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El misterio de la escalera: farsa postmoderna

Félix Álvarez Sáenz



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ArribaAbajoIntroito

Lo usual, en otros tiempos, en un introito, como decimos en español, o en un introitus, como se dice en latín, era, o bien explicar el argumento del poema dramático que venía a continuación, o bien pedir disculpas al público por los posibles errores cometidos. De lo segundo, en primer lugar, se ocupan ya, de manera bella e ingeniosa, Uno, Dos y la Señora, hacia el final de la obra, y, en segundo lugar, yo no he encontrado tales defectos. En cuanto a lo primero, intentaré hacerlo, para cumplir con el título de esta página, por más que cualquier intento de explicación parecerá, presumiblemente, una reductio ad absurdum; pues, ¿en qué consiste específicamente el argumento de la obra? Sintetizando al máximo, yo diría que el personaje protagónico es una escalera, en la cual se encaraman, sucesivamente, un poeta y -como afectuosamente lo llamaba su padre- un estúpido. Pero mi pretendida explicación del argumento del Misterio de la escalera será necesariamente primaria y caricaturesca, pues lo esencial de esta pieza, más allá de su innegable amenidad -que (sobre todo en estos tiempos) no es cualidad desdeñable en una obra literaria- y de su chispeante ingenio, no es lo que en ella se dice, sino precisamente lo que en ella no se dice: pues esta pieza, como toda obra de arte digna de tal nombre, posee una magnífica dimensión filosófica, en el más puro y helénico sentido del término; en otras palabras, es una invitación -y una invitación irresistible- a hacer eso hoy tan raro y casi extravagante que es pensar de manera crítica y autocrítica. Lo que en esta pieza no se dice, pero -para usar la terminología wittgensteiniana- sí se muestra, es algo que tampoco yo haré groseramente explícito en este Introito, pues corresponde a cada espectador y a cada lector encontrarlo dentro de sí mismo. ¡Lejos de mí la pretensión, típica de los críticos profesionales y de uno de los personajes de esta farsa, de   —6→   reducir los misterios del arte y de la vida en general, y de cada obra de arte en particular, a lo que los lógicos contemporáneos llamarían «fórmulas bien formadas» («FBF»)! Hay cosas ante las cuales las palabras ajenas deben guardar silencio, y cada uno, en la intimidad de su cerebro, debe encontrar las propias, y las cosas a las que nos remiten los febriles discursos de Uno y Dos son de esta especie. Pues esta pieza que el lector tiene entre sus manos, este, en apariencia, pequeño divertimento, o burla del matamisterios, pese a su brevedad, su amenidad, su carácter despreocupado y lúdico, nos pone frente a asuntos serios, serísimos, sobre los cuales no basta con reflexionar toda una vida: ¿qué es esa escalera? ¿Cuál es su maleficio? ¿Hay un momento, en la vida de todo hombre, en el que tiene que encaramarse a ella? ¿O existen hombres que jamás se han trepado a la escalera? ¿Quién es Uno? ¿Lo conocemos? ¿Conseguirá sus objetivos? ¿Es posible sentir el soplo de su aliento ubicuo sobre el asfalto de todas nuestras urbes y en el confortable aire acondicionado de los shopping centers? ¿Por qué alzó su hacha contra la escalera? ¿Quién es Dos? ¿Hay algún hombre que no sea, en el fondo de sí mismo, Dos? ¿Es ésta una comedia, o es una - quizá la última- tragedia?

Montserrat Álvarez



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PERSONAJES
 

 
UNO   Un hombrecillo pequeño y movedizo, nervioso, incansable en el hablar. Viste con rebuscada elegancia un traje completo de mil rayas con colorida corbata de pajarita y una flor en el ojal de la chaqueta (puede ser un frac) y se mueve continuamente por todo el escenario. Calza pequeños quevedos sobre su nariz. Tiene el aspecto de un intelectual a la antigua.
DOS   Un hombre grande, de edad indefinida y gesto calmo. Viste un pantalón vaquero lleno de remiendos, una remera rota y sucia y unos championes.
SEÑORA   Madre de Uno. Mujer elegante y altiva. Lleva mantilla negra sobre la cabeza como si llegara de la misa.
 

Escenario

   

El mundo y una escalera de tijera.

 

  —[8]→     —9→  

ArribaAbajoLoa

Juguete musical de la farsa


 

Los tres actores salen a escena en diferentes momentos. En el escenario sólo hay una escalera de tijera iluminada. El resto del escenario está a oscuras. El primero que sale al escenario es UNO. Una luz lo sigue, mientras él, seriamente, ensaya unos pasos de baile imaginarios siguiendo un ritmo musical inaudible. La música que escucha en su mente debe de ser, sin duda alguna, dados los movimientos con los que acompaña el actor sus giros, un vals clásico vienés. Mientras UNO baila, DOS aparece por el extremo izquierdo del escenario. DOS baila un imaginario ritmo de rock con una guitarra, también imaginaria. Imita los gestos de un guitarrista de heavy metal enloquecido. Ambos giran por el escenario y, finalmente, se tropiezan. Quedan frente a frente, extrañados de encontrarse. De pronto, ambos, con movimientos acompasados, como si desfilaran, comienzan a marchar, dan algunas vueltas y se dirigen al proscenio, donde mantienen la marcha y el movimiento de los brazos caídos a lo largo del cuerpo.

 
 

Cantando a ritmo de rap, uno después de otro.

 
UNO
   Reduzcamos la vida a lo esencial.
Hagamos de la nuestra un bello extracto
de ideas puras en potencia y acto.
Hagamos de la vida algo genial.
  —10→  
DOS
   Sea nuestra existencia elemental.
Vivamos libres con cuidado y tacto
puestos en el impulso. Hagamos pacto
con nuestras emociones. Visceral,
UNO
   Primera demanda de amor, ¡negada!
Negada, también, sed de infinitud.
La belleza, negada, y renegada
DOS
   La loca, irracional, esclavitud
Que el amante reclama de su amada.
Cien veces negada la beatitud.
 

(La SEÑORA hace su aparición al fondo del escenario y, desde allí, camina lentamente hacia el proscenio mientras canta al mismo ritmo de rap.)

 
SEÑORA
   No vemos lo que no vemos,
mas lo que podemos ver
no es siempre lo que queremos.
Casi siempre es al revés.
—11→
   Vemos cuando ya no vemos
y no oímos cuando oímos
y los locos nos hacemos,
si acaso nos confundimos.
UNO y
DOS

  (Juntos, a dúo, levantando mucho la voz.) 

   Así es el mundo que dicen
Los que dicen que conocen
qué es la vida y qué es la muerte.
   En este mundo maldicen
la vida quienes la suerte
no poseyeron jamás,
   que aquel que la vanidad
arrastra cual hoja el viento
dará el cincuenta por ciento
por poseer la mitad.
SEÑORA
   De la suerte que el más pobre
goza con satisfacción,
negándose a la ocasión
de lucirse como un odre.
  —12→  
LOS TRES

 (A coro.) 

   Vemos cuando ya no vemos
y no oímos cuando oímos
y los locos nos hacemos,
si acaso nos confundimos.



  —13→  

ArribaActo único


Escena I

 

Aparece UNO, que entra apresuradamente al escenario, da varias vueltas por él como si buscara algo y, finalmente, al descubrir una escalera de tijera, bastante alta, abierta en uno de los extremos del lugar, se detiene y la contempla, inmóvil, con gesto pensativo. Luego, se dirige lentamente, siempre con gesto pensativo, al centro del escenario y, al descubrir al público que lo está mirando, se adelanta hasta el proscenio y comienza a hablar.

 

UNO.-   He aquí, señores, algo que no comprendo. ¡Buenas tardes! Antes que nada, ¡que tengan todos ustedes buenas tardes!  (Se alisa el cabello con la mano izquierda.)  ¡Ah! Les decía que he encontrado algo que no comprendo, y no es que yo comprenda muchas cosas, no es que sea un sabio o algo por el estilo... No, no. Mi padre siempre me decía que no soy muy listo, precisamente, y eso lo tengo bien metido en mi cabeza. ¡Grabado a fuego! Tan grabado como mi nombre. No soy un sabio, pero tampoco puedo decir de mí mismo que sea un tonto de capirote, lo que se llama... un boludo. Soy, ni más ni menos, como cualquiera de ustedes: a veces soy sabio y, a veces, tonto; a veces pienso y, a veces, simplemente me echo a la cama y veo televisión. La verdad es que casi siempre veo televisión, aunque no en la cama. Por eso no estoy seguro de nada o de casi nada. Sólo sé que no sé nada. Ahora me estoy volviendo sabio. ¿No les pasa a ustedes lo mismo? Con tanto Conejo, tanto Tinelli, tanto Schwarzenegger y tantos misiles sobre Bagdad, ¿quién puede estar seguro de nada, quién puede saber qué sabe? La televisión nos hace sabios. Cada día más sabios. Bueno. Como les decía,   —14→   lo que acabo de ver es mucho más raro de lo que usualmente estoy acostumbrado a ver, y eso que yo estoy acostumbrado a ver cosas muy raras. Miren ustedes y díganme si no es raro ver una escalera sin alguien encaramado en su parte más alta. ¿Para qué sirve una escalera sin un hombre encaramado a ella? Podríamos decir que un hombre sin una escalera sí tiene sentido. Claro. Un hombre sin una escalera puede saltar  (salta) , correr  (corre) , dormir  (hace el gesto de dormir) , caminar  (camina a grandes zancadas de un lado a otro del proscenio) , bailar  (baila) y otras muchíiiiiisimas cosas, como escribir o hacer el amor, por ejemplo. ¿Me entienden?

 

(Mientras UNO sigue hablando, aparece DOS caminando lentamente por uno de los lados extremos del escenario. Camina como si cargara sobre sí un saco de muchos quilos de peso, encorvado y haciendo grandes esfuerzos. Al llegar al pie de la escalera, hace un gesto con los brazos, como si se liberara de un gran peso, y sube súbita y rápidamente, dando muestras de una gran agilidad, todos los peldaños hasta la parte más alta. Queda oculto en la sombra, pues la parte alta de la escalera carece de iluminación. UNO continúa con su monólogo.)

 

UNO.-   Disculpen, señores, mi tono doctoral, pero es que yo soy un doctor. En realidad, soy un sabio. Antes he dicho que no, simplemente por modestia. Ustedes saben lo importante que es mantener una imagen de modestia para nosotros los sabios. Parecemos más sabios cuando parecemos modestos. A veces, sin embargo, me gusta ponerme serio y engolar la voz para que los ingenuos piensen que están tratando con alguien importante. Es una debilidad que comparto con los profesores universitarios, los locutores, los periodistas, los empresarios y los políticos, aunque yo, de verdad de verdad, no soy ni profesor, ni locutor, ni periodista, ni empresario, ni   —15→   -¡mucho menos!- político, si bien muchos políticos quisieran ser como yo. Yo, señores, soy simplemente un buscador y descubridor de misterios. Una vez que encuentro un misterio, acabo con él.  (Hace un gesto con la mano derecha pasándosela por el cuello.)  Y acabo de encontrar uno. Les voy a seguir explicando.

DOS

 (Desde lo alto de la escalera, recitando a voz en cuello, pero con sentido, como si se dirigiera a un público numeroso.) 

    Redondos e de a pares hemos todos,
e todos nos folgamos de tenellos.
De tipos non fablemos, que de habellos,
haylos de muchos e diversos modos.
   Non sea mi intención encarecellos,
ni facer alabanza, si non podo,
ni fablar con mi boca de beodo
de las mil gracias que los facen bellos.
   Sea, más bien, mi suerte el ignorallos,
ca non podo folgarme en mi tristeza.
Decidió mi señor el arrancallos
   e penar de esta suerte mi torpeza.
Yo guardián soy agora en su serrallo
sin poder disfrutar de la belleza.

UNO.-    (Corre al pie de la escalera, mira embobado hacia lo alto sin descubrir a nadie y, cuando DOS termina de recitar, se rasca el colodrillo, se voltea hacia el público y se vuelve a dirigir a éste.)  ¡He aquí un misterio más sumado al misterio primero! Iba yo a   —16→   decirles a ustedes, precisamente, en esta especie de conferencia improvisada, que para mí constituye un misterio la existencia de una escalera sin hombre, ya que un hombre sin una escalera puede hacer muchíiisimas cosas, pero una escalera sin hombre no puede hacer absolutamente nada, y, de pronto, esta escalera se pone a recitar.

DOS.-    (Desde la zona oscura de la escalera.)  Un soneto fecho al itálico modo, como los que hacía el Marqués de Santillana.

UNO.-    (Vuelve rápidamente al pie de la escalera y mira hacia arriba.)  ¿Cómo?

DOS.-   Que lo que acabo de recitar es un soneto fecho al itálico modo, como los que hacía el Marqués de Santillana en el siglo XV hace ahora más de quinientos años.

UNO.-   ¿Y para qué hace usted cosas tan difíciles, si lo que hoy se lleva es el rap?

DOS.-   Porque me gusta recitar.

UNO.-    (Dándose cuenta del absurdo.)  ¿Pero qué hago yo hablando con una escalera?

DOS.-   Aprender.

UNO.-    (Enojado.) ¿Aprender qué?

DOS.-    (Irónico.)  Aprender a recitar sonetos fechos al itálico modo.

UNO.-    (Impaciente.)  Escritos por el Marqués de Santillana

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DOS.-    (Contundente.) No. Escritos por mí.

UNO.-    (Cada vez más sorprendido.) ¿Por una escalera?

DOS.-   A sus órdenes, para lo que guste mandar. Io sono suo schiavo.

 

(UNO mira una y otra vez a lo alto de la escalera, da vueltas en torno a ella, trata de subir y cae al suelo. Después de tres o cuatro aparatosas caídas, vuelve a ponerse de pie, se alisa la ropa que lleva puesta, se ajusta la corbata y se arregla la flor que lleva prendida en el ojal de su americana. Se dirige de nuevo al público para continuar su conferencia.)

 

UNO.-   No le den demasiada importancia a lo que acaban de oír y continúen prestándome atención. Les decía... ¡Ah, bueno! Antes, voy a presentarme. A mí me hubiese gustado que alguien me presentara, que el intendente de Asunción, por ejemplo, o el presidente de la república se dirigieran a ustedes, previamente, para decir cuatro palabras sobre mi modesta persona. Algo así: «Tienen ante ustedes a una de las mentes más brillantes de la época, a un hombre que ha dedicado toda su vida a descubrir y explicar racionalmente los misterios más profundos de la naturaleza y de la vida, a alguien para quien la vida, la muerte, el amor o Dios son palabras que ya no encierran secreto alguno. Ante ustedes, señoras y señores, el azote de los poetas, el verdugo de los bululúes y los charlatanes, esos lamentables especímenes que aún quedan como restos de pasadas civilizaciones y que serán barridos de la faz de la tierra, como lo fueron antaño los dinosaurios, gracias a la fuerza de la razón y a la eficacia de la informática y del mercado global».

  —18→  

DOS.-   He ahí una palabra que me gusta: ¡bululú!

UNO.-    (Haciendo un gesto de desagrado y mirando hacia atrás, grita con furia.)  ¡No interrumpas, escalera!

DOS.-    (Imitando un parlamento siempre repetido en el programa El chavo del ocho.)  Bueno, pero no te enojes.

UNO.-   Eso me gusta. Se nota que la escalera también ve televisión.

DOS.-   Y que escribe sonetos.

UNO.-    (Dirigiéndose al público.)  Se trata, pues, de una escalera antigua. Debe de tener más de cincuenta años, probablemente. ¿A qué buena escalera fabricada con materiales modernos y rigurosos criterios de calidad del tipo ISO 9000, exigidos en la actualidad por el mercado global, se le ocurriría, les pregunto a ustedes, escribir sonetos? Sería absurdo.

DOS.-   ¡Y tan absurdo! Las escaleras modernas son analfabetas.

UNO.-   Analfabetas, sí, pero eficientes.

DOS.-   Y aburridas.

UNO.-   Aburridas, sí, pero eficientes.  (Retomando el hilo de su conferencia, se dirige al público.)  Las escaleras de hoy, señoras y señores, no escriben sonetos, pero responden a todas las normas de calidad requeridas por los más exigentes usuarios y compradores. ¿Se han preguntado ustedes alguna vez para qué necesita escribir sonetos una escalera? Aún más: ¿se han preguntado alguna vez ustedes para qué   —19→   necesitan los usuarios de las escaleras que éstas escriban sonetos? Aún más, y aquí extremo yo mi pregunta y pongo el dedo en la llaga, aunque me lo manche de pus: ¿se han preguntado ustedes para qué necesitamos que alguien  (mirando de reojo hacia la escalera)  o algo escriba sonetos? ¿Qué utilidad tienen los sonetos? ¿Para qué sirven? ¿Para qué sirve la poesía? ¿Para qué sirve el arte?

DOS.-   Para soñar.

UNO.-   ¡Soñar! He aquí una de las palabras que odio, una palabra que debe ser desterrada de nuestro vocabulario. ¡Soñar! Si el obrero sueña, no trabaja; si no trabaja, no podemos hacer dinero; si no hacemos dinero, si no hacemos dinero...

DOS.-   No se hace dinero.

UNO.-   ¡Eso! Si no se hace dinero, no se hace dinero.

DOS.-   Y el progreso se detiene.

UNO.-   ¡Eso! Y el progreso se detiene.  (De nuevo dirigiéndose al público.)  ¿Se imaginan ustedes lo que sería el mundo sin progreso?

DOS.-   Tal vez, más hermoso.

UNO.-   ¿Hermoso? ¡Absurdo!

DOS.-   No tan absurdo como un mundo sin sueños. Voy a recitar otro soneto.

UNO.-   ¡No! ¡Otro soneto, no!

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DOS.-   ¿Y por qué no?

UNO.-   Porque detienes el progreso.

DOS.-   No me importa.

UNO.-   Pues a mí, sí. Voy por un hacha.

DOS.-   ¿Para qué?

UNO.-   Para matarte, para hacerte añicos, astillas, trozos pequeñitos de madera con los que voy a preparar un asado estupendo esta noche con mis amigos. Para algo vas a servir, escalera del diablo.  (Dirigiéndose al público en un tono confidencial.)  Ustedes quédense aquí hasta que vuelva. No tardo.



Escena II

 

UNO, furioso, llevándose las manos a la cabeza y haciendo gestos de amenaza al cielo, hace mutis por el foro. Cuando UNO sale, DOS baja de la escalera y se dirige al público recitando otro soneto. Poco antes de que vuelva UNO, DOS logra esconderse detrás del ciclorama negro que rodea el escenario.

 
DOS

 (Bajando lentamente de la escalera, se dirige al público recitando con empaque y tono majestuoso.) 

   Recurriendo a Quevedo, yo te digo
que no veo el porqué de tanto enojo,
pues, aunque vives ciego y eres cojo,
no te acuso de tal, que eres mi amigo.
—21→
   Viéndote en esas trazas de mendigo,
comido por la sarna y por el piojo
y poniendo tu boca donde arrojo
el pan que ayer comí y que hoy maldigo,
   Siento pena de ti y no comprendo
dónde quieres llegar tan atorrante,
negándote a comer y maldiciendo
   de este, mi flojo arrojo, el colorante,
pues sin tregua ni espacio voy haciendo
lo que tú has de comer más adelante.

  Me presento. Yo soy la voz que clama en el desierto desde lo alto de una escalera. Los profetas no podemos casi nunca escoger los lugares desde los que debemos ejercer el ministerio que nos ha sido encomendado. De escoger los lugares se encargan otros  (con el dedo índice señala el techo.)  Tal vez la parte más alta de una escalera no sea el lugar más digno para un profeta, pero, si no recuerdo mal, hasta hubo un santo que vivió toda su vida sobre una columna. ¡Allá él! A mí estar sobre una escalera me cansa mucho. Por eso me he bajado. Por eso y para explicarles el sentido final del soneto que acabo de recitar. No, no crean que este soneto se refiere al petulante descubridor de misterios que quería engatusarlos con su estúpido discurso progresista. ¡Ni mucho menos! Cuando digo que pone su boca donde arrojo el pan que ayer comí y que hoy maldigo, no me refiero a él, aunque ustedes me imagino que así lo creyeron. Y es que ¡claro! ¿Qué es el dinero, al fin y al cabo? El flojo arrojo del poeta. El poeta maldice su flojo arrojo, pero el retrete, la letrina, el sumidero, insaciable, no se cansa de tragarlo. ¿Lo han entendido? «Poderoso caballero es don Dinero», escribió   —22→   Quevedo, y yo, en homenaje al gran poeta, acabo de escribir este soneto. Mejor me escondo, que parece que ya está regresando el impertinente descubridor y destructor de misterios. ¿Por qué odiará tanto los misterios este hombre? ¿Lo entienden ustedes?



Escena III

 

Se esconde DOS detrás del ciclorama negro. UNO regresa con la SEÑORA. UNO trae en la mano el mango de un hacha. Ambos, UNO y la SEÑORA, dan vueltas, pensativos, en torno a la escalera. UNO lanza gestos de amenaza hacia lo alto de la escalera con el palo que lleva en la mano.

 

SEÑORA.-   No hay nadie. No veo a nadie.

UNO.-   ¿No ves la escalera, acaso?

SEÑORA.-   Pero la escalera no es nadie, estúpido.

UNO.-   La escalera habla, discute, escribe sonetos.

SEÑORA.-   ¿Una escalera que escribe sonetos? Tú estás loco. A lo más que pueden aspirar las escaleras es a jugar fútbol. Como tienen unas piernas tan largas...

UNO.-   ¡Y me llamas a mí loco!

SEÑORA.-   Es la primera vez que te llamo loco. Siempre te he llamado estúpido, como te llamaba tu padre  (cargando de tonos tiernos sus palabras) : con mucho cariño.

  —23→  

UNO.-   No me recuerdes a mi padre, que nunca creyó en mi talento de descubridor de misterios.

SEÑORA.-   ¡Ah! Es cierto. Me había olvidado que ahora eres un hombre importante.

UNO.-   Reconocido en todo el mundo por mis aportes al progreso de la humanidad. No lo olvides nunca. ¿Sabes que quieren proponerme como candidato al Premio Nobel de la Paz?

SEÑORA.-   ¿Y a quién  (enfatizando)  o a quiénes se les ha ocurrido tan peregrina idea?

UNO.-   Nada menos que a los ilustres miembros de la ACPHE, la Academia de Ciencias Psicohistóricas y Empresariales.

SEÑORA.-   Hombres y mujeres con toda la barba, me imagino.

UNO.-   Pues te imaginas mal, mamá, que las mujeres no tienen barba.

SEÑORA.-   No creas, que más de una habrá entre ellas que se la afeite.

UNO.-   Eres una impertinente, mamá.

SEÑORA.-   Y tú, un tremendo estúpido, como decía tu padre, que no vivió para ver tantas novedades como has traído al mundo.

UNO.-   ¿A qué te refieres?

SEÑORA.-   A tus misterios. ¿A qué otra cosa puedo referirme?

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UNO.-   Ya sé que no te gusta mi profesión, pero ten en cuenta que yo soy el primero que la ejerce con verdadera conciencia de lo que hace, con lo que ahora se llama -y escucha bien- profesionalismo. Repito  (separando cada una de las sílabas) : pro-fe-sio-na-lis-mo.

SEÑORA.-   ¿Y a eso le llamas conciencia? ¿No te estarás confundiendo con la conciencia de marca, que dicen los publicitarios? Porque otra conciencia...

UNO.-    (Olvidándose momentáneamente de la SEÑORA y dirigiéndose al público.)  ¿Cómo le llamarían ustedes, queridos amigos, sino conciencia? Conciencia, ¡claro que sí! ¿No es, acaso, conciencia el luchar, como yo lucho, por desterrar la imaginación, el sueño y la fantasía de las mentes de los más débiles, dejándolos de este modo capacitados para recibir y procesar cuantas informaciones útiles y necesarias pasen a través del cable, de la vía satélite y de las autopistas del ciberespacio? Estamos inaugurando un tiempo nuevo con una nueva sociedad para un nuevo hombre que ya no debe mirar al pasado, ni adentrarse en misterios engañosos bajo cuyo influjo se ha venido torturando a lo largo de los últimos veinte mil años, por lo menos. ¿Qué es el amor, sino una simple reacción de elementos químicos en nuestro organismo? ¿Qué es la vida? Una simple sucesión de acontecimientos sin aparente relación entre sí, pero que pueden ser previstos gracias a los avances de la psicohistoria y de la cibernética, de la mercadotecnia y de la psicología aplicada a las tendencias del mercado.

SEÑORA.-   Pero hay cosas que no puedes prever y sobre las que no sabes absolutamente nada. ¿Cómo explicas, por ejemplo, que una escalera hable y componga sonetos?

  —25→  

UNO.-   Confieso que aún no he descubierto una explicación para todos los misterios. Me falta descubrir, ya que lo mencionas, el misterio de la escalera. Cuando lo descubra, lo destruiré.

DOS.-    (Desde el fondo del ciclorama.)  ¿Para qué, si a nadie molesta?

UNO.-    (Dirigiéndose a la SEÑORA con alarma.)  ¿Escuchaste? Es la voz de la escalera.

SEÑORA.-   No sé por qué imaginaba que las escaleras tendrían voz de mujer.

UNO.-   Porque la palabra escalera es del género femenino. ¡Qué desgracia! Si en vez de escalera fuese escalero, te habrías imaginado una voz de hombre.

SEÑORA.-   Tienes razón, parezco tonta.

UNO.-    (Corriendo hacia la escalera.)  ¡Ayúdame a subir!

SEÑORA.-    (Corriendo también hacia la escalera.)  Espera, no te vayas a caer.

UNO.-   Ponte debajo de mí y agáchate.

SEÑORA.-   Quítate primero los zapatos, que me vas a ensuciar el vestido.

UNO.-   No te preocupes, que cuando me den el Premio Nobel de la Paz te compraré otro.

SEÑORA.-   ¿Y por qué habrían de dártelo?

  —26→  

UNO.-    (Ahora, desde lo alto de la escalera, dirigiéndose al público. La voz sale con tono de discurso desde la oscuridad.)  ¿Por qué habrían de darme el Premio Nobel de la Paz?  (Ahora, con tono de encendida arenga política.)  ¿Por qué habrían de dármelo, se preguntan ustedes en silencio, tratando de adivinar las razones? Pues les diré. Habrán de darme el Premio Nobel de la Paz -y no duden que me lo darán- no por una, sino por miles y miles de razones. Déjenme, señoras y señores, que enumere unas cuantas.



Escena IV

 

Mientras UNO perora desde lo alto de la escalera y la SEÑORA permanece al pie de la misma, DOS sale de su escondite y va hacia el proscenio, donde, al final, se tumba con la intención de dormir. Mientras, echándose a dormir, DOS pronuncia su parlamento, se ilumina la parte alta de la escalera y se ve a UNO haciendo aspavientos con los brazos y sin que se escuche su voz.

 

DOS.-   Para mí que este hombre está loco. ¿A quién se le ocurre inventar la profesión de cazador de misterios? Es una estupidez tan grande como la de los cazafantasmas o la de los buscadores del arca perdida. ¡Allá él! Con su pan se lo coma. La que me da pena es su pobre madre. Parece una buena mujer. Muy buena mujer, diría yo. De primera. Mírenla al pie del cañón, al pie de la escalera quiero decir, cuidando que no le ocurra nada a su hijo, que sigue perorando en lo alto de la escalera como si estuviese en el púlpito de una iglesia o en una cátedra de cualquiera de esas universidades con nombres americanos que crecen como hongos en nuestra ciudad. Este panoli se cree sus propias mentiras. Se deja llevar por sus fantasías, él, que quiere desterrar la fantasía y la imaginación de   —27→   este mundo en nombre del ciberespacio, las hamburguesas con cebolla y el mercado global. ¡Vaya tontería! ¡Qué insensatez! Nos quiere dejar desnudos frente a nosotros mismos, frente a nuestra propia miseria de hombres pequeños y aterrorizados ante los misterios y las maravillas de la vida. ¿Hay algo que sea más grandioso y más humano que enfrentar esos misterios? ¡Qué cosa tan poco puesta en razón es ésta de querer hacer de la razón la razón última de todas las cosas! Disculpen el discurso que acabo de hacerles. No era mi intención. Mi verdadera intención es dormir, porque hace días que no duermo. He tenido mucho trabajo en la oficina y me he tenido que quedar hasta las tantas de la madrugada para terminarlo. Ahora voy a poder dormir, pese a que padezco de insomnio desde hace varios años. Aprovecharé el runrún del discurso de este estúpido, como le ha llamado su propia madre, para adormecerme. Que ustedes lo pasen bien. Disculpen. Buenas noches.

 

(Túmbase finalmente cuan largo es, cúbrese con una manta, recoge las piernas hasta adquirir la posición fetal del durmiente y cierra los ojos ante el público. El lugar en el que DOS se ha echado queda completamente a oscuras. Se ilumina, en cambio, el lugar en el que la SEÑORA se halla. La SEÑORA camina por el escenario, de un lado a otro, y la luz de arco sigue sus pasos. UNO sigue perorando, en silencio, en lo alto de la escalera. La SEÑORA se detiene, musita frases inaudibles e incomprensibles, vuelva a caminar y, por fin, se dirige al público como si deseara hacerle a éste una confesión.)

 

SEÑORA.-   Disculpen, disculpen. No sé qué hacer. Ni qué decir. ¿Qué puedo decir que no hayan pensado ustedes ya sobre mi pobre hijo? No siempre fue así. ¡Ni mucho menos! Cuando era niño...  (Con tono de nostalgia.)  Ah, cuando era niño. Era precioso. Y dulce. Cariñoso. ¡Amoroso! Se enredaba entre mis piernas y se subía a   —28→   mis faldas, y yo lo acariciaba como se acaricia un gatito. Tenía el pelo sedoso como un gato de Angora. Y largo, muy largo. Como era rubio como el oro, yo dejaba que su pelo creciera, porque me gustaba acariciárselo y peinárselo. Le hacía rulos. Parecía un querubín de iglesia. No dejaba que nadie lo tocara. Era mío y de nadie más, y hasta me enfadaba que su padre lo subiera sobre sus rodillas y jugara con él. No me gustaba. En las noches de invierno, yo iba a su habitación y lo arropaba sin despertarlo. Era una bendición verlo con los ojitos cerrados y la boquita entreabierta, bien dibujadita con sus labios gordezuelos y rojos como la grana. Ningún otro placer, ni el que ustedes están pensando, era superior al de ver a mi hijito en su camita con sus peluches y sus juguetes rodeándolo por todas partes. ¡Qué delicia! ¡Cuántas horas habré pasado, de pie, junto a su camita, contemplándolo arrobada! Después creció, se hizo mayor, comenzó a escribir poemas a sus enamoradas y a salir por la noche a hurtadillas, sin avisarnos. Yo vivía en vilo en aquella época, sin dormir, esperando que su padre no se diera cuenta de que el niño faltaba de su camita. Una noche llegó borracho, y yo le recriminé, le reté bien feo. No pude evitar gritarle. Su padre se despertó y le dio una soberana paliza. Desde entonces cambió, dejó de salir por las noches, abandonó a sus amigos y sus enamoradas, empezó a ser responsable, se hizo deportista, le entró la ambición de ser alguien y perdió para siempre la alegría de vivir. Fíjense que todas las mañanas se levantaba temprano, se ponía una ropa especial y unos championes y se ponía a trotar como un caballo alrededor de la casa. A veces, hasta se iba a Ñu Guazú a correr. Por la misma época le dio por la dieta macrobiótica, las pesas y las computadoras. Y ahí lo tienen. Ahora, por desgracia, es una persona importante, en buena forma, siempre bien informado y, sobre todo, muy triste. ¡Pobre hijo mío! ¡Tan importante y tan triste!  (Se apaga la luz sobre la SEÑORA,   —29→   y ésta vuelve a quedar, como al principio, al pie de la escalera. Sólo queda ahora la luz que ilumina a UNO, cuya voz comienza a escucharse.) 



Escena V

 

Desde lo alto de la escalera, todavía iluminada UNO continúa perorando.

 

UNO.-   Ya han visto ustedes, señoras y señores, que esta escalera no encierra misterio alguno que no pueda ser conocido y, en consecuencia, destruido. Al escalarla, yo acabo de descubrir y destruir su supuesto misterio. Es tan sólo una vieja escalera de madera barata, bastante tosca en su acabado, a la que, por un momento, tal vez a causa de una alucinación provocada por el exceso de trabajo o por causa de algún agente químico de origen todavía desconocido para la ciencia, yo he confundido con un ser vivo. Más aún, con un ser pensante. ¡Qué digo! ¿Pensante? ¡No! ¡Jamás pensante! Pero sí con alguien con una cierta capacidad para componer versos ñoños y tonterías semejantes. A un ser así yo no lo llamaría pensante, sino repugnante, puesto que repugna a la razón su sola existencia. ¿A qué se ha debido, preguntarán ustedes, señoras y señores, esta lamentable confusión? Les confieso en tono confuso que estoy confusamente confundido cuando pienso en la confusión a la que confusamente me estoy refiriendo. Entiéndanme. Hoy, los hombres disponemos de los maravillosos instrumentos que la ciencia y la tecnología nos proporcionan para desterrar de una vez para siempre el misterio y arrinconarlo en los cada vez más inútiles libros de historia o en las novelas insulsas y en los poemas escritos en el pasado. Hemos dado el gran salto hacia la civilización cibernética. El futuro es hoy, como ha dicho siempre uno de mis maestros, lo   —30→   que significa que también el tiempo ha perdido para nosotros el velo de misterio que lo hacía impenetrable.

SEÑORA.-   No sé bien lo que dice. No le entiendo nada, pero ¡qué bien habla mi hijito!

UNO.-   ¡Cállate, mamá! ¡No me interrumpas! ¿No te das cuentas que estoy dando una conferencia y que estos señores han venido a escucharme a mí y no a ti?

SEÑORA.-     (Imitando al Chavo del Ocho.)  Bueno, pero no te enojes.

UNO.-    (Sin hacerle caso.)  Decía que, gracias al libre mercado y a la globalización de las comunicaciones, no quedan ya más lugares oscuros en los que pueda refugiarse el genio maléfico que se nutría de los, hasta hace muy pocos años, grandes misterios de la vida y de la muerte. Los estamos desenmascarando. Estamos desenmascarando todos los misterios. Permítanme que peque, por una vez, de inmodesto, pues lo hago en aras de la verdad: los estoy desenmascarando yo. Ya nada es bello, porque la belleza no existe sino en la mente alucinada de los ignorantes que desconocen las relaciones matemáticas que dan sentido a lo que denominamos armonía. Y, como nada es bello, nada es tampoco bueno. Ni malo. La belleza, como la entendían nuestros ignorantes antepasados, ha desaparecido. Todo es, para nuestra suerte, sencillamente bonito, y lo podemos adquirir a cómodos plazos pagando con nuestra tarjeta de crédito en cualquiera de los shoppings que hacen sus ofertas por Internet.

DOS.-    (Incorporándose ligeramente y echándose de nuevo.)  Mentes alucinadas. No está mal.

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SEÑORA.-   Su padre decía que era tonto de remate.

UNO.-   ¿Y qué podemos decir de las ideas religiosas o políticas? Ya no hay ideologías, y, dentro de poco, ya no habrá religiones, puesto que tanto la religión como la política se fundan en el misterio y, una vez que hayamos acabado con los misterios, desaparecerán la política y la religión. Dios y el diablo desaparecerán de nuestras mentes. El bien y el mal dejarán paso a ideas más claras de utilidad y beneficio. Bueno será solamente lo útil y malo, lo inútil o perjudicial. ¿Quién, por ejemplo, va a rezar a Alá en una mezquita de Bagdad, si sobre él caen los misiles y su país no puede vender su petróleo en el mercado internacional? ¿Quién que no sea un loco va a preferir tener el consuelo de Alá mientras se muere de hambre a no tener consuelo alguno, pero con la barriga llena de buenos filetes y canapés de caviar? El mercado impondrá sus leyes y se acabarán, al fin, todos los males.

DOS.-   Casi me convence el botarate.

SEÑORA.-   Su padre decía que era tonto de remate.

UNO.-   Piensen. Piensen, señoras y señores. Piensen en sus hijos. Piensen, sobre todo, en ustedes mismos. ¿Qué beneficio obtienen ustedes de la contemplación de un cuadro de Velázquez, por poner un ejemplo, o de la audición de una sinfonía de Mozart?

SEÑORA.-    (Dirigiéndose a DOS.)  Por cierto, que este año se cumplen cuatrocientos años del nacimiento de Velázquez.

DOS.-   Tendríamos que celebrarlo.

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UNO.-   Cállense ustedes dos, que me interrumpen con sus tonterías. Bueno, les decía a ustedes, señoras y señores, que no se obtiene ningún beneficio de la contemplación de un cuadro de Velázquez o de la audición de una sinfonía de Beethoven.

DOS.-    (Dirigiéndose a la SEÑORA.)  ¿No había dicho antes Mozart?

SEÑORA.-   En efecto.  (Con tono de preocupación.)  Algo está fallando en su perfecta maquinaria mental.

UNO.-    (Sin hacer caso.)  ¿Qué ganan al leer la Odisea o emocionándose con algunos poemillas de Byron? Nada. Por el contrario, Byron, Mozart, Velázquez, Homero, Goethe, Cervantes o Shakespeare les roban un precioso tiempo que bien podrían dedicar a compras, diversiones, ecoturismo, vacaciones inteligentes o juego de bingo. Tal vez podríamos dejar el arte y la poesía y, si me fuerzan, hasta la religión y la política, como meros pasatiempos, como diversiones de un orden diferente al del bingo, por ejemplo, pero, en mi opinión, sería una decisión demasiado arriesgada. Si bien el juego también genera emociones, las emociones generadas por la religión, la literatura, la política o el arte son, a mi parecer, más enraizadas y profundas y, por lo tanto, también más difíciles de controlar mediante los mecanismos de los que dispone el mercado en la actualidad. Se impone, por lo tanto, su desarraigo.

DOS.-   ¿Y cómo?

SEÑORA.-   Eso, ¿cómo? ¿Qué vas a inventar ahora?

UNO.-   ¿Inventar? ¡Ya está inventado! ¡Véanme a mí!

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DOS.-   Nunca escuché hablar tantas sandeces a una sola escalera.

SEÑORA.-   Su padre decía que era tonto de remate.

UNO.-   Yo soy un hombre sin pasado, sin historia y sin emociones. Soy perfecto, porque me he hecho a mí mismo como he querido ser. Soy un producto del mercado tan bueno como el mejor big macarrone o el más sabroso combo de Pizza Yard. Con el tiempo, todos los hombres serán como yo.

DOS.-    (Abandonando su postura de sueño, se pone de pie y se acerca a la escalera.)  A ese fenómeno lo conocerán los historiadores del futuro como la multiplicación de los tontos. En vez de multiplicar los panes y los peces, este nuevo mesías multiplica a los tontos. ¡Vaya milagro!

SEÑORA.-   Su padre decía que era...

UNO.-    (Con tono de enfado, gritando.)  Sí, ya lo sé, ¡tonto de remate! Señora.  (Corrigiéndolo.)  No, de capirote.

DOS.-   Tonto, al fin, de lo que sea.

SEÑORA.-    (Dirigiéndose a DOS y acercándose a él.)  Usted, señor, creo que me entiende. Cuando él era muy niño, tenía unos ricitos rubios que le caían sobre los hombros como una cascada de oro.

DOS.-    (Pasándole el brazo derecho por el hombro.)  La entiendo, señora, la entiendo.

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UNO.-    (Enfadado.)  Pues a ver si me entienden también a mí, que soy el único que aquí dice cosas interesantes.  (Como reflexionando.)  A propósito, ¿en dónde iba?

DOS.-    (Gritándole desde el pie de la escalera.)  En la multiplicación de los panes y de los peces.

UNO.-    (Retomando el hilo de su discurso y dirigiéndose de nuevo al público.)  ¡Eso! Cuando al fin hayamos logrado desterrar de nuestras vidas el misterio, se multiplicarán los panes y los peces, por la tierra correrán ríos de leche y de miel y la vida de las rosas ya no será efímera, como cantan los poetas, sino eterna, como la imaginábamos cuando éramos niños.

DOS.-    (Empujando suavemente a la SEÑORA.)  Mejor nos vamos, señora, que su hijo va a terminar componiendo sonetos sobre la escalera.

SEÑORA.-   No, esperemos un poco más.  (Con gesto arrobado.)  ¡Habla tan bien!

DOS.-    (Empujándola ligeramente.)  Sí, como un libro abierto.

UNO.-    (Sin advertir que DOS y la SEÑORA se están yendo, aunque estos nunca acaban de salir del escenario y se quedan en un extremo, esperando que UNO termine de hablar.)  El mercado ordenará el mundo, y todo será mejor, mucho mejor.

SEÑORA.-   Serán mejores las sandías.

DOS.-   Producidas con técnicas de bioagricultura molecular.

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UNO.-   Y los tomates.

SEÑORA.-   Transgénicos, cuadrados y de distintos tamaños, para que quepan más en una caja y ganen más dinero los comerciantes.

UNO.-   Veo que me entiendes, mamá. Comienzo a quererte.

SEÑORA.-    (Con tono compungido.)  ¿Es que no me querías hasta ahora?

UNO.-   El amor no es lo que tú te imaginas. ¿Qué entiendes tú por amor? ¿Qué entienden ustedes por amor? El amor es una simple atracción física de dos elementos semejantes, dos elementos afines que se descubren entre sí.

SEÑORA.-   Como tu padre y yo.

UNO.-   Puede ser. Continúo con mi conferencia, señoras y señores. Les decía que, cuando hayamos desterrado todos los misterios, cosas como éstas ya no existirán. O existirán de un modo diferente y mejor. El amor de las mujeres, por ejemplo. ¿Qué puedo decir del amor de las mujeres, de su belleza y de sus encantos? ¿Qué diré, en fin, del misterioso embeleso, de la emoción que habrá de embargarnos, dejando en suspenso nuestros sentidos, cuando contemplemos los celestiales ojos de la amada? ¿Qué poeta podrá cantar entonces semejantes emociones sin sufrir las consecuencias de las airadas saetas del revoltoso hijo de la divina Afrodita, la calipigia de los blancos senos?

DOS.-    (Sorprendido.)  ¿De qué habla éste? Parece que se está volviendo loco.

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SEÑORA.-    (Con nostalgia.)  Como cuando era jovencito y volvía tarde en las noches. Le cuento, querido amigo, que en una ocasión...

UNO.-    (Gritando.)  ¡El amor! ¡El amor! ¡El amor! El amor existirá -¡claro que existirá!- en la sociedad perfecta que el mercado cree y ordene en beneficio de todos nosotros. La utopía sin amor es un disparate, un absurdo, un sinsentido.

DOS.-    (Asustado.)  ¡Vámonos, antes de que sea demasiado tarde!

SEÑORA.-    (Sin moverse.)  Pobre hijo mío, cada vez más tonto.

UNO.-   Yo mismo siento que la emoción me embarga, cuando contemplo, desde lo alto de esta escalera, la mirada soñadora de aquella joven de oscuros y rizados cabellos que, sobre la tercera fila del patio de butacas, se sienta junto a un señor de traje azul y corbata estampada que, de reojo, la observa sin perder detalle de cada uno de sus gestos y morisquetas. ¡Qué hermosa joven! ¡Qué ojos! Y, desde aquí arriba, al borde mismo del cielo y, sin embargo, tan cerca del abismo, siento que un escalofrío me recorre la espalda y que mis manos sudan, que algo golpea mis sienes con fuerza inusitada. ¡Ay de mí! No me sostienen las fuerzas y se me doblan las piernas al contemplarla, lejana e inconquistable, amurallada tras un gesto de indiferencia extrema frente a cuanto le rodea. ¿Qué será de mí, si no me ilumina su sonrisa?

DOS.-    (Alarmado.)  Lo que decía: se ha vuelto loco. Corramos a bajarlo del pedestal. Esa escalera tiene un maleficio.

SEÑORA.-    (Tranquilizándolo.)  Loco, no; simplemente, se ha vuelto más tonto de lo que era.

  —37→  

DOS.-   ¿No se caerá?

SEÑORA.-   Es probable. Aquí estaremos para salvarlo.

UNO.-    (En pleno delirio.) Quiero morir de amor.  (Se cae de la escalera.) 

 

(DOS y la SEÑORA corren a socorrerlo. DOS le toma el pulso, le pone el oído en el pecho y hace todos los gestos que suelen hacer quienes quieren comprobar si un herido continúa vivo o no. Descubre que ha muerto y hace el correspondiente gesto con el dedo índice de la mano derecha pasándoselo por el cuello. La SEÑORA se pone a llorar.)

 

DOS.-    (Poniendo voz de circunstancias. ¡Kaput! Mortus est quia non pataleat.)  ¡Vaya golpe! Se ha quedado sin resuello.

SEÑORA.-    (Gritando y llevándose las manos a la cabeza.)  ¡Pobre hijo mío! ¡Cuánto me ha hecho sufrir en esta vida! ¡Ay de mí, hijo mío! ¡Ay de mí!

DOS.-    (Compungido.)  El descubridor y destructor de los mayores misterios de la vida ha muerto sin haber podido descubrir el misterio de la muerte. A los verdaderos genios siempre les llega la gloria después de muertos.

SEÑORA.-    (Llorando.)  ¡Ay de mí, hijo querido! ¡Qué tonto eras! ¿Qué voy a hacer ahora sin ti? ¿Cómo podré consolarme?

DOS.-    (Abrazándola.)  No se preocupe, señora, que yo escribiré para usted mis mejores sonetos y letrillas.

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SEÑORA.-   Gracias, señor, muchísimas gracias. Nos tenemos el uno al otro. ¿Qué más podemos pedir?

DOS.-   Un plato de perdices, como en los cuentos.

 

(DOS y la SEÑORA empiezan a bailar y a cantar siguiendo el compás de la canción popular que dice:)

 
   Ya se murió el burro
que acarreaba la vinagre,
ya se lo llevó Dios
de esta vida miserable.
   Que tururururú,
que tururururú,
que tururururú,
que la culpa la tienes tú.

 

(De pronto, el muerto resucita, y los tres, UNO, DOS y SEÑORA, se ponen a cantar y a bailar al son de la canción:)

 
   Todos los vecinos
fueron al entierro
y el tío Perico
llevaba el cencerro.
   Que tururururú,
que tururururú,
que tururururú,
que la culpa la tienes tú.

  —39→  
 

(Los tres se adelantan hasta el proscenio y comienzan a recitar:)

 
UNO
   Ha sido una farsa
la que ustedes vieron,

DOS
   Una farsa antigua
con aire moderno.

SEÑORA
   Pedimos disculpas
si les ofendieron,

UNO
   Las palabras huecas,
los gestos obscenos

DOS
   Y las necedades
del matamisterios.

SEÑORA
   Que no es un mal chico.
Sólo es un zopenco.

  —40→  
UNO
   Si les ha gustado
lo que hemos hecho,

DOS
   Les rogamos que hagan
que vengan sus suegros

SEÑORA
   Para que nos vean
y aprendan el cuento.

LOS TRES .-    (Al mismo tiempo. Cantando en gregoriano.) Amén.





 
 
FIN DE EL MISTERIO DE LA ESCALERA.
 
 

 
 
¡SANSEACABÓ!
 
 


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