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ArribaAbajoLa limosna


ArribaAbajo   A pedir la limosna acostumbrada
a una granja del pueblo separada
llegó un fornido lego franciscano,
y encontró de carácter muy humano
a una viuda y joven labradora  5
que era de aquella granja la señora.
Ésta, luego que vio tan colorado
al lego, tan robusto y bien tratado,
sintió cierta pasión picante y viva
que aumentó su virtud caritativa.  10
Echole en las alforjas varias cosas
al paladar gustosas
con que los reverendos regalones
suelen regodearse en ocasiones
y, ya muy bien provisto por su mano,  15
le dijo al irse: - ¿Quiere más, hermano?
- Quiero lo que me den, respondió el lego;
mas lo que haya de ser, démelo luego,
porque quien pronto da y sin intereses
hace una buena acción y da dos veces.  20
- Pues voy a darle, replicó la hermana,
un velloncito negro de mi lana,
que le puede servir de cabecera
cuando se quede del convento fuera.
En efecto, le trajo un velloncito  25
muy negro, muy rizado y peinadito,
que el lego recogió con gran sosiego,
queriendo marchar luego,
diciendo "¡sea por Dios!", según costumbre,
sin que el nuevo regalo diese lumbre.  30
Mas la viuda, cogiéndole la punta
del cordón, le detiene y le pregunta,
afable y cariñosa,
si no necesitaba de otra cosa.
A que él dijo: - No habrá nada que sobre  35
a mi comunidad, porque es muy pobre,
y de todo, hermanita,
la orden de San Francisco necesita.
Mientras esto pasaba,
una gallina dentro cacareaba  40
y la viuda al lego dijo: - Espere,
hermano, y llevará si lo quisiere,
pues por mayor regalo se lo ofrezco,
de mi pollita blanca un huevo fresco.
- Hermana, uno no basta,  45
dijo el lego, que cada fraile gasta,
para su provisión por todo el año,
un par de huevos y de buen tamaño.
La labradora entonces junto al lego
se arrima con más fuego  50
y, sin andarse en otros perendengues,
le dice cariñosa haciendo dengues:
- Pues, hermano, que tome le aconsejo
para regalo suyo este conejo.
- No lo gasto tampoco; mas no obstante,  55
el lego la responde, aquí delante,
pues es limosna, engánchele al momento;
le llevaré al guardián de mi convento,
que lo suele comer muy a menudo,
aunque tenga sus pelos y esté crudo.  60




ArribaAbajoA Roma por todo


ArribaAbajo   Un payo a confesarse a Madrid vino
por ver si un reverendo capuchino,
que de gran santidad fama tenía,
de sus grandes pecados le absolvía.
Dirigiose al convento  5
de este varón sagrado
y le halló en el asiento
de su confesionario, rellanado,
absolviendo a sujetos diferentes
que tenían las caras penitentes.  10
Llegó al payo su vez y, arrodillado,
- Padre, le dice, mi mayor pecado,
que me pesa en extremo
porque mil veces temo
por esta causa verme condenado  15
sin que la paz de Dios nunca recobre,
es tener la desdicha de ser pobre.
- ¿Y a ello pecado llama?
Cristo amó la pobreza, el fraile exclama,
y ésa no es culpa.
- ¡Ay, padre!, el payo dice,
 20
es que, como yo soy tan infelice,
mi mujer y mi madre,
mis tres cuñadas mozas y mi padre
para vivir tenemos un cuartito
no más, porque yo estoy muy pobrecito.  25
- Vamos, le manda el fraile, hijo, prosiga,
que todavía en vano se fatiga.
- Allá voy, siguió el payo, suspirando;
pues, como iba contando,
una cama hay no más en esta pieza  30
para tantas personas; mi pobreza
no permite tampoco que tengamos
ninguna luz cuando nos acostamos,
y así yo, equivocado,
muchas veces a oscuras he topado  35
en vez de mi mujer, ¡ay!, con mi madre,
y otras veces... ¡Ay, padre,
será fuerza ir a Roma
si de absolverme el cargo no se toma!
Aquí, mientras el payo suspiraba,  40
el fraile se encogía y encerraba
en el confesionario, y luego dijo:
- Acaba pronto, hijo,
mientras que yo en seguro me acomodo,
porque, como ahora estás tan agitado  45
y aquí no hay luz, con este pobre modo
puedes topar conmigo equivocado.
- No haré, replicó el payo,
que huele a capuchino vuestro sayo;
pero a mí me han perdido  50
las equivocaciones:
sin luz, medio dormido,
he compuesto en diversas ocasiones,
lo mismo que a mi madre a mis cuñadas,
y todas cuatro están embarazadas.  55
Si el cargo no se toma
Su Reverencia, padre, de absolverme,
me costarán mis culpas ir a Roma
y no sé en mi pobreza cómo hacerme.
A lo que dijo el fraile: - ¡Pobrecito!,  60
todavía no es tiempo. Corre, hijito;
ve y compón a tu padre, y de este modo
irás a Roma de una vez por todo.




ArribaAbajoEl resfriado


ArribaAbajo   Montada en la trasera de su mulo,
a una pobre aldehuela
llevaba un arriero a una mozuela,
la cual, con disimulo,
o por flato o por malos alimentos,  5
solía soltar envenenados vientos.
Iba estando el arriero sofocado
del mal olor, y díjola enfadado:
    - Mira que cuando des en aflojarte
de esa suerte, no tienes que quejarte  10
si me aburro y te apeo
y encima de ti un rato me recreo,
porque el flato se cura en ocasiones
con ciertas lavativas a empujones.
La mozuela calló atemorizada;  15
pero, como la pobre iba cargada,
por más que se encogía,
el aire a su pesar se le salía.
Y así, al primer rumor extraordinario
que escuchó el arriero temerario,  20
la bajó diligente,
la tendió prontamente
y, para dar remedio a su fatiga,
la estrujó cuerpo a cuerpo la barriga,
quedando él más ligero  25
y ella mucho mejor del flato fiero.
Concluyose, siguieron caminando,
y la moza también de cuando en cuando
siguió echando gerundios garrafales,
los que nuestro arriero, por sus males,  30
apenas escuchaba,
cuando otra vez de nuevo la estrujaba.
Tanto usó del remedio,
que al hombre al fin le vino a causar tedio,
y, aunque con más estruendo ella expelía  35
el viento, el arriero ya no oía.
Y la muchacha, al ver que su costumbre
no daba entonces lumbre,
le dijo: ¡Ay, Dios! Tío Juan, que me he aflojado,
¿no oye usté qué rumor se me ha escapado?  40
Detengamos el mulo
y póngame en el suelo.
A lo que él respondió volviendo el culo:
   - Estoy ya resfriado y no te huelo.




ArribaAbajoEl onanismo


ArribaAbajo   Un zagalón del campo,
de estos de "acá me zampo",
con un fraile panzón se confesaba,
que anteojos gastaba
porque, según decía,  5
de cortedad de vista padecía.
Llegó el zagal al sexto mandamiento,
donde tropieza todo entendimiento,
y dijo: - Padre, yo a mujer ninguna
jamás puse a parir, pues mi fortuna  10
hace que me divierta solamente,
cuando es un caso urgente,
con lo que me colgó naturaleza,
y lo sé manejar con gran destreza.
- ¿Conque contigo mismo,  15
dice el fraile enojado,
en un lance apretado
te diviertes usando el onanismo?
   - No, padre, el zagal clama;
no creo que es así como se llama  20
mi diversión, sino la...
- Calla, hombre,
dice el fraile, yo sé muy bien el nombre
que dan a esa vil treta,
infame consonante de retreta.
¿Tú no sabes que fue vicio tan feo  25
invención detestable de un hebreo,
y que tú, por tenerlo, estás maldito;
del Espíritu Santo estás proscrito;
estás predestinado
para ser condenado;  30
estás ardiendo ya en la fiera llama
del Infierno, y...?
- ¡No más!, el mozo exclama,
queriendo disculparse.
Esta maña no debe graduarse
en mí de culpa, padre. Yo lo hacía  35
porque veo muy poco, y me decía
mi primo el sastre que se le aclaraba
la vista al que retreta se tocaba.
Aquí con mayor ira
el fraile replicó: - ¡Todo es mentira!  40
Si fueran ciertos esos formularios,
las pulgas viera yo en los campanarios.




ArribaAbajoLa paga adelantada


ArribaAbajo   Una soltera muy escrupulosa
casarse rehusaba,
y decía a su madre que pensaba
que hacer la mala cosa,
aun después de casada, era pecado.  5
Un bigardón del caso fue informado
y habiéndose en la casa introducido
y hallándose querido,
pidió a la niña luego en casamiento.
Ella el consentimiento  10
dio con la condición de que tres veces
en la primera noche se lo haría
por ponerla corriente, y seguiría
luego una sola vez todos los meses.
Hízose al fin la boda  15
y, de la noche ya llegado el plazo,
la muchacha tres veces, brazo a brazo,
sufrió, sin menearse, la acción toda.
Concluyó el fuerte mozo su trabajo
y durmiose cansado; ella, impaciente,  20
andaba impertinente
volviéndose de arriba para abajo,
hasta que él acabó por despertarse
y huraño dijo: - ¡Hay tal cosquillería,
que por dos veces ya me has despertado!  25
Y ella exclamó, acabando de arrimarse:
   - ¿Me quieres dar un mes adelantado?




ArribaAbajoLas tijeras del fraile


ArribaAbajo   Yéndose a confesar cierta criada,
muy joven, inocente y agraciada,
con un fraile jerónimo extremeño,
más bravío que toro navarreño,
le sucedió un percance vergonzoso  5
digno de ser sabido por chistoso.
Hizo su confesión la tal sirviente
como la hace cualquiera penitente,
con profunda humildad y abatimiento,
y pasó en blanco el sexto mandamiento.  10
Notando el confesor el raro brinco,
la preguntó con lujurioso ahínco
por qué el santo precepto se saltaba
sin decir de qué y cómo se acusaba.
A lo que ella responde llanamente:  15
   - Nunca he pecado en él, ni venialmente.
Ante tan gran rareza,
mirola de los pies a la cabeza
el fraile, y pensó al punto: o yo estoy loco,
o esto no es de perder, pues de esto hay poco.  20
Siéntese con la cosa ya alterada
y, echando por la iglesia una ojeada,
notó que había en ella poca gente
y discurrió un diabólico expediente.
No hallando en qué imponerla penitencia,  25
pues la moza era un pozo de inocencia,
la dice: - ¿Y cómo, siendo tan hermosa
no pone más cuidado en ser curiosa?
Ese pelo, ¿por qué no está atusado?
Esa cara, ¿por qué no se ha lavado?  30
Y qué diré al mirar uñas tan fieras,
¿acaso es que en su casa no hay tijeras?
Pues, para que haga lo que la prevengo,
voy a darla unas finas que aquí tengo.
Agárrala una mano y la dirige  35
sin más ni más a donde tiene el dije
y, estando ya la hornilla preparada,
en cuanto tropezó se halló mojada.
Retira el brazo, llena de sorpresa,
limpiándose la goma a toda priesa,  40
y el fraile la pregunta: - ¿Te has cortado?
Pues ya hace un mes que no se han amolado.




ArribaAbajoCualquier cosa


ArribaAbajo   Una noche de enero,
estaba calentándose al brasero
una joven casada,
la ropa a las rodillas remangada,
porque así no temía  5
quemarse en tanto que labor hacía.
De este modo esperaba a su marido,
que era un pobre artesano,
mientras entretenido
un chico que tenía, por su mano  10
castañas en la lumbre iba metiendo
y el rescoldo con ellas revolviendo.
Así agachado, de su madre enfrente,
asaba diligente
una y otra castaña,  15
cuando, la vista alzando descuidado,
vio con admiración cierta montaña
de pelo engrifado,
con que se coronaba y guarnecía
un ojal que su madre allí tenía.  20
Con tal visión se puso
el muchacho confuso;
mas queriendo, curioso,
saber si en aquel sitio tenebroso
alguna trampantoja se escondía  25
y qué hondura tenía,
poquirritito a poco, aunque con miedo,
se fue acercando, y... ¡zas!, la metió el dedo.
Respingose la madre y dio un chillido
por no estar su agujero prevenido  30
para esta tentadura inesperada,
y al dejar, agitada,
su silla, tropezó con el puchero
del guisado y vertiole en el brasero.
El muchacho, que vio con sobresalto  35
arruinada la cena por el salto,
dijo: - ¿De qué se asusta, madre mía,
si era yo quien el dedo la metía?
Dígame usted ¿qué es eso
que tiene entre las piernas tan espeso?  40
   - ¿Qué te importa?, le dijo muy rabiosa
la madre. Eso será... cualquiera cosa.
¡Miren qué travesura!
¡No es mala tentación de criatura
buscarle las cosquillas a su madre  45
para que sin cenar deje a su padre!
Ya verás, cuando venga y se lo cuente,
qué linda zurra te dará en caliente.
El chico, temeroso,
la pidió que callase,  50
pues jamás volvería a ser curioso
como a su padre nada le contase;
y la madre, por fin desenojada,
cuando vino el marido
le refirió que el gato había vertido  55
la cena preparada,
derribando el puchero
que estaba calentándose al brasero.
El hombre, que la amaba,
aunque no le gustaba  60
quedarse sin cenar, como a su hijo,
   - ¡Qué hemos de hacer!, la dijo.
Por esta noche, esposa,
cenaremos los tres cualquiera cosa.
Apenas el muchacho hubo escuchado  65
esta resolución, cuando, agitado,
de tal suerte gemía,
que le preguntó el padre qué tenía.
Y el chico, con mayores desconsuelos,
respondió con voz llorosa:  70
   - ¡Yo no quiero cenar cualquiera cosa,
padre, que está mojada y tiene pelos!




ArribaAbajoEl cañamón


ArribaAbajo   Cierta viuda, joven y devota,
cuyo nombre se sabe y no se anota,
padecía de escrúpulos, de suerte
que a veces la ponían a la muerte.
Un día que se hallaba acometida  5
de este mal que acababa con su vida,
confesarse dispuso,
y dijo al confesor: - Padre, me acuso
de que ayer, porque soy muy guluzmera,
sin acordarme de que viernes era,  10
quité del pico a un tordo que mantengo,
jugando, un cañamón que le había dado
y me lo comí yo. Por tal pecado
sobresaltada la conciencia tengo
y no hallo a mi dolor consuelo alguno,  15
al recordar que quebranté el ayuno.
Díjola el padre: - Hija,
no con melindres venga,
ni por vanos escrúpulos se aflija,
cuando tal vez otros pecados tenga.  20
Entonces, la devota de mi historia,
después de haber revuelto su memoria,
dijo: - Pues es verdad; la otra mañana
me gozó un fraile de tan buena gana
que, en un momento, con las bragas caídas,  25
once descargas me tiró seguidas
y, porque está algo gordo el pobrecito,
se fatigó un poquito
y se fue con la pena
de no haber completado la docena.  30
Oyendo semejante desparpajo,
el cura un brinco dio, soltó dos coces,
y salió por la iglesia dando voces
y diciendo: - ¡Carajo!,
¡echarla once y no seguir por gordo!  35
¡Eso sí es cañamón, y no el del tordo!




ArribaAbajoLa linterna mágica


ArribaAbajo   Un novicio tenía en su convento
el entretenimiento,
cuando a solas estaba,
de tocarse el guión que le colgaba,
porque, como del claustro no salía,  5
gozar de otros placeres no podía.
Sorprendiole en sus sucios ejercicios
una vez el maestro de novicios,
y el converso, turbado,
queriendo se ocultase su pecado,  10
imploró la piedad del reverendo,
el cual así le dijo sonriendo:
- Hermano, yo conozco la flaqueza
de la naturaleza;
sé que en esta mansión de santa calma  15
la carne nos domina cuerpo y alma,
y a perdonar su culpa me acomodo.
Pero quiero me diga de qué modo
puede hacerse ilusión consigo mismo,
pues, aunque usaba yo del onanismo  20
cuando era mozalbete sin dinero,
luego que descubrí cierto agujero
que tienen las mujeres,
sólo con ellas pude hallar placeres.
El novicio, admirando la clemencia  25
de su maestro, así a Su Reverencia
le descubre el secreto,
diciéndole: - Maestro, en un aprieto,
es mi imaginación ardiente y viva
quien me ayuda a la parte sensitiva,  30
porque, en las ilusiones que me ofrece,
una linterna mágica parece.
Verbi gratia: figúrome que veo
pasar con lujurioso contoneo
a la Ojazos, y exclamo "¡ay, Dios, qué hermosa!"  35
y empuño, como veis, luego mi cosa;
dándole... uno... dos... tres... golpes de mano
que a la Ojazos dedico muy ufano.
Después digo "ahora pasan las Trapitos
con melindres y adornos exquisitos;  40
¡qué morenas que son...!, ¡qué provocantes!";
y a su salud van dos pasavolantes.
Luego pienso "allá va la Zapatera,
que un mar de tetas lleva en la pechera.
¡Ah!, ¡qué gorda!, ¡qué blanca!, ¡qué aseada!,  45
¡qué pierna se la ve tan torneada!
Bien merece su garbo soberano
la dedique seis golpes de mi mano:
uno..., dos..." Aquí el fraile, que veía
que el novicio a lo vivo proseguía  50
su cosa golpeando
y que ya de la cuenta iba pasando,
le dijo: - Espere y, ya que así se aplica,
dígame a quién dedica
de su linterna mágica el pecado.  55
A que el novicio respondió siguiendo
su negocio, y la obra concluyendo:
- ¡Ay, padre!, pues pasó la Zapatera,
esta va a la... ¡qué gusto!... a la cualquiera.




ArribaAbajoEl «¿pues y qué?»


ArribaAbajo   A un alcalde de corte a presentarse
fue una mujer, diciendo iba a quejarse
de que el débito santo la mermaba
su marido y jamás la contentaba.
El alcalde mandó que al otro día  5
ante su señoría
los dos se presentasen en la audiencia,
donde recibirían su sentencia;
y, después de cenar, de sobremesa
refirió a la alcaldesa  10
la queja que, pendiente
ante su tribunal, al día siguiente
debía sentenciarse,
con que pensaba lindamente holgarse.
La alcaldesa también quejosa estaba  15
del alcalde en el punto de que hablaba,
pues, aunque ella solía acariciarle
siempre que la golilla le ponía,
no lograba ablandarle
y a un golilla en la cama mantenía.  20
Por lo mismo, curiosa, determina
escuchar de esta queja la sentencia,
y al otro día se escondió en la audiencia,
muy temprano, detrás de una cortina.
Entró el alcalde, luego, el matrimonio;  25
y para dar de todo testimonio,
después, el escribano
con semblante infernal y pluma en mano.
Cuando la acusación oyó el marido,
de cólera encendido,  30
se volvió a su mujer y de esta suerte
la dice sofocado: - Es cosa fuerte
que pongas mi potencia en opiniones,
sabiendo bien que en todas ocasiones,
apenas en la cama estás metida,  35
cuando enristro y te pego mi embestida.
A lo que ella responde desdeñosa:
- ¿Pues y qué?
Y él siguió: - Pues a otra cosa:
¿negarás que también cuando amanece,
hora en que todo humano miembro crece,  40
contra tus partes gravemente juego
y el perejil con profusión te riego?
- ¿Pues y qué? Y el marido proseguía,
viendo que a su mujer no convencía:
- ¿Y acaso negarás que por las siestas,  45
a pesar del calor, te hago mil fiestas
y que el ataque entonces, aunque largo,
no abandono jamás si no descargo?
A que la mujer dice, haciendo un gesto:
- ¿Pues y qué? Pero apenas dijo esto,  50
cuando de pronto se mostró en la sala
la alcaldesa exclamando: - ¡Enhoramala,
váyase la insolente de la audiencia
antes que se me apure la paciencia
y mande que la azoten como a Cristo!  55
¿Hay mayor desvergüenza? ¿Quién ha visto
con tal superchería
mujer de poluciones más avara?
Yo soy una alcaldesa y cada día
con sólo un «¿pues y qué?» me contentara.  60




ArribaAbajoEl modo de hacer pontífices


ArribaAbajo   Un joven arriscado
de una soltera estaba enamorado
y el tiempo que a su lado estar podía
el dedo la metía
para saciar de amor su ardiente llama  5
sin que pierda su fama,
y ella, en tanto, la mano deslizando
por bajo de la capa
(que es quien urgencias semejantes tapa),
manejándole aquello, cariñosa,  10
le sacaba la savia pegajosa.
A este entretenimiento
puso fin de la Iglesia el cumplimiento;
fue a confesar el joven, cabizbajo,
y contándole al fraile su trabajo,  15
en vano se disculpa,
pues Su Paternidad siente que es culpa
su diversión muy grave,
y en tono de sermón dice que sabe
que el Espíritu Santo  20
maldice al hombre que con vicio tanto,
por su infame malicia,
en la tierra su jugo desperdicia
cuando, bien empleado en cuerpo humano,
quizá produciría  25
un obispo o pontífice romano;
y que si le absolvía
era con condición de que volviese
pasada una semana
enmendado de culpa tan liviana  30
y que lo mismo hiciese
la cómplice infeliz de su delito.
Pasó el tiempo prescrito
y el penitente presentose ufano.
- Padre, le dijo, ya porque no en vano  35
en la tierra se vierta la simiente
al tiempo que al salir se precipita,
mi amada, diligente,
la ha recogido en esta redomita,
que traigo para que haga lo que quiera,  40
echándola a su gusto en cuerpo humano;
pero si mi opinión prevaleciera,
sólo haría un pontífice romano.




ArribaAbajoLas gollerías


ArribaAbajo   Oye, Apolo, mi acento,
ven a inspirarme un cuento,
pues hace muchos días
que, temeroso de las penas mías,
quieres en vano tu piedad aguarde,  5
y tu fuego me infundes mal o tarde.
Parece que se apiada
con esta invocación porque, exaltada
por su influencia mi memoria, siento
y empiezo así a contar. En un convento  10
de padres capuchinos halló un día
el guardián un billete que decía:
«Hermana Mariquita:
espérame esta tarde peinadita,
lavadita y compuesta,  15
que iré y tendremos en la cama fiesta».
Con este escandaloso contenido,
de rabia el reverendo poseído,
ordenó que a capítulo tocasen,
y que en el refectorio se juntasen  20
sin tardar un momento
todos los gordos frailes del convento.
Obedecieron éstos cabizbajos
pensando "¿qué apostólicos trabajos
nuestro padre guardián hoy nos previene,  25
pues tanta prisa en convocarnos tiene?"
Ya la comunidad estaba junta,
en medio se presenta y les pregunta:
- ¿Quién es el fraile impío
que ha escrito este billete?  30
¡Miren su lujurioso desvarío!
Pues a mí castigarlo me compete,
digan (lo mando así bajo obediencia)
quién es para imponerle penitencia.
En seguida leyó encolerizado  35
en voz alta el billete mencionado,
y oyendo la impiedad los frailes todos
mostraron su rubor de varios modos:
Cuál, con gestos horrendos,
la cita detestaba;  40
cuál, con gritos tremendos,
"¿es joven la hermanita?", preguntaba;
pero ninguno, en tanto, su delito
confesó como autor de tal escrito.
Por último, a las plantas se arrojaron  45
del grave superior y le rogaron
que no se publicara
tan infame papel y deshonrara
a la comunidad con desatinos
impropios de los frailes capuchinos.  50
- ¡Ah!, no es el crimen, exclamó furioso
el padre guardián, lo que me irrita,
sino las circunstancias de la cita;
porque en un religioso
es la mayor de las bellaquerías  55
pedir de esa manera gollerías.
«Hermana Mariquita:
espérame peinada y compuestita,
lavadita y...» ¡Jesús, yo me sofoco!
¡Todo a los frailes les parece poco,  60
pues yo soy el guardián y la tomara
sin que se compusiera ni lavara!




ArribaAbajoDiálogo entre un tío y un sobrino


ArribaAbajo   Mandó a Madrid venir de la montaña
un mercader ricacho a su sobrino
para que se instruyese en la maña
con que era en el comercio ladrón fino.
Cuando llegó buscando la cucaña  5
el tal montañesillo a su destino,
tendría de catorce a quince años,
edad en que el amor hace mil daños.
A poco tiempo que en la corte estaba
el tío le notó mucha tristeza,  10
y aunque el joven por libras engordaba
era de mal humor; y con presteza
volverse a la montaña deseaba
sin catar de su tío la riqueza,
hasta que éste le dijo ya aburrido:  15
- Muchacho, ¿por qué estás tan abatido?
- Por nada.
- Algo será; dime, ¿qué tienes?
- Pues señor, yo a la tierra volver quiero.
- ¿Por qué con esa tontería vienes?
- Porque yo antes que yo soy el primero.  20
- ¿Y eso qué significa? ¿Que en mis bienes
no te doy parte? ¡Dilo, majadero!
- No es eso, lo primero solamente...
- Bruto, explícate pronto claramente.
- Pues yo, tío, estoy malo a lo que entiendo.  25
- ¿Cómo, bribón? ¡Tan gordo y colorado!
- ¡Ay, señor!, que la fuerza voy perdiendo.
- Pícaro, habrás tu enfermedad buscado.
- No es eso, ni el por qué yo comprendo;
pero antes de que hubiese aquí llegado  30
con una mano el bicho me tenía,
y ahora le echo las dos y no hay tu tía.




ArribaAbajoLas penitencias calculadas


ArribaAbajo   Va a consultar a un padre jubilado
un joven frailecito,
de confesor ya aprobado,
y empieza el pobrecito
diciendo: - Yo quisiera  5
que Su Paternidad norma me diera
de aplicar penitencias competentes
a toda calidad de penitentes,
porque a las veces se me ofrece el caso
de no saber salir, padre, del paso.  10
- No se aflija por eso; tome y lea,
que en este papel va lo que desea.
Toma, se inclina y parte presuroso
con muy grande alegría,
y el manuscrito examinando ansioso  15
encuentra que su título decía:
«Lista de penitencias calculadas».
Acelerando entonces las pisadas,
a su confesionario marchó ufano
sin dejar el cuaderno de la mano,  20
y, según la tarifa, exactamente
va despachando a todo penitente.
Un quídam llega en esto y dice: - Padre,
yo tengo una comadre
alegre y juguetona de costumbre  25
y hallándola ayer sola,
el diablo, que no huelga, aplicó lumbre...
y por tres veces hice carambola.
El fraile, oyendo tal, baja la vista
y busca «carambolas» en su lista;  30
y ve que manda: «Al par de carambolas,
pues no es de general que vayan solas
y hacer dos es corriente y ordinario,
corresponde una parte de rosario».
Pierde entonces la flema  35
ante lo inesperado del problema:
pues siendo tres, dos partes no les cabe;
una es poco, y así qué hacer no sabe.
Pónese a discurrir y determina
una idea fácil y peregrina:  40
- Vaya, le dice, y busque a su comadre,
y que el hecho le cuadre o no le cuadre,
la cuarta carambola hágale al punto,
y por ésta y las otras de por junto,
con mucha devoción y gran sosiego,  45
dos partes de rosario rece luego.




ArribaAbajoLas bendiciones en aumento



I

ArribaAbajo   Reñía una casada a su marido
porque no estaba bien favorecido
de la naturaleza,
y a gritos le decía:
- Fue grande picardía
que con tan chica pieza  5
pretendieras casarte y engañarme
puesto que no puedes contentarme.
Marcha, marcha de casa,
pues tu fortuna escasa
te dio para marido sólo el nombre,  10
y eres en lo demás un pobre hombre.
En efecto, saliose despechado
este infeliz al campo, contristado,
y a muy poco que anduvo
el buen encuentro tuvo  15
de un mágico que al sol leyendo estaba
y en su libro las furias invocaba.
Luego que vio al marido,
el mágico le dice: - Tú has venido,
amigo, a este paraje a lamentarte,  20
mas yo te espero para consolarte.
Por mi ciencia sé bien lo que te pasa,
pero en breve a tu casa
te volverás contento.
Toma; ponte al momento  25
en la derecha mano
este anillo que tiene virtud rara,
pues todo miembro humano
que bendigas con él crece una vara
a cada bendición rápidamente,  30
pero, puesto en la izquierda, prontamente
mengua lo que ha crecido
por la mano derecha bendecido.
Al punto el hombre, lleno de impaciencia,
quiso hacer del anillo la experiencia:  35
lo pone en su derecha, se bendice
su caudal infelice,
se le va aumentando de tal manera
que, si el mágico a un lado no se hiciera,
con él diese en el suelo,  40
tan rápido estirón dio aquel ciruelo.
Alegre, a su mujer volvió el marido
y la dice: - Ya vengo prevenido
para satisfacer tu ardiente llama;
ven conmigo a la cama,  45
pero encima de mí has de colocarte,
para poder mejor regodearte.
Sobre él luego se pone
la mujer, y al ataque se dispone;
y, viéndola el marido bien montada,  50
echó la bendición premeditada...
y otra... y otras corriendo, de tal suerte
que, alzándola en el aire el miembro fuerte,
la moza en él elevada parecía
un esclavo que empalan en Turquía.  55
Viéndose contra el techo así ensartada,
pide al cielo favor. Entra asustada
la madre, y viendo un cuadro tan terrible
da un alarido horrible,
diciendo: - ¡Santa Bárbara bendita,  60
qué visión tan maldita!
Venga un hacha que esté bien afilada
para cortar un nabo de este porte.
Mas la mujer repuso atragantada:
- ¡Ay, no, madre, desteche, mas no corte!  65


II

   Ya se acuerda el lector de aquel marido
que por mágico anillo socorrido
clavó en su miembro a su mujer al techo;
sepa también que, al cabo satisfecho
de su esposa y vengado,  70
en un medio dejó proporcionado
el clavo monstruoso,
viviendo en adelante muy gustoso,
dándole aumento o merma en ocasiones
con derechas o zurdas bendiciones.  75
Paseándose un día alegremente,
llegó junto a una fuente
donde por diversión quiso lavarse
las manos y en el agua refrescarse.
La sortija encantada  80
a este fin se quitó y allí olvidada
entonces la dejó, sin que cayera
en ello, ni su falta conociera.
Fuese, finalizado su recreo,
y a muy poco el obispo de paseo  85
vino a la misma fuente deliciosa,
y viendo una sortija tan preciosa,
de tal hallazgo ufano,
se la coloca en la derecha mano.
Al tiempo que a su coche se volvía,  90
un pasajero le hizo cortesía,
a que el obispo corresponde atento
con una bendición; y en el momento,
saltando el alzapón de sus calzones,
ve salir de sus lóbregos rincones  95
un matamoscas largo de una vara
que igual entre mil monjes no se hallara.
Su Ilustrísima, al verlo, con el susto
se empezó a santiguar como era justo;
pero, mientras más daba en santiguarse,  100
más veía aumentarse
por varas a la vista
su avión, sin saber en qué consista.
Los pajes al obispo rodearon
y a sostener el peso le ayudaron  105
de aquella inmensa cosa,
encubriendo la mole prodigiosa
con todos sus manteos y sotanas;
pero estas diligencias eran vanas,
porque, apenas un nuevo pasajero  110
se quitaba el sombrero
viendo el obispo, y él le bendecía,
cuando otra vara el avión crecía.
Por fin, cerca la noche,
como mejor pudieron a su coche  115
llevan al ilustrísimo afligido;
pero, para que fuese en él metido,
el cristal delantero le quitaron
y así la mitad fuera colocaron
de aquel feroz pepino,  120
semejante a una viga de molino.
A oscuras, muy despacio,
al obispo llevaron a palacio,
con mil mañas le ponen en su lecho
y de la alcoba abrieron en el techo  125
un agujero por que penetrara
según su altura aquella cosa rara.
La fama en breve lleva
de unos en otros la terrible nueva
del caudal que al obispo le ha crecido,  130
hasta que, sabedor de ella el marido,
de la sortija dueño,
trató de recobrarla con empeño.
Para esto en el palacio se presenta
diciendo que es un médico que intenta  135
menguar al ilustrísimo el recado,
si un anillo le da que se ha encontrado.
Admitiole el partido
el obispo gustoso, y al marido
entrega la sortija, el que, contento,  140
en su siniestra mano en el momento
la pone, y bendiciendo al buen prelado
vio por varas su miembro anonadado.
No quedaba al paciente
ya más que aquel tamaño suficiente  145
con que desempeñara sus funciones;
pero viendo que a echar más bendiciones
se disponía el médico oficioso,
le ataja temeroso
diciéndole: - Por Dios, que se detenga  150
y no otra nueva bendición prevenga
que me pierde con ella si porfía:
¡Déjeme al menos lo que yo tenía!




ArribaAbajoLos calzones de san Francisco


ArribaAbajo   A media noche muchos gritos daba
una casada, y confesión pedía
diciendo que a pedazos se moría
de un cólico cruel que la mataba.
Llamose a un reverendo franciscano  5
que era su confesor, y de antemano
estaba prevenido
para coquifear a su marido
y lograr sin peligro sus placeres.
¡Qué no discurren frailes y mujeres!  10
Luego que con la moza se halló a solas,
se quitó el reverendo los calzones,
y libre de prisiones
la hizo sin respirar tres carambolas.
Así que la purgó de sus pecados,  15
dejando sus calzones olvidados
se marchó a su convento,
donde le aguó esta falta su contento.
Contó el lance al portero claramente
y le dejó instruido  20
de una industria prudente
que estorbase las quejas del marido.
Entró luego en el cuarto de su esposa
aquel buen hombre, y la primera cosa
que halló en el suelo fueron los calzones  25
del fraile, con muy puercos lamparones.
Tomolos, conoció la picardía,
y rabioso se fue a la portería,
donde el bribón portero y el paciente
tuvieron el diálogo siguiente:  30
- Hermano, dígame, ¿qué solicita?
- Que hablar se me permita
al padre guardián.
- Ahora no puede.
¿Por qué?
- Pues, ¿no sabéis lo que sucede
a la comunidad?
- Todo lo ignoro.
 35
- ¡Ay, hermano!, han perdido su tesoro.
- ¿Cuál era?
- Una reliquia peregrina
por la que hay en el coro disciplina.
- ¿Cómo ha sido?
- Esta noche la han llevado
para una enferma y la han extraviado  40
no sé de qué manera.
- ¿Y qué reliquia era
la que causa tan grandes aflicciones?
- Eran de San Francisco los calzones.
- No es el remiendo de la misma tela,  45
muy bien pegado está, pero no cuela:
yo traigo aquí guardados
unos calzones puercos y sudados
de un fraile picarón, que con vileza
me ha compuesto esta noche la cabeza.  50
Mírelos bien atento,
dibujados con manchas de excremento.
¿Le parece que un santo así tendría
los calzones con tanta porquería?
- Ésos son, el portero dice ufano,  55
quitándoselos luego. Cese, hermano,
¿cómo en su mente cabe
tan injuriosa idea?
¿Pues acaso no sabe
que murió San Francisco de diarrea?  60




ArribaAbajoLa peregrinación


ArribaAbajo   Iba a Jerusalén, acompañada
de su esposo, una joven remilgada
de carácter tan serio
que, aparentando un santo beaterio,
siempre que su marido la embestía  5
inmóvil en la acción se mantenía;
y él, creyendo que en ella
duraba la vergüenza de doncella,
su virtud respetando, trabajaba
por entero la vez que la atacaba.  10
Su peregrinación y tiernos votos
iban ya a ver cumplidos los devotos,
cuando, antes de llegar al feliz puerto,
diez árabes salieron del desierto
y en el ancho camino  15
cogen al matrimonio peregrino;
sin detención los dejan en pelota,
y, viendo la beldad de la devota,
resuelven, sin oír sus peticiones,
en su esponja limpiarse los morriones.  20
Atan luego al marido,
de vergüenza y de rabia poseído;
a la mujer en actitud acuestan,
y alegres manifiestan
diez erguidos y gordos instrumentos,  25
capaces de engendrar hombres a cientos;
instrumentos que España no vio iguales
sino en las observancias monacales.
Miró nuestra heroína sin turbarse
el diezmo musulmán que iba a tirarse;  30
y al saciar del primero los deseos
con volubles y rápidos meneos
agitó su cadera de tal suerte
que aflojó en dos por tres al varón fuerte.
Según su antigüedad y sus hazañas  35
sobre ella los demás pruebas extrañas
de su vigor hicieron
y con más prontitud vencidos fueron.
Quedaba un musulmán de bigotazos
que quitaba los virgos a porrazos,  40
engendrador a roso y a velloso
y eterno atacador del sexo hermoso.
Éste, pues, embistió con la beata,
ella en sus movimientos se desata;
él se procura asir con fuerte mano  45
y su giro burlar, pero fue en vano,
que al choque impetuoso
el árabe rijoso
se sintió vacilante y, reculando,
perdió su dirección allí luchando.  50
Empeine con empeine compitieron,
el choque repitieron,
y al golpe la erección del moro bravo
vino a quedar en un moco de pavo.
Concluida de los árabes la empresa,  55
marchan a toda priesa.
La beata se levanta, se sacude
y a desatar a su marido acude
que, testigo infeliz de su trabajo,
estaba pensativo y cabizbajo.  60
Viéndole así su esposa,
le animó cariñosa,
diciéndole se aliente,
pues es de Dios milagro muy patente
el haber con las vidas escapado;  65
a que él la respondió: - Pues yo he pensado
que el milagro le hicieron tus meneos
que jamás han cedido a mis deseos,
porque siempre me has dicho "si lo quieres
ahí está, gózalo como pudieres".  70
A que ella respondió enfurecida:
- ¡Está buena la queja, por mi vida!
¡Pues qué!, ¿me he de mover con un cristiano
como merece un perro mahometano?
No te hacía tan tonto:  75
la mala gente despacharla pronto.




ArribaAbajoEl panadizo


ArribaAbajo   Un gordo capuchino confesaba
a una sierva de Dios que se quejaba
de un panadizo fiero que tenía
en un dedo ya mucho tiempo hacía,
el cual, sin mejorarse con ungüentos,  5
cada vez le causaba más tormentos.
El fraile, de su mal compadecido,
la dijo: - Hermana, tenga por perdido
el tiempo que se aplica
asquerosos emplastos de botica,  10
pues sé por experiencia
que cuando se endurece una dolencia
el remedio mejor para curarla
es tratar de ablandarla
metiendo aquella parte dolorida  15
en paraje caliente;
yo creo que en su cuerpo halle cabida
para que el panadizo se reviente
introduciendo el dedo en el bujero
que bajo del empeine está primero.  20
La devota, en el fraile confiada,
puso su dedo en cura, y agitada
por las varias cosquillas que la hacía
al punto que allí dentro le metía,
tanto incesantemente meneose  25
que al cabo el panadizo reventose.
Para mostrar su agradecido afecto,
le contó al capuchino el buen efecto
que su remedio había producido,
a que él la dijo entonces afligido:  30
   - ¡Ay, hermana!, que sea enhorabuena,
pero sepa que yo sufro igual pena,
pues tengo un panadizo pernicioso
en el miembro precioso
que las mujeres aman,  35
en el dedo sin uña, así le llaman,
y no tengo, ¡ay de mí!, para ablandarle
sitio donde meterle y menearle.
    - Por eso, padre mío, no se apure,
ella le dijo; pues por que se cure,  40
a pesar del rubor, yo mi agujero
prestarle agradecida al punto quiero.
En efecto, a la cura que promete
la devota se pone, y luego mete
su dedo colosal el fraile dentro,  45
y empujando y moviéndole en el centro,
logró por fin de operación tan seria
soltara el panadizo la materia.
Sacó su dedo sano y deshinchado
el fraile y, viéndole más sosegado,  50
la devota le dice: - Padre mío,
perdone a mi malicia un desvarío,
pero yo le confieso francamente
que al tiempo de la cura antecedente
sospeché de su ardor y movimiento  55
que atropellaba el sexto mandamiento.
A que el fraile responde: - ¿Eso dudabas?
Toma, si no es, no, ¿pues qué pensabas?
Oyendo la respuesta decisiva,
la sierva del Señor quedó suspensa  60
viendo que su virtud madurativa
era una grave ofensa
del precepto de Dios; pero, no obstante,
le replicó al instante:
- ¡Aunque es culpa, su gusto satisfizo!  65
Padre, ¿cuándo tendrá otro panadizo?




ArribaAbajoEl sueño


ArribaAbajo   Vivían una vez, y va de cuento,
en un chico aposento
un pobre matrimonio con un niño,
fruto de su cariño,
y una niña graciosa,  5
que más que su hermanito era curiosa;
los cuales con sus padres en un lecho,
por no haber otra cama de provecho,
juntitos se acostaban
y a los pies abrigados reposaban.  10
Una noche el marido,
jugando al mete y saca, embebecido
con su mujer, de tal ardor se inflama
que entre los dos echaron de la cama,
sin saber lo que hacían,  15
al niño y a la niña que dormían.
Despertaron del golpe dando gritos
los tristes angelitos,
y el muchacho, llorando sin consuelo,
exclama: - ¡Ay, padre mío!, ¿por qué al suelo  20
nos echa usted y madre a puntillones,
cuando cabemos bien en los colchones?
- Hombre, dijo el padre, no he podido
libraros del porrazo, porque ha sido
sin saber lo que hacía;  25
con tu madre soñaba que reñía
y tuve grande empeño
en amansarla un poco con el sueño.
Dijo y luego, enfadado
por no haber el negocio consumado,  30
fue a recoger sus hijos; y al meterlos
en la cama queriendo componerlos,
la muchacha, abrazándole llorosa,
le tocó cierta cosa,
y preguntó con mucho desenfado:  35
- Padre, ¿qué es esto tieso que he tocado?
- Es la mano del niño, respondiole
el padre. Y la muchacha replicole:
- No señor, que los dedos no le encuentro.
- Suelta, los tiene vueltos hacia dentro  40
porque el puño ha cerrado.
- Y ¿a dónde, padre, se habrá mojado?
- Niña, en la escupidera...
Duérmete y no seas bachillera.
Calló, atemorizada,  45
la chica; pero como escarmentada
estaba del dolor de la caída,
no se quedó dormida.
Y sus padres, rijosos y encendidos,
creyendo que ya estaban bien dormidos  50
los chicos, la faena que dejaron
por su golpe, de nuevo comenzaron.
Sintiolo la muchacha y al chiquillo
despertándole dice: - ¡Oye, Juanillo,
agárrate bien fuerte, que con madre  55
otra vez a soñar se ha puesto padre!




ArribaAbajoEl matrimonio incauto


ArribaAbajo    Un tejedor tenía
de poca edad dos niños inocentes
con los cuales dormía,
por ser tan corto en bienes de fortuna
que no había más cama ni más cuna.  5
Una noche de frío
se arrimó a la parienta su pariente
por gozar del estío,
pues a todo casado se permite
que cuando tenga frío se lo quite.  10
Empieza la tarea,
y tan a pecho tómala y tal brinca
y tal se bambolea,
que, al sacudir los pies el burro en celo,
da con los chiquitines en el suelo.  15
La madre, que lo nota,
de la cama se tira, aunque rendida
de volver la pelota,
y al levantar sus hijos adorados,
los encuentra a los dos descalabrados.  20
Póneles balsamina
y a la cama los vuelve cariñosa,
cada cual a su esquina,
diciéndoles que aquello ha sucedido
porque estaba su padre algo bebido.  25
    Antes que amaneciera
sintió el amigo gana de más coles,
y la tal curandera
se entregó a los placeres reiterados,
sin echar cuenta en los descalabrados.  30
El niño mayorcito,
que notó de la cama el movimiento,
dijo al otro, quedito:
- ¡Agárrate al colchón pronto, muchacho,
mira que vuelve padre a estar borracho!  35




ArribaAbajoLa discípula


ArribaAbajo   Tiene su aprendizaje cada oficio,
y le debe tener según mi juicio:
en la forma que el fraile de novicio,
cuando novio el casado,
son muchos los deberes de su estado.  5
¿No tiene aprendizaje el alfarero?
¿Valdrá menos un niño que un puchero?
No hay que aprender dirán: ¡Dios nos asista!
Dígalo tanto padre moralista.
La gran dificultad está en el modo,  10
hablo yo en general de la enseñanza.
Respecto a las mujeres, fuera chanza,
se ha de tener presente, sobre todo,
que deberá el maestro
virtuoso, libertino, zurdo, diestro,  15
amigo o enemigo,
dar todas sus lecciones sin testigo.
La experiencia está hecha,
más de lo que se quiere se aprovecha.
Escribiré al intento,  20
dedicado a la madre, cierto cuento.
Estaba un venerable religioso
con cierta señorita
proponiéndola a solas un esposo.
Ni escuchaba la madre, ¡qué bendita!  25
La historia cuenta que, con grande empeño,
caritativo el fraile y halagüeño,
procuraba vencer la repugnancia
de la modesta niña. A tal instancia
al fin pronunció el sí mirando al suelo.  30
Con un modesto velo
la explica el padrecito el matrimonio.
Sánchez para con él era un bolonio.
¡Oh!, sabía muy bien su reverencia
que en el mundo confunden la inocencia  35
con la ignorancia crasa,
y que por eso pasa lo que pasa.
La modesta novicia
recibió con placer y sin malicia
la primera lección completamente.  40
La niña se aficiona,
cuando llegó a ponerla en un estado
a que nunca ha llegado
el más sabio Doctor de la Sorbona.
Se ajusta, se apresura el casamiento.  45
Cásase la doncella en el momento,
y a los seis meses, breve,
hizo lo que las otras a los nueve.




ArribaAbajoEl dios Escamandro


ArribaAbajo   Cuentan que un orador célebre en Grecia,
mansión en otro tiempo soberana
de cuanta ciencia humana
el sabio mundo aprecia,
quiso las ruinas visitar de Troya.  5
Simón, su amigo, el pensamiento apoya,
que aunque no es anticuario,
antes por el contrario
tiene su si es no es de tarambana,
le entró no poca gana  10
de ver tierra también; y suponía
que el sabio ha de buscar su compañía.
Parten los dos, y al término del viaje
llegaron sin trabajos o incidentes:
¡Qué vista para el sabio! ¡Oh, fiero ultraje  15
de la edad y barbarie de las gentes!
Donde Ilión su altísimo homenaje
alzaba a las esferas esplendentes,
hoy hallaron tan sólo pobre aldea,
que ni remota idea  20
da del gran pueblo antiguo desolado.
El sabio, en sus recuerdos embriagado:
¡Cómo!, decía, ¿ni el menor vestigio
veré de la ciudad, que fue prodigio
por mano de los dioses levantado;  25
y abatido también por las deidades,
pero cuyo prestigio
pudo sobrevivir a las edades?
¿Dó están las torres que Héctor defendía?
¿Dó los campos, do Aquiles y Diomedes  30
mostraban generosa valentía?
Erudito lector, suponer puedes
que el que así se explicaba,
a la margen estaba
del Escamandro undoso,  35
río que entre sus ondas sanguinoso
arrastró rotos petos y celadas,
a cabezas valientes arrancadas.
Simón, que en antiguallas no repara,
y su imaginación tiene en reposo,  40
a otros objetos dedicarse ansiara,
propios de un hombre material y ocioso.
Llegó, pues, la ocasión. Fresca y sencilla,
con una linda cara
que hasta la misma envidia enamorara,  45
llegó del río a la yerbosa orilla
incauta jovencilla,
que en traje y compostura
parece una aldeana,
lo cual no perjudica a su hermosura;  50
al contrario, al viajante
más impresión le ha hecho que si fuera
remilgada y enclenque ciudadana.
La hora terrible de la siesta era,
que en Asia hace calor sabe cualquiera;  55
que el calor importuno
excita las eróticas pasiones,
y aún las encienden más las ocasiones
tampoco hay que explicárselo a ninguno.
Allí, no muy distante,  60
había entre el ramaje gruta oscura,
asilo cierto contra el sol vibrante,
en donde la inocente criatura
las calurosas horas
quiso pasar, juzgándose segura.  65
Pero las seductoras
ondas, que limpias a sus pies pasaban
y a refrescarse en ellas convidaban,
el calor, la galbana,
de bañarse en la niña  70
excitaron la gana.
El viajero se esconde y escudriña
aquellas perfecciones,
que atizan el volcán de sus pasiones.
¿Qué hará? Si mete ruido  75
y espanta a la deidad, todo es perdido.
Mas de cómo rendirla de repente,
después que meditó por breve rato,
van a suministrarle un expediente
las creencias del tiempo mentecato.  80
¿No gozó a Dánae, en oro convertido,
Júpiter atrevido?
¿No hay otros mil ejemplos
de dioses, venerados en los templos,
que tras una mortal ciegos corrieron  85
y madres las hicieron
de ilustres semideos,
que la tierra llenaron de trofeos?
Manos a la obra pues, no hay que aturdirse;
un dios de este jaez puede fingirse.  90
Toma entonces Simeón los elevados
aires de un dios acuático, ciñendo
sus cabellos mojados
de césped y espadaña,
y toda su persona componiendo.  95
Luego, con voz y entonación extraña,
al gran Mercurio invoca,
y a la deidad potente
a quien cuidar de los amantes toca.
La tímida muchacha que lo siente,  100
aunque sencilla, ignora
del mancebo la astucia disoluta,
se atropella, se azora,
y huye a esconderse en la profunda gruta.
- Huyes del dios, la dice, de este río;  105
ven, pues, Nereida, ven y no te escondas;
que con ser dueño mío,
serás también la diosa de estas ondas.
Por ti la forma de hombre
me he gozado en tomar, nada te asombre.  110
Vuelve al río, dichoso
en gozar de ese cuerpo delicioso,
que aún más que su cristal puro es mi pecho.
Ven a dejar mi anhelo satisfecho;
y en pago estas riberas  115
esmaltaré de flores
que huellen esos pies encantadores;
y a ti y tus compañeras,
siempre que a ser mi esposa te resuelvas,
ninfas haré del río o de las selvas.  120
Nuestra joven, que estaba
con la cabeza llena de otras tales
hazañas de los dioses inmortales,
no dudó que era un dios el que la hablaba.
A ceder la deciden sin violencia  125
su halagüeña elocuencia,
su grato continente y rostro amable,
y, a decir la verdad que es bien palpable,
un no sé qué de vanidad de moza
que en superar a las demás se goza,  130
flaqueza mujeril disimulable.
En sus senos umbrosos,
aquella gruta al sol impenetrable,
teatro fue dulce de hurtos amorosos;
y él la dio al separarse la advertencia  135
de que a verle viniera con frecuencia,
mas que a nadie su suerte revelara
hasta que la ocasión se presentara,
conforme a su deseo,
de anunciar a los dioses su himeneo,  140
cuando el cónclave sacro se juntara.
Ella, ¡cosa bien rara!,
el secreto guardó con gran prudencia.
¡Qué mujer no se paga
de contar un secreto que la halaga!  145
Mas hagamos justicia a la heroína
de nuestra historia cierta:
siguiendo fiel la insinuación divina,
calló como una muerta;
y siempre que podía,  150
esto es menos extraño,
a la gruta venía
a verse con su dios, después del baño.
Mas cuando vino el frío,
cansado ya Simón de hacer de río,  155
poco a poco dejó la dulce gruta;
que el amor se fastidia si disfruta,
y veleidosos son, como traidores,
los dioses del Olimpo moradores.
La mísera insensata,  160
viéndose ya olvidada, triste y mustia,
sus facciones maltrata,
y a los cielos acude con angustia;
recorre con afán la selva hojosa,
parte a la cueva que la vio dichosa,  165
mil veces sale y entra,
y por más que se mueve a nadie encuentra.
Simón, que desde el punto
que dejó de ser dios le descontenta
esta tierra de Troya,  170
y tiene algún barrunto
de que puede salirle mal la cuenta
si llega a descubrirse la tramoya,
quisiera abandonar tales regiones;
mas entre tanto el sabio compañero  175
emprendió excavaciones,
por comprobar las fábulas de Homero;
y héteme aquí con nuevas detenciones.
Mi hombre vivió encubierto,
como que su conciencia está intranquila:  180
mas ¿cómo no tener algún descuido
que en su contra aprovechen
ojos que amor celoso despabila?
Y así sucede; el diablo que es experto
y tiene gran placer en meter ruido,  185
cruzando él casualmente,
dispuso que se halle
a la esposa endiosada en una calle;
en la cual, de repente,
del pueblo se juntó la gente toda  190
a ver pasar una lujosa boda.
Héteme sin escape al pobre mozo.
Ella, desde el momento
que lo reconoció, con alborozo
dijo, abiertos los brazos y en su seno  195
echándose llorosa:
- ¡Escamandro, mi dios!, si sois tan bueno,
¿por qué dejasteis vuestra amante esposa?
La gente que escuchó a la desdichada,
luego soltó sonora carcajada;  200
pero cuando se entera
del vergonzoso caso,
al mal fingido dios del pueblo fuera
a palos arrojó más que de paso.
Él escapó; la incauta, escarnecida  205
en vista del engaño,
de cada lagrimal soltando un caño,
lloró toda su vida
ser juguete de un pillo,
cuando creyó con ánimo sencillo  210
que daba a un dios su mano y su persona.
¡Oh, vil superstición!, ¿y hay quien te abona?




ArribaAbajoLa procuradora y el escribiente


ArribaAbajo    De cierto procurador
se encontraba el escribiente
trasladando el borrador
de un pedimento algo urgente,
por orden de su señor.  5

    Iba con mucha atención,
pero tiene el ama al lado,
y estaba en esta ocasión
tan templada, que al citado
lo llenó de confusión.  10

   Ya le daba con el codo,
ya soltaba una risita,
mas con tanta gracia y modo
que, aunque el pobrete se irrita,
tiene que sufrirlo todo.  15

   De este juego resultó
que echaba muchos borrones,
y por último exclamó:
- No dé usted más empujones.
Y ella en risa prorrumpió.  20

   Conociendo el escribiente
a dónde se dirigía
su intento nada prudente,
la pluma con picardía
coge, y la dice impaciente:  25

    - Si usted de esta raya pasa,
que yo señalo en el suelo
y sus límites traspasa,
aunque luego clame al cielo,
ya verá lo que la pasa.  30

   Ella al punto la pasó,
y el escribiente malvado
lo que ofrecía cumplió,
y tomándola en sus brazos
en la cama la tendió.  35

   Lo que allí los dos harían
ya se deja conocer,
pues quietos no estarían
ni dejarían perder
la ocasión que conseguían.  40

   El procurador tenía
un chico de corta edad
que estuvo con picardía
mirando con seriedad
cuanto el escribiente hacía.  45

   Vino su padre a comer
y fue inadvertidamente
en la raya el pie a poner,
y el muchacho, cuerdamente,
sus pasos fue a detener.  50

   - No pase usted adelante,
le dice, porque a mi mama,
por un paso semejante,
el escribiente a la cama
se la llevó muy galante.  55

   El procurador estuvo
suspenso por algún rato
y, aunque algo remiso anduvo,
por evitar un mal trato,
de pasarla se contuvo.  60