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El Crotalón

Cristóbal Villalón



De Christophoro Gnophoso natural de la ínsula Eutrapelia, una de las Ínsulas Fortunadas. En el cual se contrahaze aguda y ingeniosamente el sueño o gallo de Luçiano famoso orador griego.

[Posui ori meo custodiam: cum consisteret peccatum adversum me. P sal 18]



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Prólogo del auctor

Al lector curioso

     Porque cualquiera persona en cuyas manos cayere este nuestro trabajo (si por ventura fuere digno de ser de alguno leído) tenga entendida la intención del auctor, sepa que por ser enemigo de la oçiosidad, por tener esperiençia ser el oçio causa de toda maliçia, queriéndose ocupar en algo que fuesse digno del tiempo que en ello se pudiesse consumir, pensó escrebir cosa que en apazible estilo pudiesse aprovechar. Y ansí imaginó cómo, debajo de una corteça apazible y de algún sabor, diesse a entender la maliçia en que los hombres emplean el día de hoy su vivir. Porque en ningún tiempo se pueden más a la verdad que en el presente verificar aquellas palabras que escribió Moysen en el Genessi < >: «Que toda carne mortal tiene corrompida y errada la carrera y regla de su vivir». Todos tuerçen la ley de su obligaçión. Y porque tengo entendido el común gusto de los hombres, que les aplaze más leer cosas del donaire: coplas, chançonetas y sonetos de placer, antes que oír cosas graves, prinçipalmente si son hechas en reprehensión, porque a ninguno aplaze que en sus flaquezas le digan la verdad, por tanto, procuré darles manera de doctrinal abscondida y solapada debajo de façiçias, fábulas, novelas y donaires, en los cuales, tomando sabor para leer, vengan a aprovecharse de aquello que quiere mi intinción. Este estilo y orden tuvieron en sus obras muchos sabios antiguos endereçados en este mesmo fin. Como Ysopo y Catón, Aulo Gelio, Juan Bocacio, Juan Pogio florentín; y otros muchos que sería largo contar, hasta Aristóteles, Plutarco, Platón. Y Cristo enseñó con parábolas y exemplos al pueblo y a sus discípulos la doctrina celestial. El título de la obra es Crotalón: que es vocablo griego; que en castellano quiere decir: juego de sonajas, o terreñuelas, < > conforme a la intinçión del auctor.

     Contrahaze el estilo y invençión de Luçiano, famoso orador griego, en el su Gallo: donde hablando un gallo con un su amo çapatero llamado Miçilo reprehendió los viçios de su tiempo. Y en otros muchos libros y diálogos que escribió. También finge el auctor ser sueño imitando al mesmo Luçiano que al mesmo diálogo del Gallo llama Sueño. Y házelo el auctor porque en esta su obra pretende escrebir de diversidad de cosas y sin orden, lo cual es proprio de sueño, porque cada vez que despierta tornándose a dormir sueña cosas diversas de las que antes soñó. Y es de notar que por no ser traduçión a la letra ni al sentido le llama contrahecho, porque solamente se imita el estilo.

     Llama a los libros o diversidad de diálogos canto, porque es lenguaje de gallo cantar. O porque son todos hechos al canto del gallo en el postrero sueño a la mañana, donde el estómago hace la verdadera digestión, y entonces los vapores que suben al çerebro causan los sueños y aquéllos son los que quedan después. En las transformaciones de que en diversos estados de hombres y brutos se escriben en el proceso del libro, imita el auctor al heroico poeta Ovidio en su libro del Methamorphoseos, donde el poeta finge muchas transformaciones de bestias, piedras y árboles en que son convertidos los malos en pago de sus viçios y perverso vivir.

     En el primero canto el auctor propone de lo que ha de tratar en la presente obra, narrando el primer nacimiento del gallo, y el suceso de su vida.

     En el segundo canto el auctor imita a Plutarco en un diálogo que hizo entre Ulixes y un griego llamado Grilo, el cual había Cyrces convertido en puerco y no quiso ser vuelto a la naturaleza de hombre, teniendo por más feliçe el estado y naturaleza de puerco. En esto el auctor quiere dar a entender que cuando los hombres están ençenagados en los vicios, y principalmente en el de la carne, son muy peores que brutos. Y aún hay, [le] imita < > en el libro que hizo llamado Pseudomantis, en el cual describe maravillosamente grandes tacañerías, embaimientos y engaños de un falso religioso llamado Alexandro, el cual en Macedonia, hay muchas fieras que sin comparaçión los exceden en el uso de la virtud.

     En el terçero y cuarto cantos el auctor trata una mesma materia, porque en ellos imita a Luçiano en todos sus diálogos; en los cuales siempre muerde a los philósophos y nombres religiosos de su tiempo.

     Y en el cuarto canto, expresamente, [le] imita < > en el libro que hizo llamado Pseudomantis, en el cual describe maravillosamente grandes tacañerías, embaimientos y engaños de un falso religioso llamado Alexandro, el cual en Macedonia, Tracia, Bitinia y parte de la Asia fingió ser propheta de Esculapio, fingiendo dar respuestas ambiguas y industriosas para adquirir con el vulgo crédito y moneda < >.

     En el quinto, sexto y séptimo cantos el auctor, debajo de una graçiosa historia, imita la parábola que Cristo dixo por San Lucas en el capítulo quinze del hijo pródigo. Allí se verá en agraciado estilo un vicioso mancebo en poder de malas mugeres, vueltas las espaldas a su honra, a los hombres y a Dios, disipar todos los doctes del alma que son los thesoros que de su padre Dios heredó. Y veráse también los hechizos, [engaños] y encantamientos de que las malas mugeres usan por gozar de sus laçivos deleites por satisfacer a sola su sensualidad.

     En el octavo canto, por haber el auctor hablado en los cantos preçedentes de los religiosos, prosigue hablando de algunos intereses que en daño de sus conciencias tienen mugeres que en título de religión están en los monesterios dedicadas al culto divino, [monjas]. Y en la fábula de las ranas imita a Homero en su [Bratacomiomaquia].

     En el nono y décimo cantos el auctor, imitando a Luçiano en el diálogo llamado Toxaris en el cual trata de la amistad, el auctor trata de dos amigos fidelíssimos, que en casos muy arduos aprobaron bien su intinción; y en Roberto y Beatriz imita el auctor la fuerça que hizo la muger de Putifar a Joseph.

     En el onceno canto el auctor, imitando a Luçiano en el libro que intituló De luctu, habla de la superfluidad y vanidad que entre los cristianos se acostumbra hazer en la muerte, entierro y sepultura, y descríbese el entierro del marqués del Gasto, capitán general del Emperador en la Italia, cosa muy de notar.

     En el duodécimo canto el auctor, imitando a Luçiano en el diálogo que intituló Icaromenipo, finge subir al cielo y describe lo que allá vio açerca del asiento de Dios, y orden y bienaventurança de los ángeles y santos y de otras muchas cosas que agudamente se tratan del estado celestial.

     En el deçimoterçio canto, prosiguiendo el auctor la subida del cielo, finge haber visto en los aires la pena que se da a los ingratos, y hablando maravillosamente de la ingratitud cuenta un admirable aconteçimiento digno de ser oído en la materia.

     En el deçimocuarto canto el auctor concluye la subida del cielo, y propone tratar la bajada del infierno declarando lo que acerca dél tuvieron los gentiles, y escribieron sus historiadores y poetas.

     En el deçimoquinto y deçimosexto cantos imitando el auctor a Luçiano, en el libro que intituló Necromancia, finge desçender al infierno, donde describe las estancias, lugares y penas de los condenados.

     En el deçimosexto canto el auctor en Rosicler, hija del rey de Siria, describe la feroçidad con que una muger acomete cualquiera cosa que le venga al pensamiento si es lisiada de un lasçivo interés, y concluye con el desçendimiento del infierno imitando a Luçiano en los libros que de Varios diálogos intituló.

     En el deçimoséptimo canto el auctor sueña haberse hallado en una missa nueva, en la cual describe grandes acontecimientos que comúnmente en semejantes lugares suelen passar entre sacerdotes.

     En el deçimo octavo canto el auctor sueña un acontecimiento graçioso, por el cual muestra los grandes daños que se siguen por faltar la verdad del mundo dentre los hombres.

     En el deçimo nono canto el auctor trata del trabajo y miseria que hay en el palacio < > y reprehende a aquellos que pudiendo ser señores viviendo de algún oficio < > se privan de su < > libertad.

     En el vigésimo y último canto el auctor describe la muerte del gallo.



Síguesse el Crótalon de Christophoro Gnophoso, en el cual se contrahaze el sueño o gallo de Luçiano, famoso orador griego.



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Argumento del primer canto del gallo

     En el primer canto que se sigue el auctor propone lo que ha de tratar en la presente obra, narrando el primer naçimiento del gallo y el suceso de su vida.

DIÁLOGO - INTERLOCUTORES

MIÇILO çapatero pobre y un GALLO suyo

     ¡O líbreme Dios de gallo tan maldito y tan vozinglero! Dios te sea adverso en tu deseado mantenimiento, pues con tu ronco y importuno vozear me quitas y estorbas mi sabroso y bienaventurado sueño, holganza tan apazible de todas las cosas. Ayer en todo el día no levanté cabeça trabajando con el alesna y cerda, y aún sin dificultad es passada la media noche y ya me desasosiegas en mi dormir. Calla; si no en verdad que te dé con esta horma en la cabeça, que más provecho me harás en la olla cuando amanezca, que hazes ahí vozeando.

     GALLO. Maravíllome de tu ingratitud, Miçilo, pues a mí que tanto provecho te hago en despertarte por ser ya hora conveniente al trabajo, con tanta cólera me maldizes y blasfemas. No era eso lo que ayer dezías renegando de la pobreza, sino que querías trabajar de noche y de día por haber alguna riqueza.

     MIÇILO. ¡O Dios inmortal! ¿Qué es esto que oyo? ¿El gallo habla? ¿Qué mal agüero o monstruoso prodigio es éste?

     GALLO. ¿Y deso te escandalizas, y con tanta turbaçión te maravillas, o Miçilo?

     MIÇILO. Pues, cómo ¿y no me tengo de maravillar de un tan prodigioso aconteçimiento? ¿Qué tengo de pensar sino que algún demonio habla en ti? Por lo cual me conviene que te corte la cabeça, porque acaso en algún tiempo no me hagas otra más peligrosa ilusión. ¿Huyes? ¿Por qué no esperas?

     GALLO. Ten paçiençia, Miçilo, y oye lo que te diré, que te quiero mostrar cuán poca razón tienes de escandalizarte, y aun confío que después no te pessará oírme.

     MIÇILO. Agora siendo gallo, dime: ¿tú quién eres?

     GALLO. ¿Nunca < > oíste dezir de aquel gran philósopho Pithágoras, y de su famosa opinión que tenía?

     MIÇILO. Pocos çapateros has < > visto [te] entender con filósofos. A mí a lo menos poco me vaga para entender con ellos.

     GALLO. Pues mira que éste fue el hombre más sabio que hubo en su tiempo, y éste afirmó y tuvo por çierto que las almas después de criadas por Dios passaban de cuerpos en cuerpos. Probaba con gran efficaçia de argumentos que, en cualquiera tiempo que un animal muere, está aparejado otro cuerpo en el vientre de alguna hembra en dispusiçión, de reçibir alma, y que a éste se passa el alma del que agora murió. De manera que puede ser que una mesma alma, habiendo sido criada de largo tiempo, haya venido en infinitos cuerpos, y que agora quinientos años hubiese sido rey, y después un miserables aguadero; y ansí en un tiempo un hombre sabio, y en otro un neçio, y en otro rana, y en otro asno, caballo o puercos; ¿Nunca tú oíste dezir esto?

     MIÇILO. Por çierto, yo nunca oí cuentos ni músicas más agraçiadas que aquellas que hazen entre sí cuando en mucha priesa se encuentran las hormas y charambiles con el tranchete.

     GALLO. Ansí parece ser eso. Porque la poca esperiençia que tienes de las cosas [te] es ocasión que agora te escandalizes de ver cosa tan común a los que leen.

     MIÇILO. Por çierto que me espantas de oír lo que dizes.

     GALLO. Pues dime agora: ¿De dónde piensas que les viene a muchos brutos animales hazer cosas tan agudas y tan ingeniosas que aun muy enseñados hombres no bastaran hazerlas? ¿Qué has oído dezir del elefante, del tigre, lebrel y raposa? ¿Qué has visto hacer a una mona? ¿Qué se podría decir de aquí a mañana? Ni habrá quien tanto te diga como yo si el tiempo nos diesse a ello lugar, y tú tuvieses de oírlo gana y algún agradeçimiento. Porque te hago saber que ha más de mil años que soy criado en el mundo, y después acá he vivido en infinitas differençias de cuerpos, en cada uno de los cuales me han aconteçido tanta diversidad de cuentos, que antes nos faltaría tiempo que me faltasse a mí dezir, y a ti que holgasses de oír.

     MIÇILO. ¡O mi buen gallo, qué bienaventurado me sería el señorío que tengo sobre ti, si me quissieses tanto agradar que con tu dulce y sabrosa lengua me comunicasses alguna parte de los tus fortunosos aconteçimientos! Yo te prometo [que] en pago y galardón de este inextimable servicio y plazer te dé en amaneciendo la raçión doblada, aunque sepa quitarlo de mi mantenimiento.

     GALLO. Pues por ser tuyo te soy obligado agradar, y agora más por ver el premio reluzir.

     MIÇILO. Pues, aguarda, ençenderé candela y ponerme he a trabajar. Agora comiença, que oyente tienes el más obediente y atento que nunca a maestro oyó.

     GALLO. ¡O dioses y diosas, favoreced mi flaca y deleznable memoria!

     MIÇILO. ¿Qué dizes? ¿Eres hereje o gentil? ¿Cómo llamas a los dioses y diosas?

     GALLO. Pues ¡cómo!, ¿y agora sabes que todos los gallos somos françeses como el nombre nos lo dize, y que los françeses hazemos deso poco caudal? Principalmente después que hizo liga con los turcos nuestro rey, trúxolos allí, y medio proffesamos su ley por la conversaçión. Pero de aquí adelante yo te prometo de hablar contigo en toda religión.

     MIÇILO. Agora pues comiença, yo te ruego, y has de contar desde el < > primero día de tu ser.

     GALLO. Ansí lo haré; tenme atençión, yo te diré cosas tantas y tan admirables que con ningún tiempo se puedan medir, y si no fuese por tu mucha cordura no las podrías creer. Dezirte he muchos aconteçimientos de grande admiraçión. Verás los hombres convertidos en bestias, y las bestias convertidas en hombres y con gran façilidad. Oirás cautelas, astuçias, industrias, agudeças, engaños, mentiras y tráfagos en que a la contina emplean los hombres su natural. Verás, en conclusión, como en un espejo lo que los hombres son de su natural inclinación, por donde juzgarás la gran liberalidad y misericordia de Dios.

     MIÇILO. Mira, gallo, bien que pues yo me confío de ti, no piensses agora con arrogançias y soberbia de elocuentes palabras burlar de mí contándome tan grandes mentiras que no se puedan creer, porque puesto caso que todo me lo hagas con tu elocuençia muy claro y aparente, aventuras ganar poco interés mintiendo a un hombre tan bajo como yo, y hazer injuria a ese filósofo Pithágoras que dizes que en otro tiempo fueste y al respeto que todo hombre se debe a sí. Porque el virtuoso en el cometimiento de la poquedad no ha de tener tanto temor a los que la verán, como a la vergüença que debe haber de sí.

     GALLO. No me maravillo, Miçilo, que temas hoy de te confiar de mí, que te diré verdad por haber visto una tan gran cosa y tan no usada ni oída de ti como ver un gallo hablar. Pero mira bien que < > te obliga mucho, sobre todo lo que has dicho, a me creer, considerar que pues yo hablé, y para ti, que no es pequeña muestra de deidad, a la cual repugna el mentir. Y ya cuando no me quisieres considerar más de gallo confía de mí, que terné respecto al premio y galardón que me has prometido dar en mi comer, porque no quiero que me acontezca contigo hoy lo que aconteçió a aquel ambicioso músico Evangelista en esta ciudad. Lo cual por te hazer perder el temor quiero que oyas aquí. Tú sabrás que aconteció en Castilla una gran pestilençia, que en un año entero y más fue perseguido todo el reino de gran mortandad. De manera que en ningún pueblo que fuesse de algunos vezinos se sufría vivir, porque no se entendía sino en enterrar muertos desde que amaneçía hasta en gran pieza de la noche que se recogían los hombres a descansar. Era la enfermedad un género de postema naçida en las ingles, sobacos o garganta, a la cual llamaban landre. De la cual, en siendo heridos, suçedía una terrible calentura, y dentro de veinte y cuatro horas hería la postema en el coraçón y era çierta la muerte. Convenía huir de conversación y compañía, porque era mal contagioso, que luego se pegaba si había ayuntamiento de gentes; y ansí huían los ricos que podían de los grandes pueblos a las pequeñas aldeas que menos gente y congregaçión hubiesse. Y después [se] defendía la entrada de los que viniessen de fuera con temor que trayendo consigo el mal corrompiesse y contaminasse el pueblo. Y ansí aconteçía que el que no salía temprano de la ciudad juntamente con sus alhajas y hazienda, si acaso saliese algo tarde cuando ya estaba ençendida la pestilencia, andaba vagando por los campos porque no le querían acoger en parte alguna, por lo cual sucedía morir por allí por mala provisión de hambre y miseria corridos y desconsolados. Y lo que más era de llorar, que puestos en la neçesidad los padres, huían dellos los hijos con la mayor crueldad del mundo, y por el semejante huían dellos los padres por escapar cada cual con la vida. Y suçedía que por huir los sacerdotes el peligro de la pestilencia, no había quien [confesasse ni] administrasse los sacramentos, de manera que todos morían sin ellos; y en el entierro, o quedaban sin sepoltura, o se echaban veinte personas en una. Era, en suma, la más trabajada y miserable vida y infeliz que ninguna lengua ni pluma puede escrebir ni encarejer. Teníasse por conveniente medio, do quiera que los hombres estaban exerçitarse en cosas de alegría y plazer: en huertas, ríos, fuentes, florestas, xardines, prados, < > juegos, < > bailes y < > todo género de regoçijo, huyendo a la contina con todas sus fuerças de cualquiera ocasión que los pudiesse dar tristeza y pessar. Agora quiero te dezir una cossa notable que en esta [nuestra] çiudad passó, y es que se tomó por ocupaçión y exerçiçio salutífero, y muy conveniente para evitar la tristeza y ocasión del mal, hazer en todas las calles passos, o lo que los antiguos llamaron palestras o estadios; y porque mejor me entiendas digo que se hazían en todas las calles unos palenques que las cerraban con un seto de madera entretexida arboleda de flores, rosas y yerbas muy graciosas, quedando sola una pequeña puerta por la cual [al] principio de la calle pudiessen entrar, y otra puerta al fin por donde pudiessen salir; y allí dentro se hazía un entoldado [tálamo o] teatro para que se sentassen los juezes; y en cada calle había un juego particular dentro de aquellos palenques o palestras. En una calle había lucha, en otra esgrima, en otra dança y baile; en otra se jugaban birlos, saltar, correr, tirar barra; y a todos estos juegos y exerçiçios había ricas joyas que se daban al que mejor se exercitasse por premio; y ansí todos venían aquí a llevar el palio, o premio, ricamente vestidos o disfraçados que agraciaban mucho a los miradores y adornaban la fiesta y regocijo. En una calle estaba hecho un palenque de mucho más rico, hermoso y apazible aparato que en todas las otras. Estaba hecho un seto con muchos géneros y diferencias de árboles, flores y frutas, naranjas, camuessos, çiruelas, guindas, claveles, azuçenas, alelíes, rosas, violetas, maravillas y jazmines y todas las frutas colgaban de los ramos. Había a una parte del palenque un teatro ricamente entoldado, y en él había un estrado. Debajo de un dosel de brocado estaban sentados Apolo y Orfeo, prínçipes de la música de bien contrahechos disfrazes. Tenía el uno dellos en la mano una vihuela, que dezían haber sido aquella que hubieron los insulanos de Lesbos que iba por el mar haziendo con las olas muy triste música por la muerte de su señor Orpheo, cuando le despedaçaron las mujeres griegas, y cortada la cabeça, juntamente con la vihuela, < > la echaron en el Negro Ponto, y las aguas del mar la llevaron hasta Lesbos, y los insulanos < > la pusieron en Delphos en el templo de Apolo, y de allí la truxieron los desta çiudad para esta fiesta y desafío. < > Ansí dezían estos juezes que la darían por premio [y galardón] al que mejor cantasse y tañiesse en una vihuela, por ser la más estimada joya que en el mundo entre los músicos se podía haber. En aquel tiempo estaba en esta nuestra ciudad un hombre muy ambiçioso que se llamaba Evangelista, el cual, aunque era mancebo de edad de treinta años, y de buena dispusiçión y rostro, pero era muy mayor la presunçión que de sí tenía de passar en todo a todos. Éste, después que hobo andado todos los palenques y palestras, y que en ninguno pudo haber vitoria, ni en lucha, ni esgrima, ni en otro alguno de aquellos exerçiçios, acordó de se vestir lo más rico que pudo, ayudándose de ropas y joyas muy preçiadas suyas y de sus amigos, y cargando de collares y cadenas < > su cuello y hombros, y de muchos y muy estimados anillos sus dedos; [y] procuró haber una vihuela con gran suma de dinero, la cual llevaba las clavijas de oro, y todo el mástil y tapa labrada de un taraçe de piedras finas de inestimable valor, y eran las maderas del çedro del monte Líbano, y del ébano fino de la ínsula Méroe, juntamente con las costillas y cercos. Tenía por la tapa, junto a la puente y lazo, pintados a Apolo y Orpheo con sus vihuelas en las manos de muy admirable official que la labró. Era la vihuela de tanto valor que no había preçio en que se pudiesse estimar. Éste, como entró en el teatro, fue de todos muy mirado por el rico aparato y atavío que traía. Estaba todo el teatro lleno de tapetes y estançias llenas de damas y caballeros que habían venido a ver diffinir aquella preçiosa joya en aquella fiesta posponiendo su salud y [su] vida. Y como le mandaron los juezes que començasse a tañer esperando dél que llevaría la ventaja al mesmo Apolo que resuçitasse. En fin, ¡él començó a tañer de tal manera que a juizio razonable que no fuese piedra, pareçería no saber tocar las cuerdas más que un asno! Y cuando vino a cantar todos se movieron a escarnio y risa visto que la cançión era muy fría y cantada sin algún arte, gracia y donaire de la música. Pues como los juezes le oyeron cantar y tañer tan sin arte y orden esperando dél el extremo de la música, hiriéndole con un palo y con mucho baldón fue traído por el teatro diziéndole un pregonero en alta voz grandes vituperios, y fue mandado por los juezes estar vilíssimamente sentado en el suelo con mucha inominia a vista de todos hasta que fue sentençiado el juizio. Y luego entró un mançebo de razonable dispusiçión y edad, natural de una pequeña y baja aldea desta nuestra çiudad, pobre, mal vestido y peor ataviado en cabello y apuesto. Éste traía en la mano una vihuela grosera y mal dolada de pino y de otro palo común, sin polideza ni afeite alguno. Tan grosero en su representaçión que a todos los que estaban en el teatro movió a risa y escarnio juzgando que éste también pagaría con Evangelista su atrevimiento y temeridad. Y puesto ante los juezes les demandó en alta voz le oyessen, y después de haber oído a aquellos dos tan señalados músicos en la vihuela Torres, Naruáez y Macotera, tan nombrados en España que admirablemente habían hecho su deber y obligación, mandaron los juezes que tañese este pobre varón, que dixo haber por nombre Tespín. El cual como començó a tañer hazía hablar las cuerdas con tanta exçelençia y melodía que llevaba los hombres [bobos], dormidos tras sí; y a una vuelta de consonancia los despertaba como con una vara. Tenía de voz un tenor admirable, el cual cuando començó a cantar no había hombre que no saliese de sí, porque era la voz de admirable fuerça, magestad y dulçor. Cantaba en una ingeniosa composición de metro castellano las batallas y vitoria del rey Católico Fernando sobre el reino y çiudad de Granada, y aquellos razonamientos y aviso que passó con aquel antiguo moro Abenámar, descripçión de alixares, alcázar y mezchita. Los juezes dieron por Tespín la sentencia y vitoria, y le dieron la joya del premio y triunfo, y luego volviéndose el pregonero a Evangelista, que estaba miserablemente sentado en tierra, le dixo en alta voz: «Ves aquí, o soberbio y ambiçioso Evangelista, qué te han aprovechado tus anillos, vihuela dorada y ricos atavíos, pues por causa dellos han advertido todos los miradores más a tu temeridad, < > locura, < > ambiçión y neçedad, cuando por sola la apariençia de tus riquezas pensaste ganar el premio, no sabiendo en la verdad cantar ni tañer. Pues mentiste a ti, y a todos pensaste engañar, serás infame para siempre jamás por exemplo del mentir, llevando el premio el pobre Tespín como músico de verdad sin aparençia ni fiçión». Esto te he contado, Miçilo, porque me dixiste que con aparato de palabras no pensasse dezirte grandes mentiras. Yo digo que te prometo de no ser como este músico Evangelista, que quiso ganar el premio y joya con sólo el aparato y apariencia de su hermosura y riqueza, con temor que después no solamente me quites el comer que me prometes por galardón, pero aún me des de palos. Y aún por más te asegurar te hago juramento solemne al gran poder de Dios, y...

     MIÇILO. Calla, calla gallo, óyeme. Dime, ¿y no me prometiste al prinçipio que hablarías conmigo en toda religión?

     GALLO. ¿Pues en qué falto de la promessa?

     MIÇILO. En que con tanta fuerça y vehemencia juras a Dios.

     GALLO. ¿Pues no puedo jurar?

     MIÇILO. Unos clérigos santos que andan en esta villa nos dizen que no.

     GALLO. Déxate desos santones. Opinión fue de unos herejes llamados manicheos, condenada por conçilio, que dezían que en ninguna manera era lícito jurar. Pero a mí paréçeme que es líçito imitar a Dios, pues Él juró por sí mesmo cuando quiso hazer çierta la promesa a Abraán, donde dize San Pablo que no había otro mayor por quien jurase Dios que lo jurara como juró por sí; y en la Sagrada Escriptura, a cada passo, se hallan juramentos de profetas y santos que juran «vive Dios». Y el mesmo San Pablo le jura con toda su santidad, que dixo escribiendo a los gálatas: si por la gracia somos hijos de Dios, luego juro a Dios que somos herederos. Y hazía bien, porque ninguno jura sino por el que más ama, y por el que conoçe ser mayor. Ansí dize el refrán: «quien bien le jura, bien le cree». Pero dexado esto, yo le prometo contar cosas verdaderas y de admiraçión con que sobrellevando el trabajo te deleite y dé plazer. Pues venido al prinçipio de mi ser tú sabrás que como te he dicho < > yo fue aquel gran filósofo Phythágoras samio hijo de Menesarra, hombre rico y de gran negoçio en la mercadería.

     MIÇILO. Espera, gallo, que ya me acuerdo, que yo he oído dezir dese sabio y santo filósofo que enseñó muchas buenas cosas a los de su tiempo. Agora, pues, dime gallo, ¿por qué vía dexando de ser aquel filósofo veniste a ser gallo, un ave de tan poca estima y valor?

     GALLO. Primero que viniesse a ser gallo fue transformado en otras diversidades de animales y gentes, entre las cuales he sido rana, y hombre bajo popular y rey.

     MIÇILO. ¿Y qué rey fueste?

     GALLO. Yo fue Sardanapalo, rey de los medos, mucho antes que fuese Pithágoras.

     MIÇILO. Agora me parece, gallo, que me comienças a encantar o, por mejor dezir, a engañar, porque comienças por una cosa tan repugnante y tan lejos de verisimilitud para poderla creer. Porque según yo he oído y me acuerdo, ese filósofo Pithágoras fue el más virtuoso hombre que hubo en su tiempo. El cual por aprender los secretos de la tierra y del çielo se fue a Egipto con aquellos sabios que allí había en el templo que entonces dezían sacerdotes de Júpiter Amón, que vivían en las Syrtes, y de allí se vino a visitar los magos a Babilonia, que era otro género de sabios, y al fin se volvió a la Italia, donde llegado a la çiudad de Crotón halló que reinaba mucho [allí] la luxuria, y [el] deleite, y el suntuoso comer y beber, de lo cual los apartó con su buena doctrina y exemplo. Éste hizo admirables leyes de templaça, modestia y castidad, en las cuales mandó que ninguno comiesse carne, por apartarlos de la luxuria; y desta manera bastó refrenarlos de los viçios. Y también mandaba a sus discípulos que por çinco años no hablassen, porque conoçía el buen sabio cuántos males vengan en el mundo por el hablar demassiado. ¡Cuán contrarias fueron estas dos cosas < > a las costumbres y vida de Sardanapalo rey de los medos, del cual he oído cosas tan contrarias, que me hazen creer que < > finges por burlar de mí! Porque he oído dezir que fue el mayor glotón y luxurioso que hubo en sus tiempos, tanto que señalaba premios a los inventores de guisados y comeres, y a los que de nuevo le enseñasen maneras de luxuriar, y ansí este infeliz suçio mandó poner en su sepoltura estas palabras: «Aquí yaze Sardanapalo, rey de medos, hijo de Anazindaro. Come hombre, bebe y juega, y conoçiendo que eres mortal, satifaz tu ánimo de los deleites presentes, porque después no hay de qué puedas con alegría gozar. Que ansí hize yo, y sólo me queda que comí y harté este mi apetito de luxuria y deleite, y en fin todo se queda acá, y yo resulto convertido en polvo». Mira pues, o gallo, qué manifiesta contrariedad hay entre estos dos por donde veo yo que me estimes en poco, pues tan claramente propones cosa tan lexos de verosimilitud. O pareçe que descuidado en tu fingir manifiestes la vanidad de tu fiçión.

     GALLO. ¡O cuán pertinaz estás, Miçilo, en tu incredulidad! Ya no sé con qué juramentos o palabras te asegure para [que] me [quieras] oír. Cuánto más te admirarías si te dixesse, que fue [yo también en un tiempo] aquel emperador romano Heliogábalo, un tan disoluto glotón y vicioso en su comer.

     MIÇILO. ¡O válame Dios! Si es verdad lo que me contó este día passado este nuestro vezino Demophón, que dixo que lo había leído en un libro que dixo llamarse Selva de varia leçión. Por cierto si verdad es, y no lo finge aquel auctor, argumento me es muy claro de lo que presumo de ti, porque en el viçio de comer y beber y luxuriar exçede aún a Sardanapalo sin comparaçión.

     GALLO. De pocas cosas te comienças a admirar, o Miçilo, y de cosas fáciles de entender te comienças a alterar, y mueves dubdas y objeçiones que causan repunançia y perplegidad en tu entendimiento. Lo cual todo naçe de la poca esperiençia que tienes de las cosas; y principalmente proçede en ti esa tu confusión de no ser ocupado hasta aquí en la especulaçión de la < > filosofía, donde se aprende y sabe la naturaleza de las cosas. Donde si tú te hubieras exercitado supieras la raíz porque aborrecí el deleite y luxuria siendo Pithágoras, y le seguí y amé con tanto estudio siendo Heliogábalo, o Sardanapalo. No te fatigues agora por saber el prinçipio de naturaleza por donde proçeda esta variedad de inclinaçión, porque ni haze a tu propósito, ni te haze menester, ni nos debemos agora en esto ocupar. Solamente por te dar manera de sabor y graçia en el trabajar pretendo que sepas cómo todo lo fue, y lo que en cada estado passé, y conocerás cómo de sabios y neçios, ricos, < > pobres, reyes y filósofos, el mejor estado y más seguro de los vaivenes de < > fortuna tienes tú, y que entre todos los hombres tú eres el más feliz.

     MIÇILO. ¿Qué yo te parezco el más bienaventurado hombre de los que has visto, o gallo? Por çierto, yo pienso que burlas, pues no veo en mí por qué. Pero quiero dexar de estorbar el discurso de tu admirable narración con mis perplexos argumentos, y bástame gozar del deleite que espero reçebir de tu graçioso cuento para el passo de mi miserable vida sola y trabajada, que si como tú dizes, otro más mísero y trabajado hay que yo en el mundo respecto del cual yo me puedo dezir bienaventurado, yo concluyo que en el mundo no hay que desear. Agora, pues, el tiempo se nos va, comiénçame a contar desde que fueste Pithágoras lo que passaste en cada estado y naturaleza, porque neçesariamente en tanta diversidad de formas y variedad de tiempos te debieron de aconteçer, y visto cosas y cuentos dignos de oír. Agora dexadas otras cosas muchas aparte, yo te ruego que me digas cómo te suçedió la muerte siendo Heliogábalo, y en qué estado y forma sucediste después. Y de ahí me contarás tu vida hasta la que agora possees de gallo que lo deseo en particular oír.

     GALLO. Tú sabrás, como ya dizes que oíste a Demophón, que como yo fuesse tan viçioso y de tan luxuriosa inclinaçión, siguió la muerte al mi muy más continuo uso de vivir. Porque de todos fue aborreçido por mi suçio comer y luxuriar, y ansí un día acabando en todo deleite de comer y beber [espléndidamente], me retraí a una privada a purgar mi vientre que con grande instançia me aquexó la gran repleçión de irle a vaçiar. En el cual lugar entraron dos mis más privados familiares, [y por estar] ya enhastiados de mis viçios y vida suçia, < > con mano armada me començaron a herir hasta que me mataron, y después aún se me hubo de dar mi conveniente sepoltura por [cumplido] galardón, que me echaron el cuerpo en aquella privada donde estuve abscondido mucho tiempo que no me hallaron, hasta que fue a salir al Tibre entre las inmundiçias y suçiedades que vienen por el común conducto de la ciudad. Y ansí sabrás que, dexando mi cuerpo caído allí, salida mi ánima se fue a lançar en el vientre de una fiera y muy valiente puerca que en los montes de Armenia estaba preñada de seis lechones, y yo vine a salir en el primero que parió.

     MIÇILO. ¡O válame Dios! ¿Yo sueño lo que oyo? ¿Que de hombre veniste a ser puerco, tan suçio y tan bruto animal? No puedo disimular admiraçión cuando veo que tiene naturaleza formadas criaturas como tú que en esperiençia y conocimiento lleva ventaja a mi inhabilidad tan sin comparación. Ya me voy desengañando de mi ceguedad, y voy conociendo de tu mucho saber lo poco que soy. Y ansí de hoy más me quiero someter a tu disçiplina, como veo que tiene tanta muestra < > de deidad.

     GALLO. ¿Y éste tienes, Miçilo, por caso de admiración? Pues menos podrías creer que habrá alguno que juntamente sea hombre y puerco, y aun pluguiese a Dios no fuesse peor y más vil, que aún la naturaleza del puerco no es la peor.

     MIÇILO. ¡Pues cómo! ¿y puede haber algún animal más torpe y suçio que él?

     GALLO. Pregúntaselo a Grilo, noble varón griego, el cual volviendo de la guerra de Troya < > passando por la isla de Candia le convirtió la maga Cyrçes en puerco, y después por ruego de Ulixes le quisiera volver hombre, y tanta ventaja halló Grilo en la naturaleza de puerco, y tanta mejora y bondad que escogió quedarse ansí, y menospreçió volverse a su natural patria.

     MIÇILO. Por cierto cosas me cuentas que aun a los hombres de mucha esperiençia causassen admiraçión, cuanto más a un pobre çapatero como yo.

     GALLO. Pues porque no me tengas por mentiroso, y que quiero ganar opinión contigo contándote fábulas, sabrás que esta historia auctorizó Plutarco, el historiador griego de más auctoridad.

     MIÇILO. Pues, ¡válame Dios!, ¿qué bondad halló ese Grilo en la naturaleza de puerco, por la cual a nuestra naturaleza de hombre la prefirió?

     GALLO. La que yo hallé.

     MIÇILO. Eso deseo mucho saber de ti.

     GALLO. A lo menos una cosa trabajaré mostrar[te] como aquel que de ambas naturalezas por esperiençia sabrá dezir: que comparada la vida y inclinación de muchos hombres al común vivir de un puerco, es más perfecto con gran ventaja en su natural, prinçipalmente cuando de viçios tiene el hombre ocupada la razón. Y agora, pues es venido el día, abre la tienda, y yo me passearé con mis gallinas por la casa y corral en el entretanto que nos aparejas el manjar que hemos de comer. Y en el canto que se sigue verás claramente la prueba de mi intinçión.

     MIÇILO. Sea ansí.

[Fin del primero canto del gallo]



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Argumento del segundo canto del gallo

     En el segundo canto que se sigue el auctor imita a Plutarco en un diálogo que hizo entre Ulixes y un griego llamado Grilo, el cual había Cyrçes convertido en puerco. En esto el auctor quiere dar a entender que cuando los hombres están ençenegados en los viçios y prinçipalmente de la carne son muy peores que brutos, y aún hay muchas fieras que sin comparaçión los exceden en el uso de la virtud.

     GALLO. Ya parece, Miçilo, que es hora conveniente para començar a vivir, dando gracias a Dios que ha tenido por bien de passar la noche sin nuestro peligro, y traernos al día para que con nuestra buena industria nos podamos todos mantener.

     MIÇILO. Bendito sea Dios que ansí lo ha permitido. Pero dime, gallo, ¿es ésta tu primera cançión? Porque holgaría de dormir un poco más hasta que cantes segunda vez.

     GALLO. No te engañes, Miçilo, que ya canté a la media noche como acostumbramos; y como estabas sepultado en la profundidad y dulçura del primer sueño, no te bastaron despertar mis vozes, puesto caso que trabajé por cantar lo más templado y bien comedido que pude por no te desordenar en tu suave dormir. Por la fortaleza deste primer sueño creo yo que llamaron los antiguos al dormir imagen de la muerte, y por su dulçura le dixeron los poetas apazible holganza de los dioses. Agora ya será casi de día, que no hay dos horas de la noche por passar. Despierta, que yo quiero prosseguir en mi obligación.

     MIÇILO. Pues dizes ser essa hora yo me quiero levantar al trabajo, porque proveyendo a nuestro remedio y hambre, oírte me será solaz. Agora di tú.

     GALLO. En el canto passado quedé de te mostrar la bondad y sosiego de la vida de las fieras, y aun la ventaja que en su natural hazen a los hombres. Esto mostraré ser verdad en tanta manera que podría ser, que si alguna dellas diessen libertad de quedar en su ser, o venir a ser hombre como vos, escogería quedar fiera, puerco, lobo o león antes que venir a ser hombre, por ser entre todos los animales la especie más trabajada y infeliz. Mostrarte he el orden y conçierto de su vivir, tanto que te convenças afirmar ser en ellas verdadero uso de razón; por lo cual las fieras sean dignas de ser en más tenidas, elegidas y estimadas que los hombres.

     MIÇILO. Parece, gallo, que con tu elocuençia y manera de dezir me quieres encantar, pues te profieres a me mostrar una cosa tan lexos de verdadera y natural razón. Temo me que en eso te atreves a mí presumiendo que fácilmente, como a pobre çapatero, cualquiera cosa me podrás persuadir. Agora, pues, desengáñate de hoy más que confiado de mi naturaleza yo me profiero a te lo defender. Di, que me plazerá mucho oír tus sophísticos argumentos.

     GALLO. Por çierto, yo espero que no te parezcan sophísticos, sino muy en demostraçión. Prinçipalmente que no me podrás negar que yo mejor que cuantos hay en el mundo lo sabré mostrar, pues de ambas naturalezas, de fiera y < > hombre, tengo hecha esperiençia. Pues agora paréceme a mí que el prinçipio de mi prueba se debe tomar de las virtudes, justiçia, fortaleza < >, prudencia, [continençia y castidad], de las cuales vista la perfeçión con que las usan y tratan las fieras conoçerás claramente no ser manera de dezir lo que he propuesto, mas que es muy averiguada verdad. Y cuanto a lo primero quiero que me digas: si hubiesse dos tierras, la una de las cuales sin ser arada, cavada ni sembrada, ni labrada, por sola su bondad y generosidad de buena naturaleza llevasse todas las frutas, flores y mieses muy en abundancia, dime, ¿no loarías más a esta tal tierra, y la estimarías y antepornías a otra, la cual por ser montuosa y para sólo pasto de cabras aun siendo arada, muy rompida, cavada y labrada con dificultad diesse fruto poco y miserable?

     MIÇILO. Por çierto, aunque toda tierra que da fruto, aunque trabajadamente es de estimar, de mucho más valor es aquella que sin ser cultivada, o aquella que con menos trabajo, nos comunica su fruto.

     GALLO. Pues de aquí se puede [sacar y] colegir como de sentençia de prudente y cuerdo, que hay cosas que se han de loar y aprobar [por ser buenas,] y otras por muy mejores se han de abraçar, amar y elegir. Pues ansí de esta manera verdaderamente y con necesidad me conçederás que, aunque el ánima del hombre sea de gran valor, el ánima de la fiera sea de mucho más; pues sin ser rompida, [labrada], arada ni cavada, quiero dezir sin ser enseñada en otras escuelas ni maestros que de su mesma naturaleza, es más hábil, presta y aparejada aproduçir en abundançia el fruto de la virtud.

     MIÇILO. Pues dime agora tú, gallo, ¿de cuál virtud se pudo nunca adornar el alma del bruto, porque pareze que contradize a la naturaleza de la mesma virtud?

     GALLO. ¿Y eso me preguntas? Pues yo te probaré que la usan mejor que el más sabio varón. Y porque lo veas vengamos primero a la virtud de fortaleza de la cual vosotros, y principalmente los españoles entre todas las naciones, os gloriáis y honráis. ¡Cuán ufanos y por cuán gloriosos os tenéis cuando os oís nombrar atrevidos saqueadores de çiudades, violadores de templos, destruidores de hermosos y sumptuosos edifiçios, disipadores y abrasadores de [fértiles] campos y miesses! Con los cuales exerçiçios de engaños y cautelas habéis adquirido falso título y renombre entre los de vuestro tiempo de animosos y esforçados, y con semejantes obras os habéis usurpado el nombre de virtud. Pero no son ansí las contiendas de las fieras, porque si han de pelear entre sí o con vosotros, muy sin engaños y cautelas lo hazen; abierta y claramente las verás pelear con sola confiança de su esfuerço. Prinçipalmente porque sus batallas no están subjetas a leyes que obliguen a pena al que desampare el campo en la pelea. Pero como por sola su naturaleza temen ser vencidos, trabajan cuanto pueden hasta venjer a su enemigo, aunque no obligan el cuerpo ni sus ánimos a subjeçión ni vasallaje siendo vençidas. Y ansí la vençida siendo herida, caída en el suelo es tan grande su esfuerço que recoxe el ánimo en una pequeña parte de su cuerpo y hasta que es del todo muerta resiste a su matador. No hay entre ellas los ruegos que le otorgue la vida, no suplicaciones, lágrimas ni petiçiones de misericordia; ni el rendirse al vençedor confesándole la vitoria, como vosotros hazéis cuando os tiene [el enemigo] a su pies amenaçándoos degollar. Nunca tú viste que un león vençido sirva a otro león vençedor, ni un caballo a otro, ni entre ellos hay temor de quedar con renombre de cobardes. Cualesquiera fieras que por engaños o cautelas fueron alguna vez presas en lazos por los caçadores, si de edad razonable son, antes se dexarán de hambre y de sed morir que ser otra vez presas y captivas si en algún tiempo pudieran gozar de la libertad. Aunque algunas vezes aconteçe que siendo algunas presas siendo pequeñas se vienen a amansar con regalos y apazibles tratamientos, y ansí aconteçe dárseles por largos tiempos en servidumbre a los hombres. Pero si son presas en su vejez o edad razonable antes morirán que subjetárseles. De lo cual todo claramente se muestra ser las fieras naturalmente naçidas para ser fuertes y usar de fortaleza, y que los hombres usan contra verdad de título de fuertes que con ellos tienen usurpado diziendo que les venga de su naturaleza; y aun esto fácilmente se verá si consideramos un prinçipio de philosophía que es universalmente verdadero, y es: que lo que conviene por naturaleza a una especie conviene a todos los individuos y particulares igual y indiferentemente, como acontece que conviene a los hombres por su naturaleza la risa, por la cual cualquiera hombre en particular conviene reírse. Dime agora, [Miçilo], antes que passe adelante, si hay aquí alguna cosa que me puedas negar.

     MIÇILO. No. Porque veo por esperiençia que no hay hombre en el mundo que no se ría y pueda reír, y solo el [hombre propiamente se ríe. Pero yo no sé a qué propósito lo dizes].

     GALLO. [Dígolo porque] pues esto es verdad y vemos que igualmente en las fieras en fortaleça y esfuerço no diffieren machos y hembras, pues igualmente son fuertes para se defender de sus enemigos, y para sufrir los trabajos neçesarios por [defender] sus hijos, o por buscar su mantenimiento, que claramente pareçe convenirles de su naturaleza. Porque ansí hallarás de la hembra tigre, que si acaso fue a buscar de comer para sus hijos que los tenía pequeños y en el entretanto que se ausentó de la cueva vinieron los cazadores y se los llevaron, diez y doze leguas sigue a su robador y hallado haze con él tan cruda guerra que veinte hombres no se le igualaran en esfuerço. Ni tampoco para esto aguardan favorecerse de sus maridos, ni con lágrimas se les quexan contándoles su cuita como hazen vuestras hembras. Ya creo que habrás oído de la puerca de Calidonia cuántos trabajos y fatigas dio al fuerte Theseo con sus fuertes peleas. ¿Qué diré de aquel sphinge de Pheniçia y de la raposa telmesia?, ¿qué de aquella famosa serpiente que con tanto esfuerço peleó con Apolo? También creo que tú habrás visto muchas leonas y osas mucho más fuertes que los machos en su naturaleza. Y no se han como vuestras mujeres las cuales cuando vosotros estáis en lo más peligroso de la guerra están ellas muy descuidadas de vuestro peligro sentadas al fuego, o en el regalo de sus camas y deleites. Como aquella reina Clithenestra, que mientra su marido Agamenón estaba en la guerra de Troya gozaba ella de los besos y abraços de su adúltero Egisto. De manera que de lo que tengo dicho pareçe < > ser verdad no ser natural la fortaleza a los hombres, porque si ansí fuesse igualmente convernía el esfuerço a las hembras de vuestra espeçie, y se hallaría como en los machos como aconteçe en las fieras. Ansí que podemos dezir, que los hombres no de su voluntad, mas forçados de vuestras leyes y de vuestros príncipes y mayores venís a exercitaros en esfuerço, porque no osáis ir contra su mandado temiendo grandes penas. Y estando los hombres en el peligro más fragoso del mar, el que primero [en la tempestad] se mueve no es para tomar el más pesado remo y trabajar doblado, pero cada cual procura ir primero por escoger el más ligero y dexar para los de la postre la mayor carga, y aún del todo la rehusarían sino fuesse por miedo del castigo, o peligro en que se ven. Y ansí este tal no se puede dezir esforçado, ni éste se puede gloriar ser doctado desta virtud, porque aquel que se defiende de su enemigo con miedo de reçebir la muerte, éste tal no se debe dezir magnánimo ni esforçado pero cobarde y temeroso. Desta manera aconteçe en vosotros llamar fortaleza lo que bien mirado con prudençia es verdadera cobardía. Y sí vosotros os halláis ser más esforçados que las fieras, ¿por qué vuestros poetas y historiadores cuando escriben y decantan vuestras hazañas y hechos en la guerra os comparan con los leones, tigres y onzas, y por gran cosa dizen que igualastes en esfuerço con ellos? Y por el contrario, nunca en las batallas de las fieras fueron en su ánimo comparadas con algún hombre. Pero ansí como aconteçe que comparamos los ligeros con los vientos, y a los hermosos con los ángeles, queriendo hazer semejantes los nuestros con las cosas que exceden sin alguna medida ni tasa, ansí pareçe que desta manera comparáis los hombres en vuestras historias en fortaleza con las fieras como a cosas que [os] exceden sin comparaçión. Y la causa desto es: porque como la fortaleza sea una virtud que consiste en el buen gobierno de las passiones y ímpetus del ánimo, el cual más sincero y perfecto se halla en las peleas que entre sí tienen las fieras, porque los hombres turbada la razón con la ira y la soberbia los ciega y desbarata tanto la cólera que ninguna cosa hazen con libertad que merezca nombre de virtud. Aun con todo esto quiero dezir que no tenéis por qué os quexar de naturaleza porque no os diese uñas, colmillos, conchas y otras armas naturales que dio a las fieras para su defensa, pues que un entendimiento de que os armó para defenderos de vuestros enemigos le embotáis y entorpeçéis por vuestra culpa y negligençia.

     MIÇILO. O gallo, ¡cuán admirable maestro me has sido hoy de retórica!, pues con tanta abundançia de palabras has persuadido tu propósito aun en cosa tan seca y estéril. Forcado me has a creer que hayas sido en algún tiempo uno de los famosos philósophos que hobo en las escuelas de Athenas.

     GALLO. Pues mira, Miçilo, que por pensar yo que querías redargüirme lo que tengo dicho con algunos argumentos, o con algún género de contradiçión, no pasaba adelante en mi dezir. Y ya que veo que te vas convenciendo, quiero que pasemos a otra virtud, y luego quiero que tratemos de la castidad, en la cual te mostraré que las fieras exceden a los hombres sin alguna comparaçión. Mucho se preçian vuestras mugeres tener de su parte por exemplo de castidad una Penélope, una Lucreçia, Porçia, doña María de Toledo, y doña Isabel reina de Castilla, porque dezís que éstas menospreçiaban sus vidas por no violar la virtud de su castidad. Pues yo te mostraré muchas fieras castas mil vezes más que todas esas vuestras; y no quiero que comencemos por la castidad de la corneja, ni crotón, admirables fieras en este caso, que después de sus maridos muertos guardan la viudez no cualquiera tiempo, pero nueve edades de hombres sin ofender su castidad, por lo cual neçesariamente me debes conçeder ser estas fieras nueve veces más castas que las vuestras mugeres que por exemplo tenéis; pero porque tienes entendido de mí, Miçilo, que soy retórico, quiero que procedamos en el discurso desta virtud según las leyes de retórica, porque por ellas espero vençerte con más façilidad. Y ansí, primero veamos la difiniçión desta virtud continençia, y después deçendiremos a sus inferiores espeçies. Suelen dezir los philósophos que la virtud de continençia en una buena y çierta dispusiçión y regla de los deleites, por la cual se desechan y huyen los malos, vedados y superfluos < >, y se favoreçen y allegan los neçesarios y naturales en sus convenientes tiempos. Cuanto a lo primero vosotros los hombres todos los sentidos corporales corrompéis y depraváis con vuestros malos usos y costumbres y inclinaciones, endereçándolos siempre a vuestro viçioso deleite y luxuria. Con los ojos todas las cosas que veis endereçáis para vuestra laçivia y cobdioçia, lo cual nosotras las fieras no hacemos ansí, porque cuando yo era hombre me holgaba y regoçijaba con gran deleite viendo el oro, joyas y piedras preçiosas, a tanto que me andaba bobo y desvaneçido un día tras un rey o príncipe si anduviesse vestido y adornado de jaezes y atavíos de seda, oro, púrpura y hermosos colores. Pero agora, como [lo hacen] las otras fieras, no estimo en más todo eso que al lodo y a otras comunes piedras que hay por las pedregosas y ásperas sierras y montañas. Y ansí cuando yo era puerco estimaba mucho más sin comparaçión hallar algún blando y húmido cieno, o piçina en que me refrescasse revolcándome. Pues si venimos al sentido del oler, si consideramos aquellos olores suaves de < > gomas, espeçias y pastillas de que andáis siempre oliendo, regalando y afeminando vuestras personas, en tanta manera que ningún varón de vosotros viene a gozar de su propia muger si primero no se unta con unçiones delicadas y adoríferas, con las cuales procuráis inçitar y despertar en vosotros a Venus. Y esto aún sería sufridero en vuestras hembras por daros deleite usar de aquellos olores, lavatorios, [afeites] y unturas, pero lo que peor es que usáis vosotros los varones para incitaros a luxuria. Pero nosotras las fieras no lo usamos ansí, sino el lobo con la loba, y el león con la leona, y ansí todos los machos con sus hembras en su género [y espeçie], gozan de sus abraços y açessos solamente con los olores naturales y proprios que a sus cuerpos dio su naturaleza sin admistión de otro alguno de fuera. Cuando más hay, y con que ellas más se deleitan es al olor que produçen de sí los olorosos prados cuando en el tiempo de su brama, que es cuando usan sus bodas, están verdes y floridos y hermosos. Y ansí ninguna hembra de las nuestras tiene necesidad para sus ayuntamientos de afeites ni unturas para engañar y traer al macho de su especie. Ni los machos tienen neçesidad de las persuadir con palabras, requiebros, cautelas ni ofreçimientos. Pero todos ellos en su propio tiempo sin engaños ni intereses hazen sus ayuntamientos atraídos por naturaleza, con las dispusiçiones y concurso del tiempo, con los cuales son inçitados y llamados a aquello. Y ansí este tiempo siendo passado, y hechas sus preñezes, todos se aseguran y mortiguan en su incentivo < > deleite, y hasta la vuelta de aquel mesmo tiempo ninguna hembra cobdiçia ni consiente al macho, ni el macho la acomete. Ningún otro interés se pretende en las fieras sino el engendrar y todo lo guiamos y ordenamos como nuestra naturaleza lo dispone. Y añade a esto que entre las fieras en ningún tiempo se cobdiçia ni soliçita ni acomete hembra a hembra, ni macho con macho en açesso carnal. Pero vosotros los hombres no ansí, porque no os perdonáis unos a otros: pero muger con muger, y hombre con hombre, contra las leyes de vuestra naturaleza, [os juntáis, y en vuestros carnales açessos os toman vuestros juezes cada día]. Ni por esto teméis la pena, cuanto quiera que sea cruel, por satisfazer y cumplir vuestro deleite y luxuria. En tanta manera es esto aborreçido de las fieras, que si un gallo acometiesse açesso con otro gallo, aunque le faltasse gallina, con los picos y uñas le haríamos [en breve] pedaços. Pareçe, Miçilo, que te vas convençiendo y haciéndote de mi sentencia, pues tanto callas sin me contradezir.

     MIÇILO. Es tan efficaz, gallo, tu persuasión, que como una cadena me llevas tras ti sin poder resistir.

     GALLO. Dexemos de contar cuántos varones han tenido sus ayuntamientos con cabras, ovejas y perras; y las mugeres que han effectuado su luxuria con gimios, asnos, cabrones y perros, de los cuales açessos se han engendrado çentauros, sphinges, minotauros y otros admirables monstruos de prodigioso agüero. Pero las fieras nunca usaron ansí, como lo muestra por exemplo la continencia de aquel famoso Mendesio, cabrón egipcio, que siendo encerrado por muchas damas hermosas para que holgase con ellas, ofreçiéndosele desnudas delante, las menospreçió, y cuando se pudo soltar se fue huyendo a la montaña a tener sus plazeres con las cabras sus semejantes. Pues cuanto ves que son más inferiores en la castidad los hombres que las fieras, ansí lo mesmo se podrá dezir en todas las otras espeçies y differençias desta virtud de continençia. Pues en lo que toca al apetito de comer es ansí, que los hombres todas las cosas que comen y beben es por deleite y complacençia de la suavidad. Pero las fieras todo cuanto gustan y comen es por neçesidad y fin de se mantener. Y ansí < > los hombres se engendran en sus comidas infinitos géneros y especies de enfermedades, porque llenos vuestros cuerpos de excesivos comeres, es neçesario que a la contina haya diversidad de humores y ventosidades y que, por el consiguiente, se sigan las indispusiçiones. A las fieras dio naturaleza a cada una su comida y manjar proprio conveniente para su apetito: a los unos la yerba, a los otros raízes y frutas; y algunos hay que comen carne, como [son] lobos y leones. Pero los unos no estorban ni usurpan el manjar ni comida de los otros, porque el león dexa la yerba a la oveja y el ciervo dexa su manjar al león. Pero el hombre no perdona nada constreñido de su apetito, gula, tragazón y deleite. Todo lo gusta, come, traga y engulle, pareçiéndole que sólo a él hizo naturaleza para tragar [y disipar] todos los otros animales y cosas criadas. Cuanto a lo primero, come las carnes sin tener dellas neçesidad alguna que a ello le constriña, teniendo tantas buenas plantas, frutas, raízes y yerbas muy frescas, salutíferas y olorosas. Y ansí no hay animal en el mundo que a las manos pueda haber que los hombres no coman. Por lo cual les es neçesario que para haber de hartar su gula tengan pelea y contienda con todos los animales del mundo, y que todos se publiquen por sus enemigos. Y ansí, para satisfazer su vientre tragón, a la contina tienen guerra con las aves del cielo y con las fieras de la tierra y con todos los pescados del mar, y a todos buscan cómo con industrias y artes los puedan caçar y prender; y han venido a tanto estremo, que por se preçiar no perdonar ninguna criatura de su gusto acostumbran ya a comer las venenosas serpientes, culebras, anguilas, lampreas, que son de una mesma especie; sapos, ranas, que son de un mesmo natural; y han hallado para tragarlo todo unas maneras de guisados con ajos, espeçias, clavo, pimienta y açeite en ollas y cazuelas, en las cuales hechos çiertos compuestos y mezclas se engañan los desventurados pensando que les han quitado con aquellos coçimientos sus naturales ponçoñas y veneno, quedándoles aún tan gran parte que los basta dar la muerte mucho antes que lo requiere su natural. ¿Pues qué si dezimos de los animales y cosas que de su vescosidad y podridumbre produce la tierra: hongos, turmas, setas, caracoles, galápagos, arañas, tortugas, ratones y topos? Y para guisar y aparejar esto, ¿cuántos maestros, libros, industrias y artes de cozina usan y tienen tan lexos del pensamiento de las fieras? Y después con todo esto quéxanse los desventurados de su naturaleza, diziendo que les dio cortas las vidas, y que los lleva temprano la muerte. Y dizen que los médicos no entienden la enfermedad, ni saben aplicar la mediçina, ¡bobos, neçios! ¿Qué culpa tiene su naturaleza si ellos mesmos se corrompen y matan con tanta multitud de venenosas comidas y manjares? Naturaleza todas las cosas desea y procura conservar hasta el periodo y tiempo que al común les tiene puesto [la vida], y para esto les tiene enseñados çiertos remedios y medeçinas por si acaso por alguna ocasión, heridos de algún contrario, viniessen a enfermar. Pero es tanta la golosina, gula y desorden en su comer y mantenimiento de los hombres, que ya ni hay mediçina que los cure, ni médico que curarlos sepa ni pueda, porque ya las artes naturales todas faltan para este tiempo: porque bastan más corromper y quebrar de sus vidas con sus comidas que puede remediar y soldar la philosophía y arte de naturaleza. Pero las fieras no hazen ansí, porque si al perro dio naturaleza que viva doze años y treçientos a la corneja, y ansí de todas las otras fieras si los hombres no las matan, naturaleza las conserva, de manera que todas mueran por pura vejez, porque a cada una tiene enseñada su propia mediçina, y cada una se es a sí mesma médica. ¿Quién enseñó a los puercos cuando enferman irse luego a los charcos a comer los cangrexos con que luego son sanos?, ¿quién enseñó al galápago cuando le ha mordido la víbora paçer el orégano y sacudir luego de sí la ponzoña?, ¿quién enseñó a las cabras montesas siendo heridas del caçador comer de la yerba llamada dítamo, y saltarle luego del cuerpo la saeta?, ¿y al ciervo en siendo herido ir huyendo a buscar las fuentes de las aguas porque en bañándose son sanos del veneno?, y a los perros fatigados del dolor de la cabeça, ¿quién los enseñó a ir < > al prado y paçer yerba porque luego son sanos con ella? Naturaleza es la maestra de todo esto para conservarlos, en tanta manera que no pueden morir, sino por sola vejez, si la guerra que les da vuestra gula insaçiable çesasse. ¿Pues qué si hablássemos de las bebidas, los vinos de estrañas provinçias adobados con coçimientos de diversidades de espeçias, después de aquellas [curiosas y] artifiçiales bebidas de aloxa y cerveça? Y sola la fiera mantenida en todo regalo y deleite sana y buena con el agua clara que naturaleza le da y le cría en las fuentes perenales de la concavidad de la tierra. Pues aquellas agudeças, industrias y vivezas que saben y usan las fieras, ¿qué dirás dellas? El perro al mandado de su señor salta y baila, y entra çien vezes por un aro redondo que para ganar dineros le tiene empuesto y enseñado el pobre peregrino. Los papagayos hablan vuestra mesma lengua, tordos y cuervos. Los caballos se ponen y bailan en los teatros y plazas públicas. ¿Parécete que todo esto no es más argumento de uso de razón que de flaqueza que haya en su naturaleza? Por çierto, < > no se puede dezir otra cosa sino que todos estos dotes les venga del valor < > de su natural, en el cual con tanta ventaja os exçeden las fieras a los hombres. A lo cual todo, si no lo quisieres llamar uso de razón, buen juizio, virtud de buen injenio y prudençia (vista aquella façilidad con que son enseñadas en las mesmas artes y agudeças que vosotros, en tanta manera que en las fieras parezca verdaderamente que nos acordamos de lo que por nuestra naturaleza sabemos cuando nos lo enseñan, lo que vosotros no aprendéis sin grande y muy contino trabajo de vosotros mesmos, y de vuestros maestros), pues si a esta ventaja no la quisieres llamar uso de razón, con tal que la conozcas haberla en las fieras, llámala como más te plaziere. Yo a lo menos téngola tan conoçida después que en cuerpos de fieras entré, que me maravillo de la çeguedad en que muchos de vuestros philósophos están, los cuales con infinita diversidad de argumentos persuaden entre vosotros a que creáis y tengáis por averiguado que las fieras sean muy más inferiores en su naturaleza que los hombres, diziendo y afirmando que ellos solamente usan de razón, y [que] por el consiguiente a ellos solos convenga el exerçiçio de la virtud. Y ansí por esta causa llaman a las fieras brutos. Añaden a esto afirmando que solos los hombres usen de la verdadera libertad, siendo por esperiençia tan claro el contrario, como vemos que las fieras a ningunas leyes tengan subjeçión ni miramiento más de a las de su naturaleza, porque por su buena inclinaçión no tuvieron de más leyes neçesidad. Pero vosotros los hombres, por causa de vuestra soberbia y ambiçión, os subjecto vuestra naturaleza a tanta diversidad de leyes, no solamente de Dios y de vuestros prínçipes y mayores, pero habéis os subjetado al juizio y sentençia de vuestros vezinos, amigos y parientes, en tanta manera que sin su pareçer no osáis comer, ni beber, vestir, calçar, hablar ni comunicar. Finalmente, en todas vuestras obras sois tan subjetos al pareçer ajeno, tan atentos a aquella tirana palabra y manera de dezir «qué dirán», que no puedo sino juzgar los hombres por el más miserable animal y más infeliz y descontento de todos los que en el mundo son criados. Agora tú, Miçilo, si algo desto que yo tengo alegado te pareçe contrario a la verdad arguye y propón, que yo te responderé si acaso no me faltasse a mí el uso de la razón con que solía yo en otros tiempos con evidente efficaçia disputar.

     MIÇILO. ¡O gallo! ¡Quán admirado me tiene esa tu elocuençia, con la cual tan efficazmente te has esforçado a me persuadir esa tu opinión! ¿Qué puedo dezir?, que nunca gallo cantó como tú hoy. En tanta manera me tienes contento que no creo que hay hoy en el mundo hombre más rico que yo, pues tan gran joya como a ti poseo. Pero una dificultad y dubda tengo en el alma, que resulta de lo que has persuadido hasta aquí, lo cual deseo entender: ¿cómo ánima de fiera bruta pueda ver y gozar de Dios?

     GALLO. ¿Y agora sabes que las bestias se puedan salvar? Ansí lo dize el rey David: «Homines et jumenta salvabis Domine.» Dime, ¿qué más bruta bestia puede ser que el hombre ençenegado en un viçio de la carne, o avariçia, o soberbia, o ira, o en otro cualquiera pecado? Pues ansí teniendo David a los tales por viles brutos bestias ruega por ellos a Dios diziendo en su psalmo o cançión: Señor «[yo], <> os suplico que salvéis hombres y bestias.» Y por tal [bestia] se tenía David [con ser Rey] cuando se hallaba pecador, que dezía: «Ut iumentum factus sum apud te.» Yo señor soy bestia en vuestro acatamiento. Y ansí quiero que entiendas que en todos mis cantos < > pretendo mostrar[te] cómo el viçio son los hombres convertidos en brutos y en peores que fieras.

     MIÇILO. Díme agora, yo te ruego, gallo, ¿dónde aprendiste esta tu admirable manera de dezir?, porque solamente me acuerdo haber oído cuando yo era niño, que fueste un paje muy querido de Mars, y que te tenía para que cuando iba a dormir algunas noches con Venus, mujer de Vulcano, le velasses la puerta que ninguno le viese, y le despertasses venida la mañana porque el sol no le viesse siendo salido, porque no avisasse a Vulcano. Y dezían que el sol te echó una mañana un gran sueño, de manera que los tomó juntos y truxo allí a Vulcano, el cual los tomó como estaban en una red y los presentó a Júpiter que los castigase de adulterio; y Mars enojado de tu descuido te convirtió en gallo y agora de puro miedo, pensando que aún estás velando el adulterio de tu amo, cantas ordinariamente antes que venga el día y salga el sol.

     GALLO. [Todo eso es fábula y fingimiento de poetas para ocupar sus versos, que también me han hecho asesor de Mercurio, y los antiguos me dedicaron a Esculapio. Pero la verdad es que yo fue aquel filósofo Pythágoras, que fue uno de los más facundos que la Greçia çelebró, y principalmente es de tener por averiguado, que la mayor elocuençia se adquiere de la mucha esperiençia de las cosas, la cual he tenido yo entre todos los que en el mundo son de mi edad.

     [MIÇILO]. Pues fueste Pythágoras ruégote me digas algo de philósofos, [de su vida y costumbres,] porque de aquí adelante teniendo tan buen preçeptor como a ti, me pueda preçiar de filósofo, y filosofe entre los de mi çiudad y pueblo. Y muéstrame cómo tengo de usar de aquella presunçión, arogançia, y obstentaçión, desdén y sobreçejo con que los filósofos tratan a los otros que tienen en la república estado de comunidad.

     GALLO. De todo te diré, de sus vidas y costumbres. Pero porque se me ofreçen otras cosas que dezir más a la memoria, querría eso dexarlo para después. Pero por no te desgraçiar quiero te obedeçer. Y ansí te quiero dezir de un poco de tiempo que fue clérigo, la cual es profesión de clérigo cristiano, donde conjeturarás lo que en una y otra filosofía son los hombres el día de hoy. Y pues es venida la mañana abre la tienda, y en el canto que se sigue te diré lo demás.

Fin del segundo canto del gallo de Luçiano



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Argumento del terçero canto del gallo

     En el terçero canto que se sigue el auctor imita a Luçiano en todos sus diálogos, en los cuales siempre reprehende a los filósofos y religiosos de su tiempo. < >

     MIÇILO. Esme tan sabrosa tu música, o gallo, que durmiendo te sueño, y imagino que a oírte me llamas. Y ansí soñando tu cançión tan suave muchas vezes despierto con deseo que mi sueño fuesse verdad o que siendo sueño nunca yo despertasse. Por lo cual agora aún no has tocado los primeros puntos de tu entonaçión cuando ya me tienes sin pereza muy despierto con cobdiçia de oírte. Por tanto, prosigue en tu graçiosa cançión.

     GALLO. Neçesitado me tienes, o Miçilo, a te complazer, pues tanto te aplaze mi dezir. Y ansí yo procuraré con todas mis fuerças a obedeçer tu mandado. Y pues me pediste te dixesse algo del estado de los philósophos, dexemos los antiguos gentiles, que saber agora dellos no hará a tu propósito, ni a mi intinçión. Pero pues en los cristianos han professado y suçedido en su lugar los eclesiásticos, por ser la más incumbrada filosofía la evangélica, por tanto quiero hablar deste propósito, y dezirte de un poco de tiempo que yo fue un clérigo muy rico.

     MIÇILO. ¿Y en qué manera era esa riqueza?

     GALLO. Serví a un obispo desde mi niñez, y porque nunca me dio blanca en todo el tiempo que le serví, hízome clérigo harto sin pensarlo yo, porque yo nunca estudié, ni lo deseé ser.

     MIÇILO. Tal clérigo serías tú después.

     GALLO. La vida que después tuve te lo mostrará. En fin, procuróme pagar el obispo mi amo con media dozena de beneffiçios curados que me dio.

     MIÇILO. Por cierto, esa no era paga sino agravio y carga. Pues, [dime] ¿podíaslos [tú] todos tener [y servir]?

     GALLO. No, que descargábame yo, porque luego hallaba quien me los tomaba frutos por pensión.

     MIÇILO. Por Dios, que era ese buen disimular. Para mí yo creo que si tú ordeñas la leche y tresquilas la lana, quiero dezir que si tú gozas los esquilmos del ganado tú te quedas el mesmo pastor, o me has de confessar que los hurtas al que los ha de haber.

     GALLO. ¡Por Dios, gran theólogo eres! No querría yo çapatero tan argutivo como tú, a la fe. Pues sábete que passa eso comúnmente el día de hoy. Y ansí yo me llevé de seis beneffiçios curados los frutos por pensión cada año [que montaban] más de treçientas mil maravedises. Con esto siempre después que mi amo murió viví en Valladolid, un pueblo tan suntuoso en Castilla donde a la contina reside la corte real. Y también concurren allí de todas differençias de gentes, tierras y naçiones por residir allí la Chançillería, [audiençia principal del reino]. Traía a la contina muy bien tratada mi persona con gran aparato de mula y moços. Y con este fausto tenía cabida y conversaçión con todos los perlados y señores, y por me entretener con todos, con unos fingía negoçios, y con otros < > procuraba [tenerlos] verdaderos, propios o agenos. En fin, con todos procuraba tener que dar y tomar, y ansí en esta manera de vida passé más de treinta años, los mejores de mi edad sobre otros treinta que en serviçio del obispo passé.

     MIÇILO. Por cierto no me pareçe esa vida, sino morir.

     GALLO. En este tiempo yo gozé de muchas fiestas, de muchas galas y invençiones. Era de tanta dama querido, requerido y tenido cuanto nunca galán cortesano lo fue. Porque demás de ser yo muy aventajado y plático en la cortesanía tenía más, que era muy liberal.

     MIÇILO. Por cierto, bien gastabas los dineros de la iglesia, que dizen los predicadores que son hazienda de los pobres.

     GALLO. Pues dizen la verdad, que porque la hazienda de la iglesia es de los clérigos se dize ser de los pobres, porque ellos no tienen ni han de tener otra heredad, porque ellos suçedieron al tribu de Leví, a los cuales no dio Dios otra posesión.

     MIÇILO. Por cierto, gallo, mejor argumentas tú que yo, y aún ésa me pareçe grandíssima razón para que los señores seglares no debían llevar los diezmos de la iglesia, pues ellos tienen sus mayorazgos y rentas de qué se mantener.

     GALLO. Y aún otra mayor razón hay [para eso], y es: que los diezmos fueron dados a los sacerdotes porque rueguen a Dios por el pueblo, y porque administran los sacramentos. Y ansí, pues, los seglares no son hábiles para los administrar, queda por averiguado que no pueden llevar los diezmos. Y que ansí de todos los que llevaren serán obligados a restituçión.

     MIÇILO. ¡O válame Dios!, qué práticos estáis en lo que toca a la defensa destos vuestros bienes y rentas temporales, cómo mostráis estar llenos de vuestra canina cobdiçia. ¡Si la meitad de la cuenta hiziéssedes de las almas que tenéis a vuestro cargo!

     GALLO. Pues siempre es esa vuestra opinión, que los seglares [no] querríades que ningún clérigo tuviesse nada, ni aún con qué se mantener.

     MIÇILO. ¿Pues qué malo sería? Antes me pareçe que les sería muy mejor, porque más libremente podrían entender en las cosas spirituales para que fueron ordenados, si no se ocupassen en las temporales. Y aun yo os prometo que si el pueblo os viesse que hazíades lo que debíades a vuestro estado, que no sólo no os llevassen la parte de los diezmos que dezís que os llevan, pero que os darían mucho más. Y aun si bien miramos el Papa, cardenales, obispos, curas y todos los demás eclesiásticos, ¿cómo hallas que tienen tierras, çiudades y villas y rentas sino desta manera? Porque los emperadores y reyes y prínçipes passados vista su bondad les daban cuanto querían para se mantener. Y pues ansí lo tienen y poseen, ya que los que agora son se lo quitasen, ¿por qué lo han de defender con pleitos y mano armada como lo hazen? Que están llenos los consejos reales, [audiençias] y chançillerías de frailes y clérigos, de comendadores y religiosos. Que ya no hay en estos públicos [y generales] juizios otros pleitos en que entender sino de eclesiásticos. Veamos, si a Jesucristo en cuyo lugar están le quitaran la capa estando en el mundo, ¿defendiérala en juizio o con mano armada?

     GALLO. No, pues aun la vida no defendió, [que antes la ofreçió de su voluntad por los hombres].

     MIÇILO. Pues por eso reniego yo de los clérigos y eclesiásticos, [por]que todos quieren que los guarden sus previllegios y exençiones; ser tenidos, honrados y estimados de todos, diziendo que están en lugar de Jesucristo para lo que les toca de su propria estima y opinión, y en el hazer los clérigos lo que son obligados, [que es] en el recogimiento de sus personas [y buena fama y santa ocupación]; y [en el] menospreçio de las temporales haziendas [y posesiones] no difieren de los más crueles < > soldados que en los exérçitos hay.

     GALLO. ¡Válame Dios!, cuán indignado estás contra los eclesiásticos que los comparas con soldados muchos de los cuales son malos y perversos y desuellacaras.

     MIÇILO. Por cierto, aún no estoy en dos dedos de deziros que aun sois peores, porque sois mucho más perniçiosos a toda la república cristiana con vuestro mal exemplo.

     GALLO. ¿Por qué?

     MIÇILO. Porque aquéllos no han hecho profesión de ministros de Dios como vosotros, ni les damos a ellos de comer por tales como a vosotros, ni hay nadie que los quiera ni deba imitar como a vosotros, y por tanto con sus vidas no hazen tanto daño como vosotros hazéis. Pues dezidme: ¿tenéis agora por cosa nueva, que todo cuanto los eclesiásticos poseéis os lo dieron por amor de Dios?

     GALLO. Ansí es verdad.

     MIÇILO. Pues claro está que todos los verdaderos cristianos con tal condiçión poseemos estos bienes temporales que estemos aparejados para dexarlos cada vez que viéremos cumplir a la gloria y honra de Jesucristo y a su iglesia y al bien de su cristiandad.

     GALLO. Tú tienes razón.

     MIÇILO. Pues, ¿cuánto más de veras lo debría de hazer el pontífice, el cardenal, el obispo y ansí todos los frailes y en común toda la cleriçía, pues se lo dieron en limosna, y lo professan de particular professión? ¿Que a ninguno dixo Cristo: «si te demandaren en juizio la capa, da capa y sayo»? Que si preguntamos al clérigo que si dixo Cristo a él que no contendiesse en juizio sobre estas cosas temporales diría que no lo dixo sino al fraile, y el fraile dize que lo dixo a los obispos y perlados que representan los apóstoles, y éstos dirán que no lo dixo sino al Papa que representa en la iglesia su mesma divina persona, y el Pontífiçe dize que no sabe qué os dezís. Que a todos veo andar arrastrados y desasosegados de audiençia en audiençia, de juizio en juizio. ¿Qué ley sufre que un guardián [de San Francisco] o un prior < > de Santo Domingo, o de San Hierónimo traiga seis y diez [años] pleito en una chançillería sobre sacar una viña o una miserable casa [que dizen convenirles por un su fraile conventual]?

     GALLO. Ese tal pleito no le trae el prior ni el guardián, sino la casa.

     MIÇILO. No me digas, gallo, esas niñerías. Pues, ¿quién paga al procurador y al letrado y escribano, y al que lo soliçita? Y aun como cosa a ellos natural el pleitear tienen todos estos offiçiales perpetuamente asalariados. O dezidme, ¿qué llaman en el monasterio la casa?, ¿las paredes, piedras y texados? Dexadme que esas cosas no son para entre niños, y lo que peor es y cosa muy de risa, que de cada día buscáis nuevos juezes. Agora dezís que el rey no es vuestro juez, agora le queréis que os juzgue, y os sometéis a su tribunal. No hay ley que os ligue ni rey que os subjete: [porque sois] gente sin rey y sin ley. ¡Que todo género de animal hasta las ranas tienen rey y le demandaron a Dios, y [que] vosotros los eclesiásticos queréis vivir libres y exentos! Y ansí es neçesario que cuanto más libres sois seáis más perversos, y ya cuando os subjetáis a alguno dezís que ha de ser al Pontífiçe solo, y a éste queréis por juez porque está muy lexos y muy ocupado, y cometiendo la causa vos eligeréis juez que no os haya de matar.

     GALLO. Tú dizes < > la verdad. Pero, ¿qué quieres que se haga en tales tiempos como éstos en que estamos, que si alguno el día de hoy es sufrido, manso y bueno todos se le atreven? Cada uno piensa de tomarle la capa, y aun algunas vezes es çebar la maliçia ajena. Quiero dezir: que es dar ocasión con tanta mansedumbre a que cada uno se atreva a tomarle lo suyo, y aunque sea eso virtud evangélica, pero no sé si la podría siempre executar el hombre con prudençia evangélica, aunque más fuesse obligado a ella.

     MIÇILO. Mira, gallo, si fuesse un hombre que tiene casa, hijos y muger y estado que mantener, si le tomassen lo suyo, lo que con justo título posee, no creo que sería prudençia evangélica dexarlo perder. Pero tengo que éste tal ligítimamente lo puede cobrar y, si puede, por medios líçitos de justicia, defenderlo. Pero un fraile, o perlado, y cualquiera saçerdote que es solo, y no debe tener, ni tiene cuidado de más que de su persona, yo bien creo que sería obligado a exerçitar esta virtud evangélica.

     GALLO. Por Dios, si los clérigos por ahí hubiessen de ir no habría hombre del mundo que no mofasse dellos, y todo el vulgo y pueblo los tuviesse por escarnio y risa.

     MIÇILO. Por çierto, más obligados son todos los eclesiásticos, Pontífiçe, perlados, frailes y clérigos a Dios, que no a los hombres, y más a los sabios que a los neçios. Gentil cosa es que el Pontífiçe, perlados, frailes y eclesiásticos dexen de hazer lo que deben al serviçio de Dios y bien de sus conçiençias, y [buen] exemplo de sus personas, y mejora de su república, por lo que el vulgo vano podría juzgar. Hagan ellos lo que deben y juzguen los neçios lo que quisieren. Ansí juzgaban de David porque bailaba delante del arca del Testamento; ansí juzgaban de Jesucristo porque moría en la Cruz; ansí juzgaban a los apóstoles porque predicaban a Cristo; ansí juzgan agora a los que muy de veras quieren ser cristianos menospreçiando la vanidad del mundo, y siguiendo el verdadero camino de la verdad. Y, ¿quién hay que pueda escusar los falsos juizios el vulgo? Antes aquello se debe de tener por muy bueno lo que el vulgo condena por malo y, por el contrario: ¿queréislo ver?: a la maliçia llaman industria; a la avariçia y ambiçión grandeza de ánimo; y al maldiziente hombre de buena conversaçión; al engañador, ingenioso; al disimulador y mentiroso y trafagador llaman gentil cortesano; al buen trampista llaman curial; y, por el contrario, al bueno y verdadero llaman simple; y al que con humildad cristiana menospreçia esta vanidad del mundo y quiere seguir a Jesucristo dizen que se torna loco; y al que reparte sus bienes con el que lo ha menester por amor de Dios dizen que es pródigo; el que no anda en tráfagos y engaños para adquirir honra y hazienda dizen que no es para nada; el que menospreçia las injurias por amor de Jesucristo dizen que es [un apocado y que de] cobarde y hombre de poco ánimo [lo haze]. Y finalmente convertiendo las virtudes en viçios, y los viçios en virtudes, a los ruines alaban y tienen por bienaventurados, y a los buenos y virtuosos vituperan llamándolos pobres y desastrados. Y con todo esto no tienen mala vergüença de usurpar el nombre de cristianos no teniendo señal de serlo. Pues, ¿paréçete, gallo, que porque el vulgo (que es la muchedumbre destos desvariados que hazen lo semejante) juzguen mal de que los eclesiásticos menospreçien los bienes temporales y recoxan sus spíritus en la imitaçión de [su maestro] Cristo dexen de hazer lo que deben? Por çierto, miserable y desventurado estado es ese que dizes que tuviste, ¡o gallo! Pero dexado agora eso, que después volverás a tu propósito, dime yo te ruego, pues todo lo sabes, ¿quién fue yo antes que fuesse Miçilo si tuve esas conversiones que tú?

     GALLO. Eso quiero yo para que me puedas pagar el mal que has dicho de mí.

     MIÇILO. ¿Qué dizes entre dientes? ¿Por qué no me hablas alto?

     GALLO. Dezía que mucho holgaré de te complazer en lo que me demandas, porque yo mejor que otro alguno te sabré dello dar razón. Y ansí has de creer que todos passamos en cuerpos como has oído de mí. Y ansí te digo que tú eras antes una hormiga de la India que te mantenías de oro que acarreabas del çentro de la tierra.

     MIÇILO. Pues desventurado de mí, ¿quién me hizo tan grande agravio que me quitasse aquella vida tan bienaventurada en la cual me mantenía de oro, y me truxo a esta vida y estado infeliz, que en esta pobreza de hambre me quiero finar?

     GALLO. Tu avariçia grande y insaçiable que a la contina tuviste te hizo que de aquel estado viniesses a esta miseria, donde [con hambre] pagas tu pecado. Porque antes habías sido aquel avaro mercader ricacho, Menesarco, deste pueblo.

     MIÇILO. ¿Qué Menesarco dizes?, ¿es aquel mercader a quien llevaron la muger?

     GALLO. Vergüença tenía de te lo dezir. Ese mesmo fueste.

     MIÇILO. Yo he oído contar este aconteçimiento de diversas maneras a mis vezinos, y por ser el caso mío deseo agora saber la verdad; [por tanto], ruégote mucho que me la cuentes.

     GALLO. Pues me la demandas yo te la quiero dezir, que mejor que otro la sé. Y ante todas cosas sabrás que tu culpa fue porque con todas tus fuerças tomaste por interés saber si tu muger te ponía el cuerno. Lo cual no deben hazer los hombres, querer saber ni escudriñar en este caso más de aquello que buenamente se los ofreçiere a saber.

     MIÇILO. Pues en verdad que en este caso aún menos debrían los hombres saber de lo que a las vezes se les trasluze y saben.

     GALLO. Pues sabrás que en este pueblo fue un hombre saçerdote rico y de gran renta, que por no le infamar no diré su nombre. El cual, como suele aconteçer en los semejantes siendo ricos y regalados, aunque ya casi a la vejez, como no tuviesse muger propria, compró una donzella que supo que vendía una mala madre, en la cual hobo una muy hermosa y graciosa hija. A la cual amó como a sí [mesmo], como es propria passión de clérigos, y crióla en todo regalo mientras niña. Y cuando la vio en edad razonable procuró de la trasegar porque no supiesse a la madre. Y ansí la puso en compañía de religiosas y castas matronas que la impussiesen en buenas costumbres, porque pareçiesse a las virtuosas y no tuviesse los resabios de la madre que vendió por preçio la virginidad, que era la más valerosa joya que tuvo naturaleza. Enseñóla a cantar y tañer diversas differençias de instrumentos de música, en lo cual fue tan aventajada que cada vez que su angelical voz exerçitaba acompañada con un suave instrumento convertía los hombres en piedra, o encantados los sacaba fuera de sí, como leemos de la vihuela de Orpheo que a su sonido hazía bailar las piedras de los muros de Troya. En conclusión, la donzella se hizo de tan gran belleza, graçia y hermosura, en tanta manera que no había mançebo en nuestra çiudad por de alto linaxe que fuesse que no la deseasse y requisiesse haber por muger. Y tus hados lo queriendo, buscando su padre un hombre que en virtud y riquezas se le igualasse te la ofreçió a ti. Y tú, aunque te pareçió hermosa donzella digna de ser deseada de todo el mundo, como no fuesse menor tu cobdiçia de haber riquezas que de haber hermosura, por añadirte el buen clérigo la dote a tu voluntad, la açetaste. Y luego como fueron hechas las bodas, como suele aconteçer en los semejantes casamientos que se hazen más por interés mundano que por Dios, Satanás procuró revolverte por castigar tu avarienta intençión. Y ansí te puso un gran pensamiento de dezir que tu muger no te guardaba la fe prometida en el matrimonio. Porque después de ser por su hermosura tan deseada de todos, por fuerça te pareçía que debía seguir la naturaleza y condiçión de su madre. Después que passados algunos días que se murió tu suegro, con cuya muerte se augmentó tu posessión, aunque no tu contento, porque de cada día creçían más tus zelos y sospecha de la castidad de tu Ginebra, la cual con su canto, graçia y donaire humillaba el çielo; ¡o cuántas vezes por tu sosiego quisieras más ser casado con una negra de Guinea que no con la linda Ginebra! Y prinçipalmente porque suçedió que Satanás despertó la soñolienta affiçión que estaba adormida en uno de aquellos mançebos, generoso y hijo dalgo de quien fue servida Ginebra antes que casasse. El cual con gran continuaçión tornó a la requerir y passear la calle soliçitándole la casa y criados. Pero a ella poco la movió, porque çiertamente te amaba a ti, y también porque ella conoçía el amor [que la tenías] y [el] cuidado en la guardar. Pues como tú viniesses acaso a tener notiçia de la intinçión del mançebo, porque tu demasiada sospecha y zelos te lo descubrió, procuraste buscar algún medio por donde fuesses çierto de su fidelidad. Y ansí tu diligençia y soliçitud te truxo a las manos de una injeniosa y aguda muger, gran sabia en las artes mágicas y invocaçión de demonios, la cual por tus dones se comovió a tus ruegos, y se ofreçió a te dezir la verdad de lo que en Ginebra hubiesse. Y ansí, començando por sus artes y conjuros, halló solamente que a ti solo tu Ginebra tenía fe. Pero tú, çiego de tu passión, porfiabas que amaba más a Liçinio (que ansí se llamaba el mançebo). Y la maga, aun por más te asegurar usó contigo de una admirable prueba; y fue que ella tenía una copa que hobo del demonio por la fuerça de sus encantamentos, la cual había sido hecha por mano de aquella gran maga Morganda, la cual copa tenía tal hado: que estando llena de vino si bebía hombre al cual su muger le era errada se le vertía el vino por los pechos y no bebía gota. Y si su muger le era casta bebía hasta hartar sin perder gota. De la cual tú bebiste hasta el cabo sin que gota se te derramasse. Pero aun no te satisfaziendo desta prueba le demandaste que te mudasse en la figura y persona del mançebo Liçinio, que la querías acometer con prueba que te çertificasse más su bondad [por tu seguro]; y ansí fingiendo en tu casa que habías de caminar çierta xornada de quinze días de ausençia, la maga te mudó en forma y persona de Liçinio, y ella tomó [la] figura de un su paje. Y tomando en tu seno muy graçiosas y ricas joyas que hubiste de un platero, te fueste para Ginebra a tu casa, la cual, aunque estaba ocupada en sus labores rodeada de sus donzellas, por ser salteada de tu adúltero deseo fue turbada toda su color y agraçiado rostro. Y ansí con el posible desdeño y aspereça procuró por aquella vez apartarte de sí dándote muestras de desesperaçión. Pero continuando algunas vezes que para ello hallaste oportunidad te oyó con alguna paçiençia. Y vista tu importunidad y las joyas que le ofreçías, las cuales bastan a quebrantar las diamantinas peñas, bastaron en ella ablandar hasta mostrar algún plazer en te oír. Y de allí, con la continuaçión de tus dádivas y ruegos fue convençida a te favoreçer por del todo no te desesperar. Y ansí un día que llorabas ante ella por mitigar tu pasión, comovida de piedad, te dixo: «Yo effetuaría tu voluntad [y demanda], Liçinio, si fuesse yo çierta que no lo supiesse nadie.» Fue en ti aquella palabra un rayo del çielo del cual sentiste tu alma traspasada. Y súbitamente corrió por tus huesos, venas y niervos un yelo mortal que dexó en tu garganta helada la voz, que por gran pieza no podiste hablar. Y quitando a la hora la maga el velo del encanto de tu rostro y figura por tu importunidad, como vio tu Ginebra que tú eras Menesarco su marido, fue toda turbada de vergüença, y quisiera antes ser mil vezes muerta que haber caído en tan grande afrenta. Y ansí mirándote el rostro muy vergonçosa, solamente sospiraba y sollozçaba conoçiendo su culpa. Y tú, cortado de tu demasiada diligençia, solamente le pudiste responder diziendo: «De manera, mi Ginebra, que venderías por preçio mi honra si hallasses comprador.» Desde aquel punto todo el amor que te tenía le convertió en venenoso aborreçimiento; con el cual no se pudiendo sufrir, ni fiándose de ti, en viniendo la noche, tomando cuantas joyas tenía, lo más secreto que pudo se salió de tu casa y se fue a buscar al verdadero Liçinio cuya figura le habías representado tú, con el cual hizo verdaderos amores y liga contra ti por se satisfazer [y vengar] de tu neçedad. Y ansí se fueron juntos gozándose por las tierras que más seguras les fueron, y a ti dexaron hasta hoy pagado y cargado de tus sospechas y zelos. El cual veniste a tan grande estremo de afrenta y congoja que en breve tiempo te vino la muerte y fueste convertido en hormiga, y después en Miçilo venido en tu pobreza y miseria, hecho castigo para ti y exemplo para otros.

     MIÇILO. Por çierto, eso fue en mí bien empleado, y ansí creo que de puro temor que tiene desde entonçes mi alma no me < > sufrido casarme. Agora prosigue, yo te ruego, gallo, en tu transformaçión.

     GALLO. Pues hemos començado a hablar de los philósophos deste tiempo, luego tras éste de quien hemos tratado hasta aquí, te quiero mostrar de otro género de hombres en este estado, del cual yo por transformaçión participé, en cuyo pecho y vida verás un admirable modo de vivir sin orden, sin prinçipio, sin medio y sin fin. Sin cuenta passan su vida, su comer, su beber, su hablar y su dormir. Sin dueño, sin señor, sin rey. Ansí naçen, ansí mueren, que en ningún tiempo piensan que hay otra cosa más que naçer y morir. Ni tienen cuenta con çielo, ni con tierra, con Dios, ni con Sathanás. En conclusión, es gente de quien se pueden dezir justamente aquellas palabras de[l poeta] Homero: «Que son inútil carga de la tierra». Éstos son los falsos philósophos que los antiguos pintaban con el libro en la mano al revés. Y pues pareçe que es venido el día, en el canto que sigue se proseguirá.

Fin del terçero canto del gallo



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Argumento del cuarto canto del gallo

     En el cuarto canto que se sigue el auctor imita a Luçiano en el libro que hizo llamado Pseudomantis. En el cual describe maravillosamente las tacañerías y embaimientos y engaños de un falso religioso llamado Alexandro, que en muchas partes del mundo fingió ser propheta, dando respuestas ambiguas y industriosas para adquerir con el vulgo crédito y moneda.

     GALLO. En este canto te quiero, Miçilo, mostrar los engaños y perdiçión de los hombres holgaçanes, que vueltas las espaldas a Dios y a su vergüença y conçiençia, a banderas desplegadas se van tras los viçios, cebados de un miserable preçio y premio con título apocado de limosna, por solo gozar debajo de aquellos sus viles hábitos y costumbres de una suçia y apocada libertad. Oirás un género vil de encantamento fingido, porque no bastan los injenios bajos y viles destas desventuradas gentes mendigas a saber el verdadero encantamento, ni cosa que tenga título verdadero de saber, no más de porque su vilíssima naturaleza no es para comprehender cosa que tenga título de sçiençia, estudio y especulaçión. Son amançebados con el viçio y oçiosidad; y ansí, puesto caso que no es de aprobar el arte mágica y encantar, digo que por su vileza se hazen indignos de la saber. Y usando de la fingida es vista su ruin intençión, que no dexan de saber la verdadera por virtud. Y ansí sabrás, Miçilo, que después de lo passado vine a ser hijo de un pobre labrador que vivía en una montaña, vasallo de un señor muy cobdiçioso, que los fatigaba ordinariamente con infinitos pedidos de [pechos, alcabalas, y çensos y otras muchas] imposiçiones, que la una alcançaba a la contina al otro. En tanta manera que sólo el hidalgo se podía en aquella tierra mantener, que el labrador pechero era neçesario morir de hambre.

     MIÇILO. ¿Pues por qué no se iba tu padre a vivir a otra tierra?

     GALLO. Son tan acobardados para en eso los labradores, que nunca se atreven a hazer mudança de la tierra donde naçen, porque una legua de sus lugares les pareçe que son las Indias, y imaginan que hay allá gentes que comen los hombres vivos. Y, por tanto, muere cada uno en el pajar donde naçió, aunque sea de hambre. Y deste padre naçimos dos hijos varones, de los cuales yo fue el mayor, llamado por nombre Alexandro. Y como vimos tanta miseria como passaban con el señor los labradores, pensábamos que si tomábamos offiçios que por entonçes nos libertassen, se olvidaría nuestra vileza, y nuestros hijos serían tenidos y estimados por hidalgos y vivirían en libertad. Y ansí yo elegí ser saçerdote, que es gente sin ley, y mi hermano fue herrero, que [en aquella tierra] son [los herreros] exentos de los pedidos, pechos y velas del lugar donde sirven la ferrería. Y ansí yo demandé liçencia a mi padre para aprender a leer, y aun se le hizo de mal porque le servía de guardar unos patos, y ojear los pájaros que no comiessen la simiente de un linar. En conclusión, mi padre me encomendó por criado y monaçino de un capellán que servía un beneffiçio tres leguas de allí. ¡O Dios omnipotente, quién te dixera las bajezas y poquedades deste hombre! Por çierto, si yo no hubiera prometido de solo dezirte de mí y no de otros, yo te dixera cosas de gran donaire. Pero quiérote hazer saber que ninguno dellos sabe más leer que deletrear y lo que escriben haslo de sacar por discreçión. En ninguna cosa estos capellanes muestran ser aventajados, sino en comer y beber, en lo cual no guardan tiempo, medida ni razón. Con éste estuve dos años que no me enseñó sino a mal hazer, [y mal dezir], y mal pensar y mal perseverar. A leer me enseñó lo que él sabía, que era harto poco, y a escrebir una letra que no pareçía sino que era arado el papel con pies de escarabajos. Ya yo era buen moço de quinze años, y entendía que para yo no ser tan asno como mi amo que debía de saber algún latín. Y ansí me fue a Zamora a estudiar alguna gramática, donde llegado me presenté ante el bachiller y le dixe mi necesidad, y [él] me preguntó si traía libro, y yo le mostré un arte de gramática que había hurtado a mi amo, [que fue de los de Pastrana], que había más de mil años que se imprimió. Y él me mostró en él los nominativos que había de estudiar.

     MIÇILO. ¿De qué te mantenías?

     GALLO. Dábame el bachiller los domingos una çédula suya para un cura, o capellán de una aldea comarcana, el cual me daba el çetre del agua bendita [los domingos], y andaba por todas las casas a la hora del comer echando a todos agua, y en cada casa me daban un pedaço de pan, con los cuales mendrugos me mantenía en el estudio toda la semana. Aquí estuve dos años, en los cuales aprendí declinaciones y conjugaçiones: género, pretéritos y supinos. Y porque semejantes hombres como yo luego nos enhastianos de saber cosas buenas, y porque nuestra intinçión no es saber más, sino tener alguna notiçia de las cosas y mostrar que hemos entendido en ello cuando al tomar de las órdenes nos quisieren examinar (porque si nuestra intinçión fuesse saber algo perseveraríamos en el estudio, pero en ordenándonos començamos a olvidar y dámonos tan buena priesa que si llegamos a las órdenes neçios, dentro de un mes somos confirmados asnos); y ansí me salí de Çamora, donde estudiaba harto de mi espaçio, y por estar ya enseñado a mendigar con el çetre sabíame como miel el pedir, y por tanto no me pude del todo despegar dello. Y ansí acordé de irme por el mundo en compañía de otros perdidos como yo, que luego nos hallamos unos a otros. Y en esta compañía fue gran tiempo zarlo, o espinel, y alcançé en esta arte de la zarlería todo lo que se pudo alcançar.

     MIÇILO. Nunca esa arte a mi noticia llegó, declárate me más.

     GALLO. Pues quiero descubrírtelo todo de raíz. Tú sabrás que yo tenía la persona de estatura creçida y andaba vestido en diversas provinçias de diversos atavíos, porque ninguno pudiesse con mala intinçión aferrar en mí. Pero más a la contina traía una vestidura de buriel algo leonado obscuro, honesta, larga y un manteo ençima, puesto a los pechos un botón. Traía la barba larga y espesa de grande autoridad. Otras veces mudando las tierras mudaba el vestido, y con la mesma barba usaba de un hábito que en muchas provinçias llaman beguino: con una saya y un escapulario de religioso que hazía vida en la soledad de la montaña, una cayada y un rosario largo, de unas cuentas muy gruesas en la mano, que cada vez que la una cuenta caía sobre la otra lo oían todos cuantos en un gran templo estuviessen. Publiqué adivinar lo que estaba por venir, hallar los perdidos, reconciliar enamorados, descubrir los ladrones, manifestar los tesoros, dar remedio fáçil a los enfermos y aun resuçitar los muertos. Y como de mí los hombres tenían noticia, venían luego postrados con mucha humildad a me adorar y bessar los pies y a ofreçerme todas sus haziendas, llamándome todos propheta, < > dicípulo [y siervo] de Dios, y luego les ponía en las manos unos versos que en una tabla yo traía scriptos con letras de oro sobre un barniz negro, que dezían de esta manera: «Muneribus decorare meum vatem atque ministrum precipio: nec opum mihi cura, at maxima vatis.» Estos versos dezía yo habérmelos enviado Dios con un ángel del çielo, porque por su mandado fuesse yo de todos honrado y agradeçido como ministro y siervo de su divina magestad. Hallé por el reino de Portogal y Castilla infinitos hombres y mugeres los cuales, aunque fuessen muy ricos y de los más prinçipales de su república, pero eran tan tímidos superstiçiosos que no alçaban los ojos del suelo sin escrupulizar. Eran tan fáciles en el crédito que con un palo arrebuxado en unos trapos o un pergamino con unos plomos o sellos colgando, en las manos de un hombre desnudo y descalço, luego se arrojaban y humillaban al suelo, y venían adorando y ofreciéndose a Dios sin se levantar de allí hasta que el prestigioso cuestor los levantasse con su propia mano; y ansí éstos como me vían con aquella mi santidad vulpina, fácilmente se me rendían sin poder resistir. Venían a consultar en sus cosas [conmigo], todo lo que debían o querían hazer, y yo les dezía que lo consultaría con Dios, y que yo les respondería su divina determinación, y ansí a sus preguntas procuraba yo responder con gran miramiento porque no fuesse tomado en palabras por falso y perdiesse el crédito. Siempre daba las respuestas dubdosas, o con diversos entendimientos, sin nunca responder absolutamente a su intinçión. Como a uno que me preguntó qué preceptor daría a un hijo suyo que le quería poner al estudio de las letras. Respondí que le diesse por preçeptores al Antonio de Nebrija y a Santo Thomás, dando a entender que le hiziesse estudiar aquellos dos auctores, el uno en la gramática y el otro en la theología; y suçedió morirse el mochacho dentro de ocho días, y como sus amigos burlasen del padre porque < > daba crédito a mis desvaríos y < > juizios, llamándolos falsos, respondió que muy bien me había yo dicho, porque sabiendo yo que se había de morir, di a entender que había de tener por preçeptores aquéllos allá. Y a otro que había de hacer un camino y temíasse de unos enemigos que tenía, [que] me preguntó si le estaba bien ir aquel camino, respondí que más seguro se estaba en su casa si le podía escusar; y caminó burlando de mi juizio, y sucedió que salieron sus enemigos y hiriéronle mal. Después, como aquel juizio se publicó, me valió muchos dineros a mí, porque desde allí adelante no habían de hazer cosa que no la viniessen comigo a consultar pagándomelo bien. En fin, en esta manera di muchos y diversos juizios que te quisiera agora contar, sino fuera porque me queda mucho por dezir. Dezíame yo ser Juan de voto a Dios.

     MIÇILO. ¿Qué hombre es ése?

     GALLO. Este fingen los zarlos superstiçiosos vagabundos que era un çapatero que estaba en la calle de amargura en Hierusalén, y que al tiempo que passaban a Cristo presso por aquella calle, salió dando golpes con una horma sobre el tablero diziendo: «Vaya, vaya el hijo de María», y que Cristo le había respondido: «Yo iré y tú quedarás para siempre jamás para dar testimonio de mí»; y para en fe desto mostraba yo una horma señalada en el braço, que yo hazía con cierto artifiçio muy fácilmente, que pareçía estar naturalmente empremida allí; y a la contina traía un compañero del mesmo offiçio y perdiçión que fuesse más viejo que yo, porque descubriéndonos el uno al otro lo que en secreto y confessión con las gentes tratábamos, pareçiendo un día el uno y otro día el otro, les mostrábamos tener speçie de divinaçión y spíritu de prophecía, lo cual siempre nosotros queríamos dar a entender. Y hazíamos se lo fáçilmente creer por variarnos cada día en la representaçión, y dezíales yo que en viéndome viejo me iba a bañar al río Xordán y luego volvía de edad de treinta y tres años que era la edad en que Cristo murió. Otras vezes dezía que era un peregrino de Hierusalén, hombre de Dios, enviado por él para declarar y absolver los muchos pecados que hay secretos en el mundo, que por vergüença los hombres no los osan descubrir ni confesar a ningún confessor.

     MIÇILO. ¿Pues para qué era eso?

     GALLO. Porque luego en habiéndoles hecho creer que yo era cualquiera destos dos, fáçilmente los podía avenir a cualquiera cosa que los quisiesse sacar. Luego, como los tenía en este estado, començaba la zarlería cantándoles el espinela, que es un género de divinança, a manera de dezir la buenaventura. Es una agudeça y desenvoltura de hablar, con la cual los que estamos pláticos en ello sacamos fáçilmente cualesquier género de scollos (que son los pecados) que nunca por abominables se confessaron a saçerdote. En començando, yo a escantar con esta arte luego ellos se descubren.

     MIÇILO. Yo querría saber qué género de pecados son los que se descubren a ti por esta arte, y no al sacerdote.

     GALLO. Hallaba mugeres que tuvieron açeso con sus padres, hijos y con muy cercanos parientes; y unas mugeres con otras con instrumentos hechos para effectuar este viçio; y otras maneras que es vergüença de las dezir; y hallaba hombres que se me confessaban haber cometido grandes inçestos, y con brutos animales, que por no infiçionar el aire no te los quiero contar. Son estos pecados tan abominables que de pura vergüença y miedo hombres ni mugeres no los osan fiar ni descubrir a sus curas ni confessores; y ansí aconteçe muchas destas gentes neçias morir < > sin nunca los confessar.

     MIÇILO. Pues de presumir es que muchos destos hombres y mugeres, pensando bastar confessarlos a ti, se quedaron sin nunca a saçerdote los confessar.

     GALLO. Pues ése es un daño que trae consigo esta perversa manera de vivir, el cual no es daño cualquiera, sino de gran caudal.

     MIÇILO. Querría saber de ti qué virtud, o fuerça, tiene esa arte que se los hazéis vosotros confessar, y qué palabras les dezís.

     GALLO. Fuerça de virtud no es, pero antes industria de Sathanás. La manera de palabras era: que luego les dezía yo que por haber [aquella persona] naçido en un día de una gran fiesta en çinco puntos de Mercurio y otros çinco de Mars, por esta causa su ventura estaba en dos puntos de gran peligro, y que el un punto era vivo, y el otro era muerto; y que este punto vivo convenía que se cortasse, porque era un gran pecado que nunca confessó, por el cual corría gran peligro en la vida. En tanta manera que si no fuera porque Dios le quiso guardar [por los ruegos del bienaventurado San Pedro, que era mucho su abogado ante Dios], que muchas vezes le ha cometido el demonio en grandes afrentas donde le quiso haber traído a la muerte; y que agora era enviado por Dios este su peregrino [de Hierusalén] y santo propheta; que soy uno de los doze peregrinos que residen a la acontina en el santo sepulcro de Hierusalén en lugar de los doze apóstoles de Cristo, y [que yo soy su abogado San Pedro], que conviene que él me le haya de descubrir [y confessar] para que yo se le absuelva, y aun le pagare por él, y asegurarle que no penará ni peligrará por aquel pecado más. Y ansí él luego me descubre su pecado por grave y inorme que sea; y postrado por el suelo llorando me pide misericordia y remedio y le mande cuanto yo quisiere que haga para ser absuelto, que en todo me obedeçerá, y aun me dará cuanto yo le pidiere y él tuviere para su neçesidad; y ansí cuando yo veo a la tal persona tan obediente y rendida dígola: «Pues mira, hermana, que este pecado se ha de absolver con tres signos y tres cruces y tres psalmos y tres misas solenes, las cuales se han de dezir en el templo del Santo Sepulcro de Hierusalén, y que son misas de mucha costa y trabajo, porque las han de dezir tres cardenales y revestirse con ellos al altar tres obispos, y hanlas de offiçiar tres patriarcas vestidos de pontifical, y han de arder allí tres lirios a cada misa, que pesse cada uno seis libras de cera». Y luego dize el tal penitente: «Pues vos mi padre y santo señor vais allá hazedlas dezir, y yo al presente daré los dineros y limosna que pudiere y volviendo vos por aquí lo acabaré de pagar.» Y yo respondo que a mí me conviene forçado estar en Hierusalén la Semana Santa, y que en llegando se las haré dezir, y [ansí] luego el penitente me da diez ducados, o seis, o cuatro o algunos que dan veinte y más, [o menos], como [cada cual] tiene < >, y yo la doy una señal por la cual quedo de [volver a] la visitar dentro de un año o dos, sin pensarla más ver. Y otras vezes, para auctoriçar esta mi mala arte, dígoles que yo le daré parte del gran trabajo que tengo de reçebir en el camino que hemos de hazer los escolares peregrinos de Hierusalén cuando todos juntos vamos la Santa Pascua de Resurreçión por el olio y crisma a la torre de Babilonia, como lo tenemos por costumbre y promesa traerlo nosotros doze para la iglesia de Dios; lo cual se trae en doze caballos yendo nosotros a pie, que van luego los siete y quedan los cinco aguardando, y aquellos siete que van llevan siete ropas ricas y siete armas, con las cuales peleamos con siete gigantes que guardan el [santo crisma y] olio de noche y de día, y como son más fuertes que nosotros dannos grandes palos y bofetadas, hasta que vienen del çielo siete donzellas en siete nubes y en su favor siete estrellas; las cuales peleando con los gigantes los vençen y ansí las damos las siete ropas, y nos cargan los caballos del santo crisma y olio y nos venimos con ello a Hierusalén para que [en la Santa Pascua de Resurreçión] se distribuya por toda la cristiandad; y ansí por la misericordia de Dios nuestro señor, por esta tu limosna te haré parçionera deste trabajo que en este viaje tengo de llevar por la Iglesia de Dios; y demás desto porque quedes más purgada deste pecado me bañaré por ti en la fuente y río Xordán una vez. Y con este fingimiento y embaimiento, fiçiones y engaños, las hazía tan obedientes a mi mandado, que después de haberme dado su hazienda si quería tenía açesso con ella a medida de mi voluntad, y ellas se preçiaban haber tenido açesso con el propheta diçípulo de Dios, hombre santo, siervo de Jesucristo, peregrino de Hierusalén. Y se tenían por muy dichosos los maridos por haber querido yo ansí bendezir a su muger; y ellas se piensan quedar benditas para siempre jamás [con semejantes bendiçiones]. En estas maldades querría yo mucho que el mundo estuviesse avisado, y que no diesse lugar ninguno a se dexar engañar de semejantes hombres malos, pues todo esto es manifiesta mentira y fiçión. Y sé yo que al presente andan muchos por el mundo, los cuales tienen engañada la mayor parte de los cristianos, y se debría procurar que los juezes los buscassen, y hallados los castigassen en las vidas, porque es una speçie de superstiçión y hurto, el más nefando que entre infieles nunca se usó, ni se sufrió. Y porque veas cuánta es la desvergüença y poquedad de los semejantes hombres, te quiero contar un passo que passé, porque entiendas que los tales ninguna bellaquería [ni poquedad] dexan de acometer y executar. Sabrás que un día íbamos tres compañeros del offiçio del zarlo y espinela, que andábamos buscando nuestra ventura por el mundo, y como llegamos acaso en una çiudad a la hora del comer, nos entramos en un bodegón, donde comimos y bebimos muy a pasto todos tres, y acordamos que se saliesse el uno a buscar çierto menester, y como se tardasse algo fuele el otro a buscar; y ansí me dexaron solo a mí por gran pieza de tiempo, y díxome la bodegonera: «Hermano, pagad, ¿qué aguardáis?» Respondí yo: «Aguardo aquellos compañeros que fueron a buscar çierta cosa para nuestra necesidad» < >, y ella me dixo: «Pagad que por demás [los] esperáis, por neçios los ternía si ellos volviessen acá.» Y yo le pregunté cuánta costa estaba hecha, para pagarla; y ella contando a su voluntad y sin contradiçión dixo que cuatro reales habíamos comido y bebido, y luego me levanté de la mesa viniéndome para la puerta de la casa mostrando buscar la bolsa para la pagar, y díxela: «Señora, echadme en una copa una vez de vino, que todo junto lo pagaré.» Y diziendo esto nos fuemos llegando a un cuero de vino que sobre una mesa tenía junto a una puerta, y la buena dueña, aunque no era menos curial en semejantes maldades que yo, descuidóse, y desató luego el cuero echando la cuerda sobre el hombro por tener con la una mano el piezgo y con la otra la medida, y començando ella a medir le tomé yo la cuerda del hombro y fueme lo más solapadamente que yo pude por la calle adelante, y aunque ella me llamaba no le respondía, ni ella por no dexar el cuero desatado me vio más hasta hoy. Cansado ya desta miserable y trabajada vida fueme a ordenar para clérigo.

     MIÇILO. ¿Con qué letras te ibas al examen?

     GALLO. Con seis conejos y otras tantas perdiçes que llevé al provisor, y ansí maxcando un Evangelio que me dio a leer, y declinando al revés un nominativo me passó, y al escribano que le dixo que no me debía de ordenar respondió: «Andad que es pobre y no tiene de qué vivir.»

     MIÇILO. Por çierto, todo va ansí. Que yo conozco clérigos tan neçios y tan desventurados que no les fiaría la taberna del lugar. No saben sino coger la pitança y andar, y si les preguntáis: «¿Dónde vais tan apriesa?» Responde él con el mesmo desasosiego: «A dezir misa, que no hay más por un miserable estipendio, que si no fuesse por él no la diría.»

     GALLO. La cosa que más lastimado me tiene el coraçón en las cosas de la cristiandad es ésta: el poco acatamiento que tienen estos capellanes en el dezir misa. Que de todas las naçiones del mundo no hay ninguna que más bienes haya reçebido de su Dios que los cristianos, que de los otros no son dioses, no los pueden dar nada. Y con tantas merçedes como los ha hecho, que aun a sí mesmo se les dio, y no hay naçión en el mundo que menos acatamiento tenga a su Dios que los cristianos, y por eso les da Dios enfermedades, pestelençias, hambres, guerras, herejes, que en un rincón de [la] cristiandad hay todos estos males y justamente los mereçen, que como ellos tratan a Dios ansí los trata a ellos a osadas, que uno que para tabernero no es sufiçiente se haze saçerdote por ganar de comer; y también tienen desto gran culpa los seglares, por el trato que anda de misas y baratos malos; que si esto no hubiesse, no se ordenaría tanto perdido y oçioso como se ordenan con confiança desto. Escriben los historiadores por gran cosa, que un Papa ordenó tres sacerdotes y çinco diáconos, y ocho subdiáconos; y agora no hay obispo de anillo que cada año no haya ordenado quinientos desos idiotas y mal comedidos asnos. Por eso determinó la Iglesia que los sacerdotes no se pudiessen ordenar sino de cuatro témporas: porque entonçes ayunasse el pueblo aquellos días, y rogassen a Dios que les diesse buenos saçerdotes, y por ir en ello tanta parte del bien de la república. Pues, ¿y crees tú que se haze esto alguna vez? Yo confío que nunca le passa por pensamiento mirar en esto a hombre de toda la cristiandad, ni aun creo que nunca tú oíste esto hasta agora.

     MIÇILO. No por çierto.

     GALLO. Pues sábete que es la verdad. Habéis de rogar a Dios que os dé buenos saçerdotes, porque algunos saçerdotes < > no os los dio Dios, sino el demonio, la simonía y avariçia. Como a mí, que en la verdad yo me ordené por avariçia de tener de comer, y simoniacamente me dieron las órdenes por seis conejos y seis perdices, y permítelo Dios, Quia qualis populus talis est sacerdos. Quiere Dios daros ruines saçerdotes por los pecados del pueblo, porque cual es el pueblo tales son los saçerdotes.

     MIÇILO. Por çierto que, en cuanto dizes, has dicho verdad, y que me he holgado mucho en oírte. Volvamos, pues, a donde dexaste, porque quiero saber tú qué tal saçerdote heziste.

     GALLO. Por çierto dese mesmo jaez, y aún peor, que todos los otros de que hemos hablado. Luego como fue sacerdote el primer año mostré gran santidad, y çertifícote que yo mudé muy poquito de mi vida passada, pero mostraba gran religión. Y ansí viví dos años aquí en esta villa, y como [me] viessen la bondad que yo representaba, que siempre andaba en compañía de una trulla de clérigos santos que ha habido de pocos tiempos en ella, andando a la contina visitando los hospitales y casas pobres, en compañía de unas mugerçillas andariegas y vagarosas, [callegeras] que [no sufren estar un momento en sus casas quedas, éstas con todo desasosiego] trataban en la mesma santidad.

     [MIÇILO. Mayor santidad tuvieran estando en sus casas en oraçión y recogimiento.

     GALLO.] Destas teníamos nuestras çiertas granjerías como camisas, pañizuelos de narizes, y la ropa blanca lavada cada semana, y algunas ollas y otros guisadillos [y] regalados y algunos bizcochos y rosquillas. Y como vían todos la bondad que representaba hablóme un letrado rico si quería enseñarle unos niños pequeños que tenía, sus hijos.

     MIÇILO. Por çierto, a cuerdo lobo encomendaba los corderos ¡Hideputa y qué Sócrates, Pithágoras o Platón! ¿Y qué les enseñabas?

     GALLO. Llevábalos y traíalos del estudio, de casa del bachiller de la gramática.

     MIÇILO. Eso no era sino enseñarles el camino por donde habían de ir y venir. De manera que moço de çiego te pudieran llamar.

     GALLO. Ansí es. Acompañaba también a su muger a cualquiera parte que quería salir, llevábala de la mano, y aun algunas vezes la rascaba en la palma. Aquí estuve dos años en esta casa y de aquí me fue a mi tierra a servir un curazgo.

     MIÇILO. Pues, ¿por qué te saliste de este pueblo?

     GALLO. Porque hobo çierta sospecha en casa que me fue forçado salir de allí.

     MIÇILO. ¿Pues de qué fue esa sospecha?

     GALLO. Allégate acá y dezírtelo he a la oreja.

     MIÇILO. En ese caso poco se puede fiar de todos vosotros.

     GALLO. De aquí me vine a vivir a una muy buena aldea de buena comarca y de hombres muy ricos. Ofreçíanme cada domingo mucho pan y vino, y cuando moría algún feligrés toda la hazienda le comíamos con mucho placer en entierro y honras: teníamos aquellos días muy grandes papilorrios, que ansí se llaman entre los clérigos aquellas comidas [que se dan en los mortuorios].

     MIÇILO. ¡O desdichados de hijos del defunto si alguno quedaba, que bien heredado le dexábades comiéndoselo todo!

     GALLO. Gánenlo.

     MIÇILO. Pues, y vosotros, ¿por qué no lo ganábades también?

     GALLO. Pues, yo, ¿a qué lo había de ganar? Aquél era mi offiçio.

     MIÇILO. Holgar.

     GALLO. Pues, y agora sabes: quod sacerdotium dicit ocium? Toda nuestra vida era holgar y holgar en toda oçiosidad, [sin tener ninguna buena ocupaçión. Porque después que un capellán de aquéllos ha dicho misa con aquel descuido que cualquier offiçial entiende en su offiçio, y cumplido en el papilorrio, no había más que ir a cazar]. Por Dios que estoy bien con la costumbre que tienen los saçerdotes de Greçia, que todos trabajan en particulares offiçios, con los cuales [bien ocupados] ganan de comer para sí y para sus hijos.

     MIÇILO. ¿Pues cómo y casados son?

     GALLO. Eso es lo mejor que ellos tienen, porque allí van mejor dispuestos al altar que los de acá.

     MIÇILO. Pues, ¿por qué no te ocupabas [tú] en leer < > algún libro?

     GALLO. Porque cuando el hombre no es buen lector no le es sabrosa la lectura. Y después desto no podía acabar comigo [a] ocuparme ansí.

     MIÇILO. Pues, ¿cómo te habías en el rezar?

     GALLO. Como leía mal, hazíasseme gran trabajo rezar maitines cada día, prinçipalmente a la mañana, que tardaba tres horas en los rezar. Y yo quería dezir misa en amaneçiendo, porque a la contina me levantaba con gran sed, y ansí por comer temprano dezía misa rezando solo prima.

     MIÇILO. Pues, ¿por qué no rezabas maitines antes que te acostasses?

     GALLO. Porque siempre me acostaba las noches con mala dispusiçión [y me caía dormido sobre la mesa], y ansí por gobernarme mal en mi comer y beber me dio un dolor de costado del cual en tres días me acabé, y luego mi alma fue lançada en un corpezuelo de un burro que estaba por naçer. Salí del vientre de mi madre saltando y respingando, el más contento y ufano que nunca se vio animal.

     MIÇILO. ¿Y asno fueste? Poco trabajó naturaleza en te mudar. ¡O desventurado de ti!, ¿y en cúyo poder?

     GALLO. Por cierto, desventurado fue, que bien pagué lo que holgué en el sacerdoçio. Quisieron los mis tristes hados que cayesse en manos de un bestial recuero andaluz que nunca hazía sino beodo renegar. ¡O Dios inmortal, qué carga comienço agora! Aquí se me dio el triste pago de mi mereçer; porque luego que fue de edad para carga serví con la recua de çebadero o fatero de seis buenos machos que mi amo traía. Y llevando a la contina casi tanta carga como cada uno de ellos, cada vez que se sentía cansado subía en mí tan grande como yo, y quería siempre fuesse delante de todos, por lo cual me daba tantos palos que no podía más llevar. Nunca le pareçía al desventurado que yo mereçía el comer, y ansí siempre entresacaba de todos los machos una pobre raçión con que me hazía perder el deseo. Y aun de paja [no] me quería hartar. Pero usaba yo de una cautela por me mantener: que luego, en la noche, como llegábamos a la posada me entraba en la caballeriça y echábame luego en el suelo, fingiendo querer descansar, y como yo a la contina andaba con ruin albarda y peor xáquima fácilmente rompía mis miserables ataduras, y como echaban de comer a mis compañeros procuraba remediarme entre ellos, y aun algunos dellos me daban muy fuertes cozes defendiendo su pasto, otros había que teniendo piedad de mí me dexaban comer. Pero, ¡ay de mí! si aquel traidor de mi amo entraba en aquella sazón, hazíamelo a palos gormar. A la contina caminábamos en compañía de otros tragineros, porque ellos se acostumbraban ansí por se ayudar en neçesidad y peligros que cada día se les ofreçen, para cargar y descargar. Y ansí una vez íbamos por un camino sobre haber llovido tres días a reo, y llegamos a un allozar donde estaba un grande atolladero por causa de unos grandes llamares de agua que en todo tiempo había allí, y el bellaco de mi amo por poder passar mejor subió sobre mí, y como yo no sabía el passo y iba delante de todos atollé y caí. ¡O desventurado de asno!, viérasme cubierto de lodo y agua que no podía sacar braço ni pie, y mi amo apeado en medio del barro palos y palos en mí. Por çierto, mil vezes me quisiera allí ahogar, y aun te digo de verdad que otras tantas vezes me quise matar si no fuera por no caer en [el] pecado de desesperaçión.

     MIÇILO. Pues deso, ¿qué se te daba a ti?

     GALLO. Tuviera más que pagar. Porque has de tener por çierto que los trabajos que yo padeçía en un estado o naturaleza, era en penitençia de pecados que cometía en otra. Pues sobre todo esto verás otra cosa peor: que guiando tras mí un mulo de aquellos que llevaba una gran carga de açeite, atolló [junto a mí], y tanto tuvieron que entender en su remedio que me dexaban a mí ahogar; y el bellaco de mi amo no hazía sino renegar de Dios. En fin, entraron él y sus compañeros en medio del barro, y rompiendo los lazos y sobre carga y aun un cuero de seis arrobas que no se pudo remediar, y ansí arrastrando sacaron el mulo afuera. Y después volvieron por mí y a palos tirando por las orejas y cola me hubieron de sacar. Nunca me pareció que era yo inmortal sino allí, y pessábame mucho porque en todas las speçies de animales en que viví me duraba aquélla tanto siendo la peor, y lloraba porque cuando yo fue clérigo, rana, o puerco no me perpetué, y vine a vivir tanto en un tan ruin natural. Después salidos a tierra todos los duelos habían de caer sobre mí, porque como el macho era bestia de valor, como le sintieron algo fatigado, fue de voto de todos que me cargassen un rato el otro cuero que llevaba el mulo y que le regalassen a él, poniendo entre sí que llegando a la primera venta le tornarían a cargar; y yo como vi ser tal su determinación, y que no podía apelar porque para ellos mesmos no me aprovechara suplicaçión, por tanto callé y sufrí y mal que me pessó le llevé hasta que anocheçió. Aquí es de llorar, que si por malos de mis pecados me detenía algo al pasar de un lodo, o de una aspereça, o por piedras, o por cualquiera otra ocasión, cogía aquel bellaco una vara que llevaba de doze palmos y vareándome tan cruelmente por barriga y ancas y por todo lo que la carga descubría que en todo mi cuerpo no dexaba lugar con salud. Por çierto, yo llegué tal aquella noche al mesón que rogué con gran affeto a Dios que me acabasse el vivir. En llegando que me descargaron me arrojé al suelo en la caballeriza, que ni tenía gana de comer, ni aun era yo tan bien pensado que me sobrase la çebada, pero basta que yo llegué tal que no sabía parte de mí. Tenía quebrantadas las piernas del cansançio, y herido todo el cuerpo magullado a palos; y como me hallé tan miserable aborreçíme en tanta manera que estuve por desesperar. Y estando ansí tan desbaratado con mi passión acordé (que no debiera) de probar a me libertar, y huyendo irme a mis venturas, pensando que a açertar a libertarme ganaba descanso para toda mi vida, y que a salirme mal no podía ser más que caer en manos de otro vil, o en manos de mi amo que me tornasse a apalear, o en poder de un lobo que me comiesse. Y ninguna destas cosas tenía por peor; y ansí como me determiné habiendo çenado los recueros y aparejado sus camas en que se acostar, y sobre su cansançio y vino començaron a dormir, y como tuve gran cuidado de ver todo lo que passaba, lo más seguro que pude salí por la puerta del mesón; y como me vi en libertad, ¡o Dios soberano, quién podrá encareçer el gozo en que se vio mi alma! Luego me fue al más correr la calle que más a mano tomé hasta salir del lugar; y por el camino que açerté comienço con tanta furia a correr que no había caballo que en ligereza se me pudiesse comparar, que con cuanto cansado venía con el cuero de açeite cuando al mesón llegué, me pareçió cuando de la possada salí que en todo deleite había estado aquel mes. Y cuando yo pensé que me había alongado de mi amo cuatro leguas por la gran furia con que en dos horas corrí, y como la noche hazía obscura por el nublo que tenía el çielo, echéme con gran seguro en un prado a descansar, y plugo a mis tristes hados que en el mesón se ofreçió ocasión como me hallaron menos en la caballeriza; y como mi amo fue avisado me procuró luego seguir, porque aún no faltó quien me vio cuando yo salí del lugar, y el camino que llevé. Y como caminó a toda furia cuando amaneçió se halló junto a mí. ¡O válame Dios!, cuando yo le vi, quisiera tener un arma, o cualquier otro medio con que me matar. Plugiera a Dios que luego me matará allí. Y como me vio dixo: «¡Ah, don traidor!, ¿pensastes os me ir? Agora me lo pagaréis.» Y diziendo esto diome tantos de palos que no pensé más vivir, y puedes creer que digo la verdad que en alguna manera me alegré pensando que me acababa ya, esperando que con la muerte me suçedería mejor. Pero no me mereçía yo tanto bien; y ansí me salió al revés, porque cuando vio que me había bien castigado subió en mí y corriendo como en una posta me tornó al lugar con la posible furia, donde llegamos antes que los compañeros pudiessen aparejar. Y ansí, sin perder ellos punto de xornada, perdí yo la cena y almuerço y descanso, porque luego en llegando cargando a todos y a mí nos hizieron caminar.

     MIÇILO. Por çierto mal te trataba ese hombre. Mala gente debe de ser recueros.

     GALLO. Por Dios, mala cuanto se puede encareçer. Es el género de hombres más vil que en un mundo Dios crió: la hez, < >escoria y deshecho de todos cuantos son. No tienen cuenta sino con beber, y cuanto hurtan, ganan y trapazan no es sino para vino, y vino y más vino. No pareçe su cuerpo sino una cuba manantial. Es gente que por su boca nunca professó ley, porque sino es lo que el padrino respondió por ellos al baptismo nunca de la ley de Cristo hombre dellos se acordó, ni otro sacramento reçibió. Porque toda su vida no entiende sino andar con la recua; nunca paran Cuaresma en su feligresía para se confesar, y si vienen después de Cuaresma a su pueblo y su cura les dize que se confiessen, muestran[le] unas çédulas de confessión fingidas y falsas, hechas para cumplir. Con esto no les verás hazer cosa por donde entiendas de qué ley son, porque sus dos más prinçipales obras son beber y renegar: que Cuaresma ni cuatro témporas, ni vísperas de Santos, ni viernes, no hazen differençia en el comer. Antes mofan de los que en aquellos días hazen alguna espeçificación. No quiero hablar desta ruin gente más, porque aun mi lengua, aunque de gallo, tiene asco y empacho de hablar de hombre tan perverso y tan vil, que si en sus bajezas me quisiesse detener, tiempo faltaría para dezir. Pero, pues tengo intinçión de te contar de hombres más altos, de los que tiene el vulgo por nobles y los çelebra con solenidad, no me quiero detener en hombres tan sueçes, porque me pareçe que del tiempo que en los tales se gastasse se debría restituçión. En fin, quiero concluir con la miserable vida que me dio, que ella fue tal que en ninguna manera la pude sufrir; y ansí viniendo un día de Córdoba para Salamanca con un cargo de açeite, y yo traía también mi parte, y no la menor, yo venía tan aborrido y tan desesperado que propuse en mi determinaçión de tomar la muerte, ofreçida la oportunidad; y ansí, una mañana bajando un portezuelo que dizen de la Corchuela, deçendiendo sobre el río Taxo a passar la puente del Cardenal, viniendo por la ladera de la sierra, pareçese el río de Tajo abajo que va por entre unas peñas con mucho ruido y braveza, que a todos cuantos por allí passan pone espanto. Luego como vi aquella ocasión pensé arroxarme de allí al río y acabar aquella vida de tanto trabajo, hambre y miseria contina; y ansí a una vuelta que la sierra da en que descubre el río un gran pedaço, por razón de haber comido con la fuerça que por allí lleva una gran parte de la montaña, está un despeñadero muy grande, que el que de allí cayere no puede parar hasta el río. Suçedió que yendo yo pensando en esto dio mi amo un palo a un mulo que venía tras mí, y herido el mulo, con algún pavor trabajó por passar [ante mí], y con la furia y fuerça que llevaba encontró con mi flaqueza y fáçilmente me hizo rodar a mí y a mis cueros de açeite. De tal manera que dando de peña en peña hecho pedaços, llegué al río sin sentir el dolor que padeçen con la demasiada agua los que se ahogan; y ansí acabé la más misserable vida y más penosa que en el mundo jamás se padeçió. Con protestaçión que hize mil vezes de ser bueno por no venir a otro tan gran mal.

     MIÇILO. Deseo tenía de verte salir de tan cruel penitencia, y heme holgado mucho en haberte oído hasta aquí. Ya pareçe que es venido el día, y aun pareçe que ha más de media hora que salió el sol, y porque no perdamos la coyuntura de nuestro ganar de comer, calla y abriré la tienda, que mucho a mi sabor has cantado hoy; y a la noche yo velaré el rato que se me ha passado desta mañana sin trabajar, y oírte he hasta que te quieras dormir. Agora despierta tus gallinas y veníos a comer.

     GALLO. Mira Miçilo, no te engañes en eso comigo, porque yo antes despertaré a la media noche y quedaré sin dormir más, que no velaré a la prima noche. Pero yo haré una cosa por te complazer: que recogeré un hora antes que anochezca mis gallinas, y habré dormido un sueño bueno cuando tú acabes de çenar, y despertándome tú yo velaré todo lo que querrás, y al sabor de la historia que yo cantaré trabajarás tú hasta que quieras dormir.

     MIÇILO. Muy bien dizes, hágase ansí. Quisiera que me dixeras cómo te hubiste cuando eras cura con tus feligreses.

     GALLO. Eso te diré yo de muy buena voluntad, y cantarte he otras muchas cosas muy graciosas, que confío holgarás de oír. Porque [en el canto que se sigue] te contaré [de] un mancebo de ánimo generoso, çiego y obstinado en los deseos y apetito de la carne; encantado y hechizado con el veleño y embaimiento de una maga mala muger. Çiego de la razón, [disipando el tesoro del buen natural que de su padre Dios heredó], hasta que por su divina misericordia me quiso alumbrar para salir de tan gran confusión y bestialidad.

     MIÇILO. Pues agora calla, que llaman a la puerta, que deben de venir a comprar.

Fin del cuarto canto del gallo < >.

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