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El carretero; Orillas de un arroyo

Rosa Krüger



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El Carretero



                                  Apenas el sol naciente
Risueño dora la fronda,
Do el alegre cefirillo
Bate el ala bulliciosa,
El rústico carretero
El pobre lecho abandona.
Ya el vehículo, provisto
De verde leña olorosa,
Produce, al lento rodar,
Agudas y tristes notas.
Melancólicos los bueyes
La frente lánguida doblan;
Las grandes ruedas rechinan,
Y con voz fuerte y sonora
Estimula el carretero
A la yunta perezosa.
A la ciudad se dirige
Desierta, muda a esa hora,
Con el sombrero. en las cejas,
La vara en la mano tosca,
El rostro grave, y humeando
Rico veguero en la boca.
A veces entre sus labios
Sonrisa blanda retoza,
Y su moreno semblante
Expresión plácida toma.
Porque los campos recuerda
En donde alzaba la choza
¡Hogar bendito! su techo
Entre cedros y caobas.
Su altivo potro, más negro
Que de la noche la sombra,
Y el mastín nervudo y recio
De apariencia fiera y hosca.
¡Oh venturoso pasado,
De dulce y rara memoria!...
Hoy tiene otro dueño aquella
Humilde casa, dichosa,
El sueño eterno sus padres
Duermen del mango a la sombra,
Y blancas hebras matizan
Su cabellera lustrosa.
Mas los rigores del tiempo
Con firme pecho soporta,
Y tras la ruda faena
Tranquilamente reposa,
Sin que en el seno penetre
Amarga y cruel la ponzoña
De la ambición, ni la envidia
Funestas ambas, traidoras.
Y es su consuelo y su dicha,
Cuando en la tarde retorna,
Los halagos de sus hijos,
Y el cariño de su esposa.


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Orillas de un arroyo



                               Bello es soñar cuando la luz del día
    se ve palidecer,
y de los montes en la cima umbría
    fugaz desparecer.
Bello es soñar en retirado asilo
    de calma y de quietud,
cuando palpita el corazón tranquilo
    en plena juventud.
Aquí, arroyo, en tu orilla sosegada,
    en dulce soledad,
cuando ostenta serena y despejada
    la noche su beldad;
cuando el espejo de tu linfa clara
    abrillanta la luz,
de la luna que diáfana separa
    el nocturno capuz,
bello es soñar aquí; de tus rumores
    adormecerse al son,
aspirar tus ambientes, tus olores,
    y bendecir a Dios.
Melancólicos sauces, altos pinos,
    crecen bellos aquí;
de la tristeza emblemas peregrinos
    buscan la vida en ti.
Se derrama en poético murmullo
    el eco de tu voz,
y se dilata unido al blando arrullo
    de pájaro cantor.
Por un momento el carcomido puente
    me oculta tu vaivén,
para después más fresca y transparente,
    volver a aparecer.
Así también, en funeraria fosa
    se hunde la humanidad,
y luego el alma brilla esplendorosa
    allá en la eternidad.
Cuando mi cuerpo débil se doblegue
    al peso del dolor,
y la florida juventud me niegue
    su rosado fulgor.
¡Ay!, cuando la vejez mi frente abata
    con un soplo invernal,
a esta orilla que verde se dilata
    vendré yo a meditar.
Y por entre las ramas que se adhieren,
    una señal pondré,
que recuerde a los seres que me quieren
    los lugares que amé.
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