Un relato de
«Las Mil y una noches» da pie a esta
dramatización. La imaginación desbocada de uno de los
contendientes se encuentra contrarrestada por la de su contrincante
que, con las mismas armas, rechaza su ambición. El sentido
realista de las cosas corresponde al personaje Zoraida,
creación de esta escenificación, sin precedentes en
el relato arábigo.
Estas tres
actitudes tienen que definir la puesta en escena y en torno a ellas
gira el juego. Mientras que Amad, el vendedor, y Sáchara, el
juez, son personajes necesarios para la acción, pero menos
definidos.
En realidad el
director del juego tiene que buscar en la puesta en escena no
incidir en colocación, caracterización,
utilería y demás, en un calco de «La
campana». Esto le exigirá evitar la posición
triangular y simétrica a que tanto se presta aquélla
y buscar elementos ambientales distintivos, así como
destacar el castigo impuesto por la realidad a la ambición y
a la imaginación que envuelve esta acción, mientras
en aquélla se trata sencillamente de descubrir una ingenua
picardía.
Aunque el
guión evoca por su título una conocida
composición musical, no quiere decir esto, ni mucho menos,
que sea ésta la más indicada para música de
fondo. Las ideas generales al respecto expuestas en las NOTAS PARA
LA PUESTA EN ESCENA siguen siendo válidas aquí.
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Ambiente de mercado oriental. Un corrillo alrededor de un
encantador de serpientes. Gente que va y viene, compra y vende,
discute y hace ruido. Música de fondo apropiada, mezclada
con el estrépito, el sonido de flautas y
demás.
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En el suelo, visiblemente, abandonado, un saco
vacío.
|
AMAD.-
(Ante su puesto del
mercado.) ¡A la rica naranja! ¡A la rica
naranja! (Pasa la gente y mira.)
¡A la rica naranja! ¡Frutas de mil clases!
¡Frescas, jugosas! ¡Frutas que curan todas las
enfermedades! ¡A la rica naranja!
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ZORAIDA.-
Rica, sí, pero muy cara. ¿No
podrías dejármela un poco más barata...? Te
pago ahora mismo...
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AMAD.-
Pasa de largo y márchate de una vez. Cada
día vienes con la misma historia. Vete, vete. ¡A la
rica naranja! Fresas, limones, naranjas...
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ZORAIDA.-
Pero qué ruin eres. Déjamelas
más baratas.
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AMAD.-
¡Anda ya! Fuera.
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(Mientras discuten los dos, YÁMIL se ha dado cuenta del
saco. Mira recelosamente alrededor antes de recogerlo y es
observado por GUERÁFAR.)
|
YÁMIL.- (Con el saco en la
mano y a voces.) ¡Yo lo he visto primero! Y lo
recojo porque es mío.
|
GUERÁFAR.-
(Quitándole el saco de un
tirón.) ¡Quita allá! Yo te
aseguro que es mío. Lo había dejado en el suelo
mientras buscaba el puesto del mercader Sadal.
|
YÁMIL.- ¡Vamos, hombre! Es
mío porque yo lo traje al mercado para llenarlo.
|
GUERÁFAR.- No es cierto. Lo traje yo y
podrían dar testimonio de ello todos los que me han visto
salir de mi casa con él. Tengo testigos.
|
YÁMIL.- A mí no me hacen falta
testigos para que todos me crean.
(Tirón.) Es mío.
|
GUERÁFAR.- (Tirando del
saco.) ¡Es mío!
|
YÁMIL.- (Tirando
también.) ¡Mío!
|
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(Poco a poco el público se va volviendo hacia ellos
y sigue la discusión.)
|
AMAD.-
(Interrumpiendo.) No
discutáis, ciudadanos. Llevemos en paz la querella.
Aquí viene el juez Sáchara, cuya extraordinaria
sabiduría demostrará a quién pertenece el
saco. (Y tomando el saco lo coloca en medio de los
dos.) No vale la pena que por un saco
lleguéis a enojaros tanto.
|
GUERÁFAR.- Sí vale la pena.
Porque solamente yo sé lo que encierra el saco. Y como es
mío, lo quiero.
|
YÁMIL.- ¡Habrase visto! Haya lo
que haya el saco es mío, y me lo voy a llevar.
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SÁCHARA.-
(Cortando.) Bien ha dicho Amad. Como
juez de la ciudad, acostumbrado a la justicia y a defender la ley,
yo diré a quién pertenece el saco. Y tú,
Yámil, y tú, Gueráfar, no tendréis
más que discutir y acataréis mi decisión.
Traedme asiento acá. No está bien que la justicia
esté de pie. (Se sienta.) Amad,
anuncia a las gentes del mercado que va a empezar el juicio.
|
AMAD.-
(Tocando un cuerno y dando voces a uno
y otro lado.) ¡Ju-i-cio! ¡Ju-i-cio! A
todas las gentes del mercado, compradores y vendedores, hombres y
mujeres, mercaderes y criados, se anuncia que el justo y prudente
Sáchara va a empezar el juicio. ¡Atención!
(Rumor.) ¡Atención! Y
¡silencio!
|
SÁCHARA.-
(Señalando a YÁMIL y a GUERÁFAR.) Cada
uno de vosotros dice que el saco es suyo. Y yo tengo que aclarar de
quién es el saco, para poder dárselo con justicia a
su verdadero dueño. Ahora pregunto a las gentes que
están aquí, ¿hay quien haya visto a
Yámil con este saco antes de la pendencia?
(Bisbiseo general. Nadie se adelanta a decirle
nada.)
|
YÁMIL.- (Mirando a uno y
otro lado.) Yo te aseguro, magnífico
Sáchara, que el saco me pertenece, porque...
|
SÁCHARA.-
(Cortando.) No tienes que hablar
tú, sino los testigos. ¿Alguno tiene pruebas que
declarar en favor de Yámil?
(Nadie.) ¿Y en favor de
Gueráfar? ¿Alguien afirma que es de Gueráfar,
porque le ha visto con él anteriormente?
|
GUERÁFAR.- ¿Vale mi
testimonio?
|
SÁCHARA.- Por ahora, no. Vamos a hacer
otra pregunta. Puesto que no sabemos de quién es el saco, y
no hay testigos que os hayan visto con él, ¿alguno
vio el saco antes en manos de otros ciudadanos?
|
ZORAIDA.-
Yo lo vi en el suelo y nadie lo tocaba. Porque en los
días de mercado siempre hay cosas abandonadas y que no
tienen valor, porque...
|
AMAD.-
¡Basta! ¡Basta! Te han preguntado,
Zoraida, si lo viste en manos de otro, no si lo viste en el
suelo.
|
SÁCHARA.- Eso, ¿tú lo
viste? (ZORAIDA niega con la
cabeza.) ¿No? Entonces veamos. Yámil y
Gueráfar, dad pruebas de que el saco es vuestro.
|
YÁMIL
y GUERÁFAR.- (A la
vez.) El saco es mío, porque...
|
AMAD.-
No, no. Uno después de otro. Habla tú,
Gueráfar.
|
GUERÁFAR.- Digo que es mío porque
puedo decir cuanto hay dentro de él sin necesidad de
abrirlo.
|
SÁCHARA.- Esa sí que será
bonita prueba. Dilo. Te escuchamos todos.
|
GUERÁFAR.- Bien sabes, justo juez, que
digo la verdad. En el saco hay dos pinceles de plata para pintar el
palacio real, y una toalla de seda que envuelve dos vasos de oro
fino; dos candelabros con las velas encendidas, dos tiendas de
campaña montadas, con las mesas puestas, con platos, jarras,
tenedores y cuchillos y con un banquete dispuesto para todos mis
amigos. (Reacción del
público.) Una azafata que en este momento
está empezando a servir; dos escudillas; dos lavamanos; un
gato debajo de la mesa; dos perros mastines que vigilan la puerta
de la entrada; los vestidos de todos los invitados; un elefante,
una vaca, dos terneros, dos cabras, una oveja, un camello, un
búfalo, dos toros bravos, una leona, un águila, dos
zorros y un castillo con el ejército de todos mis guerreros
alerta para defender que este saco es mío.
|
SÁCHARA.-
(Irónico.) Muy bien; esta
relación es bastante completa. Y tú, Yámil,
puedes declarar también lo que hay dentro del saco.
|
YÁMIL.-
(Envalentonado.) Dentro del saco he
colocado esta misma mañana, antes de salir de casa,
solamente una casucha vieja medio arruinada, sin puertas ni
ventanas, porque por medio de ella pasa el gran río
Tícoli, que separa a las ciudades de Basuco y Catrisco, que
están la una a la derecha y la otra a la izquierda. En cada
ciudad hay una barbería con cincuenta barberos dispuestos a
hacer cosquillas (Gesto
malévolo.) en el cuello al que no me crea. Y
a las afueras de las ciudades, una tiene un campamento de soldados
montados en sus elefantes y en la otra un regimiento de lanceros
con las lanzas a punto para atacar a todo aquel que diga que el
saco no me pertenece a mí que soy su general.
|
SÁCHARA.- (En el colmo de
la ironía.) Como las fuerzas están tan
equilibradas dentro del saco, por lo que acabamos de oír
(Levantándose) , este juez se
retira a deliberar con todos estos datos sobre quién es el
verdadero dueño del saco. Me voy un momento a estudiar el
caso. Amad, guarda el saco hasta mi vuelta y que no empiece la
batalla.
|
AMAD.-
(Adelantándose.)
Descuida, gran juez. No lo tocará nadie.
|
GUERÁFAR.- (Al juez que
está ya de espaldas.) No estoy de acuerdo,
Sáchara. Está bien claro que el saco es mío.
Yámil miente. ¿Cómo pueden caber dentro del
saco la torre de Basuco y la de Catrisco que son las más
altas del reino?
|
SÁCHARA.- (Más
insinuante.) ¿Miente?
|
YÁMIL.- Eso digo yo, Sáchara:
Gueráfar ha declarado en falso, porque, ¿cómo
pueden estar tan tranquilos dentro del saco los dos terneros que ha
dicho, si como ya estarán un tanto crecidos les
empezarán a salir los cuernos y con ellos rasgarían
el saco? Está claro que miente.
|
SÁCHARA.-
(Confirmándose en su
ironía.) Pues a la verdad que no había
caído en la cuenta. Por eso me voy a reflexionar.
|
ZORAIDA.-
Yo no estoy de acuerdo.
|
AMAD.-
¡Ay, Zoraida, qué manía de meter
la nariz en lo que no te interesa!
|
ZORAIDA.-
No estoy de acuerdo. (SÁCHARA persiste en la actitud
de irse.) Es decir, sí estoy de acuerdo.
Sí y no.
|
AMAD.-
Zoraida, que lo enredas todo, con lo claro que
está. ¿Estás de acuerdo o no estás de
acuerdo?
|
SÁCHARA.-
(Evasivo.) Eso, eso. Piénsalo
bien.
|
ZORAIDA.-
Estoy de acuerdo en lo que han dicho que hay
dentro.
|
AMAD.-
Lo ves como no te aclaras.
|
ZORAIDA.-
Y no estoy de acuerdo en que no lo veamos. Que abran
el saco de una vez y así podremos juzgar todos.
|
TODOS.-
¡Que lo abran! ¡Que lo abran!
|
SÁCHARA.- (A AMAD.)
Ábrelo.
|
|
(AMAD toma el saco
y ante la expectación de todos saca lo que hay dentro de
él que es una torta. Sorpresa general.)
|
YÁMIL.- (Fingiendo
indignación.) ¡De oro
finísimo!
|
GUERÁFAR.- (Mismo
juego.) ¡Enterita de diamantes!
|
SÁCHARA.- A ver, alguien que la examine,
no sea que esté envenenada o tenga algún arte de
magia o de encantamiento.
|
AMAD.-
¿Algún voluntario para probar la
torta?
|
ZORAIDA.-
Yo. (Toma la torta y se dispone a
morderla.)
|
YÁMIL- ¡Qué
villanía, mi oro!
|
GUERÁFAR.- ¡No! ¡Se va a
comer mis diamantes!
|
ZORAIDA.-
(Que ya le ha dado un
mordisco.) ¡Qué va! ¡De almendra!
Es de almendra y muy buena. (Sigue
comiendo.)
|
SÁCHARA.- (Recobrando su
dignidad.) Entonces no cabe la menor duda. Este saco
que se ha encontrado en el mercado pertenece a... (Ya
nadie escucha y se van separando a medida que habla el
juez.)
|
AMAD.-
¡Qué más da!
|
ZORAIDA.-
(Terminando de comer la
torta.) Está muy buena.
|
|
FIN
|
Original de
José González-Torices. El sentido de juego
está patente desde el principio y ha de mantenerse todo el
tiempo. La presencia del Coro, así como el grupo de
Soldados, ha de tender a animar la acción y no a
entorpecerla. De su forma de actuar depende en buena parte la
agilidad que exige la puesta en escena.
Un practicable
-sencilla tarima- que establezca dos planos en el
«escenario» del juego favorecerá la
colocación de los personajes, disminuirá el riesgo de
amontonamiento y dará mayor vistosidad a las rondas de
persecución, al juicio, y demás.
El desenlace,
aparentemente un tanto precipitado, no debe descuidar la danza en
la que ha de quedar claro el trabajo de los ladrones arrepentidos y
la integración de Saltarín con los de su grupo. Los
gestos del grupo, compuesto por la corte del Rey de Madera, deben
aludir también al trabajo.
La música
ha de estar siempre al servicio de la acción y secundarla
con fidelidad.
Caracterícese convenientemente a cada personaje, aunque sea
de forma sencilla. El Coro tanto puede estar integrado por
niños como por niñas. Y evidentemente, pueden
colocarse cuantos figurantes se quiera, pero procurando que la
multiplicidad de los mismos no entorpezca la acción. Lo
mismo que se podrá, si se prefiere, que los mismos
niños interpreten a distintos personajes de menos
relevancia.
Dado que abundan
las frases cortas y la acción es movida, debe buscarse el
ritmo adecuado a las réplicas, pero pronunciando cada frase
con oportunidad, y encajándola bien, sin descuidar el
destacar suficientemente su contenido. Márquese el contraste
entre los momentos de reflexión y quietud, y los de animado
movimiento.
|
Sala de palacio. A un lado el REY PAPAPÓN sentado y triste.
Le rodean los cortesanos, adivinos, sirvientes y SOLDADOS que entran y salen, se
acercan al Soberano, hablan y lloran con él. Al otro lado,
SALTARÍN,
bufón, observa maliciosamente la escena. El CORO está de su lado y
actúa, con la movilidad de un ballet
de acuerdo con la acción, situándose donde más
convenga al juego escénico.
|
SALTARÍN.- (Como si
hablara a un público impersonal.) Yo
diría que el Rey Papapón está muy triste.
¿No os dais cuenta vosotros? Hace muchos días que no
come, no duerme y no para de llorar. Bueno, todavía no os he
dicho mi nombre. Me llamo Saltarín y vivo en la corte de
este Soberano desde hace muchos años. ¿Queréis
saber una cosa? Ese señor que entra ahora es un mago, que
todo lo conoce y todo lo sabe. Y el otro que sale, un adivino. Pero
entre los dos no adivinan lo que le pasa al Rey. Yo también
quiero saberlo, pero no me atrevo a preguntárselo al Rey
porque está muy serio y me da un poco de miedo
(Van saliendo cortesanos y adivinos.)
Aguardaré a que salgan todos. Ahora que ya han salido...
(Hace ademán de acercarse al REY.)
|
GUARDIA.-
(Deteniéndole.)
¿Adónde vas?
|
SALTARÍN.-
(Tímidamente.) ¿Yo?
Yo...
|
CORO.-
Déjale, guardia. Déjale preguntar.
|
GUARDIA.-
No, no. Ni hablar...
|
CORO.-
Déjale hablar. Déjale preguntar. A lo
mejor...
|
GUARDIA.-
El Soberano se tiene que marchar. Y sólo
quiere hablar con los adivinos del reino. (Sale el
REY después de
todos y tras él el soldado.)
|
SALTARÍN.-
(Entristecido.) No puedo hablar con el
Rey. No me dejan. ¿Qué haré para conseguirlo?
(Se sienta.) Voy a pensar.
|
|
(Pausa, música. Mientras tanto el CORO le rodea.)
|
CORO (1).-
Ya está.
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CORO
(TODOS).- ¿Qué?
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CORO (1).-
Nada.
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CORO (2).-
¿Qué os parece si...?
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CORO
(TODOS).- (Mismo juego.)
¿Qué?
|
CORO (2).-
Nada.
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CORO (3).-
Conviértete en hormiga.
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CORO (4).-
(Contradiciendo.) No,
tonto. El Rey ni le vería y cualquier cortesano le
aplastaría con el pie.
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CORO (5).-
¡Pues en elefante!
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CORO (4).-
No porque el Rey le encerraría con los
elefantes que tiene para la guerra.
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CORO (1).-
Entonces... entonces...
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CORO
(TODOS).- Entonces..., hazte pasar por adivino.
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SALTARÍN. - ¡Claro! ¡Adivino
o mago! Son los únicos con los que quiere hablar el Rey.
Necesito disfrazarme de adivino. (El CORO se apresta a
ayudarle.) Vengan los vestidos de adivino.
Rápidos. De prisa que el Rey va a llegar. (Se
disfraza grotescamente a la vista de todos. Ha de quedar gordo y
con barbas.) Cuando llegue el Rey, le diremos
(Redoble de tambor) que soy el mago
Cantón. (Silencio.)
|
GUARDIA.-
(Entrando de improviso.)
¿Qué haces tú aquí?
|
SALTARÍN.- (Ahuecando la
voz.) Soy el mago Cantón.
|
CORO.-
(Como un eco.)
¡Mago Cantón! ¡Mago Cantón!
|
GUARDIA.-
(Sorprendido.)
¡Ah, el mago Cantón! (Cayendo en la
cuenta.) Pero si el Rey ha salido a buscar al mago
Cantón.
|
SALTARÍN.- Pues aquí estoy,
aquí estoy. (Tambor.)
|
REY.-
(Entra enfadado.)
¡El mago Cantón no se ha presentado! Él es el
único que puede adivinar mi mal. (SALTARÍN está de
espaldas como dándose importancia y atusándose los
bigotes.)
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GUARDIA.-
(Nervioso.) Majestad,
Majestad... El Mago está esperando.
|
REY.-
(Descubriéndole.)
¿El Mago Cantón?
|
SALTARÍN.- Majestad, el Mago
Cantón.
|
REY.-
(Admirado.) ¿Tan
pequeño y tan gordo?
|
CORO
(TODOS).- Viene de África y está
cansado...
|
REY.-
Vaya, ¿del África esa de los
desiertos?
|
CORO
(TODOS).- Y tiene mucha sed, porque en los desiertos
no hay agua.
|
REY.-
(Ordenando.)
¡Agua! ¡Que le traigan de beber!
|
DONCELLA.-
(Apareciendo rápidamente y
sirviéndole el agua.) Agua.
|
SALTARÍN.-
(Bebe.) Gracias, muchas gracias.
|
REY.-
(Se sienta.) ¡Oh,
gran adivino! Dime, ¿quién es el ladrón?
|
SALTARÍN.-
(Disimulando.) ¡El
ladrón! ¡Ah, el ladrón! ¡Sí, el
ladrón! ¡Pues... el ladrón! No podía ser
otro que el ladrón.
|
REY.-
(Triste.) Sí, el
ladrón. El que roba los tenedores de oro, de plata y de
platino.
|
SALTARÍN.- Claro, el que roba los
tenedores (Rutinario) de oro, de plata
y de platino. (Dándose cuenta.)
¿Y por eso estáis triste, Majestad?
|
REY.-
Claro, porque sólo me quedan los de
madera.
|
SALTARÍN.- ¡Sólo los de
madera!
|
CORO.-
¡Sólo le quedan los de madera!
|
DONCELLA.-
(Entrando como una
exhalación.) Majestad. Majestad..., han
desaparecido los platos de oro, de plata y de platino..., y
sólo quedan los de madera.
|
SALTARÍN.- ¿Sólo los de
madera?
|
CORO.-
¿Sólo los de madera?
|
DONCELLA.-
(Saliendo con la misma
ligereza.) ¡Sólo los de madera!
|
SALTARÍN.-
(Gritando.) ¡Ah, el
ladrón, el ladrón...!
|
REY.-
Ya no me queda nada de oro, ni de plata ni de
platino... Sólo me queda la madera de los platos, de los
tenedores... y de los bosques... Yo soy un Rey de Madera...
(Se pone a llorar.)
|
SALTARÍN.-
(Creciéndose.) Yo os
ayudaré, gran Soberano, a buscar al ladrón, que es el
mago Sarampión, y vive en la Isla de las Caracolas.
(Ruido de mar y de viento.)
|
REY.-
¿Y cómo sabes su nombre?
|
CORO.-
Porque el mago Cantón todo lo adivina.
|
SALTARÍN.- Y ahora todos a buscar al
mago Sarampión.
|
|
(Forman la ronda para emprender su búsqueda, al son
de la música. Dan todos una vuelta por el escenario y van
haciendo mutis... Cambio de luces.)
|
SARAMPIÓN |
|
(Aparece tocando la flauta y
cantando.)
|
|
Chín tachín,
tachín, tachón. |
|
|
|
Yo soy mago y soy
ladrón. |
|
|
|
Soy el mago Sarampión. |
|
|
|
|
CORO |
|
(Apareciendo tímidamente
por el otro lado.)
|
|
Es el mago Sarampión, |
|
|
|
el que es mago y es
ladrón. |
|
|
|
|
(Hacen como ademanes para llamar la atención de
alguien que está fuera de escena.)
¡Ah!
¡Ah! ¡Oh!
|
SARAMPIÓN.-
(Riéndose.) Ya podéis
llamar a los soldados. No os oirán, porque tienen tapados
los oídos. Yo se los he tapado a todos antes. En total
cuarenta y cuatro orejas, porque son... (Calcula con
los dedos.) Veinte soldados.
|
CORO.-
(Con chufla. Contando con los dedos
también.) ¡Oh! ¡Oh!
|
SARAMPIÓN.- (Nuevamente
con el juego de los dedos.) O veinticuatro soldados,
¿qué más da?
|
CORO.-
¿Y cómo robaste todo el oro al Rey?
|
SARAMPIÓN.- Con esta flauta
mágica.
|
CORO.-
¡Ah! Ahora se explica.
|
|
(Se oye ruido del tambor que anuncia la ronda que llega con
Saltarín al frente, que asoma la cabeza.)
|
SARAMPIÓN.- (Toca la
flauta.) ¿Me queréis prender?
|
|
(Se apagan todas las luces un instante y al encenderse, con
toda la comitiva en escena ya, aparecen los tres SOLDADOS como en actitud de prender a
SARAMPIÓN, pero
quedan con tres caretas que los deforman.)
|
SOLDADO 1.-
(Cara alargadísima como de
asno.) ¡Ay, mi cara!
|
SOLDADO 2.-
(Boca abierta como
papamoscas.) ¡Ay, mi boca!
|
SOLDADO 3.-
(Barba larguísima de
chivo.) ¡Ay, mi barba!
|
REY.-
¿Qué pasa? ¿Qué
ocurre?
|
SARAMPIÓN.- Nada, Majestad, que esos
soldados no creían en el poder de mi flauta
mágica.
|
SOLDADO 1.-
¡Ay, mi cara!
|
SOLDADO 2.-
¡Ay, mi boca!
|
SOLDADO 3.-
¡Ay, mi barba!
|
REY.-
¡Oh!
|
CORO.-
Nosotros sí creemos; nosotros sí
creemos.
|
SARAMPIÓN.-
(Pavoneándose.) ¡Vaya,
vaya!
|
SALTARÍN.- (Dando un
salto.) Y yo también. (Hace un
rápido juego de manos y le arrebata la flauta, a la vez que
se hace oscuro brevemente. Música.)
|
|
(Cambio de luz y de situación. SALTARÍN, siempre en Mago
Cantón, está en el trono. Los SOLDADOS y cortesanos le rinden
homenaje y el REY
está preocupado aparte. Los SOLDADOS están ya
normales.)
|
SALTARÍN.- (Toca la
flauta. A los SOLDADOS.) ¡Que
traigan al falso Mago Sarampión!
|
SOLDADO 1.-
(Al marchar.) A
mí me curó la cara.
|
SOLDADO 2.-
(Al marchar.) A
mí me cerró la boca.
|
SOLDADO 3.-
(Al marchar.) A
mí me cortó la barba.
|
CORO.-
Esto es maravilloso. Este es el mago
Cantón.
|
REY.-
¿Y mi oro? ¿Y mi plata? ¿Y mi
platino?
|
|
(Entran los SOLDADOS con el mago SARAMPIÓN
maniatado.)
|
CORO.-
Ya comparece el ladrón.
|
REY.-
(Satisfecha.)
Devuélveme mi oro, mi oro.
|
SARAMPIÓN.- Señor,
perdonadme.
|
REY.-
Sí, sí, pero el oro,
¿dónde está?
|
CORO.-
El oro, el oro, el oro.
|
SARAMPIÓN.- Que el mago Cantón
toque tres veces seguidas la flauta y en seguida estará
aquí el oro, la plata y el platino.
|
SALTARÍN.- (Toca la flauta
ante la expectación de todos y aparecen tres hombres como
náufragos desharrapados, cada uno con una caja al
hombro.) Descargad.
|
CORO.-
(Señalando mientras
descargan.) El oro, la plata y el platino.
|
REY.-
Y vosotros, ¿quiénes sois?
|
LOS TRES
HOMBRES.- Los habitantes de la Isla de las Caracolas.
(Y se ponen a llorar con grandes
alaridos.)
|
SALTARÍN.- Un momento, Majestad. Que
lloren uno a uno, porque con tanto berrido no nos enteraremos de
nada.
|
CORO.-
Eso, eso, uno después de otro.
|
HOMBRE 1.-
Lloro porque el mago Sarampión es nuestro
amigo.
|
HOMBRE 2.-
Y él nos alimenta a todos los habitantes de la
Isla de las Caracolas.
|
HOMBRE 3.-
Porque no tenemos nada que comer y él nos da
de comer de lo que roba con su flauta.
|
DONCELLA.-
¡Pobrecitos! A mí me dan
lástima.
|
CRIADO.-
Tú a callar.
|
SOLDADOS 1,
2 y 3.- (Poniéndose
firmes.) ¡A callar!
|
SALTARÍN.-
(Preocupado.) Bien mirado, si lo
necesitaban para comer...
|
REY.-
(Rascándose la
cabeza.) Sí, claro. Pero, ¿y nosotros?
¿Y todo mi reino en el que ya no hay más que
madera?
|
DONCELLA.-
Es verdad.
|
CRIADO.-
Tú a...
|
CORO.-
Es verdad. Es verdad.
|
SALTARÍN.- Es verdad. ¿Y si unos
tienen que comer y otros no tienen que comer?
|
DONCELLA.-
Cierto. Pobrecitos. Es...
|
CRIADO.-
(Ya ganado.)
...verdad.
|
REY.-
Mago Cantón. Tú que sabes tanto,
¿por qué no encuentras una solución? Yo quiero
mi oro y ellos...
|
SALTARÍN.- (Empieza a
pasearse como al principio.) Es verdad. Busquemos
una solución. Vamos a pensar.
|
|
(Pausa. Música de flauta. Mientras tanto el
CORO le rodea. Juego
parecido al del comienzo.)
|
CORO (1).-
Ya está.
|
TODOS.-
¿Qué?
|
CORO (1).-
Nada.
|
CORO (2).-
¿Qué os parece si...?
|
TODOS.-
¿Qué?
|
CORO (2).-
Nada.
|
CORO (3).-
¿Y no podrían trabajar?
|
TODOS.-
¿Trabajar?
|
SALTARÍN.- Desde luego, trabajar.
|
DONCELLA.-
¿Y qué es trabajar?
|
CRIADO.-
Pero ¡qué tonta! Trabajar es
trabajar.
|
SALTARÍN.- Trabajar es... cultivar el
campo, criar ganados, construir casas... y pescar en el mar que
rodea la Isla de las Caracolas.
|
CORO.-
Eso es trabajar. Eso es trabajar y muchas cosas
más.
|
HOMBRES.-
Pero nosotros no sabemos trabajar.
|
REY.-
Pues ya aprenderéis como todos los hombres. Yo
os mandaré alguien para que os enseñe.
(Se pone a mirar.)
|
TODOS.-
Yo, yo, yo.
|
REY.-
No, no. Ya sé a quién he de mandar.
(Buscando.) Yo tenía un
bufón que se llamaba Saltarín. ¿Dónde
está mi bufón que hace tiempo que no lo veo? Menudo
pillo. (Silencio.) ¿Nadie sabe
dónde está Saltarín?
|
SALTARÍN.- Permitidme, Majestad, que os
sugiera una idea. ¿Qué vais a hacer con el pobre mago
Sarampión, el ladrón, que ahí está
silencioso y arrepentido? ¿No le vais a perdonar?
|
REY.-
No sé, no sé... Porque él...
|
SALTARÍN.- Él podría
encargarse de enseñarles a trabajar. Bastaría que yo
le devolviera la flauta y cuando él tocara la flauta todos
los habitantes de la Isla de las Caracolas se pondrían a
trabajar. Sería bonito, ¿verdad?
|
CORO.-
Muy bonito. Salta...
(Corrigiéndose.) Mago
Cantón. Muy bonito.
|
REY.-
(Mirando a SALTARÍN.)
Concedido. Mago Sarampión: ¿juras enseñar a
trabajar a todos tus hombres y no robar nunca más?
|
SARAMPIÓN.- Lo juro.
|
REY.-
Entonces, desatadle. Y tú, mago Cantón,
no olvides la pregunta que te he hecho: ¿Dónde
está el bribón de Saltarín?
|
SALTARÍN.- ¿Tengo que contestar
la verdad?
|
CORO.-
La verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad.
|
SALTARÍN.-
(Quitándose la barba y el cojín que le
hacía gordo y la capa con la ayuda del CORO.) Aquí
está Saltarín, Majestad.
|
TODOS.-
(Menos CORO.) ¡Oh, el
mago Saltarín!
(Música de flauta en un aire rítmico. Todos
bailan imitando la ronda anterior. SARAMPIÓN toca la flauta y los
hombres cómplices de SARAMPIÓN, al compás de
la música, hacen gestos alternativos de cavar, segar y
sembrar, mientras los demás danzan y cae el
|
|
TELÓN
|
Original de
Apuleyo Soto, esta obra tiende a mostrar la lucha entre la
fantasía y la realidad. El padre tiene que verse poco a poco
ganado por la fantasía del niño secundado por Pumbi.
Los frecuentes números de danza lógicamente pueden
interpretarlos los mismos grupos de niños y niñas
convenientemente ataviados para cada ocasión. No obstante
debe cuidarse el tempo de la puesta en escena para que no se pierda la
visión de conjunto de la obra.
Abundantes efectos
sonoros y visuales son evocados en el texto. Como es obvio, pueden
contribuir a ilustrar la acción y a crear el clima de
fantasía que invoca el texto. Pero precisamente por esta
razón deben ser más irreales, ya que lo que se
persigue es la creación del ambiente fantástico y
soñador que late en el ánimo de Kío. Esta
concepción está particularmente visible en el
soliloquio final de la Noche.
Debe quedar clara
la «conversión» que se opera en el ánimo
del padre, que, contagiado poco a poco por la fantasía,
termina descubriendo un mundo nuevo con el que se encariña
de tal manera que termina echando de menos la presencia de los
personajes fantásticos.
|
Una casa cualquiera en cualquier lugar del mundo. De todas
formas, cree el director un ambiente fantástico. Puede
variarse la escenografía siguiendo las evocaciones del
texto.
|
|
KÍO
entretenido en algo, como jugando.
|
KÍO (Voz en off.) A veces
le cuentan a uno cosas tan de maravilla que, si no las viera
después, no las creería. Yo mismo, algunas tardes,
estando en casa, me he sentido como en otro mundo. ¡Lo he
pasado más bien! La casa era la casa, con sus paredes
blancas, o azules, o rojas; y sus mesas, y sus cuartos, y sus
muebles...; pero, de pronto, se abrían las puertas
(Chirridos de goznes y sonidos de
cerraduras.) ; se alzaban los techos
(Golpes de arrancarse y levantarse
algo.) , y las tejas del tejado, como si fueran
orejitas de cerdo revoltoso, se ponían a moverse y
moverse... (Sensación de que algo va a
pasar.)
Ahora mismo estoy
en casa. (Se inicia una música
soñadora.) Y aquí está mi
papá Síu-Síu, gordo y pepón.
(Le señala.) Siempre sabe lo
que me pasa en el colegio, las notas que me ponen los profesores y
tal. Sólo de lo que sucede estas tardes maravillosas que yo
sueño no sabe nada, nada, nada...
|
PUMBI.-
(Entra idealizado, como caído
del cielo.) ¡Hola!
|
SÍU-SÍU.-
(Sorprendido.) ¿Cómo que
hola?
|
PUMBI.-
¡Claro! Soy Pumbi, el que hace sonar las
flautas en las praderas de Somersé al atardecer.
(Sonido de flauta lejana: «El silencio» o
«Arrivederci».)
|
KÍO.-
¿Junto al río?
|
PUMBI.-
Sí, Kío.
|
SÍU-SÍU.- Oiga, oiga, no
comprendo.
|
KÍO.-
Papá, junto al río de Luna Grande,
donde crecen los Lirios Rojos. ¿No es allí,
Pumbi?
|
PUMBI.-
Allí, allí. También hay una
Torre Alta con un Centinela, y un Faro, y una Estrella de cinco
puntas.
(Comienza el baile
de cada uno de los personajes nombrados. La escena puede durar a
voluntad del director. En estos espacios musicales, como en los
siguientes, guárdese siempre unidad rítmica. Sirve
fácilmente un fondo de vals o cualquier composición
apta para baile clásico. Cuanta más fantasía
se ponga en antropomorfizar LA
TORRE y restantes tipos simbólicos, mejor.)
|
LA TORRE |
|
|
Soy la torre más alta,
más alta, |
|
|
|
que los árboles vieron
aquí. |
|
|
|
Soy la torre más alta,
más alta, |
|
|
|
jijijí-jijijí-jijijí, |
|
|
|
y taladro las nubes del cielo |
|
|
|
como un berbiquí, como un
berbiquí. |
|
|
|
|
|
(Pavoneándose y basculándose de un lado para
otro.)
|
EL CENTINELA |
|
|
Esta es la cantinela |
|
|
|
del centinela |
|
|
|
de Luna Grande. |
|
|
|
«Yegua chiquita, |
|
|
|
blanca y bonita, |
|
|
|
ande o no ande.» |
|
|
|
«Yegua chiquita, |
|
|
|
blanca y bonita, |
|
|
|
ande o no ande.» |
|
|
|
|
|
(Salmodiado o recitado. O con voz en off.)
|
EL FARO |
|
|
Barco viene de la mar. |
|
|
|
Barco viene ayer y hoy. |
|
|
|
Barco viene y barco va. |
|
|
|
Yo en barco no me voy. |
|
|
|
Yo señalo el barco
gris. |
|
|
|
Yo señalo el barco
azul. |
|
|
|
Pero nunca me he de ir. |
|
|
|
Sólo digo: agur, agur. |
|
|
|
|
LA ESTRELLA |
|
|
Parpadeante |
|
|
|
y suspirante |
|
|
|
pongo en la noche |
|
|
|
mi rojo broche |
|
|
|
de claridad. |
|
|
|
Parpadeante |
|
|
|
y suspirante |
|
|
|
baño en el río |
|
|
|
del amor mío |
|
|
|
la soledad. |
|
|
|
|
KÍO.-
(Al finalizar los
bailes.) Sí, sí, estuve en la Casita.
Lo recuerdo. Fue... (Haciendo
memoria.) ¿Cuándo fue? Subía un
aire del Río Luna Grande. Pumbi, se me enredaba el aire
entre los dedos. Me levantaba el flequillo de la frente cuando
bajaba a la ribera. Yo ya lo sabía. ¡Oh, el aire del
Río! ¡Oh!, ¿y tú vives en Luna Grande?
¿Tienes tu casita entre los Lirios Rojos?
|
PUMBI.-
Entre los Lirios Rojos. Y el aire sopla en sus hojas
y se dan unos contra otros.
|
|
(Ante el desconcierto de SÍU-SÍU, que ha querido
intervenir, se produce la danza de los
|
LIRIOS ROJOS |
|
|
Uno, dos y tres, |
|
|
|
cuatro, cinco y seis. |
|
|
|
Uno, dos y tres, |
|
|
|
y ahora del revés. |
|
|
|
Seis, cinco y cuatro, |
|
|
|
tres, y dos, y uno. |
|
|
|
Seis, y cinco, y cuatro, |
|
|
|
úu, úu,
úu. |
|
|
(Bis.)
|
|
|
|
(Los niños, vestidos de lirios, entran saltando,
diciendo cada uno el número que representa. Los tres
primeros lo hacen por la izquierda; los otros tres, por la derecha.
Salen y entran de la misma forma todas las veces. El movimiento
puede variarse a voluntad del director de escena, pero con la
condición de mantener la armonía, el ritmo y el
sentido de la alegre fantasía.)
|
SÍU-SÍU.- ¿Li-rios Ro-jos?
¿Qué pasa aquí hoy? Tú, viajero, dime;
¿de dónde vienes, qué quieres, cómo has
entrado en mi casa? ¿Has visto muchas veces tú Lirios
Rojos? Y tú, hijo mío, ¿qué te piensas?
¿De cuándo acá te he llevado yo a ver la
casita del guardarríos? Dime, ¿de cuándo
acá? ¿En el verano?... No. ¿En la
primavera?... No. ¿Tú crees que nos íbamos a
acercar a Luna Grande en el otoño, cuando se arman tantas
ventoleras? ¿O en el invierno, cuando los campos se cubren
de nieve? Hijo mío, no quiero pensar que tienes fiebre.
|
PUMBI.-
En Luna Grande no hay fiebre nunca. La gente siempre
tiene buena salud. El sol cae como un lingote de oro, y las
estrellas se ríen jugando al escondite con las aguas de Luna
Grande.
|
KÍO.-
Es verdad, Pumbi. Las estrellas juegan con el agua.
Papá, que lo vi yo; que era de noche y las estrellas se
columpiaban.
|
SÍU-SÍU.-
¿Dónde?
|
KÍO.-
Sobre el agua. Te lo dije ya.
|
SÍU-SÍU.- ¿Sobre el agua,
sin ahogarse?
|
KÍO.-
Y, ¿cómo van a ahogarse las estrellas,
papá?
|
SÍU-SÍU.- Anda, pues...
|
KÍO.-
Pumbi, ¿crecieron los almendros?
|
PUMBI.-
Mucho. Ahora están en flor. Huele a almendro
todo el río. (Sacándosela de la
manga.) Mira, aquí te traigo una flor de
almendro.
|
KÍO.-
Gracias, Pumbi. ¿La cortaste tú?
|
PUMBI.-
Yo mismo. Dije: «Ésta para
Kío.»
|
SÍU-SÍU.-
(Intrigado.) Oiga, viajero.
|
PUMBI.-
Mago, señor.
|
SÍU-SÍU.- Oiga, mago.
¿Dónde ha aprendido el nombre de mi hijo?
|
KÍO.-
Papá, si somos amigos. Pumbi, ¿te
acuerdas del rosal del tío Sasu? ¿Quién
cortaba las flores? Y, ¿verdad que nadie lo
sabía?
|
PUMBI.-
Nadie.
|
KÍO.-
Tú sólo, Pumbi. ¡Y qué
bien guardabas el secreto!
|
PUMBI.-
Nunca traiciono a los amigos.
|
SÍU-SÍU.-
(Enfadado.) Bueno, Pumbi, mago,
payaso, señor, o lo que sea, ¿quiere usted hacer el
favor de marcharse de mi casa? ¡No quisiera tener que dar a
Kío cuatro cachetes! (A KÍO.) Pero me
estás obligando tú. Nunca quise un hijo
soñador. De soñadores está harto el mundo.
¿Y le va bien al mundo con tanto soñador? Usted sabe
que no. Porque usted ha visto muchas cosas, según dice,
¿no es así?
|
PUMBI.-
¡Que si he visto! ¡Qué cosas dice
tu padre, Kío! ¿Quién ha estado en la cola de
las cometas? ¿Y quién se ha sonreído con los
peces en el fondo del mar? ¿Y quién se ha paseado
encima de las tortugas gigantes junto a la isla de los Corales
Púrpura?
|
|
(Oscuro.)
|
KÍO.-
Tú, Pumbi, tú. Ibas solo. Yo te
veía. El agua era clara. Era de noche. La tortuga era
gigante. Las algas se apartaban. Los tiburones...
|
PUMBI.-
No había tiburones. Los tiburones... son
bichos peligrosos.
|
KÍO.-
Tú no estabas en peligro. Tú caminabas
como un rey en un palacio de aguas transparentes. Levantabas las
manos. Reías...
|
PUMBI.-
Tú me viste entonces, ¿no?
|
KÍO.-
Sí, sí, te vi. Papá, le vi; no
miento; sonreía.
|
SÍU-SÍU.- Hijo, quisiera decir a
este charlatán que se marchara.
(Decidido.) A ver, Pumbi, ¿por
dónde ha entrado? La puerta está cerrada.
|
KÍO.-
Papá, es molesto eso. ¿Por qué
lo preguntas?
|
SÍU-SÍU.- Tengo derecho a saber
quién traspasa los umbrales de mi puerta.
|
PUMBI.-
Pues, la verdad, señor, que ni yo sé
por dónde he entrado. Yo creo... que... he venido con el
aire de... Luna Grande.
|
SÍU-SÍU.- Contésteme
claro, Pumbi. Como una persona.
|
KÍO.-
Pero si no dice mentiras, Papá; si ha venido
con el aire. ¿Acaso oíste sus pasos antes de tenerlo
ante los ojos? ¿Se oyó correr el cerrojo? No.
Además, sal a la calle, si quieres; no encontrarás
sus huellas.
|
PUMBI.-
Tienes razón, Kío. ¿Para
qué dejar huellas? Hoy estoy aquí; mañana Dios
sabe dónde. Yo voy de un sitio a otro repartiendo momentos
de felicidad.
|
KÍO.-
¿Lo ves, papá? (A
PUMBI.)
¿No estabas ayer en la ladera de los Montes Azules?
|
PUMBI.-
En la ladera de los Montes Azules.
|
KÍO.-
¿Cazando?
|
PUMBI.-
Cazando.
|
KÍO.-
¿No bajaron dos ciervos?
|
PUMBI.-
Dos ciervos.
|
KÍO.-
¿Y un jabalí?
|
PUMBI.-
Un jabalí.
|
SÍU-SÍU.-
(Molestísimo.) ¿Y un
diablo?
|
KÍO.-
No, papá; un diablo, no.
|
SÍU-SÍU.- Dios mío. Se han
confabulado contra mí. Kío, si sigues fantaseando,
vas a decir que no estás ahora en casa de tu padre, con tu
padre enfadado y un charlatán que cuenta narraciones
raras.
|
KÍO.-
Pues no, papá. No estoy en casa. ¿Ahora
te enteras? ¡Estoy en... Luna Grande!
|
SÍU-SÍU.-
(Extrañadísimo, creyendo que le pasa
algo.) ¡Hijo!
|
|
(Comienza la música que va subiendo imitando lo que
dicen.)
|
PUMBI.-
Es de día.
|
KÍO.-
Y cae el sol como un lingote de oro.
|
PUMBI.-
Baja el agua lentamente por el río.
|
KÍO.-
Marea a los juncos.
|
PUMBI.-
Las golondrinas rozan las ondas, beben y siguen
volando.
|
KÍO.-
Viene una barca con pasajeros misteriosos.
|
SÍU-SÍU.-
(Preocupadísimo.) Pero
¿qué pasa?
|
KÍO.-
Papá, mira. Bajan los viajeros. Les gusta Luna
Grande.
|
PUMBI.-
¡Son chinos!
|
KÍO.-
¡Chinos, chinos! Son chinos, papá.
|
|
(Entran dulcemente, con los pies ligerísimos, ocho o
diez pares de CHINITOS y
CHINITAS que ejecutan un
baile oriental. PUMBI y
KÍO gozan viendo
los movimientos de los danzarines, pero SÍU-SÍU está
enfadadísimo. La letra puede cantarse con cualquier
melodía popular conocida.)
|
CHINITOS
y CHINITAS |
|
|
Los chinitos de la China |
|
|
|
cuando no tienen qué
hacer |
|
|
|
van al río Luna Grande, |
|
|
|
y los ves y no los ves. |
|
|
|
Los chinitos de la China |
|
|
|
cuando no tienen qué
hacer |
|
|
|
cogen un barco de vela |
|
|
|
y se van a Somersé. |
|
|
|
Los chinitos de la China |
|
|
|
ay, leré, leré,
leré, |
|
|
|
han venido a Luna Grande |
|
|
|
porque no tienen qué
hacer. |
|
|
|
Los chinitos de la China |
|
|
|
tú los ves, y no los
ves; |
|
|
|
ríen, lloran, saltan,
bailan, |
|
|
|
porque no tienen qué
hacer. |
|
|
|
|
SÍU-SÍU.- (Fuera de
sí.) ¿Quién metió tanto
chino en mi casa? Mago, eche fuera a los chinos. Esto no es Luna
Grande. Esto es mi casa.
|
|
(A un gesto de PUMBI, los CHINITOS salen.)
|
KÍO.-
Papá, ya se acerca. Ha entrado en este momento
en el jardín.
|
SÍU-SÍU.-
¿Quién?
|
PUMBI.-
Más de prisa, Hada, que te espera
Kío.
|
KÍO.-
Papá, ¿aún tienes los ojos
cerrados? Ya viene.
|
|
(Entra el HADA,
bellísima, vestida de gasas, coronada de
rosas.)
|
PUMBI.-
Baila, Hada. Para Kío, mi amigo. Hada, baila.
Baila «Las nubes dulces».
|
|
(El HADA baila con
dulzura inefable sonriendo a KÍO y a PUMBI.)
|
KÍO.-
(Aplaude.) Y siempre
así en Luna Grande. Pumbi, ¿verdad que no miento, que
todas las tardes baila así el Hada en Luna Grande?
|
PUMBI.-
¿Y tu corte, Hada Floralinda?
|
KÍO.-
Hada, trae la corte. ¿Cómo la
olvidaste?
|
PUMBI.-
Hada, la corte, que lo pide Kío.
|
HADA.-
Que venga mi corte. Que Kío la quiere ver
bailar.
|
|
(Entran las bailarinas de la corte, con vestidos ligeros.
Música apropiada. Siempre, por supuesto, fantástica,
dulce y romántica. Los versos pueden cantarse, salmodiarse o
suprimirse, según convenga.)
|
HADAS |
|
|
La rubia y la morena |
|
|
|
fueron al río. |
|
|
|
La rubia y la morena |
|
|
|
bailaban para el niño. |
|
|
|
El aire era de seda |
|
|
|
y el agua era de plata. |
|
|
|
Para el niño, |
|
|
|
la rubia y la morena bailaban. |
|
|
|
A bailar, a bailar, a bailar, |
|
|
|
a bailar de las manos cogidas. |
|
|
|
A bailar, a bailar, a bailar, |
|
|
|
que la pradera está
florida. |
|
|
|
|
SÍU-SÍU.- ¡Locos!
¡Locos! ¿Y yo qué hago? ¿Cómo
tolero tanta fantasía? Mago, fuera con las hadas. Es bonito
verlas. Pero, fuera con las hadas. No sirven para nada las hadas en
el mundo. ¡Fuera, fuera!
|
KÍO.-
Hadas, hermosas hadas, papá dice que fuera.
Él no conoce Luna Grande. La conocerá. Marchaos.
|
PUMBI.-
Sí, por favor, basta ya. Hadas,
adiós.
|
|
(Salen las hadas interpretando pasos ligerísimos de
danza. SÍU-SÍU gesticula
sudoroso.)
|
SÍU-SÍU.- Me habéis hecho
pasar un rato de fiebre. No imaginaba que entre los dos fuerais tan
poderosos.
|
KÍO.-
¡Oh, Pumbi! Que suba el Rey del Agua.
|
PUMBI.-
Ya, ya, Kío.
|
KÍO.-
Papá, el Rey del Agua. Rey, Rey,
¿dónde está la Reina?
|
REY.-
La Reina está ataviándose. Va ya por el
séptimo vestido. Primero fue el de oro, segundo fue el de
seda, tercero fue el de lino, cuarto fue el de nube, quinto fue el
de púrpura.
|
PUMBI.-
Sexto fue el de terciopelo.
|
TODOS.-
Y séptimo fue el de madreperlas y coral; y
aquí está la Reina. (Entra
lujosísimamente ataviada.)
|
SÍU-SÍU.- ¿Qué
hacéis aquí, Reyes del Agua?
|
REYES.-
Queremos ver a Kío.
|
KÍO.-
Papá, papá, escucha. Los brazos del Rey
suenan dulcemente. Los brazos de la Reina repican como
cascabeles.
|
PUMBI.-
La corona del Rey es de 108 diamantes.
|
KÍO.-
Y la corona de la Reina de 108 esmeraldas.
(Quedan quietos como estatuas.)
|
SÍU-SÍU.- Bien; me parece muy
bien. Pero ¿qué hacen en mi casa estos Reyes?
¿Quién les mandó venir aquí? Yo soy un
sencillo ciudadano que cumplo las leyes y nada más. La
verdad es que no tengo nada con qué obsequiar a Sus Altezas.
Me han sorprendido de improviso; sin tiempo para prepararles algo.
Creo que voy a ruborizarme de un momento a otro, si no se van.
Así que eso es lo mejor que pueden hacer. Con todos mis
respetos.
|
KÍO.-
Pero si han venido por nosotros. Quieren ser nuestros
huéspedes, papá.
|
SÍU-SÍU.- Les pido que se
marchen, Kío. Díselo tú, Pumbi; no quisiera
ponerme nervioso en su presencia. Los Reyes entiendo yo que exigen
moderación y compostura. Al fin y al cabo han sido muy
corteses al escoger mi casa. Aunque la verdad, yo no sé de
dónde han salido. Parece que estamos representando una
farsa.
|
KÍO.-
Déjalo, papá. Es todo tan bonito.
|
PUMBI.-
No, Kío. Ya está bien. Reyes, seguid.
Volved al agua. Kío y yo os veremos igual. (Se
van.)
|
KÍO.-
Hasta mañana, Reyes.
|
REYES.-
(Al sonido de sus
adornos.) Adiós.
|
SÍU-SÍU.-
(Exasperado, respira hondo.)
¿Falta alguien más?
|
PUMBI.-
Faltan los Negritos.
|
NEGRITOS.- |
|
Los Negritos (Entran
en tromba, tocando un gongo o un tan-tán.) no
faltan nunca. Conocen Luna Grande demasiado bien. Y no se pierden.
Los Negritos cantan diariamente en Luna Grande y tocan el
tan-tán cuando anochece.
|
(Tocan y
bailan.)
|
|
Negrito, negrito, |
|
|
|
moreno y chiquito. |
|
|
|
Tacaraquí,
tacarallá. |
|
|
|
Negrito, negrito, |
|
|
|
moreno y chiquito. |
|
|
|
|
HECHICERO.- |
|
(En el centro de los
danzantes.)
|
|
La serpiente aquí, |
|
|
|
la serpiente allá. |
|
|
|
Tacaraquí,
tacarallá, |
|
|
|
que nunca me picará. |
|
|
|
|
|
(Se pasa la serpiente de los pies al cuello con
contorsiones.)
|
KÍO.-
¡Bravo, bravo!
|
PUMBI.-
¡Bravo, bravo!
|
SÍU-SÍU.- ¡Bra... vo!
¡Bravo! (Trata de participar en la
alegría y ritmo de la fiesta.)
|
KÍO.-
Ríe, ríe, papá. Nadie
está loco aquí. Olé, olé, negritos. A
la rueda, negritos. (Siguen danzando y cantando unos
instantes, y luego salen precipitadamente.)
|
SÍU-SÍU.-
(Melancólico.) ¿Por
qué se han ido los Negritos tan pronto?
|
KÍO.-
Deben irse, papá, porque viene la Noche.
|
|
(Oscuridad. Entra LA
NOCHE con vestido largo de terciopelo negro cubierto de
lentejuelas brillantes y con el rostro iluminado.)
|
PUMBI.- |
|
|
Noche de luna |
|
|
|
blanca y espesa. |
|
|
|
Noche que tienes |
|
|
|
la cabellera |
|
|
|
negra, muy negra, |
|
|
|
vente, sí, pronto, |
|
|
|
que el niño espera. |
|
|
|
|
LA NOCHE.-
Duérmete, Kío. Duerme y descansa.
Pasó el día. Pasaron ya las fantasías de las
tardes maravillosas. (KÍO cae rendido, con los ojos
soñadores, evocando.)
|
PUMBI.-
(Le pasa la mano por la cara, con
cariño, y sale sigilosamente.) Duerme,
duérmete, Kío. Yo voy a hacer felices a otros
chiquillos.
|
LA NOCHE.-
Olvida todo. Olvida los peces hondos y los delfines
peligrosos... ¿Estás viendo a Pumbi? Olvídale
también. Ya cumplió su trabajo en Luna Grande.
|
SÍU-SÍU.- Noche, Noche,
¿por qué estás tan triste? Noche...
|
LA NOCHE.-
Pumbi se fue de Luna Grande. Dijo que
volvería. Volverá. Cierra los ojos.
(Música.) En Luna Grande el
río baja tan lentamente como siempre. Se están
ahogando las estrellas. Pero no te inquietes. No morirá
ninguna. Quedarán todas para ti. Para que juegues con ellas.
¿Quieres saber de los juncos? Los juncos se inclinan como
los Lirios Rojos cuando el aire da en ellos. Ahora da el viento
precisamente. Un viento suave, el que te llevaba el olor de los
almendros. Duerme. Las Hadas se fueron río abajo. Las
echó papá. Papá ahora está triste por
ello. Nunca más lo hará. ¿Preguntas por el
Faro? Sigue indicando el rumbo a los barcos... Se ha oído el
tan-tán en la selva. Los Negritos duermen. Kío,
adiós, duerme. Soy la Noche. ¿Pumbi? ¿Que
adónde se ha ido Pumbi? Lo sabrás mañana. No
se despidió. Tu amigo no se despide. Pumbi debe de estar
bajo tu almohada. Duerme. Se oye el río cada vez más
lento. Los ciervos y el jabalí están muertos a media
montaña, y su sangre ha llegado a Luna Grande. En este
instante se ha ahogado una estrella más. Tu papá, al
final, ha comprendido tu mundo maravilloso. Mañana... Bueno,
mañana... La tortuga ha alzado la cabeza por encima del mar.
Le he dicho que dormías. Dijo que te esperaría. El
pez-espada está tranquilísimo. No se fatigó
con Pumbi. Repetirá la hazaña. Tú lo
verás. Lo verás, mañana...
mañana...
|