Escena
I
|
|
TÍA ROSA,
BRAULIA y CONSUELO. Al levantarse el
telón TÍA
ROSA entra en escena con una alcuza en la mano;
detrás, BRAULIA y
CONSUELO.
|
TÍA
ROSA.- ¿Vienen ustedes a beber agua de la
fuente milagrosa? (Señalando la
cascada.)
|
CONSUELO.- Y al mismo tiempo a ver qué
ocurre por aquí.
|
BRAULIA.- (Que trae una botella en
la mano.) Decían ayer que ya había
recibido Ramón los documentos que le hacen dueño de
la ermita y todos sus alrededores.
|
TÍA
ROSA.- ¡Qué escándalo para la
cristiandad, que se apoderen los herejes de este santuario!
|
BRAULIA.- ¡La patrona del concejo!
|
TÍA
ROSA.- La que presta a estas aguas sus virtudes.
|
BRAULIA.- Yo no sé en qué piensan
los reverendos que no han puesto en juego su influencia para evitar
el despojo.
|
TÍA
ROSA.- ¿Hablaron ustedes con el Padre Juan?
|
CONSUELO.- Yo hablé.
|
TÍA
ROSA.- Y, ¿qué dijo, qué
dijo?
|
CONSUELO.- Nada; que tuviéramos
resignación cristiana, que respetáramos los designios
de Dios, que a veces consiente estas cosas para probarnos...
|
TÍA
ROSA.- ¡Sí: lo que yo digo! ¡Si ese
hombre es un santo!
|
BRAULIA.- Lo mismo me aconsejó a
mí.
|
TÍA
ROSA.- (Volviéndose hacia la
ermita.) ¡Y pensar que no he de volver a
encender esa lámpara, ni a recoger las panojas que ofrecen
los devotos! ¡Vamos, si esto es para volverse una loca!
|
BRAULIA.- No hagas pucheros, Rosa;
todavía no se sabe de cierto la noticia, y en todo caso,
según lo alborotado que anda el concejo, me parece que no se
atreverán por ahora a cometer el sacrilegio, y para cuando
se atrevan, ya estaremos bien preparados.
|
CONSUELO.- No conoce usted a Ramón;
está acostumbrado a no ceder nunca.
|
BRAULIA.- Claro; con esa malditísima
educación que tuvo...
|
CONSUELO.- (A ROSA.) ¿Va usted
a echar aceite a la lámpara?
|
TÍA
ROSA.- Sí, hija; ya sabes que soy santera desde
tiempo inmemorial.
|
CONSUELO.- (Recorriendo la escena,
ínterin ROSA abre
la puerta de la ermita y figura que atiza la lámpara y
recoge las panojas.) Pues, hasta ahora, por
aquí no hay síntomas de derribo.
|
BRAULIA.- (Dirigiéndose al
manantial, donde figura que llena la botella.) Voy a
llenar esta botella; mañana ya mandaré por buena
provisión de agua, que en cuanto quiten la ermita,
adiós sus virtudes.
|
Escena
II
|
|
BRAULIA,
CONSUELO, TÍA ROSA y GUARDA.
|
CONSUELO.- (Al ver el GUARDA.) ¡El
guarda de El Espinoso! ¿Qué traerá por
aquí? (Alto.) Buenas tardes;
¿a dónde se va?
|
GUARDA.- (Mostrando un pliego en
forma de oficio que trae en la mano.) Voy a llevar
esto al cura párroco y como por aquí es atajo desde
El Espinoso a Samiego...
|
BRAULIA.- ¿Y sabes lo que dice el
pliego?
|
GUARDA.- Saberlo, no; pero, presumirlo,
sí.
|
CONSUELO.- ¿Y qué presumes?
|
GUARDA.- Que es una comunicación para que
mañana a primera hora vengan de la iglesia a recoger la
imagen de esa capilla.
|
BRAULIA.- ¡Mañana!
|
GUARDA.- Sí, mañana; según
parece, les urge derribarla y cercar el terreno; el cura ya debe
tener las órdenes directas de Oviedo.
|
TÍA
ROSA.- (Saliendo de la
capilla.) ¿Qué pasa?
¿Qué pasa?
|
CONSUELO.- Nada; que esta tarde es la
última que atiza usted esa lámpara.
|
TÍA
ROSA.-
(Persignándose.)
¡Jesús, María, José!
|
GUARDA.- Vaya, que no puedo detenerme; con Dios.
(Se va por la izquierda.)
|
TÍA
ROSA.- ¿Conque está decretado? ¡Ni
siquiera nos dejan quieta a nuestra patrona!
|
BRAULIA.- ¿Y no ha de hacerse nada para
defenderla, para demostrar siquiera nuestro sentimiento?
|
CONSUELO.- No tenga usted cuidado; Diego y los
mozos están en ello.
|
TÍA
ROSA.- Pero, y de la boda de Isabel, ¿en
qué quedó?
|
CONSUELO.- Pues, en nada; mucho ruido y pocas
nueces.
|
BRAULIA.- Isabel amansó a Pedro.
|
TÍA
ROSA.- ¡Padrazo!
|
CONSUELO.- Lo que dice el Padre Juan: -«No
es lo malo de los herejes el que lo sean, sino que nada queda sano
a su alrededor.»-
|
BRAULIA.- Ya ves tú: un noble y un
cristiano como Pedro, consentir en tal boda con un expósito
endemoniado.
|
TÍA
ROSA.- Pero al fin, ¿se quedó en que era
expósito?
|
CONSUELO.- Poco menos; hijo adoptivo es una
legitimidad a medias, y luego, adopción de viuda.
|
TÍA
ROSA.- Pues hace quince días, cuando aquel
tumulto de la romería, yo vi el negocio malo.
|
BRAULIA.- ¡Vaya! Gracias a que
llegó el Padre Juan a predicar el sermón, que si
no... ¡Dios sabe!
|
TÍA
ROSA.- ¡Y qué sermón!
¿Oyeron ustedes bien aquello de... «¡Dios lo
perdona todo menos la impiedad! Es más fácil entrar
en el cielo con un delito que con una falta de fe!... »
-¡Si aquello era un pico de oro!
|
CONSUELO.- Es un hombre que llega siempre al
corazón.
|
BRAULIA.- Sabe ofrecernos el camino de la gloria
como una seda.
|
TÍA
ROSA.- ¡Me parece que le estoy viendo, con su
figura tan venerable y tan seria!
|
CONSUELO.- ¡Es mucho fraile!
|
BRAULIA.- ¡Dios nos le conserve por muchos
años!
|
TÍA
ROSA.- ¡Amén!
|
CONSUELO.- Conque ¿se viene usted,
Rosa?
|
TÍA
ROSA.- Tengo que ir a la otra ermita.
|
CONSUELO.- (A BRAULIA.) Pues vamos
nosotras... (Se van por la
izquierda.)
|
Escena
III
|
|
DIEGO,
TÍA ROSA.
DIEGO, durante los
últimos diálogos de la escena anterior, aparece por
lo alto de la montaña, llegando a escena en el momento de
terminar ROSA su
monólogo. DIEGO
trae escopeta al hombro y cinto de cartuchos, con un cuchillo de
monte.
|
TÍA
ROSA.- (Delante de la
ermita.) ¡Ay, Santa bendita de mis
entrañas! ¡Dios haga un milagro en favor tuyo!
¡Ojalá queden muertos esos impíos, antes de que
toquen una sola piedra de tu ermita!
|
DIEGO.- ¿Estamos de oración,
Tía Rosa?
|
TÍA
ROSA.- ¡Hola, hijo mío! ¿Vas de
caza?
|
DIEGO.- Vengo de ella; hay una jabalina en las
laderas colindantes con el maizal de Braulia, que está
haciendo muchos destrozos, y me dijo Consuelo que a ver si la
mataba.
|
TÍA
ROSA.- Encargo de novia y... de algo más...
|
DIEGO.- ¡Tía Rosa!
|
TÍA
ROSA.- ¡Vaya, tonto! ¿No ves que soy
vecina de ella y atisbo?
|
DIEGO.- ¿Y aunque así sea?
|
TÍA
ROSA.- Sí, sí, ¡a mí
qué! ¡Pues claro! ¡Allá vosotros! Eso,
después de todo, nada tiene de extraño... Ahora mismo
se van de aquí...
|
DIEGO.- ¿Irán lejos?
|
TÍA
ROSA.- Un poco detrás del guarda de El
Espinoso, ¿no sabes? Lleva la orden al cura para que vengan
a recoger a Santa Rita
|
DIEGO.- Sí, ya lo sé todo: vengo
también del convento, de hablar con el Padre Juan; lo
sabemos todo, menos el día en que se hará el
derribo.
|
TÍA
ROSA.- Pues por allá abajo va el guarda;
¡si pudieras averiguar!...
|
DIEGO.- Antes de dos horas sabremos lo que haya;
tenemos muy bien organizada la vigilancia; voy a alcanzar a
Consuelo, para darle noticias frescas.
|
TÍA
ROSA.- Anda, hijo, y que Santa Rita te
acompañe; ¡si hubiera en el mundo muchos como
tú!...
|
DIEGO.- ¿Y usted, no viene?
|
TÍA
ROSA.- Voy a la ermita de la Cruz, y está
más cerca por la montaña; de paso echaré un
vistazo al Padre Juan.
|
DIEGO.- Hasta luego. (Se va por
donde BRAULIA y
CONSUELO.)
|
TÍA
ROSA.- (Comienza a subir por la vereda
de la montaña, conforme va andando.) Por
aquí está muy cerca el convento.
|
Escena
IV
|
|
RAMÓN,
ISABEL y DIONISIA.
|
RAMÓN.- (Sale por la
derecha, a punto que ISABEL entra por la izquierda. Se dan
las manos.) ¡Isabel, tú
aquí!
|
ISABEL.- Iba a El Espinoso, tenemos que
hablar.
|
RAMÓN.- ¿Con mi madre
también?
|
ISABEL.- Contigo, sobre todo.
(ISABEL se
vuelve a DIONISIA, que
llevará una toquilla al brazo.) Dionisia,
espérame por ahí; te llamaré si te
necesito.
|
DIONISIA.- Está bien. (Se
retira al fondo de la escena; la actriz que haga este personaje
cuidará de aparecer y desaparecer de la escena, con la
naturalidad de una criada que espera a que la llame su ama; lo
primero que hará es arrodillarse delante de la ermita y
estar algunos segundos, como si rezara un rato.)
|
RAMÓN.- Pues habla.
|
ISABEL.- Ramón del alma; desiste de tus
proyectos; huyamos de aquí.
|
RAMÓN.- Isabel, amada mía,
tranquilízate, desecha esos temores que te alteran.
|
ISABEL.- ¡Ah! no son temores; es nuestra
felicidad que se va hundiendo en abismos de dolor; mi padre ha
dicho su última palabra.
|
RAMÓN.- Y bien.
|
ISABEL.- Transige con la boda, aunque sin
presenciarla, ni dar su consentimiento legal, porque dice que,
siquiera en la forma, quiere protestar; pero no nos
rechazará después de casados; será nuestro
cariñoso padre.
|
RAMÓN.- ¿Pues entonces?
|
ISABEL.- Impone dos condiciones únicas,
mas imperdonables.
|
RAMÓN.- ¿Cuáles?
|
ISABEL.- Que nuestro casamiento sea religioso y
que desistas de tus proyectos respecto a esta ermita; ¡los
cree sacrílegos!
|
RAMÓN.- Condiciones imposibles de
cumplir...
|
ISABEL.- ¡¡Ramón!!...
|
RAMÓN.- ¡Isabel, alma de mis
amores! ¿No me conoces? ¿No has nutrido tu
corazón y tu inteligencia, con las palpitaciones de mi
inteligencia y de mi corazón?
|
ISABEL.- Sí, sí, ¡mi alma es
toda tuya!
|
RAMÓN.- Pues entonces,
¿cómo imaginaste que aceptara esas condiciones?
|
ISABEL.- Pero, ¿y nuestra dicha?
¿Y nuestra paz?
|
RAMÓN.- Si me amas, estará donde
ambos estemos.
|
ISABEL.- ¿Y mi padre? ¡Y su vejez
amargada por mi rebeldía! ¿Cómo dejarle a
él, tan bueno, y tan cariñoso para mí?
¿Cómo arrancar de mi frente el recuerdo de su triste
vida? ¡Allí, en su palacio metido, llorando la
ingratitud de su hija! ¿Puede haber paz donde hay
remordimiento?
|
RAMÓN.- (Con gran
amargura.) ¿Y cómo, Isabel mía,
quieres que fundemos nuestra dicha sobre las ruinas de nuestra
conciencia? ¿No ilumina nuestro amor un ideal generoso,
lleno de redenciones y de libertad?
|
ISABEL.- Sí, Ramón; para
fortalecerle con nuestro ejemplo, pensábamos unirnos.
|
RAMÓN.- ¿Pues cómo aceptar
esas dos condiciones que son la primera señal de
apostasía a tan alto ideal?
|
ISABEL.- ¡Ay de mí! ¡voy a
volverme loca! (Se tapa la cara con las
manos.)
|
RAMÓN.- (Con sumo
cariño.) Reflexiona, Isabel, ten serenidad;
piensa en calma; que supere tu razón a la pasión.
|
ISABEL.- ¡Pasión y razón!
¡Incompatibles términos del problema de la vida!...
¡Oh, yo lo que sé es que sufro mucho! Mis noches son
horribles: cuando el insomnio se cansa de martirizarme, viene la
pesadilla con sus garras de acero a clavarse en mi frente...
(Relatando su sueño con algún
extravío y vehemencia.) Te veo huir de
mí empujado por un torbellino que arrastra en espirales sin
fin; sátiros y brujas con trajes aldeanos; momias
petrificadas envueltas en hábitos de fraile; esqueletos
ardientes con el sambenito inquisitorial sobre sus huesos; leprosos
repugnantes prendidos con albos cendales; ángeles hechiceros
con las plantas llenas de fango; murciélagos con cetros de
reyes y mitras de obispo; arpías con aureola de santas...
Nube de vestiglos que te cercan con algarada ensordecedora,
consiguiendo hacerte rodar en un abismo lleno de sombras
|
RAMÓN.- Delirios de la fiebre. ¡Tu
mano arde! (Le toma la mano.)
¡Oh! ¡y no poder comunicarte la serenidad de mi
espíritu! Pobre y desgraciada niña, ¿por
qué no confías en mí?
|
ISABEL.- ¡Y mi padre!
|
RAMÓN.- ¿Pero imaginas que yo
había de arrancarte de su lado? Casémonos por la ley
y bajo su amparo; después, el tiempo hará lo
demás.
|
ISABEL.- No; mi padre concede mucho para no
exigir que le concedamos algo; no cederá; ¡lo
conozco!
|
RAMÓN.- Calma, por Dios;
¿qué será de mí si llegan a conmoverme
tus femeninos dolores? ¿No concibes mi desesperación?
¿crees, acaso, que porque las lágrimas no surcan mi
rostro, no hierve un incendio de emociones bajo mi cráneo?
¡Oh, Isabel! ¡Los dolores del hombre son como las
tormentas de los grandes mares: tardan mucho en llegar a las
orillas!
|
ISABEL.- (Con arranque de
pasión.) Ramón mío,
perdóname. Sí, sí; debes sufrir aún
más que yo; eres el árbitro de nuestro destino,
¡qué lucha habrá en ti! Por un lado toda la fe
de tu existencia, todo el fin social de tu vida, por otro...
|
RAMÓN.- Tus lágrimas, tu
corazón palpitante de amor y estrujado por mis propias
manos.
|
ISABEL.- ¡Ah! Ramón, ánimo;
no luches, no vaciles, no cedas... mi dicha, mis remordimientos, mi
vida... toda yo, ¿qué soy ante la
representación humana que llevas en tu frente? ¡Haz lo
que debas! ¡Siempre me tendrás a tu lado!
|
RAMÓN.- ¡Así, así
llevas a mi espíritu el rayo de luz de un mundo perfecto!
¡Quisiera Dios que mi madre comprendiera de tal modo la
situación!
|
ISABEL.- Tu madre...
|
RAMÓN.- No razona sino con el sentimiento
que se desborda en ella, anegándolo todo; dijérase
que no es mi madre adoptiva, sino mi verdadera madre.
|
ISABEL.- (Con
resolución.) Yo la convenceré.
|
RAMÓN.- Ímprobo trabajo.
|
ISABEL.- Vamos a El Espinoso.
|
RAMÓN.- Yo no puedo moverme de
aquí; espero a Suárez, el arquitecto.
|
ISABEL.- (Mirando a todos
lados.) ¡Ah!... yo iré; necesitas un
muro de corazones fieles que te defiendan de ti mismo.
|
RAMÓN.- ¡Ángel de mi
vida!
|
ISABEL.- Ramón, cuando contempla mi alma
la grandeza de la tuya, me avergüenzo de mi dolor.
|
RAMÓN.- Eres el iris que ilumina mi
voluntad con destellos de esperanza.
|
ISABEL.- Que mis lágrimas queden
evaporadas ante tu corazón, como el rocío ante los
rayos del sol.
|
RAMÓN.- (La
abraza.) ¡Isabel!
|
ISABEL.- (Antes de
salir.) Voy a ver a tu madre. ¡Adiós!
(Se va por la derecha, haciendo seña a
DIONISIA, que la
sigue.)
|
Escena
V
|
|
RAMÓN,
después SUÁREZ el
arquitecto.
|
RAMÓN.- (Como vencido por
el dolor, se sienta en el banco que habrá delante de la
ermita. -Antes de sentarse, viendo por donde se fue ISABEL.)
¡Cómo corre! ¡Isabel del alma!. ¡Destino
cruel! (Se sienta.) ¡Qué
círculo de dolores se extiende en torno mío!...
¡El porvenir!... ¡La vida!... Los grandes ideales por
la humanidad y por sus días futuros, ¿serán
incompatibles con nuestra misión de mortales?... ¡Oh,
duda horrible!... ¿Cuál es mi deber?... ¡Mi
cerebro estalla! ¡Me hicieron dudar de mí!...
¡Impíos!... ¿Ellos o mis pasiones?...
¿Es que mi corazón comienza a dejarse llevar del
egoísmo, o es que esos miserables tienen más
razón que yo?... Entre ellos están mi madre, Isabel,
Luis... todo lo que amo; ellos, tan buenos, quieren lo mismo.
¡Que diga creo, sin creer!... ¡Que respete, sin sentir
el respeto!... ¡Que aumente el núcleo de la
degeneración, llevando el átomo de mi degenerada
personalidad!... (Se levanta
vivamente.) ¡Oh, madre Naturaleza!
¡Préstame fuerzas! ¡Vive en mí,
según te plugo hacerme!... Loco o héroe, que sea fiel
hasta morir a la órbita que me trazaste.
|
SUÁREZ.- (Entrando por la
izquierda.) ¡Señor Monforte!
|
RAMÓN.- Llámeme usted Noriega; ya
sabe usted que no tengo otro apellido... ¿Ha mandado traer
el andamiaje?
|
SUÁREZ.- Sí, señor.
(Durante esta escena entran dos obreros con tablones
de andamiaje, que van colocando apilados a alguna distancia de la
ermita, en segundo término.)
|
RAMÓN.- Ermita y terrenos adyacentes,
todo, es ya mío, mañana el cura párroco
vendrá a incautarse de la imagen.
|
SUÁREZ.- ¿Y quiere usted que en
seguida comience el derribo?
|
RAMÓN.- El primer piquetazo quiero que
suene en cuanto saquen la imagen.
|
SUÁREZ.- Pues las herramientas
aquí están, pero hay una dificultad.
(DIEGO
aparece en el fondo, y se oculta entre los peñascos oyendo
esta escena, y marchándose por la izquierda detrás de
SUÁREZ; que el
público se entere de esta entrada y
salida.)
|
RAMÓN.- ¿Cuál?
|
SUÁREZ.- No hay trabajadores que quieran
encargarse del derribo; ya sabe usted qué fanatismo tienen
por esa ermita, en donde creen que se apareció la santa.
|
RAMÓN.- Doble usted los jornales...
|
SUÁREZ.- Los he triplicado; para
mí hay manos ocultas en el asunto.
|
RAMÓN.- ¿Y qué hizo
usted?
|
SUÁREZ.- He mandado venir obreros de
Gijón; allí son avanzados.
|
RAMÓN.- Pero tardarán en llegar lo
menos tres días, ¡un siglo para mi impaciencia!
|
SUÁREZ.- No habrá otro
remedio.
|
RAMÓN.- E ínterin, ese monumento
en pie, probando nuestra impotencia y estimulando su impudicia.
|
SUÁREZ.- ¡Don Ramón!
|
RAMÓN.- ¿Cuánto tiempo
calcula usted que se tardará en derribar eso?
|
SUÁREZ.- Con tres hombres, en un
día. (Después de echar una ojeada a la
ermita.)
|
RAMÓN.- ¿Usted está
resuelto a complacerme en todo?
|
SUÁREZ.- Ideas y gratitud me unen a
usted.
|
RAMÓN.- Pues bien; mañana, usted,
don Luis y yo, derribaremos la ermita.
|
SUÁREZ.- ¡Nosotros mismos!
|
RAMÓN.- Es poco trabajo, con eso les
probaremos que alma y cuerpo van acordes.
|
SUÁREZ.- Yo contaba con que
tendríamos que defender a los trabajadores forasteros,
porque todo el concejo está en efervescencia; pero siendo
nosotros mismos, no respondo de lo que pase.
|
RAMÓN.- Nos defenderemos.
|
SUÁREZ.- Secundaré sus
propósitos, pero hay otra dificultad.
|
RAMÓN.- Veamos.
|
SUÁREZ.- Para hacer el derribo
mañana, habría que poner esta tarde dos escaleras y
unos tablones para quitar la campana; poca cosa; tampoco hay quien
los ponga.
|
RAMÓN.- También lo haremos
nosotros. ¿Qué hora es?
|
SUÁREZ.- (Sacan a la vez
los relojes.) Las cuatro.
|
RAMÓN.- Pronto anochecerá; cuando
cierre la noche, venga usted y dejaremos puestas las escaleras.
|
SUÁREZ.- ¡Raro espectáculo!
¡Quiera Dios que no se convierta en tragedia!
|
RAMÓN.- Tendré calma, pero si se
empeñan, habrá lucha; a veces, también morir
es vencer.
|
SUÁREZ.- Convenido; hasta la noche.
|
RAMÓN.- Traiga usted hachas de
viento...
|
SUÁREZ.- No hacen falta; basta con esa
luz.
|
RAMÓN.- Con eso alumbrará su
propia muerte. (Al arquitecto. El arquitecto se va
por la izquierda.)
|
Escena
VI
|
|
RAMÓN,
ISABEL, DOÑA MARÍA y
LUIS, por la
derecha.
|
ISABEL.- Ramón, hemos llorado juntas y
aquí estamos, trayendo una solución.
|
MARÍA.- ¡Hijo mío! ¡No
niegues a tu madre este supremo favor que va a pedirte!
|
LUIS.- La prudencia, Ramón, es compatible
con todos los ideales; lo que te van a pedir es sólo
prudencia.
|
RAMÓN.- A veces, la debilidad entra en el
alma del brazo de la prudencia.
|
LUIS.- Ya verás; es de razón lo
que piden.
|
RAMÓN.- Habla, madre.
|
MARÍA.- Desiste... temporalmente, nada
más que temporalmente, de tus proyectos.
|
ISABEL.- Yo te esperaré,
guardándote mi amor.
|
MARÍA.- Un año sólo.
|
ISABEL.- Mi cariño y mi inteligencia
sabrán convencer ami padre...
|
MARÍA.- Nos ausentaremos por unos meses
de la aldea, y, al volver, estarán calmadas las
pasiones.
|
ISABEL.- Tus proyectos, todos ellos,
podrán seguir ejecutándose...
|
ISABEL.- La transición será suave:
primero se cierra la ermita, después se derriba.
|
LUIS.- Ínterin, acaso yo, de quien tanto
te burlas, pueda hallar un medio para amansar a los frailes
|
MARÍA.- Sí; es posible que cambie
el porvenir.
|
ISABEL.- Un año sólo; un
año y seremos felices.
|
RAMÓN.- Madre, Isabel, Luis: creed en
mí. Al año estaremos igual que ahora; las concesiones
hechas a la ignorancia, al fanatismo y a la crueldad, lejos de
matar sus fueros, los aviva.
|
LUIS.- ¡Siempre viéndolo todo desde
el punto doctrinario!
|
MARÍA.- ¡Siempre sobre el nivel de
nuestra vida!
|
RAMÓN.- Si el alma del hombre no tendiera
a levantarse, ¿cómo hubiéramos pasado desde la
edad de piedra a la moderna edad?
|
ISABEL.- Detenerse, no es renunciar al
avance.
|
RAMÓN.- Toda parada, es, en la vida, un
retroceso: yo no quiero ser de los últimos, ni de los de
enmedio; quiero ser de los primeros...
|
LUIS.- Pero es que acaso vas a la muerte... y
entonces...
|
RAMÓN.- ¿Averiguaste si el morir
no es avanzar?
|
LUIS.- Si no te conociera, dijese que
estás demente.
|
ISABEL.- ¡Oh, no! ¡Ramón es
un héroe!
|
RAMÓN.- ¡Heroísmos y
demencias!¡He ahí los polos de nuestra vida
humana!
|
LUIS.- No veo la necesidad de acudir a los
extremos...
|
RAMÓN.- No me pidas cuentas que yo no
puedo darte: cuando el águila vuela, ¿qué sabe
ella de sus plumas?
|
MARÍA.- ¡Hijo mío! Pero,
¿y nosotras, y nuestra dicha, y nuestra paz?
|
RAMÓN.- ¡Madre del alma!
¡Isabel!¡Si con toda mi sangre pudiera libraros del
tormento que sufrís, mi propia mano abriría la herida
para que gota a gota se vertiera!
|
MARÍA.- Y, sin embargo, no accedes a
nuestro ruego.
|
RAMÓN.- Me pedís más que mi
sangre, ¡mis ideas!... lo que no pueden las fuerzas humanas
arrancar de nuestro ser.
|
ISABEL.- ¿De modo... ?
|
RAMÓN.- Que no puedo complaceros.
|
MARÍA.- ¿Esa ermita... ?
|
RAMÓN.- Será derribada.
|
ISABEL.- ¿Nuestra boda... ?
|
RAMÓN.- Si eres fiel a tus juramentos, se
hará ante la ley.
|
LUIS.- ¿Mediante el depósito?
|
RAMÓN.- Y en este concejo.
|
LUIS.- ¡Y tú hablas de violencias
ajenas!
|
RAMÓN.- Un muro de granito se derrumba
con el hierro y con el fuego.
|
MARÍA.- ¡Dios mío!
|
RAMÓN.- Madre, regresa a El Espinoso: la
noche se echa encima... (La luz baja, pero
suavemente; no hace sino amenguar.) Luis te
acompañará: yo, ínterin,
acompañaré a Isabel hasta las primeras casas de
Samiego.
|
MARÍA.- ¡Ah, cruel! ¿Conque
todo es inútil?
|
RAMÓN.- ¡Madre, no tienes piedad de
mí!
|
MARÍA.- ¡Dios la tenga de todos
nosotros!
|
RAMÓN.- (Aparte a
LUIS.) (En
cuanto dejes a mi madre, vuelve aquí.)
|
LUIS.- (A RAMÓN, aparte.)
(Bien.) (Alto.) Vamos, doña
María.
|
MARÍA.- (Aparte a
LUIS.)
(¿Tendréis que abrir el pliego?)
|
LUIS.- (A DOÑA
MARÍA.) (Aún hay tiempo.)
|
MARÍA.- (Abraza a
RAMÓN.)
¡Hijo!
|
RAMÓN.- Tranquilízate; no corro
ningún peligro.
|
ISABEL.- (Sola.)
¡Oh, mi corazón me dice que sí!
(Aparte a LUIS.)
¿Qué le ha dicho Ramón?
|
LUIS.- (Aparte a ISABEL.) (Que vuelva a
buscarle.)
|
RAMÓN.- Vamos, madre, regresa a casa.
|
ISABEL.- (Sola.) No
los perderé de vista esta noche.
|
MARÍA.- ¡Que no tardes, hijo
mío! (Se van LUIS y DOÑA MARÍA por la
derecha.)
|
Escena
VIII
|
|
DIEGO,
MANUEL y JUSTO entran por la izquierda, pero
por sitio distinto del que dio la salida a RAMÓN e ISABEL.
|
DIEGO.- (Examinando los andamios a
la vez que JUSTO y
MANUEL. Lleva el cinto y
el cuchillo.) Ya lo veis; he aquí los
andamios.
|
MANUEL.- Se dice que no han encontrado
trabajadores.
|
DIEGO.- Aunque procuran recatar bien sus planes,
he lo grado saber algo que os horrorizará; Ramón,
Luis y el arquitecto van a derribar ellos mismos la ermita.
|
JUSTO.- Los demonios hacen por su mano todas sus
obras.
|
MANUEL.- ¡Qué sacrilegio!
|
JUSTO.- ¿Y lo consentirá Dios?
|
DIEGO.- No lo consentiremos nosotros; esta noche
vienen a poner los andamios.
|
JUSTO.- ¡Todo lo sabes, Diego!
|
DIEGO.- ¡El odio es buen espía!
|
MANUEL.- ¿Y qué hacemos?
|
DIEGO.- Velar por estos alrededores, y si osan
profanar la, ¡a ellos!
|
JUSTO.- (Con
horror.) ¡Sangre!
|
DIEGO.- ¿Quién habla de tal cosa?
Con buenas estacas del monte... Se les sujeta primero y luego una
paliza, que magulla y no mata.
|
MANUEL.- En mal negocio nos hemos metido.
|
JUSTO.- ¡Sí!
|
DIEGO.- ¡Qué tontos sois!
Detrás de nosotros está doña Remigia, el Padre
Juan, la aldea entera y... ¡no tengáis miedo!
|
JUSTO.- Pero ello es que le vendieron la ermita
a Ramón.
|
DIEGO.- ¿Y qué sabes tú, si
lo que quieren es que se desprestigie para siempre con sus
excesos?
|
MANUEL.- ¡Ah! ¡Ya!
|
DIEGO.- ¿Qué sabes tú de
las políticas del mundo?
|
JUSTO.- Entendido; nosotros somos la mano y
sólo nos toca obedecer a la cabeza.
|
DIEGO.- ¡Justo!
|
MANUEL.- ¿Conque por esta noche?...
|
DIEGO.- ¡Andemos por aquí, y si lo
que sospechamos es cierto, a defender a nuestra patrona!
|
JUSTO.- ¡Silencio! Se oyen pasos hacia El
Espinoso.
|
DIEGO.- Ocultémonos. (Se
ocultan los tres entre los matorrales del
fondo.)
|
Escena
IX
|
|
LUIS y
RAMÓN.
|
LUIS.- (Entrando
derecha.) ¡Qué tarde más
hermosa!¡qué noche tan serena se prepara; la
naturaleza entera parece que canta un himno de paz! ¡y
aquí en este mísero rincón del mundo, tanta
guerra! (Se acentúa la
obscuridad.) (Pausa. LUIS se sienta.)
¿Qué demonios me querrá Ramón?
¡ese atleta a quien los modernos tiempos ofrecen pedestal de
barro!... En fin, ¡cómo ha de ser! digamos lo que el
árabe: está escrito. En cuanto a mí,
le seguiré hasta el fin; Ramón es de los que atraen,
de los que sugestionan... desde lejos me parece un loco, a su lado
me contagio de sus locuras. (Se
levanta.) Aquí viene.
(RAMÓN entra por la
izquierda.) ¿Qué querías,
Ramón?
|
RAMÓN.- (Volviéndose
hacia el sitio de donde viene.) ¡Oh!
¡qué trabajo me costó convencerla que siguiese
a la aldea!
|
LUIS.- También me costó trabajo
dejar a tu madre en El Espinoso.
|
RAMÓN.- Naturalezas de mujer, llenas de
amor y faltas de raciocinio.
|
LUIS.- No tanto, Ramón; el amor suele a
veces ser un buen guía del entendimiento. ¡Ah!, en el
fondo, sus sentimientos son más humanos que tus ideas.
|
RAMÓN.- (Con
violencia.) ¿Volvemos a las mismas?
|
LUIS.- Ya no vuelvo a decir una palabra,
¿qué querías?
|
RAMÓN.- (Se
sienta.) Lo primero, quiero tranquilizarme; Isabel
me conmovió, quería a todo trance pasar la noche a mi
lado.
|
LUIS.- ¿Y por fin?
|
RAMÓN.- La convencí de su
imprudencia... (Pausa.)
|
LUIS.- ¿Y nosotros, vamos a echar
raíces en este sitio? (Anochece del
todo.)
|
RAMÓN.- Nosotros vamos a trabajar.
|
LUIS.- ¿En qué?
|
RAMÓN.- En poner esos andamios alrededor
de esta ermita... si es que no te niegas a ayudarme.
|
LUIS.- ¡Yo!, yo no me niego a nada de lo
que me pidas; ¿qué hay que hacer?
|
RAMÓN.- Espero a Suárez, que
vendrá bien entrada la noche.
|
LUIS.- Te advierto que hoy no traigo
revólver.
|
RAMÓN.- ¡Bah!, no ha de hacer
falta.
|
LUIS.- Bueno. Pues ínterin viene el
arquitecto, podemos hacer algo. (DIEGO, MANUEL y JUSTO, escondidos entre los
matorrales.)
|
DIEGO.- (A MANUEL en el fondo.)
¿Qué tal, eh? estaba yo bien informado.
(Aparte.)
|
LUIS.- (Volviéndose hacia
la ermita y entre serio y jocoso.) ¡Ah!
¡Santa Rita, abogada de imposibles! No desmientes tu
abogacía al transformar en albañil a todo un doctor
en leyes.
|
RAMÓN.- No te burles, Luis; el lance es
serio.
|
LUIS.- Pues por eso me burlo; ¡bueno
sería que para coro del peligro entonáramos el
gori gori... Mira, tú, que como ingeniero eres casi
casi el número uno de los albañiles, dime por
dónde empiezo.
|
RAMÓN.- (Se dirige hacia
los tablones y coge uno por una punta.) Coge ese
tablón. (LUIS coge el tablón y entre los
dos lo llevan al lado de la ermita.)
¡Ajajá!, aquí delante.
|
LUIS.- Mira cómo chisporrotea la luz
(Señalando a la lámpara de la
capilla.) ; parece que tiene miedo.
|
RAMÓN.- No anda lejos de su
agonía.
|
LUIS.- ¡Ay, Ramón! Aquí se
apagará, pero se encenderá en otra parte. Faltan
muchos siglos para que brille sola ésta de nuestro cerebro.
(Señalando a la frente.)
|
RAMÓN.- (Cogiendo otro
tablón.) Vamos, coge ahí.
(LUIS va a
coger a otra punta del tablón, pero en el mismo momento
salen del fondo DIEGO,
MANUEL y JUSTO, y con su presencia
rápida hacen retroceder a RAMÓN y LUIS delante de la
ermita.)
|
Escena
X
|
|
RAMÓN,
LUIS, DIEGO, JUSTO, MANUEL. Luego ISABEL.
|
DIEGO.- (Entrando.)
¿A qué esperamos? ¡A ellos!
|
RAMÓN.- ¡Miserables!
|
LUIS.- (Empieza lo mejor.
-Alto.) ¡Canallas!
|
DIEGO.- Si volvéis a tocar esos muros
(Señalando a la ermita.) os
vamos a moler las costillas.
|
LUIS.- Si nosotros nos dejamos, ¿verdad?
(Con sorna.)
|
RAMÓN.- ¡No quedará de ellos
piedra sobre piedra!
|
JUSTO.- ¡A ellos! (Se
abalanzan a LUIS,
JUSTO y MANUEL, y tras lucha de medio segundo,
lo sujetan, llevándoselo al fondo.)
|
LUIS.- (Mientras se
defiende.) ¡¡Villanos!!
¡¡Asesinos!!
|
ISABEL.- (Entra en escena, y al
ver a DIEGO luchando con
RAMÓN, con un
movimiento natural se arroja sobre el grupo. Todo esto
rápido y vivo.) ¡Ramón!
¡Ay! ¡Socorro!
|
MANUEL.- (A DIEGO.) Éste ya
no se mueve. (Derriban a LUIS al suelo y lo
atan.)
|
ISABEL.- ¡Diego! ¡Malvado,
suelta!
|
RAMÓN.- (Pegándole
una bofetada.) ¡Toma la segunda!
|
DIEGO.- (Desenvaina el cuchillo de
monte, y le da una puñalada en la espalda a RAMÓN.) ¡Y
tú la tercera!
|
RAMÓN.-
(Tambaleándose.) ¡Ay!
¡Soy muerto!
|
DIEGO.- Yo doy tarde, pero firme.
(JUSTO y
MANUEL, al ver herido a
RAMÓN, sueltan
despavoridos a LUIS y se
van por la izquierda. Antes de salir dicen:)
|
JUSTO.- ¡Sangre!
|
MANUEL.- ¡Huyamos! (Se
van.)
|
ISABEL.- (Sosteniendo a
RAMÓN, que ha
caído junto al banco que hay entre la cascada y la ermita,
al pie de la vereda de la montaña.)
¡Socorro! ¡Al asesino!
|
DIEGO.- (Despavorido, con el
cuchillo en la mano.) ¿Quién me
salvará? ¡Ah, sí! ¡Corramos!
(Se va corriendo por la vereda de la montaña.
Sube corriendo.)
|
Escena
XI
|
|
LUIS, RAMÓN e ISABEL.
|
LUIS.- (Que se ha levantado,
desatándose por sí mismo con algunos esfuerzos, se
acerca rápidamente a RAMÓN.)
¡Estás herido! ¿Dónde?
|
RAMÓN.- Aquí, en la espalda.
|
ISABEL.- Donde sólo pueden ellos
herir.
|
LUIS.- ¡Ánimo, Ramón!
|
RAMÓN.- Isabel, Luis; es inútil.
Me siento morir. Llevadme junto al manantial: que se mezcle mi
sangre con su limpia corriente...
|
LUIS.- ¡Valor! ¡Voy a buscar
socorros!
|
ISABEL.- Sí, sí. ¡Socorro!
(Gritando.)
|
RAMÓN.- (A LUIS.) ¡No la
dejes sola! ¡No hay remedio! ¡Que se empape la tierra
con mi sangre! ¡El porvenir surge del ara del martirio!
|
MARÍA.- ¡Dios mío!
¡Luis, salvadle! ¡Ramón de mi alma!
(Se abraza a él. LUIS le sostiene.)
|
RAMÓN.- (Con tono
profético y jadeante.) ¡Tus
lágrimas y mi sangre! ¡Dejad que corran juntas!
¡Ellas santificarán nuestros ideales! ¡Las
víctimas obscuras preceden a las grandes transformaciones
humanas! ¡Isabel mía! ¡Valor! ¡Te dejo al
frente de la lucha. Mi fortuna entera, a cambio de mi sepulcro
sobre esas ruinas... (Señala a la
ermita.) ¿Lo juras?...
|
ISABEL.- ¡Por mi alma lo juro!
|
RAMÓN.- Luchemos donde podamos...
¡Luis, mi madre!...
|
LUIS.- ¡Ramón, hermano mío!
¡Ten sosiego!
|
RAMÓN.- ¡Silencio! ¡El nuevo
día... ya resplandece!...
(Delirando.) Viene lleno de rumores.
Es el himno de la libertad, que inunda las conciencias.
|
ISABEL.- ¡Socorro! ¡Luis,
socorro!
|
RAMÓN.- ¡Silencio! ¡Dejadme
seguirle! ¡Se hunde el odio! ¡Triunfa el amor!
¡La verdad comienza su reinado!... ¡El nuevo
día!... ¡La nueva edad! ¡Paso... paso al alma!
(Muere. Pausa.)
|
LUIS.- ¡De rodillas! ¡Isabel, ha
muerto un justo! (LUIS sostiene el cadáver de
RAMÓN, y lo deja
deslizarse desde el banco al suelo. El actor que haga de
RAMÓN tiene que
cuidar de quedarse en una posición cómoda, pues ha de
estar un rato en escena: posición artística, a la
vez, para que luego resulte conmovedor y sombrío el cuadro
final.)
|
ISABEL.- (Con desesperación
vehementísima abrazada a RAMÓN.)
¡Ramón... Ramón!, no... ¡no quiero!,
mírame... oye... ¡habla!... responde... soy yo...
Isabel... ¡la amada de tu alma!... espera... espera... no te
vayas aún, que está muy lejos la muerte de mi
juventud...
|
LUIS.- (Procurando apartar a
ISABEL del lado de
RAMÓN.) Isabel,
valor; es menester ser digna de ese mártir.
|
ISABEL.- ¡Ramón de mi alma!...
¡oh, Dios mío! ¡Esto es horrible!
|
LUIS.- Venid; vamos; busquemos gente; es
menester recoger ese cuerpo querido.
|
ISABEL.- (Con fiereza de
calentura.) Dejarle aquí solo, ¡no! Id
a buscar socorro; yo aquí espero.
(Transición a la ternura.) Es
la última noche de mi vida en que podré mirar alguna
luz, la que haya en sus ojos antes de cerrárselos.
|
LUIS.- Sed digna de Ramón: hay algo
más grande que velar su cadáver.
|
ISABEL.- Sí, ya lo sé,
vengarle.
|
LUIS.- Pues, bien, venid.
|
ISABEL.- Ahora no; ¿sabéis si sus
enemigos se contentarán con haberle asesinado? ¡En esa
raza hay también chacales! ¡Ese cadáver es
sagrado: es el de un mártir!
|
LUIS.- Isabel, ¡por Dios! ¡en esta
soledad!...
|
ISABEL.- ¡Qué me queda en el mundo,
sino la soledad!
|
LUIS.- Pues bien, hermana mía,
iré; valor... (Hace ademán de
marchar.)
|
ISABEL.-
(Deteniéndole.) Dadme un arma;
para mi corazón han terminado las horas de ternura y
comienzan las de crueldad.
|
LUIS.- (Busca en los bolsillos un
arma.) Un arma... no podré...
(Da con el pliego que le entregó DOÑA MARÍA en el segundo
acto y al cual hizo referencia en la última escena
anterior.) Aquí... ¿qué es
esto?... ¡Desgraciada madre, qué dolor la espera!
|
ISABEL.- Esos papeles... ¿son de su
madre? ¿qué dicen?
|
LUIS.- No lo sé, pero guardan el secreto
del nacimiento de Ramón.
|
ISABEL.- Dádmelos.
|
LUIS.- Sí, tomadlos; doña
María dejó a mi voluntad hacer uso de ellos.
Ánimo, El Espinoso está cercano; dentro de poco,
Ramón dormirá en su hogar el último
sueño. (Se va, derecha.)
|