A vuestras plantas,
Señor, |
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lleno mi dolor de asombros, |
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cubierto el cuerpo de luto, |
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y de lágrimas los ojos; |
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a vuestras plantas,
Señor, |
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una y mil veces me postro, |
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no a rendiros mi obediencia, |
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sino a irritar vuestro enojo. |
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No vengo, Señor,
humilde |
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a pediros por quien lloro; |
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que aunque vos no lo
sabéis, |
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es Alejandro mi esposo. |
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A culparos atrevida |
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vengo el más cruel
destrozo |
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que inhumano rigor pudo |
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cometer contra sí
propio; |
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y a costa de mi peligro, |
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a que sepa el mundo todo |
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que injustamente a mi prima |
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culpáis el casto
decoro. |
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El cielo puro es testigo |
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de que Alejandro entró
solo |
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al jardín, siendo
llamado |
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de mi deseo amoroso; |
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y de que fue tan leal, |
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que hasta escuchar de vos
propio |
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que ya olvidabais mi amor, |
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por vos despreció mis
ojos. |
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Y si intentáis
ofendido, |
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o por mi amor o por odio |
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de vuestra esposa, su muerte |
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con medio tan afrentoso, |
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yo, que ya mi riesgo temo |
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menos que el daño que
lloro, |
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esta crueldad, este
engaño |
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haré en el mundo
notorios. |
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Y porque el amor injusto |
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que os mueve se trueque a
enojo, |
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si os ofendió el que me
quiso, |
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yo os confieso que le adoro. |
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Sépase que por lograr |
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vuestro amor y vuestro antojo, |
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culpáis un honor que al
sol |
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injurió sus rayos de
oro. |
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Siendo vuestro honor el suyo, |
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¿cómo, Duque injusto,
cómo |
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(a morir vengo resuelta, |
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no me extrañéis el
arrojo), |
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cómo pues la dais la
muerte |
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con golpe tan injurioso, |
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que primero que su vida, |
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ha muerto vuestro decoro? |
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¿Esto cabe en pecho
humano? |
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¿Hay brazo tan
riguroso, |
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que para matar, comience |
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desde sí mismo el
destrozo? |
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No es posible, no es posible, |
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ni pueden ya mis sollozos, |
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pensándolo, detener |
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de mi llanto los arroyos. |
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Gran Señor, volved en
vos; |
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que a vuestro daño
interpongo |
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mi llanto, pues os suspendo |
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en vuestro peligro propio. |
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Y perdonad si mi labio |
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del respeto rompe el coto, |
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pues resulta en honor vuestro |
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que os le haya perdido loco. |
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Si mi amor, Señor, os
mueve, |
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mirad que por ese logro |
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dais de vuestro honor el
precio, |
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pudiendo costar más
poco. |
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Menos daño hubiera sido |
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atropellar mi decoro. |
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porque aunque fuerais tirano, |
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no quedabais afrentoso. |
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En dar muerte a vuestra
esposa, |
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si acaso os irrita el odio, |
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¿para qué
gastáis lo honrado, |
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si basta lo poderoso? |
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Muera, Señor, porque os
cansa, |
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mas no por el testimonio; |
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que por salvar un delito |
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no es bien dorarle con otro. |
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Si con la ofensa el rigor |
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pensáis cubrir, no es
abono, |
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porque os está lo
ofendido |
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peor que lo riguroso. |
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Y si acaso en vos ha sido |
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sospecha, o fue de Lidoro |
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traición, es más
culpa vuestra |
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dar crédito a un
alevoso: |
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él pretendió mis
favores, |
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agraviando aleve y loco |
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vuestra misma confianza |
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y mis blasones heroicos; |
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y si, como he presumido, |
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ha sido el autor de todo, |
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fue por cubrir el delito |
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de su intento cauteloso; |
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que el honor de la Duquesa |
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ha sido y es más
lustroso |
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que los astros que ilumina |
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el sol con incendio rojo. |
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Pero si es pasión
tirana |
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y os ciega mi afecto solo, |
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propongo al mundo y al cielo |
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que mi valor generoso, |
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cruel con mi misma vida, |
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y con mi lealtad piadoso, |
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se haga pedazos primero |
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que consienta tal oprobio. |
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Yo misma me daré
muerte, |
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y mis brazos y mis ojos, |
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mis manos, mi horror,
serán |
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instrumento a falta de otro. |
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Mire pues vuestro rigor |
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si es el motivo ese antojo, |
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que no ha de lograr su intento |
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y ha de quedarle el desdoro; |
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porque al ruego, a la amenaza, |
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a la violencia, al enojo, |
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al cariño y al poder, |
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será mi pecho un
escollo, |
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donde yo, y después de
mí, |
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de vuestro amor afrentoso, |
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la nave se haga pedazos, |
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y puede ser que el piloto. |
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(Vase.)
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