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Argumento del nono canto del gallo

     En el nono canto que se sigue el auctor, imitando a Luçiano en el diálogo llamado Toxaris, en el cual trata de la amistad, el auctor trata de dos amigos fidelíssimos que en casos muy arduos aprobaron bien su intinçión. Enséñasse cuáles deben ser los buenos amigos.

     GALLO. ¿Estás ya despierto, Miçilo?, que yo a punto estoy para proseguir en lo que ayer quedé de te contar; porque aunque sea a costa de mis entrañas y me dé algún dolor, oirás una conformidad y fidelidad de dos amigos los mayores y más verdaderos que nunca entre los hombres se vio: una confiança y affiçión que dixeras vivir una sola alma en dos, una casa, una bolsa, unos criados, un espíritu sin parçialidad ni división.

     MIÇILO. Gran pieza de tiempo ha que estoy deseando que despiertes, cobdiçioso de te oír. Agora di tú, que sin distraimiento alguno te oiré todo lo que querrás.

     GALLO. Pues ante todas cosas te quiero hazer saber que siendo yo un tiempo natural francés y de París llamado Alberto de Cleph, y siendo mançebo mercader, tuve un amigo natural de la mesma çiudad llamado Arnao Guillén, el más verdadero y el más fiel que nunca tuvo la antigüedad. Éste fue casado en la villa de Embers, en el ducado de Brabante, con una donzella llamada Beatriz Deque, hija de honrados padres, hermosa y de buen linaxe, la cual truxo consigo a vivir a París. Pues por haber sido grandes amigos en nuestra niñez y juventud no çesé nuestra amistad por ser Arnao casado, mas antes se augmentó y creçió más; y ansí porque sepas a cuánto llegó nuestra afiçión y amor sabrás que por tener çiertas cuentas viejas que convenía desmarañarlas con çiertos mercaderes de Londres hubimos de ir allá, y aparejado nuestro flete y matalotaxe dímonos a la vela encomendándonos a Dios. Y yo era hombre delicado y de flaca complexión, neçesitado al buen regimiento, y a mirar bien por mi salud, pero Arnao era hombre robusto, valiente, membrudo y de muy fuerte natural; y luego como salimos del puerto a mar alta començóseme a levantar el estómago y a vomitar con gran alteraçión y desasosiego de mi cuerpo, con gran desvaneçimiento de cabeça; y ansí suçedió a esto que nos sobrevino luego una tan fagrosa y espantosa tempestad que pareçía que el çielo con todas sus fuerças nos quería destruir. O Dios omnipotente que en pensarlo se me espeluçan y enheriçan agora las plumas de mi cuerpo. Començósse a obscureçer con grandes nublados el día, que a noche muy çerrada semejaba; bramaba el viento y el tempestuoso mar con espantosos truenos y temerosos relámpagos, y mostrándose el çielo turbado con espesas plubias nos tenía a todos desatinados. Los vientos soberbios nos cercaban de todas partes: agora heriendo a popa, agora a proa, y otras vezes, lo que más desespera al piloto, andaban rodeando la nave hiriendo el costado con gran furia; andaban tan altas las olas que pareçían muy altas montañas, que con tan temerosa furia nos mojaban en lo más escondido del navío como si anduviéramos a pie por medio del mar. Cada vez que venían las olas a herir en el navío tragábamos mil vezes la muerte desesperados de salud. Gritan los pilotos y grumetes, cual en popa, cual en proa, cual en la gavia, cual en el gobernalle; amarillos con la muerte esperada, gritan mandando lo que se debe hazer, pero con la brama del mar y vientos no se pueden unos a otros oír, ni se haze lo que se manda. Las velas lleva ya el mar hechas andraxos y del mastel y antena no hay pedaço de un palmo, todo saltó en rachas, y muchos al caer fueron mal heridos en diversas partes de su cuerpo. Sobrevino ya la noche que hizo doblada la obscuridad, y por el consiguiente la tempestad más atroz y soberbia. Era tanto el estruendo que sonaba en los cóncavos çielos, y tantos los truenos que de la parte del septentrional polo proçedían, que pareçía desconçertarse los exes de los nortes, y que el çielo se venía abajo; la naturaleza mesma por la parte de la tierra temió otra vez la confusión del diluvio que en tiempo de Noé pasó, porque los elementos pareçía haber rompido su concordia y límites, y que volvía aquella tempestuosa lluvia que en cuarenta días bastó cubrir toda la haz de la tierra. Muchas veces el torbellino de las olas nos subió tan altos que víamos desde ençima tan gran despeñadero de mar cuanto se ve estando las aguas serenas desde las altas rocas de Armenia, pero cuando nos bajaba el curso al valle entre ola y ola apenas descubría el mastel sobre las ondas; de manera que unas vezes tocábamos con las velas en las nubes, y otras con el rostro del navío en el arena; y el miedo era ya tanto que no sabía el maestro socorro alguno en su arte, ni sabía a cuál ola se aventurasse, ni de cuál se [asegurasse y] guardasse, porque en tal estado estábamos que la mesma discordia del mar nos socorría para que no fuéssemos a lo hondo, porque en trastornando una ola la nao por la una parte, llegaba otra por la contraria que expelía la parte vençida y la levantaba; de suerte que era forçado que cualquier viento que llegasse fuesse en su favor para endereçarla. Imagina qué confusión hubiesse allí con el gritar, amainar y cruxir, y matarse los unos sin oír[se] los otros por el grande estruendo y ruido del mar y vientos, y sin verse por la gran obscuridad que hazía en la noche. Pues estando el çielo y el mar en este estado que has oído, quiso mi ventura que como mi estómago fuesse indispuesto y alterado por el turbado mar y su calidad, vomitaba muy a menudo de lo íntimo de las entrañas; suçedió que queriendo una vez con gran furia vomitar colgado algo al borde sobre el agua por arroxar lejos, y espeliendo una ola el navío me sacudió de sí al mar; y aun quiso mi ventura que por causa de mi mala dispusiçión no estuviese yo desnudo como estaban ya todos los otros a punto, para nadar si el navío se anegasse; y como yo caí en el agua de cabeça fue luego sumido a lo hondo; pero ya casi sin alma la mesma alma me subió arriba, y ansí llegando a lo alto començé a gritar y pedir socorro; y como Arnao andaba buscándome por el navío y no me halló donde me había dexado, miró al agua y plugo a Dios que me reconoçió entre las ondas, y sin temer tempestad, obscuridad y braveza de las olas saltó junto a mí en el agua que ya estaba desnudo como los otros, y luego animándome dixo: «Esfuérçate, hermano Alberto, no hayas miedo que aquí estoy yo, que no pereçerás mientras la vida me acompañare.» Y como junto a mí llegó me levantó con las manos trayéndome al amor del agua y al descanso de la ola; llevábannos los vientos por el mar acá y allá sin poderlos resistir, y la ola furiosa con ímpetu admirable nos arrebataba y por fuerça nos hazía apartar lexos el uno del otro; pero luego volvía Arnao a las vozes que yo le daba, y con fuerças de más que hombre me tomaba, y con amorosas palabras me esforçaba no le doliendo a él su propria muerte «tanto como verme a mí çercano a la mía». Procuraban del navío echarnos tablas y maderos con intinçión de nos remediar, pero no nos podíamos aprovechar dellas por el gran viento que las arrebataba de nuestras manos, y lo que más nos desesperaba y augmentaba nuestra miseria era que durasse tanto la tempestad, y aun pareçía que sobre ser passadas diez horas de la noche començaba. Piensa agora, yo te ruego Miçilo, si en el mundo se puede agora hallar un tal amigo que en tan arduo caso, estando seguro en su navío en lo más fragoso desta tan furiosa tempestad, viendo en semejante neçesidad su compañero tan çercano a la muerte, con tanto peligro se arroje a la furia y fortuna del agua, viento y ola, y a la oscuridad de la tempestuosa noche. Pon, yo te ruego, ante tus ojos todos aquellos tan encareçidos peligros, que no hay lengua que los pueda poner en el estremo que tiene en la oportunidad la verdad, y mira cómo despreciándolo todo Arnao y posponiéndolo, solamente estima salvar al compañero por tenerle tan firme amor. En fin, plugo a Dios que trayéndonos las olas vadeando por el mar, venimos a topar un grueso madero que el agua traía sobre sí de algún navío que debía haber dado al través, y como se abrió arroxónos aquel madero para nuestro socorro y remedio, pues ambos trabados a él con la fuerça que podimos que ya afloxaba algo la tempestad, trabajando Arnao ponerme ençima, las olas amorosas nos hubieron de poner en el puerto inglés sin más lisión. Este aconteçimiento te he contado, Miçilo, porque veas si tengo razón de te encareçer tanto nuestra amistad, porque al prinçipio te propuse que éramos los mayores amigos que nunca el mundo tuvo en sí, agora habrás visto si tengo razón.

     MIÇILO. Por çierto, gallo, tú dizes gran verdad, porque no se puede mayor prueba ofreçer.

     GALLO. Pues agora quiero proçeder en mi intinçión, que es contarte el peligro que en nuestra amistad se ofreçió por ocasión de una muger. Pues agora sabrás que vueltos en Françia hubimos de ir a una feria de Embers, de junio, como solíamos a la contina ir, y Beatriz importunó a Arnao su marido que la llevasse consigo por visitar a sus padres que después de las bodas no los vió; y ansí Arnao lo hizo por darle placer. Pues aparejado lo neçesario para el camino salimos de la çiudad [de París], y por ser yo tan obligado a Arnao procuraba servir a su muger todo lo que podía, pensando en qué le pudiesse yo a él pagar alguna parte de lo que le debía por obligaçión; y ansí procuraba en esta xornada, y en cualquiera cosa que se ofreçía, ansí en su dueña como en él, haberle con todas mis fuerças de agradar y servir; y ansí a él le pareçía estar bien empleado en mí el peligro en que por mí se vio. Y como el demonio siempre soliçite ocasiones para sembrar discordia entre hermanos, que es la cosa que más aborreçe Dios, pareçióle que haría a su propósito si ençendía el coraçón de Beatriz de laçivo amor de mí; y ansí la pobre muger alterada por Sathanás conçibió en su pecho que todo cuanto yo hazía por respecto de la obligaçión que tenía a mi bondad, concibió ella que lo hazía yo lisiado de su amor, por lo cual pareçiéndole deber a noble piedad y gratitud responder con el mesmo amor, y aun poniendo de su parte mucho más de lo que por balança se podía deber, pensando incurrir en gran falta a su nobleza y generosidad si mucho más no daba sin comparaçión, ansí me amó tanto que en todo el camino y feria de junio no sufría apartar su coraçón un punto de mí, y esto era con tanta passión que con ninguna lengua ni juizio te lo puedo encarecer; porque como algunas vezes le mostrasse tenerla afiçión, otras vezes como yo hiziesse mis obras con el descuido natural, hazíala desbaratar y afligir. ¡O cuántas vezes conocí della tener la habla fuera de los dientes para me manifestar su intinçión, y con los labrios tornarla a compremir por no se afrontar! Buscaba lugares convenientes delante de su marido y padres, ocasiones que no se podían escusar para me abraçar, tocar y palpar por se [consolar y] satisfazer; por los ojos y por el aire con sospiros, con el rostro y meneos del cuerpo me enviaba mensajeros de su pena. Pero yo disimulaba pensando que cansándola se acabaría su pasión; y ello no era ansí, pero cada día creçía más; yo reçebía grandíssima pena en verme puesto en tanto peligro, y pensaba de cada día cómo se podría remediar, y creyendo que sola [el] ausencia podría ser mediçina, dolíame apartarme de la compañía de mi amigo Arnao, por lo cual muchas vezes llorando amargamente maldezía mi ventura y a Sathanás, pues a tanto mal había dado ocasión; y estando pensando cómo me despediría, como fue acabada la feria acordó Arnao que nos volviéssemos a París, y ansí mandó a toda furia aparejar; y estando todo lo neçesario a punto díxome que partiesse yo con su dueña, que él quería quedar a negoçiar çierto contrato que le faltaba, y que le fuéssemos aguardando por el camino, que a la segunda xornada nos alcançaría. Dios sabe cuánta pena me dio oír aquel mandado, y me pessaba no haber huido antes, pensando que fuesse urdimbre de Sathanás para me traer por fuerça a la ocasión de ofender; y por el contrario fue muy contenta Beatriz, pensando que se le aparejaba la oportunidad forçosa que yo no podría huir. Y ansí disponiéndonos Arnao todo lo neçesario, tomando la mañana començamos nuestro camino; iba Beatriz muy alegre y regocijada llevándome en su conversaçión, dezía muchos donaires y gentilezas [que el amor le enseñaba], debajo de los cuales quería que yo entendiesse lo que tenía en su voluntad, no se atreviendo a descubrirse del todo hasta verse en lugar oportuno que no la corriesse peligro de afrenta, porque le pareçía a ella que yo no respondía a su intençión como ella quisiera, aunque algunas vezes juzgaba mi cobardía ser por que temía descubrir mi traiçión; y ansí ella se desenvolvía algunas vezes demasiadamente por me hazer perder el temor, y sufríasse pensando que aquella noche no se podría escusar sin que a ojos çerrados se effectuasse la prueba de nuestra voluntad; y ansí aquella xornada se cumplió con llegar ya casi la noche a una villa buena que se llama Bruxelas, que es en el mesmo ducado de Bravante; donde llegados mandé que los moços diessen buen recado a las cabalgaduras, y al huésped previne que tuviesse bien de cenar; y pareçióme çiertamente estar acorralado, y que en ninguna manera podía huir aquella oportunidad y ocasión, porque çierto sentí de la dama que estaba determinada de me acometer, de lo cual yo demandé socorro a Dios; y como fue aparejada la çena venimos a çenar, lo cual se hizo con mucho regoçijo, abundancia y plazer; y como fue acabada la çena quedamos sobre la tabla hablando con el huésped y huéspeda su muger en diversas cosas que se ofreçieron de nuestra conversaçión; y como fue passada alguna parte de la noche dixe al huésped < >: «Señor, gran merçed reçebiré que porque esta señora que comigo traigo es muger de un grande amigo mío que me la fío, duerma con vuestra muger, que yo dormiré con vos.» Beatriz mostró reçebir esto con gran pena, pero calló esforçándose a la disimular; y el huésped respondió: «Señor, en esta tierra no osamos fiar nuestras mugeres de ninguna otra persona que de nosotros, cuanto quiera que venga en hábito de muger, porque en esta tierra suçedió un admirable caso en el cual un hijo del señor deste ducado de Bravante en hábito de muger gozó de la hija del rey de Inglaterra y la truxo por suya aquí.» Y como Beatriz vio que se le aparejaba bien su negoçio, aunque se le dilatasse algo, importunó al huésped le contasse aquella historia como aconteçió. Lo cual no me pessó a mí pensando si en el entretanto pudiesse amaneçer; y importunado el huésped ansí començó: «Sabréis, señores, que en este ducado de Bravante fue en un tiempo un bienaventurado señor, el cual tuvo una virtuosa y agraçiada dueña por muger, los cuales siendo algún tiempo casados y conformes en amor y voluntad sin haber generación; y después en oraciones y ruegos que hizieron a Dios suçedió que vino la buena dueña a se empreñar y de un parto parió dos hijos, el uno varón y el otro hembra, los cuales ambos en hermosura no tenían en el mundo par; y ansí fueron los niños criados de sus padres con tanto regalo como era el amor que los tenían; y como fueron de un parto fueron los más semejantes que nunca criaturas nacieron, en tanta manera que no había hombre en el mundo que pudiesse poner differençia entre ellos, ni los mesmos padres lo sabían diçernir, mas en todo el tiempo se engañaron mientra los criaban, que por solas las amas los venían a conoçer; y ansí acordaron de los llamar de un nombre por ser tan semejantes en el aspecto, rostro, cuerpo, aire y dispusiçión: llamaron al varón Julio y a la hija Julieta. Fueron estremadamente amados de los padres por ser tan lindos y tan deseados y no tener más; y ansí yendo ya creçiendo en edad razonable, conoçiendo ya ellos mesmos su similitud usaban para su pasatiempo de donaires y graçiosos exerçicios por dar plazer a sus padres; y ansí muchas vezes se mudaban los vestidos, tomando Julio el hábito de Julieta, y Julieta el de Julio, y representándose ante sus padres con un donaire gracioso reçibían plazer como con tanta gracia se sentían burlados por sus amados hijos; y ansí Julieta en el hábito que más le plazía se iba muchas vezes a solazar, agora por la çiudad, agora por el mar, tomando la compañía que más le plazía. Y un día entre otros salió de su aposento ataviada de los vestidos de su hermano Julio a toda gallardía y con su espada ceñida, y passando por la sala tomó dos escuderos que allí halló y lançóse por el mar en un bergantín que para su solaz estaba a la contina aparejado; y suçedió que, esforçándose el viento, a su pesar fueron llevados por el mar adelante sin poder resistir; y como a los que Dios quiere guardar ningún peligro les daña, aunque con gran temor y tristeza fueron llegados una pieza de la noche a la costa de Ingalaterra y lançados por un seguro puerto sin saber dónde estaban; y como sintieron la bonança y el seguro del puerto, aunque no conocían la tierra, llegándose lo más que pudieron a la ribera determinaron esperar allí el día; y ansí, como Julieta venía triste y desgraçiada y desvelada por causa de la desusada tempestad se echó luego debajo del tapete a dormir, y lo mesmo hizieron por la plaza del bergantín los escuderos, y fue tan grande y de tanta gravedad su sueño que siendo venida gran pieza del día aún [no] despertaron. Y suçedió aquella mañana salir la infanta Melisa, hija del rey de Ingalaterra, a caza con sus monteros por la ribera del mar, y como mirando acaso vio dentro del agua el bergantín ricamente entoldado y que no pareçía persona que viniesse en él, mandó que saltassen de su gente y viessen quién venía allí, y luego fue avisada por los que dentro saltaron que en la plaza del bergantín estaban dos escuderos dormiendo, y que dentro en el tapete estaba el más lindo y agraçiado mançebo de edad de catorce años que en el mundo se podía hallar. Y cobdiçiosa la infanta de lo ver mandó echar la puerta en tierra y apeándose de su palafrén saltó dentro del bergantín, y como vio a Julieta dormiendo con su espada çeñida juzgóla por varón, y ansí como la vio tan linda y tan hermosa en tan conveniente edad, fue luego presa de sus amores; y aguardando a que despertasse, por no la enojar, [estuvo por gran pieza contemplando su belleza y hermosura, y como despertó] la saludó con gran dulçura preguntándola por su estado y viaje. Julieta le dixo ser un caballero andante que la fortuna del mar le había echado allí, y que se tenía por [bien açertado y] venturoso si la podiesse en algo servir. Melisa ofreçiéndosele mucho para su consuelo la rogó saliesse a tierra convidándola a la caça, diziendo que por aquellas partes la había mucha y muy buena de diversos animales; y ansí como reconoçió Julieta el valor de la dama, y por verse en su tierra, holgó de la complazer; y ansí le fue dado un muy hermoso palafrén, en el cual cabalgando Julieta, y Melisa en el suyo, se metieron con su compañía por la gran espesura de la montaña a buscar alguna caça; y como no se podía sufrir la infanta Melisa por la herida de su llaga [que la atormentaba sin poderla sufrir], procuró cuanto pudo alongarse de su gente y monteros por probar su ventura, y cuando con Julieta se vio sola entre unos muy cerrados matorrales la importunó se apeasen a < > solazar junto a una muy graçiosa fuente que corría allí; y cuando fueron apeadas [las dos graciosas damas] començó Melisa a hablar a Julieta con gran piedad, y aunque con mucha vergüença y empacho le fue descubriendo poco a poco su herida, y teniendo los ojos lançados en el suelo, sospirando de lo íntimo del coraçón, yéndosele un color y viniéndosele otro le muestra perdérsele la vida si no la socorre; y ansí como ya tiene por el gran fuego que la abrasa descubierta la mayor parte de su dolor, queriéndose aprovechar de la oportunidad, se arriscó a tanto que abraçando a Julieta la besa en la boca con mucho dulçor y suavidad». Yendo pues el huésped muy puesto en el proçeso de su historia estaba Beatriz toda trasladada en él pareçiéndole que todo aquel cuento era profeçía de lo que a ella le había de suçeder, y ansí como el huésped aquí llegó, Beatriz con un gran sospiro me miró con ojos de piedad, y el huésped proçedió sin echarlo de ver, diziendo: «Pues como Julieta por el suçeso tiene entendido que Melisa la tiene por varón, y viendo que a su passión no la puede dar remedio, estando confusa y pensativa qué camino tomaría, acordó ser muy mejor descubrirle ser muger como ella, antes que ser tomada por caballero neçio y cobarde para semejantes casos de amor, y dixo la verdad, porque çierto era cosa de caballero afeminado rehusar una dama de tanta gentileza que se ofreçe con tanta dulçura y buena oportunidad; y ansí con un gentil y agraçiado modo la avisa ser donzella como ella, [contándola toda su ventura y viaje, padres y naturaleza]. Pero como ya la saeta de amor había hecho en ella su cruel effecto, estaba ya tan enseñoreado en su coraçón el fuego que la abrasaba que le vino tarde el socorro y aviso que de su naturaleza le dio Julieta, y por esta causa no le pareçió menos hermoso el rostro de su amada, mas antes a más amarla se ençiende, y entre sí pensaba su gran dolor por estar desesperada de remedio; y ansí reventando toda en lágrimas bañada, por consolar algo su pena, dezía palabras que movían a Julieta a gran lástima y piedad: maldezía su mal hado y ventura, pues cualquiera otro amor santo o deshonesto podría tener alguna esperança de buen fin, y éste no tiene sino sospiros y llorar con inmensa fatiga, dezía llorando: «Si te pareçía Amor, que por estar yo libre [de tu saeta] estaba muy ufana, y querías con algún martirio subjetarme a tu bandera y señorío, bastara que fuera por la común manera de penar, que es la dama por varón, porque entonçes yo empleara mi coraçón por te servir. Pero hasme herido de llaga muy contra natural, pues nunca una dama de otra se enamoró, ni entre los animales, < > qué pueda esperar una hembra de otra en este caso de amor. Esto parece, Amor, que has hecho porque en mi penar sea a todos manifiesto tu imperio, porque aunque Semiramis se enamoró de su hijo y Mirrha de su padre y Pasiphe del toro, ninguno destos amores es tan loco como el mío, pues aún se sufriera si tuviera alguna esperança de effectuarse mi deshonestidad y deseo, pero para mi locura no habría Dédalo que injeniasse dar algún remedio contra lo que naturaleza tan firmemente apartó». Con estas lamentaçiones se aflige la gentil dama mesando sus dorados cabellos y amortiguando su bello rostro, buscando vengança de sí mesma por haber emprendido empresa sin esperança de algún fin; y Julieta lo mejor que podía se la consolaba habiendo gran piedad de su cuita y lágrimas que afligían su belleza. Ya se ponía el sol y se llegaba la noche, y como las damas no hayan usado dormir en la montaña ruega Melisa a Julieta se vaya con ella a su çiudad que estaba çerca, lo cual Julieta açetó por su consolaçión; y ansí se fueron juntas a la çiudad y entraron en el gran palaçio, donde muchas damas y caballeros la salieron a reçebir; y considerando Melisa que ningún provecho reçibe de tener a su Julieta en hábito de varón la vistió de muy ricos briales suyos; porque gran yerro fuera no reçibiendo provecho aventurarse al peligro de infamia que de allí se pudiera seguir; y también lo hizo, porque como en el vestido de varón la dañó, quiere ver si en el de muger se puede remediar y curar su dolencia. Y ansí recogiéndose ambas en su retrete lo más presto que pudo la vistió muy ricos recamados y joyeles con que ella se solía adornar, y ansí la sacó a su padre a la gran sala diziendo ser hija del duque de Bravante, que la fortuna del mar la había traído allí saliéndose por él a solazar; y ansí el rey encomendó mucho a su hija Melisa la festejasse por la consolar y luego despacharon mensajeros para avisar al duque su padre; los duques fueron muy consolados porque habían estado en gran cuita por la pérdida de su hija Julieta, y enviaron a dezir al rey que en todo hiziesse a su voluntad. Aquella noche fue Julieta muy festejada de damas y caballeros con un solene serao, donde Julieta dançó a contento del rey, damas y caballeros, que todos la juzgaban por dama de gran gallardía, hermosura y valor, [y sobre todas contentó a la infanta Melisa]; y siendo llegada la hora de la çena fueron servidos con gran solenidad de manjar, música y aparato, la cual acababa, Melisa convidó a Julieta a dormir; y recogidas en su cámara se acostaron juntas en una cama, pero con gran diferencia en el reposo de la noche, porque Julieta duerme y Melisa sospira con el deseo que tiene de satisfazer su apetito, y si acaso un momento la vençe el sueño es breve y con turbadas imaginaciones, y luego sueña que el çielo la ha conçedido que Julieta sea vuelta varón, y como aconteçe a algún enfermo si de una gran calentura cobdiçioso de agua se ha dormido con gran sed, en aquel poquito de sueño se le pareçen cuantas fuentes en su vida vido, ansí estando el spíritu de Melisa deseoso pareçíale que vía lo que sueña; y ansí despertando no se confía hasta que tienta con la mano y ve ser vanidad su sueño; y con esta passión comiença la desdichada a hazer votos de romería a todas las partes de devoçión porque el çielo hubiesse della piedad; pero en vano se aflige, que poco le aprovechan sus promesas y oraçiones por semejantes fines. Y ansí passó en esta congojosa contienda algunos días hasta que Julieta la importunaba que quiere volver para sus padres, prometiéndola que tomando su liçençia dellos volverá a la visitar lo más breve que ella pueda, lo cual por no la desgraçiar se lo conçedió la infanta, [aunque] con gran dificultad y pasión, confiando que Julieta cumplirá su palabra que le da de volver.

     Pues como fue aparejado todo lo neçesario para la partida, la mesma Melisa le entoldó el bergantín de sus colores y devisas lo más ricamente que pudo, y le dio muchas donas de briales y joyeles de gran [estima y] valor; y como Julieta se despidió del rey y reina la acompañó Melisa hasta el mar, la cual como allí fueron llegadas, llorando muy amargamente la abraça y bessa suplicándola con gran cuita vuelva si la desea que viva, y ansí Julieta haziéndola nuevas juras y promesas se lançó en el bergantín, y levantadas velas continuando sus remos se cometió al mar, el cual en próspero y breve tiempo se passó. Quedaba Melisa a la orilla del mar puestos los ojos y el alma en las velas del navío hasta que de vista se le perdieron, y muy triste y sospirando se volvió a su palaçio. Como Julieta llegó a sus riberas los padres la salieron a reçebir con grande alegría como si de muerta resuçitara, haziéndose muchas fiestas y alegrías en toda su tierra; muchas vezes contaba a sus padres la tempestad y peligro en que el mar se vio conmoviéndolos a muchas lágrimas, y otras vezes les encarecía el buen tratamiento que de la infanta Melisa había reçebido: su grande hermosura, graçia, donaire y gran valor, dando a entender ser digna entre todas las donzellas del mundo a ser amada y servida del caballero de más alteza < >; y como Julio la oía tantos loores de la infanta ençendió su coraçón a emprender el serviçio de dama de tan alta guisa; dezía en su pecho: «¿En qué me podía yo mejor emplear que estar en su acatamiento todos los días de mi vida, aunque yo no merezca colocarme en su coraçón? Pero a lo menos gloriarme he haber emprendido cosa que me haga entre caballeros de valor afamar.» Y ansí con esta intinçión muchas vezes estando solo con su hermana Julieta la importunaba le contasse muy por estenso y particular todo lo que había passado con Melisa, y por le complazer le contó cómo dormiendo ella en el bergantín aquella mañana que a Londres llegó la salteó la infanta Melisa, y cómo teniéndola por varón por llevar el vestido y espada ceñida se enamoró della, y tanto que junto a la fuente la abraçó y bessó dulçemente demandándola sus amores, y cómo le fue forçado descubrirle ser muger, por lo cual no podía satisfazer a su deseo, y cómo no se satisfizo hasta que la tuvo consigo en su cama muchas noches; y la pena y lágrimas con que della se despidió prometiéndole con muchas juras de la volver a visitar. Y luego como su hermana Julieta contó a Julio su historia resuçitó en su coraçón una viva y çierta esperança de gozar los amores de Melisa por esta vía, teniendo por imposible haberla por otra manera; y ansí industriado por Amor tomó aviso, que con el vestido y joyas de su hermana sería por el rostro tomado por ella. En fin, sin más pensar aventurándose a cualquier suçeso se determinó tentar donde alcançaba su ventura, y ansí un día demandó a Julieta le diesse el tapete que le dio Melisa para el bergantín [con la devisa], porque se quería salir a solazar; y vestido de un rico brial que Melisa dio a Julieta, y cogidos los cabellos con un graçioso garbín, adornado su rostro y cuello de muy ricas y hermosas joyas y perlas [de gran valor], se lançó a manera de solazar por el mar; y cuando se vio dentro en él, mandó a los que gobernaban guiassen para Londres, y en breve y con próspero tiempo llegó al puerto, y por las señas conoçió el lugar donde su señora Melisa cada día venía por esperar a su hermana Julieta; y como la compañía de la infanta reconoçió la devisa y orla del tapete que llevaba el bergantín corrían a Melisa por demandar las albriçias; y como Melisa le vio, engañada por el rostro, le juzgó por Julieta reçibiéndole con la posible alegría, porque çierto se le representó Julio lo que más amaba su corazón; y ansí luego le aprieta entre sus braços, y mil vezes le bessa en la boca con mucha dulçura, nunca pensando de se satisfazer. Agora pues, podéis vosotros señores, pensar si fue Julio passado con la misma saeta con que amor hirió a Melisa, y pensad en cuánta beatitud estaba su ánima cuando en este estado se vio. Metióle en una cámara secreta donde estando solos con bessos y abraços muy dulçes se tornó de nuevo a satisfazer, y luego le haze traer un vestido suyo muy rico a maravilla [que le había labrado para se le dar si viniesse a visitarla, o enviársele], y vistióle de nuevo cogiéndole los cabellos con una redeçilla de oro; y ansí todo lo demás del vestido, y atavío le dispuso en toda gentileza y hermosura como más agraçiado la pareçiesse; y la voz que en alguna manera le podía differençiar trabajó Julio por excusarla todo lo que pudo. Y luego le llevó a la gran sala, donde estaban sus padre y muchas damas y caballería, los cuales todos la reçibieron con gran alegría, y todos le miraban a Julio contentos de su belleza, pensando que fuesse muger, y ansí con semblante amoroso le hazían señas mostrándole desear servir y agradar. Pues siendo ya passada alguna parte de la noche en grandes fiestas, y después de ser acabada la sunptuosa çena y graçioso serao, llevó la infanta Melisa consigo a Julio a dormir; y ansí < > [siendo] despojados de todos sus paños, [despidiendo su compañía], quedaron [solos] en una cama ambos dos < > y sin luz. Y como Julio se vio solo y en aquel estado con su señora, y que de su habla no tenía testigo le començó ansí a dezir: «No os maravilléis, señora mía, si tan presto vuelvo a os visitar, aunque bien creo que pensastes nunca más me ver. Si este día que por mi buenaventura os vi yo pensara poder de vos gozar con plazer de ambos a dos, yo me tuviera por el más bienandante caballero del mundo [residir para siempre en vuestra presençia]. Pero por sentir en vos pena y no os poder satisfazer ni bastar a os consolar determiné de me partir de vos, porque gran pena da al muy sediento la fuente que tiene delante si de ella por ninguna vía puede beber; y podéis, señora, ser muy çierta que no faltaba dolor en mi coraçón, porque menos podía yo estar sin vos un hora que vos sin mí, porque de la mesma saeta nos hirió Amor a ambos a dos; y ansí procuré de me partir de vos con deseo de buscar remedio que satisfiziesse a nuestra llaga y contento, por lo cual, señora, vos sabréis que yo tengo una abuela, la muger más hadada [y más sabia] que nunca en el mundo jamás se vio, que la tienen los hombres en nuestra tierra por diosa, o ninfa, tanto es su poder y saber: haze que el sol, estrellas, çielos y luna la obedezcan como yo os obedezco a vos; en conclusión, en la tierra, aire y mar haze lo que sólo Dios puede hazer. A ésta me fue con lágrimas que movían a gran compasión demandándola piedad, porque çierto si no me remediara fáçilmente pensara morir; y ella comovida a lástima de su Julieta díxome que demandasse cualquiera don, y yo contándole la causa de mi afliçión la demandé que me convirtiesse varón por solo gozar de vos y os complazer, y ella con aquella liberalidad que a una nieta tan çercana a la muerte se debía tener, me llevó a un lago donde ella se baña cuando sus artes quiere exerçitar, y allí començando a invocar se zapuzó en el lago tres vezes y ruçiándome el rostro con el agua encantada me vi vuelta en varón, y como tal me conoçí quedé muy contento y muy maravillado que criatura tuviesse tan soberano poder. Agora pues, señora mía, pues por vuestro contento yo impetré este don veisme aquí subjeto a vuestro mandar: haced de mí lo que os plugiere, pues yo no vine aquí a otra cosa sino por os servir y complazer.» Y ansí acabando Julio de la dezir esto hizo que con su mano toque, vea y tiente; y como aconteçe a alguno que deseando mucho una cosa, cuanto más la desea más desespera de la alcançar, y si después la halla dubda si la posee, y mirándola y palpándola aún no cree que la tiene, ansí aconteçe a Melisa: que aunque ve, toca y tienta lo que tanto desea, no lo cree hasta que lo prueba; y ansí dezía: «Si éste es sueño haga Dios que nunca yo despierte». Y ansí se abraçaron con bessos de gran dulçura y amor, y gozándose en gran suavidad, con apazibles juegos pasaron la noche hasta que amaneçió. Esta su gloria estuvo secreta más de un mes, y como entre poderosos no se sufre haber secreto entendieron que se les començaba a descubrir, por lo cual acordaron de se salir secretamente y venirse en Bravante, por no caer en las manos del rey que con cruel muerte castigara ambos a dos. El cual con mano armada vino a esta tierra por los haber, y porque el duque los defendió hizo tanto daño y mal [en esta tierra] que...». Como el huésped llegaba aquí dieron a las puertas del mesón golpes con gran furia, y como yo estaba tan deseoso que viniesse Arnao arremetí a las puertas por las abrir, y vile que se quería apear. Regoçijósseme el alma sin comparaçión y di graçias a Dios por hazerme tan gran merçed. Sentí en Beatriz una tristeza mortal, porque çierto aquella noche esperaba ella hazer anatomía de mi coraçón, por ver qué tenía en él. Luego dimos de çenar a Arnao y se acostó con su muger. Otro día de mañana partimos de allí con mucho regoçijo, aunque no mostraba Beatriz tanto contento, pareçiéndole a ella que no se le había hecho a su voluntad. En esta manera fuemos continuando nuestras xornadas hasta llegar a París, donde llegados procuró Beatriz proseguir su intençión, y ansí en todos los lugares donde había oportunidad y se podía ofreçer mostraba con todos los sentidos de su cuerpo lo que sentía su coraçón; y un día que se ofreçió entrar en casa y hallarla sola, como ya no podía disimular la llaga que la atormentaba, ençendido su rostro de un vergonçoso color, se determinó descubrir su pecho diziendo padeçer por mi amor, que la hiziesse tanta graçia que no la dexasse más penar, porque no tenía ya fuerças para más lo encubrir; y yo le respondí: «Señora, Arnao ha sido conmigo tan liberal, que después de haber arriscado en el mar su vida por mí me ha puesto toda su hazienda y casa en poder, y más dispongo yo della que él, y sola tu persona reservó para sí. ¿Cómo podría yo hazer cosa tan nefanda y atroz faltando a mi lealtad?» Y ansí a muchas vezes que me dixo lo mesmo le respondí estas palabras. Y una mañana suçedió que vistiéndose Arnao para ir a negoçiar la dexó en la cama, y sin que ella lo sintiesse se entró Arnao en un retrete junto a la cama, a un servidor que estaba a la contina allí, y luego suçedió que entré yo preguntando por Arnao, y como ella me oyó pensando que Arnao era ya salido de casa me mandó con gran importunidad llegar a sí, y como junto a su cama me tuvo apañóme de la capa [fuertemente] y dixo: «Alberto, échate aquí, no me hagas penar», y yo dexándole la capa en las manos me retiré fuera no lo queriendo hazer; y luego me salí de casa por no esperar mayor mal; y ella como se sintió menospreçiada començó a llamar a sus criados a grandes vozes diziendo que la defendiessen de Alberto que la había querido forçar, y que por muestra de la verdad tenía la capa que le había yo dexado en las manos y que a las vozes había [yo] echado a huir», y añadió: «Llamadme aquí a Arnao porque vea de quién fía su hazienda y muger.» Y a estas sus vozes salió Arnao del retrete donde estaba y díxole: «Calla Beatriz, que ya tengo visto que corre él más peligro contigo que tú con él.» Y fue tanta la afrenta y confusión que ella reçibió de ver que todo lo había visto Arnao que luego allí delante de todos sus criados y gente de su casa súbitamente murió; y como el buen Arnao vio su desdicha, haber perdido tan afrontosamente el amigo y la muger, acordó lo más disimuladamente que pudo enterrar a ella y irme a mí a buscar; y ansí de mi peregrinaje y del suyo sabrás en el canto que se seguirá.

Fin del nono canto del gallo.



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Argumento del déçimo canto

     En el déçimo canto que se sigue el auctor prosigue lo mucho que [Arnao] hizo por cobrar a Alberto < > después que su mujer se murió, en lo cual mostró bien el valor de su amistad, y cuales todos los amigos deben ser.

     GALLO. Despierta, o Miçilo, yo te ruego, porque quiero hoy entre los otros días admirar con mi facundia tu humana capaçidad, cuando veas por un gallo admirablemente mostrada la grande y incomparable fuerça de la santa y divina amistad. Verás con cuanta razón dixeron los antiguos que en éste solo don y virtud os quiso Dios hazer semejantes a sí; exemplo admirable nos dio, pues por ésta se hizo él semejante a vos, vistiendo vuestra naturaleza y miserable ser.

     MIÇILO. Prosigue, o generoso gallo, que no tengo yo menos voluntad de te oír que tú de dezir, y llámote [generoso y] bienaventurado, pues en algún tiempo mereçiste tener un amigo de tanto valor.

     GALLO. Pues sabrás que luego como Arnao enterró su Beatriz se salió de su patria y casa con intinçión de no volver hasta me hallar; y ansí le pareçió que yo habría ido para los amigos que teníamos en Londres y Ingalaterra para nuestras mercaderías; y ansí partió derecho para allá, donde me buscó con gran diligençia. Y dexemos a él que con todo el estudio y trabajo posible me sale a buscar, y quiero te dezir de lo que suçedió en mi peregrinaçión: yo luego que de casa de Arnao salí me fue sin parar momento en la çiudad el más solo, el más miserable y aflito que nunca en el mundo se vio; y acordándome de lo mucho que yo debía a Arnao habiendo puesto la vida por mí, cómo fuesse llamado de su mujer y le dixiesse lo que ella fingió, que yo la había querido forçar, y como ella le muestre la capa que en las manos le dexé, tan bastante indiçio de mi culpa, ¿qué dirá?, ¿qué pensará?, ¿qué juzgará?, ¿qué será razón de dezir?, dirá luego: «¡o malvado!, ¡o sin fe! esto te mereçí yo, o ¿este pago te mereçió el peligro en que yo me puse por ti?, ¿en qué entrañas si no fueran de un tigre cupiera tan gran ingratitud? Pareçe que buscaste la espeçie de injuria en que más me pudiste lastimar, por mostrar más tu perversa condición»; pues si su nobleza y su gran valor instigado del buen destino que anda siempre unido con el estímulo de la verdad, si esta lumbre de Dios que nunca al virtuoso desamparó que quissiese en ausençia favoreçer, ¿qué alegará por mi parte?, ¿qué dirá para me desculpar?; o si yo estuviesse presente y por tenerme tan gran affiçión deseasse oír de mí alguna razón, aunque fuesse fingida, ¿qué color le podría yo dar cuanto quiera que fuesse verdadera?, ¿o qué fuerça ternía afirmando el contrario su mujer?, ¿qué podrá concluir, sino «vete infiel, ingrato, vilíssimo, no parezcas más ante mí»? Y ansí yo le digo agora que no presuma de mí ser yo de coraçón tan de piedra que en mi vida parezca ante él. Y ansí acabadas estas razones enxugando algún tanto los ojos que iban llenos de lágrimas, que en ninguna manera las podía contener ni agotar, me apresuré al camino. Determiné en mi intinçión ofreçerme a los peçes del mar si me quisiessen comer, o rendirme de mi propria voluntad a cosarios turcos infieles que acabassen mi vida en perpetua mazmorra, o prisión; y ansí yo me fue con la mayor furia que pude hasta Marsella, donde estaban a punto çiertas galeras, que hacía el rey de Francia de armada para ir por el mar, en las cuales me asenté por sueldo; y como estuvo todo a punto y nos dimos a la vela, no hubimos salido del puerto ocho leguas cuando vimos asomar una grande armada de la cual, aunque luego no alcançamos a ver más de seis fustas, yéndonos juntando más, vimos hasta diez, y después muchas más, y cuando venimos a reconoçer la devisa de la naçión hallamos que eran turcos; y como nos vimos tan çercados de nuestros enemigos y que ni podíamos, ni era seguro, ni honroso huir, aunque vimos que era su flota doblada que la nuestra nos determinamos defender; y ansí estando la una flota a rostro de la otra y en distançia que a un golpe de los remos se podían juntar, levantamos por el aire de ambas las partes tan grande alarido que el tropel de los remos no sonaban con la grita, ni las trompetas podíamos oír ninguno de la pelea; y a este tiempo como los remos hirieron a una las aguas con todas sus fuerças, ambas las flotas se encontraron con gran furia rostro con rostro, y todos acudimos a la popa por herir cada cual a su enemigo; y ansí començó tan cruda la batalla que los tiros cubrían el aire, y los que caían fuera de las galeras cubrían el agua. Estaban unas con otras tan trabadas que no pareçían las aguas, por estar fuertemente aferradas con fuertes gavilanes de hierro y cadenas, de manera que todos podíamos ya pelear a pie quedo como en campo llano. Estábamos tan apretados unos con otros que ni los remos podían aprovechar, estaba el mar cubierto de galeras que ningún tiro hería de lexos; pero cada cual estaba en su galera ahinojado alcançando a herir al enemigo aun con el espada. Era tanta la mortandad de los unos y de los otros que ya la sangre en el mar hazía espuma y las olas andaban cubiertas de sangre cuaxada, y caían tantos cuerpos entre las galeras por el agua que nos hazían apartar, aunque estaban fuertemente afferradas, de manera que nos hazían perder muchos tiros, y muchos cuerpos que caían al agua medio muertos tornaban a sorber su sangre, y apañados entre dos galeras los hazían pedaços, y los tiros que desmentían en vaçío de las galeras cuando llegaban al agua herían cuerpos que aún no eran muertos, que con su herida los acababan de matar, porque todo el mar estaba lleno de entrañas de hombres que los reçibiessen. Aconteçieron allí cosas dignas de oír y de notar, en las cuales se mostraba la fortuna a partes donde quería espantosa y arriscada. Acaeçió a una fusta françesa que ençendidos en la pelea todos los que estaban en ella se pusieron a un borde dexando del todo vaçío el otro lado por donde no había enemigos, y cargando allí el peso se trastornó la fusta tomando debajo todos los que iban dentro, que no tuvieron poder para estender sus braços para nadar, y ansí todos pereçieron en el mar acorralados en agua çerrada. Suçedió también que yendo nadando un mançebo françés por el mar, que habíamos formado amistad poco había él y yo, se encontraron dos fustas de rostro que cogiéndole en medio no bastaron sus miembros ni huesos, tan molidos fueron, a que no sonassen las fustas ambas una con otra, por quedar él hecho todo menuzos y molido como sal. En otra parte de la batalla se hundió una galera françesa, y viniéndose los della todos nadando a socorrer a otra compañera, con el agonía [de escapar] de la muerte alçaban los braços asiéndome a ella para subir, y los < > de dentro temiendo no se hundiessen todos si aquéllos entraban, los estorbaban que no llegassen, y los miserables con el temor de las aguas, echando mano de lo más alto que podían de la nao, cortábanles desde ençima los braços por medio, y dexándolos ellos colgados de la fusta que habían elegido para socorro caían de sus proprias manos, y como iban sin braços a manera de troncos no se podían más sufrir sobre las aguas, que luego eran sorbidos. Ya toda nuestra gente estaba sin armas, que todos nuestros tiros habíamos arrojado, y como el furor que traíamos nos daba armas, uno toma el remo y revuelve con él a su contrario, y otro toma un pedaço de la galera y no le faltan fuerças para tirarlo, el otro trastorna los remadores para sacar un banco que poder arrojar. En fin, las fustas que nos sostenían deshazíamos para tener con qué pelear, o con qué nos defender. Aun hasta aquí te he contado el peligro sufridero; pero aun el daño que nos hazía el fuego con ninguna defensa se podía evadir ni huir, porque nos tiraban los turcos hachos empegados con sufre, pez, çera y resina, que arrojaban de si [gran] fuego vivo, y como llegaban a nuestras fustas luego ellas los reçebían y los alimentaban de su mesma pez de que estaban [nuestros navíos] labrados y calafateados; y ansí las llamas eran tan fuertes y tan vivas que no bastaban las aguas del mar a las vençer y apagar, mas antes iba en pedaços ardiendo la fusta por el mar adelante con todo furor. De manera que los que iban nadando ya no se podían socorrer de las tablas que iban por el mar, porque visto que el fuego vivo que en ellas estaba ençendido los abrasaba, escogían antes ahogarse en las crueles hondas, o a lo menos gozar lo que pudiessen de aquella miserable vida con esperança de poder de alguna manera ser salvos, antes que favorecerse del fuego que luego en llegando a la tabla los abrasaba y consumía. Ya inclinaba a la clara la vitoria y nos llevaban a todos de corrida sin poderlos resistir, de manera que nos fue forçado rendirnos, porque ya aún no había quien nos quisiesse dar la muerte, porque eran tantos nuestros enemigos que todo su ardid era prendernos sin poder ellos peligrar; y ansí como nos entraron fuemos todos puestos en prisión. Y dexado lo que de los otros fue, de mí quiero dezir que fue puesto en una cadena por el pescueço con otros diez, y puestas unas esposas a las manos, nos metieron en la susota debajo de cubierta. Estábamos tan juntos unos con otros, y tan apretados que ningún género de exerçiçio, humano había lugar de poner en effecto sin nos ofender. En fin, en esta manera volvieron para su tierra con esta presa, y llegados a una gran fuerça de Grecia en la Morea fuemos todos sacados de las galeras y metidos en prisión allí. Con aquella mesma dispusiçión de hierros y miseria fuemos lançados en una honda [y horrible] mazmorra y cárçel de una húmida y obscura torre, donde cuando entramos fuemos reçebidos con gran alarido de otra gran multitud de pressos cristianos que de gran tiempo estaban allí. Era aquel lugar de toda miseria, que en breve tiempo se acababan los hombres por la dispusiçión del lugar, porque demás de otros daños grandes que tenía era grande su humidad, porque estaban en dos o tres lugares dél manaderos de agua para el serviçio de la fuerça. Teníamos el cuerpo echado en la tierra, los pies metidos en una viga que cabían çincuenta personas, y el cuello en la cadena, y ningún exerçiçio humano se había de hazer sino en el mesmo lugar, de manera que sólo el infiçionado olor que en aquella cárçel salía era de tanta corrupción que no había juizio que en breve tiempo no le bastasse corromper, sino al mío, que huía la muerte de mí. Ni yo nunca padeçí en ningún tiempo muerte que no fuesse de mejor suerte que aquella vil y miserable vida que allí passé. No teníamos otra recreaçión, sino sacarnos en algunos tiempos alguna cantidad de nosotros a trabajar en los edifiçios y reparos de los muros y fuerças de la çiudad, y ansí salíamos cargados de hierros; siendo nuestro más prinçipal mantenimiento sólo pan de çebada o çenteno; y aun plugiera a Dios que dello alguna vez nos pudiéramos remediar. [Esto quiero que notes: que a la contina los maestros de las obras escogían los mejores y más dispuestos trabajadores, de manera que convenía esforçarnos en la mayor flaqueza nuestra a trabajar más que lo sufrían nuestras fuerças, por gozar de aquella miserable recreaçión. En fin, comprábamos con nuestros serviles trabajos aquella captiva libertad de algún día que al trabajo nos querían elegir.] En esta vida, o por mejor dezir muerte, passé dos años, que del infierno no había otra differencia sino la perpetuidad. Aquí había una sola esperança de salud, y era que cuando se aparejaba armada, escogía el capitán entre nosotros los de mejor dispusiçión para el remo, y aquéllos salían que él señalaba; desnudos y aherrojados a un banco los ponían un remo en la mano y los avisaban que remassen con cuidado, si no con un pulpo o anguilla que traía en la mano el capitán de la galera los çeñía por todo el cuerpo que los hazía despertar al trabajo. Ésta era la más cierta ventura en que nos podíamos libertar, porque yendo aquí el sucesso de la batalla era de nuestro bien o mal ocasión; y ansí suçedió que por mandado del gran turco aparejó una gran flota Barbarroja para correr la Calabria y el reino de Siçilia, y quisieron los mis hados que fuesse yo elegido con otros cristianos captivos para un remo, donde fue puesto en aquella dispusiçión que los otros; y ansí pasando el mar Adriático salió de Génova Andrea Doria, capitán de las galeras del Emperador, con gran pujança de armada, y dio en la flota turca con tan gran ardid que en breve tiempo la desbarató echando a lo hondo cuatro galeras, y prendió dos, en la una de las cuales venía yo; y el cosario Barbarroja se acogió con algunas que le pudieron seguir. Pues suçedió que luego nos metieron con la presa en el puerto de Génova, y como se publicó la vitoria por la çiudad todos cuantos en la çiudad había acudieron al agua a nos ver. Agora oye, Miçilo, y verás cómo a lo que Dios ordena no podemos huir.

     MIÇILO. Dichoso gallo, di, que muy atento te estoy.

     GALLO. Pues como ya te dixe, Arnao había corrido a Londres y toda Ingalaterra, Brabante, Flandes, Florençia, Sena, Veneçia, Roma, Milán y todo el reino de Nápoles, [y Lombardía], buscándome con la diligencia y trabajo posible; y no me habiendo hallado en dos años passados vino a Génova por ver si podría haber alguna nueva de mí, y ansí suçedió llegar al puerto por ver desembarcar la gente del armada, donde entre la otra gente alcançó a me ver y conoçer de lo cual no reçibió poca alegría su coraçón, y habiendo conçebido que por causa del temor y empacho que dél yo ternía por ningunos regalos ni palabras se podría apoderar de mí, ni yo me confiaría dél, mas que en viéndole echaría yo a huir, por tanto pensó lo que debía de hazer para cobrar el amigo tan deseado; y ansí con este aviso lo más diligentemente que pudo se fue al gobernador y justiçia de la çiudad, haziéndole saber que en aquella gente que venía en las galeras tomadas a Barbarroja había conoçido a un hombre que había adulterado con su muger; y demandóle que le pusiesse en prisiones hasta que del hecho y verdad diesse bastante informaçión, y fuesse castigado el adulterio conforme a justiçia y satisfecha su honra; y estando ansí, que el capitán me quería libertar, llegó la justiçia muy acompañada de gente armada por me prender, y como llegó con aquel tropel, ruido y armas que se suele acompañar, apañaron con gran furia de mí diziendo: «Sed preso», y yo respondí: «¿Por qué?» Ellos me respondieron: «Allá os lo dirá el juez.» Entonçes me pareçió que no estaba cansada mi triste ventura de me tentar, pero que començaba desde aquí [de nuevo] a me perseguir. Començóse a murmurar de entre la gente que acompañaba a la justiçia que yo iba preso por adúltero. Dezían todos cuantos lo sabían movidos de piedad: «¡O cuánto te fuera mejor que hubieras muerto a manos de turcos, antes que ser traído a poder de tus enemigos! ¡O soberano Dios, que no queda pecado sin castigo!» Y cuando yo esto oía Dios sabe lo que mi ánima sentía, pero quiérote dezir que aunque siempre tuve confiança que la verdad no podía faltar, yo quisiera ser mil vezes muerto antes que venir a los ojos de Arnao. Ni sabía cómo me defender, antes determiné dexarme condenar porque él satisfaziesse su honra, teniendo por bien empleada la vida, pues por él la tenía yo; y ansí dezía yo hablando comigo: «¡O si condenado por el juez fuesse yo depositado en manos del burrea que me cortasse la cabeça sin yo ver a Arnao!» Con esto me pusieron en una muy horrible cárçel que tenía la çiudad, en un lugar muy fuerte y muy escondido que había para los malhechores que por inormes delitos eran condenados a muerte, y allí me cargaron de hierros teniéndolo yo todo por consolaçión. Todos me miraban con los ojos y me señalaban con el dedo habiendo de mí piedad, y aunque ellos tenían neçesidad della, mi miseria les hazía olvidarse de sí. En esto passé aquella noche con lo que había passado del día hasta que vino la mañana siguiente, y llegó la hora que el gobernador y justiçia vino a visitar y proveer en los delitos de la cárcel, y ansí en una gran sala sentado en un soberbio estrado y teatro de gran magestad, delante de gran multitud de gente que a demandar justiçia allí se juntó, el gobernador por la importunidad de Arnao mandó que me truxiessen delante de sí; y luego fueron dos porteros en cuyas manos me depositó el alcaide por mandado del juez, y con una gruesa cadena me presentaron en la gran sala. Tenía yo de empacho hincados los ojos en tierra que no los osaba alçar por no mirar a Arnao, de lo cual todos cuantos presentes estaban juzgaban estar culpado del delito que mi contrario y acusador me imponía. Y ansí mandando el gobernador a Arnao que propusiesse la acusaçión, ansí començó: «¡O bienaventurado monarca por cuya rectitud y equidad es mantenida de justiçia y paz esta tan illustre y resplandeçiente república, y no sin gran conoçimiento y agradeçimiento de todos los súbditos!, por lo cual sabiendo yo esto en dos años passados que busco en Ingalaterra, Brabante, Flandes y por toda la Italia a este mi delincuente, me tengo por dichoso por hallarle debajo de tu señoría y jurisdiçión, confiando por solo tu prudentíssimo juizio ser restituido en mi honra y < > satisfecho de mi [justiçia y] voluntad. Y porque no es razón que te dé pessadumbre con muchas palabras, ni impida a otros el juizio, te hago saber que éste que aquí ves que se llama Alberto de Cleph.» Y hablando comigo el juez me dixo: «¿Vos hermano, llamáis os ansí?»; y yo respondí: «El mesmo soy yo.» Volvió Arnao y dixo: «Él es, / o justíssimo monarca!, él es, y ninguna cosa de las que yo dixere puede negar. Pues éste es un hombre el más ingrato y olvidado del bien que nunca en el mundo nació, por lo cual solamente le pongo demanda de ser ingrato por acusaçión, y pido le des el castigo que mereçe su ingratitud, y por más le convençer pasa ansí, que aunque las buenas obras no se deben referir del ánimo liberal, porque sepas que no encarezco su deuda sin gran razón, digo que yo le amé del más firme y constante amor que jamás un hombre a otro amó; y porque veas que digo la verdad sabrás que un día por çierto negoçio que nos convenía partimos ambos de Françia para ir en Ingalaterra, y entrando en el mar nos sobrevino una tempestad, la más horrenda y atroz que a navegantes suçedió en el mar. En fin, con la alteraçión de las olas y soberbia de los çielos nos pareçió a todos que era vuelto el diluvio de Noé; cayó él en el agua por desgraçia y indispusiçión, y procurando cada cual por su propria salud y remedio, en la más obscura y espantosa noche que nunca se vio, me eché al agua, y peleando con las invençibles olas le truxe al puerto de salud. Suçede después desto que tengo yo una muger moça y hermosa (que nunca la hubiera de tener, porque no me fuera tan mala ocasión), y está enamorada de Alberto como yo lo soy, que della no es de maravillar, pues yo le amo más que a mí; y ella persiguiéndole por sus amores la responde él que en ninguna manera puede ofender en la fe a Arnao, y siendo por ella muchas vezes requerido vino a las manos con él queriéndole forçar; y passa ansí que una mañana yo me levanté dexándola a ella en la cama, y por limpiar mi cuerpo me lançé a un retrete sin me ver ella. De manera que ella pensó que yo era salido de casa a negoçiar, y suçedió entrar por allí Alberto por saber de mí, y ella asegurada que no la viera yo le hizo con importunidad llegar a la cama donde estaba, y tomándole fuertemente por la capa le dixo: «Duerme comigo que muero por ti»; y Alberto respondió: «Todas las cosas de su casa y hazienda fío de mí Arnao, y sola a ti reservó para sí, por tanto señora, no puedo hazer esa tu voluntad», y él luego se fue que hasta hoy no pareçió; y como ella se sintió menospreçiada y que se iba Alberto huyendo dexando la capa en las manos, començó a dar grandes vozes llamándome a mí porque viesse [yo] de quién solía yo confiar, y como del retrete salí, y conoçió que de todo había sido yo testigo, de empacho y afrenta enmudeçió, y súbitamente de ahí a pequeño rato murió; y como tengo hecha bastante esperiençia de quién me tengo de fiar, pues mucho más le debo yo a él que él a mí sin comparaçión, pues si yo le guardé a él la vida, él a mí la honra que es mucho más, agora, justíssimo monarca, yo te demando que me condenes por su deudor y obligado a que perpetuamente le haya yo a él de servir, que yo me constituyo por su perpetuo deudor; y si dixere que por haberle yo dado la vida en la tempestad me haze graçia de la libertad, a lo menos neçesítale a que por ese mesmo respeto me tenga en la vida compañía, pues por su causa perdí la de mi muger.» Y diziendo esto Arnao calló esperando la sentençia del juez. Pues como yo entendí por la proposiçión de Arnao que había estado presente a lo que con su Beatriz passé, y que no tenía neçesidad de me desculpar, porque esto era lo que más lastimado y encogido tenía mi coraçón hasta aquí, luego alçé mi cabeça y lançé mis ojos en Arnao, y con ellos le agradeçí el reconoçimiento que tenía de mi fidelidad, y aguardé con mucha humildad y mansedumbre la sentençia del juez, esperando que sobre el seguro que yo tenía de Arnao, y con el que él había mostrado de mí, ningún daño me podía suçeder; y ansí todos cuantos al rededor estaban se alegraron mucho cuando oyeron a Arnao y entendieron dél su buena intinçión, y que no pretendía en su acusaçión sino asegurarme para nuestra amistad y que fuesse confirmada y corroborada por sentençia de juez; y ansí todos con gran rumor encareçían unos con otros la amistad y fe de Arnao y se ofreçían por mí que no apelaría de ningún mandado del juez, pues me era notorio el seguro de mi amigo Arnao; y haziendo callar el gobernador la gente se volvió, para mí y me dixo: «Di tú, Alberto, ¿qué dizes a esto que contra ti se propone?, ¿es verdad?»; respondí yo: «Señor, todo cuanto Arnao ha dicho todo es conforme a verdad, y no había otra cosa que yo pudiesse alegar para en defensa de mi persona si alguna culpa se me pudiera imponer, sino lo que Arnao ha propuesto, porque hasta agora no padeçía yo otra confusión sino no saber cómo le pudiera yo persuadir la verdad, lo cual de hoy más no tengo por qué trabajar, pues Arnao estuvo presente a lo que passé con su muger. Por lo cual tú, señor, puedes agora mandar, que a mí no me resta sino obedeçer.» Luego dixo el juez: «Por çierto yo estoy maravillado de tan admirable amistad, en tanta manera que me pareçe que podéis quedar por exemplo de buenos amigos para los siglos venideros; y ansí, pues estáis conformes y çiertos ser en vosotros una sola y firme voluntad, justa cosa es según mi pareçer que sea puesto Alberto en su libertad, y mando por mi sentençia que le sea dado por compañero perpetuo de Arnao en premio de su sancto y único amor.» Y ansí me fueron luego quitados los hierros y me vino Arnao a abraçar dando gracias a Dios, pues me había podido haber, con protestaçión de nunca me desamparar, y ansí nos fuemos juntos a París perseverando siempre en nuestra amistad mientras la vida nos duró.

     MIÇILO. Por çierto, gallo, admirable amigo te fue Arnao cuando te libró del mar pospuesto el gran peligro a que las soberbias hondas amenaçaban, pero mucho mayor sin comparaçión me pareçe haberlo tú sido a él, cuando ofreçida la oportunidad de goçar de su graçiosa muger, por guardarle su honra con tanto peligro de tu vida la huiste, porque no hay animal tan indignado y arriscado como la muger si es menospreçiada cuando de su voluntad ofreçe al varón su apetito y deleite, y ansí convierte todo su amor en verdadero odio deseando mil muertes al que antes amó como a sí, como hizo la muger de Putifar a Joseph.

     GALLO. Çiertamente no tenéis agora entre vosotros semejantes amigos en el mundo, porque agora no hay quien tenga fe ni lealtad con otro sino por grande interese proprio y aun con éste se esfuerça hasta el peligro, el cual como se ofreçe vuelve las espaldas; ya no hay de quién se pueda fiar la vida, muger, honra, hazienda ni cosa que importe mucho menos.

     MIÇILO. No hay amigos sino para los plazeres, convites, juegos, burlas, donaires y viçios. Pero si se os ofreçe una neçesidad antes burlarán de vos, y os injuriarán que os sacarán della. Como me contaban este día passado de un Durango hombre muy agudo y industrioso, que en la universidad de Alcalá había hecho una burla a un Hierónimo su compañero [de cámara], que se fió dél ofreçiéndose de le sacar de una afrenta y metióle en mayor; y fue que siendo ambos compañeros de cámara y letras, suçedió que un día vinieron a visitar a Hierónimo unos parientes suyos de su tierra, y fue a tiempo que el pobre mançebo no tenía dineros como aconteçe muchas vezes a los estudiantes, prinçipalmente si son passados algunos días que no les vino el recuero que les suele traer la provisión; y porque los quisiera convidar en su posada estaba el más afrontado y triste hombre del mundo. Y como Durango su compañero le preguntó la causa de su afliçión como doliéndose della, él començó a consolar y a esforçar prometiéndole el remedio, y ansí le dixo: no te aflixas, Hierónimo, por eso, antes ve esta noche al mesón y convídalos que vengan mañana a comer contigo, que yo proveeré de los dineros neçesarios entre mis amigos; y el buen Hierónimo confiándose de la palabra de su compañero hizo lo que le mandó; y ansí los huéspedes aceptaron, y el día siguiente se levantó Durango sin algún cuidado de lo prometido a Hierónimo y se fue a su liçión y no volvió a la possada hasta mediodía, donde halló renegando a Hierónimo por el descuido [que había tenido]; y el otro no respondió otra cosa sino que no había podido hallar dineros entre todos sus amigos, que él había hecho todo su poder; y estando ellos en esta porfía llamaron a la puerta los convidados, de lo cual reçibió Hierónimo gran turbaçión buscando dónde poder huir aquella afrenta; y luego acudió Durango por dar conclusión a la burla por entero, diziéndole que se lançasse debajo de una cama que estaba allí, y que él los despediría lo mejor que pudiesse cumpliendo con su honra; y ansí con la turbaçión que Hierónimo tenía le obedeció; y los huéspedes subieron preguntando por Hierónimo, a los cuales Durango respondió: «Señores, él deseó mucho convidaros a comer, aunque no tenía dineros, pensando hallarlos en sus amigos, y habiéndolos buscado, como no los halló, de pura vergüença se ha lançado debajo de esta cama por no os ver.» Y ansí diziendo esto se llegó para la cama alçando la ropa que colgaba y le començó a importunar con grandes vozes [a Hierónimo] que saliesse, y el pobre salió con la mayor afrenta que nunca hombre reçibió, lleno de pajas, flueco, heno y pluma y tierra, y como fuesse la risa de todos [tan grande], quiso [de afrenta] matar a Durango si no le huyera; por lo cual los huéspedes le llevaron consigo a su mesón y enviaron luego por de comer para todos, y trabajaron por le sosegar cuanto pudieron.

     GALLO. Desos amigos hay el día de hoy, que antes mofarán y burlarán de vos en vuestra neçesidad que procurarán remediarla.

     MIÇILO. Por çierto, tú dices verdad, que en estos tiempos no hay mejores amigos entre nosotros que éstos, mas antes muy peores. Agora te ruego me digas, ¿en qué suçediste después?

     GALLO. Después te hago saber que vine a naçer en la ciudad de México de una india natural de la tierra, en la cual me engendró un soldado de la compañía de Cortés, marqués del Valle, y luego en naciendo me suçedió morir.

     MIÇILO. Desdichado fueste en luego padeçer la muerte; y también por no gozar de los tesoros y riquezas que vienen de allá.

     GALLO. O Miçilo, ¡cuán engañado estás! De contraria opinión fueron los griegos, que fueron tenidos por los más sabios de aquellos tiempos que dezían que era mucho mejor, o nunca naçer, o en naçiendo morir; yo no sé porque te aplaze más el vivir, prinçipalmente una vida tan miserable como la que tienes tú.

     MIÇILO. Yo no digo que es miseria el morir sino por el dolor y pena grande que la muerte da; y ansí tengo lástima de ti porque tantas vezes padeçiste este terrible dolor; y ansí deseaba mucho saber de ti por ser tan esperimentado en el morir en qué está su terribilidad; querría que me dixesses: ¿qué hay en la muerte que temer?, ¿qué cosa es?, ¿en qué está?, ¿quién la siente?, ¿qué es en ella lo que da dolor?

     GALLO. Mira, Miçilo, que en muchas cosas te engañas, y en ésta mucho más.

     MIÇILO. Pues, ¿qué dices?, ¿que la muerte no da dolor?

     GALLO. Eso mesmo digo: lo cual si atento estás fáçilmente te lo probaré; y porque es venido el día déxalo para el canto que se siguirá.

Fin del déçimo canto del gallo.



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Argumento del onzeno canto del gallo

     En el onzeno canto que se sigue el auctor, imitando a Luçiano en el libro que intituló De luctu, habla de la superfluidad y vanidad que entre los cristianos se usa en la muerte, entierro y sepoltura. Descríbesse el entierro del marqués del Gasto, capitán general del Emperador en la Italia; cosa de muy de notar.

     MIÇILO. Ya estoy, gallo, a punto aguardando para te oír lo que me prometiste en el canto passado, por tanto comiença tú a dezir, y yo a trabajar, y confía de mi atençión.

     GALLO. Por çierto no tengo yo, Miçilo, menos voluntad de te complazer que tú de oír; y ansí, porque tengamos tiempo para todo, vengamos a lo que me demandaste ayer, que me pediste te dixesse como hombre experimentado algo de la muerte, pues por esperiençia tanto puedo yo dezir; y ansí ante todas cosas quiero que tengas por averiguado esta conclusión: que en la muerte no hay qué temer.

     MIÇILO. Pues, ¿por qué la huyen todos?

     GALLO. Porque toda cosa criada se desea conservar, y ansí procura resistir su corruçión.

     MIÇILO. ¿Qué no hay dolor en la muerte?

     GALLO. No en verdad. Quiero que lo veas claro, y para esto quiero que sepas que no es otra cosa muerte sino apartamiento del ánima y cuerpo, el cual se haze en un breve punto, que es como solemos dezir, en un abrir y çerrar de ojo. Aún es mucho menos lo que los philósophos llaman instante, lo cual tú no puedes entender. Esto presupuesto quiero te preguntar: ¿cuándo piensas que la muerte puede dar dolor?, no dirás que le da antes que el alma se aparte del cuerpo, porque entonçes la muerte no es, y lo que no es no puede dar dolor; pues tampoco creo que dirás que la muerte da dolor después de apartada el alma del cuerpo, porque entonçes no hay subjeto que pueda el dolor sentir, porque entonçes el cuerpo muerto no puede sentir dolor, ni el alma apartada tiene ya por qué se doler; pues muy menos dirás que en aquel punto que se aparta el alma del cuerpo se causa el gran dolor, porque en un breve punto no se puede causar tan terrible dolor, ni se puede mucho sentir, ni mucho puede penar; cuanto más que esto que digo que es muerte no es otra cosa sino careçer del alma que es la vida, y careçer (que los philósophos llaman privaçión) no es cosa que tiene ser, es nada: pues lo que nada es y no tiene ser, ¿cómo puede causar dolor? Ansí que claro está si bien quieres mirar, que la muerte no tiene qué temer, pues sólo se había de temer el dolor, el cual ves que no hay quien le pueda entonçes causar; y ansí de mí te se dezir, como aquel que habla bien por esperiençia, que nunca la muerte me dio dolor, ni nunca la sentí. Pero con todo esto quiero que notes que hay dos maneras de muerte: una es violenta, que estando sano y bueno el hombre, por fuerça o caso, o por violençia se la dan, como si por justiçia degollassen, o ahorcassen un hombre; desta tal muerte bien se podrá dezir que el que la padeçe sienta algún dolor, porque como el paçiente está sano y tenga todos los sentidos sanos y enteros es ansí que al passar del cuchillo por la garganta, o al apretar la soga en aquel punto que sale el alma por causa de la herida se le dé pena, y no cualquiera pena, pero la mayor que en esta vida un hombre pueda padeçer y sentir, pues es tan grande que le basta matar. Pero hay otra manera de muerte que llamamos natural, la cual viene al hombre por alguna larga enfermedad y indispusiçió, o por la última vejez; ésta tal çiertamente no da dolor, porque como el enfermo se va llegando a la muerte vánsele suçesivamente entorpeçiendo los sentidos y mortificándosele todos, de manera que cuando viene a salírsele el alma ya no hay sentido que pueda sentir la partida si algún dolor pudiesse causar, que de otra manera, ¿quién dubda sino que el hombre haría al tiempo del morir gestos, meneos y visajes en que mostrasse naturaleza que le diesse alguna pena y dolor la muerte? Mas antes has de creer por verdad, que ansí como en las cosas que os perteneçen y convienen de parte de vuestra naturaleza no se reçibe ninguna pena ni trabajo al tiempo que las effectuáis, mas antes [todos los animales] nos holgarnos y nos plaze ponerlas en obra y exerçiçio, porque naturaleza nos dio potençias y órganos y instrumentos con que sin pesadumbre alguna las pudiéssemos exerçitar, pues desta mesma manera como la muerte nos sea a todos natural, [quiero dezir], que nos conviene de parte de nuestra naturaleza (porque [todos los hombres y animales] nacieron con naturaleza obligada a morir, no se les puede excusar), ansí debes de presumir, y aun creer, que la muerte natural no solamente no causa dolor, pero aun consuela y reçibe el alma gran plazer en se libertar y salir desta cárcel del cuerpo y ir a vivir mejor vida; porque [en] la verdad este morir no es acabar sino passar desta vida a otra mejor, y de aquí viene a los hombres todo su mal y dolor al tiempo del morir, por careçer de fe con que deben creer que esto es verdad; porque aquellos [verdaderos] mártires bienaventurados que en tanto regoçijo se ofreçían a la muerte, de dónde piensas que les venía sino que tenían por más çierto lo que creían por fe de los bienes que Dios les promete, que los tormentos y muerte que vían presentes aparejados para padeçer, que no hay cosa más fáçil que el morir, ni cosa de más risa que veros hazer de la muerte caudal, prinçipalmente siendo cristianos que habíades de demandarla, y venida, tomarla con gran plazer.

     MIÇILO. Por çierto mucho me has consolado, gallo, con las verdades que me has persuadido; y tanto que estoy muy esforçado para cuando a Dios plugiere de me llevar desta vida, pues voy a vivir para siempre jamás.

     GALLO. Pues si esto es ansí, ¿qué cosa es que vosotros siendo cristianos, hagáis tanta cuenta al tiempo de vuestra muerte, de acumular y juntar todas vuestras honras para allí? Aún ya cuando estáis sanos y con salud, que os procuréis honrar no es gran maravilla, porque estáis en el mundo y haçéis lo que de presente se goza dél, pero al tiempo de la muerte, la rica sepoltura y la pompa funeral, tanto luto, tanta cera, tanto clérigo, tanta cruz, [tanto tañer de campanas con tanta solenidad]; tanto acompañamiento de tanto noble, guardado el tiempo y lugar que cada cual ha de llevar, con aquella pausa, orden, passo y gravedad como si os llevassen a bodas, pues todo esto, ¿qué es sino memoria y honra mundana?: que vean grandes aparatos, y lean grandes rótulos: «Aquí yaze sepultado, etc.», que si vos sois más rico que otro y teníades mejor casa, bien consiento que tengáis mejor sepoltura, pero que gastéis en vuestra muerte grandes aparatos y hagáis rica sepoltura diziendo que es obra muy sancta y muy cristiana, desengañaos, que mentís, que antes es cosa de gentilidad, que con sus estatuas querían dexar memoria eterna; hazéis gran honra a vuestro cuerpo en la muerte viendo que peligra el alma de vuestro próximo por probreza en la vida. Por Dios, Miçilo, que estoy espantado de ver las neçedades y bobedades que los hombres tenéis y usáis en este caso, que no puedo sino haberos lástima, porque he yo visto muchas vezes reírse destas cosas mucho los ángeles y Dios. ¡O si vieras en el año de mil y quinientos y cuarenta y seis cuando enterraron al marqués del Gasto, capitán general del Emperador de la Italia! (porque un lunes, onze días [del mes] de abril que murió, me hallé yo en Milán), ¡cuán de veras te rieras allí!, estaban los sanctos del çielo que de risa querían reventar.

     MIÇILO. Hazme agora tanto plazer que pues te hallaste allí me cuentes algo de lo que passó.

     GALLO. Témome Miçilo, que no acabaremos hoy, porque dexada la braveza de lo que en el testamento de su exçelençia se podía dezir de reír, menos te podrás contener en lo que toca a la pompa funeral, que no cabrá en diez pliegos de papel.

     MIÇILO. Ruégote mucho que me digas algo de lo que passó en entierro, porque en lo del testamento no te quiero fatigar.

     GALLO. Yo te quiero complazer. En el nombre de Dios [murió su exçelençia el domingo ya casi a la noche, y luego con la diligençia posible se dispuso lo neçesario que tocaba al aparato y lutos, que no quedó en toda la çiudad offiçial, ni en gran parte de la comarca, que supiesse de sastrería, o de labrar çera, o carpentería que no tuviesse mucho en qué entender toda aquella noche del domingo y el lunes adelante hasta la hora de las dos que el cuerpo de su exçelençia salió del palaçio para la iglesia mayor]. Primeramente iban delante < > la clereçía, quinientos niños de dos en dos, vestidos de luto con capirotes en las cabeças, cada uno con una hacha ençendida en la mano, de çera blanca, con las armas de su exçelençia cosidas en los pechos.

     MIÇILO. ¡Cuánto mejor fuera que aquella limosna de vestido y hacha fuera secreta y cosida entre Dios y el coraçón de su exçelençia, y el mochacho se quedara en casa, tuviera en aquella hacha aquel día y otros cuatro que comer!

     GALLO. Después destos iban çiento y diez cruzes grandes de madera, con çinco velas en cada una hincadas en unos clavos que estaban en las cruzes como se acostumbra en Milán en semejantes pompas funerales.

     MIÇILO. Debían de llevar tantas cruzes porque el diablo si viene por el muerto más huye de muchas que de una.

     GALLO. Seguía luego a las cruzes el reverendo cabildo de la iglesia mayor y toda la clereçía con cruzes de plata, y todas las parrochias [con todos sus] capellanes, clérigos, frailes y monjes de todas < > órdenes y religiones, cada uno en su grado, con hachas de cera blanca en las manos, ençendidas, de dos en dos que eran mil y seisçientos. A la clereçía seguía la guarda de caballos ligeros de su exçelençia, a pie, con lobas de luto y capirotes en las cabeças, cada uno con su lança negra y una veleta de tafetán negro en cada una, con el hierro en la mano, arrastrando las lanças por tierra, con dos trompetas que iban delante con lobas de luto y capirotes en las cabezas. Estos trompetas iban a pie con las trompetas echadas en las espaldas, con banderas negras con las armas de su exçelençia.

     MIÇILO. Éstos bastarán defenderle el cuerpo si todos los diablos del infierno vinieran.

     GALLO. Bastaran si todos fueran españoles. Después iba la casa de su exçelençia con hasta cuatroçientas personas con lobas y capirotes en las cabeças, cada uno en su grado; después iba la guarda de soldados alemanes, llevaba cada uno un manto hasta tierra de luto, con collares encrespados, y las alabardas negras echadas al hombro, y con gorras grandes negras a la alemana.

     MIÇILO. Agora digo más de veras que le bastaran defender, aunque viniera Luzifer por capitán.

     GALLO. Tras éstos venían seis atambores con los mesmos mantos como los alemanes, y caperuças a la española, de luto: cubiertos los atambores de velos negros puestos a las espaldas; después destos iban dos pajes a pie, vestidos de terçiopelo negro, con las gorras caídas sobre las espaldas: el de la mano derecha llevaba una zelada cubierta de brocado rico de tres altos en la mano, y el otro llevaba una pica negra al hombro, caída sobre las espaldas. Çerca destos venían dos capitanes a pie con lobas de luto con faldas muy largas rastrando y capirotes en las cabezas: el de la mano derecha llevaba una bandera de infantería, de tafetán amarillo con las armas imperiales; y el otro llevaba un estandarte negro con las armas de su exçelencia doradas: y en el campo una cruz colorada a la borgoñona; éstos llevaban arrastrándolos por tierra, que significaba el cargo que primero había tenido de su magestad de general de infantería. Çerca destos iba una persona muy honrada con una gran loba de luto y capirote en la cabeza, en una mula guarneçida de luto hasta tierra, llevaba una vara negra en la mano, como mayordomo [mayor] de su exçelençia. Después deste venían seis trompetas a caballo vestidos de negro, con sus trompetas a las espaldas y banderas de tafetán negro con las armas de su exçelençia. Tras éstos iba un rey de armas borgoñón a caballo con loba y capirote, y ençima una sobre vista dorada con las armas imperiales, el cual había sido enviado de su magestad el mesmo día que falleció su exçelençia, con cartas, a darle cuenta de los nuevos caballeros del Tusón. A éste seguían çinco caballeros honrados con lobas de luto y capirotes en las cabeças a caballo, cubiertos los caballos de paño negro hasta tierra, que no se veían sino los ojos, los cuales llevaban los estandartes siguientes caídos sobre las espaldas rastrando por tierra: el primero era un estandarte colorado con las armas de su exçelençia, puestas en una asta negra; el segundo era de la mesma color, pintada nuestra Señora con el Niño en los braços, y la luna debajo de sus pies (éste era señal de guión de gente de armas); el terçero estandarte era blanco pintado dentro el escudo de las armas del duque de Milán, con un águila que abrazaba el escudo, en señal del gobierno del estado de Milán; el cuarto llevaba una bandera cuadrada pequeña, que es el guión que su exçelençia llevaba delante como general; y en el campo blanco della pintado un mundo con los elementos apartados, y de la una parte nuestra Señora pintada con su Hijo en [los] braços, y de la otra parte el ángel San Raphael y Tobías con un letrero que dezía: «Sit sita vigent»; el quinto llevaba un estandarte amarillo con el águila y armas imperiales, echado sobre las espaldas, que es la insinia de capitán general del exérçito de su magestad. Después destos iban ocho pajes vestidos de terçiopelo negro < > hasta tierra que no se veían sino los ojos: el primero llevaba una espada dorada con vaina de brocado rico de tres altos sobre el hombro, por señal que cuando el Emperador entró en Nápoles venía delante dél el Marqués como gran camarlengo a quien toca aquella çiremonia y preminençia; el segundo llevaba un escudo en el braço izquierdo con las armas de su exçelençia de relieves dorados en campo negro; el terçero llevaba una lança negra en la mano derecha caída sobre la espalda con su yerro muy polido; el cuarto llevaba un almete puesto en un bastón negro cubierto de brocado rico de tres altos en la mano derecha; el quinto llevaba un estoque dorado con su vaina de brocado rico de tres altos caído sobre la espalda derecha, y unas espuelas doradas vestidas en el braço derecho guarneçidas del mesmo brocado; el sesto llevaba un bastón dorado en la mano caído sobre el hombro, pintadas las armas imperiales en señal del cargo primero de general de la infantería; el séptimo llevaba otro bastón dorado con las armas del ducado de Milán abraçados con el águila imperial, en señal del gobierno del estado de Milán; el octavo y último llevaba un bastón cubierto de brocado rico de tres altos, en señal de capitán general de Italia. Seguía luego un moço de espuelas con una loba de luto hasta tierra con capirote en la cabeza, el cual llevaba de diestro un caballo guarnido de terçiopelo negro con estribos, freno y clavazón plateada, y sobre la silla una reata de terçiopelo negro, y junto al caballo doce moços de espuelas con lobas de luto rastrando y capirotes en las cabezas, y el caballerizo detrás. Venía después el cuerpo de su exçelençia puesto sobre unas grandes andas, hechas a manera de una gran cama cubierta de brocado de plata de dos altos que colgaba çerca de un braço de cada lado de las andas; del brocado estaba pendiente una gran banda de terçiopelo carmesí de la que colgaba un friso, o guarniçión de tafetán doble carmesí con las armas de su exçelençia doradas. Esta cama, o andas, llevaban doze caballeros vestidos con lobas de luto y capirotes en las cabeças, y porque el trecho es casi de una milla del monesterio a la iglesia mayor se iban mudando. El cuerpo de su exçelençia iba vestido con una túnica o veste de raso blanco hasta en pies, çeñida, y ençima de la túnica un manto de grana colorada con unas vueltas afforradas de veros alçado sobre los braços; en la cabeza llevaba una barreta ducal afforrada en los mesmos veros, con un friso y corona de prínçipe; llevaba al cuello el collar rico del Tusón, y al lado una espada dorada con su vaina de brocado rico de tres altos. Este hábito es según la orden del offiçio del gran camarlengo del reino de Nápoles que su exçelençia tenía y ha gran tiempo que está en su illustrísima casa. Llevaba por cabeçera una almohada de terçiopelo carmesí guarneçida de plata, y a la mano derecha sobre la cama o andas llevaba la rosa sagrada de oro que la sanctidad del papa Paulo le envió el año de mil y quinientos y treinta y nueve por gran don y público favor, que es un árbol de oro con veinte y dos rosas.

     MIÇILO. ¿Supiste qué virtud tenía esa rosa sagrada?, ¿por qué la llevaba al lado en el entierro?, ¿si era alguna indulgençia que su Santidad le envió para que no pudiesse ir al infierno aunque muriesse en pecado mortal?

     GALLO. Eso se me olvidó de preguntar. Cerca de las dichas andas iban veinte y çinco gentiles hombres muy honrados de su casa con lobas y capirotes en la cabeça, y unas hachas grandes de çera negra en las manos con las armas de su exçelençia. Después iba el señor marqués de Pescara, primogénito de su exçelencia, con los señores don Íñigo y don Çesáreo de Ávalos < > sus hermanos, y el señor prínçipe de Salmona, y el señor don Álvaro de Luna, hijo del señor castellano de Milán, a quien el señor marqués sustituyó en los cargos que en este estado de Italia tenía, por ser la persona más prinçipal que aquí se halla; él, por estar enfermo, envió al señor don Álvaro su hijo en su lugar; iban allí los comisarios generales de su magestad, y los gobernadores y alcaldes del estado, y los embajadores de los potentados de Italia que aquí se hallaron, y otros prínçipes y señores que vinieron a honrar en enterramiento; iban allí los señores del senado y magistrado, y los feudatarios del estado, marqueses, condes y caballeros, capitanes y gentiles hombres, todos con sus lobas de luto rastrando y capirotes en las espaldas. Toda la iglesia mayor estaba entoldada alrededor de paño negro con las armas de su exçelençia, y sobre los paños hachas blancas de çera muy juntas. Después, en medio del çimborrio de la iglesia, antes de entrar en el coro, estaba hecho un grandíssimo cadahalso o monumento, mayor y más hermoso y de mayor artifiçio que jamás se hizo a ningún prínçipe en estas partes, todo pintado de negro, el cual tenía ençima una pirámide llena de velones y hachas de çera blanca, y ençima de cada lado o haz del cadahalso había ocho escudos grandes con las armas de su exçelençia, donde fue puesto su cuerpo como venía en las andas o lecho en que fue traído. Sobre el cual había un dosel muy grande de terciopelo negro. Alrededor del cadahalso había infinitas hachas, y en medio de la iglesia había ocho grandes candeleros, que en España llaman blandones, hechos a manera de vasos antiguos, eran de madera, negros, llenos de hachas pendientes de lo alto de la iglesia iguales; estos candeleros con las otras hachas estaban en rededor de toda la iglesia. Delande del cadahalso estaba hecho un tálamo alto de tierra dos braços, y en ancho setenta braços; de todas partes desde el cadahalso hasta el altar mayor estaban asentados en derredor todos los señores prinçipales que acompañaron el funeral hasta ser acabados los offiçios; y todo el tálamo era cubierto de paño negro, ansí lo alto como lo bajo, donde estaban asentados todos aquellos señores. El retablo del altar mayor estaba todo cubierto de terçiopelo negro con su frontal, con doze hachas muy grandes, y ansí mesmo los otros altares privados que son muchos, con su çera conveniente. Dime, Miçilo, qué juzgas desta honra.

     MIÇILO. Paréceme que el mundo le dio toda la honra que le pudo dar, y que aunque en la vida le honró bien, en la muerte le acumuló juntas todas las honras < >, ansí por los blasones de sus ditados [y insignias] que allí iban, como por la compañía y gasto que en su muerte se le hizo.

     GALLO. El día siguiente se celebró misa solene en el altar mayor y los offiçios por el ánima, y en medio de la misa se dixo una muy elegante oraçión en loor de su exçelencia, a la cual estuvieron presentes todos los señores sobredichos que fueron para este auto convidados, hasta que se acabaron todos los offiçios; y en los altares y capillas que había en la iglesia se dixeron hasta cuatroçientas missas rezadas.

     MIÇILO. ¿No hubo ahí alguna missa del altar de San Sebastián de la Caridad de Valladolid que le sacara del purgatorio?

     GALLO. Un sacerdote envió allí el pontífiçe con todo su poder para le sacar.

     MIÇILO. ¿Pues esa no bastó?

     GALLO. Sí bastó; pero todas las otras missas se dixeron por magestad, [las cuales aprovecharon a todas las ánimas del purgatorio por limosna de su exçelençia]. Las hachas que se gastaron en acompañar el cuerpo y en las honras del día siguiente llegaron a çinco mil.

     MIÇILO. Por çierto, con tantas hachas bien açertara un hombre a media noche a ir al çielo si las obras le ayudaron.

     GALLO. En verdad te digo que sin perjudicar a ningún prínçipe y capitán general y gobernador de los passados, no se acuerda ninguno de los que viven, ni se halla en ningún libro, haberse hecho en Milán ni en el mundo obsequias más honradas, conçertadas y sumptuosas.

     MIÇILO. Mucho deseo tengo de saber si con esto fue al çielo su exçelençia.

     GALLO. Pues, ¡cuerpo de mi vida!, ¿no había de ir al çielo? Buena honra le habían hecho todas las glorias del mundo si le hubieran sólo pagado con las de acá. Allá le vi yo en el çielo cuando allá subí. La gente que de la çiudad y comarca vino y pareçió por las calles a la entrada del cuerpo, y que esperaba en la iglesia passaron de dos çientas mil personas, las cuales mostraban infinito sentimiento y dolor.

     MIÇILO. Bien se puede eso presumir, aunque era común opinión ser hombre cruel, y que ansí mató muchos capitanes, alférez y gentiles hombres haziéndoles degollar.

     GALLO. Todo esto y cuanto en ese caso hizo fue con justiçia y por razón, < > porque muchas vezes [por el cargo que tenía] convenía [que se hiziesse ansí] por excusar motines en el campo de su magestad. Todo esto ha venido a propósito de tratar al prinçipio de vuestra vanidad de que usáis en vuestros entierros, que por ninguna cosa queréis caer en la cuenta, y çesar de tan gran yerro, cuanto quiera que os lo dizen cuantos cuerdos han escrito en la antigüedad y modernos. No vi mayor desvarío que por llevar vuestro cuerpo en las andas honrado hasta la sepoltura dexéis a vuestro hijo desheredado [y] neçesitado < > y a los pobres [desnudos y] hambrientos en las camas. Gran locura es estar el cuerpo hediendo [en la sepoltura] un estado debajo de tierra, hecho manjar de gusanos, y estar muy ufano por tener acuestas una lancha que pessa çinquenta quintales dorada por ençima; o [estar] ençerrados en ricas capillas con rejas muy fuertes, como locos atados aun en la muerte. Gran confusión es de los cristianos aquella palabra de verdadera religión que dixo Sócrates philósopho gentil; siendo preguntado de sus amigos cuando bebía el veneno en la cárçel dónde quería que le enterrasen, respondió: «Echad este cuerpo en el campo», y diziéndole que le comerían las aves, respondió: «Ponedle un palo en la mano para oxearlas», y diziéndole que siendo muerto no podría oxearlas respondió: «Pues menos sentiré si me comieren; donde quiere que quiséredes me podéis enterrar, que no hay cosa más fáçil ni en que menos vaya que en el sepulcro.»

     MIÇILO. Por çierto, gallo, tú tienes mucha razón en cuanto dizes, porque en este caso demasiadamente son dados los hombres a la vana aparençia y ambiçión y pompa de fuera sin hazer cuenta de lo del alma, que es de lo que se debe hazer más caudal.

     GALLO. Pues cuán de veras dirías eso, Miçilo, si hubiesses subido al çielo y desçendido al infierno como yo, y hubiesses visto la mofa y risa que passan los santos allá viendo el engaño en que están los mundanos acá açerca desta pompa de su morir y enterrar, y si viesses el pessar que tienen los condenados en el infierno < > por la vanidad de que se arrean en su morir. ¡O qué te podría en este caso contar!

     MIÇILO. O mi çelestial gallo, si pudiesse yo tanto açerca de ti que me quisiesses por narraçión comunicar esa tu bienaventurança de que gozaste siendo Ícaro Menipo, y contarme lo mucho que viste allá; si esto impetrasse de ti, profiérome de quedar yo hoy sin comer por darte doblada raçión.

     GALLO. No puedo, Miçilo, dexar de te complazer en cuanto me quisieres mandar, y ansí te quiero dezir cosas que los hombres nunca vieron ni oyeron hasta hoy. Tienes neçesidad de nueva atençión, porque hasta agora has oído cosas de mí que tú las puedes haber visto y esperimentado como yo, pero hablar del çielo, y de los ángeles, y del mesmo Dios no es capaz hombre mortal para le comprehender mientra está aquí, sin muy particular previllegio de Dios. Y porque la xornada es grande y tengo flaca memoria déxame recolegir, que si tu gusto está dispuesto como requiere la materia de que hemos de tratar, yo me profiero de hazerte bienaventurado hoy, de aquella bienaventurança de que se goza por el oír. Y pues el día pareçe ser venido aparéjate [en tu tienda] que mañana oirás [lo demás].

Fin del onzeno canto del gallo.



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Argumento del duodécimo canto del gallo

     En el duodéçimo canto que sigue el auctor imitando a Luçiano en el diálogo que intituló Ícaro Menipo, finge subir al cielo y describe lo mucho que vio allá.

     GALLO. Ayer te prometí, Miçilo, de tratar hoy materia no cualquiera ni vulgar, pero la más alta y más incumbrada que humano ingenio puede conçebir, no de la tierra ni de las cosas bajas y suezes de por acá, mas de aquellas que por su estrañeza el juizio humano no las basta comprehender. Tengo de cantar hoy cómo siendo Ícaro Menipo subí al çielo morada y habitaçión propria de Dios; hoy tienes neçesidad de nuevo entendimiento y nueva atençión, porque te tengo hoy de dezir cosas que ni nunca las vieron ojos, ni orejas las oyeron, ni ententendimiento humano pudo nunca caber lo que tiene allá Dios aparejado para los que le desean servir. Despierta bien: rompe esos ojos del alma y mírame acá, que quiero dezir las cosas maravillosas que en el çielo vi, oí, hablé y miré; la estançia, asiento, lugar de los santos y de Dios. Dezirte he la dispusiçión, movimiento, camino, distançia que tienen los çielos, estrellas, nubes, luna y sol entre sí allá, las cuales si oídas no creyeres, esto sólo me será gloria a mí, y señal de mi mayor feliçidad, pues por mis ojos vi, y con todos mis sentidos gusté cosas tan altas que a todos los hombres causan admiraçión, y passan a lo que pueden creer.

     MIÇILO. Yo te ruego, mi gallo, que hoy con íntimo affecto te esfuerçes a me complazer, porque me tienes suspenso de lo que has de hablar, que aun si te plaze dexaré el offiçio por mostrarte la atençión que te tengo, pues con los ojos ternía los sentidos y entendimiento todo en ti. Speçie me pareçería ser de infidelidad si un hombre tan bajo y tan suez como yo no creyesse a un hombre çelestial y divino como tú.

     GALLO. No quiero, Miçilo, que dexes de trabajar, no demos ocasión a morir de hambre, pues todo se puede hazer, prinçipalmente cuando de ti tengo entendido que cuelgas con tus orejas de mi lengua, como hizieron los françeses de la lengua de Hércules Ogomio admirable orador. Agora, pues, óyeme y sabrás que como yo considerasse en el mundo con gran cuidado todas las cosas que hay entre los mortales, y hallasse ser todas dignas de risa, bajas y pereçederas: las riquezas, los imperios, los offiçios de república y mandos; menospreçiando todo esto, con gran deseo me esforçé a emplear mi entendimiento y affiçión en aquellas cosas que de su cogeta son buenas a la verdad; y ansí cobdiçié passar destas cosas tenebrosas y obscuras, y volar hasta la naturaleza y criador de todas, y a este desseo me movió y ençendió más la consideraçión deste que los philósophos llaman mundo, porque nunca pude en esta vida hallar de qué manera fuesse hecho, ni quién le hizo, dónde tuvo principio y fin. Después desto cuando en particular le deçendía a [le] contemplar mucho más me causaba admiraçión y dubda, cuando vía las estrellas ser arroxadas con gran furia por el çielo ir huyendo. También deseaba saber qué cosa fuesse el sol, y sobre todo deseaba conocer los açidentes de la luna, porque me pareçían cosas increíbles y maravillosas, y pensaba que algún gran secreto que no se podía declarar causaba en ella tanta mudança de speçies, formas y figuras: aquella braveza con que el rayo sale con aquel resplandor, tronido espantoso y rompimiento de nube, y el agua, la nieve, el graniço enviado de lo alto. Pareçíanme ser todas estas cosas difíçiles al entendimiento, en tanta manera que por ninguna fuerça de nuestra naturaleza se podían por algún hombre comprehender acá. Pero con todo esto quise saber qué era lo que destas cosas los nuestros philósophos sentían, porque oía dezir a todos que ellos enseñaban toda la verdad. También reçebía gran confusión considerando aquella sublimidas y alteza de los çielos, prinçipalmente del empíreo y de su perpetuidad, el trono de Dios, el asiento de los santos, y la manera de su premiar y beatificaçión, el orden que hay en la muchedumbre de todos los coros angelicales. Pues primero quisse sujetarme a la disçiplina destos nuestros maestros, los cuales no poco están hinchados y presumptuosos con estos títulos, diziendo que enhastiados de las cosas de la tierra volan a alcançar la alteza de las cosas çelestiales, lo cual no sería en ellos poco de estimar si ello fuesse ansí. Pero cuando en aquellas comunes academias entré y miré todos los que en la manera de disputa y liçión mostraban enseñar, < > entre todos vi el hábito y rostro muy particular en algunos, que sin preguntar lo conoçieras haberse levantado con el título de çelestiales, porque todos los otros, aunque platicaban profesión de saber, debajo de un universal baptismo y fe traían un vestido no differente del común; pero estos otros mostraban ser de una particular religión, [por estar] vestidos de < > un hábito y traxe particular, y aun entre ellos differían en el color, y aunque en su presunçión, arogançia, obstentaçión, desdén y sobreçejo mostrassen ser los que yo buscaba, quise preguntar por me satisfazer, y ansí me llegué a uno de aquellos que a aprender concurrían allí, y a lo que le pregunté me respondió señalándomelos con el dedo: «Éstos son maestros de la philosophía y theología natural y çelestial.» Y ansí con el deseo que llevaba de saber, con gran obediençia me deposité a su disçiplina, proponiendo de no salir de su escuela hasta que hubiesse satisfecho a mi dubda y confusión. ¡O Dios inmortal qué martirio passé allí!, que començando por uno de aquellos maestros según el orden que ellos tenían entre sí, a cabo de un año que me tenía quebrada la cabeça con sólo difinir términos cathegoremáticos y sincathegoremáticos, análogos, absolutos y conotativos, < > solo me hallé en un laberinto de confusión. Quise adelante ver si en el otro habría algo más que gustar, y en todo un año nunca se acabó de enseñar una demostraçión, ni nunca colegí cosa que pudiesse entender. Consolábame pensando que el tiempo, aunque no el arte, me traería a estado y preçetor que sin pérdida de más edad me llegaría a mi fin; y ansí entré ya a oír los prinçipios de la philosophía natural; y esto sólo te quiero hazer saber, que a cabo de muchos días sólo me faltaba ser libre de aquella neçedad y ignorança con que vine allí, porque fueron tantas las opiniones y diversidad de no sé qué prinçicios de naturaleza: insecables átomos, inumerables formas, diversidad de materias, ideas primeras y segundas intençiones, tantas cuestiones de vacuo y infinito, que cuando más allí estaba más me enboscaba en el laberinto de confusión; y esto sólo entre todas las otras cosas no podía sufrir, que como en ninguna cosa entre sí ellos conveniessen, mas antes en todo se contradezían, y contra todo cuanto affirmaban argüían; pero con todo esto me mandaban que los creyesse dezir la verdad, y cada uno dellos me forçaba persuadir y atraer con su razón.

     MIÇILO. Cosa maravillosa me cuentas, que siendo esos hombres tan santos y religiosos y de conçiençia no sacassen en breve la suma de sus sçiençias, y sólo aquello enseñassen que no se pudiesse contradezir; o a lo menos que se enseñasse lo que en suma tuviesse más verdad, dexados aparte tantos argumentos y cuestiones tan impertinentes al propósito de lo que se pretende saber.

     GALLO. Pues en verdad mucho más te reirías, Miçilo, si los viesses con la arogançia y confiança que hablan, no tratando cosa de verdad, ni que aun tenga en sí sustançia ni ser; porque como quiera que ellos huellan esta tierra que nosotros hollamos, que en esto ninguna ventaja nos llevan, ni en el sentido del viso son más perspicaçes que nosotros, mas antes hay muchos dellos que casi están çiegos y torpes por la vejez, y con todo esto afirman ver y conoçer los términos del çielo, y se atreven a medir el sol, y determinar la naturaleza de la luna y todo lo que sobre ella está, y como si hubieran deçendido de las mesmas estrellas señalan su figura y grandeza de cada cual; y ellos, que puede ser que no sepan cuántas leguas hay de Valladolid a Cabezón, determinan la distançia que hay de çielo a çielo, y cuántos cobdos hay del çielo de la luna al del sol, y ansí difinen la altura del aire, y la redondez de la tierra, y la profundidad del mar; y para estas sus vanidades pintan no sé qué çírculos, triángulos y cuadrángulos, y hazen unas figuras de spheras con las cuales sueñan medir el ámbitu y magnitud del çielo; y lo que es peor y mayor señal de presunçión y arogançia, que hablando de cosas tan inçiertas como éstas, y que tan lexos están de la averiguaçión, no hablan palabra ni la proponen debajo de conjecturas, ni de maneras de dezir que muestren dubdar, pero con tanta çertidumbre lo afirman y vozean que no dan lugar a que otro alguno lo pueda disputar ni contradezir. Pues si tratamos de lo alto del çielo tanto se atreven los theólogos desde tiempo a difinir las cosas reservadas al pecho de Dios como si cada día sobre el gobierno del mundo universal comunicassen con él; pues de la dispusiçión y orden de allá ninguna cosa dizen que no quieren que sea averiguada conclusión, o oráculo que de su mano escribió Dios como las tablas que dio a Moisén. Pues como yo no pudiesse de la dotrina destos colegir algo que me sacasse de mi ignorançia, mas antes sus opiniones y variedades más me confundían, dime a pensar qué medio habría para satisfazer a mi deseo, porque çierto de cada día más me atormentaban. Como suele aconteçer al natural del hombre, que si alguna cosa se le antoja y en el alma le encaxa, cuanto más le privan della más el apetito le soliçita, prinçipalmente porque se me encaxó en el alma que no podía alcançar satisfaçión de mi deseo acá en el mundo si no subía al çielo y a la comunicaçión de los bienaventurados, y aunque en este pensamiento me reía de mí, el gran cuidado me mostró la vía como me suçedió, porque viéndome mi genio (digo el ángel de [mi] guarda) en tanto aflito, comovido por piedad y también por se gloriar entre todos los otros genios haber impetrado de Dios este privillejio para su clientulo, ansí se fue a los pies de su Magestad con gran importunidad diziendo que no se levantaría de allí hasta que le otorgase un don; le pidió liçençia para me poder subir a los çielos y pudiesse gozar de todo lo que hay allá, y como el mi genio era muy privado suyo se lo concedió, con tal que fuesse en un breve término que no me quedasse allá; y ansí venido a mí, como me halló en aquella agonía casi fuera de mi juizio, sin exerçitar ningún sentido su officio me arrebató y voló comigo por los aires arriba. ¡O soberano Dios!, ¿por dónde començaré, Miçilo, lo mucho que se me ofreçe que dezir? Quiero que ante todas cosas sepas que desde el punto que mi buen genio de la tierra me desapegó y començamos por los aires a subir, fue dotado de una agilidad, de una ligereza con que fáçilmente y sin sentir pesadumbre volaba por donde quería sin que alguna cosa, ni elemento, ni çielo me lo estorbase; fue con esto dotado de una perspicaçidad y agudeça de entendimiento y habilidad de sentidos que juzgaba estar todos en su perfeçión, porque cuanto quiera que muy alto subíamos no dexaba de ver y oír todas las cosas tan en particular como si estuviera en aquella distançia que acá en el mundo estos sentidos acostumbran a sentir.

     MIÇILO. Pues yo te ruego agora, gallo, porque más bienaventurada y apazible me sea tu narraçión, me cuentes en particular lo que espero de ti saber, y es que no sientas molestia en me notar aquellos secretos que proçediendo en tu peregrinaçión de la tierra, del mar, de los aires, çielos, luna y sol y de los otros elementos, pudiste entender y de lo alto especular.

     GALLO. Por çierto, Miçilo, bien me dizes, por lo cual tú yendo comigo con atençión, si de algo me descuidare despertarme has, porque ninguna cosa reservaré para mí por te complazer. Penetramos todos los aires y esphera del fuego sin alguna lisión, y no paramos hasta el çielo de la luna que es el çielo primero y más inferior, donde me asenté y comencé de allí a mirar y contemplar todas las cosas; y lo primero que miré fue la tierra que me pareçió muy pequeña y muy menor sin comparaçión que la luna. Miréla muy en particular y holgué mucho en ver sus tres partes prinçipales: Europa, Assia y África. La braveza del mar, los deleitosos xardines, huertas, florestas, y las fuentes y caudalosos ríos que la riegan, con sus apaçibles riberas, aquellas altas y bravas montañas y graçiosos valles que la dan tanto deleite.

     MIÇILO. Dime, gallo, ¿cómo llaman los philósophos a la tierra redonda, pues vemos por la esperiençia ser gibosa y por muchas partes prolongada por la muchedumbre de montañas que en ella hay?

     GALLO. No dubdes, Miçilo, ser redonda la tierra considerada según su total y natural condiçión, puesto caso que en algunas partes esté alterada con montañas y bagíos de valles, porque esto no la quita su redondez natural; y ansí considera el proveimiento del sumo Hazedor que la fundó para el provecho de los hombres, que viendo haber en diversas partes diversos naturales y disposiçiones de yerbas, raízes y árboles neçesarios para la conservaçión de los hombres para cuyo fin los crió, dispuso las montañas altas para que allí con el demasiado calor y sequedad se críe un género de árboles y frutas que no naçerían en los valles hondos y sombríos; y hizo los valles porque nasçiessen allí otros géneros de frutas, mieses y pastos por causa de la humedad, los cuales no naçerían en lo alto de la montaña. Arriba en la montaña, en unas hay grandes mineros de metales, maderas preçiosas y espeçias odoríferas; yerbas saludables; y en otras fortíssimas bestias y otros animales de admirable fiereza. Abajo en el valle naçen los panes, pastos abundantes y graçiosos para los ganados, y los vinos muy preçiados, y otras muy graçiosas, frutas y arboledas. Ves aquí cómo todo lo dispuso Dios conforme a la utilidad del universo, como quien Él es. Ésta quiso que fuesse inmóvil como çentro y medio del universal mundo que crió; y hizo que elementos y çielos revoluyessen en torno della para la disponer mejor. Y después que en estas sus partes contemplé la tierra, deçendí más en particular a mirar la vida de los mortales, y no sólo en común, pero de particulares naçiones y çiudades, scithas, árabes, persas, indos, medos, partos, griegos, germanos, italos y hispanos; y después desçendí a sus costumbres, leyes y viviendas. Miré las ocupaçiones de todos, de los que navegan, de los que van a la guerra, de los que labran los campos, de los que litigan en las audiençias [forales], de las mugeres, y de todas las fieras y animales, y finalmente de todo lo que está sobre la tierra; y no solamente alcancé a ver lo que hazen en público, pero aun vía muy claro lo que cada cual haría en secreto: vía los muy vedados y peligrosos adulterios que se hazían en cámaras y retretes de prínçipes y señores del mundo; los hurtos, homiçidios, sacrilegios, inçendios, traiçiones, robos y engaños que entre hermanos y amigos passaban, de los cuales si te hubiesse dezir en particular no habría lugar para los que tengo en intinçión; las ligas, los monipodios, passiones por proprios intereses; las usuras, < > cambios y < > tráfagos de mercaderes y merchanes trapazos de ferias y mercados.

     MIÇILO. Gran plazer me harías, gallo, si < > me dixeses algo de lo mucho que viéndolo te deleitó.

     GALLO. Es imposible que tantas cosas te cuente, porque aun en mirar tanta variedad y muchedumbre causaba confusión. Pareçía aquello que cuenta Homero del escudo encantado de Achiles, en el cual pareçía la diversidad de las cosas del mundo, en una parte parecía hazerse bodas, en otra pleitos y juizios, en otra los templos y los que sacrifican, en otra las batallas, y en otra plazeres y fiestas, y en otra los lloros de los defuntos. Pues piensa agora si de presente viéssemos passar todo lo que aquí digo qué cosa habría semejante a esta confusión, no pareçía otra cosa, sino como si juntasses agora aquí con poderoso mando todos cuantos músicos de cuantos instrumentos y vozes hay en el mundo, juntamente con cuantos saben de bailar y dançar; y en un punto mandasses que juntos todos començassen su exerçiçio, y cada cual trabajasse por tañer y cantar aquella cançión que más en su juizio estimasse, procurando con su voz, y instrumento sobrepujar al que tiene más çerca de sí. Piensa agora por mi amor, Miçilo, qué donosa sería esta bailía y música si también los dançantes començassen hazer su bailía.

     MIÇILO. Por çierto, en todo estremo sería confusa y digna de risa.

     GALLO. Pues tal es la vida de los hombres sin orden ni conçierto entre sí. Cada uno piensa, trata, habla y se exerçita según su condiçión particular y pareçer, mientra en el teatro deste mundo dura la representaçión desta farsa; y después de acabada (que se acaba con la muerte) todas las cosas vuelven en silençio y quietud; y todos desnudos de sus disfraçes que se vistieron para esta representaçión quedan iguales y semejantes entre sí, porque acabó la comedia, que mientra estuvieron en el teatro todo cuanto representaron era burla y risa; y lo que más me movía a escarnio era ver los grandes ánimos de prínçipes y reyes contender entre sí y poner en campo grandes exérçitos, y aventurar al peligro de muerte gran multitud de gentes por una pequeña provinçia, o por un reino, o por una çiudad; que hay diez y seis estrellas en el çielo, sin otras muchas que hay de admirable cantidad, que cada una dellas es çiento y siete vezes mayor que toda la tierra; y toda junta la tierra es tan pequeña que si la mirassen de acá abajo fixa en el çielo no la verían, y escarneçerían de sí mesmos viendo por tan poca cosa cómo entre sí contienden; y lo que más de llorar es, el poco cuidado y arrisco que ponen por ganar aquel reino celestial, un reino tan grande que a un solo punto del çielo corresponden diez mil leguas de la tierra. No me pareçía todo el reino de Navarra un paso de un hombre pequeño, Alemaña no un pie, pues en toda la isla de Ingalaterra y en toda Françia no pareçía que había que arar un par de bueyes un día entero; ansí miraba qué era lo que tanto haze ensoberbeçer a estos ricos del mundo, y maravillábame porque ninguno posee tanta tierra como un pequeño átomo de los que los philósophos epicúreos imaginan, que es la cosa más pequeña que el hombre puede ver. Pues cuando volví los ojos a la Italia y eché de ver la çiudad de Milán, que no es tan grande como una lenteja, consideré con lágrimas por cuán poca cosa tanto prínçipe y tanto cristiano cómo en un día se puso a riesgo. ¿Pues qué diré de Túnez y de Argel?, ¿pues qué aún de toda la Turquía?, pues toda la India de la Nueva España y Perú, y lo que nuevamente hasta salir al mar del Sur se navega no pareçe ser [de] dos dedos. ¿Pues qué si trato de las minas del oro y plata y metales que hay en el universo?, por çierto todas ellas desde el çielo no tienen cuerpo de una hormiga.

     MIÇILO. O bienaventurado tú, gallo, que de tan dichosa vista gozaste. Pero dime, ¿qué te pareçía desde lo alto la muchedumbre de los hombres que andaban en las çiudades?

     GALLO. Pareçían una gran multitud de hormigas que tienen la cueva junto a unos campos de miesses, que todas andan en revuelta y çírculo, salir y entrar en la cueva, y las que más se fatigan con toda su diligençia traen un grano de mixo, o [cada una] medio grano de trigo, y con esta pobreza está [cada cual] muy ufana, soberbia y contenta. Semejantes son los trabajos de los hombres puestos en común revuelta y çírculo en audiençias, en ferias, en debates y pleitos: nunca tener sosiego, y en fin todo es por un pobre y miserable mantenimiento. Como todo esto hube bien considerado dixe a mi genio que me llevasse adelante, porque ya no me sufría más, anhelaba por entrar en el çielo empíreo y ver a Dios; y ansí mi guía me tomó y subimos passando por el çielo de Mercurio al de Venus, y de allí passamos la casa del sol hasta la de Mars, y de allí subimos al çielo de Júpiter, y después fuemos al de Saturno, y al firmamento y çielo cristalino, y luego entramos en el çielo empíreo, casa real de Dios.

     MIÇILO. Antes que passemos adelante, gallo, querría que me dixesses: estos elementos, çielos, estrellas, luna y sol ¿de qué naturaleza, de qué masa son?, ¿de qué materia son aquellos cuerpos en sí, que lo deseo mucho saber?

     GALLO. Esa es la mayor bobedad que vuestros philósophos tienen acá, que dizen que todos esos cuerpos çelestiales son compuestos de materia y forma, como es cada uno de nos, y dizen muchos dellos que son animados, lo cual es desvariar, [por] que no tienen materia ni composiçión. En suma, sabrás que todos ellos, los elementos puros, çielos, estrellas, luna y sol, no son otra cosa sino unos cuerpos simples que Dios tiene formados con su infinito saber, por instrumentos de la administraçión y gobierno deste mundo inferior para el cumplimiento de su neçesidad. Éstos no tienen composiçión ni admistión en sí, ni hay materia que se revuelva con ellos estando en su perfeçión; y ansí te hago saber que los elementos simples y puros no los podéis los hombres usar, tratar, ni comunicar si no os los dan con alguna admistión: el agua simple y pura no la podríades beber si no os la mezclasse naturaleza con otro elemento para que la podáis palpar y gustar, y ansí se ha de entender del fuego, aire y tierra, que si no estuviessen mezclados entre sí no los podríamos comunicar. Pues ansí como el puro elemento no tiene materia ni composiçión en sí, menos la tienen los çielos, estrellas, planetas, luna y sol. Tuvo neçesidad el mundo de luz en el día, y para esto formó Dios el sol; tuvo neçesidad de luz en la noche, y para esto formó luna y estrellas; tuvo neçesidad de ayuda para la común naçençia y generaçión de las cosas y conservaçión, y para esto dio Dios a los planetas, luna y sol y otras estrellas y çielos virtud que en lo inferior puedan influir para esta neçesidad. Y passando por la región de Eolo, rey de los vientos, vimos una gran multitud de almas colgadas por los cabellos en el aire atadas las manos atrás, y muchos cuervos, grajos y milanos que vivas las comían los coraçones; y entre todas estaba con muy notable dolor una que con gran furia y crueldad la comían el coraçón y entrañas dos muy poderosos y hambrientos buitres, y pregunté a mi genio qué gente era aquélla, el cual me respondió que eran los ingratos que habían cumplido con sus amigos con el viento de palabras, pagándoles con engaño y muerte al tiempo de la neçesidad; y yo le importuné me dixesse quién fuesse aquella desdichada de alma que con tanto afán padeçía entre todas las otras, y él me respondió que era Andrónico, hijo del rey de Hungría, el cual entre todos los hombres del mundo fue más ingrato a la belleza de Drusila, hija del rey de Maçedonia; y yo rogándole mucho que me dixesse en qué espeçie de ingratitud ofendió, se sentó por me complazer y ansí començó: «Tú sabrás que el rey de Albania y Morea hizo gran exérçito contra el rey de Lidia por çierta differençia que entre ellos había sobre unas islas, que habían juntos conquistado en el mar Egeo; y por tener el rey de Hungría antigua liga y debida amistad con el rey de Albania, le envió su hijo Andrónico con algún exérçito que le favoreçiesse, que tenía ya su real asentado en la Lidia; y un día, casi al puesto del sol, saliendo Andrónico del puerto de Maçedonia en una galera ligera para hazer su xornada, porque ya adelante había enviado al rey su gente, yendo ya a salir del puerto casi a mar alta vio que andaba por el mar un bergantín, ricamente entoldado con la cubierta de un requemado sembrado de mucha pedrería que daba gran resplandor a los que andaban por el mar; y como Andrónico fue avisado del bergantín mandó a los que iban al remo que se açercassen a él, y yéndose más açercando reconoçieron más su riqueza, y ir damas de alta guisa allí; y ansí Andrónico como al bergantín llegó, por gozar de la presa mandó afferrar, y luego saltó en él, y con muy gallardo y cortés semblante se representó ante las damas, y cuando entre ellas vio a la linda Drusila que en el mundo no tenía par, que por fama tenía ya notiçia della, y supo que se era salida por allí a solazar con sus damas sin caballero alguno, se le humilló con gran reverençia ofreçiéndosele por su prisionero; y como él era mançebo y gentil hombre, y supo ser hijo del rey de Hungría, que por las armas era caballero de gran nombradía, ella se le rendió quedando conçertados ambos que acabada aquella batalla donde iba volvería a su serviçio, y se trataría con su padre el matrimonio que agora por palabras y muestra de voluntad delante de aquellas damas otorgaron entre sí, confiando la donzella que su padre holgaría de lo que ella hubiese hecho, porque en el estremo la deseaba complazer; y ansí dándose paz con algún sentimiento de sus coraçones se apartaron, y siguiendo Andrónico su xornada, ella se volvió a su çiudad. Luego el día siguiente vinieron a Macedonia los más valerosos y prinçipales del reino de Traçia, enviados por su rey, que estaban en un confín y comarcanos, los cuales venían a demandar al rey de Macedonia su hija Drusila por muger para el hijo de su rey y señor; y lo que suçedió, porque ya creo que estás cansado de me oír, y es venido el día, en el canto que se sigue te lo diré. Por agora abre la tienda y comiença a vender.

Fin del duodéçimo canto del gallo < >.



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Argumento del deçimoterçio canto del gallo

     En el deçimoterçio canto que se sigue el auctor prosiguiendo la subida del çielo describe la pena que se da a los ingratos.

     GALLO. O malaventurados ingratos, aborreçidos de Dios que es suma gratitud, ved el pago que Dios y el mundo os da. Pues ayer te dezía, Miçilo, cómo Drusila no había acabado de dar su fe y palabra de matrimonio a Andrónico, cuando la demandó Raimundo, hijo del rey de Traçia, por muger; pues agora sabrás que ni cobdiçia de más señorío y reinos, ni de más riquezas, ni de más poder, la pervertió a que negasse lo prometido a su amante, mas antes de cada día penaba más por él y le parecía haber mucho más errado y ser digna de tan gran pena por haberle dexado ir; y con esta firmeza y intinçión respondió a su padre descubriéndole el matrimonio hecho, al cual no podía faltar, y como el padre la amaba tanto despidió los embajadores diziendo que al presente no había oportunidad para el effecto de su petiçión; y como el soberbio rey de Traçia se vio ansí menospreçiado, por ser el más poderoso rey que había en toda la Europa y por ser su hijo Raimundo muy agraçiado prínçipe y único heredero, y de todas las prinçesas deseado por marido, pero por la gran ventaja y valor de la hermosura de Drusila la demandó a su padre por muger, y cuanto más se la negaron más él se affiçionó a ella; y ansí propuso con gran ira de la conquistar por armas, de tal suerte que cuando ella no pudiesse ser vençida a lo menos perdiesse el reino y neçesitarla hazerlo por fuerça, aunque no con intinçión de afrontar ni injuriar su valerosa persona; y ansí luego se lançó en el reino de Maçedonia con grande exérçito quemando, talando y destruyendo todo el estado; y la desdichada Drusila cuando vio a su padre y hermanos con tanta afliçión, llorando maldezía su triste hado que a tal estado la había traído, y no saber con qué más cumplir con ellos que con rogarles la quitassen la vida, pues ella era la ocasión y causa de aquella tempestad, y por muchas vezes se determinó a se la quitar ella a sí mesma, sino que temía el estado miserable de la desesperaçión, y hazer pessar a su querido y amado Andrónico, porque confiaba dél que la amaba; y ansí suçedió que en una batalla campal que les dio Raimundo, por la gran pujança de esfuerço y exérçito los vençió y mató al rey de Maçedonia y dos hijos suyos, de lo cual la desdichada Drusila se sintió muy afligida y le fue forçado huir del enemigo y su furia y recogerse en un castillo que era en el fin de su reino en los confines de Albania, que no tenía ya más que perder; y allí muy cubierta de luto y miseria esperaba lo que della Raimundo quisiesse hazer, teniendo por mejor y más fáçil perder su vida, pues ya le estimaba por muerte, antes que perder al su Andrónico la fe; y estando ansí desconsolada, huérfana y sola sin algún socorro, vino nueva al reino de Albania que el rey de Lidia había vençido en batalla a su rey, y tenía preso a Andrónico, hijo del rey de Hungría; y como Drusila tenía toda su esperança en el fin de aquella batalla, pensando que como della saliesse vitorioso el rey de Albania vernía con Andrónico en su favor y que ambos bastarían para la restituir [en] su reino, como ya se vio la mísera sin alguna esperança de remedio no hazía sino llorar, fatigándose amargamente, maldiziendo su suerte desdichada, no sabiendo a quién se acorrer. No tuvo la cuitada otra cosa de qué asir para el entretenimiento de su consolaçión sino considerar la causa tan bastante que tenía porque llorar, que le sería ocasión de morir, y ansí de acabar su dolor; y como Raimundo la importunaba acortándola de cada día más los términos de su determinaçión, ya como muger aborrida, teniendo por çierto que ningún suçeso podría venir que peor fuesse que venir en manos de Raimundo siendo vivo su Andrónico, determinó ir por el mundo a buscar alguna manera como le libertar o morir en prisión con él; y ansí se vistió de los vestidos de uno de sus hermanos, y cortándose los cabellos redondos al uso de los varones de la tierra, se armó del arnés y sobre veste de su hermano sin ser sentida, ni comunicándolo con alguna persona, y un día antes que amaneçiesse se salió del castillo sin ser sentida de las guardas de fuera, porque a las de dentro ella las ocupó aquella noche como no la pudiessen sentir; y ansí con la mayor furia que pudo caminó para el puerto, donde halló una galera ligera que estaba de partida para la Lidia, en la cual se fletó pagando el conveniente salario al piloto, y con mucha bonança y buen temporal, hizo su viaje hasta llegar al puerto de su deseado fin. Consolábase la desdichada en hollar la tierra que tenía en prisión todo su bien; y cuando llegó a la gran çiudad donde residía el rey teníasse por muy contenta cuando vía aquellas torres altas en que pensaba estar secrestado su amor, y ansí a la más alta y más fuerte le dezía: «O la más bienaventurada estançia que en la tierra hay, ¿quién te hizo tan dichosa que mereciesses ser caxa y buxeta en que estuviesse guardado el precioso joyel que adorna y conserva mi coraçón?, ¿quién te hizo bote en que ençerrasse conserva tan cordial?, ¡o si los hados me convirtiessen agora en piedra de tan feliz edefiçio, porque a mi contento gozasse de mi desseado bien!» Y diziendo estas y semejantes lástimas, llorando de sus ojos se entró en la çiudad y fuesse derecha al palaçio y casa del rey; y apeada de su caballo se entró a la sala real, donde hallando al rey, puesta de rodillas ante él, le habló ansí: «Muy alto y muy poderoso señor, a la vuestra alteza plega saber cómo yo soy hijo del rey de Polonia; y deseo exerçitarme en las armas para mereçer ser colocado en la nombradía de caballero me ha hecho salir de mi tierra, y teniendo notiçia que tan aventajadamente se platican las armas en vuestra corte soy venido a os servir, de manera que si mis obras fueren de caballero, ofreçida la oportunidad, terneme por dichoso tomar la orden de caballería de tan valeroso prínçipe como vos; y si en vuestro servicio me reçebís me haréis, señor, muy gran merçed.» Estaban delante la reina y su hija Sophrosina que era dama de gran beldad, y el hijo del rey, y como vieron a Drusila tan hermoso y apuesto donzel a todos contentó en estremo, y les plazió su ofrecimiento, y a Sophrosina mucho más; y después que el rey su padre le agradeçió su venida y buena voluntad, le ofreçió todo aquel aprovechamiento que en su casa y reino se le pudiesse dar, Sophrosina le demandó a su padre por su donzel y caballero, y su padre se le dio, y Drusila le fue a bessar las manos por tan gran merced. Sophrosina estaba muy ufana de tener en su serviçio un tan apuesto y hermoso donzel, porque çiertamente ansí como en su hábito natural de muger era la más hermosa donzella que había en el mundo, y con su beldad no había caballero que la viesse que no la deseasse, ansí por la mesma manera en el hábito de varón tenía aquella ventaja que toda lengua puede encareçer, en tanta manera que no había dueña ni donzella que no deseasse gozar de su amor; y ansí Sophrosina dezía muchas vezes entre sí que si fuesse a ella çierto que el su donzel era hijo del rey de Polonia, como él lo había dicho, que se ternía por muy contenta casar con él, tan contenta estaba de su postura y beldad; y ansí en ninguna cosa podía Sophrosina agradar a Drusila que no lo hiziesse de coraçón. Y un día hablando delante de algunos caballeros y reina su madre, de la batalla y de la muerte del rey de Albania, vinieron a hablar de la prisión de Andrónico hijo del rey de Hungría, y la reina dixo que çiertamente sería justiçiado muy presto, porque mató en la batalla un sobrino suyo hijo de su hermana, y que su madre no se podía consolar por la muerte de su hijo sino con haber Andrónico de morir, y que para esto tenía ya la palabra del rey; y como Drusila esto oyó, pensó perder la vida de pessar, y con mucha disimulaçión se puso a pensar cómo podría libertar a su amante aunque ella muriesse por él; y ansí como Sophrosina se recogió a su aposento púsosse Drusila de rodillas ante ella suplicando la hiziese una merçed, haziéndole saber en cómo ella había conçebido gran piedad de Andrónico, por çertificarle la reina su señora que había de morir, que le suplicaba le diesse liçençia para le visitar y consolar porque en ninguna manera se podría sufrir a estar presente en la çiudad a le ver morir. Sophrosina como entendió que en esto haría a Drusila gran plazer, le dio luego un anillo muy preçiado que ella traía en su dedo, y le dixo que se fuesse con él al alcaide del castillo y le dixesse que se le dexasse ver y hablar. No te puedo encareçer el goço que Drusila con el anillo llevó; y como llegó al castillo y le mostró al alcaide y reconoçió el anillo muy preçiado de su señora Sophrosina, y por lo que conoçía de los favores que daba al su donzel, luego le hizo franco el castillo y le dio las llaves, y sin más compañía ni guarda le dixo que entrasse en la torre de la prisión. Como Andrónico sintió abrir las puertas temióse si era llegada la hora en que le habían de justiçiar, porque le pareçió desusada aquella visita, y estaba confusso pensando qué podía ser, y aunque no tenía más prisiones que la fuerça de aquella torre afligíale mucho la soledad y el pensar la hora en que había de morir; y como Drusila entró en la prisión y reconoçió al su amado Andrónico, aunque flaco y demudado todo, se le fue a abrazar y bessar en la boca, que no se podía contener; y como Andrónico se sintió ansí acariçiar de un mançebo en un estado tan miserable como aquel, estaba confusso y turbado, sospechoso que le lloraban el punto de su muerte; y cuando ya su Drusila se le dio a conoçer y volvió en sí no hay lengua que pueda contar el plazer que tuvieron los dos. Luego le contó por estenso cómo había venido allí, y cómo perdió sus padres, hermanos y reino, y el estado en que estaba en el favor de Sophrosina, y la confiança y crédito que se le daba en toda la çiudad, y cómo sabía çiertamente que había de morir y muy breve, sin poderlo ella remediar por ser muger; y que por tanto convenía que luego tomando los hábitos que ella traía, que se los dio Sophrosina, la dexasse en la prisión con los que él tenía vestidos, y que él se fuesse a buscar cómo la libertar; en fin, pareçiendo bien a ambos aquel consejo, y siendo avisado por Drusila de muchas cosas que convenía hazer antes que saliesse de la çiudad (cómo se había de despedir de Sophrosina y cómo había de haber su arnés), vestiéndose las ropas que ella llevaba y tomando el anillo, y çerrando las puertas de la torre se salió, y dadas las llaves al alcaide con mucha disimulaçión se fue al palaçio sin que alguno le echasse de ver por ser ya casi a la noche, y entrando a la gran sala halló a Sophrosina con sus padres y [corte de] caballeros en gran conversaçión; y puesto de rodillas ante ella le dio el anillo, y por no dar Sophrosina cuenta al rey ni reina de ninguna cosa no le habló en ello más, pensando que estando solos sabría lo que con Andrónico passó; y Andrónico sin más detenimiento se fue al aposento de Drusila conforme al aviso que le dio, y vestido su arnés y subiendo en su caballo se salió la puerta de la çiudad. Esperó Sophrosina aquella noche si pareçía ante ella el su donzel, y como no le vio, venida la mañana le envió a buscar, y como le dixeron que la noche antes se había ausentado de la çiudad pensó haberlo hecho por piedad que tuvo de Andrónico por no le ver morir; y ansí trabajaba [Sophrosina por] que se executasse la muerte [en Andrónico] diziendo que [luego] volvería [su donzel] como supiesse haberse hecho justicia < >; y ansí se sufrió, y respondía al rey y reina cuando preguntaban por él, diziendo que ella le envió una xornada de allí [con un recado]. Andrónico con la mayor priesa que pudo caminando toda la noche se entró en el reino de Armenia, porque supo que tenía gran enemistad con el rey de Lidia, y le dixo ser un caballero de Traçia, que había recebido un gran agravio del rey de Lidia, que le suplicaba le diesse su exérçito, y que él le quería ser su capitán < >, que él le prometía darle el reino de Lidia en su poder, y que sólo quería en pago < > el despojo del palacio real y prisioneros del castillo; y ansí conçertados caminó Andrónico para Lidia con el rey de Armenia y su exérçito, y salido el rey de Lidia al campo con su exérçito le mató Andrónico en una batalla y le < > entró la çiudad, y tomó en su guarda el palaçio del rey, y se fue al castillo, y abierta la prisión sacó de allí a su Drusila con gran alegría y plazer de ambos y gran gozo de bessos y abrazos; y descubriendo su estado y ventura a todos, vistió a Drusila de hábitos de dama, que admiraba a todos su hermosura y belleza; y poniendo en poder del rey de Armenia a la reina [de Lidia] y todo el reino < >,y diziendo que quería a Sophrosina para dársela por muger a un hermano suyo, la embarcó juntamente con todo el tesoro del rey. Luego como entraron en el mar les vino una tormenta muy furiosa, por la cual después de dos días, aportaron a una isla sola y desierta y sin habitaçión que estaba en el mar Egeo; iba Sophrosina muy miserable y cuitada llena de luto, y Andrónico se la iba consolando, y como era donzella y linda que no había cumplido catorce años bastó entre aquellos regalos y lágrimas mover el coraçón de Andrónico con su hermosura y belleza; y ansí como enhastiado de la su Drusila passó todo su amor en Sophrosina, que ya si a Drusila hablaba y comunicaba era con simulaçión pero no por voluntad; y ansí fingiendo regalar a Sophrosina de piedad, disimulaba su maliçia encubierta, porque so color que la llevaba para su hermano la acariçiaba para sí, pareçiéndole no ser aquella joya para desechar; y ansí ardiendo su coraçón con la llama que Sophrosina le causaba, sospiraba y lloraba disimulando su pena. Pues llegados al puerto [de la isla], como Drusila llegó cansada de las malas noches y días del mar, saltó luego en tierra ya casi a la noche, y no queriendo Sophrosina salir del navío [por su desgraçia, habiendo çenado, Drusila] mandó sacar al prado verde un rico pabellón [con una cama], la cual reçibió aquella noche los desiguales coraçones de Andrónico y Drusila [en uno]; y como la engañada Drusila con el cansancio se adurmió, y el infiel de Andrónico la sintió dormida, poco a poco sin que le sintiesse deleznándose por la cama se levantó junto a la media noche, y tomándola todos sus vestidos la dexó sola [y desnuda] en el lecho y se lançó en el navío; y ansí mandó a los marineros y gente que sin más detenimiento levantassen vela y partiessen de allí, y con tiempo de bonança y próspero viento vinieron en breve a tomar puerto en el reino de Maçedonia [a] algunas villas que aún estaban por Drusila, porque Reimundo era ido a conquistar a Siçilia. La desdichada de Drusila como de su sueño despertó començó a buscar por la cama su amante, estendiendo por la una parte las piernas, y por la otra echando los brazos; y como no le halló, como furiosa y fuera de seso, saltó del lecho desnuda en carnes [y sin sosiego alguno se fue a la ribera] buscando el navío, y [como] no le vio, presumiendo aún dormir y ser sueño [lo] que vía se començó cruelmente a herir por despertar; y ansí rasgando su hermoso rostro, que el sol obscureçía con su resplandor, y mesando sus dorados cabellos corría a una parte y a otra por la ribera como adivinando su mala fortuna. Daba grandes vozes llamando su Andrónico, pero no hay quien la responda por allí, sino de pura piedad el echo que [habita y] resuena por aquellas concavidades. En grandes alaridos y miseria passó la desdichada aquel rato hasta que la mañana aclaró, y ansí como el alba començó a romper, ronca de llorar, todo su rostro y delicados miembros despedaçados con las uñas, tornó de nuevo a correr la ribera, y vio que a una parte subía un peñasco muy alto sobre el mar, en que con gran ímpetu batían las olas, y allí sin algún temor se subió, y mirando lexos, agora porque viesse ir las velas hinchadas, o porque al deseo y ansia se le antojó, començó a dar vozes llamando a su Andrónico, hiriendo con furia las palmas; y ansí cansada, llena de dolor, cayó en el suelo amorteçida, y después que de gran pieza volvió en sí començó a dezir: «Di, infiel traidor, ¿por qué huyes de mí, que ya me tenías vençida? Pues tanto te amaba esta desdichada ¿en qué podía dañar tus deleites? Pues llevas contigo el alma, ¿por qué no llevaste este cuerpo que tanta fe te ha tenido? O pérfido Andrónico, ¿este pago te mereçió este mi coraçón que tanto se empleó en ti, que huyendo de mí con tus nuevos amores me dexas aquí hecha pasto de fieras? O amor, ¿quién será aquella desventurada que sabiendo el premio que me das a mi fe, no quiera antes que amar ser comida de sierpes? ¿De quién me quexaré?: ¿de mí, porque tan presto a ti, Andrónico, me rendí desobedeciendo a mi padre y recusando a Raimundo?, ¿o quexarme he de ti, traidor fementido, que en pago desto me das este galardón? Júzguelo Dios; y pues mis obras fueron por la fe del matrimonio que no se debe violar, pues la tuya es verdadera traiçión, arrastrado seas en campo por mano de tus enemigos.» [¿Quién contará el angustia, llanto, duelo, querella y desaventura de tanta belleza y mujer desdichada?, yo me maravillo cómo el çielo no se abrió de piedad viendo desnudos aquellos tan delicados miembros gloria de naturaleza, desamparada de su amante, hecha manjar y presa de fieras, esperando su muerte futura. No puedo dezir más; porque me siento tal, que de pena y dolor reviento.] Pues ansí con la gran ansia que la atormentaba se tornó a desmayar en el medio de un prado teniendo por cabezera una piedra; y porque Dios nunca desampara a los que con buena intinçión son fieles, suçedió que habiendo Raimundo conquistado el reino de Siçilia volvía vitorioso por el mar, y aportando a aquella isla, aunque desierta, se apeó por gozar del agua fresca, y andando con su arco y saetas por la ribera solo, por se solazar, vio de lexos a Drusila desnuda < >, tendida en el suelo, y como la vio, aunque luego le pareçió ser fiera, cuando reconoçió ser muger vínose para ella, y como çerca llegó y halló ser Drusila enmudeçió sin poder hablar, pensando si por huir dél se había desterrado aquí cuando a su padre le mató. De lástima della començó a llorar, y ella volviendo en sí, se levantó del suelo y muy llena de vergüença se sentó en la piedra. Pareçía allí sentada como solían los antiguos pintar a Diana cuando junto a la fuente está echando agua a Antheón en el rostro, o como pintan las tres deesas ante Paris en el juizio de la mançana; y cuando trabaja encogiéndose cubrir el pecho y el vientre descúbresele más el costado: era su blancura que a la nieve vençía. Los ojos, pechos, mexillas, nariz, boca, hombros, garganta que Drusila mostraba se podía anteponer a cuantas naturaleza tiene formadas hasta agora, y después desçendiendo más abajo por aquellos miembros secretos que por su honestidad trabajaba en cubrir, en el mundo no tenían en belleza par; y como acababa de llorar pareçía su rostro como suele ser de primavera alguna vez el çielo, y como queda el sol acabando de llover habiendo descombrado todo el nublado de sobre la tierra; y ansí Raimundo captivo de su belleza le dixo: «¿Vos no sois, mi señora Drusila?» Al cual ella respondió: «Yo soy la desdichada hija del rey de Maçedonia.» Y luego allí le contó por estenso todo lo que por Andrónico su esposo pasó, y cómo viniéndose para su tierra la había dexado sola allí como ve. Él se maravilló a tanta fe haber hombre que diesse tan mal galardón, y le dixo: «Pues yo, señora, soy vuestro fiel amante Raimundo de Traçia, y porque me menospreçiastes me atreví a os enojar; yo tengo el vuestro reino de Maçedonia guardado para vos, juntamente con mi coraçón, y cuanto yo tengo está a vuestro mandar; yo quiero tomar la empresa de vuestra satisfaçión.» Y diziendo esto saltó al navío y tomó unas preçiosas vestiduras, y solo sin alguna compañía se las volvió a vestir y trúxola al navío, donde dándola a comer algunas conservas la consoló; y dados a la vela la llevó a la çiudad de Constantinopla donde estaba su padre, el cual como supo que traía a Drusila y mucho a su voluntad reçibió gran plazer, y luego Raimundo se dispuso ir a tomar la satisfaçión de Andrónico que se había lançado en algunas villas del reino de Maçedonia, por ser marido de Drusila. Y como no era aún conoçido no se pudo defender, que en breve Raimundo le vençió, y como le hubo a las manos le hizo atar los pies a la cola de su caballo, y heriéndole fuertemente de las espuelas le truxo por el campo hasta que le despedaçó [todo el cuerpo], y ansí le pusieron por la justiçia de Dios aquí [al aire como le ves, en pena de su ingratitud]. Y Raimundo en plazer y contento de aquellos reinos se casó con Drusila, los cuales dos se gozaron por muchos años en su amor, y enviaron a Sophrosina para su madre a Lidia con mucho plazer, y después el rey de Armenia, por ruegos del rey de Traçia, casó su hijo con Sophrosina y vivieron todos en prosperidad < >.

     MIÇILO. Por çierto, gallo, el cuento me ha sido de gran piedad, y la pena es cual mereçe ese traidor. Agora proçede en tu peregrinaçión.

     GALLO. Luego como subimos al çielo empíreo, que es el çielo superior, nos alumbró una admirable luz que alegró todo el spíritu con un nuevo y particular plazer, que no hay lengua ni entendimiento que sepa declarar. Era este çielo firme, que en ningún tiempo se mueve, ni puede mover, porque fue criado para eternal morada y palaçio real de Dios; y con él en el prinçipio de su creaçión fueron allí criados una inumerable muchedumbre de inteligençias, spíritus angélicos como en lugar proprio y deputado para su estançia y a ellos natural. Como es lugar natural el agua para los pescados, y el aire para las aves y la tierra para los animales, hombres y fieras, este çielo es de inmensa y inestimable luz, y de una divina claridad resplandeçiente sobre humano entendimiento y capaçidad, por lo cual se llama Empíreo, que quiere dezir fuego; y no porque sea de naturaleza y sustançia de fuego, sino por el admirable resplandor y glorioso alumbramiento que de sí emana y proçede. Aquí está el lugar destinado ante la constituçión del mundo para silla y trono de Dios, y para todos los que han de reinar en su divino acatamiento, la cual luz cuanto quiera que en sí sea claríssima y acutíssima no la pueden sufrir los ojos de nuestra mortalidad, como los ojos de la lechuza que no pueden sufrir la luz y claridad del sol; ni tampoco esta luz bienaventurada alumbra fuera de aquel lugar. En conclusión, es tan admirable esta luz y claridad que tiene a la [luz] del sol y luna, çielos y planetas ventaja sin comparaçión. Es tanta y tan inestimable la ocupaçión en que se arrebata el alma allí, que de ninguna cosa que acá tenga, ni dexa, se acuerda allá; ni más se acuerda de padre, ni madre, < > parientes, < > amigos, < > hijos, ni muger más que si nunca los hubiera visto, ni piensa, ni mira, ni considera mal ni infortunio que les pueda acá venir, sino solo tiene cuenta y ocupaçión en aquel gozo inestimable que no puede encareçer.

     MIÇILO. O gallo, qué bienaventurada cosa es oírte, no me pareçe sino que lo veo todo ante mí. Pues primero que llegues a Dios a dezirme el estado de su magestad, te ruego me digas la dispusiçión del lugar.

     GALLO. Eran unos campos, una llanura que los ojos del alma no los puede alcançar el fin, eran campos y estaban cubiertos porque era casa real donde el rey tiene todos sus cortesanos de sí. Y mira bien agora, Miçilo, que en aquel lugar había todas aquellas cosas que en el mundo son de estima, y que en el mundo pueden causar magestad, deleite, hermosura, alegría y plazer, y otras muchas más sin cuento ni fin. Pero sólo esto querría que con sola el alma entendiesses; que todo aquello que allá hay es de mucho más virtud, exçelençia, fuerça, elegançia y resplandor que las que en el mundo hay, sin ninguna comparaçión; porque en fin has de considerar que aquellas están en el çielo, naçieron en el çielo, adornan el çielo y aun son de la çelestial condiçión para el serviçio y acatamiento de Dios, y ansí has de considerar con cuánta ventaja deben a éstas exceder, en tanta manera que puedes creer, o presumir que aquello es lo verdadero y lo que tiene vivo ser, y que es sombra lo de acá, o fiçión, o que lo del çielo es natural, y lo del mundo es artifiçial y contrahecho y sin algún valor, como la ventaja que hay de un rubí, o [de] un diamante hecho en los hornos del vidrio de Venecia, o Cadahalso, que no hay cosa de menos estima; y mira aun cuánta ventaja le haze un natural diamante que fue naçido en las minas de acá, que puesto en las manos de un prínçipe no se puede apreçiar ni estimar. Había por comunes piedras por el suelo de aquellos palaçios y praderías esmeraldas, jaçintos, rubíes, carbuncos, topaçios, perlas, çafires, crisotoles y diamantes, y por entre éstas corrían muy graçiosas y perenales fuentes, que con su meneo hazían spiritual contento que el alma sólo puede sentir. Había demás destas piedras y gemas que conoçemos acá otras infinitas de admirable perfeçión, y aún debes creer que por ser naçida allá cualquiera piedra que por allí estaba çien mundos no la podrían pagar, ¡tanta y tan admirable era su virtud! Ansí con este mesmo presupuesto puedes entender y considerar qué era el oro de allí y todo lo demás, porque no es razón que me detenga en te encareçer la infinidad de cosas preçiosas y admirables que había allí; la multitud de árboles que a la contina están con sus flores y frutas; y cuanto más sabrosas, dulçes y suaves que nunca humana garganta gustó. Aquella muchedumbre de yerbas y flores, que jazmines, olivetas, [alelíes], albahacas, rosas, azuzenas, clavellinas, ni otras flores de por acá daban allí olor; porque las privaban otras muchas más que había sin número por allí. En un gran espaçio que por entendimiento humano no se puede comprehender estaba hecho un admirable teatro preçisamente entoldado, del medio del cual salía un trono de divina magestad. Había tanto que ver y entender en Dios, que al juizio y entendimiento no le sobró punto ni momento de tiempo para poder contemplar la manera del edifiçio y su valor. Basta que ansí como quien en sueños se le representa un inumerable cuento de cosas que en confuso las ve en particular, ansí mientra razonábamos los miradores açerca del divino poder, eché los ojos y alcançé a juzgar ser aquel trono de una obra, de una entalladura, de un musaico, moçárave y tareçe que la lengua humana le haze gran baja, ultraje y injuria presumirlo comparar, tasar o juzgar, que aun presumo que a los bienaventurados spíritus les está secreto, reservado sólo a Dios, porque no hace a su bienaventurança haberlo de saber. En este trono estaba sentado Dios, de cuyo rostro salía un divino resplandor, una deidad que hazía aquel lugar de tanta grandeza, magestad y admirable poder que a todos engendraba un terrible espanto, reverençia y pavor.

     MIÇILO. O gallo, aquí me espanta donde estoy en oírtelo representar. Pero dime, ¿a qué parte tenía el rostro Dios?

     GALLO. Mira, Miçilo, que en esto se muestra su gran poder, magestad y valor, que en el çielo no tiene espaldas Dios, porque a todas partes tiene su rostro entero, y en ninguna parte del çielo el bienaventurado está que no vea rostro a rostro la cara a su magestad, porque en este punto está toda su bienaventurança que se resume en sólo ver a Dios; y es este previlegio de tan alto primor que donde quiera que está el bienaventurado, aunque estuviesse acaso en el infierno, o en purgatorio se le comunicaba en su visión Dios, y en ninguna parte estaría que entero no le tuviesse ante sí.

     MIÇILO. Dime, ¿allá en el çielo víades y oíades todo lo que se hazía y dezía en el mundo?

     GALLO. Después que los bienaventurados están en el acatamiento de Dios ni ven ni oyen lo que se dize y haze acá, sino en el mesmo Dios, mirando a su divina magestad reluzen las cosas a los santos en él.

     MIÇILO. Pues dime, ¿comunícales Dios todo cuanto passa acá?, ¿ve mi padre y mi madre lo que yo hago agora aquí si están delante Dios?

     GALLO. Mira, Miçilo, que aunque te he dicho que todo lo que los bienaventurados ven mirando a Dios es no por eso has de entender que les comunica Dios todas las cosas que passan acá, porque no les comunica sino aquellas cosas de más alegría y < > plazer y augmento de su gloria, y no las cosas impertinentes que no les causasse gozo su comunicaçión, porque no es razonable cosa que comunique Dios a tu padre que tú adulteras acá, o reniegas o blasfemas de su poder y majestad; pero alguna vez podrá ser que le comunique ser tú bueno, limosnero, devoto y trabajador. Quiero te dar un exemplo porque mejor me puedas entender: pongamos por caso que estamos agora en un gran templo, y que en el altar mayor en el lugar que está el retablo estuviesse un poderoso y grande espejo de un subtil y fino azero, el cual por su limpieza y polideza y perfeçión mostrasse a quien estuviesse junto a él todo cuanto passa y entra en la iglesia, tan en particular que aun los affectos del alma mostrasse de cuantos entrassen allí; entonçes sin mirar a los que están en el templo, con mirar al espejo verías todas cuantas cosas allí passan, aunque se hiziessen en los rincones muy ascondido; pero con esto pongamos que este espejo tuviesse tal virtud que no te comunicasse otra cosa de todas cuantas allí passan sino las que te conveniessen saber, como si dixéssemos que te mostrasse los que entrassen allí a rezar, a llorar sus pecados, a dar limosna y adorar a Dios, pero no te mostrasse ni viesses en él al que entra a hurtar los frontales, ni los que entran a murmurar de su próximo, ni aun los que entran allí a tratar cambios y contratos ilíçitos y profanos, porque los tales no aprovechan haberlos tú de saber; pues desta manera debes entender que es Dios un divino espejo a los bienaventurados, que todo lo que passa en el mundo reluze en su magestad, pero solo aquello ve el bienaventurado que haze a su mayor bien, y no lo demás. Pero alguna vez aconteçe que es tanta la vanidad de las petiçiones que suben a Dios de acá que muestra Dios reírse en las oír, por ver a los mundanos tan neçios en su oraçión: unos le piden que les dé un reino, otros que se muera su padre para heredarle; otros suplican a Dios que su muger le dexe por heredero, otros que le dé vengança de su hermano. Y algunas vezes permite Dios que redunde en su daño la neçia petiçión, como un día que notablemente vimos que se reía Dios, y mirando hallamos que era porque había un mes que le importunaba una mugerzilla casada que le truxiesse un amigo suyo de la guerra, y la noche que llegó los mató el marido juntos a ella y a él. De aquí se puede colegir a quién se debe hazer la oraçión, y qué se debe en ella pedir, porque no mueva [en ella] a risa a Dios; que pues las cosas van por vía de Dios a los santos, y en él ven los santos lo que passa acá, será cordura hazer la oraçión a Dios.

     MIÇILO. ¿No es líçito hazer oraçión a los santos, y pedirles merçed?

     GALLO. Si, líçito es, porque me hallo muy pecador con mil fealdades que no oso pareçer ante Dios; o como haze oraçión la iglesia diziendo: «Dios, por los méritos de tu santo N. nos haz dignos de su graçia, y después merezcamos tu gloria.» ¿Y vosotros pensáis que os quiere más algún santo que Dios?, no por çierto; ¿ni que es más misericordioso, ni que ha más compasión de vos que Dios?, no por çierto. Pero pedislo a los santos porque nunca estáis para hablar con Dios, y porque son tales las cosas que pedís que habéis vergüença de pedirlas a Dios, ni pareçer con tales demandas ante él, y por eso pedislas a ellos. Pues mirad que sólo debéis de pedir el fin y los medios para él: el fin es la bienaventurança, ésta sin tasa se ha de pedir. Pero aun muchos se engañan en esto, que no saben cómo la piden: es un hombre usurero, amançebado, homiliano, envidioso y < > otros mil viçios, y pide: «Señor dadme la gloria.» Por çierto, que es mucha razón que se ría Dios de vos, porque pedís cosa que siendo vos tal no se os dará.

     MIÇILO. Pues, ¿cómo la tengo de pedir?

     GALLO. Mejorando primero la vida, y después dezid a Dios: «Señor, suplicos yo que resplandezca en mí vuestra gloria»; porque en el bueno resplandeçe la gloria de Dios; y siéndolo vos darse os ha; y pues en los bienes eternos hay que saber cómo se han de pedir, cuánto más en los medios, que son los bienes temporales, que no ansí atreguadamente los habéis de pedir para que se ría Dios de vos, sino con medida, si cumplen como medios para vuestra salvaçión: ¿qué sabéis si os salvaréis mejor con riqueza que con pobreza?, ¿o mejor con salud que con enfermedad?

     MIÇILO. Pues es ansí, gallo, como tú dices, que ninguna cosa, ni petiçión va a los santos sino por vía de Dios, y él se la representa a ellos, ¿por qué dize la iglesia en la letanía: Sancte Petre, ora pro nobis, Sancte Paule, ora pro nobis?, porque si yo deseasse mucho alcançar una merçed de un señor, superflua cosa me pareçería escrebir a un su criado una carta para que me fuesse buen terçero, si supiesse yo çierto que la carta había de ir primero a las manos del señor que de su privado, porque me ponía en peligro, que no teniendo gana el señor de me la otorgar rasgase la carta, y se me dexasse de hazer la merçed por sólo no haber interçesor.

     GALLO. Pues mira que esta ventaja tiene este prínçipe çelestial a todos los de la tierra, que por sólo ver que hazéis tanto caudal de su criado y privado, y os estimáis por indignos de hablar con su magestad, tiene por bien otorgar la petiçión, aun muchas vezes reteniendo la carta en sí; porque a Dios bástale entender de vos que sois devoto y amigo de su santo que ama él, y ansí por veros a vos en esta devoçión os otorga la merçed; y poco va que comunique con el santo que os la otorgó por amor dél, o por sola su voluntad.

     MIÇILO. Por çierto, gallo, mucho me has satisfecho a muchas cosas que deseaba saber hasta aquí, y aún me queda mucho más. Deseo agora saber el asiento y orden que los ángeles y bienaventurados tienen en el çielo, y en qué se conoce entre ellos la ventaja de su bienaventurança. Ruégote mucho que no rehúses ni huyas de complazer a mí, que tan ofreçido y obligado me tienes a tu amistad, pues de hoy más no señor, sino amigo y compañero, y aun discípulo me puedes llamar.

     GALLO. No deseo, Miçilo, cosa más que haberte de complacer. Pero pues el día es venido, quédese lo que me pides para el canto que se siguirá.

Fin del deçimoterçio canto del gallo < >.

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