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41

774: El texto del Segundo cancionero, C y E tienen «llamarle»; B, D, G tienen «llamarla».

 

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821: La idea del amante que, dejando la presencia de la amada, deja su alma con ella y así nunca deja a la mujer es el tema del soneto «Partiéndose para la guerra, y poniéndole una dama delante los peligros de ella y de la mar» (uno de los sonetos no incluidos en la edición del Cancionero que hizo González Palencia):



   No las superbas ondas del océano,
no las desiertas playas peligrosas,
ni las tormentas bravas y espantosas
do esfuerzo y valentía es muy en vano,

   no el cauteloso ejército romano
no las francesas armas belicosas
ni las peleas sangrientas y dudosas
muy más que las del griego y el troyano,

   podrá temer, señora, el que ha pasado
por un tan gran peligrso como ha sido
un solo punto estar de ti apartado.

   Ora por mí el francés quede vencido
y el nuestro gran Felipe sublimado,
que más hice en partir do no he partido.


(Se suele interpretar los últimos versos del soneto como una referencia a la batalla de San Quintín.)

 

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905: Hasta Olimpo, de cuyas experiencias no sabemos nada, se refiere al cambio irrevocable de la fortuna.

 

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934: Este verso tiene doce sílabas: a lo mejor, se debe omitir la «se».

 

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953: Floriano, un pastor en la «Égloga tercera», también guardó un rebaño del padre de su pastora (véase el Cancionero, ed. González Palencia, p. 479).

Es notable que Alcida y Silvano sigan guardando el secreto de su amor, aunque Silvano tiene una buena relación con el padre de Alcida, Olimpo. Montemayor nunca explica por qué no se casan los amantes, aunque se puede presumir la existencia de una distancia social irremediable entre ellos (se refiere a Silvano como «criado», v. 917).

 

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958: El mundo pastoril de Montemayor presenta los detalles de la vida rústica a menudo. Véase la última estrofa de la «Égloga cuarta» en el Cancionero, ed. González Palencia, p. 497. También, de la «Epístola a Diego Ramírez Pagán» por Montemayor: «Que muera algún cordero, y lo paguemos a nuestros amos, ante la soldada, / que nunca por tan poco reñiremos» (ed. Francisco López Estrada, Estudios dedicados a D. Ramón Menéndez Pidal [Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1956], p. 400, vv. 124-26).

 

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959: El Segundo cancionero tiene «le pasaba»; B tiene «se pasaba».

 

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966: La inefabilidad de la experiencia amorosa, divina o humana, es uno de los temas predilectos de Montemayor: «No sé decirte más, ni amarte menos»; «aquello que en amor es más perfeto / se queda reservado a mi concepto»; «dice [Jesús] más con callar / que nadie dirá hablando» (del Cancionero, ed. González Palencia, pp. 72, 77 y 126).

La frustración causada por la incapacidad de expresar los sentimientos a través de la palabra escrita es un tropo metapoético-tradicional; por ejemplo, del «Canzone 73», de Petrarca: «I'nom poria già mai / imaginar, non che narrar, gli effetti / che nel mio cor gli occhi suavi fanno»; o, de su «Soneto 20»: «Più volte incominciai de scrivir versi, / ma la penna e la mano e l'intelletto / rimaser vinti nel primier' assalto» (Canzoniere, ed. Cudini, p. 110; p. 20).

Mary G. Randel quiere convencernos de que el tema poético de la inefabilidad expresado por Cervantes en La Galatea indica la incapacidad de la poesía de funcionar como recurso comunicativo. (Véase su artículo, «The Language of Limits and the Limits of Language: The Crisis of Poetry in La Galatea», Modern Language Notes, 97 [1982], 254-71.)

 

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1.027-28: B: «Tan malaues del pecho»; D: «tan mala ves del pecho»; E: «tan mala vez del pecho»; F: «tan mala uesdel pecho»; I: «tan mala voz del pecho». El Segundo cancionero tiene: «tan mala ves del pecho descubria, / con vna blanca mano que sacava». Al primer verbo le falta objeto y la frase carece de sentido con cualquiera de las variantes. Se podría escribir «malavez»: «apenas, pocas veces» (Dicc. Real Acad.), aunque tampoco sirve para clarificar la frase.

 

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1.176: Montemayor usa las contracciones para eliminar una sílaba en varias ocasiones: se usa «namorados» en la «Égloga tercera»; «cas» para «casa» en la «Égloga cuarta».