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Editorial.

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

La hagiografía es, para los estudiosos de la cultura tradicional, una de esas fuentes paralelas que, por abundancia y riqueza de contenido, merecen ser tenidas en lugar preeminente. Junto al Magisterio de la Iglesia, que siempre buscó en las vidas de los Santos la ejemplaridad, se alinean las creaciones o invenciones de la piedad popular y los ribetes legendarios -a veces con resabios de otras religiones anteriores- que configuran finalmente la imagen deseada del santo o santa, plasmada después en grabados o dibujos para su reconocimiento y veneración. No es extraño, pues, que desde los primeros siglos los hechos documentados o históricos vayan acompañados de leyendas o creencias ingenuas, cuando no de narraciones fabulosas que dan origen, en ocasiones, a personajes apócrifos pero ejemplares que calan profundamente en el pueblo, justamente porque corresponden, punto por punto, a figuraciones o arquetipos de la mentalidad popular. Todas esas aportaciones, procedentes de diversas vías (históricas, literarias, creativas), aun sin haber sido contrastadas o comprobadas, acompañan a la hagiografía como bienes parafernales y son de gran utilidad para el etnólogo o el folklorista. La lectura atenta y cuidadosa de los Padres de la Iglesia, así como de obras de Rosthvita de Gandersheim, Jacobo de Vorágine, Juan Bolando, Ludolfo Cartujano o Juan Croisset será, desde esa perspectiva, un ejercicio enriquecedor. Asimismo, el conocimiento del caudal calcográfico existente y el repaso a un ingente corpus de novenas y gozos procedentes de la tradición oral y escrita, nos permitirá situarnos con conocimiento de causa ante un hecho tan complejo y rico como poco estudiado.