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ArribaAbajoEn un mercado persa

Juan Cervera

PUESTA EN ESCENA

Un relato de «Las Mil y una noches» da pie a esta dramatización. La imaginación desbocada de uno de los contendientes se encuentra contrarrestada por la de su contrincante que, con las mismas armas, rechaza su ambición. El sentido realista de las cosas corresponde al personaje Zoraida, creación de esta escenificación, sin precedentes en el relato arábigo.

Estas tres actitudes tienen que definir la puesta en escena y en torno a ellas gira el juego. Mientras que Amad, el vendedor, y Sáchara, el juez, son personajes necesarios para la acción, pero menos definidos.

En realidad el director del juego tiene que buscar en la puesta en escena no incidir en colocación, caracterización, utilería y demás, en un calco de «La campana». Esto le exigirá evitar la posición triangular y simétrica a que tanto se presta aquélla y buscar elementos ambientales distintivos, así como destacar el castigo impuesto por la realidad a la ambición y a la imaginación que envuelve esta acción, mientras en aquélla se trata sencillamente de descubrir una ingenua picardía.

Aunque el guión evoca por su título una conocida composición musical, no quiere decir esto, ni mucho menos, que sea ésta la más indicada para música de fondo. Las ideas generales al respecto expuestas en las NOTAS PARA LA PUESTA EN ESCENA siguen siendo válidas aquí.



PERSONAJES
 

 
AMAD,   vendedor.
ZORAIDA,   compradora.
YÁMIL.
GUERÁFAR.
SÁCHARA,   juez.


 

Ambiente de mercado oriental. Un corrillo alrededor de un encantador de serpientes. Gente que va y viene, compra y vende, discute y hace ruido. Música de fondo apropiada, mezclada con el estrépito, el sonido de flautas y demás.

 
 

En el suelo, visiblemente, abandonado, un saco vacío.

 

AMAD.-    (Ante su puesto del mercado.)  ¡A la rica naranja! ¡A la rica naranja!  (Pasa la gente y mira.)  ¡A la rica naranja! ¡Frutas de mil clases! ¡Frescas, jugosas! ¡Frutas que curan todas las enfermedades! ¡A la rica naranja!

ZORAIDA.-   Rica, sí, pero muy cara. ¿No podrías dejármela un poco más barata...? Te pago ahora mismo...

AMAD.-   Pasa de largo y márchate de una vez. Cada día vienes con la misma historia. Vete, vete. ¡A la rica naranja! Fresas, limones, naranjas...

ZORAIDA.-   Pero qué ruin eres. Déjamelas más baratas.

AMAD.-   ¡Anda ya! Fuera.

 

(Mientras discuten los dos, YÁMIL se ha dado cuenta del saco. Mira recelosamente alrededor antes de recogerlo y es observado por GUERÁFAR.)

 

YÁMIL.-    (Con el saco en la mano y a voces.)  ¡Yo lo he visto primero! Y lo recojo porque es mío.

GUERÁFAR.-    (Quitándole el saco de un tirón.)  ¡Quita allá! Yo te aseguro que es mío. Lo había dejado en el suelo mientras buscaba el puesto del mercader Sadal.

YÁMIL.-   ¡Vamos, hombre! Es mío porque yo lo traje al mercado para llenarlo.

GUERÁFAR.-   No es cierto. Lo traje yo y podrían dar testimonio de ello todos los que me han visto salir de mi casa con él. Tengo testigos.

YÁMIL.-   A mí no me hacen falta testigos para que todos me crean.  (Tirón.)  Es mío.

GUERÁFAR.-    (Tirando del saco.)  ¡Es mío!

YÁMIL.-    (Tirando también.)  ¡Mío!

 

(Poco a poco el público se va volviendo hacia ellos y sigue la discusión.)

 

AMAD.-    (Interrumpiendo.)  No discutáis, ciudadanos. Llevemos en paz la querella. Aquí viene el juez Sáchara, cuya extraordinaria sabiduría demostrará a quién pertenece el saco.  (Y tomando el saco lo coloca en medio de los dos.)  No vale la pena que por un saco lleguéis a enojaros tanto.

GUERÁFAR.-   Sí vale la pena. Porque solamente yo sé lo que encierra el saco. Y como es mío, lo quiero.

YÁMIL.-   ¡Habrase visto! Haya lo que haya el saco es mío, y me lo voy a llevar.

SÁCHARA.-    (Cortando.)  Bien ha dicho Amad. Como juez de la ciudad, acostumbrado a la justicia y a defender la ley, yo diré a quién pertenece el saco. Y tú, Yámil, y tú, Gueráfar, no tendréis más que discutir y acataréis mi decisión. Traedme asiento acá. No está bien que la justicia esté de pie.  (Se sienta.)  Amad, anuncia a las gentes del mercado que va a empezar el juicio.

AMAD.-    (Tocando un cuerno y dando voces a uno y otro lado.)  ¡Ju-i-cio! ¡Ju-i-cio! A todas las gentes del mercado, compradores y vendedores, hombres y mujeres, mercaderes y criados, se anuncia que el justo y prudente Sáchara va a empezar el juicio. ¡Atención!  (Rumor.)  ¡Atención! Y ¡silencio!

SÁCHARA.-    (Señalando a YÁMIL y a GUERÁFAR.)  Cada uno de vosotros dice que el saco es suyo. Y yo tengo que aclarar de quién es el saco, para poder dárselo con justicia a su verdadero dueño. Ahora pregunto a las gentes que están aquí, ¿hay quien haya visto a Yámil con este saco antes de la pendencia?  (Bisbiseo general. Nadie se adelanta a decirle nada.) 

YÁMIL.-    (Mirando a uno y otro lado.)  Yo te aseguro, magnífico Sáchara, que el saco me pertenece, porque...

SÁCHARA.-    (Cortando.)  No tienes que hablar tú, sino los testigos. ¿Alguno tiene pruebas que declarar en favor de Yámil?  (Nadie.)  ¿Y en favor de Gueráfar? ¿Alguien afirma que es de Gueráfar, porque le ha visto con él anteriormente?

GUERÁFAR.-   ¿Vale mi testimonio?

SÁCHARA.-   Por ahora, no. Vamos a hacer otra pregunta. Puesto que no sabemos de quién es el saco, y no hay testigos que os hayan visto con él, ¿alguno vio el saco antes en manos de otros ciudadanos?

ZORAIDA.-   Yo lo vi en el suelo y nadie lo tocaba. Porque en los días de mercado siempre hay cosas abandonadas y que no tienen valor, porque...

AMAD.-   ¡Basta! ¡Basta! Te han preguntado, Zoraida, si lo viste en manos de otro, no si lo viste en el suelo.

SÁCHARA.-   Eso, ¿tú lo viste?  (ZORAIDA niega con la cabeza.)  ¿No? Entonces veamos. Yámil y Gueráfar, dad pruebas de que el saco es vuestro.

YÁMIL y GUERÁFAR.-    (A la vez.)  El saco es mío, porque...

AMAD.-   No, no. Uno después de otro. Habla tú, Gueráfar.

GUERÁFAR.-   Digo que es mío porque puedo decir cuanto hay dentro de él sin necesidad de abrirlo.

SÁCHARA.-   Esa sí que será bonita prueba. Dilo. Te escuchamos todos.

GUERÁFAR.-   Bien sabes, justo juez, que digo la verdad. En el saco hay dos pinceles de plata para pintar el palacio real, y una toalla de seda que envuelve dos vasos de oro fino; dos candelabros con las velas encendidas, dos tiendas de campaña montadas, con las mesas puestas, con platos, jarras, tenedores y cuchillos y con un banquete dispuesto para todos mis amigos.  (Reacción del público.)  Una azafata que en este momento está empezando a servir; dos escudillas; dos lavamanos; un gato debajo de la mesa; dos perros mastines que vigilan la puerta de la entrada; los vestidos de todos los invitados; un elefante, una vaca, dos terneros, dos cabras, una oveja, un camello, un búfalo, dos toros bravos, una leona, un águila, dos zorros y un castillo con el ejército de todos mis guerreros alerta para defender que este saco es mío.

SÁCHARA.-    (Irónico.)  Muy bien; esta relación es bastante completa. Y tú, Yámil, puedes declarar también lo que hay dentro del saco.

YÁMIL.-    (Envalentonado.)  Dentro del saco he colocado esta misma mañana, antes de salir de casa, solamente una casucha vieja medio arruinada, sin puertas ni ventanas, porque por medio de ella pasa el gran río Tícoli, que separa a las ciudades de Basuco y Catrisco, que están la una a la derecha y la otra a la izquierda. En cada ciudad hay una barbería con cincuenta barberos dispuestos a hacer cosquillas  (Gesto malévolo.)  en el cuello al que no me crea. Y a las afueras de las ciudades, una tiene un campamento de soldados montados en sus elefantes y en la otra un regimiento de lanceros con las lanzas a punto para atacar a todo aquel que diga que el saco no me pertenece a mí que soy su general.

SÁCHARA.-    (En el colmo de la ironía.)  Como las fuerzas están tan equilibradas dentro del saco, por lo que acabamos de oír  (Levantándose) , este juez se retira a deliberar con todos estos datos sobre quién es el verdadero dueño del saco. Me voy un momento a estudiar el caso. Amad, guarda el saco hasta mi vuelta y que no empiece la batalla.

AMAD.-    (Adelantándose.)  Descuida, gran juez. No lo tocará nadie.

GUERÁFAR.-    (Al juez que está ya de espaldas.)  No estoy de acuerdo, Sáchara. Está bien claro que el saco es mío. Yámil miente. ¿Cómo pueden caber dentro del saco la torre de Basuco y la de Catrisco que son las más altas del reino?

SÁCHARA.-    (Más insinuante.)  ¿Miente?

YÁMIL.-   Eso digo yo, Sáchara: Gueráfar ha declarado en falso, porque, ¿cómo pueden estar tan tranquilos dentro del saco los dos terneros que ha dicho, si como ya estarán un tanto crecidos les empezarán a salir los cuernos y con ellos rasgarían el saco? Está claro que miente.

SÁCHARA.-    (Confirmándose en su ironía.)  Pues a la verdad que no había caído en la cuenta. Por eso me voy a reflexionar.

ZORAIDA.-   Yo no estoy de acuerdo.

AMAD.-   ¡Ay, Zoraida, qué manía de meter la nariz en lo que no te interesa!

ZORAIDA.-   No estoy de acuerdo.  (SÁCHARA persiste en la actitud de irse.)  Es decir, sí estoy de acuerdo. Sí y no.

AMAD.-   Zoraida, que lo enredas todo, con lo claro que está. ¿Estás de acuerdo o no estás de acuerdo?

SÁCHARA.-    (Evasivo.)  Eso, eso. Piénsalo bien.

ZORAIDA.-   Estoy de acuerdo en lo que han dicho que hay dentro.

AMAD.-   Lo ves como no te aclaras.

ZORAIDA.-   Y no estoy de acuerdo en que no lo veamos. Que abran el saco de una vez y así podremos juzgar todos.

TODOS.-   ¡Que lo abran! ¡Que lo abran!

SÁCHARA.-    (A AMAD.)  Ábrelo.

 

(AMAD toma el saco y ante la expectación de todos saca lo que hay dentro de él que es una torta. Sorpresa general.)

 

YÁMIL.-    (Fingiendo indignación.)  ¡De oro finísimo!

GUERÁFAR.-    (Mismo juego.)  ¡Enterita de diamantes!

SÁCHARA.-   A ver, alguien que la examine, no sea que esté envenenada o tenga algún arte de magia o de encantamiento.

AMAD.-   ¿Algún voluntario para probar la torta?

ZORAIDA.-   Yo.  (Toma la torta y se dispone a morderla.) 

YÁMIL-   ¡Qué villanía, mi oro!

GUERÁFAR.-   ¡No! ¡Se va a comer mis diamantes!

ZORAIDA.-    (Que ya le ha dado un mordisco.)  ¡Qué va! ¡De almendra! Es de almendra y muy buena.  (Sigue comiendo.) 

SÁCHARA.-    (Recobrando su dignidad.)  Entonces no cabe la menor duda. Este saco que se ha encontrado en el mercado pertenece a...  (Ya nadie escucha y se van separando a medida que habla el juez.) 

AMAD.-   ¡Qué más da!

ZORAIDA.-    (Terminando de comer la torta.)  Está muy buena.


 
 
FIN
 
 




ArribaAbajoEl Rey de Madera

J. González-Torices

PUESTA EN ESCENA

Original de José González-Torices. El sentido de juego está patente desde el principio y ha de mantenerse todo el tiempo. La presencia del Coro, así como el grupo de Soldados, ha de tender a animar la acción y no a entorpecerla. De su forma de actuar depende en buena parte la agilidad que exige la puesta en escena.

Un practicable -sencilla tarima- que establezca dos planos en el «escenario» del juego favorecerá la colocación de los personajes, disminuirá el riesgo de amontonamiento y dará mayor vistosidad a las rondas de persecución, al juicio, y demás.

El desenlace, aparentemente un tanto precipitado, no debe descuidar la danza en la que ha de quedar claro el trabajo de los ladrones arrepentidos y la integración de Saltarín con los de su grupo. Los gestos del grupo, compuesto por la corte del Rey de Madera, deben aludir también al trabajo.

La música ha de estar siempre al servicio de la acción y secundarla con fidelidad.

Caracterícese convenientemente a cada personaje, aunque sea de forma sencilla. El Coro tanto puede estar integrado por niños como por niñas. Y evidentemente, pueden colocarse cuantos figurantes se quiera, pero procurando que la multiplicidad de los mismos no entorpezca la acción. Lo mismo que se podrá, si se prefiere, que los mismos niños interpreten a distintos personajes de menos relevancia.

Dado que abundan las frases cortas y la acción es movida, debe buscarse el ritmo adecuado a las réplicas, pero pronunciando cada frase con oportunidad, y encajándola bien, sin descuidar el destacar suficientemente su contenido. Márquese el contraste entre los momentos de reflexión y quietud, y los de animado movimiento.



PERSONAJES
 

 
SALTARÍN,   bufón.
GUARDIA.
REY PAPAPÓN.
DONCELLA.
CRIADO.
SARAMPIÓN,   mago.
CORO.
SOLDADOS.
TRES HOMBRES.


 

Sala de palacio. A un lado el REY PAPAPÓN sentado y triste. Le rodean los cortesanos, adivinos, sirvientes y SOLDADOS que entran y salen, se acercan al Soberano, hablan y lloran con él. Al otro lado, SALTARÍN, bufón, observa maliciosamente la escena. El CORO está de su lado y actúa, con la movilidad de un ballet de acuerdo con la acción, situándose donde más convenga al juego escénico.

 

SALTARÍN.-    (Como si hablara a un público impersonal.)  Yo diría que el Rey Papapón está muy triste. ¿No os dais cuenta vosotros? Hace muchos días que no come, no duerme y no para de llorar. Bueno, todavía no os he dicho mi nombre. Me llamo Saltarín y vivo en la corte de este Soberano desde hace muchos años. ¿Queréis saber una cosa? Ese señor que entra ahora es un mago, que todo lo conoce y todo lo sabe. Y el otro que sale, un adivino. Pero entre los dos no adivinan lo que le pasa al Rey. Yo también quiero saberlo, pero no me atrevo a preguntárselo al Rey porque está muy serio y me da un poco de miedo  (Van saliendo cortesanos y adivinos.)  Aguardaré a que salgan todos. Ahora que ya han salido...  (Hace ademán de acercarse al REY.) 

GUARDIA.-    (Deteniéndole.)  ¿Adónde vas?

SALTARÍN.-    (Tímidamente.)  ¿Yo? Yo...

CORO.-   Déjale, guardia. Déjale preguntar.

GUARDIA.-   No, no. Ni hablar...

CORO.-   Déjale hablar. Déjale preguntar. A lo mejor...

GUARDIA.-   El Soberano se tiene que marchar. Y sólo quiere hablar con los adivinos del reino.  (Sale el REY después de todos y tras él el soldado.) 

SALTARÍN.-    (Entristecido.)  No puedo hablar con el Rey. No me dejan. ¿Qué haré para conseguirlo?  (Se sienta.)  Voy a pensar.

 

(Pausa, música. Mientras tanto el CORO le rodea.)

 

CORO (1).-   Ya está.

CORO (TODOS).-   ¿Qué?

CORO (1).-   Nada.

CORO (2).-   ¿Qué os parece si...?

CORO (TODOS).-    (Mismo juego.)  ¿Qué?

CORO (2).-   Nada.

CORO (3).-   Conviértete en hormiga.

CORO (4).-    (Contradiciendo.)  No, tonto. El Rey ni le vería y cualquier cortesano le aplastaría con el pie.

CORO (5).-   ¡Pues en elefante!

CORO (4).-   No porque el Rey le encerraría con los elefantes que tiene para la guerra.

CORO (1).-   Entonces... entonces...

CORO (TODOS).-   Entonces..., hazte pasar por adivino.

SALTARÍN. -  ¡Claro! ¡Adivino o mago! Son los únicos con los que quiere hablar el Rey. Necesito disfrazarme de adivino.  (El CORO se apresta a ayudarle.)  Vengan los vestidos de adivino. Rápidos. De prisa que el Rey va a llegar.  (Se disfraza grotescamente a la vista de todos. Ha de quedar gordo y con barbas.)  Cuando llegue el Rey, le diremos  (Redoble de tambor)  que soy el mago Cantón.  (Silencio.) 

GUARDIA.-    (Entrando de improviso.)  ¿Qué haces tú aquí?

SALTARÍN.-    (Ahuecando la voz.)  Soy el mago Cantón.

CORO.-    (Como un eco.)  ¡Mago Cantón! ¡Mago Cantón!

GUARDIA.-    (Sorprendido.)  ¡Ah, el mago Cantón!  (Cayendo en la cuenta.)  Pero si el Rey ha salido a buscar al mago Cantón.

SALTARÍN.-   Pues aquí estoy, aquí estoy.  (Tambor.) 

REY.-    (Entra enfadado.)  ¡El mago Cantón no se ha presentado! Él es el único que puede adivinar mi mal.  (SALTARÍN está de espaldas como dándose importancia y atusándose los bigotes.) 

GUARDIA.-    (Nervioso.)  Majestad, Majestad... El Mago está esperando.

REY.-    (Descubriéndole.)  ¿El Mago Cantón?

SALTARÍN.-   Majestad, el Mago Cantón.

REY.-    (Admirado.)  ¿Tan pequeño y tan gordo?

CORO (TODOS).-   Viene de África y está cansado...

REY.-   Vaya, ¿del África esa de los desiertos?

CORO (TODOS).-   Y tiene mucha sed, porque en los desiertos no hay agua.

REY.-    (Ordenando.)  ¡Agua! ¡Que le traigan de beber!

DONCELLA.-    (Apareciendo rápidamente y sirviéndole el agua.)  Agua.

SALTARÍN.-    (Bebe.)  Gracias, muchas gracias.

REY.-    (Se sienta.)  ¡Oh, gran adivino! Dime, ¿quién es el ladrón?

SALTARÍN.-    (Disimulando.)  ¡El ladrón! ¡Ah, el ladrón! ¡Sí, el ladrón! ¡Pues... el ladrón! No podía ser otro que el ladrón.

REY.-    (Triste.)  Sí, el ladrón. El que roba los tenedores de oro, de plata y de platino.

SALTARÍN.-   Claro, el que roba los tenedores  (Rutinario)  de oro, de plata y de platino.  (Dándose cuenta.)  ¿Y por eso estáis triste, Majestad?

REY.-   Claro, porque sólo me quedan los de madera.

SALTARÍN.-   ¡Sólo los de madera!

CORO.-   ¡Sólo le quedan los de madera!

DONCELLA.-    (Entrando como una exhalación.)  Majestad. Majestad..., han desaparecido los platos de oro, de plata y de platino..., y sólo quedan los de madera.

SALTARÍN.-   ¿Sólo los de madera?

CORO.-   ¿Sólo los de madera?

DONCELLA.-    (Saliendo con la misma ligereza.)  ¡Sólo los de madera!

SALTARÍN.-    (Gritando.)  ¡Ah, el ladrón, el ladrón...!

REY.-   Ya no me queda nada de oro, ni de plata ni de platino... Sólo me queda la madera de los platos, de los tenedores... y de los bosques... Yo soy un Rey de Madera...  (Se pone a llorar.) 

SALTARÍN.-    (Creciéndose.)  Yo os ayudaré, gran Soberano, a buscar al ladrón, que es el mago Sarampión, y vive en la Isla de las Caracolas.  (Ruido de mar y de viento.) 

REY.-   ¿Y cómo sabes su nombre?

CORO.-   Porque el mago Cantón todo lo adivina.

SALTARÍN.-   Y ahora todos a buscar al mago Sarampión.

 

(Forman la ronda para emprender su búsqueda, al son de la música. Dan todos una vuelta por el escenario y van haciendo mutis... Cambio de luces.)

 
SARAMPIÓN

 (Aparece tocando la flauta y cantando.) 

Chín tachín, tachín, tachón.
Yo soy mago y soy ladrón.
Soy el mago Sarampión.

CORO

 (Apareciendo tímidamente por el otro lado.) 

Es el mago Sarampión,
el que es mago y es ladrón.

 

(Hacen como ademanes para llamar la atención de alguien que está fuera de escena.)

 

  ¡Ah! ¡Ah! ¡Oh!

SARAMPIÓN.-    (Riéndose.)  Ya podéis llamar a los soldados. No os oirán, porque tienen tapados los oídos. Yo se los he tapado a todos antes. En total cuarenta y cuatro orejas, porque son...  (Calcula con los dedos.)  Veinte soldados.

CORO.-    (Con chufla. Contando con los dedos también.)  ¡Oh! ¡Oh!

SARAMPIÓN.-    (Nuevamente con el juego de los dedos.)  O veinticuatro soldados, ¿qué más da?

CORO.-   ¿Y cómo robaste todo el oro al Rey?

SARAMPIÓN.-   Con esta flauta mágica.

CORO.-   ¡Ah! Ahora se explica.

 

(Se oye ruido del tambor que anuncia la ronda que llega con Saltarín al frente, que asoma la cabeza.)

 

SARAMPIÓN.-    (Toca la flauta.)  ¿Me queréis prender?

 

(Se apagan todas las luces un instante y al encenderse, con toda la comitiva en escena ya, aparecen los tres SOLDADOS como en actitud de prender a SARAMPIÓN, pero quedan con tres caretas que los deforman.)

 

SOLDADO 1.-    (Cara alargadísima como de asno.)  ¡Ay, mi cara!

SOLDADO 2.-    (Boca abierta como papamoscas.)  ¡Ay, mi boca!

SOLDADO 3.-    (Barba larguísima de chivo.)  ¡Ay, mi barba!

REY.-   ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

SARAMPIÓN.-   Nada, Majestad, que esos soldados no creían en el poder de mi flauta mágica.

SOLDADO 1.-   ¡Ay, mi cara!

SOLDADO 2.-   ¡Ay, mi boca!

SOLDADO 3.-   ¡Ay, mi barba!

REY.-   ¡Oh!

CORO.-   Nosotros sí creemos; nosotros sí creemos.

SARAMPIÓN.-    (Pavoneándose.)  ¡Vaya, vaya!

SALTARÍN.-    (Dando un salto.)  Y yo también.  (Hace un rápido juego de manos y le arrebata la flauta, a la vez que se hace oscuro brevemente. Música.) 

 

(Cambio de luz y de situación. SALTARÍN, siempre en Mago Cantón, está en el trono. Los SOLDADOS y cortesanos le rinden homenaje y el REY está preocupado aparte. Los SOLDADOS están ya normales.)

 

SALTARÍN.-    (Toca la flauta. A los SOLDADOS.)  ¡Que traigan al falso Mago Sarampión!

SOLDADO 1.-    (Al marchar.)  A mí me curó la cara.

SOLDADO 2.-    (Al marchar.)  A mí me cerró la boca.

SOLDADO 3.-    (Al marchar.)  A mí me cortó la barba.

CORO.-   Esto es maravilloso. Este es el mago Cantón.

REY.-   ¿Y mi oro? ¿Y mi plata? ¿Y mi platino?

 

(Entran los SOLDADOS con el mago SARAMPIÓN maniatado.)

 

CORO.-   Ya comparece el ladrón.

REY.-    (Satisfecha.)  Devuélveme mi oro, mi oro.

SARAMPIÓN.-   Señor, perdonadme.

REY.-   Sí, sí, pero el oro, ¿dónde está?

CORO.-   El oro, el oro, el oro.

SARAMPIÓN.-   Que el mago Cantón toque tres veces seguidas la flauta y en seguida estará aquí el oro, la plata y el platino.

SALTARÍN.-    (Toca la flauta ante la expectación de todos y aparecen tres hombres como náufragos desharrapados, cada uno con una caja al hombro.)  Descargad.

CORO.-    (Señalando mientras descargan.)  El oro, la plata y el platino.

REY.-   Y vosotros, ¿quiénes sois?

LOS TRES HOMBRES.-   Los habitantes de la Isla de las Caracolas.  (Y se ponen a llorar con grandes alaridos.) 

SALTARÍN.-   Un momento, Majestad. Que lloren uno a uno, porque con tanto berrido no nos enteraremos de nada.

CORO.-   Eso, eso, uno después de otro.

HOMBRE 1.-   Lloro porque el mago Sarampión es nuestro amigo.

HOMBRE 2.-   Y él nos alimenta a todos los habitantes de la Isla de las Caracolas.

HOMBRE 3.-   Porque no tenemos nada que comer y él nos da de comer de lo que roba con su flauta.

DONCELLA.-   ¡Pobrecitos! A mí me dan lástima.

CRIADO.-   Tú a callar.

SOLDADOS 1, 2 y 3.-    (Poniéndose firmes.)  ¡A callar!

SALTARÍN.-    (Preocupado.)  Bien mirado, si lo necesitaban para comer...

REY.-    (Rascándose la cabeza.)  Sí, claro. Pero, ¿y nosotros? ¿Y todo mi reino en el que ya no hay más que madera?

DONCELLA.-   Es verdad.

CRIADO.-   Tú a...

CORO.-   Es verdad. Es verdad.

SALTARÍN.-   Es verdad. ¿Y si unos tienen que comer y otros no tienen que comer?

DONCELLA.-   Cierto. Pobrecitos. Es...

CRIADO.-    (Ya ganado.)  ...verdad.

REY.-   Mago Cantón. Tú que sabes tanto, ¿por qué no encuentras una solución? Yo quiero mi oro y ellos...

SALTARÍN.-    (Empieza a pasearse como al principio.)  Es verdad. Busquemos una solución. Vamos a pensar.

 

(Pausa. Música de flauta. Mientras tanto el CORO le rodea. Juego parecido al del comienzo.)

 

CORO (1).-   Ya está.

TODOS.-   ¿Qué?

CORO (1).-   Nada.

CORO (2).-   ¿Qué os parece si...?

TODOS.-   ¿Qué?

CORO (2).-   Nada.

CORO (3).-   ¿Y no podrían trabajar?

TODOS.-   ¿Trabajar?

SALTARÍN.-   Desde luego, trabajar.

DONCELLA.-   ¿Y qué es trabajar?

CRIADO.-   Pero ¡qué tonta! Trabajar es trabajar.

SALTARÍN.-   Trabajar es... cultivar el campo, criar ganados, construir casas... y pescar en el mar que rodea la Isla de las Caracolas.

CORO.-   Eso es trabajar. Eso es trabajar y muchas cosas más.

HOMBRES.-   Pero nosotros no sabemos trabajar.

REY.-   Pues ya aprenderéis como todos los hombres. Yo os mandaré alguien para que os enseñe.  (Se pone a mirar.) 

TODOS.-   Yo, yo, yo.

REY.-   No, no. Ya sé a quién he de mandar.  (Buscando.)  Yo tenía un bufón que se llamaba Saltarín. ¿Dónde está mi bufón que hace tiempo que no lo veo? Menudo pillo.  (Silencio.)  ¿Nadie sabe dónde está Saltarín?

SALTARÍN.-   Permitidme, Majestad, que os sugiera una idea. ¿Qué vais a hacer con el pobre mago Sarampión, el ladrón, que ahí está silencioso y arrepentido? ¿No le vais a perdonar?

REY.-   No sé, no sé... Porque él...

SALTARÍN.-   Él podría encargarse de enseñarles a trabajar. Bastaría que yo le devolviera la flauta y cuando él tocara la flauta todos los habitantes de la Isla de las Caracolas se pondrían a trabajar. Sería bonito, ¿verdad?

CORO.-   Muy bonito. Salta...  (Corrigiéndose.)  Mago Cantón. Muy bonito.

REY.-    (Mirando a SALTARÍN.)  Concedido. Mago Sarampión: ¿juras enseñar a trabajar a todos tus hombres y no robar nunca más?

SARAMPIÓN.-   Lo juro.

REY.-   Entonces, desatadle. Y tú, mago Cantón, no olvides la pregunta que te he hecho: ¿Dónde está el bribón de Saltarín?

SALTARÍN.-   ¿Tengo que contestar la verdad?

CORO.-   La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

SALTARÍN.-    (Quitándose la barba y el cojín que le hacía gordo y la capa con la ayuda del CORO.)  Aquí está Saltarín, Majestad.

TODOS.-    (Menos CORO.) ¡Oh, el mago Saltarín!

 

(Música de flauta en un aire rítmico. Todos bailan imitando la ronda anterior. SARAMPIÓN toca la flauta y los hombres cómplices de SARAMPIÓN, al compás de la música, hacen gestos alternativos de cavar, segar y sembrar, mientras los demás danzan y cae el

 

 
 
TELÓN
 
 




ArribaEl País de Luna Grande

Apuleyo Soto

PUESTA EN ESCENA

Original de Apuleyo Soto, esta obra tiende a mostrar la lucha entre la fantasía y la realidad. El padre tiene que verse poco a poco ganado por la fantasía del niño secundado por Pumbi. Los frecuentes números de danza lógicamente pueden interpretarlos los mismos grupos de niños y niñas convenientemente ataviados para cada ocasión. No obstante debe cuidarse el tempo de la puesta en escena para que no se pierda la visión de conjunto de la obra.

Abundantes efectos sonoros y visuales son evocados en el texto. Como es obvio, pueden contribuir a ilustrar la acción y a crear el clima de fantasía que invoca el texto. Pero precisamente por esta razón deben ser más irreales, ya que lo que se persigue es la creación del ambiente fantástico y soñador que late en el ánimo de Kío. Esta concepción está particularmente visible en el soliloquio final de la Noche.

Debe quedar clara la «conversión» que se opera en el ánimo del padre, que, contagiado poco a poco por la fantasía, termina descubriendo un mundo nuevo con el que se encariña de tal manera que termina echando de menos la presencia de los personajes fantásticos.



PERSONAJES
 

 
KÍO,   el niño.
SÍU-SÍU,   su padre.
PUMBI,   el mago.
EL REY DEL AGUA.
LA REINA DEL AGUA.
EL HADA FLORALINDA.
Su Corte.
CHINITOS.
CHINITAS.
NEGRITOS.
Negritas.
EL HECHICERO.
LA NOCHE.
EL FARO.
LA TORRE.
EL CENTINELA.
LA ESTRELLA.


 

Una casa cualquiera en cualquier lugar del mundo. De todas formas, cree el director un ambiente fantástico. Puede variarse la escenografía siguiendo las evocaciones del texto.

 
 

KÍO entretenido en algo, como jugando.

 

KÍO   (Voz en off.)  A veces le cuentan a uno cosas tan de maravilla que, si no las viera después, no las creería. Yo mismo, algunas tardes, estando en casa, me he sentido como en otro mundo. ¡Lo he pasado más bien! La casa era la casa, con sus paredes blancas, o azules, o rojas; y sus mesas, y sus cuartos, y sus muebles...; pero, de pronto, se abrían las puertas  (Chirridos de goznes y sonidos de cerraduras.) ; se alzaban los techos  (Golpes de arrancarse y levantarse algo.) , y las tejas del tejado, como si fueran orejitas de cerdo revoltoso, se ponían a moverse y moverse...  (Sensación de que algo va a pasar.) 

Ahora mismo estoy en casa.  (Se inicia una música soñadora.)  Y aquí está mi papá Síu-Síu, gordo y pepón.  (Le señala.)  Siempre sabe lo que me pasa en el colegio, las notas que me ponen los profesores y tal. Sólo de lo que sucede estas tardes maravillosas que yo sueño no sabe nada, nada, nada...

PUMBI.-    (Entra idealizado, como caído del cielo.)  ¡Hola!

SÍU-SÍU.-    (Sorprendido.)  ¿Cómo que hola?

PUMBI.-   ¡Claro! Soy Pumbi, el que hace sonar las flautas en las praderas de Somersé al atardecer.  (Sonido de flauta lejana: «El silencio» o «Arrivederci».) 

KÍO.-   ¿Junto al río?

PUMBI.-   Sí, Kío.

SÍU-SÍU.-   Oiga, oiga, no comprendo.

KÍO.-   Papá, junto al río de Luna Grande, donde crecen los Lirios Rojos. ¿No es allí, Pumbi?

PUMBI.-   Allí, allí. También hay una Torre Alta con un Centinela, y un Faro, y una Estrella de cinco puntas.

(Comienza el baile de cada uno de los personajes nombrados. La escena puede durar a voluntad del director. En estos espacios musicales, como en los siguientes, guárdese siempre unidad rítmica. Sirve fácilmente un fondo de vals o cualquier composición apta para baile clásico. Cuanta más fantasía se ponga en antropomorfizar LA TORRE y restantes tipos simbólicos, mejor.)

LA TORRE
Soy la torre más alta, más alta,
que los árboles vieron aquí.
Soy la torre más alta, más alta,
jijijí-jijijí-jijijí,
y taladro las nubes del cielo
como un berbiquí, como un berbiquí.

 

(Pavoneándose y basculándose de un lado para otro.)

 
EL CENTINELA
Esta es la cantinela
del centinela
de Luna Grande.
«Yegua chiquita,
blanca y bonita,
ande o no ande.»
«Yegua chiquita,
blanca y bonita,
ande o no ande.»

 

(Salmodiado o recitado. O con voz en off.)

 
EL FARO
Barco viene de la mar.
Barco viene ayer y hoy.
Barco viene y barco va.
Yo en barco no me voy.
Yo señalo el barco gris.
Yo señalo el barco azul.
Pero nunca me he de ir.
Sólo digo: agur, agur.

LA ESTRELLA
Parpadeante
y suspirante
pongo en la noche
mi rojo broche
de claridad.
Parpadeante
y suspirante
baño en el río
del amor mío
la soledad.

KÍO.-    (Al finalizar los bailes.)  Sí, sí, estuve en la Casita. Lo recuerdo. Fue...  (Haciendo memoria.)  ¿Cuándo fue? Subía un aire del Río Luna Grande. Pumbi, se me enredaba el aire entre los dedos. Me levantaba el flequillo de la frente cuando bajaba a la ribera. Yo ya lo sabía. ¡Oh, el aire del Río! ¡Oh!, ¿y tú vives en Luna Grande? ¿Tienes tu casita entre los Lirios Rojos?

PUMBI.-   Entre los Lirios Rojos. Y el aire sopla en sus hojas y se dan unos contra otros.

 

(Ante el desconcierto de SÍU-SÍU, que ha querido intervenir, se produce la danza de los

 
LIRIOS ROJOS
Uno, dos y tres,
cuatro, cinco y seis.
Uno, dos y tres,
y ahora del revés.
Seis, cinco y cuatro,
tres, y dos, y uno.
Seis, y cinco, y cuatro,
úu, úu, úu.

 (Bis.) 


 

(Los niños, vestidos de lirios, entran saltando, diciendo cada uno el número que representa. Los tres primeros lo hacen por la izquierda; los otros tres, por la derecha. Salen y entran de la misma forma todas las veces. El movimiento puede variarse a voluntad del director de escena, pero con la condición de mantener la armonía, el ritmo y el sentido de la alegre fantasía.)

 

SÍU-SÍU.-   ¿Li-rios Ro-jos? ¿Qué pasa aquí hoy? Tú, viajero, dime; ¿de dónde vienes, qué quieres, cómo has entrado en mi casa? ¿Has visto muchas veces tú Lirios Rojos? Y tú, hijo mío, ¿qué te piensas? ¿De cuándo acá te he llevado yo a ver la casita del guardarríos? Dime, ¿de cuándo acá? ¿En el verano?... No. ¿En la primavera?... No. ¿Tú crees que nos íbamos a acercar a Luna Grande en el otoño, cuando se arman tantas ventoleras? ¿O en el invierno, cuando los campos se cubren de nieve? Hijo mío, no quiero pensar que tienes fiebre.

PUMBI.-   En Luna Grande no hay fiebre nunca. La gente siempre tiene buena salud. El sol cae como un lingote de oro, y las estrellas se ríen jugando al escondite con las aguas de Luna Grande.

KÍO.-   Es verdad, Pumbi. Las estrellas juegan con el agua. Papá, que lo vi yo; que era de noche y las estrellas se columpiaban.

SÍU-SÍU.-   ¿Dónde?

KÍO.-   Sobre el agua. Te lo dije ya.

SÍU-SÍU.-   ¿Sobre el agua, sin ahogarse?

KÍO.-   Y, ¿cómo van a ahogarse las estrellas, papá?

SÍU-SÍU.-   Anda, pues...

KÍO.-   Pumbi, ¿crecieron los almendros?

PUMBI.-   Mucho. Ahora están en flor. Huele a almendro todo el río.  (Sacándosela de la manga.)  Mira, aquí te traigo una flor de almendro.

KÍO.-   Gracias, Pumbi. ¿La cortaste tú?

PUMBI.-   Yo mismo. Dije: «Ésta para Kío.»

SÍU-SÍU.-    (Intrigado.)  Oiga, viajero.

PUMBI.-   Mago, señor.

SÍU-SÍU.-   Oiga, mago. ¿Dónde ha aprendido el nombre de mi hijo?

KÍO.-   Papá, si somos amigos. Pumbi, ¿te acuerdas del rosal del tío Sasu? ¿Quién cortaba las flores? Y, ¿verdad que nadie lo sabía?

PUMBI.-   Nadie.

KÍO.-   Tú sólo, Pumbi. ¡Y qué bien guardabas el secreto!

PUMBI.-   Nunca traiciono a los amigos.

SÍU-SÍU.-    (Enfadado.)  Bueno, Pumbi, mago, payaso, señor, o lo que sea, ¿quiere usted hacer el favor de marcharse de mi casa? ¡No quisiera tener que dar a Kío cuatro cachetes!  (A KÍO.)  Pero me estás obligando tú. Nunca quise un hijo soñador. De soñadores está harto el mundo. ¿Y le va bien al mundo con tanto soñador? Usted sabe que no. Porque usted ha visto muchas cosas, según dice, ¿no es así?

PUMBI.-   ¡Que si he visto! ¡Qué cosas dice tu padre, Kío! ¿Quién ha estado en la cola de las cometas? ¿Y quién se ha sonreído con los peces en el fondo del mar? ¿Y quién se ha paseado encima de las tortugas gigantes junto a la isla de los Corales Púrpura?

 

(Oscuro.)

 

KÍO.-   Tú, Pumbi, tú. Ibas solo. Yo te veía. El agua era clara. Era de noche. La tortuga era gigante. Las algas se apartaban. Los tiburones...

PUMBI.-   No había tiburones. Los tiburones... son bichos peligrosos.

KÍO.-   Tú no estabas en peligro. Tú caminabas como un rey en un palacio de aguas transparentes. Levantabas las manos. Reías...

PUMBI.-   Tú me viste entonces, ¿no?

KÍO.-   Sí, sí, te vi. Papá, le vi; no miento; sonreía.

SÍU-SÍU.-   Hijo, quisiera decir a este charlatán que se marchara.  (Decidido.)  A ver, Pumbi, ¿por dónde ha entrado? La puerta está cerrada.

KÍO.-   Papá, es molesto eso. ¿Por qué lo preguntas?

SÍU-SÍU.-   Tengo derecho a saber quién traspasa los umbrales de mi puerta.

PUMBI.-   Pues, la verdad, señor, que ni yo sé por dónde he entrado. Yo creo... que... he venido con el aire de... Luna Grande.

SÍU-SÍU.-   Contésteme claro, Pumbi. Como una persona.

KÍO.-   Pero si no dice mentiras, Papá; si ha venido con el aire. ¿Acaso oíste sus pasos antes de tenerlo ante los ojos? ¿Se oyó correr el cerrojo? No. Además, sal a la calle, si quieres; no encontrarás sus huellas.

PUMBI.-   Tienes razón, Kío. ¿Para qué dejar huellas? Hoy estoy aquí; mañana Dios sabe dónde. Yo voy de un sitio a otro repartiendo momentos de felicidad.

KÍO.-   ¿Lo ves, papá?  (A PUMBI.)  ¿No estabas ayer en la ladera de los Montes Azules?

PUMBI.-   En la ladera de los Montes Azules.

KÍO.-   ¿Cazando?

PUMBI.-   Cazando.

KÍO.-   ¿No bajaron dos ciervos?

PUMBI.-   Dos ciervos.

KÍO.-   ¿Y un jabalí?

PUMBI.-   Un jabalí.

SÍU-SÍU.-    (Molestísimo.)  ¿Y un diablo?

KÍO.-   No, papá; un diablo, no.

SÍU-SÍU.-   Dios mío. Se han confabulado contra mí. Kío, si sigues fantaseando, vas a decir que no estás ahora en casa de tu padre, con tu padre enfadado y un charlatán que cuenta narraciones raras.

KÍO.-   Pues no, papá. No estoy en casa. ¿Ahora te enteras? ¡Estoy en... Luna Grande!

SÍU-SÍU.-    (Extrañadísimo, creyendo que le pasa algo.)  ¡Hijo!

 

(Comienza la música que va subiendo imitando lo que dicen.)

 

PUMBI.-   Es de día.

KÍO.-   Y cae el sol como un lingote de oro.

PUMBI.-   Baja el agua lentamente por el río.

KÍO.-   Marea a los juncos.

PUMBI.-   Las golondrinas rozan las ondas, beben y siguen volando.

KÍO.-   Viene una barca con pasajeros misteriosos.

SÍU-SÍU.-    (Preocupadísimo.)  Pero ¿qué pasa?

KÍO.-   Papá, mira. Bajan los viajeros. Les gusta Luna Grande.

PUMBI.-   ¡Son chinos!

KÍO.-   ¡Chinos, chinos! Son chinos, papá.

 

(Entran dulcemente, con los pies ligerísimos, ocho o diez pares de CHINITOS y CHINITAS que ejecutan un baile oriental. PUMBI y KÍO gozan viendo los movimientos de los danzarines, pero SÍU-SÍU está enfadadísimo. La letra puede cantarse con cualquier melodía popular conocida.)

 
CHINITOS
y CHINITAS
Los chinitos de la China
cuando no tienen qué hacer
van al río Luna Grande,
y los ves y no los ves.
Los chinitos de la China
cuando no tienen qué hacer
cogen un barco de vela
y se van a Somersé.
Los chinitos de la China
ay, leré, leré, leré,
han venido a Luna Grande
porque no tienen qué hacer.
Los chinitos de la China
tú los ves, y no los ves;
ríen, lloran, saltan, bailan,
porque no tienen qué hacer.

SÍU-SÍU.-    (Fuera de sí.)  ¿Quién metió tanto chino en mi casa? Mago, eche fuera a los chinos. Esto no es Luna Grande. Esto es mi casa.

 

(A un gesto de PUMBI, los CHINITOS salen.)

 

KÍO.-   Papá, ya se acerca. Ha entrado en este momento en el jardín.

SÍU-SÍU.-   ¿Quién?

PUMBI.-   Más de prisa, Hada, que te espera Kío.

KÍO.-   Papá, ¿aún tienes los ojos cerrados? Ya viene.

 

(Entra el HADA, bellísima, vestida de gasas, coronada de rosas.)

 

PUMBI.-   Baila, Hada. Para Kío, mi amigo. Hada, baila. Baila «Las nubes dulces».

 

(El HADA baila con dulzura inefable sonriendo a KÍO y a PUMBI.)

 

KÍO.-    (Aplaude.)  Y siempre así en Luna Grande. Pumbi, ¿verdad que no miento, que todas las tardes baila así el Hada en Luna Grande?

PUMBI.-   ¿Y tu corte, Hada Floralinda?

KÍO.-   Hada, trae la corte. ¿Cómo la olvidaste?

PUMBI.-   Hada, la corte, que lo pide Kío.

HADA.-   Que venga mi corte. Que Kío la quiere ver bailar.

 

(Entran las bailarinas de la corte, con vestidos ligeros. Música apropiada. Siempre, por supuesto, fantástica, dulce y romántica. Los versos pueden cantarse, salmodiarse o suprimirse, según convenga.)

 
HADAS
La rubia y la morena
fueron al río.
La rubia y la morena
bailaban para el niño.
El aire era de seda
y el agua era de plata.
Para el niño,
la rubia y la morena bailaban.
A bailar, a bailar, a bailar,
a bailar de las manos cogidas.
A bailar, a bailar, a bailar,
que la pradera está florida.

SÍU-SÍU.-   ¡Locos! ¡Locos! ¿Y yo qué hago? ¿Cómo tolero tanta fantasía? Mago, fuera con las hadas. Es bonito verlas. Pero, fuera con las hadas. No sirven para nada las hadas en el mundo. ¡Fuera, fuera!

KÍO.-   Hadas, hermosas hadas, papá dice que fuera. Él no conoce Luna Grande. La conocerá. Marchaos.

PUMBI.-   Sí, por favor, basta ya. Hadas, adiós.

 

(Salen las hadas interpretando pasos ligerísimos de danza. SÍU-SÍU gesticula sudoroso.)

 

SÍU-SÍU.-   Me habéis hecho pasar un rato de fiebre. No imaginaba que entre los dos fuerais tan poderosos.

KÍO.-   ¡Oh, Pumbi! Que suba el Rey del Agua.

PUMBI.-   Ya, ya, Kío.

KÍO.-   Papá, el Rey del Agua. Rey, Rey, ¿dónde está la Reina?

REY.-   La Reina está ataviándose. Va ya por el séptimo vestido. Primero fue el de oro, segundo fue el de seda, tercero fue el de lino, cuarto fue el de nube, quinto fue el de púrpura.

PUMBI.-   Sexto fue el de terciopelo.

TODOS.-   Y séptimo fue el de madreperlas y coral; y aquí está la Reina.  (Entra lujosísimamente ataviada.) 

SÍU-SÍU.-   ¿Qué hacéis aquí, Reyes del Agua?

REYES.-   Queremos ver a Kío.

KÍO.-   Papá, papá, escucha. Los brazos del Rey suenan dulcemente. Los brazos de la Reina repican como cascabeles.

PUMBI.-   La corona del Rey es de 108 diamantes.

KÍO.-   Y la corona de la Reina de 108 esmeraldas.  (Quedan quietos como estatuas.) 

SÍU-SÍU.-   Bien; me parece muy bien. Pero ¿qué hacen en mi casa estos Reyes? ¿Quién les mandó venir aquí? Yo soy un sencillo ciudadano que cumplo las leyes y nada más. La verdad es que no tengo nada con qué obsequiar a Sus Altezas. Me han sorprendido de improviso; sin tiempo para prepararles algo. Creo que voy a ruborizarme de un momento a otro, si no se van. Así que eso es lo mejor que pueden hacer. Con todos mis respetos.

KÍO.-   Pero si han venido por nosotros. Quieren ser nuestros huéspedes, papá.

SÍU-SÍU.-   Les pido que se marchen, Kío. Díselo tú, Pumbi; no quisiera ponerme nervioso en su presencia. Los Reyes entiendo yo que exigen moderación y compostura. Al fin y al cabo han sido muy corteses al escoger mi casa. Aunque la verdad, yo no sé de dónde han salido. Parece que estamos representando una farsa.

KÍO.-   Déjalo, papá. Es todo tan bonito.

PUMBI.-   No, Kío. Ya está bien. Reyes, seguid. Volved al agua. Kío y yo os veremos igual.  (Se van.) 

KÍO.-   Hasta mañana, Reyes.

REYES.-    (Al sonido de sus adornos.)  Adiós.

SÍU-SÍU.-    (Exasperado, respira hondo.)  ¿Falta alguien más?

PUMBI.-   Faltan los Negritos.

NEGRITOS.-

Los Negritos  (Entran en tromba, tocando un gongo o un tan-tán.)  no faltan nunca. Conocen Luna Grande demasiado bien. Y no se pierden. Los Negritos cantan diariamente en Luna Grande y tocan el tan-tán cuando anochece.

 (Tocan y bailan.) 

Negrito, negrito,
moreno y chiquito.
Tacaraquí, tacarallá.
Negrito, negrito,
moreno y chiquito.

HECHICERO.-

 (En el centro de los danzantes.) 

La serpiente aquí,
la serpiente allá.
Tacaraquí, tacarallá,
que nunca me picará.

 

(Se pasa la serpiente de los pies al cuello con contorsiones.)

 

KÍO.-   ¡Bravo, bravo!

PUMBI.-   ¡Bravo, bravo!

SÍU-SÍU.-   ¡Bra... vo! ¡Bravo!  (Trata de participar en la alegría y ritmo de la fiesta.) 

KÍO.-   Ríe, ríe, papá. Nadie está loco aquí. Olé, olé, negritos. A la rueda, negritos.  (Siguen danzando y cantando unos instantes, y luego salen precipitadamente.) 

SÍU-SÍU.-    (Melancólico.)  ¿Por qué se han ido los Negritos tan pronto?

KÍO.-   Deben irse, papá, porque viene la Noche.

 

(Oscuridad. Entra LA NOCHE con vestido largo de terciopelo negro cubierto de lentejuelas brillantes y con el rostro iluminado.)

 
PUMBI.-
Noche de luna
blanca y espesa.
Noche que tienes
la cabellera
negra, muy negra,
vente, sí, pronto,
que el niño espera.

LA NOCHE.-   Duérmete, Kío. Duerme y descansa. Pasó el día. Pasaron ya las fantasías de las tardes maravillosas.  (KÍO cae rendido, con los ojos soñadores, evocando.) 

PUMBI.-    (Le pasa la mano por la cara, con cariño, y sale sigilosamente.)  Duerme, duérmete, Kío. Yo voy a hacer felices a otros chiquillos.

LA NOCHE.-   Olvida todo. Olvida los peces hondos y los delfines peligrosos... ¿Estás viendo a Pumbi? Olvídale también. Ya cumplió su trabajo en Luna Grande.

SÍU-SÍU.-   Noche, Noche, ¿por qué estás tan triste? Noche...

LA NOCHE.-   Pumbi se fue de Luna Grande. Dijo que volvería. Volverá. Cierra los ojos.  (Música.)  En Luna Grande el río baja tan lentamente como siempre. Se están ahogando las estrellas. Pero no te inquietes. No morirá ninguna. Quedarán todas para ti. Para que juegues con ellas. ¿Quieres saber de los juncos? Los juncos se inclinan como los Lirios Rojos cuando el aire da en ellos. Ahora da el viento precisamente. Un viento suave, el que te llevaba el olor de los almendros. Duerme. Las Hadas se fueron río abajo. Las echó papá. Papá ahora está triste por ello. Nunca más lo hará. ¿Preguntas por el Faro? Sigue indicando el rumbo a los barcos... Se ha oído el tan-tán en la selva. Los Negritos duermen. Kío, adiós, duerme. Soy la Noche. ¿Pumbi? ¿Que adónde se ha ido Pumbi? Lo sabrás mañana. No se despidió. Tu amigo no se despide. Pumbi debe de estar bajo tu almohada. Duerme. Se oye el río cada vez más lento. Los ciervos y el jabalí están muertos a media montaña, y su sangre ha llegado a Luna Grande. En este instante se ha ahogado una estrella más. Tu papá, al final, ha comprendido tu mundo maravilloso. Mañana... Bueno, mañana... La tortuga ha alzado la cabeza por encima del mar. Le he dicho que dormías. Dijo que te esperaría. El pez-espada está tranquilísimo. No se fatigó con Pumbi. Repetirá la hazaña. Tú lo verás. Lo verás, mañana... mañana...



 
 
TELÓN
 
 




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