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ArribaAbajoSegunda parte

Demonio-Ángel



ArribaAbajo- I -

El mejor castigo el tiempo




   De cuantas dichas traidoras
forjar a nuestra alma plugo,
el tiempo el mejor verdugo, 850
y el mejor dogal las horas.
    Vienen y vanse los años,
y con mentidas holganzas,
siempre en cambio de esperanzas
se compran los desengaños. 855
    Tal don Luis a cada instante,
en mengua de su reposo,
fiel recuerda siendo esposo
dichas que gozo de amante.
    Y del tiempo que va y viene, 860
ardiendo en la oculta pira,
llora en los brazos de Elvira
tristes recuerdos de Irene.
    Así de añejos amores
vivimos enamorados, 865
y así los gustos pasados
curan presentes dolores.
    Que en el insondable arcano
de los mundanales seres,
es de amores y placeres 870
el mayor el más lejano.
    Aunque sueña en su extravío
con el amor de una muerta,
de una hija la dicha cierta
de don Luis templa el hastío. 875
    Pues le da a un padre un destello
Dios de su luz soberana,
al darle una hija, como Ana,
de alma hermosa y rostro bello.
    Y el menor de los dolores 880
debe ser su última queja,
si al morir el hombre deja
quien vierta en su tumba flores.
    Que aunque un recuerdo en la vida
sea una dicha ilusoria, 885
tanto vale una memoria
entre quien todo lo olvida.
    Si a Irene en su desacuerdo
prodigó en vida desdenes,
es el mayor de sus bienes, 890
difunta ya, su recuerdo.
    Pues siempre nuestra esperanza,
en su error indefinible,
se prenda de lo imposible,
y lo imposible no alcanza. 895
—128→
    Viendo su imagen risueña,
pese a la imagen de Elvira,
con ella al velar delira,
y al dormir con ella sueña.
    Y si en vida su alma loca 900
la desdeñó cruelmente,
hoy la traen a su mente
cuanto oye, imagina y toca.
    Que los males o alegrías
que en el corazón se asientan, 905
los traen, cambian o ahuyentan,
yendo y viniendo los días.
    Y en vano al hado enemigo
llamar el hombre procura,
que es de la humana locura 910
el tiempo el mejor castigo.


ArribaAbajo- II -

Tiró el diablo de la manta


    -«Dadme ese papel inmundo,
vil portador de mi ultraje,
antes que en rencor profundo
os dé para el otro mundo 915
con este acero un mensaje.
    »Y aunque con portes humanos
las manos a la cabeza
veis que no alzo a los villanos,
sé ponerles con destreza 920
la cabeza entre las manos».-
    Y arrancándole al criado
furioso el pliego don Luis,
apeló aquel a la fuga
al ver su ademán hostil. 925
    Y éste, el papel estrujando,
entre jurar y gemir:
-«Faltó a la red una malla»,
dijo después para sí:
«bueno será que ya preso 930
el pez se escurra sutil,
y cauto a los pescadores
enrede en su mismo ardid».
    Y antes de cerrar la puerta
que da en secreto al jardín, 935
la fuga del mensajero
volvió a mirar de perfil,
quien aun corriendo seguía
por el opuesto confín,
que como el valor presta alas, 940
da el miedo pies para huir.


ArribaAbajo- III -

Amor con amor se paga


DON LUIS
    Trémulo don Luis el pliego
desdobla poco después,
sentado frente a una mesa
en la que alumbra un quinqué. 945
Al ver la letra, su sangre
se arremolinó en su sien,
de sus rencores anuncio,
de una catástrofe pie.
    Y golpeándose la frente: 950
-«Huyó con efecto el pez»,
dijo, y derramó una lágrima.
«Quiera Dios que pare en bien».-
    Y entre las manos las sienes,
los ojos sobre el papel, 955
rumiando frase por frase
así una tras de otra lee:
—129→
    -«Aunque teniéndoos presente,
don Pedro, os ame rendida,
dejad que os repita ausente 960
que es vuestra siempre mi vida.
    »Dejad que os esté el deseo
eternamente adorando,
en vos mismo, cuando os veo,
en vuestra imagen soñando. 965
    »Bien sé que amándoos sin tino
manchó el honor de un tercero,
pero él me enseñó el camino,
a otra engañando primero.
    »Irene a mi esposo amaba, 970
cuando yo a vos os quería:
y cuando yo a él le engañaba,
él a Irene amor mentía.
    »Doile pues el desengaño
que labró su torpe lengua; 975
como la engañó, le engaño:
matar a un traidor no es mengua.
    »Que os debo querer, no hay duda;
que antes de mi casamiento
de ello os hice juramento. 980
Ana, vuestra hija, os saluda».-
    «¡No era mía!..» -el triste padre
con infantil candidez,
transido prorrumpió entonces,
y luego otra vez, y cien. 985
-«¡No era mía!!» -murmuraba,
vertiendo por llanto hiel,
desordenado el cabello,
como la muerte la tez.
    ¡Ay del corazón del hombre 990
si el amoroso cincel
en su espesor lentamente
labrando una imagen fue:
pues ya el sacrílego amaño
de alguna torpe doblez, 995
ya el tierno vínculo roto
de una quebrantada fe,
borran hasta el postrer rasgo
de su idolatrado bien,
y cuando el traslado arrancan 1000
sale el corazón con él!
    -«¡No era mía!.. ¡No era mía!!...»-
gritaba en su afán cruel.
-«Pues mueran entrambas», -dijo;
y airado tornó a leer. 1005
-«Luis a Irene ha tiempo nombra
con amante desvarío:
si todo en el mundo es sombra,
lo mismo es su amor que el mío.
    »Y aunque uno a otro nos odiamos, 1010
en nuestros locos extremos
callamos, porque miramos
que andamos cuanto corremos.
    »Yo le miento placentera:
el mentiroso me halaga: 1015
si el es falso, yo embustera:
amor con amor se paga».-
    Cuando nuestra alma estremece
de la fortuna un vaivén,
de cuyo estrago los ojos 1020
el fin no aciertan a ver,
ata nuestra voz el pasmo,
y nuestra mente un cancel:
el corazón mal herido
deja sus alas caer; 1025
las lágrimas que a los ojos
aun no se asomaron bien,
vuelven por la misma senda
al pecho exequias a hacer;
lágrimas que idolatradas, 1030
si no la animan tal vez,
mueren con ella en el fondo
del alma que las dio el ser.
    ¡Pobre don Luis que, privado
de amor y honor a la vez, 1035
perdió con prendas tan caras
el sentimiento también,
y desmayados sus miembros,
entumecidos sus pies,
sólo en su extático rostro 1040
en mezcla mortal se ven
lo estúpido de la infancia,
lo débil de la vejez!
    ¡Y más triste todavía
cuando en reacción cruel 1045
—130→
aglomerada su sangre
vuelve en las venas a arder,
sus miembros se vigorizan,
torna a traspirar su tez,
y una y mil veces trabado1050
en violentos traspiés,
mide furioso la estancia
desde una a la otra pared,
hasta que un puñal asiendo
en ansia de no sé qué, 1055
clamó, cual si desalado
corriese tras no sé quién:
-«¡Amor con amor se paga;
tiene razón mi mujer!»-


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ArribaAbajo- IV -

El ángel de la guarda



I

DON LUIS
    Execraciones lanzando 1060
en los extremos de su ira,
llegó don Luis a la estancia
de su idolatrada hija;
y aunque hondamente entrañables,
tal vez desapercibidas, 1065
rodaron algunas lágrimas
por sus candentes mejillas,
al encaminar sus pasos
del aposento a una esquina,
en donde en confuso aspecto 1070
el lecho de Ana divisa.
Asiendo con ruda mano
las misteriosas cortinas,
ya iba aquel pecho tan virgen
a desgarrar, parricida, 1075
cuando las soltó, impelido
de una repugnante grima,
con el afán batallando
de esas sensaciones íntimas,
que emanándose espontáneas 1080
de su contextura misma,
sin prevenciones ni amagos
el corazón nos lastiman.
    ¡Horrible será sin duda
de un padre la suerte indigna, 1085
cuando por un caso de honra,
tal vez por una mentira,
dar ofendido la muerte
pretende a quien dio la vida,
y un ídolo edificando, 1090
para aventarle en cenizas,
mece una mano su cuna,
y la otra enciende su pira!
    Así el amor sofocando
del honor voces malditas, 1095
ilusiones en que débil
la humana flaqueza estriba,
tuvieron del asesino
la voluntad indecisa,
hasta que brotando en su alma 1100
preocupaciones impías,
que revelaban del mundo
sarcásticas invectivas,
corrido, desesperado,
por una irónica risa 1105
que se engendró en su conciencia,
clamó infeliz: -«¡Hija mía!!»-
y descolgando el acero
sobre las holandas finas,
tan crudos golpes reparte 1110
que el corazón petrifican.
    Y mientras don Luis la muerte
aquí y allí disemina,
sin conocer ofuscado
que el aire sólo acuchilla, 1115
Ana en el jardín contempla
la luz de la luna tibia,
ante la cual giran sombras,
partos de su fantasía;
—132→
y así encuentra delirando 1120
gustos en vez de desdichas,
que no son los que más yerran
los que en el mundo deliran.


II

 

ANA. EL ALMA EN PENA.

 
    ¡Bien haya la inocencia,
precioso don del justo, 1125
que sin broquel robusto
su frágil existencia
guarda la Providencia
con su poder augusto!
Deslízase la vida 1130
en tan sabroso estado,
en brazos adormida
del tiempo nunca airado;
como fugaz paloma
por un cielo de aroma 1135
cruza con pompa suma,
o cual botado esquife
sin miedo a un arrecife
orza en mares de espuma.
    ¡Feliz mil veces Ana 1140
que con tranquilo pecho
deja el amor del lecho
por respirar temprana
la brisa que serena
en noche tan amena 1145
murmura a su ventana!
Miden sus ojos bellos
del campo las alfombras,
y ven sombras y sombras
vagar a los destellos 1150
de la naciente luna
que baña la alameda,
y aun cree escuchar alguna
que la murmura queda:
-«Baja a los campos, niña, 1155
halle tu alma inocente
refugio en la campiña.
Guay que el volcán ardiente
los árboles desgaja
cabe tu hermosa frente! 1160
Deja el monte eminente:
baja a los campos, baja».-
    Y dócil a su acento,
con infantil contento,
de la tendida vega 1165
donde el volcán no llega,
movió su pie inconstante
por el floreal camino;
que nunca un pecho amante
de la virtud tocado, 1170
desoye, rebelado,
la voz de su destino.
    La augusta perspectiva,
que ve como soñando,
y el aura que oye esquiva 1175
tonos de amor formando,
y aquellas sombras vagas
que embozan la floresta,
a cuyo centro oscuro
parece que a un conjuro 1180
vienen como de fiesta
las protectoras magas,
confusamente un mundo
forjan de Ana en la mente,
hermoso sin segundo, 1185
donde confusamente
se oyen tiernas canciones
nunca escuchadas antes,
y vense perfecciones
de no vistos amantes; 1190
y se aspira la esencia
de unas flores sin nombre,
que esquivan la presencia
de la mansión del hombre;
y míranse las danzas 1195
de plantas fugitivas,
risueñas lontananzas,
citas de amor furtivas;
porque una noche clara,
de sombras nunca avara, 1200
tantos prodigios junta
en almas hechiceras,
si en ellas ya despunta
la edad de las quimeras.
    Rayando la mañana 1205
tocó a su fin la luna,
y al ver las sombras Ana
deslizarse una a una,
y que insensible huía
la más idolatrada 1210
creyó que de callada
pasando, la decía:
-«Ya viene la mañana;
vuélvete, niña, al lecho
do no amaga tu pecho 1215
la antes hambrienta fiera.
—133→
Llora a los tristes, Ana:
torna al redil, cordera».-
Y a la luz matutina,
del sol que empezó a alzarse, 1220
la imagen peregrina
vio de Irene alejarse,
cual iris inseguro
que ya sin fuerza alguna
un débil claro-oscuro 1225
esparce desteñido;
o cual rayo de luna,
que acaso con mancilla
más enturbia que brilla
a los del sol tendido. 1230
    Y al ver las limpias huellas
Ana, del claro día
que intenso destruía
sus ilusiones bellas,
la lumbre maldiciendo 1235
del sol que iba creciendo,
traspuso la distancia
de su vecina estancia,
hallando de esta suerte
el sueño más tranquilo 1240
allí donde ha tan poco
que con intento loco
sentó con mano fuerte
de su guadaña el filo
la inexorable muerte. 1245
    ¡Cuanto fueran distintos
los más funestos hados,
si siguiesen lanzados
los hombres con anhelo
los mágicos instintos 1250
que les inspira el cielo!




ArribaAbajo- V -

Lucha con el destino


 

DON LUIS. ELVIRA. EL ALMA EN PENA.

 
    Al ver el lecho vacío,
en amarga transición,
tiñó de don Luis el rostro
más que la rabia el rubor. 1255
Y de sí mismo afrentado
de la estancia de Ana huyó,
cual buscando de la sombra
asilo en el espesor:
y a solas con ciego encono 1260
golpeándose el corazón,
gimió de sí con desprecio,
y de vergüenza lloro;
que, más que pese a su orgullo,
y pese a su propio amor, 1265
se ven, al verse tan viles,
tales cual los hombres son.
    Lloró infeliz, pero al cabo
reconcentró su furor,
y al aposento de Elvira 1270
su rabia le encamino;
porque detener al hombre
tan sólo pudiera Dios,
cuando ya empezó el camino
de su eternal perdición. 1275
Y en vano en tan duro trance
de un espíritu el amor
pretende obstruirle el paso
en fantástica ilusión;
y en vano sus turbios ojos 1280
girando ante ellos nubló,
y desconcertó su mente,
y ahogó su respiración,
porque don Luis despeñado,
sin luz, sin alma y sin voz, 1285
hasta la estancia de Elvira
colérico se arrastró;
pues siempre con el destino
lucha el hombre con valor,
—134→
aunque siempre al ser postrado 1290
gime con vil abyección.
    Reposa Elvira en el lecho,
y al desacorde rumor
que hizo al abrirse la puerta
cuando en sus goznes rodó, 1295
ni tuvo de alzar los ojos
la más fugaz tentación,
porque también duerme el crimen
tras el desvelo traidor.
Y vanamente en el alma 1300
una celeste visión
como inspirados acentos
piadosa le murmuró
secretas voces de huida,
palabras de salvación, 1305
oscuras frases del cielo,
ecos de un ser velador,
pues ensimismada entonces
en su tenaz postración,
necia de escuchar se abstuvo 1310
seres que tanto ofendió.
¡Mas ay! que al fin desoyendo
instintos del corazón,
pronto vio enfrente a su esposo
que con aspecto feroz 1315
audaz sorteaba su seno,
y en ansias mortales: -¡Oh!!!-
pudo pronunciar apenas
su labio con muerto son,
porque de su blanco pecho, 1320
formando un profundo hervor,
se abocaron por la herida
la sangre a un tiempo y la voz.
    Petrificado el de Castro,
con satánico furor 1325
ni lágrimas ni suspiros
en holocausto rindió,
porque tan viles crueldades
en casos tan tristes, son
ínfulas que da el orgullo, 1330
alientos que da el honor:
y a la luz nocturna que entra
por el contiguo balcón,
sobre una mesa, tranquilo,
así a escribir se sentó: 1335
    -«Don Pedro, mi esposa ha muerto.
Yo soy noble: vos galante:
       y es quimera,
que la que, con trato incierto,
esposo tuvo y amante, 1340
       sola muera».
    «Sitio, -la playa: -hora, -ahora:
las armas, -una a los dos
       satisfaga:
si una daga a la traidora 1345
dio muerte, déosla a vos
       una daga».
    «Rogad a Dios... ¡Oh! vuestra ira
me alzará el padrón maldito
       que hoy arrastro. 1350
¿Visteis la sangre de Elvira?
Pues ved con qué tinta he escrito.
       -Luis de Castro».-
    Y tendiendo al levantarse
los ojos en derredor, 1355
en el adúltero rostro
por postrer vez los clavó;
y luego asestando a su alma
un dardo la compasión,
de sí mismo, y de su crimen, 1360
de allí huyendo se alejó;
y al ser que labró su infamia,
pero qua encendió su amor,
solemnizarle a sus ojos
en las tinieblas dejó; 1365
y doblando de la noche
con sus quejas el horror,
dijo así el triste, llorando,
o así decirlo pensó:
    -«¡Caed sin vergüenza, orgullo, 1370
llorad sin afrenta, honor,
que de llanto y de deshonras,
sepulcro las sombras son!!!»-


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ArribaAbajo- VI -

Honor y amor hacen locos




 

DON LUIS. DON PEDRO. EL ALMA EN PENA.

 
    Vaga en un páramo un hombre,
casi perdido en la sombra, 1375
y el paso, como el que espera,
para, lo alarga o lo acorta.
Y así, sereno o impaciente,
mira rodar horas y horas,
mientras convulsos sus labios 1380
murmuran, rezan o votan.
Su descompuesto semblante
bien a las claras denota
que al corazón del de Castro
mudos instintos acosan.1385
Y poco será por cierto,
aunque a su mirada torva
la imagen se le presente
de la ensangrentada esposa,
y que flébiles las brisas 1390
imiten sus quejas hondas,
a cuyo son entrañable
llore infeliz, como llora;
que es distinto cuando un hombre
juzga de un crimen a solas, 1395
que cuando ardiente al cerebro
la sangre en montón se agolpa.
    ¡Oh, mucho diera sin duda
por disipar el aroma
de aquellas manos sangrientas 1400
que desesperado frota!
¡Quién le volviera a los días
de más alegres auroras,
cuando escuchaba de Irene
mal entendidas lisonjas; 1405
o a cuando su mente tuvo
aun no formadas memorias,
o a cuando rayó su infancia,
o a otra edad más remota:
porque son tan verdaderas 1410
de nuestra vida las glorias,
que si nuestra alma una a una,
las va recordando todas,
truncando edades y edades,
de una en otra, y de otra en otra, 1415
nuestra mente hasta la nada
de do salimos nos torna!
    Entre las nieblas, de un hombre
adivinando las formas,
alborozado a su encuentro1420
don Luis el paso redobla.
    Y con apuesta actitud
le apostrofó con voz clara:
DON LUIS
Salud, don Pedro de Lara.
DON PEDRO
Don Luis de Castro, salud. 1425
    Y unas quejas de sus labios
se desprendieron tan hondas,
—136→
que ambos con mutuo desprecio
las tuvieron por congojas.
DON LUIS
    Mucho, don Pedro, tardasteis. 1430
DON PEDRO
Cual me habéis aconsejado,
con Dios me he reconciliado.
¿Y vos, os reconciliasteis?
DON LUIS
    Yo, por si no solventamos
algunas cuentas primero, 1435
morir condenado quiero.
DON PEDRO
Pues vamos, don Luis.
DON LUIS
Pues vamos.
    Y apercibiéndose al trance,
con una sonrisa irónica
clamó don Luis, extendiendo 1440
al aire una banda roja:
DON LUIS
    Con ésta, si no os asombra,
nos ataremos, don Pedro.
DON PEDRO
A nada, don Luis, me arredro.
DON LUIS
¡Es tan cobarde la sombra!... 1445
DON PEDRO
Si desasirnos podemos...
DON LUIS
¡Huir!... ¿tan cobarde fuerais?...
DON PEDRO
¡Huir!... ¿y creer pudierais?...
DON LUIS
Pues atemos.
DON PEDRO
Pues atemos.
    Y al alargarse las manos, 1450
en tales lides ociosas,
parece cuando las ciñen
que las muñecas se tronchan.
Y ya fuertemente asidos,
miradas se lanzan hoscas, 1455
presas las siniestras manos,
y alto el puñal en las otras.
    Tened, pese a vuestro encono,
las aun no manchadas hojas,
bastardos sostenedores 1460
de imaginaciones locas.
¿A qué dios rendís impíos,
como ofrenda ignominiosa,
la sangre encolerizada
que derramáis gota a gota? 1465
¡Ah, sin duda a las deidades
que el hombre en su engaño forja:
-al amor, -honor -y orgullo!-
¡brumas! ¡ilusiones!! ¡sombras!!!
Amaina, don Luis, la furia 1470
de tu pasión rencorosa,
que ese puñal homicida
por donde baja destroza.
¿A qué te anegas en sangre
por una palabra rota, 1475
cuando tantos juramentos
falsa quebranto tu boca?
¡Duelo común de los hombres,
que con flaqueza notoria
venguen las ajenas faltas 1480
santificando las propias!
Detén el puñal, don Pedro,
que quien de hidalgo blasona,
no es justo quite la vida
a quien ya privo de la honra. 1485
No vengues, no, de tu amante
la desastrada memoria,
que son del amor recuerdos
nieblas del aire traidoras.
Tente, don Luis, porque en tierra 1490
a dar vas ciego de cólera.
Atrás, don Pedro: ¿qué noble
debe a un traspiés la victoria?
¿Y adónde estás en tal cuita,
imagen de Irene hermosa, 1495
que en son de paz sus afanes
no departes mediadora?
Sin duda tu acento no oyen,
que hombres que a tanto se arrojan
no es mucho, no, que del cielo 1500
voces internas desoigan.
Cesad, que ya de los rostros
la sangre a torrentes brota.
Cía, don Pedro, que mueres.
El paso, don Luis, acorta. 1505
¡Ay, que mejor que el alfanje
—137→
casi el furor os ahoga!...
El pecho, don Pedro, esquiva:
corre... vuela... el paso dobla...
Alza, don Luis, el acero... 1510
ten... oye... ¡misericordia!...
¡Triste de vos, el de Lara,
si el cielo ya no os perdona!!
    A la maldición postrera
que exhaló don Pedro ronca, 1515
quedaron del asesino
ciegas las potencias todas,
y mientras la calma espera
con resignación estoica,
el mutilado cadáver 1520
asido al brazo le encorva.
En vano el acero busca
del campo sobre la alfombra,
para evadirse del peso
que cruelmente le agobia; 1525
pues al sepultarle airado
con la indignación más loca,
quedó del triste don Pedro
entre las entrañas cóncavas;
e inútilmente su diestra 1530
las ligaduras destroza,
por ver si un piadoso esfuerzo
de sí el cadáver arroja,
que la invisible potencia
de una deidad misteriosa 1535
parece que al mismo crimen
al criminal aprisiona.
    Entre el insondable caos
que todo su ser trastorna,
cree ver los gestos horribles 1540
de mil figuras diabólicas
que asen del muerto, doblando
el peso que le acongoja,
y huye, arrastrando el cadáver
que le demandan las sombras, 1545
sin escuchar sus aullidos,
carcajadas estentóreas,
que pavoroso el infierno
en señal de triunfo aborta.
Y es inútil si contrito 1550
la gracia de Dios no implora,
que huya, rompiendo los lazos
que al parecer le eslabonan,
pues mientras que el mundo cruce,
que gire, que pare o corra, 1555
siempre dejando el infierno,
verá que su senda cortan,
ya la sombra del amante,
ya la imagen de la esposa;
y aunque no tan crudamente 1560
como a él le acosan ahora,
a cuantos al mundo nacen
remordimientos acosan,
si no del brazo pendientes,
asidos a la memoria. 1565
    Oyendo solo, abismado
en confusión espantosa,
los gritos de la conciencia
que calladamente asordan,
corre el de Castro, ya viendo 1570
simas que a sus pies ahondan,
ya fieras que le persiguen,
ya montes que se desploman;
y trasluciendo entre nubes
de Irene la blanca sombra, 1575
único faro que alumbra
al infeliz que se ahoga,
por su presencia alentado
corre gritando: -«¡perdona!»-
y ella: -«¡sígueme!» -responde, 1580
cual eco de su voz propia,
y siempre asido al cadáver
que entre las peñas destroza,
de la desterrada amante
sigue la luz misteriosa, 1585
luz que para el pobre Castro
es de la esperanza copia,
pues la luz de la esperanza
es tan intensa y tan pródiga,
que cayendo sobre el mundo 1590
desde el crisol de la gloria,
por más que su paso obstruyan
las nieblas caliginosas,
se debe ver del infierno
aun desde las grutas lóbregas. 1595
    ¡Oh! viendo su atroz martirio,
no hay Dios, si Dios no perdona
al que sus culpas expía
con amarguras tan hondas!
    ¿Ni cuál purgatorio, el cielo 1600
en el horror de su cólera,
pudiera imponer más duro
al que sus leyes trastorna,
que atar del verdugo al cuello
la víctima a quien inmola, 1605
y hacerle ver en su angustia
las ensangrentadas sombras
que desatado el infierno
—138→
para horrorizarle arroja,
nieblas que su vista ofuscan, 1610
simas que a sus pies se ahondan,
ya fieras que le persiguen,
ya montes que se desploman?
    ¡No, viendo su atroz martirio,
no hay Dios, si Dios no perdona 1615
al que sus culpas expía
con amarguras tan hondas!
    Y con el ansia del triste
que una esperanza remota
ve tras la impía falange 1620
de muertes mil que le acosan,
corre, oyendo débilmente
aquel: -«¡sígueme!» -que sorda
la voz de Irene murmura
cual eco de su voz propia, 1625
hasta que por fin, rendido
al crudo afán que le agobia,
ya resbalando en aquella,
ya tropezando en estotra,
cayó exánime el de Castro 1630
sobre las heladas rocas.


  —139→  

Arriba- VII -

Dios es piadoso


 

DON LUIS. EL ALMA EN PENA.

 
    Sobre unos rudos escombros
don Luis sus tormentos sufre,
en tanto que gota a gota
sangre sus heridas fluyen. 1635
Y solo, y sin esperanza
que sus dolores endulce,
sin fruto invoca las sombras
de sus recuerdos ilustres;
que hasta en su angustia postrera 1640
dejando su ruego inútil,
le abandonaron de Irene
las tiernas solicitudes;
pues tal vez como las dichas,
también los amores huyen, 1645
y en llegando a un coto cierto
también como ellas sucumben.
    Y es fuerza cuando su eclipse
el último amor anuncie
que de la vida del hombre 1650
la postrer hora se apure,
porque deshechos los lazos
que a la existencia nos unen,
anhela nuestra alma alientos
de atmósferas más salubres. 1655
    Vanamente sus memorias
don Luis al morir reúne
porque a su eterna partida
con el perdón le saluden,
pues solemnizan tan sólo 1660
sus últimas inquietudes
cadáveres que le espantan,
demonios que le circuyen,
sangre cuyo hedor le ahoga,
la noche que horror infunde. 1665
    Y antes que débil el alma
rindiese en su pesadumbre,
exaltado en el delirio
en que su dolor le sume,
volvió exánime los ojos 1670
a las inmortales cumbres,
y vio ante el Señor postrada
de Irene la imagen dulce,
que ya olvidando a su muerte
sus negras ingratitudes, 1675
de su perdón en demanda
de Dios a los pies acude...
    ¡Bien haya amén la sombra desterrada
      que con tan noble empeño
a expiar sus ensueños condenada 1680
la causa adora de su amante ensueño!
    Bien hayas tú, la que el amor intenso
       de los buenos granjeas;
cuantos queméis a la virtud incienso
conmigo prorrumpid: -«¡Bendita seas!»- 1685
    ¡Ah! tal vez vengan nuestros pies siguiendo
       en lúgubre bandada,
cuantos fueron la huesa trasponiendo
al golpe atroz de nuestra injusta espada.
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    Roncos tal vez los seres de otro mundo 1690
       junto a nosotros gimen,
y como Irene con amor profundo
nuestros delitos con su prez redimen.
    Sí, desbandados por el fácil viento,
       ya acaso sin enojos 1695
gimen al son de nuestro mismo aliento,
ven con la luz de nuestros mismos ojos.
    Y si el rencor tras de la huesa fría
       con tanto amor se paga,
¡cuándo la luz de la existencia mía 1700
el yerto soplo de la muerte apaga!
       Sonriéndose el Eterno
    con celestial mansedumbre,
    en santas aclamaciones
    acorde el cielo prorrumpe; 1705
    y de su gracia impulsado,
    sobre arrebolada nube
    delante de Irene un ángel
    a dar el perdón acude
    al alma, que atribulada 1710
    con tétrica incertidumbre,
    ya de la cárcel terrena
    rompe los lazos comunes.
       Y poco después se vieron
    sobre los aires azules 1715
    de Irene y don Luis las sombras
    rodeadas de eternas luces,
    y mostrándolas alegre
    la patria de los querubes,
    gloriosamente en sus manos 1720
    a entrambas el ángel sube.