambos quedan hartos testimonios, a pesar de que pudieran haberse visto como rivales en fama, pues los dos la tuvieron suma entre sus contemporáneos, y la conservan en la posteridad. Sus nombres andan juntos en nuestras bocas, y casi nunca pronunciamos el de uno sin recordar al otro.

PESADO.-  La buena amistad de esos dos maestros es una lección para ciertos artistas que, sin ser lo que ellos fueron, no saben vivir en paz con los de su oficio. Por lo demás, aunque juntemos los nombres de Ibarra y Cabrera, no creo por eso que pretendamos igualarlos. Cabrera es en México la personificación del grande artista, del pintor por excelencia; y un   —71→   siglo después de muerto conserva intacta la supremacía que supo merecer, y que nadie, a lo que entiendo, le disputó en vida.

COUTO.-  ¡Tiene tan buenos títulos para mantenerla! Lo primero que siempre ha llamado la atención en él, es una fecundidad sin ejemplo. Formar la lista de sus obras sería cosa imposible, porque materialmente llenó de ellas el reino, y no sólo las hay en todas las grandes poblaciones, sino que suele encontrárselas hasta en las pequeñas, y aun en el campo. Esta fecundidad no provenía únicamente de lozanía de imaginación, sino de una facilidad y soltura de ejecución, que hoy no podemos concebir. Entre sus obras clásicas ocupa señalado lugar la vida de San Ignacio que dejaron los jesuitas en los corredores bajos del primer patio de su casa profesa. Son 32 grandes cuadros al óleo, cada uno con muchas figuras, casi todas del tamaño natural, trabajadas con esmero, y bien concluidas. Yo me quedé admirado cuando leí en los cuadros mismos que la obra se había empezado el día 7 de junio de 1756, y se había terminado en 27 de julio de 57; es decir, en menos de 14 meses, tiempo que apenas bastaría hoy a un artista ejercitado para pintar tres o cuatro de aquellos lienzos. Pero mi admiración subió de punto, cuando hallé que la vida de Santo   —72→   Domingo, que hay en los claustros de su convento, de iguales condiciones que la de San Ignacio, fue trabajada en el mismo año 1756. Justamente se celebra que Vicente Carducho hubiese cumplido el contrato que en 1626 hizo con el prior de la Cartuja del Paular, comprometiéndose a pintar en cuatro años cincuenta y cinco cuadros de la vida de San Bruno y de sucesos de la orden, es decir, a razón de 14 cuadros por año. ¿Qué hombre era, pues, Cabrera que podía dar cima a empresas cuatro veces más laboriosas que aquélla? Es necesario ver sus dos colecciones para apreciar todo lo que en ellas tuvo que hacer. Paréceme que nuestro artista pintaba cuadros, como en el siglo anterior Lope de Vega componía comedias.

PESADO.-  Pues a fe que a Cabrera no puede aplicarse lo que aquel esclarecido ingenio decía de sus piezas:


   «Del vulgo vil solicité la risa
Siempre ocupado en fábulas de amores;
Así grandes pintores
Manchan la tabla aprisa».

Lo que Cabrera nos ha dejado en sus tablas, no son manchas, hablando en lo general, sino claros destellos de luz, que todavía hoy enamoran nuestros ojos. Por lo demás, la celeridad con que despachaba   —73→   sus encargos, creo que en parte puede atribuirse a otra causa. He oído decir que tenía un gran taller, un verdadero obrador, en que pintaban con él porción de oficiales, y aun algunos de los maestros más formados de la ciudad. Naturalmente todos pondrían las manos en las obras que se le pedían; de manera que éstas, más que de un artista, podrían decirse de una escuela.

COUTO.-  Yo también he oído contar eso que dices; y en efecto sabemos que algunos pintores tan hábiles como Alcíbar y Arnáez, estaban a su lado. Hay, sin embargo, una circunstancia en que debe repararse, y es la unidad de estilo, de color, de entonación, de dibujo que se observa en todo lo que lleva su nombre, y que a los ojos del espectador lo hace aparecer como salido de una mano, aunque no todo sea de igual mérito. Acuérdate que las desigualdades que notamos en la vida de la Virgen por Juan Rodríguez en Tepozotlán, nos hicieron sospechar que algunos de los cuadros serían hechos por sus discípulos. No sucede así con los de Cabrera; lo cual me parece que prueba que en éstos no sólo la invención y la traza en grande, sino aun la ejecución, al menos en las partes principales, como las cabezas, era suya. De suerte que siempre le queda el prez de una soltura y facilidad raras.

  —74→  

CLAVÉ.-  Pues añada vd. luego el incontestable mérito de su pintura. El dibujo, aunque no puede decirse totalmente correcto, sin embargo saca ventaja al de los más de los pintores mexicanos. El colorido en general es el de la escuela de Juan Rodríguez, pero sin la exageración en que otros cayeron. Por lo que mira a la invención, si bien algunas veces se le ve apelar a alegorías, y aun al mezquino medio de los letreros que salen de las bocas de los personajes, en lo general escoge con juicio sus argumentos, y sabe componerlos con habilidad. Sus figuras están bien distribuidas en cada lienzo, y bien agrupadas donde conviene. El carácter que más resalta en él, es la suavidad, la morbidez y cierto ambiente general de belleza que se derrama en todo lo que hace. No tenía sin duda la buena escuela, ni el acendrado gusto de Baltasar de Echave el viejo; y ciertamente carecía del vigor que distingue a Sebastián de Arteaga en algunas de sus obras; pero no sé qué magia hay en Cabrera, que siempre se le ve con placer, y siempre gusta. Una de las cosas en que más sobresale, es en las cabezas, que casi todas son bellas. Y ya vdes. considerarán cuánto tiene adelantado el pintor que sabe poner buenas cabezas a sus figuras.

  —75→  

PESADO.-  Aquí lo estaba yo observando en este San Bernardo y este San Anselmo, de cuerpo entero y de tamaño natural, que han colocado vdes. a los lados de la puerta. En el semblante de San Bernardo se retrata la terneza, la devoción, el misticismo de aquella alma pura; al paso que la serenidad y aplomo del Santo Arzobispo de Cantorbery cuadran bien al profundo pensador del siglo XI. Recuerdo que estos dos cuadros estaban en la Universidad con los de otros santos doctores, entre los cuales hay un Santo Tomás de Aquino tan grave, tan bien posado en el sillón, que parece estar discurriendo algún artículo de la Suma. Pero para valorizar dignamente a Cabrera, es necesario volver a las dos colecciones que se mencionaron antes, la de San Ignacio y Santo Domingo; siempre las he reputado por dos de los más ricos tesoros de nuestra escuela de pintura. Lástima que la segunda esté tan estropeada de manos de los soldados que a menudo se han alojado en aquellos claustros; algunos de los lienzos acabaron ya.

CLAVÉ.-  Donde quiera que ponen el pie los hombres de armas, dejan tras de sí esa huella de destrucción y   —76→   de ruina. Mas por lo que hace a Cabrera, bien puede conocérsele con solo este cuadro grande que tenemos ahí de la visión del Apocalipsis, cuando la mujer misteriosa que había parido al niño, huye de delante del Dragón, y San Miguel pelea con la fiera. La visión está aplicada a la Virgen. Note vd. la belleza de su figura, la del niño que levanta con ambos brazos, y respectivamente la de los demás personajes que se introducen en la escena. Creo que todas las dotes de Cabrera se registran en ese lienzo.

PESADO.-  Bastante lo he visto en la Universidad antes que vdes. lo trajeran a esta galería. Aquella corporación parece que distinguió a Cabrera, y lo ocupó más que a ninguno otro pintor.

COUTO.-  En eso hizo lo que casi todos los cuerpos y todas las personas importantes de la ciudad. Porque Cabrera no fue de aquellos artistas desconocidos o desestimados en vida, y a quienes no se tributa honra sino después del sepulcro. Nuestro pintor disfrutó en sus días toda su fama, y las atenciones que por ella merecía. El arzobispo D. Manuel José Rubio y Salinas lo hizo su pintor de cámara, y   —77→   con sus obras adornó su palacio. Las comunidades religiosas, los templos, los establecimientos públicos, todos a competencia quisieron tener pinturas de su mano. Pero quienes más se señalaron con él, fueron los jesuitas, sagaces descubridores del talento y el mérito en todas líneas; Cabrera fue el pintor de la Compañía, y entre el artista y aquella sabia corporación mediaron relaciones estrechas. Las casas de los jesuitas estaban llenas de cuadros suyos. Por último, sus mismos compañeros de profesión, ¡cosa notable entre gentes de un oficio!, aceptaron llanamente el principado que el voto público le concedía en el arte. Cuando en el año de 1753 concibieron el proyecto de plantear en México una Academia a semejanza de las que por entonces empezaba a haber en España, pusieron a su cabeza a Cabrera, con el carácter de presidente perpetuo, que era el mayor testimonio que podían darle de estima y de respeto.

PESADO.-  No sabía yo que antes de esta nuestra Academia de San Carlos se hubiera pensado en establecer aquí una escuela de Nobles Artes. Ese pensamiento honra a los artistas nacionales que lo concibieron.

COUTO.-  La Academia estaba limitada a la pintura. El autógrafo de los estatutos, firmado de Cabrera y   —78→   de los otros directores, lo he visto en poder de D. Francisco Abadiano, biznieto suyo. Componíase la escuela de un presidente, seis directores, un maestro de matemáticas, un secretario y un tesorero. Los ejercicios consistían en lecciones de dibujo, el estudio del modelo vivo, y concursos anuales de pintura. Por cierto que hay en los tales Estatutos algunas prevenciones que llaman la atención; como la de que jamás, ni por ningún empeño, se admita por discípulo a hombre de color quebrado; que todo el que pretenda matricularse, compruebe antes que es español; y que si a pesar de todo, se introdujere alguno que no lo sea, se le eche de la escuela luego que se descubra55. Los profesores muestran temer que el arte valga menos, y aun llegue a envilecerse, si es ejercitado por otras manos. Raro sentir en maestros que todo se lo debían a su mérito individual.

PESADO.-  Paréceme que eso que cuentas, hace poco verosímil la voz que algunos traen en México, de que Cabrera era un indio zapoteca, nacido en Oaxaca, que vino a la capital en tiempo y por motivos que se ignoran56. Si tal hubiera sido, no habría escrito y firmado en los Estatutos un artículo que sería una ejecutoria de degradación para él y los suyos.

  —79→  

COUTO.-  En cuanto al lugar de su nacimiento, la tradición oral que de mozo alcancé yo entre los pintores de México, lo hacía natural de la Villa de San Miguel el Grande en el Departamento de Guanajuato; y respecto de su origen, además de la reflexión que acabas de hacer, la colocación que tuvieron dos de sus hijas, contradice el que has mencionado57.

CLAVÉ.-  ¿Y de su vida qué ha rastreado vd.? Holgaría de saber algo de tan señalado artista.

COUTO.-  No he podido averiguar cuándo nació, ni cuándo murió. De sus obras la que he visto con fecha más reciente, es un retrato del padre jesuita Juan Manuel Azcarai, pintado en 1764, que estaba en San Pedro y San Pablo. Es, pues, seguro que su muerte fue posterior a ese año. Parece haber sido persona de alguna cultura adquirida por sí propio. Con ocasión del reconocimiento facultativo que en unión de otros pintores practicó de la imagen de Guadalupe a instancias del cabildo de la Colegiata   —80→   en 1751, escribió un papel titulado Maravilla americana, y conjunto de raras maravillas, observadas con la dirección de las reglas de el arte de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. Bastante dice esta portada el asunto de la obrita; y en cuanto a su desempeño, el doctor Bartolache, de genio un poco acedo, decía años adelante: «Demasiado fue que un hombre lego, y sin otros estudios que los honrados domésticos del caballete y la paleta, acertase a componer un opúsculo en que unió la precisión con la claridad, instruyendo y deleitando»58. Esta calificación estomagaba a un escritor elegante de la época, el Dr. Conde, quien sospechó que Bartolache había querido indicar que Cabrera no era capaz de escribir por sí aquello, y que probablemente le habían llevado la pluma sus amigos los jesuitas59. Sea de eso lo que fuere, el papel habla con lisura, y sin el estilo gongorino que entonces era de moda. Respecto de su sustancia, el mismo Bartolache daba entender que a su juicio Cabrera había registrado la imagen, más con los ojos de la devoción, que con los del arte60.

CLAVÉ.-  Me parece que dijo vd. antes que en rededor de Cabrera se agrupaban algunos de los pintores sus   —81→   contemporáneos, y que aun había de ellos quienes trabajaran en su taller. Yo tengo notado que se le parecen, aunque disten bastante de él, casi todos los que conozco de su tiempo.

COUTO.-  Si alguno puede estar a su lado, creo que es D. Francisco Antonio Vallejo; de quien tenemos en esta galería aquella Purísima, que nos vino de la Parroquia de Coyoacán.

CLAVÉ.-  Ya vd. sabe la estima que he hecho de ese hábil pintor desde que examinamos juntos el gran cuadro que hay en la escalera de la Universidad, y me hizo vd. ver en el Colegio de San Ildefonso los que allí trabajó.

PESADO.-  ¿Vallejo era, pues, coetáneo de Cabrera?

COUTO.-  Con él fue nombrado como uno de los primeros maestros de la ciudad para el reconocimiento de la imagen de Guadalupe el año de 51; y suscribió en   —82→   unión de Ibarra, Osorio, Juan Patricio, Alcíbar y Arnáez, el juicio que se expone en la Maravilla americana. Entre las pinturas de San Ildefonso, una tiene fecha de 1761, y otra de 1764, año en que aún vivía Cabrera; finalmente, la de la Universidad es de 1774. Esta última es una especie de cuadro votivo o conmemoratorio, mandado pintar por el claustro cuando Carlos III alcanzó del pontífice Clemente XIV que se pusiera en la letanía de la Virgen la deprecación Mater inmaculata. El fondo de la composición lo forma la perspectiva de un grande edificio, dentro del cual en el plano inferior aparecen arrodillados el Papa, el Rey, el arzobispo Lorenzana y el virrey Bucareli. Tras ellos por uno y otro lado hay grupos de estudiantes. En un segundo plano aéreo está la Santísima Virgen en el centro sobre nubes, los cuatro doctores que llaman marianos, San Pablo y Santa Catarina, tutelares de la Universidad, y Santo Tomás, San Juan Nepomuceno y San Luis Gonzaga, patronos de los estudios. La figura de la Virgen en especial es bella.

CLAVÉ.-  Debe sentirse que ese interesante cuadro haya sufrido bastante por el desabrigo del sitio en que está.

  —83→  

COUTO.-  Afortunadamente los de San Ildefonso se conservan bien. Uno, que hay en el General chico, representa la muerte de San Javier. El cadáver del apóstol de las Indias, en tierra, apoyado sobre una piedra, y al raso como murió en la isla desierta de Sancián, parece exhalar todavía el perfume que creían percibir los que se acercaban a él. A su lado un anciano vestido con rica seda de la China, se postra como para recoger el último aliento del santo. Pero la obra principal que de Vallejo hay en aquel Colegio, es el lienzo que llena la testera de la sacristía; al verlo, solamente se desea que hubiera en la pieza más luz para gozarlo mejor. En el plano de abajo, y casi en una línea, están San José arrodillado, con el niño en los brazos, y a su izquierda Santa Ana en igual postura. A la derecha la Virgen y San Joaquín sentados; a uno y otro lado los siete arcángeles con los emblemas propios de sus oficios. Todas las figuras son buenas; pero la excelencia de la obra y la impresión que produce, me parece que provienen de otra causa, y es el partido que el autor supo sacar del enorme tamaño de su cuadro. Yo he oído decir a vdes. que en pintura conviene agrupar para concentrar mejor la atención, y que las figuras juntas dan más golpe. Pero esta regla debe padecer excepciones, pues en   —84→   el lienzo de que estoy hablando, el efecto lo obtuvo Vallejo, cabalmente por el principio contrario, el esparcimiento en la totalidad de la composición. Encima del plano en que está la Sacra familia, de un grande espacio vacío, interrumpido únicamente al medio por la paloma que simboliza al Espíritu Santo; y luego en la altura hizo aparecer sobre querubines al Padre Eterno, que es en sí mismo una figura magnífica, quizá la mejor del cuadro. La distancia que separa a la divinidad de los seres que habitan la tierra, da a la composición un aire de grandiosidad y elevación, que yo no recuerdo haber encontrado en otra pintura mexicana.

CLAVÉ.-  La observación que sobre ella hace vd. es exacta. Por lo demás, la regla de agrupar, es como todas las reglas: se necesita tino para aplicarla, y hay casos en que conviene no seguirla. El talento de un artista está en saber usar las reglas.

COUTO.-  Otro cuadro hay en la misma sacristía, que no tiene firma; pero que supongo ser también de Vallejo, y representa la Pentecostés. El semblante de la Virgen, que ocupa el centro del cenáculo, tiene   —85→   mucha expresión; y la nube rojiza que se abre arriba, y de la cual se desprenden las lenguas de fuego que bajan sobre los apóstoles, hace buen efecto. Lo hace también en su conjunto otro cuadro suyo, el descendimiento de la cruz, que existe en la capilla alta de la casa de ejercicios de la Profesa. En general Vallejo tiene la facilidad, la blandura y la belleza que caracterizan a Cabrera.

PESADO.-  De los otros pintores que mentaste hablando de éste, no veo que hayan vdes. adquirido obras.

CLAVÉ.-  Aquí tenemos de Juan Patricio Morlete Ruiz ese pequeño lienzo de San Luis Gonzaga, que no carece de agrado. En el Carmen, antes de la librería, hemos visto el Sr. Couto y yo cuadros suyos alegóricos, que es género a que parece que era inclinado. De Arnáez y Osorio andan obras en la ciudad.

COUTO.-  Por aquel tiempo eran bastantes los profesores de pintura que había en México. Fuera de los que   —86→   ya hemos mencionado, con Cabrera se unieron para la fundación de la Academia, José Manuel Domínguez como primer director, Miguel Espinosa de los Monteros, y Pedro Quintana. Florecía también a la sazón José Páez, que pintó en el claustro bajo de San Fernando la vida de San Francisco Solano (año 1764), y en la entrada del coro alguna cosa que no carece de interés. En San Ildefonso hay un lienzo de su mano, que representa la muerte de Santa Rosalía, de dibujo incorrecto y no agradable colorido, pero en el que la traza o invención es excelente. Si él discurrió aquel asunto, y no lo tomó de alguna estampa, ciertamente que era artista de ingenio y sensibilidad. Andrés Islas pintó en 1773 el retablo de San Juan Evangelista que está en la capilla de Aránzazu, y algo que hay en la Profesa; todo, de menos que mediano mérito. D. Mariano Vásquez que dicen fue discípulo de Cabrera, D. Manuel García, D. Roberto José Gutiérrez, D. Andrés López y D. Rafael Joaquín Gutiérrez examinaron con Bartolache la imagen de Guadalupe el año 1787, en su calidad de profesores de pintura, y firmaron el atestado que aquél publicó. De Vásquez tenemos ahí su retrato pintado por él mismo, que es ese que hace juego con el de Juan Rodríguez Juárez. De Andrés López hay aquella Verónica, que parece trabajada pelo a pelo, como si fuera obra de miniatura, y en el General de San Ildefonso está el retrato del benéfico Sr. D. Cayetano   —87→   Torres hecho por él en el mismo año de 87. D. Manuel Carcanio, tercero de hábito descubierto de Santo Domingo, pintó una vida de la Virgen, de figuras del tamaño natural, para el antecoro de aquel convento; alcanzó el establecimiento de nuestra Academia, y fue en ella Teniente de Director de pintura. Su discípulo Joaquín de Vega sacó este retrato de él, que es una valiente pieza en su género. Finalmente, Joaquín Esquivel, artista descuidado y que parece una especie de Tapresto, ha dejado sin embargo en la vida de San Pedro Nolasco, en los claustros bajos de la Merced, algún cuadro digno de estima, como el del coro en que cantan los religiosos con atavíos de ángeles. Trabajaba en 1797.

PESADO.-  Junto al retrato del Carcanio veo ahí un San Luis Gonzaga de José Alcíbar, a quien varias veces han mentado vdes.

COUTO.-  El último de nuestros pintores de nombre, y en el que se cierra la antigua escuela mexicana, que vimos principiar en Baltasar de Echave. Alcíbar se distingue por la blandura y suavidad, no obstante   —88→   que es ésa la cualidad general de la escuela, especialmente desde Juan Rodríguez Juárez para adelante. Alcanzó como Carcanio la fundación de esta Academia, y fue también Teniente de Director. Pintó mucho en su vida, que debió ser larga, y sus cuadros de San Luis Gonzaga eran muy apreciados de nuestros padres. Ciertas incorrecciones de dibujo, y una especie de atonía que creía yo observar en sus obras, me hacían tenerlo en menos, hasta que en la sala de juntas de la Archicofradía del Santísimo en Catedral vi los dos grandes lienzos que allí ha dejado; el uno, de la última Cena del Señor, y el otro del triunfo de la fe. En ellos aprendí a conocer lo que valía Alcíbar, pues son dos obras de importancia y de singular belleza, en especial la Cena. Es de notarse que debió pintarlas siendo ya muy viejo, pues tienen fecha de 1799, es decir, cerca de 50 años después de cuando acompañaba a Cabrera a estudiar y copiar la Virgen de Guadalupe; y sin embargo, no hay allí muestras de debilidad senil. Poco antes en carta que escribía al Dr. Conde, procuraba defender contra los tiros de Bartolache la memoria de aquel su amigo61. En breve debió él mismo bajar al sepulcro.

PESADO.-  Dices que con Alcíbar se cierra el catálogo de nuestros antiguos pintores. Pero algunos años antes   —89→   se había fundado esta Academia, dotándola el Soberano, y enviando de España maestros y modelos que aquí no eran conocidos, como la hermosa colección de yesos que está abajo, en las galerías de escultura. Muy lejos, pues, de que debiera entonces acabar el arte, fue de esperarse que tuviera buenas creces y floreciera como nunca.

COUTO.-  Se esperaría lo que quisieres, pero ciertamente no sucedió lo que se esperaba. La muerte de la pintura en México es coetánea del establecimiento de la Academia; y después de Alcíbar, en un espacio de medio siglo, no vuelve a aparecer pintor mexicano que dejara obras importantes y ganara nombre.

PESADO.-  ¿Si confirmará ese hecho la antigua acusación contra las Academias, de que inspirando timidez, apagan el ingenio, y reducen el arte a encogidos procedimientos, que al fin lo hacen morir mezquinamente?

CLAVÉ.-  Bien pensarán vdes. que un hombre que recibió educación académica, y es hoy profesor en una   —90→   Academia, no puede suscribir a semejante acusación. Y sería, señores, un fenómeno bien singular que el estudiar un arte por principios, conocer sus reglas y observarlas, fuera lo que lo matase. Por otra parte, hay una observación que a mí me ha hecho siempre mucha fuerza; y es que todos los grandes maestros, aun los que no habían cursado Academias, han deseado que la pintura se aprendiese por los procedimientos y métodos que en estas casas se usan. Parece como que sentían en sí el defecto de no haber recibido una instrucción fundamental y razonada. Sin salir de México, tienen vdes. una prueba de la verdad de lo que acabo de decir, pues cuando el arte llegó a su apogeo en la escuela de Cabrera, él y los otros profesores se dieron modo de plantear una Academia, según nos ha referido el Sr. Couto. Este juicio de los inteligentes en todos tiempos y países, a la verdad llama la atención. Hay, pues, que buscar otras causas para explicar el hecho de haber decaído aquí la pintura, cuando se abrió esta escuela el año de 1785.

COUTO.-  Me ocurre desde luego que pueden señalarse dos entre otras. La una es que la elección de los primeros maestros de pintura que se enviaron de   —91→   España, fue a lo que parece poco acertada. Con título de primer director vino D. Ginés Andrés de Aguirre, académico de mérito de la de San Fernando de Madrid, quien en el espacio de trece o catorce años que vivió en México, ni en obras ni en discípulos dejó cosa digna de memoria. Yo no he visto más cuadro suyo que una Virgen de medio cuerpo en un nicho o templete de piedra, siguiendo el estilo del padre Pozzo, y es obrita en que apenas puede ponerse atención. Acompañole con carácter de segundo director D. Cosme de Acuña, el cual a poco solicitó y obtuvo volver a España, pretendiendo que fueran allá a aprender con él los discípulos de la Academia62. No eran hombres como éstos los que podían mantener en su esplendor, y mucho menos adelantar el arte que habían ejercitado en México Echave, Arteaga, Rodríguez Juárez y Cabrera, y que aún tenía profesores como Alcíbar.

CLAVÉ.-  Pues yo pensé que el primer director de pintura enviado acá había sido Ximeno.

COUTO.-  Tal es la oscuridad en que han quedado los dos que le precedieron. D. Rafael Ximeno y Planes,   —92→   educado en la Academia de San Carlos de Valencia, vino a reemplazar a Acuña el año de 1793. A la muerte de Aguirre en principios de este siglo, el Gobierno quiso que fuese segundo director del ramo nuestro compatriota D. Anastasio Echeverría, célebre dibujante de la expedición botánica de Sesse y Mociño, y cuya magnífica Flora mexicana debe existir en Madrid. Humboldt, que la vio, asegura que sus dibujos de plantas y animales pueden competir con lo mejor que en ese género ha producido Europa63. Lo mismo oí a D. Pablo de la Llave, y a otros que la conocieron. Sin embargo, su nombramiento para la Academia encontró dificultades que impidieron que se llevase a cabo.

CLAVÉ.-  Ximeno no merecerá a vd. la censura que sus predecesores, pues de su pericia quedan en México monumentos importantes. Tal es la pintura de la cúpula de Catedral, en que representó la Asunción de Nuestra Señora. No hay quizá en el arte género más difícil, y en que más pueda campear la habilidad de un maestro. Sin embargo, Ximeno se desempeñó bien, y su obra es en materia de ornamentación lo mejor que se registra en aquel templo.

  —93→  

COUTO.-  Que Ximeno era un artista de mérito no tiene duda. Y cabalmente el género en que me parece que descollaba es ese que con razón gradúa vd. del más difícil, la gran pintura mural. A más de la obra de que ha hablado vd., ejecutó otra que ya no existe. D. Antonio González Velásquez, primer director de arquitectura en esta casa, y que construyó la parroquia de San Pablo, la elegante plaza en que estuvo la estatua de Carlos IV delante de palacio, el arco del foro del antiguo teatro, y alguna otra cosa, había levantado la hermosa capilla del Señor de Santa Teresa, cuya cúpula, por su valentía, no ha tenido igual en la ciudad. La obra de pintura se encargó a D. Rafael Ximeno. En el dombo pintó la historia que corre de la renovación de la imagen; en el ábside el alboroto que hubo en el pueblo del Cardonal cuando se dispuso trasladarla a México; el resto del templo lo adornó con elegancia. Mas todo aquello acabó en el terremoto del 7 de abril de 1845, a los 32 años de haberse estrenado. Después encontró en los restos de su testamentaría el boceto que había hecho para la pintura del ábside, y me apresuré a adquirirlo para la Academia como un recuerdo que por varios títulos debe serle grato. Es ese que está colgado en el rincón.

  —94→  

PESADO.-  Los frescos de Ximeno me parecieron siempre preferibles a sus pinturas al óleo. Además de algunas incorrecciones de dibujo que en ellas se observan, y que a la verdad son de extrañarse en persona tan académica, hay la circunstancia de que su colorido es poco agradable, y de que no concluía ni afinaba sus cuadros, sino que daba sólo algunas pinceladas fuertes, buscando por ese medio el efecto.

CLAVÉ.-  Ése era el estilo que dominaba en España en la época en que él se formó; época que no es de la que más puede gloriarse nuestra escuela. Yo no alcancé los frescos que mi antecesor pintó en la capilla del Señor de Santa Teresa, porque llegué a México el año de 46; pero a juzgar por los de Catedral, creo que tiene razón el Sr. D. Joaquín: vale aquello más que sus obras de caballete. La mejor que de esta clase he visto, es una Purísima grande que hoy posee el Sr. Escandón, y fue pintada originalmente, según me han dicho, para el Sr. Pérez, Obispo de Puebla. Aunque la traza general de la composición tenga valentía, y acuse ser de un autor hábil y experto, hay faltas de dibujo, que hieren la   —95→   vista, y disminuyen el efecto. Pero dejando a Ximeno, quisiera oír del Sr. Couto cuál fue en su juicio la segunda causa que hubo para que la pintura decayera en México hacia la época del establecimiento de la Academia.

COUTO.-  Haberle faltado la ocupación que le daba la Iglesia. Recuerden vdes. que bajo sus alas nació en el siglo XVI, y que ella la alimentó y sostuvo en los dos siguientes. Los particulares y el Gobierno mismo poco o nada habían hecho por el arte antes de la erección de la Academia; pero no lo necesitaba, porque los profesores encontraban empleo sobrado en los templos, en los conventos, en los colegios, en fin, en todas las casas, en todos los establecimientos de comunidad, que casi sin excepción eran eclesiásticos. Y esto es lo que realmente hace florecer y prosperar la pintura, como las otras artes sus hermanas, según enseña la experiencia; donde quiera que han encontrado un teatro como el que aquí tuvieron, allí se han desenvuelto con holgura, porque allí es donde la competencia hace esforzarse al ingenio, donde los maestros se lucen ante el público, y donde éste a su vez puede alentarlos con su voz y sus aplausos. La paga que da un particular por algún retrato de familia, que hunde luego   —96→   en su casa, y las pensiones y protección que un Gobierno concede a los alumnos en establecimientos de la clase de la Academia, son nada en comparación de esotro, para avivar y levantar el ingenio. Pero desde antes de concluirse el siglo pasado, y en el primer decenio del presente, las comunidades eclesiásticas dejaron de ocupar a los pintores, por causas que no es ahora ocasión de indagar. En seguida vino la insurrección, y la serie de revueltas que a ella se siguieron. Nada notable nos queda de todo ese periodo; pero tampoco hay rastro de que en él se hubiese pedido nada al arte. Así es que fue cayendo en inercia, que pasó luego a ser letargo, y remató en la muerte, que era la situación en que se hallaba cuando empezó a restaurarse la Academia, por los años de 45 y 46.

PESADO.-  La era que desde entonces corre, no creo que pueda llamarse una continuación de la vieja escuela mexicana. Los maestros que a ésta pertenecieron, fueron sucediéndose sin interrupción unos a otros; los posteriores eran discípulos de los anteriores; de ellos recibían la doctrina que pasaban luego a sus aprendices, y así se conservaba una constante tradición de enseñanza. Mas a la llegada del Sr. Clavé y demás profesores venidos de Europa,   —97→   la cadena tradicional, rota ya después de medio siglo, no pudo continuar, y el arte hubo de plantearse casi tan de nuevo, como en el siglo XVI.

CLAVÉ.-  A la verdad que eso nos sucedió. Yo no encontré en México ninguna escuela buena ni mala, y empecé a enseñar a mis discípulos según lo que había aprendido en Barcelona y Roma y según los principios que había podido formarme por mis propias observaciones y el trato con hábiles artistas en mis viajes por Italia, España y Francia. Jamás olvidaré entre ellos al insigne y venerable Overbeck, uno de los creadores de la actual escuela alemana, y quizá el primero que comenzó la reacción contra las profanidades del renacimiento. Respecto de pintores mexicanos, como no había en la ciudad ninguna galería, ni cosa que se le pareciera, pasó tiempo para que fijáramos en ellos la atención, hasta que se hizo aquí el primer ensayo de reunir obras suyas y clasificarlas. Por lo demás, espero que no se encontrará que hayamos perdido el tiempo, comparando lo que es ahora la Academia con lo que era doce o catorce años atrás; cierto es que la protección que se le ha dispensado, y los auxilios con que se le ha acudido, merecen el nombre de regios. El Soberano más dadivoso y más   —98→   aficionado a las Nobles Artes, en igual tiempo no hubiera hecho en México más de lo que se ha hecho por este establecimiento, el cual entiendo que en las Américas no tiene hoy competidor, y en cuanto a la manera con que se trata y favorece a los alumnos, en Europa misma hay pocos que se le igualen.

COUTO.-  Yo también espero que las obras de los artistas que en la Academia o bajo sus auspicios se han formado aquí y en Italia, no sólo mantengan, sino que aumenten el lustre de nuestra escuela. Los nombres de Cordero, Pina, Rebull, Flores, Ramírez, Sagredo, Monroy, etc., no quedarán oscurecidos al lado de los de Echave, Juárez, Arteaga, Rodríguez, Ibarra y Cabrera. Además, en favor de los primeros se notará siempre la superior instrucción, el conocimiento más fundamental del arte, un gusto formado con la vista y el estudio de los más excelentes modelos que conoce la pintura. Ahora lo que importa es que no les falten ocasiones de mostrarse.

PESADO.-  Es precisamente lo que temo que suceda. Has hablado de la falta que hace a la pintura la ocupación   —99→   religiosa; y en eso México ha seguido una ley general, pues exactamente se ha observado lo mismo en todas partes. Vuelvan vdes. los ojos a los países donde han prevalecido de tres siglos para acá las sectas iconoclastas; y a pesar de que en algunos, como Inglaterra, se han reunido circunstancias sumamente favorables para el desarrollo de las Nobles Artes, en vano se buscará allí la pintura.

COUTO.-  Hay, sin embargo, un género en que acaso podrá todavía emplearse, y que hace poco mencionábamos: la pintura mural. Es probable que en lo venidero se manden hacer pocos cuadros al óleo; pero quizá se introduzca el uso de decorar con esotra, los templos, los edificios públicos, los salones de los ricos. Algún día conocerán estos últimos que la ornamentación que hoy dan a sus casas, y en que por cierto no se muestran parcos, revela un gusto poco culto y sin doctrina: gusto de mercaderes que derraman con profusión el dinero, no de personas entendidas, que sepan sentir y juzgar. Un enorme espejo, una alfombra en que se hunde el pie como en césped de jardín, les llaman más la atención, y son pagados a mejor precio, que un excelente cuadro, un cornisamento, una perspectiva, un paisaje hechos con sabiduría. Cuando una   —100→   educación más cuidada enderece y purifique sus gustos, se correrán de eso, y conocerán que nunca los artefactos mecánicos pueden parangonarse con las obras del ingenio. Para abrir si es posible este camino, se ha ataviado por nuevo estilo la última galería hecha aquí en la Academia, y lo haremos (Dios mediante) sobre mayor escala en las paredes y techumbre del gran salón construido en la fachada. Los frescos que allí trabajen nuestros alumnos, no sólo les servirán de ensayo en un género tan poco usado hasta aquí entre nosotros, y que en manos de los grandes artistas del siglo XVI en Italia se elevó a la mayor altura, sino que acaso les proporcionen ocupación para lo venidero, si logramos que el público forme su paladar y tome gusto a estas cosas. Tal es la mira que nos hemos propuesto.

PESADO.-  Los espejos, que tanto te escuecen y tan mala competencia hacen a la pintura, siempre gustarán en el mundo. Acuérdate de lo que decía el conde Xavier Maistre, que un espejo es el cuadro que reúne más votos, y en el que nadie encuentra qué criticar, porque cada uno registra allí la imagen que mejor le parece, la suya propia. Pero ya que   —101→   ha pasado delante de nosotros, como decías al principio, la historia que aquí se va formando de la pintura en México, holgárame de que el Sr. Clavé nos manifestase el sentir que ella le ha inspirado, vista en su conjunto y por mayor.

CLAVÉ.-  Si tomamos la escuela desde Baltasar de Echave, porque para juzgar de lo que le precedió faltan monumentos, paréceme que la dirección que le dio aquel hábil maestro, fue la misma que seguían los que en Italia se llaman cincocentistas, es decir, los de la escuela de Rafael y demás del renacimiento. Sus principios se propagaron a España, como antes vimos, y prevalecían allí en el siglo XVI, que fue cuando Echave debió formarse, puesto que tenemos obras suyas desde los primeros años del siguiente. Echave es siempre fiel a esos principios; correcto, gracioso, de ejecución detenida y acabada, de bastante esmalte en el color, lo cual da a sus tablas frescura y brillantez. Sobre sus huellas fueron Luis Juárez y otros; de modo que puede mirársele como la personificación o el representante del primer periodo, no sólo por ser el más antiguo y de consiguiente quien marcó la senda, sino porque reúne en grado superior las cualidades que caracterizan ese periodo. A la mitad de él y cuando   —102→   empieza a desaparecer aquel primer maestro, viene Sebastián de Arteaga, que tentó otra vía, no resueltamente y desde sus primeros pasos, sino por grados, según se infiere del estudio y observación de los pocos cuadros que nos quedan. Por punto de partida en esa vía puede tomarse el lienzo de los Desposorios que aquí tenemos, y por término el de Santo Tomás, del presbiterio de San Agustín. Su pintura es vigorosa, grasa, y aun si se quiere de más verdad que la de Echave, porque a pesar de sus incorrecciones quizá se pegaba más al natural. En cambio carece de la gracia de su antecesor, y de la sencillez y pureza que lo distinguen. En Arteaga hay más fuerza, y mucho más rasgo en el manejo del pincel; en Echave mejor doctrina y delicadeza de sentimiento. De los secuaces de Arteaga el más señalado que conocemos es el segundo Baltasar de Echave. Al concluir el siglo, Juan Rodríguez Juárez abre un tercer camino, y adopta nuevo estilo, franco, de masas sencillas y grandiosas, pero algo amanerado en el colorido, en el que por ganar esplendidez, hizo resaltar hasta la exageración el azul y el rojo. Este estilo dominó por todo el siglo XVIII. Yo tengo la sospecha de que durante él los profesores para componer sus obras se guiaban más por estampas y grabados, que por el estudio del natural; de ahí puede en parte provenir la facilidad y fecundidad que en ellos se nota, y que en Cabrera, el artista que más ha descollado   —103→   en México, es verdaderamente un portento. Dentro de su taller se distinguía entre otros Alcíbar, que cierra el catálogo de los antiguos pintores mexicanos. La prenda que generalmente caracteriza a la escuela toda, es la suavidad y blandura que parece inspirada por el dulce ambiente que en este país se respira, y que copia bien la índole de sus habitantes.

PESADO.-  Por lo que he podido notar, otra cualidad de distinto orden señala también a la escuela, y la honra en sumo grado; y es que fue tan mirada, tan púdica, que será cosa rara encontrar obra suya que ofenda a la vista. Recuerden vdes. lo que ha sido la pintura en algunos países, y en manos de ciertos profesores.

COUTO.-  Los de México parece que habían oído ya la elocuente declamación de nuestro sabio compatriota el Dr. D. Antonio López Portillo, quien en el hermoso discurso que el año 1773 pronunció ante la Academia de San Carlos de Valencia al hacerse la primera distribución pública de premios, se explicaba así: «Cuanto más nobles y excelentes son en sí mismas la Pintura y la Escultura por la viva y   —104→   deliciosa impresión que hacen en los ánimos las imágenes que se presentan al alma por la vista, tanto más tristes y perniciosos efectos obra el desvergonzado e insolente abuso de ellas. Por esto no sólo los Padres de la Iglesia, sino aun muchos Filósofos del Paganismo declamaron alta y gravemente contra las Pinturas y Estatuas inmodestas y provocativas; ¡abuso atroz, horrendo, detestable! Pinceles hay que destilan ponzoña; cinceles y buriles, que parecen escoplos del infierno. No es cargo de las Artes, en sí nobles, castas y decentes; nada peor que la corrupción de lo mejor. Y este infame abuso es más execrable entre nosotros, por estar la Pintura y la Escultura casi enteramente consagradas a la Religión. Un pincel, que pintaba un Dios crucificado, una Reina purísima de las Vírgenes, se envilecerá luego, y se prostituirá a imágenes... ¿Qué será, pues, pintar, esculpir o grabar con arrojo sacrílego las imágenes de los Santos y Santas que se exponen para culto, qué será, digo, pintarlas licenciosamente? No, no se halla vocablo que explique por entero tan gran maldad».

PESADO.-  Lo que de verdad he extrañado yo en nuestra antigua escuela, es que se hubiera encerrado totalmente dentro del género religioso, y no hubiese tocado   —105→   ninguno otro, cuando para ello no podían faltarle ni ocasiones ni inspiración.

COUTO.-  Cosa es en efecto digna de reparo. Al paisaje, por ejemplo, que es tan bello y gentil ramo de pintura, se estaban brindando excelentes fondos en una tierra como México, donde la naturaleza se ostenta tan variada, tan rica, tan galana, que parece que se pavonea para ser vista de los hombres. No se comprende cómo tal espectáculo no excitaba la imaginación de los pintores para reproducirlo en sus telas. Dícese que Daza y Angulo lo ejercitaron en el siglo XVII; y un erudito de aquel tiempo escribió que sus países eran tales, que no encontrarían rival «hasta que la naturaleza se ponga a pintar»64. Grande encomio, pero no sé si merecido. No se habría dicho más del Pusino, de Carlos de Lorena, de Markoo en nuestros días. Fuera del género religioso, el que se cultivó bastante aquí fue el de retratos, pues no sólo las familias, sino los cuerpos todos, las comunidades, los colegios hacían copiar a cuantas personas de su seno llegaban a distinguirse de algún modo.

CLAVÉ.-  Y a fe que algunos de esos retratos no carecen de mérito, como los que nos han dejado Juan Rodríguez   —106→   Juárez y Juan Patricio Ruiz Morlete. Pero ya que el Sr. Pesado ha extrañado una cosa, permítanme vdes. a mí que extrañe otra. Paréceme haber notado que las dos artes liberales hermanas de la mía, no caminaron en México a iguales pasos que la pintura. Ni escultores ni arquitectos conozco, que hayan ganado la reputación que los pintores que hemos venido mencionando.

PESADO.-  Ya otros habían hecho esa observación, pero limitada a la escultura. Me acuerdo que algún escritor de fines del siglo pasado, decía que en México Apeles y Vitruvio habían tenido siempre mejores discípulos que Fidias65.

COUTO.-  Y tenía razón, porque la historia de nuestra escuela de escultura habrá que tomarla desde Tolsa y Vilar para adelante. En lo de atrás nada hay notable, si no es acaso algún trabajo de talla, como la hermosa sillería del coro de San Agustín. Pero respecto de la arquitectura no sucede lo mismo. Comenzando por las casas de habitación, en México se ha edificado en los tiempos pasados, si no con exquisita elegancia, sí con solidez, con holgura, y   —107→   aun con cierta grandiosidad; las que poseía la familia del Conde de San Mateo Valparaíso en las calles del Puente del Espíritu Santo y 1.ª de San Francisco, hoy Hotel de Iturbide, construidas (al menos aquélla) por el maestro veedor D. Francisco Guerrero y Torres, después de mediados del siglo pasado; la del Conde del Valle y la del Marqués de Guardiola en la plazuela del mismo convento; la de los herederos de Hernán Cortés en el Empedradillo, que sirve actualmente de Montepío; la del Conde de la Cortina en Tacubaya, y otras muchas en la ciudad, son moradas dignas de magnates y señores principales. Respecto de edificios públicos, la Aduana, la Casa de moneda, la antigua Inquisición, hoy Colegio de Medicina, el de San Ildefonso, el de las Vizcaínas, la Enseñanza de niñas, el convento de la Encarnación, el Hospital de terceros, pertenecen al género de la grande edificación, y muestran haber sido trazados y hechos por arquitectos de ciencia. El seminario de minería, impropio tal vez para su objeto, es en sí mismo un elegante palacio, monumento del ingenio de Tolsa y que adornaría la plaza de cualquier capital. Respecto de templos, la suntuosidad ha sido extrema; y averiguando los maestros que en ellos trabajaron desde Alonso Pérez Castañeda que a principios del siglo XVII entendía en la montea y construcción de Catedral, hasta D. Francisco Tres-Guerras, el arquitecto del Carmen y el puente de Celaya, se   —108→   formaría un catálogo honroso y distinguido. Aun en otro género, en la ingeniería civil, se acometieron entre nosotros obras verdaderamente gigantescas. Poco después de la conquista, un pobre religioso franciscano, Fr. Francisco Tembleque, para surtir de agua dos distritos que carecían de ella, proyectó y llevó felizmente a cabo el notable acueducto de Zempoala, que es un monumento digno de la munificencia de un Príncipe66. Al entrar el siglo siguiente, Enrico Martínez ejecutó el canal de desagüe de Huehuetoca, practicando en la montaña del Sincoque un socavón (túnel dicen ahora, como si nuestra raza no hubiera tenido ni vocablo con que llamar esa clase de obras) cubierto en lo interior con bóveda de mampostería, que en nuestros días y en cualquier país se tendría por empresa de gran cuenta. Otras semejantes se continuaron sin interrupción hasta el presente siglo, en que los Consulados de México y Veracruz a competencia, hicieron las dos carreteras que bajan a aquel puerto. Más corta la del segundo, como que principia sólo en Perote, acredita sin embargo en la cuesta de San Miguel y en el puente del Rey la pericia de D. Diego García Conde, que la dirigió. La del Consulado de México arranca en Toluca, atraviesa el monte de las Cruces y el de Riofrío, cruza toda la mesa central de la cordillera, y va a buscar por Orizaba y Córdoba el descenso al mar. Alguna de las partes que en ella ejecutó el sabio   —109→   brigadier de ingenieros D. Miguel Constanzó, como la sinuosa vía de las cumbres de Acultzingo, es sin hipérbole obra de romanos. Señores, a quien se proponga escribir la historia de esta arte en México, no le faltará materia, y ha de encontrar nombres dignos de memoria.

PESADO.-  Acabas de pronunciar el de Tres-Guerras, y veo ahí un cuadrito de su mano, que me parece representar la infancia de la Virgen.

COUTO.-  Presente que me hizo mi bondadoso amigo el Lic. D. Víctor Covarrubias, y que creí deber colocar en esta galería, más bien que en mi casa, en memoria de tan digno maestro. No puede tomarse sino como un juego de pincel, muestra de su afición a la pintura, que fue su primer amor, y que nunca pudo poner en olvido, si bien luego tuvo que aplicarse totalmente a la arquitectura67.

PESADO.-  Ahora que en la Academia se ha establecido la enseñanza de esa noble arte con la extensión y plenitud   —110→   que jamás había tenido entre nosotros, plegue al cielo que aún más que la pintura, los dos grabados y la estatuaria, produzca colmados frutos, y corresponda a la civilización de la época. La arquitectura, si no es la más bella de las tres artes, es la primogénita entre las hermanas, la más necesaria para la vida, la que erige templos a Dios, da hogar a la familia, y abre caminos entre las ciudades y las naciones. Las dos hermanas menores vienen luego a decorar y ataviar lo que ha hecho la mayor. Pero en todas materias antes es lo útil que lo bello.

COUTO.-  Hagamos votos por el adelantamiento de todas.

Con esto terminó nuestra plática, y nos separamos.

Fin.




 
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