a mis hijos: Bárbara,
Ricardo, Rodrigo y Verónica, por su apoyo, por su amor y su
desvelo.
—[6]→
—7→
Al borde de la poesía de María del
Carmen Paiva
La poesía es una de las escasas categorías verbales
que se explican por sí mismas, de manera que en rigor un poemario no
habrá de requerir prolegómenos ni glosario. Según creo,
fue Paul Éluard quien reflexionó que el poema es un puente entre
dos misterios: el del autor y el del lector; sería peligrosamente
inútil, entonces, entregar andadores a este último para que
recruce aquel arco de símbolos tendido entre sus riberas personales y
las del poeta. Ello sin embargo, es oportuno ocasionalmente presentar
comentarios laterales acerca de un libro de versos, en particular cuando
éste empieza y a un tiempo rubrica una larga devoción. Tal la
circunstancia de María del Carmen Paiva.
Es de sobra conocido que en literatura no existen inclinaciones
tardías; ahora bien, dentro de la sociedad latinoamericana en general, y
por supuesto en la nuestra, podría registrarse un número
significativo de vocaciones postergadas, sobre todo femeninas, como ya lo
indicó perspicazmente una escritora compatriota, también
víctima previa de la frustración aludida. Para muchas mujeres de
la región, en suma, no es sólo una metáfora el polvoriento
silencio del arpa becqueriana, ni tan enigmático el sentido del poema de
Mallarmé «Quand l’ombre menaça de la fàtale
loi».
—8→
La creación literaria es comunicación o no es nada.
Así,
El ángel escarlata... desgarra una
antigua mudez indeseada aunque fervorosa, y se incorpora a la lírica del
Paraguay con llanto de recién nacido: vivo material de primeriza en
efecto, con las contracciones, con el pujo, con los derramamientos, e incluso
con la enérgica salud de algunas pariciones iniciales.
Victorias doloridas de una límpida catarsis, los poemas de
El ángel escarlata no remontan su vuelo
incendiado desde un soberbio empíreo posible, sino partiendo de las
propias cumbres o abismos entrañables de la autora; a mi entender, los
textos de María del Carmen trajinan anchos entornos de clarividencia y
fuegos fatuos, de mudanzas y congoja, de poblamiento y soledad, con un
trasfondo cárdeno de exaltación individual
(«¿Quién que es, no es romántico?») y un
subsuelo impregnado del reflujo onírico, a veces acumulado y brusco,
otras parco y coloquial.
Y termino acá este breve embarcadero de palabras, cuya
única función debiera ser la de que el avisado lector se embarque
con pie enjuto a navegar por la poesía de María del Carmen
Paiva.
Carlos Villagra Marsal
Última altura, marzo de 1995
—9→
El ángel escarlata y otros poemas
—[10]→
—11→
Retenida
a Mercedes Sosa Ugarte de
Jiménez Gaona
Apenas sostengo esta soledad.
Más que soledad es una ausencia
inmolada frente a los trigales
que alguna vez doraron mi reposo.
Allá arriba brillan las esferas
5
sobre mis estatuas ensimismadas.
Debajo del agua
se mecen los lienzos que debieron ataviarlas.
Este dolor que no desea partir
rehúsa rasgar sus vestiduras.
10
Huelo a menta y a monte refrescante,
ráfagas que vienen desde lejos.
Que no se lleve el viento mi sortija.
Tomo la espada para defenderla
mientras mis ojos
15
van dejando sus huellas húmedas en el espacio.
Ya casi no retengo esta carencia,
simulando como un viejo violoncelo
una canción antigua y rayada de cuna.
—12→
Fraguan acostumbrarme a un sentir de catacumba,
20
pero este fulgor que me arde dentro
parte como un cometa
con su escondido tesoro
a la legión de las estrellas,
y allá corre puro
25
y permanece.
—13→
Cerca del tajamar
a Maybell Lebron de
Netto
Descendimos por la cuesta, hasta la orilla del tajamar,
la tarde, yo y el otoño,
deslumbrados con el arcoiris del crepúsculo.
Los caballos semidorados
se bañaban en el agua parda, casi triste,
5
era la hora de las lágrimas
allá en el monte.
Con las crines danzando al viento,
salpicadas de hojarasca y olvido.
—14→
Preferencias
a la memoria de mi padre
Mis repasos predilectos:
la abundancia de las hojas desparramadas
al final del otoño,
las cintas tratando de sujetarme los cabellos,
que se fugaban con el viento
5
ocasionando desórdenes.
Las flores violáceas
que se marchitaban en el fondo del jardín
dando paso a un invierno acurrucado
atrás de las ventanas;
10
los ojos cerrados
para escuchar cuentos tibios
cuando se aproximaba la penumbra.
—15→
La libertad que advertía
al mirar la quietud de la noche,
15
extensa sobre los techos de la casa;
la fatiga de los sueños inquietos
con el agua que emanaba de esos miedos.
Las frutas descascaradas,
jugos en mis manos,
20
y el adiós que no existía.
—16→
Sobrevuelo
Que se me incendien las alas.
No quiero volar sobre este anochecer doliente.
Que desaparezcan todos los que dicen amarme;
lejos de mí,
donde mi asedio no pueda comprometerlos.
5
La vida me está dando muerte.
Déjenme sola y dura,
en un espacio de leve asteroide.
—17→
Fotografía de los bisabuelos
a la memoria de Silvia Heisecke
de Paiva
Las hallé en la tibieza de un
mueble
con el pudor que tienen las cosas largamente guardadas;
dos imágenes pequeñas
tramadas para un medallón.
Rostros deshabitados
5
en su callado encierro,
testigos de alientos dormidos para nunca más.
Ella con una especie de encanto,
él indescifrable.
Huelen a canela o a cualquier flor
10
de esas que se guardan en los cajones.
Inclusive detenidos como están
me contagiaron su segura conmoción descolorida.
—18→
Ante el último esplendor
Raya el amor en este atardecer de sombras,
se cobija bajo el velo de tus ojos
como una mariposa a punto de extinguirse.
Un relámpago aparece
en el horizonte de la memoria.
5
Regresas y te vas,
y yo aquí
en este espacio,
solitaria
como un ángel guardián
10
de lo que fue.
—19→
Habitantes
Tantas cosas
se desvanecieron con el tiempo,
como por ejemplo la ondulada cabellera
de mi hermana, la muerta,
su imaginada sonrisa inoportuna
5
persiguiéndome en las rajaduras del mediodía;
los sustos nocturnos
que me hacían doblar el cuerpo
en una quietud desmedida,
hasta que llegaba el canto del gallo.
10
El desconcierto de mi soledad
y aquella tradición de lloros
bajo la almohada,
cubriendo la vergüenza del miedo
y del desconsuelo.
15
Pasaron los días:
ya no están, es cierto,
pero residen en mis ojos,
les pertenecen a mis actos.
—20→
Magia a orillas del Negla
a la memoria del Dr. Ramón
Jiménez Gaona
Fantasmas naranjados
surgen de los leños que yacen en la tierra del Negla,
se precipitan en la oscuridad cargada de insectos y vahos,
luego se deshacen en el abismo refulgente de las estrellas.
Se atisban perfiles mágicos
5
en el monte que se cubre de un dorado manto de jaguar
mientras se escucha el salvaje sortilegio de su paso.
Bastan estos follajes secretos
y el fuego que se levanta como una guirnalda grana.
—21→
Homenaje
a mi madre
¿Por qué no un dorado cielo
en la vasta tristeza de tus ojos
cercados de años y descuidos?
¿Por qué no el fruto de una estrella
en el pálido abandono de tu rostro?
¿Por qué no pudieron ser tus pupilas
arcoiris en la vigilia,
y tus arrugas una rosa delirante
en memoria de tus penas?
—22→
Ser
a Emilio Pérez Chaves
La cuestión es
ser una misma en este escenario de disimulos.
Conceder la palabra justa cuando no se la recibe.
Compartir con las máscaras
la realidad de los astros vírgenes.
5
Qué hacer cuando no les seduce el fuego
que habita los precipicios íntimos,
cuando queda suspensa esta marea.
Ser una misma es un llanto.
La propuesta, apenas ofrecida,
10
se desmorona.
Pero dejo la puerta entreabierta.
—23→
Un silencio en el atardecer
Lo vi en el barranco,
cerca del río,
como una garza mora
trémula y sellada.
El viento y el olvido le ondeaban.
5
Cubrió los ojos oscuros
con la sombra pálida
de sus párpados.
Parecía querer volar,
medio celeste,
10
todo triste
en aquel ocaso frío.
Qué noche tan nostálgica,
qué alma tan callada,
el agua remolinando
15
con las estrellas
la hojarasca de su estío.
Revoloteaban sus cabellos
como deseando atrapar
quién sabe qué feliz recuerdo
20
que procuraba huir.
No quise acercarme,
—24→
pero lo entibié en mis pupilas
durante largo tiempo.
Luego
25
nos separamos.
Yo regresé a mi casa,
él se quedó en el río.
—25→
Abuela desvelada
Transitaba apacible con el viento,
le rondaba una gualda mariposa,
y en las encrucijadas, una rosa
le concedía su callado aliento.
Con un andar nostálgico y sediento
5
iba flotando su figura añosa,
casi colmada de nostalgia hermosa,
sumida en un remoto pensamiento.
Atardecían lámparas moradas
en el azul remanso de sus ojos,
10
fingiendo estrellas tímidas, selladas.
Huía rumbo al alba, como un hada,
libre ya de fatigas y despojos,
impasible y ausente y desvelada.
—26→
Mis planetas
a Luisa Moreno de Gabaglio
Me excedo esta madrugada.
Tallada en el lecho blanco,
me transporto a un planeta sin muerte.
Mis pies tienen fiebre.
Lamo la punta de mis dedos
5
y se me llena la boca de fuego.
Camino sin detenerme,
atravesando la conjetura de las lunas.
Este planeta mío emana lunas incontables,
respira con la frecuencia del ángel,
10
entrelaza amores perdidos.
Regreso sin opción.
Me deshago del bramante que me cubre.
Miro de frente,
soy un soldado:
15
no me queda más remedio que el coraje.
—27→
Afuera no hay quietud;
por todas partes,
mientras voy andando
(ya no me arden los pies, aunque me ardan,
20
ya no me enjuago las manos)
veo cómo se estremecen las flores,
cómo surgen los pájaros.
—28→
Padre
Si pudiera devolverte
de aquel instante juntándote
de nuevo con la vida.
Los jazmines de ayer
se desvanecieron en la solapa de tu saco
5
y se llevaron el olor de tu piel.
Quedose una especie de perfil
transparente
y tus besos congelados
en la memoria de mi sangre.
10
Poco a poco se van ausentando.
—29→
Alamo Carolina
a Manuel Argüello
Yo lo miraba
a través de los cristales.
Era invierno
y le cubría una vigilia azulada.
En la sombra de marfil
5
que le arrojara el sereno
fulgían soplos fríos
dibujando piruetas de plata.
Era un ángel
en aquella soledad
10
bajo el cielo acerado
que le mecía.
Más allá pasaba el río
con su carga de fantasmas diáfanos.
En el fondo de los montes
15
una lámpara roja
rasgaba el día.
—30→
Semblantes
a María Luisa Artecona de
Thompson
Esos rostros
que me acompañaron desde niña,
esquivos detrás de los lirios esmerados
de los lunes de tarde;
impresos en la memoria
5
de tanto oírlos llamar por sus nombres.
Facciones de seda,
apenas tocables,
casi nada.
Muertos, eran muertos,
10
pero allí estaban en el vivir de todos los días.
Y son cada vez más numerosos.
—31→
Rostros de última altura
Para Ana María y Carlos
Villagra Marsal
Transitan sobre las cumbres
fosforescencias de plata
y entre los oscuros montes
giran luciérnagas blancas;
enfrente del jazminero,
5
junto a las frutas de grana
reposan dos cruces negras
como tímidas plegarias.
Bajo su oscura vigilia
es noche azul y cerrada;
10
el niño azoté nos cuida
desde su espumosa vara.
El morador de la altura
deja, con honda mirada,
sobre la incierta llanura
15
los hechizos de su alma.
Como insignias de la noche,
dentro, vigilan la casa
tres puñales del desierto,
jarros y arcones y máscaras.
20
—32→
Y la mansión del poeta
que apenas duerme, hacia el alba,
da paso a un manto sagrado,
que a veces se asoma y pasa,
niebla matinal que cruza
25
el sortilegio del agua,
hacia las cimas del norte
donde los sueños se apagan.
—33→
Desprendimiento
Estás alejándote del celaje
en el que andabas envuelta,
dejando atrás la sal que te cubría los labios
y ese cristal ciego
que te anticipaba soledades de huérfana.
5
Has dejado de lamentarte.
Tus contratiempos se convirtieron en musgo viejo.
Ya no más los signos de la multiplicación del
llanto.
Las lágrimas secas ruedan por tus mejillas
redimidas,
imagen aquella
10
a quien
alguna vez
se le enmarañó la tristeza,
perdiéndola luego en un océano
de piedra.
15
—34→
Adentro
No miren mi dolor
de esa manera.
Retírense.
Estoy desnuda,
endurecida,
5
piedra ficticia
en su pedestal atribulado.
Adentro es lo que importa,
no esta apariencia despojada.
Dentro florecen
10
las hortensias tristes del otoño
y se vuelven frágiles las lágrimas.
Las palabras se fragmentan antes de nacer.
Aléjense
o me acompañan con la gravedad
15
que merezco.
—35→
Encallada
Es penoso olvidar
o, peor aún, deber aceptar.
Es todavía una vigilia temblorosa
que va echando raíces
enredada en los satélites que fueron,
5
en los espacios vacíos que hoy resurgen.
No sé si alguna vez este tallo
habrá de endurecerse
o se transformará en rescoldo.
De todos modos sucede,
10
y en este sitio turbado, allá en el fondo,
comienza a nacer algo parecido a la costumbre.
—36→
Dices
Me pueblan tus palabras;
se posan en este ámbito ligero;
me conmueve su perfume de hierbas,
la tersura que tienen cuando cuentas historias inventadas
y los requiebros sugeridos que antepones
5
a esos desiertos prolongados de tus labios.
Se escapa la tarde mientras te escucho.
—37→
Quebrantos
El llanto,
esa palabra aterciopelada
que se esconde detrás de los destellos,
tiene brazos de musgo,
aroma de una rara flor dulce,
5
parecida a esas que veía cuando niña
en el camposanto.
Desde lejos su voz suena a violín herido
y cuando se acerca, ensordece su balada repetitiva.
Vete
10
donde nadie pueda escucharte
cuando me tocas.
Sumérgete en la arcilla
para que ni siquiera te presientan.
—38→
Canción
a Lilian y Víctor
Casartelli
La noche va rodando
entre los cerros,
mientras la luna tiñe
de platino sus senos.
Como diáfanas aves
5
van los luceros,
y sobre campos de oro
siembran sus besos.
En los oscuros montes
hay aleteos
10
y singulares danzas,
entre callados sueños.
Las sombras se acomodan
a mi desvelo.
Qué noche tan callada
15
de blancos centelleos.
—39→
El rocío desagua
sus lloriqueos,
y por tus ojos claros,
asoma tu silencio.
20
Y si dormir pudiera
sobre tu pecho,
me volviera otra estrella
de celeste sosiego.
—40→
Sin fin
a la memoria del Dr. Félix
Paiva
El tiempo sucede
en los perfiles de las cosas,
en la imagen transfigurada de los ojos,
en la certeza o el contratiempo de los actos.
Pasa,
5
oportuno,
verídico,
compasivo.
Tiempo que cruza el espacio,
entretejiéndonos.
10
—41→
Recogimiento de la torcaza
La veo elevarse
como novia alada,
cruzando la tarde,
de gris ataviada.
Su grito se pierde
5
en frondas lejanas
y un puñal de cielo
perfora sus alas,
suspiro final
del sol que desmaya.
10
La hora enmudece
en arca de paja,
se acuesta la noche
tras sus plumas blandas.
—42→
Despedida
Anoche intenté resucitar
aquello que me fue grato:
mi ritual de lágrimas y risas
bajo las sombras de los árboles emplumados.
El abrazo de los cónyuges,
5
el murmullo de las cigarras
que hacían más lánguidas las horas
últimas,
y aquel acero cortante en el vacío que flotaba
triste,
alterando los follajes y los pájaros que dormían
en la fusión de sus huecos.
Las estrellas de antes
10
sobre los mismos árboles,
y el tejado tibio envolviendo las imágenes
soñadas
en las entretelas de la noche.
—43→
Me había puesto un vestido blanco ajustado
para que el adiós no se me enredase en las faldas,
15
pero ya estaba pronunciada la palabra
en una noche como ésta
perdida,
involuntaria,
llorada en el recuerdo.
20
—44→
Florecimiento
Si naciera de nuevo
me arrojaría sin miedo
de aquel vientre.
Si el desorden del mundo
volviera a maltratarme,
5
dejaría que mis hojas lastimadas
se convirtieran en lágrimas de cobre
y las arrojaría al viento
o las convertiría en ceniza,
lejos del hueco de la tristeza.
10
Con las ramas desnudas,
desde la soledad de mis huesos,
invocaría a las esferas,
a sus talismanes celestes
sobre mi fiel estructura;
15
terrones de sol sobre mis ojos,
y alas, alas para volar
sobre el desierto que ya no me pertenece.
—45→
Este espacio
a Eli Puschkarevich de Green
Rasgan el cielo olas de diamantes
rubricando una mácula de asombro
en la noche cargada de lluvias,
profunda a lo lejos.
Intento ser alguien:
5
recta como una línea,
densa como un zafiro.
Voy y vuelvo en este abismo de figuras
que aparecen y desaparecen
mientras algo se conmueve adentro:
10
una libélula significante,
presta a la calma de las cosas
y al amor de los seres.
—46→
Hoy me recojo
en esta bóveda de piedras
15
que fulguran libres, transparentes,
y descubro que fui esbozada
con el pulso inquieto
cuando se le estremecía el alma
al que me hizo
20
en un instante de misterio.
—47→
Soplos tristes
a Rubén Bareiro
Saguier
Por qué tantas soledades
y la tristeza, que suena
en el paso de ese verso
que se escapa de tus venas.
El silencio de tu llanto
5
cubre una profunda queja,
y se asoma la palabra
como clamor de tus selvas.
Por qué tantas soledades
y otra tristeza que siembras,
10
con ese soplo doliente
en tus lejanas praderas.
Si ella no está, qué te importa;
hay otras almas sedientas.
—48→
Equivalencia
a Reneé Ferrer
Soy una silenciosa sentencia
conjurada por la promesa
de un amor imperfecto.
La huella de un entrevero
de noches deseadas,
5
encarnada señal
de una conspiración de ardor y de lamentos.
También la vigilia entretejida y satisfecha
de tanto reclamo soñado.
Soy el arrebato original
10
que sin querer me brota,
y la que quiero ser
y me complace:
fiel a mi legítima medida.
Ni más ni menos.
15
—49→
Brevedad
a Elvio Romero
Hoy, sólo un instante,
el tiempo se detuvo entre mis manos;
una memoria se me posó,
mariposa livianísima y transparente,
y resbaló con el filo del sol
5
permitiendo
que una lluvia de cristales
me cortara los dedos.
—50→
Hace veinte años, en el huerto
Toda la tarde estuve sentada en una piedra de la
huerta, impregnada de las humaredas del
ocaso.
A mi alrededor moraban rosas verdes en
ordenada
frescura, y resbalaban los tomates como
círculos
de grana desde su ramaje azul.
Con la brisa llegaban súplicas y alborotos
desconocidos,
que parecían temblar en el bosque
cercano.
Mis ojos aceptaban el leve resplandor de los
astros
de un cielo todavía claro.
Mi vientre abultado y en reposo recibía, feliz,
una
inexplicable desazón.
5
—51→
Desprendimiento
a mis tías Ina y Delia
Bernardes
Cómo explicar esta tristeza
que no es tristeza,
cuyo diapasón nace y muere
en las tenaces sedas de mi alma.
Un abismo de estrellas azules
5
y una luna en mis ojos, de acero,
lloran hasta el alba.
Este silencio
es un ave inquieta
que duerme como flor morada
10
en el hueco solitario de mis lágrimas.
En el remoto espacio
de la media tarde,
el preludio invernal
flamea como gaita de presagio.
15
Cómo contar
que voy despojándome,
que soy un ave amarilla
abandonada contra el viento,
descendiendo a los valles cerrados
20
que guardan ciertos holocaustos.
—52→
Un dibujo en el ocaso
«Un pájaro raspa el cielo
equívoco
de la atardecida»
Carlos Villagra Marsal
Al diluir
su lánguido vuelo,
se alejó en el resplandor de la tarde,
5
dejando que el alborotado otoño
se confundiese
con el esbozo oscilante
de sus alas.
Lejos del refugio,
10
de la cálida redondez de su nido,
ondeó medio azul
en las alturas.
Remontó
la hora de la entrega,
15
como una flor
al viento
en el último instante del abrazo.
—53→
Sueño en el atardecer
a la memoria de Isolina
Díaz de Vivar de Puschkarevich
Grandes dragones blancos
se deslizan detrás de los árboles.
La penumbra va envolviendo
las camelias y los perros
en el fondo del patio.
5
Navego en el espacio,
sobre el follaje,
penetrando en la bruma de los montes
bebo el sol de los panales.
Como un ave de presagios
10
voy huérfana de carne,
flanqueada a mi diestra,
por los astros nacientes y lejanos;
al oeste,
por la quieta llamarada del ocaso.
15
Debajo, los sembrados.
A lo lejos,
el último temblor
de una tórtola adormecida.
Y la ciudad,
20
sombra de piedra.
De vuelta,
donde me aguardan
las camelias, los perros,
y el abrazo triste de la tarde.
25
—54→
Sacramento
Partieron con el pudor alegre
que saben disimular los novios.
Ella, un conmovido temblor en los labios
y en el talle una cadencia fiel.
Él, diligente,
5
a punto de asperjar sobre el huerto
de premiosos silencios
el impulso de la noche ofrecida.
—55→
Llanquihue
Está como dormido
bajo una ceniza de plata.
Oscila suavemente hacia la orilla
y su voz de violín, desenterrada,
me envuelve en la sombra volcánica.
5
Me sorprende
el sol naciente en el Osorno,
allá en su hueco escarlata,
y va llevándome
el vuelo brumoso y frío
10
de las gaviotas blancas.
En este espejo resbaladizo
de lapislázulis visibles y planetas,
anoche se me durmió el alma.
Comienzan a elevarse
15
humaredas como fantasmas.
Lejos, se levantan las montañas
de sus fosas nocturnas;
—56→
alguien, desde las áureas faldas,
grita su nombre
20
hacia las cumbres,
como ave extraviada.
La media luna se deshizo,
el cielo quedó sellado en la tierra.
Se apartó la niebla de mis sueños
25
y amaneció conmigo esta especie de nostalgia.
Puerto Varas, junio 1994
—57→
Por un momento
a Beatriz Mernes de
Prieto
Quisiera volar como la lluvia,
convertirme en una finísima flecha transparente
disuelta en una tarde de nubes,
cortando el aire que la abraza hasta caer sobre los
montes.
Ser una gota de agua suspendida en la rama más
alta
de un árbol,
y perdida después en la hierba.
5
Transformarme en un instante en agua pequeña
deshaciéndose en el cálido
huerto de la vida.
Quisiera ser una mariposa con un beso de sol
sobre
las alas
adormecida con el lejano canto de las estrellas bajo
la luna de la aurora.
Quisiera desprender mis raíces y extraviarme en
el
cielo como una golondrina
soñadora.
Dejarme caer blandamente como la nieve
10
y allí volver a ser yo misma.
—58→
Vigilia
a la memoria de Beatriz
Jiménez Gaona de Gorostiaga
Ya no puedo reparar
los resabios que surgieron
de mi tarde y mi tristeza,
ni puedo alentar
aquel fuego
5
que debió alumbrar
la penumbra del sueño.
Pero es posible velar
en las noches de viento
sobre mi leño apagado,
10
mientras nacen
en verdor sucesivo
los espectros,
y en la mirada
el remoto y translúcido universo.
15
—59→
El ángel escarlata
Apareciste en el atardecer
de los desgajos y desdoros.
Los espléndidos árboles te recibieron
sin espesura, con la excelencia del ocaso.
Abundaban en tu intimidad, todavía pura,
5
encantamientos y aflicciones que traías sin saberlo,
herencia que emanabas.
Permitiste que te ubicaran
en esa mansión amorosa de extremidades y pobreza.
Aullaban tus ansias de fuego
10
en las cárceles ambulantes del encierro,
que al moverse con la exuberancia del espíritu
gemían hasta los huesos.
Clamor por salir de los sueños al destino.
Todos aquellos ímpetus quedaron postergados
15
para la hora púrpura.
—60→
Te olvidaste de las invocaciones
que habían venido contigo
desde antes de nacer,
de tanto arderte las rodillas,
20
hincado ante la equidad,
incluso ante el amor
y el alma propia.
Ya te desmayas, ángel, ante tu abismo,
mientras se derraman sangres como lágrimas.
25
—61→
Éxtasis
Una roja miel
se evade de mis ojos absortos
hacia otros desiertos,
regiones donde sólo habitan
pensamientos que producen vértigo
5
en los labios, en los senos,
y donde la palabra se confunde con la lengua del aire.