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521

Antonio Machado, Obras, México D.F., Editorial Séneca, 1940, p. 876. Compárese con estos versos, contemporáneos, de su hermano Manuel: «¡Ay del pueblo que olvida su pasado / y a ignorar su prosapia se condena (...) / ¡Ay del que sueña comenzar la Historia,/ y amigo de inauditas novedades, / desoye le lección de las edades (...) / Reniega de una vana seudociencia... / Vuelve a tu tradición, España mía. / ¡Sólo Dios hace mundos de la nada»; en Julio Rodríguez Puértolas, ob. cit., vol. 2, p. 161.

 

522

Por ejemplo: «La patria -decía Juan de Mairena- es, en España, un sentimiento esencialmente popular del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Si algún día tuviéreis que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos»; en ob. cit., p. 744.

 

523

Distinción que Mairena establece en, por ejemplo, estas palabras: «Nos acusarán de corruptores del pueblo, sin razón, pero no sin motivo»; ob. cit., p. 735.

 

524

Ob. cit., pp. 837-838.

 

525

Cfr., por ejemplo, ob. cit., p. 847.

 

526

Ob. cit., pp. 835-837.

 

527

La excepción suele ser el Quijote, o don Quijote, y la excepción entre los colaboradores de Hora de España suele ser, por supuesto, Bergamín (quien habla de Calderón, o San Juan, o El Escorial). Lo característico, a este respecto, son los artículos de María Zambrano quien, aunque no duda en afirmar que «un aire seco para el pensamiento, estéril recorre la península» desde la segunda mitad del siglo XVI (Hora de España, IX, p. 17), trata del «pasado [español] de pesadilla (Ibídem, IV, p. 27) en forma filosófica bastante abstracta y casi sin citar nombres o símbolos. La indirección me parece especialmente notable en los artículos de Máximo José Kahn acerca de los sefarditas, en los cuales, sin enfrentarse con nadie (y menos que nada con quienes hablaban de conspiraciones judeo-masónico-marxistas), queda más que claro que en el trasfondo de la «raza» y de la «lengua» no todo fue cuestión de cristianos viejos. Incluso en el editorial anti-imperialista del «Día de la Raza» (Ibídem, XXII, octubre 1938, pp. 5-7) sólo se habla brevemente de una nueva «España libre» y «de los pueblos de América nacidos cabalmente bajo el signo de la libertad». Otro tanto de lo mismo ocurre, dicho sea de paso, con las más de cien ponencias leídas en 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París a propósito del «Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura». Sólo Bergamín, Machado y Corpus Barga, entre los españoles, hacen mención de nombres o textos que podrían considerarse representantes de la cultura española del «pasado». Machado con la interpretación del Cantar de Mío Cid que ya hemos leído de Juan de Mairena; Bergamín, como era de esperar, con referencias, siempre positivas, no sólo al Quijote, por todos respetado, sino a los «grandes nombres (...) plenamente arraigados en el pueblo»: Quevedo, Santa Teresa, Calderón, Lope y Juan Ruiz; por su parte, Corpus Barga hace una referencia al Dos de Mayo, otra a Goya y una -que iría en contra de Bergamín- a que «el pensamiento español había quedado detenido en el siglo XVII». Son los extranjeros, y no mucho ni muy abundantemente, quienes -sospecho que por respeto al canon- hacen las referencias obligadas, y como ajenas a la larga polémica española, no sólo al Quijote, caballito de batalla de todos (que, sin embargo, no es un muy particular modelo de los fascistas), sino -siempre entre los clásicos y excluyendo, por tanto, a los a menudo citados Unamuno, Picasso, etcétera- a Garcilaso, Fuenteovejuna, Góngora, Calderón, el Poema del Cid, Quevedo, Santa Teresa, Tirso, etcétera, etcétera. Como parece lógico, se llevan la palma en estas enumeraciones dos hispanistas: el francés Jean Cassou y el soviético Mijail Koltzov, Y sospecho que ha de haber parecido perfectamente normal que el cubano Juan Marinello se tomara la molestia de explicar, casi de pasada, que, para entender la presencia española en América, había que tomar en cuenta que allí seguían luchando «valores progresistas y reaccionarios de España». Todas estas ponencias se encuentran en el tomo de «Actas, ponencias, documentos y testimonios» del libro de Manuel Aznar Soler y Luis Mario Schneider II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (1937), Valencia, Generalitat Valenciana, 1987.

 

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Puede que tenga razón María Luisa Capella cuando (en «Bacía, yelmo, halo. Ése es el orden Sancho», en Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México, México, El Colegio de México, 1995; pp. 37-45), frente a la crítica prácticamente toda, propone que León Felipe no es el poeta por excelencia de la nostalgia del exilio español del 39, sino que el exilio de que tanto habla es el exilio humano de siempre. Tal vez; pero a pesar de las constantes referencias de León Felipe a la Biblia, Shakespeare y Whitman es avasalladora en su obra la presencia de España y de varios mitos casticistas, asociados siempre a la realidad del exilio que resultó de la derrota republicana.

 

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Todas éstas son palabras y frases que, respecto a lo «subversivo» de Cernuda, escribe Octavio Paz en Cuadrivio, México D.F., 1965; en el orden de lo citado: pp. 174, 167, 188 y 169.

 

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Las últimas cuatro citas son de Juan Goytisolo en El furgón de cola, Obras completas, II, Madrid Aguilar, 1978, pp. 917, 933, 944 y 947.